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GUERRIER APPLIQUÉ
EL
GUERRERO APLICADO
Jean Paulhan
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Me llamo Jacques Maast, tengo dieciocho años, pero parezco mucho mayor.
Apenas había pasado la tercera semana de la guerra, cuando todo el mundo, y las
chicas del pueblo, donde pasaba mis vacaciones de estudiante, me preguntaban:
<< ¿Y, tú no te vas?>>
Por ese tiempo los sentía superiores a mí, por sus costumbres y justo hasta por el
nivel de sus bromas. La convicción de que yo estaba mejor instruido permanecía
aquí, puro y débil: ella no me servía de nada, y era sólo por mi buena voluntad que
continuaba ganando su estima.
El viejo Castagne decía, por ejemplo:<<Yo me iría, pero tengo setenta y cinco
años. Aunque aún soy fuerte y valiente, y trabajo todos los días>>. Y Causséque,
una mañana, que estaba empujando su carro, decía a las mujeres que estaban en
sus ventanas: << tenemos veintidós pueblos con nosotros. Los chinos están con
nosotros; solamente que ellos luchan con bastones, no se les puede hacer venir.
También están los canadienses, pero, ellos comen a la gente>>.
Esto, que alguien podría encontrar ridículo, me llegaba más que cualquier otra
cosa, porque yo encontraba esos sentimientos desnudos; tales razonamientos no
hacían daño, ni mordían, y tenían un sabor de aventura.
Qué autoridad tenía yo sobre ellos, a pesar de ser más joven. Pero en las
últimas vacaciones, en cosa de mujeres me habían ganado. Porque cuando las
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chicas pasaban delante de nosotros con sus cestas, o conducían a sus hermanos
pequeños a la feria, ellos les gustaban más de lo que yo lo sabía hacer; siempre,
una de ellas se volteaba para observarlos con una mirada ligera que demostraba
reconocimiento.
Y yo pensé: << Con tal de que algún día tenga la oportunidad de luchar >>
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LA PEAU DE MOUTON
LA PIEL DE CORDERO
4
I
Desplat, el chofer, había colocado una bandera, de las dos que teníamos, en el
cañón de su fusil. Blanchet caminaba a mi costado; una joven mujer, que iba a
veces detrás de nosotros y a otras adelante, cargaba por momentos el fusil de su
marido, también soldado.
Yo ya había charlado con una de ellas. Lo que pasó fue que yo ya había
conocido, hacía algunos días, a su prima, algeriana y judía, como ella, que
también vendía en la Plaza du Gouvernement pasteles de grasa fresca,
mermelada, y dulces cubiertos de plata: ocasiones que yo aprovechaba para
charlar. Pero ese día, cuando regresé, después de una hora, su canasta estaba
vacía; claro, un poco sin culpa de los pasteleros. Fue cuando ella me ofreció
llevarme a su casa a cenar.
Entonces, ella me cuenta que uno de sus hijos está luchando en el Este, y el otro
es enfermero. Se nos acercó un momento una mujer mayor, que a veces
desaparecía en la pieza. Entonces, la vendedora de pasteles se sienta cerca de
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mí y me interroga. Luego entran sus dos hijas morenas, una de ellas se pone a
leer y la otra sale casi de inmediato.
Sin embargo ellos están llenos de una abundancia interior y se parecen a aquellos
monumentos que se ven en los sueños: se los recuerda y en la medida que la
mirada se hunde en ellos, se cree encontrar cientos y cientos de detalles nuevos,
y, así, sin fin.
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II
Cuando llegamos a un lugar desde donde había una buena vista, la selva se
mostraba roja, verde, violeta y con colores difuminados, preciosos. Perfumes fríos
descendían desde lo alto de los árboles.
Pero, más que todo el resto, una cave panzona, con su propio pasadizo, me
emocionó. Estaba repleta de vino y por la grieta pude ver una cama, un tocador
encerado, tela cortada, tierra y madera, y todo eso sin ningún tipo de seguridad.
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Seguíamos rutas llenas de baches, y encontrábamos, por ejemplo, a un ciclista
que probaba su bicicleta, o a un caballero que daba vuelta delante de la puerta de
un castillo; la guerra se mostraba todavía poco clara.
De rato en rato un hombre debe desinflarse para dejarnos pasar. Alguien grita: <<
Deténgase>>. Yo he mantenido a Blanchet cerca de mí. Nosotros estamos ya en
elejército que lucha en primera línea; la tarde cae y delante, como detrás y más
alto de nosotros está el interior húmedo de la tierra.
Los alemanes están en ese otro campo, más allá del parapeto; no los vemos, ni
ellos a nosotros.
Cada uno de nosotros cavaba, con picos, una protección y en cuanto lo terminaba
la tierra grasa y suave se desprendía y hacía que cayera la que estaba arriba. El
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hueco era apenas suficientemente grande como para acomodar una santa virgen.
Pero, de afuera nos llegó la orden de no cavar más, porque los refugios se habían
desmoronado.
No nos quedó más que permanecer en la lluvia, en medio del frío interior que
retiene, siempre, la inmovilidad. Pero, yo no sé por qué, esa orden me dio una
alegría, clara y dura como un golpe — ese sentimiento, que primero fue inseguro,
comenzó a invadirme, pero no era ni de satisfacción ni de inquietud, nada más que
una muestra de entusiasmo.
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III
Entonces pasó un franco tirador árabe, portando entre sus brazos una
escudilla de braza roja, rogando que le hiciera un lugar. Un zuavo con el pecho
cubierto con una coraza de acero, llegó hasta donde yo estaba, y con dificultad
había escalado el parapeto, para realizar su inspección. Algunas balas suspiraban
o silbaban alrededor nuestro. A mí me parecía estar acogiendo a toda esa tierra, a
todos esos tiempos, a todos esos hombres. Experimentaba un desdén a mi
seguridad y a mi equilibrio, como si un árbol nuevo hubiera germinado en mí.
Por nuestras zanjas, cuando un día nuevo salía, apenas se veía algunas
esquinas de tierra fangosa por dónde se había arrastrado la cerca de alambres de
púas. Un día pude conocer a Ferrer y al caporal Caronis, que se habían ubicado a
mis costados. Y más tarde al intendente Jules- Charles quien me pidió que
trabajara como su ayudante, y yo acepté.
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necesitaré ir a la consulta). Siento miedo, sobre todo, de que me envíen al lugar
oscuro y bullicioso, de dónde vienen todos esos obús, y todas esas balas.
De inmediato me regresó con fuerza el recuerdo del mismo malestar que había
experimentado la primera vez. Cierto, he soñado con la vendedora de dulces, lo
acabo de hacer: en el sueño ella no me había ofrecido una taza de té caliente y ni
había descosido su abrigo de piel para mí.
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LA NOCHE EXTRAORDINAIRE
LA NOCHE EXTRAORDINARIA
12
I
Durante el día, algo de humo difuminado volaba por encima de los guitones. Se
escuchaba a los madereros, uno decía:<< ¿Estás haciendo una casa nueva? —
¡Y entonces!>> Estas eran casas de ramas y de hojas. Pero a la nuestra,
Blanchet, no le dedicaba casi nada de trabajo, pero le ponía cosas ingeniosas más
que útiles, como: harapos para parar la lluvia, muérdago (para la buena suerte), y
una barrera de alambres de púas, que se la utilizaba, sólo, por consideración al
trabajo que debió haber costado traerlo (ésta detiene las ramas delgadas). Los
zuavos cargan sus leñas, sobre sus espaldas; se retienen y se deslizan con una
mano en los postes de la cabaña.
A veces debía caer rodando bruscamente, por una pendiente cuando Jules-
Charles me llamaba, porque quería que yo vigilara, ahí abajo, la distribución de la
ración de pan. Pero, a veces, yo me iba con Blanchet al bosque a buscar la
madera para hacer el fuego para calentar, a su llegada, a la sopa y a los
cargadores.
Todas esas cosas, los aromas de las hierbas de las bahías me venían de
recuerdos de mi infancia, éstos, no son, por tanto, nuevos: pero, la razón de cómo
los considero ahora les agrega un encanto que nunca habían tenido antes. Este
campo, sobre el cual reinan tristemente los campesinos, me ha dejado con la idea
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de una vieja sirvienta a quien se debe seguir sus complicadas costumbres, y que
son voluntariamente maliciosas.
Los cuervos vuelan con ceremonia sobre nuestro bosque, o bien, luchan dentro de
nuestro sendero. No se muestran ni familiares ni feroces, simplemente no nos
frecuentan. Cuando me aproximo a ellos, vuelan después de unos instantes, sin
odio y sin señalar que yo soy el causante.
(Un obús llega a veces silbando y cae sin reventar dentro un estanque. O bien,
otro surca el aire con un gran ruido, y retumba en piezas sobre las hojas. Un día
he visto una bala incrustarse dentro del tronco de pino.)
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La libertad que debía serme dada en mi vida en el campo, considerando mi
primera idea, no se daba debido al contratiempo que pesaba sobre mí; la guerra.
Pero la naturaleza estaba presente en mí en todos los momentos que necesitaba
escapar de ese contratiempo. La tierra inmensa, que nos rodeaba, participaba
entonces de mi vida interior. Yo me imaginaba todas esas grandezas y los
diferentes prados, bosques, tierras útiles, y lo hacía de la misma forma, y con la
misma seguridad, con la que habría podido manifestar mis diversos sentimientos.
La simpatía que sentía al principio por la guerra y que hizo que llegara de un
solo golpe, y por así decirlo, oscuramente, se nubló. Al principio yo trataba de
justificarla; pero en eso surgió la claridad absoluta con los acontecimientos
exteriores; esos acontecimientos exteriores como: la bala u los obús que impiden
toda confusión, (aquella, por ejemplo, que mantiene nuestro humor al sol o con la
lluvia) era suficiente no estar preocupado o irse un instante lo más lejos, en el otro
sentido de tales eventos, para experimentar un sentimiento suave y profundo en el
alma.
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II
<<Esto que ellos llaman la muñeca, explica Sièvre. Llega con el viento, viene
balanceándose de derecha a izquierda. Es lenta, y se tiene tiempo hasta de tejer
una red, pero dónde cae, salta por lo menos diez metros de zanja>>
<< Pensar que todo esto se pasa en el siglo XX, gime Gallas, en la puerta.
—Solamente, agrega Sièvre, lo que me repugna, fíjate: es que uno lucha por
los capitalistas, ellos son los que deberían estar en primera fila; pero no; están
escondidos en los bosques.
Habla poco, pero acertado, dentro de todo lo que él dice hay mucho para
valorar.
Glintz se extiende indolente, detrás Blancher; está lejos del fuego, pero es el
más cómodo y está a su gusto. Le corto una lonja de confiture.
<< No dejes tu cuchillo sobre la paila, alguien se puede herir, dice Blanchet.
—Sería una suerte que alguien recibiese una bala en el brazo, y tuviese una
bonita polla para cuidarlo, dice Glintz>>. Blanchet sonríe.
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Cuando llegan las nueve, Glitz y Sièvre alumbran una linterna sobre sus
capuchones y salen. Para orientarse estiran un brazo y se sostienen de uno y otro
árbol.
El fuego que arde en la choza la hace aún más estrecha. Blanchet se levanta, y
coordinando sus movimientos con los de Jules- Charles, se acerca al fuego y
reúne en una sola pila las bolas de carbón rojos, para que entre todas unan su
calor.
Luego de darse vuelta dentro de su colcha se queda dormido como una piedra
—no soñando, en prevención o desconfianza por los sueños, pero manteniendo
desde la noche a la mañana, los brazos alargados contra su cuerpo, en una
misma posición; la cabeza encapuchada, pesada, valiosa.
Nuestros pies, con los pasadores desatados, se sienten ligeros y nos parecen
desnudos.
<< ¡El suéter! grita todo recto, de un momento a otro, Jules- Charles. Yo respiro
suspirando>> Quiere levantarse, y agita sus piernas.
Pero lo que nos ha despertado, es una descarga brusca de balas que silban,
“tacacaquent”, rebotan contra las piedras, y golpean los árboles. Estas son tan
numerosas que luego reunidas, e inmóviles, sobre nuestro techo, se parecen, a
una rugiente tropa de grillos.
<< ¡Parados, los sacos listos! Grita alguien que pesadamente se dirige a
afuera, y va de choza en choza.
Todo se ha calmado así de rápido. Los ciento veinte sólo explotan de alegría y se
deslizan sobre la nieve. Algunas ramas rotas caen lentamente, y congelan las
otras inferiores.
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La noche cae como de costumbre. << Creo que me herí, dice Blanchet. Has
dejado tu cuchillo sobre la paja, y te he insistido suficiente de tener cuidado.>>
Pero: << Es una araña, ¿verdad? Una rosada, yo he visto una así durante el
día. <<Entre las arañas, a veces, hay unas muy malas, le digo>>
Dormimos en lo alto. Yo había visto muy bien a esa araña con el vientre
dorado, que se parecía a una avispa.
Blanchet se despierta más tarde y pregunta: << El hombre que han herido, cómo
va?>> — Eres tú quien ha sido herido, responde Jules-Charles. Esto parece,
entonces, todo simple.
Yo me levanto tarde. Entonces entra Blanchet que había salido temprano sin
que me diese cuenta cuando me doy cuenta que tengo una herida, y muestro mi
brazo al sargento. Y él me dice: pero vuestra manga debería tener un hueco. Sí.
Ella la ha atravesado, es necesario buscarla dentro de la paja.
Por lo menos yo estaba bien seguro que era tu cuchillo, dice Blanchet. Te he
tenido en un diente, toda la noche.
—Casamata es quien ha recibido una como esa, dice Jules- Charles. Le llegó
al costado del ojo y se paró en la mitad.
Se da vuelta, y dice a Ferrer: tú, primero, déjame en paz (creyó sentir que le había
tirado una bolita de pan). Luego él mismo se la regresó.
Las balas eran del combate de Tracy-le Val. Y los alemanes que habían
tomado el pueblo, lo han debido abandonar enseguida.
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ENTRE CE FUSIL COUCHÉ
CE TALUS BLANC…
19
I
Entre este fusil acostado, este talud blanco y este claro de luna estuve a cargo de
la guardia justo hasta las tres de la mañana. Después me regresé a dormir a los
mismos huecos que había visto el primer día de mi llegada, dentro de ese
albergue torpe sostenido por viga; que nosotros hemos comenzado y la octava
compañía recién la ha terminado ayer.
<< Los franco tiradores son, por ahora, buenos para nada. Aquél que he visto
ayer, tenía disentería y permanecía acostado en el fondo de su propia agua.
Seguro que ha debido morir después.
—En esto te has equivocado, me dice Virgilio. No es cuando están alertas, que
no pueden resistir. Sólo de sorpresa se les puede meter el tenedor en pleno
vientre, ha!>>
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Levanto el toldo, y el barranco sorprende por su tamaño: es una fosa de la talla
de un ser humano, por lo tanto arriba de ella no se puede ver nada más que el
cielo.
Un obús estalla en lo alto; sus partes se esparcen rápidamente por las ramas. Por
un hueco diviso un pedazo de campo, veo un muerto congelado que ha quedado
al sol, parece una hoja que se ha congelado en el mar.
El caporal Thielment dispara. (Sobre qué? creo que es por hacer algo. El cobarde
deja sus balas primero sobre los árboles y luego dentro de los cadáveres). Una
franja roja y azul, a su medida, lleva en el cuello, y porta además de su chaqueta
abierta, y su suéter, un chaleco pálido de franco tirador, que le queda grande. Y
bien que parece pesado e insensible, tiembla después de haber hecho los
disparos.
Decoq, se arrastra, pasa de costado y gime: << de una vez por todas quisiera
un buen balazo.>>. Tiene la expresión algo perdida, y muestra cierto vacío de
ideas en la cabeza: <<Hay dolores, dice Thielment porqué gritar; pero esto te
necesita, necesita que te quedes; por tanto, sé valiente.>>
Muertos de sed llegamos rápido a la cocina. Ahí esperamos a que alguien nos
atendiera, mientras tanto yo me siento sobre un saco de arroz y me doy cuenta del
café caliente que está sobre un fuego brillante. El caporal y Gallas lo compraron
en una visita que hicieron al pueblo: extendimos las manos, nos servimos y lo
tomamos apoyando los codos sobre la mesa.
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Antes, nosotros habíamos rebuscado por todos lados y habíamos encontrado
chocolate.
Cessac nos ofrece un poco de ron. (El anterior cocinero, nos cuenta, ha sido
enviado a luchar en la compañía, dicen que tiene una mujer en el pueblo). Ahora
nosotros nos dedicamos a cuidar de ellas, les damos cosas materiales y eso nos
produce una gran ternura. Y cuando estamos listos para salir, una marmita silba,
cae y explota, no tan lejos de nosotros; hace el mismo ruido de una puerta
gigantesca que alguien tira bruscamente.
Salgo, y no veo nada más que esa rama gigante que se inclina y cae
silenciosamente. Pero el caporal Caronis me empuja y se tira dentro de la cocina:
tiene las dos mangas cubiertas de una tierra cobriza que no cubre con nada. La
marmita cayó << a seis pasos de mí>>. Me chequeo bien, pero no me falta.
—Están furiosos, dice Normand>> Eso les dura ya hace un buen tiempo.
Gallas el viejito llega corriendo. Lleva en el cuello una servilleta que tiene
escrita la palabra<< Baños>> que le sirve, también, como abrigo.
Llega un nuevo chiflido terrible, más fuerte, y cae más cerca de nosotros.
Todos nos tiramos de vientre al suelo y permanecemos inmóviles todo ese tiempo,
cerrados de espíritu y de cuerpo.
Cuando la marmita estalla: << Permanezcan acostados, nos grita Caronis, los
residuos vuelan>> Veo, o imagino ver volar, en el firmamento, un brillo sombrío.
<< Si nunca más regreso, dice Cessac, que es el más calmado de todos debido
a su caja, tengo algunas cosas que decir. Primero, metería junto a todos los niños,
y les diría váyanse. Pero si hubiera alguno que regresase, no es verdad, ¡bang! Le
daría este sopapo.>>
22
II
Ahí radica el que yo no pensara en nada más, ni en otra cosa, entre los
intervalos de mis ideas o de mis preocupaciones; de esta manera mis sentimientos
y mi interés por las cosas era continuo (de dónde viene, entre otras cosas, la
dignidad). Si un desconocido hubiera venido de improviso a darme una orden,
creo que le hubiese obedecido, por negligencia, antes de soñar en preguntarle la
razón.
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Las emociones, las más en uso, fácilmente me parecen volubles y de carácter
artificial, en otros. Suponía, a decir verdad, que el defecto es común a todos; de
esa manera, lo tenía presente cuando lo deseaba mostrar.
La huella del primer miedo, o la crueldad, lo reencontraba en todo lo que veía, era
una especie de trasmutación — creía verlo hasta justo dentro de la alegría que me
estaba dando el aire, un poco más tibio ahora; la niebla rosada y blanca, o esas
palomas que vuelan con el ruido de los velos de una alfombra.
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COMMENT EST MORT GLITZ
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I
Tenemos una nueva cruz de madera debido a esta carrera de la guerra: << Glintz
muerto el 25 de noviembre>>, está al costado de la de Clech, a quién lo enterraron
el día que llegué.
Ese día apenas coloco la sopa sobre el banquillo, busco a Blanchet. Lo distingo
dentro de un grupo grande de compañeros, entre dos zanjas, donde Jules-
Charles cose un paquete. Escucho cuando él dice: <<Todos ustedes son testigos,
que había ciento diez francos en el monedero. No quiero que nadie venga a
inventarse ninguna historia>>.
Veo que Blanchet hala el hilo, la aguja y el cartón para colocar la dirección en el
paquete. Los demás están ocupados con lo de Glintz. << Era mi camarada de
combate, dice Gallas, quien ordinariamente pasa agachado, pero ahora se ha
erguido. Habíamos hecho una bomba juntos, pero él no se sentía orgulloso.
—Yo sé que lo que pasó, me dice Blanchet: habían enviado a tres a colocar
los filos de alambres de púas; él se fue con el caporal Delieu y con Tolleron. Está
aquí en el reporte; ha recibido una bala en el corazón. Ha dicho solamente: << al
menos, he sido abatido en el campo de honor>>.
— Es así; estaban justo en la mitad del camino entre los alemanes y nosotros.
Se estaban arrastrando, se supone que nadie los podía ver, de ninguna manera; al
menos que tuviesen tan buenos franco tiradores. Sólo hicieron un tiro y es Glintz
quién lo ha recibido.
Pero, caí justo sobre un gran momento en la vida del caporal Caronis: quien
debía pasar toda la tarde en el pueblo preparando la distribución de los cartuchos.
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Escucho que Delieu le da una dirección, y algunos consejos:
<< Dentro de mi ciudad, no hay más que ella quién valga la pena. Tú entras, y
le pides una copa, si quieres le puedes proponer, eso, de inmediato.—Ella
aceptará.
<< Tiene por costumbre. Ah, naturalmente, tú le debes ofrecer alguna cosa.>>
Sí, Glintz ha muerto, eso es todo. Su muerte hace un soldado menos, era un
buen soldado, termina diciendo.
Los viajes a la cocina me daban, sin duda, mucho placer. Pero en las mañanas,
apenas amanecía, salíamos del hueco y nos íbamos a caminar por las largas
planicies, desde dónde se podía ver, por tanto, naturalmente el cielo. Esas
mañanas, antes de la aurora, estaban impregnadas de un aire gris y frío, y era
menos frío del nivel odiado. En el ambiente se elevaba casi de inmediato una bola
de nieve mullida y rosa. Todo indicaba que el día se venía en forma de felicidad.
Bajo la hilera de postes, los campos se llenaban de verde; o bien se podía ver
cómo cada árbol se mezclaba con la neblina, y la forma cómo brillaba el sol,
inútilmente, dentro de ese cielo sin luz.
Al regreso, cada uno de los cargadores de la sopa, tiraba por su lado: << Yo
conozco el mejor camino, decía alguno>> pero si lo seguíamos, por lo general,
nos encontrábamos delante de algún hueco de obús dónde había caído el cadáver
de un caballo: cuya piel con el paso del tiempo se había puesto fina y gris y más
transparente que una tela de araña. Pero siempre, a la mitad del camino,
observamos con atención las cruces para enterarnos de antemano << si había
alguna novedad>>.
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Glintz estuviera aquí, yo le dijese…; y a pesar de nosotros mismos, nuestros ojos
continuamente lo buscaban.
Vivíamos dentro de una aparente paz, que el dolor simple y sin retorno, nos
había ocasionado la muerte de un amigo que, seguro, ninguno de nosotros lo
había experimentado antes. Pero teníamos la impresión de estar entrando, con
esa muerte, posiblemente, por fin, dentro de la verdadera y peligrosa guerra y
aquí, contra nosotros mismos, sentíamos la satisfacción de un placer largamente
esperado. O bien, yendo a una reflexión más personal, creíamos, vagamente, que
lo que le había tocado a Glintz era una especie de muerte tirada a la suerte, que
por ahora a nosotros no nos había tocado.
Pero mucho más, seguro, sentíamos esto: una gran irritación y un odio contra
los antiguos sentimientos de respeto y de afecto, que habíamos sentido por la vida
y por aquellos sentimientos que nos habían engañado porque éstos no habían
sido suficientes, ya que había sido necesario que viniera la guerra a enseñarnos
cosas.
La guerra era considerada por nosotros como algo parecido a una infancia, por la
ligereza que resultaba, su mirada, a los lazos consagrados.
28
II
Un día, desde la trinchera vecina, distinguí un hueco por dónde se podía ver la
trinchera alemana; por ahí se veía la tierra mucho más clara. Y cuando ésta se
vino a oscurecer y algo se detuvo, comprendí que un soldado me miraba. Y tiré:
un brazo se levantó tres veces por encima del suelo y se agitó de derecha a
izquierda.
Pero ese mismo día a nosotros nos mataron a tres de los nuestros.
Bérard fue el primero, pero fue su culpa: había saltado de la trinchera, en pleno
día, para ir a rebuscar en el saco de un muerto.
Este Lehmann se nos había unido de una manera extraña. Era soldado auxiliar
en Reosy, sufría de una hernia y pasaba en prisión seis días sobre siete: un día se
evadió el séptimo, pero regresó antes de ser reportado desertor.
Sin duda él mismo decidió ir al frente; se había ofrecido como voluntario, así se
ganaba de golpe la estima de todo el mundo. Pero ya sea por timidez, o ya sea
porque no quiso aprovecharse de los sentimientos honestos con los que se
entendía bien, se volvió a escapar de prisión: robó un fusil, lo mismo que una
marmita y retomó su escuadra del destacamento de Bourget. Una vez en la
compañía se comportó ni más valiente, ni menos que otro.
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Lo tienen acostado sobre el banco de tierra que hay atrás, está cubierto de su
manto de lienzo encerado, que le hace parecer un marino. Está gris y sin
expresión, hinchado ya como si todo su cuerpo estuviese en su cara. Nos
sorprende verlo así de carne gruesa y malhecho: antes que nada imagino su alma,
por la inquietud que presiento ha experimentado.
Ahora, Delieu ha comenzado a decir que: << antes que nada, posiblemente,
Glintz había sido alcanzado por una bala perdida. De lo contrario los alemanes
hubieran podido matar también a Tolleron y a él mismo>>.
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<< Lo he comprado en la granja de abajo de la meseta. Hubiese podido venir
antes de ayer, pero tenía “zobbie”
La coneja me cuesta dos francos, no está caro. Cuando estuve por partir la
guardianita me dijo: << Es por su marido que ella conservaba la coneja>>. La
verdad es que uno engorda un conejo, porque se sueña con que él regrese. Pero
ayer, se enteró que a su marido lo han muerto. ¿Donde? He olvidado el nombre,
pero ya me acordaré si tú me lo recuerdas. Era una jovencita de veinte y dos años,
y tienen niños, es duro. En fin, ella no quería más la coneja
Cuando he visto matar a Glintz así, tan limpiamente, he pensado: Hay algo malo
en el aire.
—Pero, hace falta decir que a Glintz, dice gravemente Delieu, somos nosotros
quienes lo hemos matado; fue Pourril, de la decimotercera sección. Pero a él
nadie le previno que iba a salir alguna patrulla, lo primero que se le ocurrió es que
eran alemanes.
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FORCE DE POLIO
LA POTENCIA DE POLIO
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I
Polio bóveda, el que parece jorobado, aparece y rebota fuera del barro. Tiene
salpicaduras justo hasta el más alejado rincón de su barba.<< Qué fenómeno, dice
el joven teniente>>.
Observo un instante, detrás del hueco, el boquete que ayer tarde les quitamos
a los alemanes y que ahora está protegido por el filo de alambre de púas y
arponado hasta la altura del vientre.
Los primeros que entran son los de la sección, lo hacen lentamente y pasan
por esa especie de túnel. Terminamos de pisotearlo, entonces, Polio se da vuelva
hacia mí y me dice:<< ¡Escucha! Te contaré algo que no son cosas de repetir>>
Las últimas cosas que miro, antes de descender en la noche a esta gruta, son los
almácigos y las hojas de remolachas que cuelgan como un ramo de flores del
talud.
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Una vez clavada la bayoneta en tierra, se debe suspender arriba la correa
también las tres cartucheras, —la cantimplora vagabundea alrededor, como una
cabra atada. Alguien toma algunas gotas de cera, y la coloca en la bugía: pero
jamás alumbra muy bien.
No queda más que colocar la cabeza sobre el saco. Se duerme mejor que
dentro de la trinchera porque hay espacio para las piernas, pero, con las corrientes
de aire, las noches son frías.
Sí. Se trata primero de las niñas:<<… las pequeñas caminan. Cuando tu prima
las ha venido a ver, ellas la han acompañado justo hasta la jardinera.
Pero, usted, no se ponga triste por nosotras, porque tenemos una casa; yo estoy
con buena salud y espero que esta carta te encuentre lo mismo. Todos ustedes
son como los bohemios, y muy valientes.
El paquete que le llegó contiene una bufanda para el cuello, medias zurcidas,
fósforos, y un frasco de perfume que ahora contiene residuos de uvas prensadas,
y por los espacios vacíos, muchas nueces.
<<Ella adora arreglar los paquetes, dice Polio.>> Como si tuviese vergüenza de
mostrarme todo ese cuidado.
<<Es verdad, dice Gallas, las mujeres hacen todo eso por distraerse. Una, que me
cuidaba en el hospital; me decía: por todo aquello que usted ha pasado ¡Lo
admiro; eso no tiene comparación!
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Veinte que durante el bombardeo se habían quedado en Tracy, dentro de la
caves, serrados uno contra el otro, después les han hecho enterrar a los muertos.
Ahí, tú puedes decir que es lo más miserable de todo.
Por rencor no escribe nunca a su casa. Cuando sus viejos le dicen: <<…
nosotros no sabemos ni siquiera si estás muerto. — Ah, dice él, tienen miedo de
perder un pariente>>.
Él piensa, también, que todo será mejor la próxima vez. Pero para nosotros,
para Polio y para mí, esta es nuestra única guerra.
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II
Recién son las cinco de la tarde, y no tenemos nada más que hacer, hasta
mañana en la mañana, que dormir o conversar. Y permanecer así en este territorio
de la guerra
<< Esa tarde, alguien pidió algunos voluntarios para ir a la misa de Toussaint.
Sobre Dios, se puede pensar lo que se quiere, pero tratándose de muertos…
Entonces digo, yo iré. Al día siguiente nos despertaron temprano, a las cuatro de
la mañana. Yo me digo: será para llegar temprano a la misa. Había ya fuego en la
casa y hacía buen clima. Nos encaminamos por la ruta y caminamos un cuarto de
hora, pero luego, nos dicen:<< Formen los grupos>>. Y esperamos. Bien se
hubiera podido, me digo, habernos dejado cerca del fuego; y me doy cuenta que
todo el batallón está ahí parado; que nos iríamos todos juntos. Luego repartimos, y
caminamos y caminamos. De repente: << ¡De rodillas!, nos gritan>> Y yo me
quedé sorprendido cuando a cinco pasos ha comenzó a llover, a llover balas, y
balas…>>
Normand, responde. — Yo, soy como un marroquí. Hace un año que no brinco
sobre ninguna>>.
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<<Te acuerdas, en Alger?>>
Se puede comentar mucho y hasta frente a frente con un hombre; pero sobre
su fuerza, o su debilidad, nada nos enseña más que las palabras que dice otro
hombre sobre él.
— Se van al mar.
— ¿Y el mar?>>
Turquet le calla diciéndole: <<Observa a mi vieja que tiene cuarenta y tres años
y acaba de tener un burrito>>
A todos nos envuelve está gruta oscura, que permanece clara sólo por las
llamas y cerca del lugar dónde están las bugías. El ruido de las palabras y el polvo
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rodea a estos hombres que duermen sobre la tierra, dentro de sus colchas grises.
Roseau levanta una carta, y Ferrer, el de la piel amarilla, se inclina para prender
de costado su pipa.
Cuando la última bugía se apaga, después de mucho tiempo sin verla, llega la
verdadera noche. (Dentro de las trincheras, la noche es más humana que lo que
uno cree y jamás es completamente negra.
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III
Caronis, dice: aquí había uno que tenía dinero, ese era el caporal Barron.
Tenía todo un cinturón de duros para gastar en la guerra.
Cuando estuvo en Bordeaux, nos dijo: lo siento, pero hoy hago de atolondrado. Y
no le quedó más que treinta francos, pero le ha limpiado la primera bala.
Así se hablaba de los muertos con una ironía benevolente, como dos hombres
que se quedan juntos y hablan de aquél que acaba de irse.
<< ¿Esto no les parece idiota, dice Thielment, el de hacernos levantar una hora
más temprano?.>>
—Ahora que tenemos tiempo me puedes leer la otra carta, es verdad, tú podrás
leérmela mientras permanecemos aquí>> Entonces Polio la saca toda arrugada de
su bolsillo, él desconfía, evidentemente, me imagino que ha podido recibir otras
parecidas.
<< Señor Polio, le escribe uno de sus amigos, porque no puede dejar de decirle
que vuestra esposa se paga sus buenos tiempos, mientras usted lucha por la
patria. Es con ese muchacho del café Citadelle. Él mismo nos cuenta, todas las
mañanas: anoche los dos hemos hecho esto, y hemos hecho esto otro. Usted
sabe, Señor Polio, que ya era así con el caporalcito brun… durante el tiempo que
usted debió partir lejos.
Ella le ha hecho ese juramento, sobre la cabeza de sus dos hijas pequeñas, o
de su madre que está muerta, el día de su partida. Y Polio ha sabido aceptarlo. A
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él se lo reconoce por valorar lo que se le promete y por cumplir lo que promete.
Me doy cuenta que admiro en Polio esta fuerza inesperada que le viene de la
guerra. (Y sin embargo él no debe ser ni muy hábil, ni muy valiente).
Creo que esta guerra está hecha para Polio, o para cualquier otro igual a él, o
para alguien que se le parezca, quien haya fallado o le falte fe o gusto a vivir.
Así como una casa pública permite el amor a quien no ha sabido encontrarlo
afuera, por timidez o bien por indiferencia, la guerra concede ese poder grosero a
la vida o a la muerte; uno nunca podrá olvidar que un día se lo poseyó. ¿Qué
temerá Polio más tarde, a otros hombres parecidos a aquellos a los que ha
matado, o a otros hombres que hubiese podido matar? Por la experiencia de la
guerra, el más intenso de todos los eventos, él se acostumbrará a cualquier otra
situación parecida, o de la misma naturaleza, así éste conserve su misma
apariencia grosera.
40
L´ABRI QUI S´ÉBOULE
41
I
De inmediato Réchia y Ferrer, sin decir una sola palabra, saltan detrás de él. Yo
les sigo, corro, pero un árbol me engancha y retiene. Luego, salto dentro de una
fosa, y me reúno con ellos.<< Hemos sacado el pequeño poste, me dicen.>>
Considero que merecía, sin dudas, ser nombrado caporal; pasaré por la pena
de explicar dichas razones. Sucede que mis actos propiamente militares no se
acompañan, en mí, de mucha consciencia. Y como aquello no estaba incluido en
ninguna obligación militar sentí, a pesar mío, que me alcanzaba toda esa libertad.
Ya me expliqué, es todo lo que diré.
Y cuando la noche avanza, cada uno regresa a su choza. Pero estoy triste por
Blanchet; no es que Delieu me haya recibido mal, pero él me molesta por su
seguridad, y por su confianza de creer que me es superior.
42
Ante sus ojos yo soy considerado un inferior, debido a la instrucción más
amplia que tengo en relación a la suya. No sé por qué se considera en ventaja a
los hombres cultivados; cuando en realidad sucede que el efecto más seguro que
logran con las lecciones que reciben es perder, primero, toda confianza
espontánea en ellos mismos. Posiblemente que, percibiendo el peligro que les
amenaza, terminan encontrándose en el lugar que han querido evitar, y más
violentamente indemnes de toda ciencia que otro ser humano en el mundo. (Lo
mismo sucede con esa gente que uno sabe ha estado en un presidio, o tienen una
historia parecida: ellos no pueden ser humildes, se hace necesario que tengan
más aplomo, que todos los demás.)
43
II
Delieu me hablaba poco, pero hacía evidente, muy bien, que no aprobaba mi
amistad con Blanchet; por ese mismo tiempo él adquiere una gran influencia sobre
mí; y no fue propiamente por su inteligencia, y ni por su voluntad; pero sí por una
razón muy cierta; la de estar al corriente, y a la altura de las cosas.
Para no alejarme de él, una tarde que debía frotarle con alcohol, fui a dormir en
la cabaña de Jules-Charles. Delieu me hizo llamar con el otro caporal, Beaufrére,
un feliz muchacho que llevaba su chaleco de rango con botones brillantes,
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cantaba y agregaba << Marie>> a todo lo que decía. Yo le respondí que no iría;
Beaufrére me dio la espalda, y me dijo: <<Esto se pega, Marie>>.
<< Yo sé muy bien quiénes son los que se han escondido detrás de los árboles
mientras nosotros luchábamos en Carlepont, decía. Por no nombrarlos, son:
Viguier y Dubuc. Lo pueden repetir.>>
Delieu estaba excitado, se reía y hablaba en voz alta. Pero tomó un tono muy
calmado para hacerme notar que Blanchet no se encontraba con nosotros.
45
III
Hacia las once, Delieu nos da las órdenes para la noche: cavar un hueco para
el ataque y, sobre todo, que nadie se duerma.
Tolleron rojo, y riendo con él mismo, imagina que por arriba del talud ya se
arrojaron los alemanes sobre nosotros. Aprieta con fuerza, dentro de sus manos,
las granadas redondas, como papas negras, y se balancea molesto por no poder
gritar.
Afuera la noche está en calma. Salvo que, por un momento, Ferrer cree ver,
con el periscopio, a dos hombres arrastrándose adelante de la zanja, justo a
nuestra izquierda. Yo corro a prevenir a la escuadra vecina. Pero regresando me
enfrento con una masa de tierra, que acaba de desmoronarse, y casi me caigo.
La noche y la mañana pasaron sin que hubiese ningún ataque. Ahora, Delieu,
ya puede reencontrarse con su seguridad, porque a presente me es inferior; y yo
aprovecharé esta situación.
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de que no pudiese regresar al campamento>> Mira por qué no lo hice…>> E hizo
crujir su rodilla enferma.
Yo sentía que tales inquietudes me lanzaban como una pelota de un lado a otro
y, sin embargo, mi seguridad estaba en lo más alto, y me sentía mucho más
sólido: así comenzaba la vida medio inconsciente que me sostendrían en este país
y dentro de sus aventuras. Yo sentía, de antemano, por contraste, el orden que la
gobernaba. Un hombre, cuando toma su primer amante, reconoce en ello el
comienzo de una nueva vida: Y se sorprende dándose cuenta de que él no es
completamente el maestro ni su inventor.
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LES BLESSÉS REVIENNENT
48
I
<< Sobre todo no empezar a tener miedo, nos explica Roseau. Pero
después, cuando todo terminó, yo me digo siempre: Hein! Es por aquello por lo
que tú has pasado, es eso lo que has visto de cerca; así, como si leyeras una
carta de tu madre.
Esta es la reflexión que paraba, de ordinario, a todas las otras; ella tenía algo
de gratificante.
Las cosas para mí son mucho menos simples, así, llego, lentamente, a
encontrar una actitud que me conviene.
49
A las siete, la orden de partir es dada a la séptima y la octava compañía.
Cuando toman su ruta, en ese mismo momento, comienza el cañoneo por encima
de nuestras cabezas.
Se podía ver los estallidos de luz sobre la plaza de la Iglesia: ésa es menos
que una plaza, es más una calle que se alarga un poco, para complacencia de la
iglesia
Vemos tres aeroplanos en el cielo: uno de ellos huye rápidamente, detrás del
cual explotan nubes redondas; lentas de fundirse.
Hay disparos hacia el Norte. Subo; y veo, desde la ventana del granero, nada
más que la colina con los troncos de los árboles negros, sobre un piso rojo.
Llueve.
50
II
El bombardeo dura unas tres horas: y esa era la señal de nuestra partida. En el
preciso momento en que nos metíamos en ruta, vemos a dos prisioneros
alemanes gordos y bien vestidos, que son conducidos por un zuavo; están
subiendo el sendero que lleva al puesto del coronel. De golpe, tuvimos la certeza
de que toda iba bien; Y hablando, propiamente, diré que nosotros no
experimentamos alegría, propiamente dicha, sino el sentimiento de que una
preocupación, que pesaba sobre nosotros, venía de ser anulada.
Dos heridos que regresaban por la misma ruta, nos cruzan. Uno de ellos iba
derecho, la cabeza volteada para atrás, con su cara de dolor y de orgullo: tenía,
sin dudas, las dos manos, que las había presionado debajo de las partes de lo que
había quedado de su cinturón azul.
En cuanto al herido, había recibido dos balas perdidas en la pierna; nos desea
buena suerte y de << trabajar así de bien como lo había hecho su compañía>>
Dos horas de caminata más y cae la noche. Entonces, nos dimos cuenta de
que nos habíamos creo perdidos, hasta, justo, el descubrimiento de ese pueblo de
chozas, que estaba sobre el otro lado del barranco. Agrupados, los
francotiradores, se abrigan en su propio fuego. Un orfebre, inclinado, parece
51
trabajar en cosas delicadas: no es una dama, pero veo brazaletes y una espalda
dorada. Se hace necesario atravesar un hueco, pero, al instante, Delieu cae sobre
un estanque de barro.
Recibimos la orden de acampar, entonces, con una bugía visito los toldos que
están sin fuego. Dentro del primero encuentro a un zuavo con dos manchas de
sangre en los pómulos. Me dice solamente:<< me siento mal>>. Y, << Dónde te
sientes mal? —No. — ¿Dónde está tu compañía? — No.>> Tiene una barba
espesa, y el aire salvaje.
Los árboles tiernos cuyos troncos han sido partidos por los obús se sostienen
apenas con algunas fibras, o gracias al apoyo que reciben de las ramas altas de
los árboles vecinos. El borde del bosque está ahí, a treinta metros de nosotros.
Sobre la gran ruta vemos a los heridos que se dirigen lentamente hacia Tracy,
otros esperan a los camilleros y gimen en voz baja. Por ellos me entero que
hemos ganado dos líneas de trinchera; por el resto, los dichos se contradicen,
pero todos me conmueven por su fe y su gravedad.
Un sargento mayor contaba que había tomado, él solo, una esquina de tierra
francesa. Le parecía conveniente, aquí, mostrar un amor así por la patria, que en
otras circunstancias él mismo hubiese juzgado ridículo de afirmar.
<<…Y tú no sabes, decía, el gran adjunto de la octava brigada, aquél que tenía
tres medallas, muerto. Decía que era él quien había partido primero; los otros no
corrieron lo suficiente como para alcanzarlo.
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<< No tienes tan mala cara, le digo. — ¡Oh, sí! Aún sé bromear.>> Él me
escucha, gira un poco la cabeza; y me reconoce: << Qué quieres tú, mi viejo,
sucede lo que debe suceder.>>
53
III
La verdad es que uno tiene apenas la costumbre de ver a los enfermos con
quienes nos ata un lazo de familia o de amistad: aquí no hay un punto de duda.
Pero sucede que este fenómeno de ahora le llevaría a uno a decir palabras tales
como: ingenuo, egoísta, u otras parecidas, que se escucharían muy bien en
algunos casos precisos. Uno se preguntaba: << Y aquél también?>> su sentido se
nos escapaba y parecía, yendo más lejos, que ello se podía aplicar a todos, o a
casi a todos. Así, nuestros sentimientos, mal preparados, se encontraron tomados
de sorpresa.
Al llamarlos uno a uno, yo creía distinguir, sobre los trazos de cada herido, el
orgullo con el cual ellos parecían decirme:<< ¿No soy yo un verdadero guerrero?
>> Esos hombres podían admitirlo todo, salvo que fueron heridos, por
equivocación. ¿De dónde venía que nosotros no curábamos a los que se
quejaban?
Hacia las once horas, escuchamos a alguien detrás de la puerta: << ¿Tienen
lugar para un herido? — La poste de primeros auxilios queda más abajo, se le
respondió. ¿Entonces un poco de agua? —Entre.>>
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Era un hombre viejo con el brazo pendiendo, tenía sangre pegada sobre la
manga y sobre la mano.
Cuando se va, Turquet se vira hacia Ferrer y le dice: <<Él, “Couilion”, es más
feliz que tú.>>
55
CHANTS DANS LA TRANCHÉE VOISINE
56
I
Entonces, terminamos por reunirnos con los que conquistaron la zanja nueva; lo
hicimos a través de algunos senderos y arbustos. Habíamos pasado por túneles y
por charcos de agua y hielo en abundancia.
(Tres o cuatro obús han caídos cerca de nuestra ruta. Sin duda que en pleno
día esas ametralladoras nos hubieran segado; pero en la noche, el peligro es
menos grande, es también mejor organizado y algo así como más conveniente. La
noche va bien con los riesgos que se supone porta ella misma, a esta suerte de
miedo, sin tener que atacar ni defenderse; parece que ella se encuentra rendida a
su peligro natural.
Ferrer no remarca que hay dos muertos a nuestros pies, justo contra los
asientos; pero yo los toco, para estar seguro, y cómo siente uno esas manos
rugosas, esos miembros entumecidos.
57
<< Alguien ha visto a Kaddour? Pregunta más tarde Delieu. Ya son dos veces
que ha desaparecido y no regresa.>>
Lo dice sin que nada parezca lo que nos quiere informar. Esa es una
característica de la fuerza de Delieu; la forma cómo retiene aquello que sabe. Por
el resto, Kaddour, después de algunos días, fue sospechoso de traicionarnos.
Detrás de nosotros está el lugar que las reservas, que ayer defendieron la
trinchera aún no han cruzado. Cuatro Zouaves lo tomaron: presionándose uno
contra el otro, levantando la cabeza y los brazos, aún conservan alrededor de la
frente las huellas del alambre de púas.
Pero nos llega un sentimiento diferente por los muertos que están acostados,
adelante, dentro del espacio que nos separa del enemigo: para decir la verdad,
ellos nos son menos simpáticos; son muertes ingratas, que no han tenido éxito.
Ferrer precisa la idea, diciendo: << es necesario recomenzar>>. Vimos también
dos o tres cadáveres alemanes.
Si ellos salen de sus huecos, todos deben tirarse vientre contra el suelo, sobre el
borde de la trinchera, y a disparar.>>
Pero, ¿de dónde vendrían ellos? Desplego mi odio sobre esos enemigos
invisibles, que mi vista los busca con la misma incertidumbre, sobre la línea de su
defensa.
Era un poco tarde, cuando por primera vez escuchamos sus cantos.
58
II
Pero me conmueve ver que Ferrer se planta en la tierra y observa tres cartas
coloreadas y los tapices de Bayeux. Pienso que posiblemente va a ser un amigo, y
qué vivo deseo de hablarle.
Pero no, los ha recogido de un muerto, dice; de donde vienen, también, ese
paquete de cartas y la revista violeta. Pero, esta conversación interrumpida me
llega más que todos los cadáveres. Me parece primero que rememorando los
acontecimientos penetré por ese azar, dentro de la guerra.
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La reflexión de los eventos que no se han podido evitar, en este instante,
conservan un carácter obsesivo para la memoria.
Por cuatro horas continúan los cantos dentro de una zanja alemana que
nosotros no percibimos. Eran canticos latinos que nos llegaban a través de las
nubes. Según ellos, nosotros deberíamos imaginar a una asamblea de gente joven
seguros de sí mismos y de su peligrosidad.
60
III
Por sus cantos, ellos nos aportan la ocasión superarlos; nos acercan como lo
haría una cuerda; porque sería suficiente con halar esa cuerda para estar en su
columna. Y así corrimos hacia ellos, con el fusil apretado dentro de nuestras
manos, y el odio en alto para todos esos hombres que cantaban en nuestra tierra,
dónde nosotros permanecíamos silenciosos.
Todo está listo; parece que los niveles exteriores e interiores se confunden en el
punto dónde la vida va a repartir.
Los cantos que son una cosa abierta a todos los sentimientos, sirven
poderosamente a una tal simplicidad. Y cuando el viento desplazaba sus soplidos,
nosotros observábamos cómo nuestro odio se desplazaba hacia ellos, en el
mismo momento que ellos tomaban sus marcas.
61
Hacia las once horas, el servicio nos trae una olla de carne cocida, arroz y un
cubo de jugo de frutas. Cuando Beaufrère le servía un cuarto de ron a Leynaud,
una granada, estúpidamente, estalla entre ellos dos y destroza las dos caras.
Luego nos llevan para atrás. Parece que todo pasará la próxima vez, a
recomenzar; pero el impulso de hoy no podrá servirnos mañana.
62
LA DOUBLE ATTAQUE
EL DOBLE ATAQUE
63
I
Una imagen es más fuerte y más exterior que todos los otros recuerdos: diez
soldados que se levantan al amanecer y permanecen primero juntos comienzan a
correr para escalar el pico, que está en nuestra línea. Son delgados y al estar un
poco inclinados sus cascos chocan y uno de ellos cae; pero sólo pareció ponerse
sólo de rodillas.
Justo en el momento cuando se realizaba nuestro primer ataque vi, dentro del
tumulto de este comienzo de batalla, humos negros que subían de un salto, como
grandes llamas, y que se perdían rápido por sus bordes. Miles de ruidos de obús o
de balas: truenos dentro del cielo, castañas que explotaban sobre la ceniza,
cantos de sapos, de grillos, de abejas, o de una casa que colapsaba. Yo me
regocijaba con una felicidad infantil de esa variedad y de su fuerza.
El pico, a nuestra izquierda, está ahora desierto. Distingo ahí tirado un nuevo
cuerpo cerca de aquellos que me habían parecido, sí grandes, la víspera; él no
está cubierto como los otros de hielo blanco, pero el color vivo de su pantalón
llama la atención a mis ojos.
El sol pálido y redondo se levanta: parece, más que un sol, una luna de claro
de luna.
La zanja que habían atacado los alemanes estaba toda entera por el otro lado:
de tal suerte que nos preguntábamos si el golpe habría triunfado. Comenzamos a
ganar confianza cuando pasada una hora, o más…
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<< Un zuavo que viene, gritó Blanchet.>>
Luego vimos aparecer en forma más clara a otro hombre; pero casi de
inmediato se lo dejó ver. No lo volví a divisar hasta que ya estuvo derecho sobre el
pico. Parecía caminar hacia atrás y de esa manera desaparecer en el cielo.
Además, ajustaba su capot extrañamente. Hubo un momento cuando nos
preguntamos, ¿qué querría decir eso?
Pero, mientras pasa, el hombre del enlace nos grita: << Todo va bien: el cuarto
zuavo ha tomado las trincheras.>>
Debimos esperar largo tiempo la orden que nos debería permitir, pensamos,
nosotros, retomar la parte perdida, y posiblemente otra, mucho más lejos. Pero
ninguna orden nos llegaba, y nuestra excitación decaía poco a poco. Solamente
hubo que disparar sobre los cuervos de un árbol qué saltaban sobre el cadáver de
un soldado alemán.
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Dentro de la compañía, tuvimos al menos doce muertos. Yéndonos al bosque
dos más, pero hicimos algunos prisioneros.
Para el contra ataque, ha hecho falta perder terreno. Pero cuando regresamos,
ya teníamos un teniente, ah, un teniente!...
No había pasado nada más después de nuestra partida, salvo que la lluvia caía, y
el parapeto amenazaba en fundirse con el barro.
66
II
Hay dentro de todos los acontecimientos que vengo de contar, una parte de
recuerdos que he guardado desde el instante mismo que ellos me llegaron, y los
sostengo firmemente como ellos me sostienen a mí. Por lo que sigue, va bien de
otra manera. De seguro, he debido escaparme, de mi mismo, en el momento que
hemos atravesado, para el ataque, el parapeto de la zanja.
Alrededor de mí, no hay más que tierra fresca, pero veo más abajo, el cuerpo
bruscamente destrozado de Polio, me imagino que es él, y de otro hombre:
cuerpos sin alma, hasta sin carnes. No percibo más que su mitad inferior,
mezclada de tierra y de hojas.
Pero toco mi muslo, y ella está cubierta de mi sangre, que aún corre.
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Dentro de la zanja dónde me llevan de inmediato— quién me ha relevado, —no
lo sé— primero yo me siento decepcionado. Todo ha terminado, la puerta está
cerrada.
Una de las razones de nuestra retirada fue, sin duda, esas llamas que se
levantaban muy a lo alto, y el hueco de la derecha que hacía parecer que todo el
lugar estaba en fuego.
Es por una herida de bayoneta que Virgilio muere sobre el piso. Se da vuelta
cuando pasaba, y me dijo: << Virgilio se va, pero viva la Francia al menos.>>
68
Habíamos partido al ataque sin esperanzas, ni miedo, y como devenidos como
algo exteriores. No he visto caer a nadie salvo, creo, a Blanchet; quien había
llegado arrastrándose, justo al final, hasta la zanja alemana.
Pero ya estábamos muy apretados, por lo que él debió quedarse sobre el talud
de atrás.
FIN
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