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Louise Glück Traducción de José Manuel Arango

Poemas

Mensajeros Los niños ahogados

Sólo la espera es necesaria, te hallarán. Ya ves, no tienen juicio.


Los gansos que vuelan bajo sobre la ciénaga, Es natural entonces que se ahoguen.
brillantes en el agua negra. Primero el hielo los atrapa.
Te hallarán. Después, todo el invierno, sus bufandas
flotan, mientras se hunden, tras de ellos,
Y los venados: hasta que se quedan inmóviles.
qué bellos son, Y el estanque los alza con sus muchos
como si no les estorbaran sus cuerpos. oscuros brazos.
Despaciosamente llegan al claro
a través de lienzos de sol. A ellos sin embargo debe serles la muerte
distinta, tan cercanos al origen.
¿Por qué estarían así, tan callados, Como si siempre hubieran sido
si no estuvieran esperando? ciegos, livianos. Lo que sigue
Casi inmóviles, hasta que sus tiestos es entonces como un sueño: la lámpara,
enmohecen, los arbustos tiemblan el mantel blanco que cubría la mesa,
al viento, rechonchos y sin hojas. sus cuerpos.

Sólo es preciso dejar que suceda: Oyen empero por sobre el estanque,
aquel grito —desátate, desátate— como señuelos, sus nombres:
como luna que se arranca de la tierra Qué esperas, ven a casa,
Y se alza llena en su círculo de dardos, a tu casa, perdida
en las aguas, azul y permanente.
hasta que ellos aparecen delante
como cosas muertas que la carne agrava,
y tú sobre ellas, herida y dominante.
Los manzanos

País de serpientes Tu hijo aprieta contra mí


su cuerpecito inteligente.
Huesos de pez nadaban en las olas de Hatteras. Y yo estoy junto a su cuna
Y había otras señales mientras en otro sueño
De que la muerte nos seguía por agua, tú estabas entre árboles cargados
nos seguía de manzanas mordidas
Por tierra: entre los pinos extendiendo los brazos.
Una cascabel se arrastraba sobre No me movía
el musgo criado del aire infecto. pero vi el aire dividirse
El nacimiento, no la muerte, es la pérdida. en cristales de color. Al cabo
Lo sé. También dejé una piel allí. lo alcé a la ventana diciendo

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mira lo que hiciste Poema
y conté las ramas cortadas,
el corazón en su tallo azul, Temprano en la tarde, como ahora,
mientras desde los árboles él se inclina sobre su mesa y escribe.
la oscuridad salía: Luego alza la cabeza despacio.
Una mujer aparece, trayendo rosas.
en el sombrío cuarto duerme Su rostro, en el espejo, flota marcado
tu hijo. Son verdes los muros, por los rayos verdes de los tallos.
son madera y silencio.
Espero ver cómo me dejará. Es una forma de sufrimiento: entonces
Ya en su mano aparece el mapa siempre la página transparente alzada
como si allí lo hubieras grabado: a la ventana hasta que sus venas emergen
los campos muertos, mujeres como palabras al fin llenas de tinta.
enraizadas en el río.
Y se supone que yo debo entender
lo que los une a ellos y a la casa
Todo es santo firmemente asentada en el crepúsculo

Ahora mismo se configura el paisaje. porque yo debo entrar en sus vidas:


Las colinas oscurecen. Los bueyes es primavera, el peral está diáfano
duermen en su yugo azul. de flores delicadas y blancas.
Los campos ya segados,
las gavillas parejamente atadas
puestas al lado del camino. El jardín
Y la luna dentada sale.
1. El miedo del nacimiento
Esta es la aridez
de la siega o la pestilencia. Un ruido. Luego el silbo y el siseo
Y la mujer se inclina, en la ventana, de casas que resbalan a sus lugares.
con la mano extendida como en pago. Y el viento hojea
Y las semillas los cuerpos de las bestias.
netas, doradas, llaman:
Ven aquí, Pero mi cuerpo que no se satisface
Ven aquí pequeña. con la salud ¿por qué sería devuelto
hacia el acorde de la luz?
Y el alma se desprende del árbol.
Será otra vez lo mismo.
Este temor, esta intimidad,
hasta que se me lleve por la fuerza

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a un campo riesgoso ¿Cuánto yacimos allí
aun para el arbusto que sale mientras, del brazo, con sus capas de hojas,
tiesamente de la tierra arrastrando descendieron los dioses de la montaña
su raíz como corva signatura que construimos para ellos?
y hasta para el tulipán, roja garra.

Y en seguida las pérdidas, 4. Orígenes


una tras otra,
todas soportables. Como si dijera una voz:
Debéis dormir ahora.
Pero no había voz ni el aire
2. El jardín se había oscurecido,
aunque estaba la luna
El jardín te admira. llena ya de su mármol.
Por ti se embadurna de pigmento verde,
del extático rojo de las rosas Como si en un jardín atestado de flores
para que puedas venir con tus amantes. una voz hubiese dicho: Qué torpes
estos oros gritones, repetitivos.
Y los sauces: Hasta que cerraste los ojos,
mira cómo ha formado estas verdes reposando entre ellos,
tiendas de silencio. Con todo llamas balbucientes:
hay algo más que necesitas, tu cuerpo
tan suave, tan vivo entre animales de piedra. Pero no pudiste dormir,
Admite que es terrible estar como ellos con la tierra aún
más allá del daño. aferrada a tu pobre cuerpo.

3. El miedo del amor 5. El miedo de la sepultura

Ese cuerpo que yacía junto a mí como piedra De mañana, en el campo deshabitado,
obediente. Sus ojos parecían abrirse, el cuerpo espera que lo reclamen.
podríamos haber hablado. Junto a él el espíritu, sentado en una piedra:
nada viene a prestarle de nuevo forma.
En aquel tiempo era ya invierno.
De día el sol salía con su yelmo de fuego Piensa en la soledad del cuerpo.
y también en la noche, reflejado en la luna. Vagando por el campo de noche
y con su sombra en torno.
Su luz pasaba sobre nosotros libremente, Ciertamente una larga jornada.
como si nos hubiésemos tendido
para no dejar sombras, Y, remotas, parpadeantes, las luces de la villa.
sólo dos leves mellas en la nieve. Qué lejanas parecen
Como siempre, el pasado se extendía delante las puertas. Y la leche y el pan
de nosotros: complejo, mudo, impenetrable. gravemente dejados en la mesa.

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Lamentaciones 3. El pacto

Levantaron, de miedo, un albergue.


1. El logos Pero un niño creció entre ellos
mientras dormían, mientras trataban
Ambos estaban silenciosos, de buscar su alimento.
la mujer dolida y el hombre
abrazado a su cuerpo. Lo pusieron sobre las hojas,
el breve cuerpo separado
Dios, empero, miraba. y envuelto en la piel monda
Advertían su ojo dorado de un animal. Contra el cielo negro
que proyectaba flores en el paisaje. vieron el argumento masivo de la luz.

¿Quién sabía lo que quería? A veces despertaba, se cogía las manos.


Era un dios y un monstruo. Supieron que eran padre y madre,
De modo que esperaron. Y el mundo que no había autoridad sobre ellos.
se llenó de su resplandor,
como si quisiera ser comprendido.
4. El claro
Lejos, en el vacío que había hecho,
se volvía a sus ángeles. Después de muchos años, poco a poco,
de sus cuerpos cayó el pelaje
y, extraños uno para el otro,
2. Nocturno se hallaron en el brillo de la luz.

Una selva se alzó de la tierra Nada era como antes


Qué lástima, tal necesidad y sus manos temblaban
del amor furioso de Dios… en busca de lo conocido.

Ambos eran bestias. Y no podían apartar los ojos


Yacían en el fijo de la blancura de la carne
crepúsculo de su negligencia; en la que había heridas luminosas
de las colinas venían lobos como signos en una página.
mecánicamente atraídos
por su calor humano, su pánico. De lo oscuro y lo verde sin sentido
Dios se levantó al fin. Su enorme sombra
Y los ángeles vieron oscureció los cuerpos durmientes de sus hijos
como Él los dividía: y saltó al cielo.
el hombre, la mujer, el cuerpo
de la mujer. Qué bella debió ser la tierra
Por sobre esa primera vez
las cañas agitadas, las hojas vista desde el aire.
soltaban una lenta
queja de plata.

Estos poemas fueron publicados por primera vez en POESÍA Número 8, Medellín, agosto de 1993.

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