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Adoptó las teorías de Adam Smith, los casó con las de David Ricardo y John
Maynard Keynes, las multiplicó por el impuesto sobre la renta, las dividió entre
la ampliación de los créditos, les restó el desempleo, las factorizó en la velocidad
del dinero en circulación, ¡y ni así llegó a ninguna conclusión! Estaba a punto de
claudicar, cuando una vecina ama de casa le sugirió: «¿Por qué no trata de
obtener la respuesta directamente de quienes aumentan los precios?».
Sarmento se molestó.
¿Quiere decir que usted respalda la inflación? ¡Sólo porque tiene que pagar más,
cree que debe aumentar el precio de venta! ¿No piensa usted nunca en el bolsillo
del consumidor?
¿Quién fue el irresponsable que le vendió a usted más caras las cebollas?
El vendedor le dijo que había comprado las cebollas en el Mercado Central.
Sarmento se dirigió a enfrentarse al comerciante.
¿No le da vergüenza aumentar así el precio de las cebollas? ¡No sé por qué no le
restriego la nariz en un kilo de cebollas!
¡Yo también necesito vivir! Me gustaría sostener el precio, pero el camión llegó
esta madrugada con las cebollas más caras. Créame: no puedo hacer nada. Fue él
quien aumentó el precio.
¡Así que es usted el que aprovecha el momento, cuando todos duermen, para
elevar el precio de las cebollas!
¿Yo? ¡Yo no tengo nada que ver con eso! Tuve que aumentar el precio por culpa
del agricultor, el que cultiva las cebollas.
Muy bien: confesaré. He sido yo. Pero, ¿ha visto usted cómo está el tiempo aquí?
Hermoso para nosotros, pero horroroso para una cebolla. Para ella, los días
bonitos son los de lluvia. Bueno, si sólo fuese el tiempo, podría arreglármelas
para mantener bajo el precio, pero los fertilizantes han subido un 85 por ciento.
¡Usted! Aquí está oculto, pero moviendo las cuerdas de la inflación. ¿Por qué
aumentó el precio de los fertilizantes?
Dice mi jefe que siente mucho lo del precio de las cebollas en Brasil, pero que
los fletes marítimos suben constantemente.
Están ustedes causando muchos problemas con sus elevadas cuotas de flete acusó
al presidente de la compañía. Las cebollas están ya fuera del alcance
prácticamente de todos en Brasil.
¿Culpable yo? No, señor. ¿Sabe usted cuánto están cobrándome los astilleros por
un barco?
Usted no puede aumentar de esa manera el precio de los barcos. ¿Sabe cuánto
está costándonos, por su culpa, un kilo de cebollas en Río de Janeiro?
Sarmento enmudeció. ¡Así que la culpable era la industria del acero! Los
alemanes compraban su acero a una acería de Grecia, donde la mano de obra es
más barata. A Sarmento le hervía la sangre de ira cuando llegó a Atenas. Increpó
al gerente de la acería.
¡Exijo una explicación! ¿Por qué aumentó el precio del acero e hizo que se
elevara el costo de los barcos, lo que a su vez provocó un aumento en el precio de
los fletes y, en consecuencia, la carestía de los fertilizantes, lo cual significó
costos de distribución más altos y que los agricultores tuvieran que incrementar
el precio de las cebollas?
El gerente ni se movió:
¿Sabe usted cómo se hace el acero? Le sugiero que haga una visita a las minas de
Sudáfrica y pregunte allí a qué precio están vendiéndonos el carbón.
Siento mucho que esté subiendo el precio de sus cebollas le dijo el jefe de la
mina, pero nuestro negocio es el carbón. Sí elevamos el precio, pero en una
proporción insignificante en comparación con las sumas extraordinarias que
tenemos que pagar a nuestro proveedor de vagones y herramientas.
El nipón no titubeó: