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Antes de empezar me gustaría reconocer mi deuda no solo con Lewin y también con Kohler,
sino también con Gregory Bateson (1979), y en el mundo de la Gestalt contemporánea a Gary
Yontef (1984), y Carl Hodges (1990), quienes me han ayudado a captar mejor el punto de vista de
la teoría de campo. Ellos están, por supuesto, absueltos de cualquier inadecuación en el presente
informe. Los cinco principios son los siguientes:
El principio de Organización
El principio de Contemporaneidad
El principio de Singularidad
Por supuesto, durante la mayor parte del tiempo, el campo, tal y como está estructurado
ahora, permanece invariable: la sala de conferencias mantiene sus funciones cotidianas de sala de
conferencias, repleta de las expectativas habituales sobre cómo se usa, sobre los muebles y sobre
el espacio. Los campos, por tanto, difieren a lo largo de un continuo entre si su organización es
familiar o novedosa. Por un lado, las funciones se pueden fijar en ladrillos y mortero y
suposiciones arquitectónicas y, por otro lado, la estructura puede ser nuevamente revelada,
improvisada con un propósito presente y transitorio. En cualquier caso, "estructura" y "función"
no están rígidamente separadas, sino que ambas son intentos de expresar cualidades de la
totalidad interrelacionada.
Permitidme decir unas palabras sobre la aleatoriedad. Como terapeutas gestálticos sabemos
que mucho de lo que puede parecer aleatorio o inconsecuente está, de hecho, organizado; es
decir, tiene sentido en algún contexto del que podemos no ser conscientes en parte o
completamente. Si observamos que hay una persona rascándose la rodilla, o dando golpecitos con
el dedo, o dudando momentáneamente, a veces llevamos la atención a estos epifenómenos
aparentemente triviales y pasajeros. Lo hacemos porque sabemos por nuestra experiencia que,
muy a menudo, no son triviales en absoluto. En una exploración más concienzuda encontramos
que son parte de un esquema mayor, quizá una situación inacabada en la cual se han retroflectado
los impulsos. El significado del pequeño acontecimiento se revela conforme se aclara el contexto
más amplio o la situación total. El comportamiento y la experiencia fenomenológica que son vistos
como parte del campo total, o que son contextualizados, se perciben como organizados, como
dotados de significado.
Lewin señala que “el carácter de la situación en un momento dado” debe incluir el-pasado-
como-es-recordado-ahora o el futuro-como-es-anticipado-ahora, que formarán parte del campo
experiencial de la persona en el presente. Así, el individuo no solo ve su situación presente,
también tiene ciertas expectativas, deseos, miedos, ensoñaciones respecto a su futuro (ibid. p.
53), y estas nociones, junto con sus conceptos sobre el pasado, constituyen parte de su realidad
presente:
El pasado psicológico y el futuro psicológico son partes simultáneas del campo psicológico en un
momento dado. La perspectiva temporal está cambiando continuamente. De acuerdo con la teoría
de campo, cualquier tipo de conducta depende del campo total, incluyendo la perspectiva
temporal en ese momento, pero no, además, de cualquier campo pasado o futuro y sus
perspectivas temporales (Lewin, 1952, p. 54, la cursiva es mía)
En resumen, no son los acontecimientos reales, pasados o futuros, los que nos preocupan,
porque las condiciones reales del campo de estos otros momentos no estén presentes ahora.
Podemos observar aquí que está implicada una concepción de la causalidad radicalmente
diferente a la que es más general en nuestra cultura y en otras variedades de psicoterapia. Como
terapeutas gestálticos, con nuestro foco en la experiencia presente, no explicamos los fenómenos
haciendo referencia a “causas” pasadas o futuras. En lugar de ello nos concentramos en “lo que
es” más que en “lo que fue” o “en lo que será”, no porque queramos hacer caso omiso de la
historia de una persona o de sus futuras intenciones, como por ejemplo, su pasado de abusos
sexuales o sus planes para casarse, sino porque nuestra atención se dirige, en el caso del abuso, en
primer lugar, a cómo es recordado o evitado o se le quita importancia o es magnificado ahora y,
con sus planes de boda, estamos interesados no tanto en los planes en sí mismos sino en la
manera global en la que forman parte de su realidad presente, o, utilizando otro término de
Lewin, de su “espacio vital”.
Llevando este ejemplo más allá, podemos ver en la terapia misma que lo que también forma
parte del campo presente es la persona y la presencia de su terapeuta. El recordar o el anticipar (el
abuso pasado y el futuro casamiento respectivamente) están teniendo lugar, por lo tanto, en un
contexto humano cotidiano donde habrá un mayor o menor grado de confianza en el terapeuta,
mucho o poco apoyo ofrecido, y en el que el terapeuta puede tener claras o no las fronteras. Estas
circunstancias actuales son, inevitablemente, parte del campo presente, y a su vez afectarán a
cómo el pasado o el futuro se recuerdan; así como su recuerdo presente, a su vez afecta a la
situación total (quizás al futuro curso de la terapia) conforme va evolucionando posteriormente.
La terapia Gestalt, como un enfoque fenomenológico, examina por tanto los acontecimientos
reales presentes en la situación de terapia en sí misma.
Cada situación, y cada campo persona-situación, es único. Por más que a muchos psicólogos
les guste pretender otra cosa, que la conducta humana pueda ser asimilada en la ciencia normal y
en “leyes” generalizadas aplicadas para explicar la conducta, nuestra experiencia conocida, directa
y personal es otra cosa. Las circunstancias nunca son exactamente las mismas, y diferentes
personas tienen inevitablemente diferentes perspectivas o puntos de vista, incluso aunque
parezca que están localizadas en el mismo tiempo y lugar. Todos nosotros escuchamos juntos esta
conferencia, pero nuestras experiencias fenomenológicas reales son todas distintas. Como hemos
observado tantas veces en grupos, lo que destaca como interesante o relevante para las
diferentes personas es extremadamente variado, relativo a su fondo, a su necesidad presente, a
las preocupaciones presentes que lo impregnan todo y a asuntos inconclusos antiguos. Del mismo
modo, cada persona que escucha (o que lee) lo que estoy diciendo estará haciendo distintas
conexiones, absorbiendo ciertas cosas e ignorando o poniendo a un lado otras. Los significados
serán construidos individualmente y las conclusiones que se extraigan no van a ser idénticas.
Las generalizaciones son, por lo tanto, sospechosas. Implican un orden y una predictibilidad
que a menudo no se mantienen cuando atendemos a “lo que es”. A menudo los recién llegados a
la TG se sienten frustrados, ya que quieren respuestas a cuestiones tales como “¿cómo trabajas
en TG con la cliente que padece de anorexia ?" cuando uno les señala cuidadosamente que no hay
un procedimiento general que se derive de una noción fija de anorexia; sino que en su lugar, el
terapeuta atenderá a las circunstancias individuales, al nivel de auto-apoyo de la cliente, al grado
de consciencia inmediata, [N. de los T.: Traducimos awareness por consciencia inmediata e
implícita del campo presente o consciencia inmediata. Además siguiendo el planteamiento de
Carmen Vázquez en la traducción de Terapia Gestalt, de Perls, Hefferline y Goodman, el término
consciousness lo traduciremos por consciencia reflexiva cuando haya lugar.] al tiempo disponible,
a la naturaleza de las resistencias, a la urgencia de la necesidad presente y a las formas en las que
la persona interrumpe el contacto, por mencionar unos pocos de los muchos aspectos de la
situación total presente que pueden influir en lo que el terapeuta va a atender. El honrar la
singularidad de cada grupo de circunstancias y de cada persona requiere, por consiguiente, tanto
respetabilidad como voluntad de tolerar la ambigüedad y la falta de certeza. Las generalizaciones,
que implican similitudes inherentes, pueden llevar a estructuraciones de la realidad percibida
prematuras o a priorísticas, que pueden fácilmente llevarnos, después, a encontrar en la situación
presente lo que uno está buscando.
Este principio se refiere a que el campo sufre continuos cambios: “uno nunca se mete en el
mismo río dos veces”. Mientras el principio de singularidad enfatiza la necesidad de perspectivas
únicas para acontecimientos únicos, el principio del proceso cambiante se refiere al hecho de que
la experiencia es provisional más que permanente. Nada es fijo ni estático de un modo absoluto.
De forma apropiada, los gestálticos son cautelosos con las categorías que efectivamente se
convierten en etiquetas permanentes, y las descripciones que se vuelven definiciones fijas de una
situación. Así, en lugar de dividir a la gente, digamos, en "retroflectadores" y "no-
retroflectadores”, nosotros preferimos pensar el retroflectar como un proceso, y uno en el que
todos entramos alguna vez, dadas ciertas circunstancias. Incluso alguien que retroflecta
frecuentemente no siempre lo hace. Como Lewin (1952) puntualiza:
Un estado dado de una persona corresponde a una variedad de comportamientos y puede ser
inferido solo a partir de una determinada combinación entre la conducta explícita y la situación.
Vamos, por lo tanto, a ser cautos con la tendencia a sistematizar, hacer permanente y fijar
en categorías y definiciones. Al mismo tiempo permitámonos también ser cautos en la creación de
una gestalt fija o nueva dicotomía en la que nosotros “nunca utilizamos categorías diagnósticas”.
Este principio afirma que ninguna parte del campo total puede ser excluida de antemano como
inherentemente irrelevante, por muy mundana, omnipresente o aparentemente tangencial que
pueda parecer que es. Todo en el campo es parte de la organización total y es potencialmente
significativo. Los terapeutas gestálticos están interesados en “lo obvio”, en volver a convertir en
novedad lo que se ha vuelto invisible y automático, o está siendo dado por supuesto o
considerado irrelevante.
Así, en terapia, por ejemplo, un arraigada gesticulación, una forma de moverse, o un estilo
de hablar pueden ser considerados, por la mayoría de la gente, incluido el cliente, como un
aspecto personal “permanente”, una característica fija y, por tanto, dada, y como algo no
relevante para el tema en cuestión. Por lo tanto, en terapia Gestalt y en la teoría de campo nada
puede ser excluido a priori de la investigación.
Si tomamos la analogía del mirar críticamente cuadros que han sido expuestos, es como si
el teórico del campo no se sintiera satisfecho con mirar sólo los cuadros en sí mismos, sino que
estuviera abierto, por lo menos, a la posibilidad de que el estilo de los marcos pueda jugar un
papel importante en cómo se aprecian los cuadros, o que el contexto de la exposición como una
totalidad proporciona un brillo especial a la naturaleza de las pinturas.
Esta apertura a cualquier cosa en el campo no es una llamada a una inclusión exhaustiva en
la que todas y cada una de las influencias que contribuyen a la realidad de una persona o de un
grupo tenga que ser incluida. No solo sería un ejercicio imposible y nos llevaría a una concepción
estática del campo, sino que además sería innecesario. El campo está organizado y lo que es más
relevante o que presiona se descubre con facilidad en el presente. En lugar de documentar
exhaustivamente lo que hay en el campo, se atiende a lo que es momentánea o persistentemente
relevante o interesante, y esto va a mostrar cómo se organiza el campo en ese momento. La clave
es, sin embargo, que la gama de lo posiblemente relevante no esté restringida sólo a algunas
partes del campo total.
Un aspecto específico del campo puede ser tan “invisible” que sea pasado por alto
sistemáticamente como si no tuviera ninguna relevancia: la presencia del observador. Sin embargo
el observador, o el comentarista, o el investigador, siempre es parte de la situación total y, con
seguridad, no puede ser excluido de ella. De forma parecida, en los grupos de terapia Gestalt al
viejo estilo, la presencia de una “silla caliente” inevitablemente es una parte muy importante del
encuadre o contexto de lo que ocurre en el grupo. De la misma forma la presencia de una
videocámara puede afectar profundamente la situación total. El principio de posible relevancia nos
recuerda que tener en cuenta la situación total sólo requiere hacer precisamente eso.
Formas de conocimiento
Los cinco principios expuestos más arriba se superponen y no son individuales. Más bien son
cinco ventanas a través de las cuales podemos considerar la teoría de campo, explorando su
relevancia en la práctica. En cierto sentido, no debería haber sorpresas: los principios son
intrínsecos a la práctica de la Terapia Gestalt, incluso si los profesionales no se han dado cuenta
antes de que estos insights podían ser descritos en términos de la teoría de campo.
Como una perspectiva general, una forma de hablar de la experiencia humana y dotarla de
sentido, la teoría de campo intenta captar el flujo interrelacionado de la realidad humana sin
desplegar, impregnada como está con nuestros significados e importancias personales. Ya que la
mayoría de nosotros somos miembros de familias, comunidades, grupos sociales, organizaciones,
es también un vehículo para explorarnos a nosotros mismos en relación. No hay un punto de corte
claro entre “interno” y “externo”; el campo unificado es el lugar de encuentro de los dos.
La teoría de campo, como he dado a entender, aporta una manera de apreciar la realidad.
Como tal, como un sistema global de conocimiento, puede decirse que es una “epistemología”
(Bateson 1979, Berman 1981) que no concuerda con la epistemología general o predominante de
la ciencia normal, con la actual psicología académica y clínica, y con muchas formas de
psicoterapia distintas a la Terapia Gestalt.
Lo que se da por sentado en muchos círculos son una serie de suposiciones que nos son
familiares a todos nosotros, en gran medida por las formas en las que hemos sido educados. Así, la
experiencia subjetiva “no es de fiar”; la posibilidad de que se repita el fenómeno tiene que
establecerse antes de poder ser tomado en serio; las causas específicas de los acontecimientos
necesitan ser aisladas si los acontecimientos han de ser entendidos; los problemas complejos
tienen que ser traducidos a variables, parámetros o partes componentes, para ser estudiados
sistemáticamente; el conocimiento cuantitativo supera al conocimiento cualitativo; el ser capaz de
medir algo es un paso de gigante hacia su entendimiento adecuado; el éxito en argumentos
racionales es el árbitro supremo de las diferencias entre puntos de vista; el pensamiento holístico
es vago y confuso; la objetividad es desapasionada y políticamente neutral; y prácticamente en
todos los asuntos el esforzarse en “ser científico” es altamente recomendable.
Esta condensada caricatura es sin duda alguna demasiado simple. "Criticar la ciencia" se ha
puesto también de moda y es demasiado fácil (justo acabo de escribir estas palabras en mi
procesador de textos). No obstante, la epistemología dominante es tan poderosa y está tan
difundida, que las formas de pensamiento que están basadas en un conjunto de principios y
presupuestos fundamentalmente diferentes, como la teoría de campo, lo tienen muy difícil para
ser aceptadas generalmente, de manera especial en círculos que han invertido mucho en la
preservación de los presupuestos y puntos de vista del statu quo epistemológico.
Tal y como está documentado (p.e., por Capra, 1982 y Berman, 1981) la epistemología
dominante durante los siglos diecinueve y veinte surgió de la revolución científica y filosófica que
asociamos con Galileo, Newton y Descartes. Antes de este momento, hace cuatrocientos o
quinientos años y antes de que comenzara la era científica, la epistemología existente era muy
distinta, y era congruente con el sistema económico y social que existía en aquel tiempo.
Antes del año 1500 la visión dominante del mundo en Europa, así como en la mayoría de las
civilizaciones, era orgánica. La gente vivía en pequeñas comunidades cohesivas y experimentaba
la naturaleza en términos de relaciones orgánicas, caracterizadas por la interdependencia de los
fenómenos espirituales y materiales y la subordinación de las necesidades individuales a las de la
comunidad... (Capra 1982, p. 53).
Esta perspectiva iba a cambiar radicalmente en los siglos XVI y XVII. En palabras de Capra: “la
noción de un universo orgánico, viviente y espiritual fue reemplazada por la del mundo como una
máquina, y el mundo-máquina se volvió la metáfora dominante de la era moderna (1982, p. 54) Y
con la metáfora de la máquina vino la convicción, primero en filosofía, y después en psicología
cuando se materializó en una disciplina académica, que los seres humanos también podían ser
considerados como máquinas, y su experiencia personal presente puesta a un lado y relegada a
favor de “medidas objetivas” de conducta en condiciones de laboratorio.
Una consecuencia importante de lo que ocurrió con este gran cambio fue que los seres
humanos se consideraron cada vez menos relacionados e interdependientes entre sí y con la
naturaleza. Berman lo dice elocuentemente:
La visión de la naturaleza que predominaba en el Oeste hasta las vísperas de la revolución
científica era la de un mundo encantado. Rocas, árboles, ríos y nubes eran vistos todos como
maravillosos y vivos y el ser humano se sentía en casa en este entorno. El cosmos era un lugar de
pertenencia. Un miembro de este cosmos no era un observador alienado de él sino un
participante directo en su drama. Su destino personal estaba vinculado con el destino del cosmos,
y esta relación daba sentido a su vida. Este tipo de conciencia, “conciencia participante”,
implicaba.... la identificación con lo que a uno le rodea, y sugiere una totalidad psíquica que hace
mucho tiempo que desapareció de la escena (1981, p 16).
Así podemos empezar a ver cómo la epistemología que representa la teoría de campo tiene un
largo pedigrí; al menos, en algunas formas encaja con la más “primitiva” y natural visión del
pasado remoto en la que el dualismo estaba, si no ausente totalmente, había, ciertamente, una
división tan profunda como se ha puesto de manifiesto en los últimos trescientos a cuatrocientos
años. La frase “Conciencia participante” es una buena forma alternativa de describir el campo
unificado en el que no hay una radical ni rápida división entre el observador y lo observado, el
sujeto y el objeto.
El punto final lógico de ésta visión del mundo es un sentimiento de cosificación total. Todo es un
objeto, un extraño, un no-yo, y finalmente yo soy también un objeto, una “cosa” alienada en un
mundo de otras cosas, igualmente sin sentido. Este mundo no es mi propia obra, al cosmos no le
importo y realmente no tengo la sensación de pertenecer a él. (1981, p. 16)
R.D. Laing llegó a una conclusión similar; como resultado de varios cientos de años de
incremento de la influencia científica sobre nuestras formas básicas de apreciar la realidad, mucho
de lo que es intrínseco a la vida humana (con V mayúscula) se ha perdido:
Quitada la vista, el sonido, el gusto, el tacto y el olor y junto con ellos se han ido la sensibilidad
ética y estética, los valores, la cualidad, la forma; todos los sentimientos, motivos, intenciones, el
alma, la conciencia, el espíritu. La experiencia como tal es arrojada fuera del universo del discurso
científico (Capra, 1982, p. 55).
Nuevas direcciones
Pues bien, es justo reconocer que la epistemología dominante es ahora atacada desde muchos
frentes, no únicamente por los teóricos del campo. Es admitido por todos, que lo que Donald
Schon (1988) llama “racionalidad técnica” ha tenido un éxito estupendo en la promoción del
mundo-máquina.
Aunque ahora es encontrada inadecuada por muchos, incluyendo a los ecologistas, los físicos
modernos (las consecuencias de la relatividad y de la mecánica cuántica), los practicantes de
medicina holística, los arquitectos comunitarios, los economistas alternativos y muchos otros,
incluyendo a los terapeutas gestálticos.
En esta visión de conjunto de la teoría de campo he tratado de mostrar que es una perspectiva útil
y de largo alcance. Hasta aquí mis observaciones han sido generales. Ahora es el momento de ser
más específico.
Habiendo planteado la teoría de campo como una perspectiva para la terapia Gestalt, es
necesario considerar primero qué idea del “self” es compatible con esta perspectiva. Desde ahí
examinaré la idea de la co-creación de un campo articulado por dos partes o dos selves[N. de los
T.: “selves” es el plural de “self"], y esto lleva, naturalmente, a la cuestión de la relación
terapéutica uno-a-uno.
El self
Utilizando el lenguaje de la teoría de campo, y de nuevo estoy en deuda con Hunter, podemos
pensar en el self como el que configura el campo. Ésta es una definición distinta del self, pero
compatible con las otras dadas aquí. ¿Cómo enmarco mi realidad en un momento determinado?
¿Cómo organizo mi “espacio vital”? ¿Cómo organizo mi experiencia? Hago esto constelando u
organizando (o configurando) el campo de acuerdo con significados específicos, un proceso
personal en el que ciertas partes de mi experiencia global se vuelven figuras y otras partes se
organizan alrededor de ellas, como fondo. Y este proceso puede ser considerado como el self en
acción o, en la frase de Latner, “nosotros-en-proceso”. El self es por lo tanto (como en todas las
teorías gestálticas del self) definitivamente un proceso y no una entidad mental abstracta y
estática; nos da una forma de describir un proceso en marcha, evolucionando y transformándose,
en el que estamos implicados continuamente, configurando el campo de la experiencia, o
eligiendo nuestra realidad.
Entonces ¿qué pasa cuando hay dos personas, relacionándose juntas y ambas configurando sus
campos al mismo tiempo? En lugar de pensar solamente en dos campos fenomenológicos
separados, vamos a admitir que cuando dos personas conversan o se relacionan con otra de
alguna forma, algo pasa a formar parte de la experiencia que no es producto exclusivo de ninguna
de ellas. Lo que ocurre entre ellos es una función de ambos juntos. Es una realidad co-creada
(Beaumont 1990) que potencialmente incluye todo lo que está en el campo de la experiencia o
espacio-vital de cada uno de los dos participantes pero no son, simplemente, dos conjuntos de
experiencias añadidos juntos. Más bien hay un campo compartido, una tierra común de
comunicación que es mutuamente construida.
¿Cómo es esta realidad compartida traída a la existencia? Bien, si dos individuos se sientan
calladamente mirando uno al otro, como pasa en muchas salas de espera del dentista, el espacio
entre ellos va a permanecer indiferenciado y sin forma y habrá muy poca realidad compartida.
Como mucho, el espacio se llenará con mezclas de proyecciones y adivinaciones, prejuicios sin
comprobar y estereotipos no reconocidos. Si hay un poco de contacto visual, si hay intercambios
de palabras o expresiones faciales hechas uno al otro, si se da un esbozo de comunicación y de
conexión, el espacio entre ellos empieza a volverse vivo. En una de las charlas de Fritz Perls (1969)
dice:
Mitwelt (el mundo social tal y como es experimentado...) el mundo común que tú tienes y que
otra persona tiene.
Continúa:
Te das cuenta si la gente se encuentra, empiezan el gambito del encuentro, uno dice “¿Cómo
estás? Hace un tiempo estupendo” y el otro contesta algo más. Así van a la búsqueda de un interés
común, o un mundo común donde tienen... comunicación y disfrute juntos, cuando van de
repente del Yo y Tú al Nosotros. Así hay un nuevo fenómeno en desarrollo, el Nosotros que es
diferente del Yo y del Tú. El “Nosotros”... es una frontera siempre cambiante donde dos personas
se encuentran. Y cuando nos encontramos ahí, entonces yo cambio y tú cambias, a través del
proceso de encuentro mutuo. (ibid. Pp. 6-7)
O por citar a Carl Hodges (1990): “El contacto organiza el campo” y la realidad compartida,
la relación empieza a tomar forma.
Podemos utilizar la analogía del baile: dos bailarines están juntos; ambos tienen disponibles
(potencialmente) toda la experiencia de baile previa a lo largo de sus vidas, probablemente
incluyendo la exposición a distintas miradas y enseñanzas; y cada bailarín tiene un repertorio de
secuencias preferidas, movimientos, ritmos o pasos de baile. A uno puede gustarle mucho saltar
por el aire, al otro moverse muy lentamente; a uno le puede gustar trabajar en el suelo, al otro
estar moviéndose a toda costa. Crean un baile juntos, que es el producto de dos creatividades, y
las cualidades gestálticas de su danza, y como observadores de ella, nuestra satisfacción estética
con la danza, dependerá de la cualidad de su interacción, de cómo se compenetren.
Cuando empiezan, el campo compartido o la realidad común es informe e indiferenciada. Con el
contacto, con el encuentro o la interacción, el campo empieza a estructurarse. Se dan unos pocos
pasos y esto sienta un precedente. Es un poco como el pintor expresionista abstracto que pone un
manchón de pintura en el medio de un óleo vacío. Esto empieza a estructurar el campo, empieza a
organizar ésta realidad particular. La segunda aplicación de pintura tiene que estar en relación con
la primera. Y, según el pintor va añadiendo más pinceladas, las oportunidades para hacer algo
totalmente distinto se vuelven más difíciles. Hay cada vez menos grados de libertad. Se le ha dado
forma al campo, ha sido conformado.
A medida que el campo se vuelve progresivamente más diferenciado, más organizado, más
estructurado, el giro inevitable se da cuando el campo mismo, como si dijéramos, empieza a
determinar lo siguiente que ocurra, las posibilidades creativas para el pintor, el bailarín, las partes
de la relación dependen ahora de lo que ha ocurrido antes. El principio se puede aplicar de un
modo general: damos forma a nuestras vidas, a nuestras actitudes, a nuestros hogares, a nuestras
carreras, a nuestros caracteres, a nuestras organizaciones, y de vuelta, ellos nos dan forma a
nosotros. Cuanto más fija es la configuración del campo en un momento cualquiera, más difícil se
vuelve el disolver el patrón existente o hacer algo enteramente nuevo o fuera de él. Todos
conocemos el poder del precedente, del hábito y de la repetición, y la dificultad, incluso el terror,
que puede estar presente en el proceso de deshacer la configuración fija, la Gestalt fija.
Por lo tanto, el self es la función de hacer gestalts, el proceso de crear nuestro espacio-vital
individual en el momento, el construir nuestra realidad personal. Dos individuos, relativamente
libres de neurosis, pueden aproximarse a la creación de una realidad compartida con mucha
creatividad disponible. La danza, la gestalt co-creada, puede ser divertida, puede ser jugar.
Vamos a suponer, sin embargo, que una o ambas partes de esta actividad tienen unas formas
especialmente estereotipadas en las que configuran sus campos, de tal forma que el proceso de
formación de gestalt o la constelación en sí misma se ha vuelto fija, ¿que pasa entonces? Vamos a
suponer que un hombre se acerca a una mujer más bien como si tuviera filtros en sus ojos, quizás
el espectáculo específico y distorsionado resultante de considerar a las mujeres siendo como su
madre o una antigua maestra de escuela (¡como sabemos que ocurre muy raramente¡) En estos
casos él está introduciendo dentro del campo mutuo co-creado un elemento significativo de
inflexibilidad. (Otra forma más familiar de entender este proceso sería hablar de que está
habiendo una perturbación en la frontera contacto, la proyección)
Por seguir con la analogía del bailar, cuando el proceso de contactar es interrumpido de esta
forma por una parte, la danza entre los dos bailarines es afectada inevitablemente. Así,
supongamos que siempre que ella baila de una forma específica o tiene una cierta expresión, él la
percibe, debido a su proyección, a su modo fijo de configurar, siendo crítica, o estando necesitada,
o coqueta, o cualquiera que sea el significado global que él esté elaborando, él bailará con ella
como si fuera crítica, o necesitada o que coquetea, independientemente de cual sea realmente la
experiencia de ella o de cómo ella esté configurando su realidad de estar con él. Bailando con ella
de esta forma específica, él se moverá, percibiendo y reaccionando de modos que van con su
forma específica de configurar el campo y de una forma diferente a si la estuviera viendo de otra
forma, digamos creativa, fuerte, agresiva. Dado que su realidad de él y del baile es gobernado en
parte por cómo él está bailando con ella, su propia danza estará, naturalmente, influenciada. El
baile, el acontecimiento común, será llevado hacia una dirección de ser fijo y estereotipado,
incluso si solo una parte de las dos está configurando su campo de una forma auto-limitante.
La idea, de que en la creación del campo mutuo cada uno está ayudando a crear la realidad de
los otros, es para meditar. Obviamente tiene significado para lo que nosotros hacemos como
psicoterapeutas practicantes. También suscita preguntas más globales en relación con la practica
de estar en comunidad.
En una edición reciente de The Gestalt Journal, Raymond Saner (1989) ha reflexionado sobre la
moda cultural de la Gestalt en un artículo donde se refiere a “la terapia Gestalt hecha en USA”. Se
refiere a la moda concreta de exagerar el individualismo “una sobrevaloración del cuidarse de sí
mismo, de la identidad individual, de la independencia emocional”, y lo que él llama una calculada
participación en las organizaciones. En contraste ha habido infravaloraciones de los polos
opuestos; del cuidar de la comunidad o del entorno, de la conciencia del nosotros, del
reconocimiento de nuestra dependencia personal de la organización, y de nuestra implicación
moral con ellas.
“la situación terapéutica está caracterizada por el interaccionar del terapeuta y del paciente y el
co-influenciarse cada uno simultánea, continua y consistentemente (1989, p. 61)”
Esta afirmación refuerza la puntualización hecha al principio de esta sección, que nosotros
ayudamos a crear la realidad de los otros a través de la creación de un campo mutuo. Sus
implicaciones son muchas, y son radicales para la práctica de la psicoterapia en general.
Así, cualquier sugerencia de que el terapeuta puede actuar más o menos como si él fuera
un observador objetivo, “meramente” un intérprete de lo que está ocurriendo en la terapia, sin
ser un participante al completo, se vuelve altamente sospechosa.
Recuerdo hace muchos años al ser entrevistado por una socióloga que se enorgullecía de sí
misma sobre lo “científica” y “objetiva” que era. Hacía preguntas en un tono parecido al de un
robot y no mostraba ni una pizca de expresión cuando yo las contestaba. No quería “introducir
ningún sesgo” ni “influir mi respuesta en una u otra dirección”. El efecto fue que yo me
momifiqué. No hay ningún entrevistador a prueba de entrevistas y desde la perspectiva de la
teoría de campo no lo puede haber. Mi entrevistadora estaba confinada en la vieja epistemología
y todavía estaba operando con sus preconceptos erróneos sobre la objetividad y la ciencia libre-
de-valores.
De forma similar, argumentaría que los intentos de los psicoanalistas de “acotar” (por utilizar
una expresión bancaria) la relación terapéutica completa, estableciendo fronteras tan
inflexiblemente que, por ejemplo, no hablan si se encuentran por la calle, y no hay auto-revelación
por parte del terapeuta excepto en circunstancias extremas, son tan absurdas como los intentos
de la socióloga para tratar de no influirme. El paciente del analista, respondiendo al campo total, a
todas las circunstancias, no puede ser sino afectado por ellas; “no hablar” es, por lo tanto, un
mensaje tan significativo como el hablar más naturalmente. Esto no implica que las fronteras no
sean importantes, que no ayuden a estructurar el campo mutuo de formas que puedan ofrecer
seguridad y construir confianza. Pero podría darse el caso de que el hipotético analista en éstas
circunstancias, siguiendo un punto de vista teórico que objetivice al paciente e ignore las
condiciones del campo de la terapia, esté actuando con una forma fundamental de falta de
respeto, enseñando el distanciarse, la artificialidad y la inautenticidad.
Ignorando lo obvio
Antes de que volquemos todo nuestro criticismo fuera, hay una tendencia similar entre algunos
terapeutas y formadores gestálticos; probablemente todos nosotros algunas veces no contamos
con algunos aspectos de la situación total en la que estamos metidos, otra vez como si, o con el
supuesto de que no importan. A veces, cuando hacemos esto estamos ignorando lo que he
llamado el Principio de Posible Relevancia y muestra que no tenemos totalmente asimilada la
perspectiva de la teoría de campo.
De nuevo, en estas situaciones, es como si algo del campo fuera considerado simplemente como
“dado”, tomado por supuesto y asumido como que es irrelevante o al menos no suficientemente
importante para gastar tiempo examinándolo. Me recuerda los especialistas médicos que piensan
que la forma del tratamiento médico en sí misma es lo que importa mientras que otros aspectos
de la realidad del paciente, otras partes del campo total, como el contexto del hospital, o la actitud
de los médicos, o de los auxiliares, son de poca relevancia para el progreso del paciente y no
merece la pena dedicarles mucha atención, alguna puede ser pero no mucha. Si bien la teoría de
campo nos recuerda, primero, que la gente es afectada por la experiencia total, por el contexto
global de la actividad además de por la actividad en sí misma; y, segundo, que la reacción global de
la gente es a la realidad entera, no a aspectos parciales de ella. El concepto de campo unificado
significa que todas las influencias interdependientes actúan juntas: la gente responde al campo
unificado, no a partes aisladas o a factores separados; éstos son, por decir algo, solo conceptos.
Es así con los grupos, la publicidad, el método de selección, la habitación en la que tiene lugar,
las relaciones del líder con cada uno, las fronteras establecidas, las consignas del comienzo, la
historia colectiva percibida por grupo, todo ésto puede (y lo hace), algunas veces, afectar las vidas
completas de los grupos, no como una única y sola influencia sino como parte de una totalidad
interdependiente. Si la perspectiva de la teoría de campo se ha entendido plenamente e integrado
en la práctica, entonces todos los aspectos de la situación total están abiertos, por así decir, al
escrutinio y a experimentar.
El campo terapéutico
Para los terapeutas se deduce una idea especialmente provocativa de la noción de influencia
recíproca, es decir, que el cambio en el cliente se puede conseguir por el cambio del terapeuta.
Dado que es un campo co-creado, una función de lo que el terapeuta trae a él así como de lo que
el cliente trae, un cambio en la forma en la que el terapeuta actúa o siente hacia su cliente y se
interrelaciona con él afectará al campo mutuo y tendrá consecuencias para el cliente. El alcance de
lo que es posible a través de esta ruta es obviamente difícil de medir. Pero apoya fuertemente la
idea de que en una práctica impecable de la terapia Gestalt tiene que haber un lugar central para
la supervisión continua, así como una atención diaria a nuestra preparación-para-la-práctica.
Más generalmente, la implicación es que para volvernos mejores terapeutas, necesitamos
convertirnos en seres más evolucionados, no simplemente siendo más conscientes, ni incluso
siendo más conscientes de nuestros patrones de no ser conscientes a veces, sino permitiendo lo
que Yontef (1988, p. 31) llama una “actitud fundamental fenomenológica que impregne la vida
cotidiana”, efectivamente como una forma de estar-en-el-mundo.
En este sentido, quiero argumentar, que la terapia Gestalt no es algo que utilizamos
simplemente, como un conjunto de vestidos que nos ponemos temporalmente y después nos
quitamos. No es solo un puñado de técnicas, ni es ninguna clase de equipamiento terapéutico que
empujamos hacia un propósito clínico específico y después lo substituimos rápidamente por otro
tipo de equipo para otra meta. Si elegimos trabajar con la disciplina Gestalt, encontramos las
formas de pensar y de percibir que caracterizan el enfoque filtrándose a través de y en nuestras
vidas y relaciones. Si vamos a actuar congruente y auténticamente como terapeutas, tenemos que
reconocer que la forma como somos, el modo en el que vivimos, no puede estar separado, de
ningún modo, de nuestro trabajo como terapeutas gestálticos profesionales. Cualquier cosa en
nuestro campo fenomenológico se vuelve parte de la matriz desde la que nosotros co-creamos
campos con los otros. Y cuando hay claridad en nuestro propio campo presente, un mínimo de
asuntos inconclusos que distraigan, y buen auto-apoyo, mayor será la posibilidad de que nuestro
bailar sea creativo y de estar centrado y disponible en nuestras interacciones con otros.
La danza terapéutica
Otra implicación del pensamiento de la teoría de campo, ya mencionada antes, se relaciona con
cómo “la función de crear gestalts” puede en sí misma volverse estereotipada: el campo de un
individuo o un grupo puede configurarse de una forma fijada, familiar, incluso, a menudo, auto-
punitiva.
Un ejemplo puede ser que un cliente individual pueda estar intentando construir el campo
compartido o la situación de forma tal que el otro, el terapeuta, le encaje en sus expectativas
estereotipadas, es lo que necesita, que encaje en el rol diseñado que el cliente quiere crear. Si yo
soy el terapeuta, necesito, por lo tanto, estar atento a lo que está ocurriendo, y reconocer en qué
“baile” estoy siendo invitado a participar. Si me doy cuenta de lo que está ocurriendo, puedo elegir
cómo respondo – ya sea doblegarme o mantenerme firme en contra, comentar o no, declinar
amablemente o aceptar durante un tiempo el rol que me están pidiendo que juegue.
Naturalmente la realidad del cliente también cambia constantemente: no hay una configuración
del campo en oferta, por decirlo así, el campo está siendo constantemente re-configurado. Puede
haber muchas danzas diferentes. En el curso del encuentro de una hora la persona puede ser un
joven, un niño quejicoso, un jefe oprimido volviendo a recrear una situación de trabajo, un
adolescente resistente recordando el irse del hogar, o alguien negociando con el terapeuta sobre
días de vacaciones y honorarios. Estas diferentes configuraciones del campo representan
diferentes estados del ser: implicando quizás cambios en la postura corporal, la voz, los patrones
de pensamiento y el modo de relacionarse conmigo como terapeuta; todos éstos pueden cambiar
con cada “secuencia de baile” diferente. Y necesito reconocer éstos cambios y también el hecho
de que estoy observando diferentes “selfings” (o selves).
Estos diferentes estados del ser corresponden, de alguna forma, a los estados del yo en Análisis
Transaccional o a subpersonalidades en Psicosíntesis (Rowan, 1990). La cuestión es que con cada
clase de danza, con cada forma de configurar el campo, la realidad que es conformada por el
individuo y que me incluye a mí como terapeuta, está pidiéndome que adopte una parte
diferente de mí (Beaumont, 1990). Así, puedo ser, como si dijéramos, creado como un
“perseguidor” por alguien que tiene una forma paranoide de conformar su campo o (por otros)
como un “ayudador potencial”, o como un “experto que me dirá que hago”. Desde luego, si soy
consciente de lo que está ocurriendo, estoy más preparado para evitar la confluencia en la
constelación de mi campo en la forma en la que se espera de mí.
Petruska Clarkson (1989) habló en la conferencia gestáltica anterior sobre los diferentes
patrones de relación que pueden darse en terapia. Los describió en términos de arquetipos
familiares. Por ejemplo, como terapeuta, puedo ser como si fuera un de los abuelos, o me puedo
relacionar con mi cliente como un hermano, o como una forma maternal o paternal. Éstas son
algunas de las formas en las que puedo estar. La implicación que estoy perfilando es que cada una
de éstas representan constelaciones mutuas diferentes del campo que, dentro o fuera del
awareness, estoy co-creando con mi cliente.
Por lo tanto si soy seleccionado en el rol de, o juego parte de, uno que escucha paciente, o un
confrontador y establecedor de límites o, una presencia apoyadora, soy inextricablemente parte
del baile, parte del campo co-creado, la tierra común interpersonal.
Comentarios finales
Hoy he examinado con vosotros algunos de los mapas que se relacionan con la teoría de campo,
y he intentado mostraros que la terapia Gestalt está enraizada en las perspectivas específicas que
caracterizan la teoría de campo. Cuanto más se realiza esta conexión, más se verá la terapia
Gestalt como una terapia verdaderamente contextual. Específicamente me he concentrado en
cómo atender al “entre” en las relaciones, y el co-influenciar, la naturaleza interactiva de la danza
entre la gente, puede hacernos ver el trabajo terapéutico con una luz nueva.
En esta sección final, quiero concentrarme en algunos temas que van incluso más allá del tema
de cómo podemos afectar a otros y ser afectados por ellos. Al hacerlo voy a tocar temas que
raramente son tratados en terapia Gestalt pero según mi opinión necesitan serlo. Algunos pueden
ser fácilmente integrados en el pensamiento de la teoría de campo como la he descrito antes.
Otros, sin embargo, como tratan con el “entre dos”, van más allá de las esferas del pensamiento
convencional, y abarcan preocupaciones “periféricas” del tipo de las que, normalmente y por
casualidad, son descartadas por la clase médica y científica. Creo que los gestálticos necesitan
estar abiertos a áreas de búsqueda que indagen dentro de fenómenos que han sido, a menudo,
notados y se ha informado de ellos de forma anecdótica pero que lo que sucede es que caen fuera
de la realidad de la ciencia “respetable” o al menos no parecen tener una explicación sencilla.
Primero, estoy a menudo sorprendido por cómo llegan a establecerse realidades y procesos
paralelos. Por ejemplo, en supervisión, muy fácilmente puede ocurrir y frecuentemente ocurre,
que lo que está pasando en la sesión de terapia que se discute resulte re-hecho y representado en
la misma sesión de supervisión. Así, el terapeuta/supervisado puede ser excesivamente pasivo en
el vis-a-vis con el paciente y de pronto, el supervisor se da cuenta de su propia respuesta pasiva al
supervisado. Este fenómeno es bien conocido, y a menudo es atribuido a “procesos inconscientes”
por aquellos que hablan de inconsciente. Pero, ¿cómo trata la terapia Gestalt dichos paralelismos?
Bien, parece posible pensar en el campo co-producido que está siendo configurado en un
determinado patrón, y esto estar siendo transferido a otra localización/período de tiempo, quizás
(en la supervisión) porque están dándose características comunes en las dos situaciones. Ésta es,
naturalmente, nada más que una explicación como la que se refiere al inconsciente, pero puede
ser un punto de partida descriptivo más fructífero. Y podemos ver aquí, en miniatura, el mismo
proceso, que implica transferencias masivas de configuraciones-de-campo, como puede ocurrir
cuando se extienden por todo el globo habilidades, actitudes y modas, o cuando una “atmósfera”
se comunica rápidamente por toda una organización. (Ver nota 1)
Cuarto, más directamente evocativas de la teoría de campo, con la metáfora científica del
“campo de fuerzas”, están las sugerencias de que existen realmente campos electromagnéticos
alrededor y entre los humanos; hay quienes se atribuyen que pueden ver auras; y los acupuntores,
los especialistas de shiatsu, y quienes practican medicinas alternativas de muchos tipos se toman,
muy seriamente, las nociones de flujo de energía y la capacidad de sanar de otras personas. No me
voy a perder en las controversias que esto hace surgir entre la medicina complementaria y
ortodoxa (Fulder, 1988; Staeker y Gilmour, 1989) pero simplemente digo que estas cuestiones
sobre los efectos de los seres humanos sobre otro forman una parte del debate.
Siguiendo con esto, sospecho que muchos de nosotros podemos haber tenido la experiencia de
haber sido afectados marcadamente solo por estar en presencia de alguien con una conciencia
altamente desarrollada. Quizás un maestro espiritual o incluso alguien que simplemente medita
mucho. Y esto hace surgir la pregunta sobre nuestra propia presencia como terapeutas. Algunas
veces pienso que la función más importante que podemos tener como terapeutas es estar
plenamente presentes, para ser claro, estar “todo ahí”, estar presente totalmente, con una
consciencia limpia. Incluso si la cliente no está en contacto conmigo ni con su propio proceso,
puedo, al menos, permanecer con ella y con mis necesidades, sentimientos y pensamientos.
Podría decirse que, simplemente por estar plenamente presente, ya estamos ayudando a
conformar el campo mutuo de una forma más vital. Y estando "plenamente presente" es, desde
luego, otra forma de hablar de “presencia”.
Joseph Zinker (1987) ha escrito sobre presencia y estoy impresionado por lo que dice. Por lo tanto
voy a acabar citándole de una forma extensa.
Presencia, (escribe), sugiere un estado especial de estar plenamente aquí con todo uno mismo, el
propio cuerpo y el alma. Es una forma de estar con, sin hacer a. La presencia implica estar
plenamente aquí, abierto a todas las posibilidades. La presencia del terapeuta es fondo contra el
que la figura de otro self (o selves) puede florecer, brillar, distinguirse completa y claramente.
Para el cliente, para el otro, “el intrínseco-estar-aquí del terapeuta conmueve las partes más
profundas del propio ser. Sigue:
Presencia no es una forma de poner posturas o un posar auto-consciente o luciéndose ante otro.
La presencia no es estilo. La presencia no es carisma. El carisma pide atención, admiración. El
carisma se llama a sí mismo mientras que la presencia “llama al otro”. El carisma es una figura
compitiendo con otra figura, mientras que la presencia es fondo, “pidiendo que se escriba sobre”.
La presencia no es una humildad religiosa que posa (que es en realidad una forma secreta de
orgullo). La presencia no es polémica, no toma partido, ve totalidades. La presencia no compite. La
presencia no es recargada o dramática.
Los terapeutas han aparecido como quienes, simplemente, siempre tienen presencia. Parecen
haber nacido de esta forma. (Sin embargo) la mayoría de la gente adquiere presencia por el
continuo pasar del tiempo, tiempo que les recuerda, una y otra vez, cuánto hay que aprender y
qué poco saben. Presencia es el estado de admiración conseguido frente a un universo
infinitamente complejo y maravilloso.
Agradecimientos
Me gustaría agradecer a Hunter Beaumont, Marianne Fry, Peter Hawkins, Gary Yontef, Ray
Edwards, Judith Hemming y Pat Levitsky por sus comentarios y ánimo.
Notas
Para los lectores familiarizados con las revolucionarias ideas sobre biología de Rupert Sheldrake
(1987), en relación con “resonancia mórfica”, hay algunos solapamientos interesantes con el
pensamiento de la teoría de campo, incluyendo el fenómeno mencionado aquí de la transferencia
de patrones complejos de comportamiento y experiencia.
En un proyecto de investigación a pequeña escala, dirigido por el autor, están surgiendo algunas
evidencias de que los bebés muy pequeños responden a las cualidades globales del campo total.
Dicho proyecto está investigando los efectos a largo plazo de haber participado como niño en la
Segunda Guerra Mundial. Parece que mientras unos pocos, recuerdos ‘conscientes’, si es que hay
alguno, pueden estar disponibles en el adulto, puede haber recuerdos ‘presconscientes’ de las
experiencias originales del tiempo de guerra en la forma de difusos y no específicos estados de
sentimiento. Bien pudiera ser que ambos, la madre y el niño, pudieran haber tenido parecidas
reacciones globales, a nivel de sentimiento a las condiciones del campo compartidas en aquella
época, incluyendo la atmósfera y el estado de ánimo popular en aquel momento de la historia,
pero, mientras la madre, podría haber tenido todo tipo de formas de manejo y auto-gestión, el
niño no las tenía, y simplemente respondió al clima reinante, el ethos o atmósfera de guerra en la
que estaba inmerso/a. Hallazgos recientes sugieren que las reacciones sentidas de los nacidos en
circunstancias extremas similares (por ej., en Londres, en 1940-1944), pueden ser
sorprendentemente similares, junto con los efectos a largo plazo.