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Carta adolecente escrita cerca de los treinta

Magdalena Camargo Lemieszek


Poeta panameña

A veces llega una temporada


cuando los arboles pierden todas sus hojas
y un humor enfermo brota de la tierra.
Es entonces cuando emergen esos seres
que no emiten más nada que gruñidos,
porque no pueden entender y desprecian
todos los demás lenguajes.
no conocen otra luz que no sea el reflejo
de sus fauces en el agua,
y creen que solo se hacen grandes en su sombra,
y se imaginan poderosos solo en su medida
en la extensión de lo que cubre.
Y de pronto toman cuanto quieren.
Lo único valioso es aquello que se toca,
lo tangible,
lo que a sido arrebatado con violencia.
Lo indomable,
lo puro,
lo salvaje,
debe renunciar a resistirse y es aniquilado.
Llega un momento en el que incluso la
naturaleza parece contagiarse,
resignarse a una suerte de silencio,
donde poco importa que se extinga lo genuino
y la belleza.
Debo ser sincera.
En esas épocas pierdo la esperanza.
Me entristecen las frutas sin semilla,
el vacío de las cosas,
la repetición de la amargura,
el plástico,
la ignorancia,
me canso.
De algún modo yo también me rindo.
Entonces me vuelvo un poco topo y cavo tan profundo,
tan hondo como puedo.
Paso los días solo de raíces,
lejos del mundo que arriba, en algún lugar, transcurre;
ajena a toda esa injusticia que detesto.
Me olvido del tiempo que se mueve,
y la voz de los que alguna vez supieron de mi nombre
comienza a esfumarse poco a poco.
Me muerdo los labios, hasta que dejen de llamarme.
Y sucede lo que siempre hemos dicho que sabemos,
pero muy pocas veces contemplamos: la
rueda gira en nuestra ausencia .
2
Y ahí en la simpleza de una madriguera lo comprendo,
sin dolor, sin rabia ni alegría.
Y por primera vez, después de mucho,
el mañana no es una batalla,
la agitación se desvanece, puedo pronunciar la calma,
y algo semejante a la paz se acurruca en lo poco que perdura
solo después de mucho, decido que ha pasado suficiente,
que finalmente ha llegado el tiempo de volver.
Es cierto, en el bosque sigue rondando lo sombrío,
pero, a pesar de la hostilidad y la crudeza,
hay de pronto un gesto que despierta.
Y parece que el asombro es posible todavía,
que aún hay alguien que lo espera.
Y brota otra vez la caracola porque aún hay alguien que la escucha,
que se arriesga a cerrar los ojos
y a creer en la permanencia de las olas.
Y a cierta hora, la rareza ya no es una herida
y las nubes descubren esas montañas,
que se levantaron
para los que fueron llamados a no andar sobre las huellas de los otros.
Y sonrió, sonrió nuevamente.
Deseo.
Quiero que amanezca,
y eso para mí un modo de locura.
Por eso hay algo que he escrito en lo más hondo de una cueva para no olvidarlo nunca:
Aunque tarde, la primavera siempre vuelve,
pero la primera también es dura.

3
Lila jacarandá

Jesús Ursagasti
Poeta boliviano

No te gustaba Neruda
ni siquiera
“eras la boina gris
y el corazón en calma”
vi entonces
en tus ojos
la llama inconquistada
de que hablaba Pound
al atardecer en un valle
de sauces y molles
y el lila jacarandá
en una plaza
de otro tiempo
a las seis de la mañana
sin saber para que tú y yo
que te nombraría seamos una levísima
aspirando el aire evidencia
de una habitación párpados cerrados
con muchas ventanas y abiertos
hacia el jardín como las ramas
donde un animal del lila jacarandá
en la trigueña tierra
era el mediodía asombrada
sin colinas por la voz del amor
sólo una puerta “…donde el verano
para tu luz despeña
y la ligera brisa toros de barro y miel”
de un recuerdo otro clima
recién nacido. más sedoso aún
Muchos deben habitar que el tránsito
la ciudad nocturna de la lluvia
en la memoria.
Rehenes o sombras

somos
del ruido de las aguas
me dices
entre silvestres
enredaderas
y pájaros
crecida
bajo los cabellos desnudos
aromosa al fin
en un mundo
que cabe en mis manos.

4
Vértigo

Augusto Roa Bastos


Escritor paraguayo

Llama en el aire ciego.


Luz en la altura, sombra en el vacío.
Brizna incendiada, brizna temblorosa
sobre el abismo.

...¿Quién te sustenta a tí, carne alanceada,


corazón de rocío,
crucificada en los maderos altos
de tu nocturno grito?

La mano del abismo.

¿Sobre qué alas tu voz, tu voz que ya semeja


cilicio del sonido,
lleva entre el viento oscuro de la vida
su perfume de nido,
su congoja hechizada,
su hechizado gemido?

Las alas del abismo te sostienen,


las negras alas del abismo.
Y tu frente, ¿en qué nube
reposa, en qué tañido
de campanas de niebla, peregrinas,
sostienes tu latido?

Sobre la lengua del abismo,


nube y campana oscura de Dios mismo.

Cierro los ojos.


Escúchote a lo lejos. Te diviso
detrás de las colinas transparentes
que el tiempo alza en los valles del olvido,
y estás allí dormida
sobre el heno dorado de Dios mismo;
sobre el heno dorado de Dios mismo;
luna el pan de tu cuerpo entre las manos
de un ángel pensativo,
desencarnada y llama pura ardiendo,
guiño de sol, llama del viento peregrino
que te arrancó en su música
del flanco del abismo
y te llevó en la música a Dios mismo.

5
El adiós

Yves Bonnefoy
Poeta francés

Hemos vuelto a nuestro origen.


Fue el lugar de la evidencia, aunque
desgarrada. Las ventanas mezclaban
demasiadas luces,
Las escaleras trepaban demasiadas
estrellas Que son arcos que se
hunden, escombros, El fuego
parecía arder en otro mundo.

Y ahora hay pájaros que vuelan de una habitación


a la otra, Los postigos se cayeron, la cama está
cubierta de piedras, La chimenea llena de restos
del cielo que van a apagarse.
Allí, por las tardes, hablábamos casi en voz
baja Debido a los rumores de las bóvedas, allí,
sin embargo, Formábamos nuestros
proyectos: pero una barca, Cargada con
piedras rojas, se alejaba
Irresistiblemente de una orilla, y el olvido
Depositaba ya su ceniza en los sueños
Que sin fin recomenzábamos, poblando con
imágenes El fuego que ardió hasta el último
día.

¿Es cierto, amiga mía,


Que no hay más que una palabra para
nombrar En la lengua que llamamos
poesía
El sol de la mañana y el de la tarde,
Una para el grito de alegría y el de angustia,
Una para el desierto río arriba y los golpes
de hacha, Una para la cama deshecha y el
cielo tormentoso, Una para el niño que nace
y el dios muerto?

Sí, lo creo, quiero creerlo, pero ¿qué


sombras Son ésas que se llevan el
espejo?
Y, mira, la zarza crece entre las piedras
En el camino de hierba aún apenas abierto
Por el que nuestros pasos iban hacia los jóvenes
árboles. Hoy me parece, aquí, que la palabra
Es el pesebre medio roto del que
se escapa En cada amanecer de
lluvia el agua inútil.

6
La hierba y en la hierba el agua que brilla, como un río.
Todo está siempre a la espera de que una vez más se lo ate
al mundo. Sé que el paraíso está diseminado,
Es tarea terrestre el reconocer
Sus flores dispersas en la hierba pobre,
Pero el ángel ha desaparecido,
una luz Que no fue, de golpe, sino
un sol poniente.

Y como Adán y Eva


caminaremos Por última
vez en el jardín.
Como Adán el primer pesar, como Eva la
primera Osadía, querremos y no querremos
Pasar por la puerta baja que se entreabre
Allá a lo lejos, en la otra punta del ronzal,
coloreada Como auguralmente por un último
rayo.
¿Se toma el porvenir en el origen
Como cabe el cielo en un cóncavo espejo?
¿Podremos recoger,
de esa luz Que fue de
aquí el milagro,
En nuestras sombrías manos la simiente, para otros
charcos En el secreto de otros campos "cercados de
piedras"?

Por cierto, está aquí el lugar para vencer, para


vencernos, El lugar de donde salimos esta tarde.
Aquí sin fin
Como esa agua que se escapa del pesebre.

Versión de Aquiles Julián

7
Sólo una etapa

Enrique Molina
Poeta argentino

Piedras llevadas por el viento,


con la misteriosa canción de los muertos
retumban
contra mi corazón, y la antigua
pasión del furor de partir sopla de nuevo,
murmura besos, calendarios de lo desposeído,
sangre de la lejanía, sangre de la lejanía.

Esa dicha fue a la vez unánime y transitoria,


tantos países de antaño, devoradores,
se fríen lejos y rechinan, irrumpen
con una belleza implacable, con bocas
húmedas del rocío de los sueños, y de pronto
un rostro de huérfana brilla de nuevo al sol.
Acabas de grabar un bisonte en la caverna,
acabas de resucitar una llamarada de la distancia,
algunas historias
para instalarte en un infierno propio donde
ya la gente no canta ni penetra a sus casas,

para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado,


con placeres como novias arrojadas por la escalera.
Todo aquello al fin será la luz, el grito de la lluvia,
la pisada de un cuerpo fantasma
en las orillas fulgurantes del mundo.

Ciertas criaturas de frontera, ciertos éxtasis,


alguna vez amamos en el altiplano, montaña, buitres,
el andar femenino de las llamas, tales delirios
desde las grandes fiestas al olvido en medio
de viajes y caminos que se cruzan, risotadas
de esas gentes con rostros de plumas o de cuero, en el frío,
entre los ácidos cactus erizados por el zapateo
y la embriaguez de los indios, dichosos
de una grandeza tan humilde.

En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro,


surgió una mujer desde el fondo de un pozo de fuego,
con ojos de una ternura viciosa,
taciturna mujer de servicio con triple falda
y la pesada trenza negra donde nacía la tormenta,
para que el camino se hundiera y la roja
franja de sus labios brillara a la intemperie,
hasta que la inmensa música de su latido
llegara hasta mi pecho como una galaxia sexual
en lo más profundo del cielo, como si nada pudiera
ir más allá de su sangre y de su ensoñación.
De todo eso un gran pájaro vuela,
sus alas atruenan en la diversidad del mundo.

8
Cuando pronto los cerrojos del crepúsculo

Dylan Thomas
Poeta británico

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo


ya no encerraron el largo gusano de mi dedo
ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,
la boca del tiempo sorbió como una esponja
el ácido lechoso en cada gozne
y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

Cuando el mar de galaxia fue sorbido


y liberado todo el lecho seco del mar,
envié a mi criatura para explorar el globo,
el mismo globo de pelos y osamenta
que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,
mi frasco de materia ligara a su costilla.

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,


él estalló, hecho polvo, hacia la luz
y celebró con el sol un pequeño sabático,
pero cuando los astros asumiendo su forma
dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,
ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

Todo surgió armado de la tumba


el cáncer pelirrojo, vivo aún,
los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;
algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,
y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;
él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

El sueño navega las mareas del tiempo;


el áspero sargazo de la tumba
entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;
y el sueño mudo rueda por los lechos
donde las sombras comen el alimento de los peces
y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,


y la leche materna fue dura como arena,
envié a mi propio embajador hacia la luz;
por truco o por azar él se durmió
y por arte de magia se armó de una osamenta
para robarme los fluidos en su corazón.

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,


trabajador en la mañana pueblerina
y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;
han caído los cercos de la luz,
sólo quedan en pie los jinetes más diestros,
y hay mundos que cuelgan de los árboles.

Traducción: Elizabeth Azcona Cranwell


9
Aterrizaje

Alfonso Gumucio Dagrón


Escritor boliviano

No entiendo bien estos signos


que yo mismo impuse tembloroso
rasgando una servilleta de papel.

Creo reconocer palabras sueltas


Hablan de mi emoción cuando miro
Desde la claraboya soleada
Las ondas interrogantes de los ríos
(que nunca se distraen en línea recta)
la espina dorsal de la cordillera, la cúspide
de montañas sobre las nueves
capas de una pollera interminable.

Cómo no tener una brújula que me guíe,


una alfombra voladora que me porte
que me acerque a la intimidad de la topografía
lejos de otras formas de intolerancia
tajos hechos por el hombre
rectángulos perfectos, círculos de compás
y sobre todo, siempre
la costra de barrios míseros
justo antes de aterrizar.

10
Poemarma

Manuel Alegre
Poeta italiano

Que el poema tenga ruedas motores palancas


que sea máquina espectáculo cine
Que le diga a la estatua: sal del camino que atrancas.
Que sea un autobús en forma de poema.
Que el poema cante en lo alto de las chimeneas
que se levante y haga el pino en cada plaza
que diga quién soy yo y quién eres tú
que no sea sólo uno más que pasa.
Que el poema exprese lo esencial de su tema
y sea apenas un teorema con dos brazos.
Que el poema invente una nueva estratagema
para escapar de quien sigue sus pasos.
Que el poema corra salte brinque
que sea pulga y le haga cosquillas al burgués
que el poema se vista subversivo con vaquero azul
y vaya a explicar en una pared algunos porqués.
Que el poema se meta en los anuncios de las ciudades
que sea flecha señalización radar
que el poema cante en todas las edades
(¡qué bonito!) en presente y en futuro el verbo amar.
Que el poema sea micrófono y hable
una noche de ésas de repente a las tres y pico
para que la luna explote y el sueño estalle
y la gente despierte por fin en Portugal.
Que el poema sea encuentro en donde era despedida.
Que participe. Comunique. Y destruya
para siempre la distancia entre el arte y la vida.
Que salte del papel a la página de la calle.
Que sea experimentado mucho más que experimental
que tenga ideas sí pero también piernas.
E incluso si se rompe una no importa:
mejor con muletas que con alas eternas.
Que el poema asalte este desorden ordenado
que llegue al banco y grite: ¡abajo la panza!
Que haga gimnasia militar aplicada
y no se vaya como todos para Francia.
Que el poema quede. Y que quedando se aplique
a no crear barriga y no usar zapatillas.
Que el poema sea un nuevo Infante Enrique
vuelto hacia dentro. Y sin castillos.
Que el poema se vista de domingo cada día
y eche cohetes dentro de lo cotidiano.
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Que el poema vista la prosa de poesía
por lo menos una vez en cada año.
Que el poema haga un poeta de cada
funcionario harto ya de funcionar.
Ah que de nuevo despierte en el lusíada
la saudade de lo nuevo y el deseo de hallar.
Que el poema diga lo que es necesario
que llegue disimulado junto a ti
y apunte hacia la tierra que tú pisas y yo piso.
Y que el poema diga: lo lejos es aquí.

Traducción de María Tecla Portela Carreiro.

12
No existe el infinito...

Chantal Maillard
Escritora española nacida en Bélgica

No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.

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Lapacho

José Luis Appleyard


Escritor paraguayo

Copa de vino añejo que desborda


la sutil embriaguez de sus colores,
encaje, cromo y luz en el que bordan
los pájaros la gloria de sus flores.
Mano morena que enguantada en lila
acaricia el azul de las mañanas,
badajo florecido de la esquila
triunfal del firmamento que se inflama.
Mancha de luz al borde de un camino,
jalón del campo y corazón del viento,
árbol que tiene para sí el destino
de ser la primavera en todo tiempo.
Y ya solo en la tarde pura y bella,
embriagado de luces y colores,
es el árbol que enciende las estrellas
con la llama morada de sus flores.

14
Correspondencia de la Momia

Antonin Artaud
Poeta francés

Esa carne que ya no se tocará en la vida,


esa lengua que ya no logrará abandonar su corteza,
esa voz que ya no pasará por las rutas del sonido,
esa mano que ha olvidado hasta el ademán de tomar, que ya no logra determinar el espacio
en el que ha de realizar su aprehensión,
ese cerebro en fin cuya capacidad de concebir ya no se determina por sus surcos,
todo eso que constituye mi momia de carne fresca da a dios una idea del vacío en que la
compulsión
de haber nacido me ha colocado.
Ni mi vida es completa ni mi muerte ha fracasad0 completamente.
Físicamente no existo, por mi carne destrozada, incompleta, que ya no alcanza a nutrir mi
pensamiento.
Espiritualmente me destruyo a mí mismo, ya no me acepto como vivo. Mi sensibilidad está a
ras del suelo, y poco falta para que salgan gusanos, la gusanera de las construcciones
abandonadas.
Pero esa muerte es mucho más refinada, esa muerte multiplicada de mí mismo reside en una
especie de rarefacción de mi carne.
La inteligencia ya no tiene sangre. El calamar de las pesadillas da toda su tinta, la que
obstruye las salidas del espíritu; es una sangre que ha perdido hasta sus venas, una carne
que ignora el filo del cuchillo.
Pero de arriba a abajo de esta carne agrietada, de esta carne no compacta, circula siempre
el fuego virtual. Una lucidez enciende de hora en hora sus ascuas que retornan a la vida y
sus flores.
Todo lo que tiene un nombre bajo la bóveda compacta del cielo, todo lo que tiene un frente,
lo que es el nudo de un soplo y la cuerda de un estremecimiento, todo eso pasa en las
rotaciones de ese fuego en el que se asemejan las olas de la carne misma, de esa carne
dura y blanda que un día crece como un diluvio de sangre.
La habéis visto a la momia fijada en la intersección de los fenómenos, esa ignorante, esa
momia viviente que lo ignora todo de las fronteras de su vacío, que se espanta de las
pulsaciones de su muerte.
La momia voluntaria se halla levantada, y a su alrededor se agita toda realidad. La
conciencia como una tea de discordia, recorre el campo entero de su virtualidad obligada.
Hay en esa momia una pérdida de carne, hay en el sombrío lenguaje de su carne intelectual
toda una impotencia para conjurar esa carne. Ese sentido que recorre las venas de esa
carne mística, en la que cada sobresalto es un modo de mundo y otra especie de engendrar,
se pierde y se devora a sí misma en la quemadura de una nada errónea.
¡Ah! ser el padre nutricio de esa sospecha, el multiplicador de ese engendrar y de ese mundo
en su devenir, en sus consecuencias de flor.
Pero toda esa carne es sólo comienzos y ausencias y ausencias y ausencia...
Ausencias.

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Reclamo

Silvia Elena Regalado


Poetisa salvadoreña

Cómo se ve que te hace falta vida,


el coraje que sólo dan los años,
la osadía de ir contra corriente,
el orgullo de herirse en la caída.

Ya aprenderás a morder la tierra


a desgarrar el cielo con las uñas,
respirar el dolor hasta los huesos,
caminar sobre el miedo y el cansancio.

Tendrás que desatar las esperanzas,


que vuelvan a la luz o al olvido,
habitarte de duendes y desnudar el alma
para revivir el milagro de ser niños.

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Pistas
Carlos Drummond de Andrade
Poeta brasileño

Tal vez una sensibilidad mayor al frío,


deseos de volver antes a casa.
Cierta demora en abrir el paquete de libros
esperado, que ha traído el cartero.
Indecisión: ¿voy al cine o no?
De los tres empleos de tu noche no escogerás ninguno.
Quizás cierta mirada, más seria, no ardiente,
que posas sobre los objetos, y ellos la entienden.
O al menos supones que es así. Son fieles, los objetos
de tu despacho. La pluma roja. Te niegas a cambiarla
por esa que guarda el último secreto químico, la tinta inmortal.
Ciertas manchas en la mesa que no sabes si el tiempo,
la madera o el polvo trajeron consigo.
La conoces bien, tu mesa. Cartas, artículos, poemas
salieron de ella, de ti. De la dura sustancia,
de la calma, de la selva abandonada llegaron
las palabras que encontraste y juntaste, para repartirlas.
La mano acaricia
la aspereza. El barniz que se fue. No. Es el árbol
que regresa. El camino que se vuelve. Minas que acecha
y espera, largamente espera tu regreso sordo.
La mesa se vuelve leve, y en ella viajas
por aires de paciencia, acuerdo, resignación.
Mirad la mesa que huye, no la toquéis. Es la mesa voladora,
de sus cajones saltan papeles oscuros, por fin los secretos liberados
sobre la tierra metálica se esparcen, se amortajan y se callan.
De nuevo aquí, menudo territorio
civil, sin sueños. Como presintiendo
que un día se vacían los cuartos, se limpian las paredes,
se detiene un camión y descienden los porteadores
y en el libro municipal se cancela un registro,
miras hondamente el borde de cada
cosa, el color
de cada lado de los objetos familiares.
La familia es pues un orden de muebles, suma
de líneas, volúmenes, superficies. Y son puertas,
llaves, platos, camas, paquetes olvidados,
también un pasillo, y el espacio
entre el armario y la pared
donde se deposita cierta porción de silencio, polillas y polvo
que de tarde en tarde se retira… e insiste.
Desde luego faltan muchas explicaciones, sería difícil
comprender, incluso al cabo de mucho tiempo, por qué un gesto
17
se abrió, otro se frustró, tantos se esbozaron,
como sería imposible guardar todas las voces
oídas a la hora de comer, en la cena, en la pausa de la noche,
un año, y después otro, y otros y aún otros,
todas las voces oídas en la casa durante quince años.
Mientras tanto, deben de estar en alguna parte: se acumularon,
consumieron peldaños, invadieron tuberías,
llenaron viejos papeles, perdieron la fuerza, el calor,
existen hoy en subterráneos, unas en la memoria, otras en la arcilla del sueño.
¿Cómo saberlo? Al principio parece desierto,
como si nada quedase, y un río corriera
por tu casa, absorbiéndolo todo.
Las sábanas amarillean, las corbatas se desgastan,
la barba crece, cae, los dientes caen,
los brazos caen,
caen partículas de comida de un tenedor dubitativo,
las cosas caen, caen, caen,
y el cielo está limpio, pulcro.
Las personas se acuestan, son transportadas, desaparecen,
y todo está pulcro, salvo tu rostro
inclinado sobre la mesa; y del todo inmóvil.

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Carta sin fecha

José Angel Buesa


Poeta cubano

Amigo:

Sé que existes, aunque ignore tu nombre,


no lo he sabido nunca ni lo quiero saber,
pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre
que es el único modo de hablar de una mujer.

Esa mujer es tuya, pero también es mía,


Sé que es pecado, es cierto, si es pecado el amor.
Pero el rosal marchito que ya no florecía
no se siente culpable si le brota una flor

Ahora es de noche, llueve, y yo te llamo amigo.


Yo que corte una rosa que era tuya, quizás.
Ella en su propia almohada tal vez sueñe conmigo
y tú que no lo sabes no la despertarás.

No importa lo que sueñe, déjala así dormida,


yo será solo un sueño sin mañana ni ayer.
Ella irá de tu brazo para toda la vida
Y abrirá las ventanas en el amanecer.

Quédate tú con ella, yo seguiré el camino,


Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar
yo nunca rompo el vaso donde bebí buen vino,
ni siembro nunca nada cuando voy hacia el mar.

Y pasarán los días favorables o adversos


y nacerán las rosas que nacen porque sí
Yo no sabré nunca si has leído estos versos
ni tú sabrás, tampoco, que los hice por ti

19
Elemental

D.H. Lawrence
Escritor inglés

¿Por qué la gente no deja de ser atractiva


y de pensar que es atractiva, y de querer ser atractiva,
y comienza en cambio a ser más elemental?

Puesto que el hombre está hecho de los elementos


fuego, y lluvia, y aire, y tierra viva
y ninguno de éstos es atractivo
sino elemental,
está desequilibrado al lado de los ángeles.

Quisiera que los hombres recobraran su equilibrio


entre los elementos
y fueran un poco más ardientes, tan incapaces de mentir
como el fuego.
Quisiera que fueran fieles a su propio
movimiento, como el agua,
que pasa todas las etapas de vapor, y río, y hielo
sin perder su naturaleza.

Estoy enfermo de las gentes atractivas;


de algún modo, son falsas.

20
En el corazón de mi amor

Paul Eluard
Poeta francés

Un hermoso pájaro me muestra la luz


Que aparece claramente en sus ojos
Un pájaro que canta sobre la bola de muérdago
En medio del sol.

*
Los ojos de los animales cantores
Y sus cantos de cólera o de hastío
Me prohiben dejar este lecho
Donde pasaré la vida.

El alba en países sin encanto


Toma las apariencias del olvido
Y si al alba una mujer conmovida se adormece
Al caer de cabeza, su caída la ilumina.

Constelaciones,
Conocéis la forma de su cabeza.
Aquí todo se oscurece:
El paisaje se completa, las mejillas se encienden
Las masas disminuyen y circulan por mi corazón
Unidas al sueño.
¿Y hay quién quiera tomar mi corazón?

*
Jamás soñé con noche tan bella
Las mujeres del jardín tratan de besarme
Sostenes del cielo, los árboles inmóviles
Abrazan fuertemente la sombra que los sostiene.

Una mujer de corazón pálido


Guarda la noche en sus vestidos
El amor ha descubierto la noche
Sobre sus senos impalpables.

¿Cómo poder gozar de todo?


Mejor borrarlo todo.
El hombre de la movilidad total
Del sacrificio total, de la conquista total
Duerme. Duerme, duerme, duerme.
Borra con sus suspiros la noche minúscula, invisible.

21
No sufre ni frío ni calor.
Su prisionero se ha evadido para dormir
No está muerto, duerme.

Mientras dormía
Todo lo asombraba,
Jugaba ardorosamente,
Miraba,
Oía.
Su última palabra:
"Si volviera a empezar, te encontraría sin buscarte".

Él duerme, duerme, duerme.


En vano el alba alza la cabeza,
Él duerme.

Versión de Aldo Pellegrini

22
XXXII

Leopoldo Castilla
Poeta argentino

El silencio es azul. La montaña


como una loca
arrastra sus arterias,
se arranca las piedras alarmadas
la violencia del metal y el perdón de la nieve,
inquiere
con el cóndor que vuela en el olvido,
en el hielo, en el ventisquero
y no da con el mar que ha desaparecido.

No se acerca al salar la cordillera.


Es ánima ese páramo
donde golpea el océano con olas que no hay,
con espuma difunta.
Sin barcos, sin viento, sin peces y sin pájaros.

En el calvario sólo la respiración


de ese hombre con un hacha
como un solazo,
dividiendo la sal,

Vende panes de cemento.


Vende los huesos del mar.

23
Cirabel

Homero Aridjis
Escritor mexicano

I
Cirabel
llego siempre a tu aposento
con una confusión de bocas
y una zozobra de hombre
a traerte la ofrenda cotidiana
de mis manos huecas
Más o menos
cuando la ceniza de la noche
se derrama sobre tus pupilas
igual que ante una ciudad inerme
Anudado tu grito de silencio
no me dices nada
y nos contemplamos
como si no existieran nuestros cuerpos

II
Sé que piensas en mí
porque los ojos se te van para adentro
y tienes detenida en los labios
una sonrisa que sangra largamente
Pero estás lejos
y lo que piensas
no puede penetrarme
Yo te grito Ven
abre mi soledad en dos
y mueve en ella el canto
Haz girar este mundo detenido
Yo te digo Ven
déjame nacer sobre la tierra

III
Te me vas haciendo alas
ya eres menos física que una palabra
flotas sobre mí ligera como aire
Te me vas haciendo imagen
porque cuando estoy contigo
quiero decirte algo
y la voz se me hace una paloma abstracta
Estoy lleno de ti como la tierra
me tienes inundado con tus ojos
eres más inaplazable que un segundo
24
Todo lo has podido haciéndote aurora
yo no puedo nada soy demasiado noche
canto de luz muda luciérnaga

IV
Yo el antiguo el nuevo
por el derecho que me da mi cráneo
hablo
en nombre de los que no tienen la segunda boca
para romper sus cápsulas de angustia
y digo
Nadie ha sido penetrado
el hombre
en su siniestra vocación de polvo
es intocable

25
Desvelo de los ángeles

Herib Campos Cervera


Poeta paraguayo

I
Sobre albas de maitines los Ángeles caminan.
¿Hacia qué territorios de música y laureles
llevan su paz inmensa y transparente?
¿Junto a qué latitudes de transido desvelo
van con el nardo intacto de su historia?

En espejos de nieve se miran y en perpetuo


sosiego, nos recuerdan.

Pero no duermen nunca:


arañan nuestra sangre llena de amargas heces;
suben por nuestras duras primaveras de sueños,
y en nuestra cal sonámbula y helada,
sollozan...

Y un día están, de nuevo,


con su ceguera triste de raíces
oprimiendo el camino de las llagas.

II
Los Ángeles son nuestros: son nuestras alas rotas;
son las anclas dormidas sobre lechos de herrumbres,
en la raíz penosa de la tierra.

Es nuestra voz de niebla y de distancia:


-esa que no pudimos usar en el instante
de elegir el camino marinero.

Los ojos de los Ángeles no duermen:


están en nuestras órbitas salobres
buscando el necesario reverso de la luz.

Y sus labios sumisamente eligen


las palabras que nombran la morada del sueño.

Sus manos son jazmines sellados de silencio,


junto a una cruz de nieve, eterna y pura.

III
Los Ángeles navegan siempre...
Un necesario acontecer los llama
26
hacia seguras islas de recuerdo y nostalgia.
Ardientes Rosas de los Vientos crecen
sobre el pecho, librado de mármoles tempranos,
y una remota música de brújulas
les traza itinerarios sobre un atlas de nube,
hacia dolientes rumbos de lunas desoladas.

Están entre archipiélagos de sombras,


reinando sobre imperios de glaciales contornos.

Cruzan la absorta dimensión del aire,


y el alba numerosa que los lleva
se ilumina de pájaros azules.

Los Ángeles, sin rostro y sin memoria,


navegan por los cauces nocturnos de la sangre.

Un cielo azul, invicto y despejado,


cuida su paz de sueños sin fronteras.

27
Balada de lo que no vuelve

Vicente Huidobro
Poeta chileno

Venía hacia mí por la sonrisa


Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar de alegría.

Van andando los días a lo largo del año


¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Mientras la herida cierra los párpados para dormirse
Me crece el corazón
Hasta romper sus horizontes
Hasta saltar por encima de los árboles
Y estrellarse en el cielo
La noche sabe qué corazón tiene más amargura

Sigo las flores y me pierdo en el tiempo


De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
28
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde? ¿En dónde?
Andan los días en tu busca
Los días llagados coronados de espinas
Se caen se levantan
Y van goteando sangre
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve
Todo es otra cosa
Nada vuelve nada vuelve
Se van las flores y las hierbas
El perfume apenas llega como una campanada de otra provincia

29
4

Ariel Pérez
Poeta boliviano

Solitaria amiga mía, todo en ti me


conmueve. Es de noche y algo sin
nombre se agita en el universo de tu
cuerpo. Un movimiento tuyo bastaría
para encontrar mi delirio. El camino es
angosto, delicado como un zafiro entre
las sábanas. Perdona que estas palabras
confusas vean otros ojos, pero la luna
está saliendo tras una rama de almendro
y la noche oculta sus colmillos de nácar.
Cierra sus ojos en un abrazo de párpados
y una estampida de viento sale de
sus brazos…por fin, creo que soy yo
quien se mira. Escribí sobre la muerte y
la saqué de su lecho nocturno. Creo en
ella. La muerte y no la vida es el gran
motivo. A veces llega hasta aquí una
ráfaga de insomnio, y me atrevo a mirar,
y me encuentro contigo. Mujeres de nubes,
gris

30
96 De El libro del desasosiego
Fragmento

Fernando Pessoa
Escritor portugués

Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo
que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que
ayer fue la vida perdida.

Apagarlo todo en el cuadro de un día para otro, ser nuevo con cada nueva madrugada, en
una revirginidad perpetua de la emoción: esto, y sólo esto, vale la pena ser o tener, para ser
o tener lo que imperfectamente somos.

Esta madrugada es la primera del mundo. Nunca este color rosa amarilleciendo para blanco
caliente se ha posado así en la faz con que el caserío del oeste encara lleno de ojos
vidriados el silencio que viene en la luz creciente. Nunca hubo esta hora, ni esta luz, ni este
ser mío. Mañana, lo que será otra cosa, y lo que yo vea será visto por unos ojos
recompuestos, llenos de una nueva visión.

31
La mujer pinta sus pies de verde

María Ángeles Pérez


Poeta española

La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos.


De los talones nace el odio del asfalto,
su ennegrecida capa de petróleo
embetunando pájaros y niños,
forma de aminoácido esencial
que desgasta las alas, la llovizna,
las caracolas blancas peleando
contra el rencor viscoso de la brea.
Con una brocha grande, la mujer
pinta el verdor oscuro de las aguas
en las que se deslizan los arenques
y sus anillos de aire livianísimo,
también los hipocampos, las ballenas,
los moluscos marinos que retozan
en praderas de posidonias vivas
y se aparean en nombre del amor.
Igualmente la hierba de los prados,
el musgo cariñoso y los helechos
comienzan en los dedos desiguales
de los pies y remontan las rodillas
como salmones tibios desovando
a la altura feliz de las caderas.
Para el negro sudario del benceno
que atrapa las gaviotas y las lanza
contra la arena triste, enrarecida
del tiempo y el esfuerzo alquitranados,
la mujer se encarama en sus dos pies
y suelta el corazón como una tórtola.

32
Nostálgico

Matilde Casazola
Poeta boliviana

Está distante y está lejano;


qué quieres, nada puedo yo hacer.
Sus ojos miran un sueño arcano
donde no alcanza, ¡ay! mi poder.

Lágrimas corren por sus mejillas;


es de nostalgia que enfermo está.
Son los recuerdos de esa Sevilla
por donde quiso un día pasar.

Son girasoles de esos caminos


en cuyos oros se encandiló;
dulce lenguaje de algún vecino
que en susurrante brisa le habló.

Es su invisible herida que sangra;


es un lugar al que quiere volver;
Sus ojos miran esa distancia
¿qué quieres?, nada puedo yo hacer.

Y está lejano y absorto y pálido


soñando en músicas que no son de aquí;
viendo pausado surcar un barco
aguas del río Guadalquivir.

¡Ay de esos puentes, de esos naranjos


de esas guitarras de ardiente son
como un sollozo que se vuelve canto!
¡de esas heridas coplas de amor!

Lo han hechizado y está cautivo


mirando luna gitana danzar
entre los álamos y los olivos
su cuerpo blanco aromado de azahar.

Y oye su nombre en temblantes labios


con un acento de esa región.
Son esos cielos donde ha colgado
la estrella mágica de su ilusión.

Es de imposible quimera que muere,


son esas tierras donde quiere volver
y a mis palabras tiernas no atiende…
¿qué quieres? nada puedo yo hacer.
33
Fuga de otoño

Alfonso Cortés
Poeta nicaragüense

Aquí todo, hasta el tiempo se hace espacio.


En los viejos caminos nuestra voz yerra como olvido,
y un éter lleno recuerdos, se ha salido
de nosotros el alma, para vernos de lejos.

El cielo es como un fiel recuerdo de colores,


en que tú arremolinas, luz sonora, tus vientos;
la loca de la tarde hunde sus pensamientos
de luz, en la epidermis de seda de las flores.

Yo hilaré con el blanco vellón de los vésperos,


horas de amor sutiles, concisas y espaciosas
viendo venir las pálidas parejas amorosas
en la convalecencia feliz de los senderos.

34
Para hallarte esta noche

Julia de Burgos
Poeta de Puerto Rico

Para hallarte esta noche las pupilas distantes,


he dominado cielos, altamares, y prados.
He deshecho el sollozo de los ecos perdidos...
tengo el hondo infinito jugando entre mis manos.

Siénteme la sonrisa. Es el último sueño


de una espiga del alba que se unió a mi reclamo...
Yo quiero que adelantes en espíritu y alas
mi canción enredada de trinos y de pájaros.

Te esperaré la vida. Levántame el ensueño.


Mírame toda en ascuas. Recuéstate en mis labios.
¡Tan simple, que en mitades iguales de armonía,
se rompieran a un tiempo tus lazos y mis lazos!

Vuélvete la caricia. No quiero que limites


tus ojos en mi cuerpo. Mi senda es el espacio.
Recorrerme es huirse de todos los senderos...
Soy el desequilibrio danzante de los astros.

35
Consejos para sobrevivir

Juan Gustavo Cobo Borda


Escritor colombiano

I
Tu recuerdo me acorrala
y un animal, débil y acezante,
cura sus heridas con paciencia.
Me huelo buscando en mi piel
huellas de la tuya
y hay algo ciertamente espantoso
en dormir sin ti.
Repito,
un poco cansado de recalcar lo obvio,
que te quiero y ojalá nunca me olvides.
Pero esto es, o pretender ser,
un poema de amor.
Borra el énfasis,
diluye todo grito patético
y recuerda que la mayor sabiduría
consiste en desaparecer a tiempo.

II
Ahora, cuando mi vida
se parece cada vez menos a mi vida,
recorro las calles de piedra del pasado
y contemplo, turbio de asco e ira,
cómo todo se reduce a la muy larga torpeza
de incesantes comienzos.
Recuerdos enmohecidos, malas costumbres
y ese desasosiego que nos acoge
con rubor inevitable: la cobardía.
Repugnancia por días inmundos
y el seguir, con terquedad,
prisioneros de nosotros mismos.
Vieja y sagaz
la tristeza adivina nuestro único rostro valedero.
Entretanto, en el bosque nocturno,
el cadáver florecía de deseo.

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