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No

hay motivos para sorprenderse de que Ambroise Paré (1509-1590), hombre del
Renacimiento, autodidacta, cirujano curtido en cien campos de batalla, médico de
varios reyes y miembro del Colegio de San Cosme (a pesar de las críticas de sus
doctos colegas), aplique su a veces ingenua curiosidad a un campo que no es el suyo
en sentido estricto. La edición de 1575 de su libro de monstruos humanos y animales,
de falsos mendigos y curiosidades celestes, suscitó la ira de la Facultad de Medicina y
una auténtica querella por atentado contra las buenas costumbres. Interesado por
temas siempre actuales como el hermafroditismo y lo demoníaco, los misterios de la
naturaleza y los del hombre, se enfrenta a ellos con una fascinación que no le impide
recordar el objetivo científico de sus análisis, aun bajo la creencia platónica de que lo
prodigioso fue antaño lo real.

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Ambroise Paré

Monstruos y prodigios
ePub r1.0
Titivillus 11.07.2019

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Título original: Des Monstres et Prodiges
Ambroise Paré, 1575
Traducción: Ignacio Malaxecheverría
En cubierta: Pez llamado Orobon

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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ÍNDICE

Introducción

Nota sobre la presente edición

MONSTRUOS Y PRODIGIOS

Bibliografía

Notas

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INTRODUCCIÓN

o es un azar que Paré escoja Biarritz como marco descriptivo de la


pesca de la ballena evocada en Des Monstres et Prodiges: y no por
razones lógicas —la auténtica tradición de pesca de cetáceos en la
costa vasca desde el siglo XII, o la efectiva visita de Paré a Bayona
—, sino debido a motivos más profundos. Ambroise Paré,
afortunadamente a mil millas intelectuales del positivismo
decimonónico, adivina, quizá, el futuro prestigio de la elegante playa de los Pirineos
Atlánticos; intuye acaso, con olfato avezado de cirujano, la elegancia de Biarritz
convertida en corte de la emperatriz Eugenia; imagina a nobles rusos de vacaciones
—puede que a la familia Nabokov—, al rey Alfonso XIII y a la aristocracia
frecuentando el casino; ve sin duda la belleza marchita de la ciudad en nuestros días,
su delicada decadencia invernal. De no ser así, ¿cómo explicar su preferencia por
tan bucólico puertecillo, en una obra en que las referencias ciertas de lugar no
abundan? Y no obsta a ello el que Ambroise sea parco en los elementos descriptivos:
una localización sucinta (las cercanías de Bayona), un attrezzo rudimentario (la
torre de atalaya o vigía), un reparto somero (remeros, arponeros) y una acción
esquemática (la pesca; el arrastre del cetáceo a la orilla; su despiece y reparto) le
bastan para evocar la escena y para hacérnosla imaginar. Junto a ello, ¿qué
importancia tienen las denuncias del doctor Delaunay sobre la imprecisión de la
iconografía que Paré emplea? Tanto da que en la ilustración correspondiente a la
ballena, ésta «se vea gratificada con cuatro pares de mamas ventrales, cuando los
cetáceos sólo tienen uno, inguinal»; ni importa que «la figura muy inexacta que Paré
toma de Thevet no pueda aplicarse sino con muchas reservas a la yubarta
(Megaptera boops, L.), aquel de los grandes cetáceos que con más frecuencia se
aventuraba en nuestras costas».
En todo caso, semejantes reproches, formulados desde la posición orgullosa del
científico del siglo XX, del desmitificador, del «cuantofrénico» justamente
denunciado, no revelan sino incomprensión. Paré es ciego para lo que sea ajeno a su
atalaya, su acción de pesca y despiece, como prescinde de lo tocante a las demás
características de la región, incluida su lengua. Sería conveniente que los hombres
tuvieran solamente un idioma, afirma Paré en otro lugar, pues quien oyera a «un
alemán, un bretón de Bretaña, un vasco, un inglés, un polaco o un griego sin verlos,
tendría mucha dificultad en juzgar si se trata de hombres o de bestias».
Este cirujano viajero —no mucho, pues no parece haber ido más allá de Francia
y el norte de Italia— había nacido, como el aduanero Henri Rousseau, en Bourg-
Hersent, cerca de Laval, hacia 1509. La profesión paterna de cofrero no debió de
atraerle, pues lo vemos colocado, en plena adolescencia, con un barbero de su

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pueblo, donde aprenderá no solamente a afeitar y a rizar pelucas, sino igualmente a
practicar sangrías, y, como correspondía en la época a las gentes de su oficio, a
efectuar las curas de urgencias más requeridas. Laval, con su castillo viejo, su
catedral, sus templos de Notre-Dame-D’Avénières, San Venerando, y Notre-Dame-
des-Cordeliers, no debe bastar para colmar las exigencias del joven aprendiz
trasladado a Angers, sigue practicando su humilde oficio, a la vez que se instruye en
el arte más difícil de reducir fracturas y preparar ungüentos. Hacia 1532, se instala
en París, en la calle de la Huchette; el ser barbero le permite subsistir, pero sus
previas lecturas de autodidacta le impulsan a querer emular a los grandes maestros.
A Partir de entonces, la historia de su vida es la de una ascensión social irresistible
impulsada por el propio esfuerzo, a la manera del heroico self made man anglosajón.
Asiste a clases en la calle de la Bûcherie, y ha de soportar el desprecio de los
estudiantes de medicina bacía los barberos aspirantes a cirujano; empleado en el
hospital como cirujano-barbero —ha obtenido el título de «maître» en 1536—,
adquiere una experiencia que le llevará a enrolarse en la campaña de Italia, al
servicio del regimiento del mariscal de Montejan. Lo aprendido sobre el terreno le
haría escribir más tarde que «de nada sirve hojear libros, charlar y cacarear en la
cátedra de cirugía, si la mano no actúa como lo ordena la razón». Sus campañas —
Piamonte, Perpignan, Landrecies, Bolonia, Lorena, Luxemburgo— le enseñaron a
proscribir la cauterización para curar los muñones, reemplazándola por la
aplicación de «un suave emplasto digestivo hecho de yema de huevo, aceite de rosas
y trementina»; a localizar y extraer proyectiles, en las heridas causadas por armas
de fuego (Método para tratar las heridas producidas por arcabuces, 1545), basándose
en la trayectoria probable de la bala; a practicar sistemáticamente la ligadura de
arterias como forma de cortar hemorragias, de resultas de una amputación
practicada durante el sitio de Metz, asediada sin éxito por Carlos V. Isabel de Albret
lo recomendó al rey de Navarra, con lo que Paré se convirtió en cirujano real, al
servicio sucesivamente de Enrique II, Francisco II, Carlos IX y Enrique III. En 1554,
es nombrado miembro del Colegio de San Cosme, a pesar de la resistencia ejercida
por los profesores de la Sorbona, que no podían tolerar que fuese elevado a tal
dignidad quien ni siquiera hablaba latín; es presumible que los doctos oficiales no
tendrían una elevada opinión del edicto de Villers-Cotterêts, de 1539, por el que el
francés había reemplzado al latín como lengua administrativa. Delaunay, malévolo,
al subrayar la indigencia de la cultura clásica de Paré, recuerda «el trabajo que le
costó a este barbero farfullar unos rudimentos de latín para obtener el título de
maestro en cirugía», y Céard ha demostrado con suficiente detalle la amplitud y
gravedad de la ignorancia de Paré, cuando se ve en el compromiso de traducir una
fuente latina aún no vertida al francés. En toado caso, el poco docto Paré publicó en
1573 dos célebres tratados de cirugía, y un Discours de la Licorne en 1582 —a él
irían a parar una serie de animales con cuerno procedentes de nuestro Des Monstres
et Prodiges—, en el que declara, contra la opinión extendida, que los polvos de

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momia y de unicornio están lejos de constituir un medicamento eficaz. La edición de
1575 de Des Monstres suscitó la ira de la Facultad de Medicina, y una auténtica
querella por atentado contra las buenas costumbres, que acabó ante el Parlamento.
Ignoramos cuál fue el fallo del tribunal; si el libro fue puesto a la venta, es sin duda
porque hubo veredicto exculpatorio, empujado, quizá, por una intervención del rey,
como sugiere Céard. Se trata de un episodio más de la rivalidad entre médicos y
cirujanos en el siglo XVI; adviértase cómo, en el propio Des Monstres, Paré se
autoexhibe como último remedio cuando nada pueden ya los galenos. Éstos,
indignados ante la osadía de un cirujano escritor —y desconocedor del latín—,
debieron reprocharle el haber expresado en francés lo que sólo el latín podía
vehicular sin escándalo.
En 1590, cuando Enrique IV el Bearnés concluye un asedio a la capital, muere
Ambroise Paré y es inhumado en Saint-André-des-Arts.

Dos especies de escritores, del todo irreconciliables, se arrojan hoy sobre los
despojos del cirujano. Es menester, en bien del alma de Paré, defenderlo contra los
hagiógrafos y contra los jueces severísimos. Dorado eclecticismo.
Los hagiógrafos lo etiquetan, casi unánimemente, como «padre de la cirugía
moderna», extraño mérito para figurar en la historia de la literatura; o ensalzan su
sensibilidad de hombre generoso, compasivo, justo, pacifico y fraterno, que
«execraba la guerra». Pierre Ronsard colaboró con un soneto en la edición de las
obras completas de Paré: «Cuanto pude hacer en cuarenta años / El trabajo, la
destreza y el docto saber; / Todo cuanto la mano, el uso y el deber, / La razón y el
juicio ordenan que se haga; / Todo puedes verlo, lector, en poco espacio, / En este
Libro que por divino se ha de tener. / Pues curar es imitar a Dios, y poder / Aliviar
las desdichas de nuestra humana especie. / Si Apolo otrora, por ayudar a los
mortales, / Tuvo en diversas partes sus templos y altares, / Nuestra Francia debería
(si la malvada envidia / No nublase sus ojos) celebrar tu quehacer. / Yo, poeta y
vecino, participaría de tu honor, / Puesto que tu Laval está cerca de mi patria». Y hay
que confesar que no es Paré el último en contribuir a su propio halo de santidad;
léase lo que narra en su propia «Apología» biográfica, a propósito de un incidente
durante la campaña de Turín. Para acomodar a su caballo, entra en un establo,
donde ve cuatro soldados muertos «y tres que estaban apoyados contra la pared, con
la cara totalmente desfigurada; ni veían, ni hablaban, y sus ropas ardían aún por la
pólvora que las había abrasado. Apareció un viejo soldado, que los miró con
compasión y me preguntó si había manera de poder curarlos; contesté que no. Se
acercó repentinamente a ellos, y les cortó el gaznate suavemente, sin cólera. Al ver
tamaña crueldad, le dije que era una mala persona; me contestó que rogaba a Dios
para que, si se hallaba él aviado de semejante forma, hubiese alguien que le hiciera
otro tanto, para no consumirse miserablemente».

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La posición contraria, no menos nefasta, es citar a Boaistuau y a Lycosthenes
como los más célebres autores de libros sobre monstruos del siglo XVI, y omitir del
todo a Paré, cuya fama es innegable; denunciarlo como «naturalista de ocasión»,
como un aficionado de cultura clásica nula; señalar las lagunas de autodidacta
propias de semejante «primario», y su ignorancia del concepto de especie (por
atreverse a decir que de la unión de sodomitas y ateos con animales pueden nacer
monstruos); definir, por último, Des Monstres, como un «repertorio de hechos de
toda procedencia, ligados por una curiosidad infantil». Delaunay, severo inquisidor,
no ve otra disculpa para el cirujano que la de haber nacido en una época de
«dogmatismo libresco» y de sumisión a la antigüedad, y considera necesario
aguardar a Bacon, Descartes y los enciclopedistas pura «arrancar las ciencias
naturales al dominio de lo oculto y del finalismo, e instaurar por fin el reino de la
experiencia». Lamentablemente, la manía identificatoria de Delaunay, su pasión por
«etiquetar» conforme a la terminología médica de los años veinte a los monstruos
humanos de Paré, no supone, a mi juicio, adelanto ni progreso alguno sobre el
barbero de Laval.
Otra grave acusación contra Paré es la de plagio. A Céard, que desentierra con
celo detectivesco las fuentes de Paré —Boaistuau, Tesserant, Wier, Lavater, Gesner,
Rondelet, Thevet, Lycosthenes…—, le parece especialmente grave que el cirujano, a
pesar de dar incontables referencias, silencie otras, lo que no permite «medir la
amplitud de sus deudas». Pero ¿no está un texto siempre hecho de otros textos?
¿Están libres del mismo pecado muchos autores contemporáneos? Hasta el hábito de
reconocer las fuentes clásicas (Plinio) y silenciar las modernas lo acerca a nuestros
escritores de hoy. Inútil aducir que tal actitud es inadmisible en un científico: Céard
y Delaunay están de acuerdo —a casi medio siglo de distancia— en que en Des
Monstres, Paré no hace obra de naturalista; el primero propone incluso, con
considerable optimismo, que se trata de una obra literaria. Huelgan entonces
semejantes censuras. Si Des Monstres es «el libro de imágenes de Ambroise Paré», si
es un auténtico «Libro de las Maravillas» como los que se componían en la Edad
Media, todo ha de estarle permitido; hasta el utilizar láminas manidas, que se
prestaban los impresores, de una veracidad relativa, y en las que determinados
detalles se exageraban tendenciosamente, para subrayar los rasgos que interesaban
al autor. Esta iconografía «impersonal» —pero ¿no es personal toda elección?—
cumple dos funciones distintas: de simple información e ilustración documentaria, en
la parte de Des Monstres que se refiere a monstruosidades humanas, y de centro
absoluto de interés cuando se trata de presentar monstruos animales; el texto,
entonces, no constituye ya sino una especie de «légende étendue» de la imagen —
Céard dixit—, que se rodea de una auténtica «mise en scène». Dicho en otros
términos, de los tres niveles de representación que asigna Roland Barthes a las
láminas de la Enciclopedia —antológico, anecdótico y genético—, sólo los dos
primeros están plasmados en Des Monstres.

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Es fácil reprochar a Paré lo que no son sino defectos de su época, y lamentar en su
obra carencias inevitables, desde la óptica orgullosa de quien escribe tres siglos
después, envuelto en la soberbia del ciencismo. Pero es lícito ver en él —tal es mi
postura— el exponente de una actitud platónica: investigar y aprender no es sino
recordar; lo prodigioso fue antaño lo real, no siendo los recursos inventivos de la
naturaleza inferiores en nada a los del hombre. Nuestras fábulas se limitan a
reproducir lo que fue, o lo que podría ser; ¿por qué no habrá suscitado Dios,
mediante el mismo acto creador —se pregunta con razón Sendrail—, a las bestias
que pueblan únicamente nuestro pensamiento y a las que caminan pesadamente
sobre la tierra? La curiosidad infantil de Paré, como su amateurismo, merece todos
mis parabienes.
Su curiosidad maravillada, su fascinación ante lo insólito, no le impiden partir —
como en una obra seria— de una definición del objeto de su análisis (el monstruo es
lo que se aparta del curso de la naturaleza) y de una enumeración de las causas
generadoras de los monstruos. Que posteriormente olvide su definición inicial, que
la amplíe abusivamente —como quiere Kappler—, que omita referirse a «prodigios»
y «mutilados», como prometió al principio, es ya otra cuestión. Pero el punto de
partida de Paré en nada envidia al moderno de Lascault, para quien la forma m no
es sino un «apartarse de la naturaleza», a pesar de sus intentos de precisarla
negativamente (no es ni un ser verbal, ni una forma natural, ni la representación de
un monstruo biológico exactamente observado); ni envidia a las generalizaciones de
nuestros contemporáneos, para quienes los monstruos son indefinibles, o son sueños
de Dios, o expresan en su multiplicidad los viejos instintos del pánico o las angustias
ancestrales, encarnan las potencias del mal, nuestras tendencias perversas u
homicidas, o —más interesante aún— constituyen modelos utópicos aún por venir.
La clasificación de monstruos más inteligente y maliciosa que pueda leerse es
quizá una de animales que Borges atribuye a una enciclopedia china, y que sirve de
punto de partida a la reflexión de Foucault en Les Mots et les choses. No me atrevo a
afirmar que la de Paré sea semejante —aunque lo pienso, mutatis mutandis—; en
todo caso, esta última tiene el beneficio de la ingenuidad. De todos modos, clasificar
a los monstruos por sus causas genéticas —la cólera divina, el exceso de semen al
engendrar, etc.— es un intento tan legítimo como otros. Prescindiendo de una
taxonomía antigua, como la del Liber monstrorum, Massimo Izzi examina las de
Valton (1905), Bresson (1944) y Heinz Mode; descubre que en todas ellas «sólo dos
son los diferentes procesos teratogenéticos individuales: la hibridación y la
deformación por variación genética de las partes»; denuncia estas tipologías y la de
Kappler, por su incongruencia y su prolijidad. La clasificación de Lascault, muy
cartesiana y —como él mismo lo reconoce— llena de redundancias, se basa en dos
grandes grupos: lo monstruoso estático y lo dinámico. No ofrece más ventajas la

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clasificación de Geoffroy Saint-Hilaire (siglo XVIII): reducir los monstruos de Paré a
una nomenclatura monstruosa de jerga helenizante resulta cómico. ¿Es «explicar»
determinado monstruo de Paré el llamarlo sesudamente JANICEPS o XIPHODYME?
El intento clasificador más moderno y coherente es el de Izzi, que distingue,
ejemplificándolos en su obra,

1. proceso de sobredeterminación metacrónico con formas híbridas polimorfas;


2. proceso de sobredeterminación diacrónico, con formas híbridas dinámicas,
metamorfas;
3. proceso de hiperdeterminación metacrónico, con formas caracterizadas por
anomalías físicas, dismorfas; y
4. un proceso de hiperdeterminación diacrónico, con formas anómalas y
subversión de las leyes biológicas, «disbióticas».

No es lícito pedir a Ambroise Paré una coherencia semejante. ¿Qué tienen que ver
los monstruos animales y los celestes? Se puede pensar, con Céard, que lo que late en
el esquema de Paré es una confrontación de la providencia de la Naturaleza con sus
odiosas caricaturas (mendigos y demonios); ello demostraría que si los materiales
no pertenecen a Paré, gran plagiario, el plano y disposición general del edificio son
cosa suya, como indica Céard gráficamente. En cualquier caso, nada es sencillo en
Paré: Kappler lo presentó como un escritor fiel a la tradición medieval, pero ni sus
monstruos están todos logrados, como los de Chrétien de Troyes, a base de acumular
detalles de animales comunes, ni producen precisamente el estremecimiento de lo
bello, como le ocurría a Hugues de Saint-Victor. ¿Son todos ellos «ruptura del orden
reconocido»? ¿O son a veces descripciones de algo insólito presentándolo como
banal, constituyendo así precisamente lo contrario a la ostranenie o singularización,
que Shklovski consideraba marca de lo literario? Lo que es claro, a mi juicio, es que
Paré no agota las fuentes de lo insólito, cargando hasta la saciedad su Des
Monstres: reserva para el segundo libro de sus obras completas («Des Animaux») un
tremendo erizo de mar, y para el vigésimo primero («De los venenos») el pez
Caspilly, erizado de cuernos, con uno en mitad de la frente, asesino de ballenas y
codiciado por los árabes, que lo pescan como al cocodrilo y utilizan su cuerno; lo
mismo hace con el pez Vletif provisto de una sierra —detalladamente descrita— en
medio de la frente, y vecino de las costas de Guinea. Poco importarán estas
omisiones a Céard, para quien las páginas más originales del libro, las más vivas,
son las correspondientes a los mendigos. Sin negar la importancia de ese aspecto
picaresco de Des Monstres, se me permitirá preferir precisamente las demás partes;
pues creo, con Debidour, que Dios dio a Adán —y a Paré— todos los monstruos
irreales, puesto que le dio el poder de imaginarlos; creo, con Sendrail, que cualquier
inventario de formas fantásticas equivale a un inventario de formas mentales, y que
si los mismos tipos se reproducen según las mismas reglas, es porque esos tipos están
en nosotros, existiendo un «orden del ensueño» aún con más certeza que el orden

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natural, y derivado de las evidencias interiores del hombre. Las afirmaciones de
Kappler, para quien «el monstruo ofrece (…) una vía de acceso al conocimiento del
mundo y de sí mismo», y que considera que el monstruo es enigma, suscita la
reflexión y reclama una solución, no hubieran significado nada nuevo para el
barbero de Laval; ni se hubiera sorprendido éste al «descubrir» que el monstruo es
una función natural que expresa pulsiones fundamentales, como la sexualidad.
¿Acaso no trata de ello su obra, y de manera esencial?
Paré es nuestro contemporáneo. Esto no es un elogio, sino una simple
observación. Le interesan el hermafroditismo y lo demoníaco, los misterios de la
naturaleza y los del hombre, espejo de aquélla; también le debe de interesar el
futuro, si es cierta la afirmación de Derrida: «el porvenir no puede anticiparse sino
bajo la forma del peligro absoluto. Es lo que rompe absolutamente con la
normalidad constituida y no puede anunciarse, o presentarse, más que bajo la
especie de la monstruosidad». La inquietante primera parte de las Aberrations de
Baltrušaitis, «physiognomonie animale», pone de relieve la comunidad de rasgos
físicos entre el hombre y el animal; obsérvense ahora las láminas de Des Monstres et
prodiges.

IGNACIO MALAXECHEVERRÍA

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NOTA SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN

La traducción aquí ofrecida es monstruosa: sigue el Des Monstres de 15854 en la


excelente edición de Céard, a quien he citado repetidamente, pero incorpora
fragmentos de ediciones previas no utilizadas en la cuarta, siempre que he
considerado que enriquecían el texto; para especificar de qué fragmentos se trata,
remito a la edición Céard. He incorporado el texto las «manchettes», que Céard
relega a pie de página, y he alterado la numeración de las ilustraciones, al añadir
alguna que no corresponde precisamente a la edición de 1585. La traducción es
literal, y respeta las peculiaridades del estilo de Paré; la figura sinonímica, por
ejemplo («fuerte y robusto»), es reiterativa para el gusto moderno, pero es un rasgo
arcaizante que no veo motivos para omitir. La puntuación se ha modificado en la
medida de lo necesario. Los nombres propios quedan traducidos cuando se trata de
denominaciones usuales (Lysponna = Lisboa), y, si tal no es el caso, conservan su
forma original (en ocasiones, con tentativas de identificación).
La labor de identificación de cada fuente de Paré está ya hecha en las notas que
acompañan a la edición de Céard; es un trabajo difícilmente mejorable. Mis notas
sólo ofrecen lecturas e imágenes paralelas, que ensanchan la perspectiva del texto de
Paré.

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MONSTRUOS Y PRODIGIOS

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PREFACIO

os monstruos son cosas que aparecen fuera del curso de la


Naturaleza (y que, en la mayoría de los casos, constituyen signos de
alguna desgracia que ha de ocurrir), como una criatura que nace
con un solo brazo, otra que tenga dos cabezas y otros miembros al
margen de lo ordinario. Prodigios son cosas que acontecen
totalmente contra la Naturaleza, como una mujer que dé a luz una
serpiente o un perro, o cualquier otra cosa totalmente opuesta a la Naturaleza, como
lo haremos ver a continuación mediante varios ejemplos de tales monstruos y
prodigios, que he tomado junto con las ilustraciones de varios autores, como las
Historias Prodigiosas de Pierre Boaistuau, Claude Tesserant, San Pablo, San Agustín,
el profeta Edras, y de los sabios antiguos, a saber, de Hipócrates, Galeno,
Empédocles, Aristóteles, Plinio, Lycosthenes, y otros que se citarán según resulte
oportuno. Los mutilados son los ciegos, tuertos, jorobados, cojos o los que tienen seis
dedos en manos o pies, o menos de cinco, o los tienen unidos, o brazos cortos en
demasía, o la nariz demasiado hundida como los chatos, o los labios gruesos y
salientes, o cierre de la zona genital de las doncellas debido al himen, a carnes
superfluas o a que sean hermafroditas, o la presencia de manchas, verrugas, tumores,
o alguna otra cosa contraria a la Naturaleza.

I. DE LAS CAUSAS DE LOS MONSTRUOS

LAS causas de los monstruos son varias. La primera es la gloria de Dios. La segunda,
su cólera. Tercera, la cantidad excesiva de semen. Cuarta, su cantidad insuficiente.
Quinta, la imaginación. Sexta, la estrechez o reducido tamaño de la matriz. Séptima,
el modo inadecuado de sentarse de la madre, que, al hallarse encinta, ha permanecido
demasiado tiempo sentada con los muslos cruzados u oprimidos contra el vientre.
Octava, por caída, o golpes asestados contra el vientre de la madre, hallándose ésta
esperando un niño. Novena, debido a enfermedades hereditarias o accidentales.

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Décima, por podredumbre o corrupción del semen. Undécima, por confusión o
mezcla de semen. Duodécima, debido a engaño de los malvados mendigos
itinerantes. Y decimotercera, por los demonios o diablos.
Hay otras causas que dejo de momento, pues, al margen de todas las razones
humanas, no pueden darse otras suficientes y fidedignas: por ejemplo, por qué son
creados los que no tienen sino un solo ojo o el ombligo en medio de la frente, o un
cuerno en la cabeza, o el hígado al revés. Otros nacen con patas de grifo, como las
aves, y ciertos monstruos nacen en el mar; en resumen, hay una infinidad de otros
monstruos, que sería demasiado largo describir.

II. EJEMPLO DE LA GLORIA DE DIOS

ESTÁ escrito en San Juan que un hombre, ciego de nacimiento, recobró la vista por la
gracia de Jesucristo; y fue preguntado Él por sus discípulos si Su pecado, o el de sus
padres, había sido la causa de que hubiera sido engendrado así, ciego desde el día de
su nacimiento. Y Jesucristo respondió que ni él, ni su padre, ni su madre, habían
pecado, sino que esto había ocurrido con el fin de que las obras de Dios se
manifestaran en él.

III. EJEMPLO DE LA CÓLERA DE DIOS

HAY otras criaturas que nos asombran doblemente, porque no proceden de las causas
mencionadas, sino de una mezcla de especies extrañas, que vuelven a la criatura no
solamente monstruosa, sino prodigiosa: es decir, que resulta completamente anormal
y contra natura, como lo son quienes tienen cuerpo de perro y cabeza de ave de
corral, otro con cuatro cuernos en la cabeza, otro más con cuatro patas de buey y los
muslos recortados, aquél con cabeza de loro, dos penachos en la cabeza y cuatro
garras, y otros de distintas formas y aspectos, que podrás ver en muchas y diversas
ilustraciones representadas a continuación según su imagen.
Es seguro que en la mayoría de los casos estas criaturas monstruosas y
prodigiosas son fruto de la voluntad de Dios, que permite que padres y madres
produzcan semejantes abominaciones por el desorden en que incurren al copular
como animales; a ello los guía su concupiscencia, sin que respeten el tiempo otras
normas dictadas por Dios y la Naturaleza como está escrito en el profeta Esdras: las
mujeres manchadas de sangre menstrual engendrarán monstruos. De modo semejante,
Moisés prohíbe tal unión en el Levítico, cap. 16. Así observaron los antiguos, merced
a su larga experiencia, que la mujer que haya concebido durante sus reglas
engendrará hijos leprosos, tiñosos, con gota, escrófulas y otros males, o expuestos a
mil enfermedades, ya que el hijo engendrado durante el flujo menstrual toma su

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alimento y crecimiento, mientras está en el vientre de la madre, de una sangre
viciada, sucia y corrompida, que con el tiempo, una vez arraigada la infección, se
manifiesta y hace aparecer su malignidad: unos serán tiñosos, otros gotosos, otros
leprosos, otros tendrán viruelas o sarampión, y otros infinidad de enfermedades. En
conclusión: es algo sucio y brutal el tener relaciones con una mujer durante la
menstruación. Los antiguos estimaban que tales prodigios procedían con frecuencia
de la pura voluntad de Dios, para advertimos de las desgracias que nos amenazan con
algún gran desorden, va que el curso ordinario de la Naturaleza parecía estar
pervertido en tan desdichado engendro. Italia tuvo prueba suficiente de ello en los
sufrimientos que soportó durante la guerra librada entre florentinos y pisanos,
después de haber visto en Verona, en el año 1254, una yegua que parió un potrillo con
cabeza de hombre bien formada y lo demás de caballo[1]. como puedes verlo en esta
imagen [Fig. 1].

Fig. 1. Potro con cabeza humana.

Otra prueba. En la época en que el Papa Julio II suscitó tantas desgracias en Italia
y guerreó contra el rey Luis XII (1512), seguida de una sangrienta batalla librada
cerca de Ravena, poco tiempo después se vio nacer en la misma ciudad un
monstruo[2] con un cuerno en la cabeza, dos alas y una sola pata semejante a la de un
ave de rapiña, un ojo en la articulación de la rodilla, y participando de las naturalezas
de hombre y mujer, como ves en esta imagen.

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Fig. 2. Retrato de un monstruo asombroso.

IV. EJEMPLO DE LA EXCESIVA CANTIDAD DE SEMEN

HIPÓCRATES dice, sobre la generación de los monstruos, que si hay excesiva


abundancia de materia, se producirán gran número de camadas o un hijo monstruoso
que tendrá partes superfluas o inútiles, como dos cabezas, cuatro brazos, cuatro
piernas, seis dedos en manos y pies u otros miembros; al contrario, si el semen es
insuficiente en cantidad, fallará algún miembro, como en el caso de tener una sola
mano, ausencia de brazos, pies o cabeza, u otra parte que falte. San Agustín dice que
en su época nació en Oriente un niño que tenía el vientre arriba, todas las partes
superiores dobles y las inferiores sencillas, pues tenía dos cabezas y cuatro ojos, dos
pechos y cuatro manos, y el resto como otro hombre; vivió bastante tiempo.
Caelius Rhodiginus ha escrito, en el libro de sus Lecciones Antiguas, que vio en
Italia dos monstruos, uno macho y otro hembra de cuerpos bien hechos y
proporcionados, salvo la duplicación de la cabeza; el varón murió pocos días después
de nacer, y la hembra, cuyo retrato ves aquí, vivió veinticinco años, lo que no es
natural en los monstruos, que ordinariamente apenas viven, ya que se disgustan y
vuelven melancólicos al verse así convertidos en oprobio de todo el mundo, de modo
que su vida es breve. Y hay que señalar aquí que Lycosthenes escribe algo

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extraordinario a propósito de este monstruo femenino, pues, salvo la duplicación de
la cabeza, la Naturaleza nada había omitido en él: estas dos cabezas, dice, tenían el
mismo deseo de beber, de comer y de dormir, y la voz semejante, como iguales eran
todos sus sentimientos [Fig. 3].

Fig. 3. Niña con dos cabezas

Esta joven iba de puerta en puerta a pedir limosna y de buen grado la socorrían,
por la novedad de un espectáculo tan extraño e insólito; sin embargo, fue expulsada a
la larga del ducado de Baviera, ya que, decían, podía estropear el fruto de las mujeres
encintas, debido a la aprensión y a las ideas que podrían anidar en su virtud
imaginativa al contemplar criatura tan monstruosa.
En el año de gracia de 1475, fueron engendradas igualmente en Italia, en la
ciudad de Verona, dos niñas unidas por los riñones, desde los hombros hasta las
nalgas[3]; y como sus padres eran pobres, las llevaban por diferentes ciudades de
Italia para recoger dinero del pueblo, que estaba muy ansioso por ver este nuevo
espectáculo de la Naturaleza [Fig. 4].

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Fig. 4. Dos gemelas pegadas y unidas por la parte posterior.

En el año de 1530, se vio a un hombre, en esta ciudad de París, de cuyo vientre


salía otro bien formado en todos sus miembros a excepción de la cabeza[4]; aquel
hombre tenía unos cuarenta años de edad aproximadamente, y llevaba así ese cuerpo
entre sus brazos, resultando tan extraordinario, que las gentes se congregaban en
multitud para verlo, y aquí tienes su imagen representada del natural [Fig. 5].

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Fig. 5. Un hombre de cuyo vientre salía otro.

En el Piamonte, en la ciudad de Chieri, que dista unas cinco leguas de Turín, una
respetable dama dio a luz un monstruo el 17 de enero a las ocho de la noche, en este
año de 1578. Siendo su rostro bien proporcionado en todas sus partes, se le ha
considerado monstruoso por el resto de la cabeza, de la que salían cinco cuernos
parecidos a los de un carnero, colocados unos contra otros en la parte alta de la frente,
y por detrás un largo fragmento de carne que colgaba a lo largo de la espalda, a la
manera de un caperuzón para señoritas. Tenía en torno al cuello una pieza de carne
doble colocada a la manera de un cuello de camisa completamente liso, las puntas de
los dedos semejantes a las garras de un ave de rapiña, y las rodillas en las corvas. Su
pie y pierna derechos eran de un color rojo vivísimo. El resto del cuerpo era de un
color gris ahumado. Dicen que, al nacer este monstruo, lanzó un grito penetrante, que
espantó de tal modo a la comadrona y a todos los presentes, que el miedo que
experimentaron les hizo abandonar la casa. Al ser comunicada la noticia a su alteza el
príncipe de Piamonte, tuvo tal deseo de verlo que mandó en su busca, y en su
presencia varias personas formularon juicios diversos al respecto; aquí tienes
representado su aspecto, tomado del natural [Fig. 6].

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Fig. 6

El monstruo que ahora veis representado aquí ha sido hallado dentro de un huevo,
con el aspecto y semblante de un hombre, todo el cabello hecho de pequeñas
serpientes vivas, y la barba al modo y manera de tres serpientes que le brotaban del
mentón; fue encontrado el 15 de marzo del año 1569, en casa de un abogado llamado
Baucheron en Autun, Borgoña, por una sirvienta que rompía huevos para freírlos en
mantequilla, entre los cuales se hallaba éste: al quebrarlo, vio salir el monstruo en
cuestión, con rostro humano y cabellos y barba serpentinos, lo que la espantó
extraordinariamente. Se dio clara de este huevo a un gato, que murió al instante.
Advertido de ello el señor barón de Senecey, caballero de la Orden [de Saint-Michel],
hizo enviar de su parte el monstruo al rey Carlos, que se encontraba entonces en Metz
[Fig. 7].

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Fig. 7

En el año 1546, en París, una mujer encinta de seis meses dio a luz un niño con
dos cabezas, dos brazos y cuatro piernas, que abrí, y en el que sólo encontré un
corazón, por lo que puede decirse que se trata de un único niño; está en mi casa, y lo
conservo como algo monstruoso [Fig. 8].

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Fig. 8. Niño con dos cabezas, dos brazos y cuatro piernas.
Fig. 9. Dos gemelos con una única cabeza.

Aristóteles dice que un monstruo con dos cuerpos unidos, si resulta tener dos
corazones, puede en verdad considerarse como dos hombres o mujeres; de otro modo,
si resulta no tener más que un corazón con dos cuerpos, es solamente uno. La causa
de este monstruo podía ser defecto de cantidad de materia, o vicio de la matriz
excesivamente pequeña, ya que, al querer la Naturaleza crear dos niños y hallarla
demasiado estrecha se encuentra impotente, de manera que el semen, comprimido y
apretado, viene a coagularse en una bola, de la que se formarán dos niños así unidos y
pegados.
En el año 1569, una mujer de Tours dio a luz dos niños gemelos que tenían sólo
una cabeza, y se abrazaban entre sí; me los dio vacíos y disecados René Ciret,
maestro barbero y cirujano, cuya fama está lo bastante extendida en toda la región de
Turena como para requerir otra a por mi parte.
Sebastián Munster escribe que vio dos chicas en septiembre de 1495, cerca de
Worms, en la aldea llamada Bristant [¿Bürstadt?], que tenían los cuerpos enteros y
bien formados, pero cuyas frentes se mantenían unidas sin que pudieran separarse por
intervención humana: casi se tocaban con la nariz. Vivieron hasta los diez años, y
entonces murió una, que fue quitada y separada de la otra, y la que quedó con vida
falleció al poco tiempo; cuando separaron a su hermana muerta de ella, de resultas de

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la herida que sufrió en la separación; y más arriba tienes representado su aspecto
[Fig. 10].

Fig. 10. Dos niñas gemelas unidas por la frente.

El 20 de julio del año 1570, en la calle de los Gravelliers de París, en la casa de la


Cloche, nacieron estos dos niños así formados [Fig. 11], identificados por los
cirujanos como varón y hembra, y que fueron bautizados en Saint-Nicolas-des-
Champs con los nombres de Luis y Luisa. Su padre se llamaba Pierre Germain,
apodado Petit-Dieu, peón de albañil de oficio, y su madre Matthée Pernelle.

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Fig. 11. Dos niños monstruosos nacidos recientemente en París.

El lunes 10 de julio de 1572, en la ciudad de Ponts-de-Cé, cerca de Angers,


nacieron dos niñas que vivieron media hora y recibieron el bautismo; estaban bien
formadas, salvo que la mano izquierda de una sólo tenía cuatro dedos; y estaban
unidas por su parte anterior, es decir, desde el mentón hasta el ombligo, y no tenían
sino un único ombligo y un solo corazón, y el hígado dividido en cuatro lóbulos
[Fig. 12].

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Fig. 12. Dos niñas unidas nacidas hace poco en la ciudad de Ponts-de-Cé.

Caelius Rhodiginus, en el tercer capítulo, libro 24, de sus Lecciones Antiguas,


escribe que nació un monstruo en Ferrara, en Italia, el 19 de marzo del año de gracia
de 1540; al ver la luz, era tan grande y bien formado como si hubiera tenido cuatro
meses cumplidos, con sexo femenino y masculino y dos cabezas, una de varón y otra
de hembra [Fig. 13].

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Fig. 13. Monstruo de dos cabezas, una de varón y otra de hembra.

Jovianus Pontanus escribe que en 1529, el 9 de enero, se vio en Alemania un niño


varón con cuatro brazos y cuatro piernas, cuyo retrato ves aquí [Fig. 14].

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14. Niño varón con cuatro brazos y cuatro piernas.

El mismo año en que el gran rey Francisco firmó la paz con los suizos nació en
Alemania un monstruo con una cabeza en mitad del vientre; éste vivió hasta la edad
adulta, y la cabeza tomaba alimento como la otra [Fig. 15].

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Fig. 15. Hombre con una cabeza en medio del vientre.

El último día de febrero de 1572, en la parroquia de Viabon, en el camino de París


a Chartres, lugar de las pequeñas Bordas, una mujer llamada Cypriane Girande,
esposa de Jacques Marchant, labrador, dio a luz este monstruo [Fig. 16], que vivió
hasta el domingo siguiente.

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Fig. 16. Imagen de dos niños muy monstruosos, en los que se manifiesta un único sexo femenino.

En el año 1572, al día siguiente de Pascua, en Metz de Lorena y en la posada del


Santo Espíritu, una puerca parió un cerdo de ocho patas, cuatro orejas, con la cabeza
de un perro auténtico, las partes traseras de los cuerpos separadas hasta el estómago,
y a partir de ahí unidas, con dos lenguas situadas al través de la boca, y cuatro
grandes colmillos a cada lado, tanto arriba como abajo; sus sexos se distinguían mal,
de forma que no se podía saber si eran machos o hembras, y cada uno no tenía más
que un conducto bajo la cola. Su aspecto te lo muestra este retrato, que me ha sido
enviado hace poco por el señor Bourgeois, doctor en Medicina, hombre de gran saber
y con buena experiencia, que reside en la mencionada ciudad de Metz.

Fig, 17. Cerdo monstruoso nacido en Metz, en Lorena.

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V. DE LAS MUJERES QUE TIENEN VARIAS CRIATURAS EN UN
SOLO PARTO

EL parto normal de las mujeres es de un niño; no obstante, como el número de


mujeres es elevado, se ven ocasiones en que tienen dos, a los que se llama gemelos o
mellizos; las hay que dan a luz tres, cuatro, cinco, seis y más. Empédocles dice que,
cuando hay gran cantidad de semen, se produce pluralidad de hijos. Otros, como los
estoicos, dicen que se engendran porque en la matriz hay varias celdas, separaciones
y cavidades, y cuando el semen se extiende por éstas, se producen varios niños; sin
embargo, esto es falso, pues en la matriz de la mujer no se encuentra más que una
sola cavidad, mientras que en los animales, como perras, puercos y otros, hay varias
celdas, lo que constituye la causa de que conciban varias crías. Aristóteles ha escrito
que la mujer no podía tener en un solo parto más de cinco hijos; sin embargo, esto le
ocurrió a la sirvienta de César Augusto, que parió de una vez cinco hijos, que no
vivieron —al igual que la madre— sino muy breve tiempo. En el año 1554, en Berna,
Suiza, la esposa del doctor Jean Gelinger tuvo igualmente en un solo parto cinco
hijos, tres varones y dos hembras. Albucrasis cita como seguro el caso de una mujer
que tuvo siete, y de otra que, al accidentarse, abortó de quince bien formados. Plinio,
en el capítulo 11 del libro 7, menciona a una que abortó de doce. El mismo autor dice
que en el Peloponeso se vio a una mujer dar a luz cuatro veces, y tener en cada parto
cinco hijos, de los que vivieron la mayoría. D’Alechamps, en su Cirugía Francesa,
capítulo 74, folio 448, dice que un caballero llamado Bonaventura Savelli, de Siena,
le afirmó que una esclava suya, con la que convivía, tuvo siete hijos en un parto, de
los que cuatro fueron bautizados. Y en nuestra época entre Sarthe y Maine, en la
parroquia de Sceaux, cerca de Chambellay, hay una casa solariega llamada la
Maldemeure, cuya señora tuvo dos hijos en el primer año de su matrimonio, tres en el
segundo, cuatro en el tercero, cinco en el cuarto y seis en el quinto, de lo que murió;
uno de estos seis hijos está vivo, y es hoy señor del mencionado lugar de
Maldemeure. En Beaufort-en-Vallée, región de Anjou, una joven, hija del difunto
Macé Chauniere, tuvo un hijo, y al cabo de ocho o diez días otro más, que hubo que
sacarle del vientre, lo que le produjo la muerte. Martinus Cromerus, en el noveno
libro de la Historia de Polonia, escribe que en la provincia de Cracovia, Margarita,
una dama muy virtuosa y de casa grande y antigua, esposa de un conde llamado
Virboslaüs, dio a luz, el 20 de enero de 1269, una ventregada de 36 hijos vivos.
Francisco Pico de la Mirandola escribe que una mujer, llamada Dorotea, en Italia,
parió en dos veces a veinte hijos, a saber, nueve una vez y once otra; al llevar peso
tan grande, estaba can abultada que sostenía su vientre, que le llegaba hasta las
rodillas, con una gran cinta prendida del cuello y de los hombros, como lo ves en esta
imagen [Fig. 18].

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Fig. 18

En París, en el cementerio de Saint-Innocent, en el noveno pilar de la galería


principal, junto al Espíritu Santo, está colocado un epitafio de piedra que dice así:
«Aquí yace la honorable señora Yolande Bailli, esposa que fue del honorable varón
Denys Capel, procurador en el Châtelet de París, que falleció el 17 de abril de 1513, a
los ochenta y ocho años de edad y cuarenta y dos de viudedad, y vio, o pudo ver antes
de su muerte, a 295 hijos nacidos de su ser».
En cuanto a la razón de la multiplicidad de hijos, algunos, completamente
ignorantes de la anatomía, han querido hacer creer que en la matriz de la mujer había
diversas celdas y recodos, a saber, siete; tres en el lado derecho para los varones, tres
en el izquierdo para las hembras, y el séptimo justo en medio para los hermafroditas.
Esta falsedad se ha autorizado, hasta el punto de que algunos, posteriormente, han
afirmado que cada una de esas siete cavidades está nuevamente dividida en otras
diez, y que la multiplicidad de los hijos en un solo parto se debe a que porciones
diversas del semen eran separadas y recibidas en diferentes celdas. Pero semejante
cosa no se apoya en ninguna razón ni autoridad, sino que es contraria al buen sentido

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y a la observación, aunque Hipócrates parece haber compartido aquella opinión en el
libro De Natura Pueri; pero Aristóteles, en el libro 4, capítulo 4, De generatione
animal., piensa que se engendran gemelos o varios hijos en un solo embarazo de la
misma manera que un sexto dedo en la mano, a saber, debido al exceso de materia,
que al hallarse en gran abundancia, si llega a dividirse en dos, se producen gemelos.
Me ha parecido oportuno tratar en este punto sobre los hermafroditas puesto que
proceden también de una sobreabundancia de materia.

VI. DE LOS HERMAFRODITAS O ANDRÓGINOS, ES DECIR, QUE


TIENEN DOS SEXOS EN UN MISMO CUERPO

LOS hermafroditas o andróginos son criaturas que nacen con doble aparato genital,
masculino y femenino, y por ello son llamados en nuestra lengua francesa Hombres-
mujeres. En cuanto a la causa, es que la mujer aporta tanto semen como el hombre en
proporción, y por eso la virtud formadora, que siempre trata de crear su semejante, es
decir, un macho a partir de la materia masculina, y una hembra de la femenina hace
que en un mismo cuerpo se reúnan a veces los dos sexos, y se les llama
hermafroditas. Existen cuatro variedades, a saber: hermafrodita macho, que es aquel
que tiene el sexo del hombre perfecto, puede engendrar, y presenta en el perineo (que
es la zona entre el escroto y el trasero) un orificio en forma de vulva, que sin embargo
no penetra en el interior del cuerpo, y del que no sale ni orina ni semen. La mujer
hermafrodita, además de su vulva que está bien formada y por la que arroja el semen
y las reglas, tiene un miembro viril, situado por encima de dicha vulva cerca del
pubis, sin prepucio, pero de una piel delicada, que no puede volverse ni replegarse,
sin erección alguna; de él no sale orina ni semen, y no hay rastro de escroto ni de
testículos. Los hermafroditas que no son de uno ni de otro tipo, son los que están
totalmente privados y exentos de generación, y cuyos sexos son totalmente
imperfectos, situados uno junto al otro, a veces uno encima y el otro debajo, y no
pueden utilizarlos sino para expulsar la orina. Hermafroditas machos y hembras son
los que tienen ambos sexos bien formados, y pueden utilizarlos y emplearlos para
engendrar; y a éstos, las leyes antiguas y modernas les hicieron —y les hacen aún—
elegir qué sexo desean utilizar, con prohibición, so pena de perder la vida, de utilizar
aquel que no hubieran escogido, debido a los inconvenientes que de ello pudieran
resultar. Pues algunos han abusado de tal manera, que mediante un uso mutuo y
recíproco se entregaban a la lascivia con uno y otro sexo, a veces de hombre, a veces
de mujer, puesto que tenían naturaleza de hombre y mujer adecuada para tal acto;
incluso, como escribe Aristóteles, su seno derecho es como el de un hombre y el
izquierdo como el de una mujer.
Los médicos y cirujanos experimentados y entendidos pueden discernir si los
hermafroditas son más aptos para ostentar y utilizar un sexo u otro, o los dos, o

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ninguno en absoluto. Y tal cosa se determinará por las partes genitales, es decir, si el
sexo femenino es de dimensiones apropiadas para recibir la verga viril, y si por él
manan las reglas; se determinará igualmente por el rostro, y si los cabellos son finos o
gruesos; si la voz es varonil o débil; si los pechos son semejantes a los de los hombres
o a los de las mujeres; también, si el aspecto de todo del cuerpo es robusto o
afeminado, si son atrevidos o temerosos, y otras actitudes propias de varones o de
hembras. Y, en cuanto a las partes genitales que corresponden al hombre, hay que
examinar y ver si existe gran cantidad de vello en el pubis y en torno al ano, pues por
regla general, casi siempre, las mujeres carecen de él en el trasero. Del mismo modo,
hay que examinar si la verga viril está bien proporcionada en grosor y largura, si se
yergue y si de ella mana el semen, lo que se hará en virtud de la confesión del
hermafrodita, una vez haya estado en compañía de mujer; y por este examen se podrá
en verdad discernir y reconocer al hermafrodita macho o hembra, o si son una y otra
cosa, o si no son ninguna de ambas. Y si el sexo del hermafrodita tiende más al del
hombre que al de la mujer, ha de llamársele hombre; y lo mismo sucederá con la
mujer. Y si el hermafrodita tiene tanto de uno como de otro, será llamado
hermafrodita hombre y mujer, como puede verlo en esa ilustración [Fig. 19].

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Fig. 19. Hermafrodita hombre y mujer.

En el año 1486 se vio nacer en el Palatinado, bastante cerca de Heidelberg, en una


aldea llamada Rorbarchie, a dos niños gemelos enlazados y unidos por la espalda, y
que eran hermafroditas, como puede verse en esta imagen [Fig. 20].

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Fig. 20. Dos niños gemelos hermafroditas unidos por la espalda.

Por otra parte, al comienzo del cuello de la matriz se encuentra la entrada y


hendidura del sexo de la mujer, que los latinos llaman Pecten [= peine]; y sus bordes,
que están cubiertos de vello, se llaman en griego Pterigomata, como si dijéramos alas,
o labios de la culminación de la mujer, y entre ellos hay dos excrecencias de carne
musculosa, una a cada lado, que cubren la salida del conducto de la orina, y se
cierran, una vez que la mujer ha orinado. Los griegos las llaman ninfas, y a algunas
mujeres les cuelgan y sobresalen fuera del cuello de la matriz, alargándose y
acortándose, como lo hace la cresta de un pavo. En especial, cuando ellas desean el
coito y sus maridos se disponen a acercarse, se yerguen como la verga viril, hasta el
punto que gozan de ellas con otras mujeres: si se las ve desnudas, las vuelven muy
vergonzosas y deformes, y a tales mujeres debe ligárseles y cortárseles lo que es
superfluo, pues podrían abusar de ello; el cirujano tendrá cuidado de no hacer una
incisión demasiado profunda, para evitar una gran efusión de sangre, y de no cortar el

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cuello de la vejiga, pues en lo sucesivo no podrían retener su orina, que manaría gota
a gota.
Y que haya mujeres que, por medio de esas excrecencias o ninfas, abusen unas de
otras, es cosa tan cierta como monstruosa y difícil de creer; está confirmado, sin
embargo, por un relato memorable sacado de la Historia de África compuesta por
León el Africano. Entre los adivinos que hay en Fez, ciudad importante de
Mauritania, en África, existen ciertas mujeres (dice en el libro tercero) que hacen
creer al pueblo que tienen trato familiar con los demonios; se aplican ciertos
perfumes, fingiendo que el espíritu les entra en el cuerpo, y mediante el cambio de su
voz dan a entender que es el espíritu quien habla por su garganta. Entonces, con gran
reverencia, la gente les deja un donativo para el demonio. Los sabios africanos llaman
a semejantes mujeres Sahacat, que equivale en latín a Fricatrices, ya que se frotan
una a otra por placer, y en verdad están aquejadas de ese feo vicio de usar
carnalmente unas de otras. Por ello, si va a consultarlas una mujer hermosa, le piden
como pago, en nombre del espíritu, relaciones carnales. Y existen algunas que,
habiéndole tomado gusto a ese juego, atraídas por el dulce placer que de ellas
reciben, aparentan estar enfermas y mandan en busca de esas adivinadoras, y muchas
veces hacen que su propio marido lleve este recado; pero, para ocultar mejor su
maldad, hacen creer al marido que ha entrado un espíritu en el cuerpo de su mujer, y
que, teniendo la salud de ésta a su cargo, es menester que le dé licencia para que
pueda ponerse en trato con las adivinadoras: el infeliz marido consiente, y prepara un
suntuoso festín para toda esta respetable pandilla; al concluir el festín comienza el
baile, y la mujer tiene permiso para irse donde le parezca oportuno. Pero hay algunos
que, percatándose astutamente del engaño, hacen salir al espíritu del cuerpo de su
mujer a fuerza de palos. Otros también, haciendo creer a las adivinas que están
poseídos por los espíritus, las engañan por el mismo medio que han utilizado ellas
para con sus mujeres. Esto es lo que escribe al respecto León el Africano, y asegura
en otro lugar que hay gentes en África que recorren la ciudad a la manera de nuestros
castradores, y han hecho su oficio de cortar tales excrecencias, como hemos mostrado
anteriormente al tratar de las operaciones de cirugía.
El día en que se reconciliaron venecianos y genoveses, nació en Italia —según
cuenta Boaistuau— un monstruo que tenía cuatro brazos y cuatro piernas, y
solamente una cabeza, con el resto del cuerpo bien proporcionado: fue bautizado, y
vivió por algún tiempo. Jacques Rueff, cirujano de Zurich, escribe que vio uno
semejante, teniendo éste dos sexos de mujer, como puedes comprobarlo en esta
imagen [Fig. 21].

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Fig. 21. Monstruo con cuatro brazos, cuatro piernas y dos sexos de mujer.

VII. CASOS MEMORABLES DE CIERTAS MUJERES QUE SE


CONVIRTIERON EN HOMBRES

AMATHUS Lusitanus relata que en una población llamada Esgucina hubo una joven
nombrada María Pateca, que se encontraba en el tiempo en que las chicas comienzan
a tener sus reglas; en lugar de éstas, le salió un miembro viril, que con anterioridad
estaba oculto dentro, y así pasó de ser hembra a ser macho. En vista de ello, la
vistieron con prendas de hombre, y su nombre de María fue cambiado por el de
Manuel. Éste comerció durante largo tiempo en las Indias, donde adquirió gran fama
y riqueza, casándose a su regreso; no obstante, este autor no sabe si tuvo hijos,
aunque es cierto, dice, que permaneció siempre imberbe.
Antoine Loqueneux, recaudador de tallas real en Saint-Quentin, me aseguró
recientemente haber visto un hombre en la Casa del Cisne en Reims, en el año
sesenta, al que del mismo modo se había considerado hembra hasta la edad de catorce
años; pero, hallándose jugando y retozando, acostado con una sirvienta, sus partes
genitales de hombre se desarrollaron. Su padre y madre, al reconocerlo como tal, le

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hicieron cambiar el nombre de Juana por el de Juan, en virtud de la autoridad de la
Iglesia, y se le entregaron prendas de varón.
Hallándome con el séquito del rey en Vitry-le-François, en Champaña, vi a cierto
personaje denominado Germán Garnier —algunos lo llamaban Germán María,
porque se llamaba María cuando era moza, joven de talla mediana, fornido y de
buena constitución, con barba pelirroja bastante tupida, que hasta los quince años de
edad había sido tenido por mujer, ya que en él no se manifestaba marca alguna de
virilidad, y se mezclaba con las mozas vestido de mujer. Pero, al alcanzar la edad
indicada, hallándose en el campo persiguiendo con bastante celeridad a sus puercos
que iban a entrar en un trigal, halló una zanja y quiso cruzarla; al saltarla, en el
mismo instante se le desarrollan los genitales y la verga viril, al haberse roto los
ligamentos que anteriormente los tenían cerrados y prietos (cosa que le ocurrió no sin
dolor); y, diciendo que se le habían salido las tripas del vientre, regresó llorando a
casa de su madre, que se asombró muchísimo ante el espectáculo. Se reunieron
médicos y cirujanos para celebrar consulta al respecto, y decidieron que era hombre,
y ya no mujer; inmediatamente después de informado el obispo, que era el difunto
cardenal de Lenoncourt, por su autoridad y en acto público recibió el apelativo de
hombre, y en lugar de María (pues así se llamaba antes), fue denominado Germán, y
se le entregaron ropas de hombre; creo que su madre y él aún viven, Plinio, en el libro
7, capítulo 4, dice de manera parecida que una chica se convirtió en mozo, y por esta
razón fue confinada a una isla desierta y deshabitada, por decisión de los arúspices.
Me parece que estos adivinos no tenían razón para obrar así, por los motivos alegados
más arriba; sin embargo, estimaban que tal monstruosidad constituía mal augurio y
presagio, y era razón suficiente para la expulsión y exilio.
La razón por la que las mujeres pueden convertirse en hombres es que tienen
oculto dentro del cuerpo tanto como los hombres muestran al descubierto, salvo que
no tienen bastante calor ni capacidad para sacar afuera lo que, debido a la frialdad de
su temperamento, se mantiene como atado en el interior. Por ello, si con el tiempo la
humedad de la infancia —que impedía al calor cumplir plenamente con su deber—
queda exhalada en su mayor parte, y el calor se hace más robusto, áspero y activo, no
es cosa increíble que éste, ayudado esencialmente por algún movimiento violento,
pueda expulsar al exterior lo que estaba oculto dentro. Y, como semejante
metamorfosis tiene lugar en la Naturaleza por las razones y ejemplos alegados, por
eso nunca encontramos en una historia auténtica que hombre alguno se haya
convertido en mujer, ya que la Naturaleza tiende siempre a lo que es más perfecto, y
no, por el contrario, a hacer que lo que es perfecto se vuelva imperfecto.

VIII. EJEMPLO DE LA CANTIDAD INSUFICIENTE DE SEMEN

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SI falla la cantidad de semen, como hemos dicho anteriormente, del mismo modo
fallará también algún miembro, en poco o en mucho. De ahí ocurrirá que el niño
tenga dos cabezas y un brazo, y que otro no tenga brazos; otro no tendrá ni brazos ni
piernas, o le faltarán otras partes, como hemos dicho más arriba; otro tendrá dos
cabezas y un solo brazo y el resto del cuerpo bien constituido.
En 1573 vi en París, en la puerta de Saint-André-des-Arts, a un niño de nueve
años de edad, oriundo de Parpeville, una aldea a tres leguas de Guise; su padre se
llamaba Pierre Renard, y su madre, que lo llevaba, Marquette. Este monstruo no tenía
más que dos dedos en la mano derecha, y el brazo estaba bastante bien formado desde
el hombro hasta el codo, pero desde el codo hasta los dos dedos era muy deforme. No
tenía piernas, aunque le salía de la nalga derecha la forma incompleta de un pie, con
cuatro dedos aparentes; de la mitad de la nalga izquierda brotaban dos dedos, y uno
de ellos casi se parecía al miembro viril. Esto lo muestra al natural la presente
imagen.

Fig. 22. Niño monstruoso, por falta de semen en cantidad debida.

El primero de noviembre de 1562 nació en Villefranche-du-Queyran, en Gascuña,


este monstruo sin cabeza[5] que me regaló el señor Hautin, doctor regente de la

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Facultad de Medicina de París; aquí tienes su imagen, de frente y de espaldas; él me
afirmó haberlo visto [Fig. 23].

Fig. 23. Monstruo femenino sin cabeza.

De algún tiempo a esta parte se ha visto en París un hombre sin brazos, de unos
cuarenta años de edad aproximadamente, fuerte y robusto, que realizaba casi todo lo
que otro podía hacer con las manos: a saber, con su muñón de hombro y la cabeza,
descargaba un hacha contra un pedazo de madera, con tanta firmeza como hubiera
sabido hacerlo otro hombre con sus brazos; del mismo modo hacía restallar un látigo
de carretero y efectuaba varias otras acciones; con los pies comía, bebía y jugaba a
las cartas y a los dados, cosa que te muestra esta imagen; por último, se hizo bandido,
ladrón y asesino, y fue ejecutado en Gueldres, es decir, ahorcado y tendido en la
rueda [Fig. 25].
Del mismo modo, según se recuerda recientemente, se ha visto en París una mujer
sin brazos que cortaba, cosía y realizaba varias otras tareas. Hipócrates, en el libro 2
de las Epidemias, escribe que la mujer de Antígenes parió un niño todo él de carne,
sin hueso alguno, y no obstante con todas las partes bien formadas.

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Fig. 24. Monstruo con dos cabezas, dos piernas y un solo brazo.
Fig. 25. Hombre sin brazos.

IX. EJEMPLO DE LOS MONSTRUOS QUE SE CREAN POR LA


IMAGINACIÓN

LOS antiguos que han investigado los secretos de la Naturaleza han indicado otras
causas de los niños monstruosos, y las han referido a una imaginación ardiente y
obstinada que puede tener la mujer mientras concibe, por algún objeto o sueño
fantástico, o por algunas visiones nocturnas que tienen el hombre o la mujer a la hora
de concebir. Esto mismo está comprobado por la autoridad de Moisés, donde se
muestra cómo Jacob engañó a su suegro Labán, y se enriqueció con su ganado; hizo
pelar unas varas y las puso en el abrevadero, con el fin de que las cabras y ovejas, al
mirar estas varas de colores diversos, formasen a sus crías con manchas variadas;

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pues la imaginación tiene tanto poder sobre el semen y la procreación, que su brillo y
carácter persiste en la cosa engendrada. A fe de ello, Heliodoro escribe que Persina,
reina de Etiopía, concibió del rey Hydustes, también etíope, una hija que era blanca, y
esto por la imaginación que tomó del aspecto de la hermosa Andrómeda, cuyo retrato
tenía ante los ojos durante los abrazos de los que quedó encinta. Damasceno, autor
serio, da fe de haber visto una joven velluda como un oso [Fig. 26], a quien su madre
había engendrado tan deforme y repulsiva por haber mirado con excesiva atención la
efigie de un San Juan cubierto de pieles sin curtir, imagen que estaba fijada a los pies
de su cama mientras concebía[6]. Por la misma razón salvó Hipócrates a una princesa
acusada de adulterio, porque había parido a un niño negro como un moro, teniendo su
marido y ella la piel blanca; por consejo de Hipócrates fue absuelta, debido al retrato
de un moro semejante al niño, que habitualmente estaba sujeto a su cama. Por otra
parte, vemos que los conejos y pavos encerrados en lugares blancos, engendran a sus
crías de color blanco debido a la virtud de la imaginación.

Fig. 26. Doncella velluda y niño negro, concebidos por la virtud imaginativa.

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Por ello, es preciso que las mujeres, a la hora de concebir y cuando el niño no está
formado aún (treinta o treinta y cinco días para los varones, y cuarenta o cuarenta y
dos, como dice Hipócrates en el libro De natura pueri, para las mujeres), no miren ni
imaginen cosas monstruosas; pero una vez hecha la formación del niño, aunque la
mujer mire o imagine atentamente cosas monstruosas, la imaginación no tendrá
entonces poder alguno, ya que no se produce transformación ninguna una vez que el
niño está completamente formado.
En Sajonia, en una aldea llamada Stecquer, nació un monstruo [Fig. 27] con
cuatro patas de buey, los ojos, la boca y la nariz semejantes a un ternero, con una
carnosidad roja de forma redonda encima de la cabeza, y otra por detrás, semejante al
capuchón de un fraile; y tenía los muslos rasgados, como lo ves en la imagen
representada arriba[7].

Fig. 27. Monstruo muy repulsivo, con manos y pies de buey, y otros detalles harto monstruosos.

En el año 1517, en la parroquia de Bois-le-Roy, en el bosque de Bière y de


camino hacia Fontainebleau, nació un niño que tenía rostro de rana, que fue visto y

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visitado por maese Jean Bellanger, cirujano del séquito de la Artillería del rey, en
presencia de los miembros del tribunal de Harmois, a saber, el honorable Jacques
Bribon, procurador real del lugar mencionado; Estienne Lardot, burgués de Melun,
Jean de Vircy, notario del rey en Melun, y otros; el padre se llama Esme Petit y la
madre Magdaleine Sarboucat[8]. Bellanger, hombre de fina inteligencia, deseoso de
conocer el origen de este monstruo, preguntó al padre de dónde podía proceder; le
dijo que pensaba que, hallándose su mujer con fiebre, una de sus vecinas le aconsejó,
para curarse, que tomase una rana viva en la mano y la sujetara hasta que muriese la
rana; por la noche, fue a acostarse con su marido, con la rana aún en la mano; ambos
se abrazaron y ella concibió, y así se creó este monstruo por la virtud imaginativa,
como ves en la ilustración [Fig. 28].

Fig. 28. Imagen prodigiosa de un niño con rostro de rana.

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X. EJEMPLO DE LA ESTRECHEZ O PEQUEÑEZ DE LA MATRIZ

TAMBIÉN se forman monstruos debido a la estrechez del cuerpo de la matriz, del


mismo modo que vemos que una pera unida al árbol, colocada en un recipiente
estrecho antes de que crezca, no puede alcanzar su desarrollo completo; esto lo saben
también las señoras que crían perrillos en cestas pequeñas o en otros recipientes
estrechos, para impedir su crecimiento. Del mismo modo, la planta que nace del
suelo, al encontrar una piedra u otro objeto sólido en el lugar en el que brota, se
tuerce, engorda por un lado y es débil por otro; igualmente, los niños salen del vientre
de su madre monstruosos y deformes. Pues dice [Hipócrates] que un cuerpo que se
mueve en lugar estrecho, por fuerza ha de volverse mutilado y defectuoso. De modo
semejante, Empédocles y Dífilo lo han atribuido al exceso o al defecto y corrupción
del semen, o a la mala disposición de la matriz; lo que puede ser cierto por analogía
con las cosas fusibles, en las que, si la materia que se quiere fundir no está bien
cocida, purificada y preparada, o si el molde es desigual o está mal dispuesto por
cualquier otra causa, la medalla o efigie que sale de él es defectuosa, fea y deforme.

XI. EJEMPLO DE LOS MONSTRUOS QUE SE FORMAN POR


HABER PERMANECIDO LA MADRE DURANTE DEMASIADO
TIEMPO SENTADA, CON LOS MUSLOS CRUZADOS, O POR
HABERSE VENDADO Y APRETADO DEMASIADO EL VIENTRE
DURANTE SU EMBARAZO

A veces sucede también, accidentalmente, que la matriz es bastante amplia por


naturaleza, pero que la mujer encinta, por haber permanecido casi siempre sentada
durante el embarazo y con los muslos cruzados, como lo hacen con frecuencia las
modistas o las que realizan labores de tapicería sobre sus rodillas, o por haberse
vendado y oprimido en exceso el vientre, los niños nacen encorvados, jorobados y
contrahechos, y algunos con las manos y pies torcidos, como lo ves en esta imagen
[Fig. 29].

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Fig. 29. Niño oprimido en el vientre de su madre, con manos y pies torcidos.

Imagen de un prodigio, un niño petrificado que fue hallado en el interior del


cadáver de una mujer en la ciudad de Sens, el 16 de mayo de 1582, teniendo ella
sesenta y ocho años, y después de haberlo llevado en su vientre durante el tiempo de
veintiocho años [Fig. 30]. El niño estaba casi totalmente recogido en una bolsa, pero
aquí está representado en toda su longitud, para mostrar mejor el aspecto entero de
sus miembros, a excepción de una mano, que era defectuosa.

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Fig. 30.

Esto puede confirmarse con el testimonio de Matías Cornax, médico de


Maximiliano, rey de romanos, quien relata que asistió en persona a la disección del
vientre de una mujer, que había llevado a su hijo en la matriz por espacio de cuatro
años. También Egidius Hertages, médico en Bruselas, menciona a una mujer que
llevó en sus flancos, durante trece años cumplidos, el esqueleto de un niño muerto.
Johannes Langius, en la epístola que escribe a Aquiles Bassarus, da también
testimonio de una mujer, procedente de un pueblo llamado Eberbach, que expulsó los
huesos de un niño muerto en su vientre diez años antes.

XII. EJEMPLO DE LOS MONSTRUOS ENGENDRADOS AL HABER


SUFRIDO LA MADRE ALGÚN GOLPE O CAÍDA, HALLÁNDOSE
ENCINTA

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ASIMISMO, cuando la madre recibe un golpe en el vientre o cae de cierta altura, los
niños pueden quedar con los huesos rotos, desencajados y deformados, o sufrir otro
vicio, como el quedar cojos, jorobados y contrahechos, o debido a enfermedad
contraída por el niño en el vientre de su madre, o porque el alimento que debía
hacerle crecer haya ido a parar fuera de la matriz. También han atribuido algunos la
creación de los monstruos a la corrupción de los alimentos repugnantes y sucios que
comen o desean comer las mujeres, o que aborrecen ver apenas han concebido; o al
hecho de que se haya arrojado algo entre sus pechos, como una cereza, una ciruela,
una rana, un ratón u otras cosas que pueden volver monstruosos a los niños.

XIII. EJEMPLO DE LOS MONSTRUOS QUE SE ORIGINAN POR


ENFERMEDADES HEREDITARIAS

TAMBIÉN nacen niños monstruosos y deformes debido a las malformaciones o


complexiones hereditarias de sus padres y madres; pues es bastante evidente que un
jorobado hace que su hijo nazca jorobado, y hasta tal punto, que las dos chepas de
algunos, delantera y trasera, son tan altas, que la cabeza queda medio escondida entre
los hombros, como la de una tortuga en su concha. Una mujer coja de un lado hace a
sus hijos cojos como ella. Otras, cojas de ambas caderas, hacen hijos que lo son
igualmente, y que caminan como patos. Los chatos hacen chatos a sus hijos. Otros
balbucean. Otros hablan tartamudeando, y de la misma forma tartamudean sus hijos.
Y cuando el padre y la madre son pequeños de estatura, sus hijos nacen con la mayor
frecuencia enanos, sin ninguna otra deformidad, esto es, si el cuerpo del padre y de la
madre no tiene ningún defecto en su conformación. Otros hacen a sus hijos muy
delgados, debido a que el padre y la madre lo son. Otros son barrigudos y de nalgas
muy gruesas, casi más anchos que largos, porque han sido engendrados de padre o de
madre —o de ambos— gordos y altos, tripudos y de grandes posaderas. Los gotosos
engendran hijos con gota, y los enfermos de piedra los hacen sujetos al mismo mal.
Igualmente, si el padre y la madre son tontos, la mayor parte de las veces los hijos no
son muy prudentes. Y todas estas clases de gente se encuentran ordinariamente, es
decir, que cualquiera puede ver y reconocer a simple vista que es cierto lo que afirmo;
por ello, no necesito decir más al respecto. Así, no voy a escribir que los leprosos
engendran hijos leprosos, pues todo el mundo lo sabe. Hay una infinidad de otras
predisposiciones de padres y madres a las que están sometidos los hijos, como son los
hábitos, la palabra, sus expresiones y caras, actitudes y gestos, hasta el caminar y el
escupir. Sin embargo, no hay que hacer de esto una regla segura; pues vemos a padres
y madres que tienen todas esas malas disposiciones, y no obstante, los hijos nada
retienen de ellas, pues la virtud formadora ha corregido tal vicio.

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XIV. EJEMPLO DE MONSTRUOSIDADES QUE SE HAN
PRODUCIDO DE RESULTAS DE ENFERMEDADES
ACCIDENTALES

ANTE Saint-Jean-d’Angelic, un soldado llamado Francisque, de la compañía del


capitán Muret, fue herido de un arcabuzazo en el vientre, entre el ombligo y los
flancos; no le extrajeron la bala por no poder hallarla, y de resultas de ello tuvo
grandes e intensos dolores; nueve días después de haber sido herido, expulsó la bala
por el trasero, y tres semanas más tarde quedó curado; lo trató maese Simón Crinay,
cirujano del ejército francés.
Jacques Pape, señor de Saint-Auban en Buis-les-Baronnies, en el Delfinado, fue
herido en la escaramuza de Chasenay de tres disparos de arcabuz que penetraron en
su cuerpo, de los que uno estaba bajo el nudo de la garganta, muy cerca de la tráquea,
y pasando cerca de la nuca, donde aún hoy se encuentra la bala. A consecuencia de
ello le sobrevinieron grandes y dolorosos males, como fiebre, y una gran inflamación
en torno al cuello, de manera que estuvo diez días sin poder tragar nada, salvo
algunos caldos; y a pesar de todo esto, recobró la salud y aún está con vida
actualmente. Fue curado por maese Jacques Dalam, expertísimo cirujano que reside
en la ciudad de Montélimar, en el Delfinado.
Alexandre Benedict escribe acerca de un aldeano que fue herido en la espalda por
un dardo de ballesta que le fue retirado, pero la punta quedó dentro del cuerpo: tenía
un través de dos dedos de longitud, y púas a los lados. El cirujano, después de haberla
buscado durante mucho tiempo sin poder hallarla, cosió la herida y, dos meses más
tarde, dicho hierro salió igualmente por el trasero. También dice, en el mismo
capítulo, que una chica se tragó una aguja en Venecia, y que dos años después la
expulsó al orinar, cubierta de una materia pétrea, condensada en torno a ciertos
humores pegajosos.
Mientras Catherine Parlan, esposa de Guillaume Guerrier, comerciante en paños y
hombre honrado, residente en la calle de la Judería de París, iba al campo montada a
la grupa de un caballo, se le clavó una aguja de su alfiletero en la nalga derecha, de
tal modo que no se le pudo sacar. Cuatro meses después, mandó a buscarme,
quejándose de que, cuando su marido la abrazaba, sentía en la ingle derecha un gran
dolor punzante, a medida que él la estrechaba. Puse la mano en el lugar dolorido,
hallé algo áspero y duro, y procedí de tal forma que le saqué la mencionada aguja,
toda herrumbrosa. Esto sí que debe figurar en la serie de las monstruosidades, ya que
el acero, que es pesado, subió hacia arriba y pasó a través de los músculos del muslo,
sin provocar absceso.

XV. DE LAS PIEDRAS QUE SE ENGENDRAN EN EL CUERPO


HUMANO

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EN el año 1566, los hijos de maese Laurens Collo, hombres muy experimentados en
la extracción de piedras, sacaron una del grosor de una nuez, y en medio de ella se
encontró una aguja de las que habitualmente usan los sastres. El enfermo se llamaba
Pierre Cocquin, vivía en la calle Gallande, cerca de la plaza Maubert, en París, y aún
hoy vive. La piedra fue mostrada al rey en mi presencia, junto con la citada aguja,
que los Collos me dieron para que la guardara en mi gabinete; la conservo, y
actualmente aún está en posesión mía, en recuerdo de cosa tan monstruosa.
En el año 1570, la señora duquesa de Ferrara envió a buscar a esta ciudad a Jan
Collo para que extrajera una piedra de la vejiga de un pobre pastelero residente en
Montargis; pesa nueve onzas, es del grosor de un puño y tiene el aspecto que ves en
la imagen [Fig. 31]. Fue sacada en presencia de los señores maestros François
Rousset y Joseph Javelle, hombres sabios y muy expertos en medicina, médicos
ordinarios de dicha dama; y fue sacada con un buena fortuna, que el pastelero curó,
aunque poco después le sobrevino una retención de orina, debido a dos piedrecillas
que bajaron de los riñones, obstruyéndole los poros uréteres y provocando su muerte.

Fig. 31. Piedra extraída a un pastelero de Montargis.

En el año 1566, el hermano del mencionado Jean Collo, llamado Laurens,


practicó igualmente en esta ciudad de París la extracción de tres piedras, cada una del
grosor de un huevo grande de gallina, de color blanco, y con un peso las tres de doce
onzas y más; se las extrajo a uno apodado Tire-Vit, residente en Marly, quien, debido
a que desde la edad de diez años tenía un comienzo de piedras en la vejiga, sacaba
frecuentemente su verga, por lo que le dieron el mote de Tire-Vit [= saca-miembro]:
pues la virtud expulsora de la vejiga, e incluso de todo el cuerpo, se esforzaba por
arrojar afuera lo que le molestaba, y por esto le causaba cierto aguijoneo en la
extremidad de la verga, como les ocurre siempre a los que tienen alguna arenilla o

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piedra en las partes destinadas a la orina, cosa que he descrito con más amplitud en
mi libro sobre las piedras. Éstas le fueron presentadas al rey, que estaba entonces en
Saint-Maur-des-Fossés; con un martillo de tapicero rompieron una, y en medio de
ella se encontró otra parecida a un hueso de melocotón, de color tostado. Los Collos
me dieron estas piedras para que las guardase en mi gabinete como monstruosidades,
y las he hecho representar con la mayor exactitud, como puedes ver por estas figuras
[Fig. 32].

Fig. 32. Tres piedras extraídas a la vez, sin intervalo de tiempo, de la vejiga de uno apodado Tire-Vit; una de ellas
está rota.

También puedo aquí dar fe de que he encontrado, en los riñones de cadáveres,


piedras de diversas formas, como de cerdos, perros y otras, cosa que también los
antiguos testimoniaron por escrito.
El señor D’Alechamps relata en su Cirugía que vio a un hombre que tenía un
absceso en la zona lumbar, que después de supurar se convirtió en fístula, por donde
arrojó varias veces diversas piedras que procedían del riñón; el paciente soportaba el
trabajo con caballo y carros.
Un día me llamó el señor Le Grand, doctor regente en la Facultad de Medicina y
médico ordinario del rey, hombre sabio y de gran experiencia, para que aplicase un
Speculum ani [instrumento de dilatación] a una dama de honor a la que atormentaban
tremendos dolores en el vientre y en el trasero, pero sin ningún mal aparente a la
vista: de resulta de ello, le recetó ciertas pociones y lavativas, con lo que arrojó una
piedra del tamaño de una pelota, sus dolores cesaron al punto y quedó curada.
Hipócrates escribe sobre la sirvienta de Dyseris, de sesenta años de edad, que
tenía dolores como si hubiera de dar a luz; una mujer le sacó de la matriz una piedra
áspera y dura, del tamaño, grosor y aspecto de un peso de huso.
Jaques Hollier, doctor regente en la Facultad de Medicina de París, escribe que
una mujer, después de haberse visto atormentada por dificultades de orina durante un

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período de cuatro meses, al cabo murió; al abrirla, se hallaron en el interior de su
corazón dos piedras bastante gruesas, con varios pequeños abscesos, y los riñones,
poros uréteres y vejiga estaban sanos y enteros.
En el año 1558 me llamó Jean Bourlier, maestro sastre, residente en la calle Saint-
Honoré, para abrirle un absceso acuoso que tenía en la rodilla: en él hallé una piedra
del tamaño de una almendra, muy blanca, dura y pulida; él sanó, y aún vive.
Una dama de nuestra corte estuvo gravemente enferma durante mucho tiempo;
sentía dolor de vientre, con grandes retortijones, y los varios médicos que la atendían
ignoraban el foco del dolor. Enviaron en mi busca, por ver si podría yo averiguar la
causa de su mal. Por indicación de los médicos, le examiné el recto y la matriz, con
instrumentos adecuados para ello, y a pesar de todo no pude averiguar su mal. El
señor Le Grand le recetó una lavativa, y al expulsarla arrojó una piedra por detrás, del
tamaño de una nuez grande; y de inmediato cesaron sus dolores y otros males,
encontrándose bien desde entonces. Cosa semejante le ha ocurrido a la señora de
Saint Eustache, que vive en el cruce de la calle de la Harpe.
El capitán Augustin, ingeniero del rey, mandó en mi busca, junto con el señor
Violaine, doctor regente de la Facultad de Medicina, y Claude Viard, cirujano jurado
en París, para extraerle una piedra que tenía bajo la lengua, de medio dedo de largo y
del grosor del cañón de una pluma. Aún tiene una, que todavía no puede desprenderse
bien.
Por decirlo en una palabra, las piedras pueden engendrarse en todas las partes de
nuestro cuerpo, internas o externas por igual. Prueba de ello es que se ven piedras
formadas en las articulaciones de los gotosos. Antonius Benivenius, médico
florentino, dice en el libro 1, capítulo 24, que un alemán llamado Henry arrojó al
toser una piedra del grosor de una avellana[*].
Maese Pierre Barque, cirujano de las tropas francesas, y Claude Le Grand,
cirujano residente en Verdún, me aseguraron recientemente haber atendido a la
esposa de un denominado Grasbonnet, también vecino de Verdún, que tenía un
absceso en el vientre; al abrírselo, salió junto con el pus grandísima cantidad de
gusanos, tan gordos como el dedo y de cabeza afilada, que le habían roído los
intestinos, de suerte que estuvo durante mucho tiempo arrojando sus excrementos por
la úlcera, y ahora está curado del todo. El señor Fernel escribe acerca de un soldado
que era muy chato, tanto, que de ninguna manera podía sonarse; al quedar retenida la
suciedad, corrompióse ésta y se engendraron dos gusanos peludos, del grosor de un
dedo, que lo volvieron loco durante veinte días y fueron causa de su muerte. Jacques
Hollier escribe, en su Práctica de las Enfermedades Internas, que en el cerebro de un
italiano, por haber olido constantemente basilisco, se engendró un escorpión que le
causó tan grande dolor de cabeza, que de ello murió. Cosa que es muy verosímil, ya
que Crisipo, Diófanes y Plinio han escrito que si el basilisco es triturado entre dos
piedras y expuesto al sol, de él nacerá un escorpión. En mi Tratado de la Peste he
descrito haber visto a una mujer que había arrojado por detrás un gusano de más de

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una toesa de largo y con forma de serpiente; quien quiera saber el origen, especies,
diferencias, diversidad de colores y formas de los gusanos, los hallará en dicho
capítulo.
Antonius Benivenius, médico de Florencia, escribe que un individuo, llamado
Jean Menuisier, de cuarenta años de edad, tenía dolor en el corazón así de continuo,
por lo que había estado en peligro de muerte. Para remediarlo, consultó a los médicos
más expertos de su época, sin recibir de ellos alivio alguno. Algún tiempo después, se
dirigió a él; después de haber estudiado su dolencia, le administró un vomitivo,
merced al cual arrojó gran cantidad de materia, a la vez que un gusano de un tamaño
de cuatro dedos, con la cabeza roja, redonda y del grosor de un guisante gordo; tenía
el cuerpo cubierto de pelusa, la cola bífida en forma de media luna y, a la vez, cuatro
patas, dos delante y dos detrás.

XVI. DE CIERTAS COSAS EXTRAÑAS QUE LA NATURALEZA


RECHAZA MERCED A SU INCREÍBLE PROVIDENCIA

ANTONIUS Benivenius, médico de Florencia, escribe que cierta mujer se tragó una
aguja de latón, sin sentir dolor alguno por espacio de un año; transcurrido éste, le
sobrevino gran dolor en el vientre, por lo que consultó a varios médicos en lo tocante
al mismo, sin mencionarles la aguja que había tragado. Sin embargo, ninguno supo
darle alivio, y así vivió por espacio de dos años; entonces, sale de pronto la aguja por
un pequeño orificio cerca del ombligo, y ella queda curada en poco tiempo.
El señor Sarret, secretario del rey y de monseñor de Anjou, hermano del rey, fue
herido de un pistoletazo en el brazo derecho, del que resultaron varios males, tales
como fiebre, absceso y úlceras, de las que salía gran cantidad de sangre; durante
varios días salía poca, arrojándola entonces bien por detrás, bien por la orina, y
cuando las úlceras sangraban mucho, no se veía rastro alguno por abajo, y, no
obstante, está aún con vida. He visto ocurrirle lo mismo el señor conde de Mansfelt,
de resultas de la herida de pistola que sufrió en el brazo izquierdo el día de la batalla
de Montcontour. Igualmente, Germain Cheval, François Race —hombres cumplidos
y excelentes en su arte, cirujanos titulares en París— y yo atendimos a un caballero
llamado señor De La Croix (como he escrito en mi tratado De la retención de la
orina), que fue herido de una estocada en el brazo izquierdo, en la articulación del
codo; le ocurrió cosa semejante, y sin embargo murió. Algunos sostenían que era
imposible que la sangre hiciera un recorrido tan largo, volviendo de la vena axilar a la
vena cava ascendente, pasando cerca del corazón sin infectarlo, y de allí a través del
hígado, y de éste a la vena porta, y después a las venas mesaraicas, y a las
emulgentes, de éstas a través de los riñones, luego a los poros uréteres y de ellos a la
vejiga, y de las citadas venas mesaraicas a los intestinos, y de éstos al recto; sin
embargo, vemos que estas cosas suceden en los objetos inanimados, como nos lo

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muestra la experiencia en los dos recipientes de vidrio llamados montavinos, de los
que, estando lleno de agua el superior y de vino el inferior, colocados uno encima de
otro, se ve manifiestamente cómo sube el vino a través del agua, y cómo el agua baja
a través del vino, sin que se mezclen, aunque sea por un mismo y estrecho conducto.
Con mucha más razón hemos de creer que esto ocurre en la Naturaleza, que es muy
previsora en rechazar lo que le es contrario; nos lo muestran manifiestamente las
mujeres recién paridas, que arrojan la leche, sin que se mezcle en modo alguno con la
sangre, por la matriz, y ha de pasar por las venas y arterias mamarias, aunque sean
bastante pequeñas, por la comunicación que tienen con las de la matriz, en medio de
los músculos longitudinales del epigastrio. Además, nadie ignora que el hígado atrae
del estómago y de los intestinos por las venas mesaraicas el quilo blanco para
transformarlo en sangre, y por estas mismas envía sangre a los intestinos y al
estómago para su nutrición, y, no obstante, son dos movimientos opuestos. Más aún,
el semen, que está hecho de sangre pura, y de la mejor que existe en el cuerpo,
enviada de todas partes para ser arrojada por el miembro durante la copulación, pasa
por el interior de los vasos espermáticos eyaculatorios, que igualmente están siempre
llenos de sangre, y, sin embargo, el semen corre a través sin mezclarse de ningún
modo. Por ello hay que concluir, con Galeno, que los residuos formados en las partes
internas y superiores, lejos de los riñones y de la vejiga, pueden ser evacuados por las
vías urinarias.
Un estudiante, llamado Chambelant, nacido en Bourges y alumno en el colegio de
Presle, en París, se tragó una espiga de la hierba llamada Gramen, que salió después
entre las costillas toda entera, de lo que estuvo a punto de morir; fue atendido por el
difunto señor Fernel, y por el señor Huguet, doctores en la Facultad de Medicina.
Estimo que la Naturaleza había infringido su propia ley al expulsar dicha espiga del
interior de los pulmones, provocando una abertura en la membrana pleurética y en los
músculos que hay entre las costillas; no obstante, se curó, y supongo que aún estará
vivo.
Cabrolle, cirujano del señor Mariscal de Anville, me aseguró hace poco que
François Guillement, cirujano de Sommières, una pequeña ciudad a cuatro leguas de
Montpellier, atendió y curó a un pastor al que unos ladrones habían obligado a
tragarse un cuchillo de medio pie de largo, con el mango de cuero y del grueso de un
pulgar, que permaneció durante seis meses dentro de su cuerpo. Se quejaba
muchísimo, y se volvió flaco, seco y chupado; finalmente, se le abrió un absceso
debajo de la ingle, por el que arrojó gran cantidad de pus muy fétido e infecto, y por
donde le fue sacado el cuchillo, en presencia de la justicia. El señor Joubert, médico
famoso en Montpellier, lo guarda en su gabinete, como una monstruosidad admirable
y digna de recuerdo. También Jacques Guillemeau, cirujano jurado en París, me
aseguró haberlo visto en el gabinete del señor Joubert, cuando se encontraba en
Montpellier.

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El señor de Rohan tenía un bufón, llamado Guion, que se tragó la punta de una
espada afilada, de unos tres dedos de largo aproximadamente, y doce días más tarde
la expulsó por detrás, lo que no ocurrió sin que le sucedieran graves percances, y no
obstante salió con bien; hay caballeros de Bretaña, aún con vida, que se la vieron
tragar.
También se ha visto a ciertas mujeres, teniendo a su hijo muerto en la matriz,
expulsar los huesos de éste por el ombligo, y su carne corrompida salir por el cuello
de la matriz y el recto, al formarse absceso; esto me aseguraron haberlo visto dos
cirujanos célebres y dignos de confianza, en los casos de dos mujeres distintas. De
igual modo, el señor D’Alechamps relata en su Cirugía francesa que Albucrasis trató
a una dama de lo mismo, con buen resultado y recuperación de la salud, aunque a
partir de entonces ya no tuvo hijos.
También es bien monstruoso el ver a una mujer, debido a un estrangulamiento de
matriz, permanecer tres días sin moverse, sin traza de respirar, sin pulso arterial
aparente; algunas han sido enterradas vivas debido a ello, al pensar sus maridos que
estaban muertas.
El señor Fernel escribe acerca de cierto adolescente que, después de haber
realizado mucho ejercicio, empezó a toser hasta que arrojó un absceso entero, del
grosor de un huevo; al abrirlo, se vio que estaba lleno de pus espeso y blanco
envuelto en una membrana. No obstante, después de escupir sangre durante dos días
con mucha fiebre, el enfermo sanó.
El hijo de un comerciante de paños, llamado de-Pleurs, que vivía en la esquina de
la calle Nueva de Norte Dame, en París, a los veintidós meses de edad se tragó un
pedazo de un espejo de acero, que le bajó al escroto y fue causa de su muerte.
Fallecido, fue abierto en presencia del señor Le Gros, doctor regente en la Facultad
de Medicina de París, y realizó la autopsia maese Baltazar, cirujano a la sazón del
Hôtel-Dieu; curioso por saber la verdad, fui a hablar con la esposa del mencionado
de-Pleurs, quien me afirmó que lo sucedido era cierto, mostrándome el trozo de
espejo que llevaba en su bolsa, y que era de esta forma y tamaño [Fig. 33].

Fig. 33. Trozo de espejo tragado por un niño de veintidós meses, que le produjo la muerto.

Valescus de Tarento, médico, dice en sus Observaciones médicas y ejemplos


raros que una joven veneciana se tragó, mientras dormía, una aguja de cuatro dedos
de largo, y diez meses después la arrojó por la vejiga junto con la orina.

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En el mes de octubre del año 1578, Tiennette Chartier, residente en Saint-Maur-
les-Fossez, viuda de cuarenta años enferma de fiebre terciana, vomitó al comienzo de
su acceso gran cantidad de humor bilioso, con el que expulsó tres gusanos, que eran
peludos y totalmente semejantes en su forma, color y grosor a las orugas, salvo que
eran más negros; después, vivieron más de ocho días sin alimento alguno. Y el
barbero de Saint-Maur los llevó al señor Milot, doctor y profesor de la escuela de
Medicina, que atendía entonces a la susodicha Chartier; él me los mostró. También
los vieron los señores Le Fèvre, Le Gros, Marescot y Courtin, doctores en Medicina.
No puedo omitir el relato de esta historia, tomada de las Crónicas de Monstrelet y
relativa a un arquero de Meudon, cerca de París, que estaba preso en el Châtelet
debido a varios robos, por lo que fue condenado a morir en la horca; apeló al tribunal
del Parlamento, que confirmó la sentencia y rechazó la apelación. Aquel mismo día
los médicos de la ciudad hicieron notar al rey que numerosas personas sufrían dolores
y molestias debido a piedras, cólicos y enfermedades en el costado, que aquejaban
también mucho al mencionado arquero. Sufría igualmente de tales enfermedades
monseñor de Boscage, por lo que sería muy oportuno averiguar en qué lugares se
forman dichas enfermedades en el cuerpo humano, y ello no podía saberse de mejor
manera que abriendo el cuerpo de un hombre vivo; bien podía hacerse tal en la
persona del arquero, que en todo caso estaba a punto de sufrir la pena de muerte. Se
practicó la operación en el cuerpo del arquero, y en él se buscó y se examinó el lugar
de dichas enfermedades; después de verlo, se le cosió, y volvieron a colocar sus
entrañas en su sitio. Por orden del rey fue bien curado, hasta tal punto que al cabo de
unos días se encontraba bien, y recibió un indulto, además de dinero.

XVII. DE OTRAS VARIAS COSAS EXTRAÑAS

ALEXANDRE Bendict relata en su Práctica haber visto a una mujer, llamada Victoria,
que había perdido todos los dientes y se había quedado calva: a la edad de ochenta
años volvieron a brotarle dientes nuevos. El hijo de Bermon, baile residente en la
ciudad de Saint-Didier, en la región de Velay, tenía un tumor en la ceja del ojo
derecho, que empezaba ya a cegarlo y taparlo, por lo que manifestó el deseo de que
yo lo amputara (cosa que hice no ha mucho), y hallé el lobanillo cubierto de pelo, con
una sustancia mucilaginosa, y en ocho días su herida quedó curada del todo. En los
rumores se encuentran diversos cuerpos extraños, así como en los abscesos: carbones,
conchas de caracol, espigas, cabellos, piedras, tiza, huesos, papilla, sebo, miel, arena,
bestezuelas vivas, y varias otras cosas extrañas que se originan por alteración y
corrupción, como nos ha dejado escrito Galeno en su método. Antonius Benivenius,
médico, en el libro primero, apirulo 83, menciona a un individuo, llamado Jacques
Ladrón, cuyo corazón, al morir, resultó totalmente cubierto de pelo. Estienne Tessier,
maestro barbero y cirujano residente en Orléans, hombre de bien y experto en su arte,

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me contó que poco tiempo antes había curado y medicado a Charles Verignel,
alguacil residente en Orléans, de una herida que había recibido en la pantorrilla, en la
parte derecha, con incisión total de los dos tendones que flexionan la corva; para
arreglarlo, le hizo doblar la pierna de manera que cosió los dos tendones punta a
punta entre si, y lo colocó y trató tan bien, que la herida se curó sin que quedara cojo,
cosa digna de ser tenida en cuenta por el cirujano joven, con el fin de que proceda de
modo semejante cuando llegue a sus manos un caso análogo.
¿Qué más diré al respecto? Que he visto curados a varios hombres que tenían
estocadas, flechazos y arcabuzazos que les atravesaban el cuerpo; otros, heridas en la
cabeza, con pérdida de la sustancia cerebral; otros, con brazos y piernas arrancados a
cañonazos, y que no obstante sanaron; y otros que solamente tenían pequeñas heridas
superficiales, que se consideraban naderías, y que, sin embargo, morían entre
profundos y crueles sufrimientos. Hipócrates, en el libro quinto de las Epidemias,
dice que arrancó al cabo de seis años el hierro de una flecha que había permanecido
en lo más profundo de la ingle, y no expresa otra causa de esta larga permanencia,
salvo que se había quedado entre los nervios, venas y arterias sin dañar una sola de
ellas. Y para concluir, diré con Hipócrates (padre y autor de la Medicina) que en las
enfermedades hay algo divino, de lo que el hombre no puede dar razón. Mencionaría
aquí varias otras monstruosidades que se producen con las enfermedades, si no
temiera ser demasiado prolijo y repetir algo demasiadas veces.

XVIII. EJEMPLO DE LOS MONSTRUOS QUE SE CREAN POR


CORRUPCIÓN Y PODREDUMBRE

SE han visto mujeres que arrojaban por la matriz serpientes y otros animales, cosa
que puede ocurrir por la corrupción de ciertos residuos retenidos en el útero, igual
que se forman en los intestinos y en otras partes de nuestro cuerpo gusanos gruesos y
largos, incluso velludos y con cuernos, como lo mostraremos a continuación.
Algunos han querido sugerir que semejante cosa puede producirse cuando se baña
una mujer, si accidentalmente algún animal venenoso —como una serpiente, o
similar— ha desovado y expandido su semen en el agua, y en tal lugar sucede que
con el agua se saque semejante suciedad; si, además, la mujer se baña en ella poco
después, teniendo en cuenta sobre todo que, a causa del sudor y del calor, todos sus
poros están abiertos. Pero semejante circunstancia no puede producirse, ya que la
virtud generadora de este semen queda sofocada y apagada por la gran cantidad de
agua caliente, unido ello también al hecho de que la boca de la matriz no se abre, de
no ser en el momento del coito, o si manan las reglas. Levinus cuenta una historia
prodigiosa, en los términos siguientes: en estos últimos años vino a mí una mujer para
pedirme consejo; habiendo concebido de un marino, su vientre empezó a inflarse de
tal modo que se pensaba que jamás podría dar a luz: pasado el noveno mes, mandan a

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buscar a la comadrona y, con grandes esfuerzos, parió primeramente una masa de
carne informe que tenía a cada lado dos asas de la longitud de un brazo, que se movía
y tenía vida como las esponjas. Después, cayó de su matriz un monstruo que tenía la
nariz ganchuda, el cuello largo, los ojos relucientes, la cola afilada y los pies muy
ágiles, y en cuanto se le vio empezó a hacer ruido y a llenar toda la habitación de
silbidos, corriendo aquí y allá para esconderse; las mujeres se arrojaron sobre él y lo
ahogaron con almohadas. Al final, la pobre mujer, totalmente agotada y rota, dio a luz
a un hijo varón, tan vejado y atormentado por aquel monstruo, que murió apenas
hubo recibido el bautismo. La paciente, después de haber tardado largo tiempo en
recuperarse, se lo contó todo fielmente. Lycosthenes escribe en sus Prodigios que en
el año 1494, una mujer dio a luz en Cracovia, en una plaza que llaman del Espíritu
Santo, a un niño muerto que tenía una serpiente viva aferrada a la espalda y que roía a
esta pequeña criatura muerta, como ves en esta imagen [Fig. 34].

Fig. 34. Niño que tenía una serpiente viva en la espalda, royéndolo.

Boaistuau, en sus Historias Prodigiosas, escribe que, estando en Avignon, al abrir


un artesano el sarcófago de plomo de un muerto, que estaba bien tapado y soldado, de
forma que no había aire alguno, fue mordido por una serpiente encerrada dentro, cuya
mordedura era tan ponzoñosa, que a punto estuvo de morir. Puede darse explicación
cumplida del nacimiento y vida de dicho animal, y es que fue engendrado de la
podredumbre del cuerpo muerto.
Baptiste Léon escribe igualmente que, en tiempos del Papa Martín V, se halló una
serpiente encerrada viva en una gran piedra sólida, sin existir en ella rastro alguno de
vía por la que pudiera respirar. Y en este punto quiero relatar una historia semejante:
hallándome en un viñedo de mi propiedad, cerca de la aldea de Meudon, donde
estaba mandando romper unas piedras macizas muy grandes y gruesas, se encontró en
medio de una de éstas un gran sapo vivo, y no había en ella muestra alguna de
abertura; quedé sorprendido al pensar cómo había podido nacer, crecer y vivir este
animal. Entonces me dijo el cantero que no había de qué sorprenderse, ya que varias

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veces había encontrado semejantes animales, y otros, en el interior de las piedras y
sin apariencia alguna de abertura. Puede explicarse también el nacimiento y la vida
de estos animales: y es que están engendrados por alguna sustancia húmeda de las
piedras, cuya humedad putrificada engendra tales bichos.

XIX. EJEMPLO DE LA CONFUSIÓN Y MEZCLA DE SEMEN

HAY monstruos que nacen con figura mitad de bestias y mitad humana, o totalmente
semejantes a los animales, y son productos de los sodomitas y ateos que se aparean y
alivian contra natura con las bestias, y de ahí nacen diversos monstruos repugnantes y
muy horribles de ver y de comentar sin embargo, lo vergonzoso reside en el hecho, y
no en las palabras, y cuando se hace, es cosa muy desdichada y abominable, y un
gran horror que el hombre y la mujer se mezclen y apareen con las bestias; por ello,
algunos nacen medio hombres y medio animales. Lo mismo sucede si animales de
distintas especies cohabitan unos con otros, debido a que la Naturaleza trata siempre
de crear lo semejante a ella, como se ha visto a un cordero con cabeza de puerco,
porque un cerdo había cubierto a la oveja; y vemos que incluso de las cosas
inanimadas, como de un grano de trigo, procede no la cebada, sino el trigo, y del
hueso de albaricoque viene un albaricoquero, y no un manzano, porque la Naturaleza
conserva siempre su género y especie.
En el año 1493, un niño fue concebido y engendrado de una mujer y un perro: a
partir del ombligo, tenía la parte superior semejante a la forma y aspecto de su madre,
y estaba bien formado, sin que Naturaleza hubiera omitido nada en él; y a partir del
ombligo, tenía toda su parte inferior semejante también a la forma y aspecto del
animal que era su padre, y este monstruo (como escribe Volateranus) fue enviado al
Papa que reinaba en aquel tiempo. Cardan, en el libro 14, capítulo 64, de la Variedad
de las cosas, lo menciona [Fig. 35].

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Fig. 35. Niño con medio cuerpo de perro.

Coelius Rhodiginus, en sus antiguas Lecciones, dice que un pastor llamado


Cratain, en Cybare, sació con una de sus cabras su deseo brutal, y el animal parió
algún tiempo después un cabritillo que tenía cabeza humana y semejante al pastor,
pero el resto de su cuerpo se parecía a la cabra.
En el año 1110, una cerda parió, en un arrabal de Lieja, un cerdo que tenía cabeza
y rostro de hombre, así como las manos y los pies; el resto era como el de un puerco
[Fig. 36].

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Fig. 36. Puerco con cabeza, pies y manos de hombre.

En 1564, en Bruselas, en el domicilio del llamado Joest Dickpeert, que vivía en la


calle Warmoesbroeck, una cerda parió seis cochinillos, de los que el primero era un
monstruo con rostro humano, así como brazos y manos; su aspecto era humano en
general a partir de los hombros, y las dos piernas y el tren posterior de cerdo, con el
sexo de una cerda; mamaba como los demás y vivió dos días. Después, fue muerto
junto con la cerda, debido al horror que inspiraba al pueblo; aquí tienes su imagen,
que ha sido representada de la manera más natural posible [Fig. 37].

Fig. 37. Monstruo medio hombre y medio puerco.

En el año 1571, en Amberes, la mujer de un oficial impresor, llamado Michel, que


residía en casa de Jean Mollin, grabador que se anunciaba con un pie de oro en la
Camerstrate, dio a luz el día de Santo Tomás, hacia las diez de la mañana, a un
monstruo que representaba la figura de un perro auténtico, salvo que tenía el cuello

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muy corto, y la cabeza ni más ni menos como la de un ave de corral, amén de carecer
de pelo. Y no vivió, porque la susodicha mujer había parido prematuramente; y a la
hora misma del parto, lanzando un grito horrible —cosa espantosa—, la chimenea de
la casa se derrumbó sin herir para nada a cuatro chiquillos que se encontraban en
torno al fuego. Como es cosa reciente, me ha parecido oportuno reproducir su imagen
[Fig. 38].

Fig. 38. Imagen prodigiosa de un monstruo perruno, de cabeza semejante a la de un ave de corral.

En 1254, cerca de Verona, una yegua parió un potrillo que tenía cabeza de
hombre bien formada y el resto de caballo. Este monstruo tenía voz humana, a cuyo
grito acudió un aldeano de la región, que, espantándose al ver un monstruo tan
horrible, le dio muerte; a consecuencia de ello fue llevado ante la justicia e
interrogado, tanto sobre el nacimiento de este monstruo como sobre la razón que le
había impulsado a matarlo. Dijo que el horror y espanto que había experimentado le
habían impelido a hacerlo, y, en consecuencia, fue absuelto.
Loys Celle escribe haber leído en un autor reconocido que una oveja concibió y
parió un león, cosa monstruosa en la Naturaleza.
El día 13 de abril de 1573 nació en un lugar llamado Chambenoist, arrabal de
Sezanne, en casa de Jean Poulet, medidor de sal, un cordero que se consideró muerto
hasta que no se le vio moverse un poco; debajo de las orejas tenía una boca similar a
la de una lamprea; su imagen es tal como la ves [Fig. 39].

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Fig. 39. Cordero monstruoso.

En este año de 1577 nació un cordero en la aldea llamada Blandy, a legua y media
de Melun, con tres cabezas en una; la de en medio era más voluminosa que las otras
dos, y cuando una de ellas balaba, las otras hacían otro tanto. Maese Jean Bellanger,
cirujano, que vive en la ciudad de Melun, afirma haberlo visto, y mandó ilustrar su
imagen [Fig. 40], que fue pregonada y vendida por esta ciudad de París, con
privilegio real, junto con otros dos monstruos: dos niñas gemelas y otro monstruo con
rostro de rana, descrito más arriba[9].

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Fig. 40. Cordero de tres cabezas.

Hay cosas divinas, ocultas y admirables en los monstruos, principalmente en los


que se presentan totalmente opuestos al curso de Naturaleza, pues en éstos fallan los
principios de la filosofía, por lo que no puede emitirse juicio seguro al respecto.
Aristóteles dice en sus Problemas que en la Naturaleza se originan monstruos a causa
de la mala disposición de la matriz y del curso de ciertas constelaciones. En tiempo
de Alberto ocurrió que, en una granja, una vaca parió un ternero medio hombre; ante
ello, los aldeanos, que recelaban del pastor, lo llevaron a juicio, con la intención de
que fuese quemado junto con la vaca. Pero Alberto, que había realizado diversos
experimentos en astronomía, conocía —decía él— la verdad de los hechos, y dijo que
esto había ocurrido debido a una constelación especial, de manera que el pastor fue
puesto en libertad y absuelto de la imputación de crimen tan execrable. Tengo serias
dudas sobre lo acertado del juicio del señor Alberto, porque Dios no está sometido, ni
obligado a seguir el orden que Él mismo ha establecido en la Naturaleza, ni sujeto al
movimiento de los astros y planetas.
Renuncio aquí a describir varios otros monstruos engendrados de este calibre, o a
incluir sus retratos; son tan repugnantes y abominables, no solamente de ver, sino
también de comentar, que no he querido aducirlos ni mandarlos ilustrar por ser tan
detestables. Pues —como dice Boaistuau, después de haber relatado varias historias
sagradas y profanas, repletas todas ellas de graves castigos infligidos a los lujuriosos

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— ¿qué pueden esperar los ateos y sodomitas, que se unen con los animales contra la
ley de Dios y de la Naturaleza, como ya he dicho anteriormente? A este respecto dice
San Agustín que el castigo de los lujuriosos consiste en caer en la ceguera y en
contraer la rabia después de haber sido abandonados por Dios, y en no ver su ceguera,
al no poder escuchar buenos consejos por haber provocado contra ellos la cólera de
Dios.

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XX. EJEMPLO DE LA ASTUCIA DE LOS PERVERSOS MENDIGOS
ITINERANTES

RECUERDO, estando en Angers en 1525, que un malvado truhán había cortado el brazo
de un ahorcado, aún apestoso e infecto, y que lo había sujetado a su jubón,
apoyándolo con un tenedor contra su costado; ocultaba su brazo auténtico detrás de la
espalda, tapado con el abrigo, con el fin de que se pensara que el brazo del ahorcado
era el suyo propio, y a la puerta del templo pedía limosna a gritos por amor de San
Antonio. Un día de Viernes Santo, al ver así el brazo corrompido, la gente le daba
limosna, creyendo que era auténtico. Como el truhán había movido el brazo durante
muy largo tiempo, al final se soltó y cayó al suelo; mientras lo recogía, algunos
vieron que tenía dos excelentes brazos, además del del ahorcado; entonces fue
llevado a prisión y condenado a ser azotado por orden del magistrado, con el brazo
podrido colgado al cuello, delante del estómago, y fue desterrado para siempre de la
región.

XXI. LA IMPOSTURA DE UNA MENDIGA QUE FINGÍA TENER UN


TUMOR EN EL PECHO

UN hermano mío, llamado Jean Paré, cirujano residente en Vitré, ciudad de Bretaña,
vio a una mendiga gruesa y rolliza que pedía limosna un domingo a la puerta de una
iglesia; fingía tener un tumor en el seno, cosa muy repugnante de ver a causa de la
abundancia de pus que parecía derramarse sobre un paño que llevaba delante de ella.
Mi hermano, al contemplar su rostro de color encendido, lo que revelaba su buena
salud, y al ver que las zonas en torno a su tumor ulcerado estaban blancas y de buen
color, y que el resto de su cuerpo tenía buen aspecto, juzgó para sus adentros que esta
vagabunda no podía tener un cáncer, estando tan gorda, rolliza y robusta; convencido
de que se trataba de una impostora, denunció el hecho al magistrado (llamado en
aquella tierra el «Aloué» o juez), que autorizó a mi hermano a que la hiciera enviar a
su residencia para descubrir el engaño con más seguridad. Al llegar allí la mendiga, le
descubrió el pecho entero, y halló que tenía bajo la axila una esponja mojada y
empapada de sangre de animal y de leche mezcladas, y un tubito de saúco por el que
esa mezcla era conducida a través de unos falsos agujeros desde su tumor ulcerado,
hasta derramarse sobre el paño que ella tenía delante de sí, y de esta forma conoció
mi hermano de forma segura que el tumor era artificial. Entonces, tomó agua caliente
y puso fomentos en el seno; una vez humedecido éste, pudo levantar varias pieles de
ranas negras, verdes y amarillentas, colocadas unas sobre otras, pegadas con arcilla
roja de Armenia, clara de huevo y harina, detalles que se supieron por su confesión;
una vez levantadas todas las pieles, se descubrió que el seno estaba seco y entero y en
tan buen estado como el otro. Descubierta la impostura, el mencionado juez la mandó

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prender y, una vez interrogada, confesó él engaño y dijo que había sido su mendigo
quien la había disfrazado así. Igualmente, él fingía tener una grande y enorme úlcera
en la pierna, lo que parecía ser cierto gracias a un brazo de buey que colocaba a lo
largo de su pierna y en torno a la misma, perfectamente atada y ventilada con trapos
viejos en los dos extremos, de forma que parecía ser dos veces más gruesa que la
natural; y, para hacer la cosa más monstruosa y repugnante de ver, practicaba varios
orificios en el susodicho bazo y por encima derramaba aquella mixtura hecha de
sangre y de leche, así como encima de todos sus trapos. El juez mandó buscar a este
maestro de mendigos, ladrón e impostor, que no pudo ser hallado; y condenó a la
golfa a ser azotada y desterrada de la región, lo que no ocurrió sin que previamente la
sacudieran bien con látigo de cuerdas con nudos, como se hacía en la época.

XXII. ENGAÑO DE CIERTO MALANDRÍN QUE FINGÍA SER


LEPROSO

UN año después apareció un corpulento malandrín, que, aparentando ser leproso, se


colocó en la puerta de la iglesia y desplegó su enseña, que era un sombrero sobre el
que dispuso su barril y varios tipos de moneda menuda; con la mano derecha sujetaba
unas tablillas, que hacía resonar con bastante fuerza. Su rostro estaba cubierto de
gruesos granos hechos de una cola fuerte y pintado de un tono rojizo y lívido,
semejante al color de los leprosos, lo que resultaba muy repugnante de ver: así, todo
el mundo le daba limosna por compasión. Mi hermano, ya mencionado, se acercó a él
y le preguntó cuánto tiempo llevaba enfermo de aquel modo; él le contestó, con voz
cascada y ronca, que ya era leproso en el vientre de su madre, y que sus padres habían
muerto de lo mismo, habiéndoseles caído los miembros a pedazos. Este leproso tenía
una tira de paño enrollada en torno al cuello, y con la mano izquierda, por debajo del
abrigo, se apretaba la garganta con el fin de que la sangre le subiera al rostro, para
volverlo más repugnante y desfigurado aún, y también para que su voz quedase
ronca, lo que sucedía debido a la opresión y estrechez de la tráquea, oprimida por la
tira de tela. Como mi hermano se hallara departiendo con él, el leproso no pudo
aguantar más tiempo sin aflojar su tira, para recuperar un poco el aliento; mi hermano
se dio cuenta, y así concibió sospechas de que se trataba de alguna falsedad e
impostura. Así pues, fue a ver al magistrado, rogándole tuviera a bien prestarle ayuda
para averiguar la verdad; aquél se lo concedió de buen grado, ordenando que el
leproso fuera conducido a su casa, con el fin de comprobar si lo era. Lo primero que
hizo mi hermano fue quitarle la ligadura que rodeaba su cuello y, después, lavarle la
cara con agua caliente, merced a lo cual todos sus granos se despegaron y cayeron y
el rostro apareció vivo y natural, sin defecto alguno. Hecho esto, lo mandó desnudar y
no halló en su cuerpo signo alguno de lepra, unívoco o equívoco. El juez, percatado
de esto, lo mandó apresar y, tres días después, fue interrogado, confesando la verdad

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—que no podía negar— después de largos reproches que le hizo el magistrado,
haciéndole ver que robaba al pueblo, ya que se encontraba sano y entero para trabajar.
El leproso le contestó que no sabía otro oficio sino el de imitar a los aquejados del
mal de San Juan, de San Fiacre o de San Meen. En pocas palabras, que sabía fingir
varias enfermedades y que nunca había obtenido mayores beneficios que haciéndose
pasar por leproso. Entonces fue condenado a ser azotado durante tres sábados
seguidos, con el barril colgado al cuello ante su pecho y las tablillas a la espalda, y a
ser desterrado para siempre del país, so pena de horca. Cuando llegó el último
sábado, el pueblo pedía a voces al verdugo: «¡Pega, pega, señor oficial, no siente
nada, es un leproso!». Y a la voz del pueblo, el señor verdugo se encarnizó hasta tal
punto en los azotes, que poco tiempo después murió el mendigo, tanto por los últimos
latigazos como por el hecho de que sus heridas se le volvieron a abrir tres veces. No
fue una gran pérdida para la región.
Unos solicitan alojamiento y cobijo por la noche; y una vez que se les ha admitido
por compasión, abren las puertas y franquean la entrada a sus compinches, que
saquean y a menudo matan a quienes les han dado asilo: así, un hombre de bien y de
buena fe, con frecuencia, puede ser asesinado y robado por semejantes malvados,
como se ha visto numerosas veces.
Otros se envuelven la cabeza en algún trapo viejo y se acuestan entre la porquería
en lugares por donde pasa la gente, pidiendo limosna con voz baja y temblorosa,
como si tuvieran un comienzo de fiebre; así fingen estar enfermos y la gente que se
apiada de ellos los socorre, cuando no sufren mal alguno.
Tienen cierta jerga, mediante la cual se reconocen y se entienden entre sí para
engañar mejor a la gente, que por compasión les da limosna, manteniéndolos así en
su maldad y en su impostura.
Las mujeres fingen estar embarazadas, incluso a punto de dar a luz: llevan una
almohada de plumas sobre el vientre y piden ropa blanca, y otras cosas necesarias
para su parto, como he visto aún recientemente en esta ciudad de París.
Otros dicen padecer ictericia y se embadurnan rostros, brazos, piernas y pecho
con hollín desleído en agua; pero tal engaño es fácil de descubrir, con mirarles
solamente al blanco de los ojos, que es la parte del cuerpo en que la ictericia se
manifiesta en primer lugar; también se descubre su falacia, si se les frota el rostro con
un paño empapado en agua. En verdad, tales ladrones, mendigos e impostores, por
vivir ociosamente, jamás quieren aprender otro oficio sino el de la mendicidad,
verdadera escuela de toda clase de maldades; pues ¿qué personajes podrían hallarse
más adecuados para ejercer el proxenetismo, sembrar venenos por ciudades y aldeas,
provocar incendios, traicionar y espiar, robar, asaltar y cualquier otra práctica
condenable? Pues, además, de los que se han dañado a sí mismos y han cauterizado y
herido sus cuerpos, o han utilizado hierbas y drogas para hacer más repugnantes sus
heridas y su físico, los hay que han raptado niños pequeños y les han quebrado brazos
y piernas, sacado los ojos, cortado la lengua, aplastado y hundido el pecho, diciendo

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que un rayo los había destrozado así, con el fin de llevarlos por el mundo y tener
oportunidad de mendigar y de conseguir dinero.
Otros toman dos criaturas y las mecen en dos cestos a lomos de un asno,
proclamando que han sido despojados y quemada su casa. Otros toman un estómago
de cordero y se lo adaptan al bajo vientre, diciendo que están rotos y herniados, y que
necesitan se les amputen los testículos. Otros caminan sobre dos tablillas y son
capaces de dar volteretas y saltos mortales con la pericia de un saltimbanqui. Otros
pretenden venir de Jerusalén, con algunas bagatelas que traen a guisa de reliquias, y
las venden a las buenas gentes de pueblo. Otros llevan una pierna colgada del cuello;
otros más, fingen ser sordos, ciegos, impedidos y caminan con muletas. Por lo demás,
son buena gente.
¿Qué más diré? Que se reparten las provincias, para al cabo de algún tiempo,
reunirlo todo en el botín común, mientras fingen viajar a San Claudio, San Meen, San
Maturino, San Huberto, a Nuestra Señora de Loreto, a Jerusalén, y así los envían para
ver mundo y para aprender. Mediante estos mensajeros, sus compañeros comunican a
los mendigos de ciudad en ciudad, en su jerga, todo aquello que saben nuevo y que
afecta a su oficio, así como cualquier procedimiento recién inventado para conseguir
dinero.
No ha mucho, un rollizo malandrín fingía estar sordo, mudo y cojo; no obstante,
por medio de un instrumento de plata que decía haber conseguido en Barbaria —
marcado, sin embargo, con el sello de París— hablaba de forma que se le podía
entender. Se descubrió que era un impostor, y fue encerrado en la prisión de San
Benito, a donde me trasladé en compañía, a ruegos del señor baile de los pobres, para
visitar al truhán. Hicimos un informe a los señores de la Oficina de Pobres de París en
los términos que siguen:
«Nosotros, Ambroise Paré, consejero y Primer Cirujano del rey, Pierre Pygray;
cirujano ordinario de Su Majestad, y Claude Viard, cirujano en París, certificamos en
el día de hoy haber visitado en la cárcel de San Benito, a petición del procurador de
los pobres, a un individuo que no ha querido dar su nombre, de unos cuarenta años de
edad, al que, según hemos apreciado, le falta una tercera parte de la oreja derecha,
que le ha sido cortada. Lleva también una marca en el hombro derecho, que
consideramos le ha sido provocada con un hierro candente. Además, fingía un gran
temblor de una pierna, diciendo que procedía de una degeneración del hueso del
muslo, lo que era falso, dado que el hueso en cuestión allí está entero; y no aparece
signo alguno que nos permita decir que este temblor procede de alguna enfermedad
previa, sino, por el contrario, que es fruto de un movimiento voluntario. Hemos
examinado también su boca —puesto que pretendía convencernos de que le habían
arrancado la lengua, sacándosela por la nuca, enorme e imposible impostura—, pero
hemos comprobado que su lengua está entera, sin ninguna lesión de la misma ni de
los órganos que sirven para su movimiento; no obstante, cuando quiere hablar, utiliza
un instrumento de plata, que no puede ayudar en nada, sino más bien perjudicar a la

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pronunciación. Dice también estar sordo, cosa que es falsa, ya que le hemos
interrogado para saber quién le había cortado la oreja y nos ha contestado por señas
que se la habían cortado con los dientes».
Una vez que los susodichos señores de la Oficina hubieron recibido el informe
por medio de un mensajero, mandaron llevar el respetable impostor al hospital de
Saint-Germain-des-Prés, donde se le quitó su instrumento de plata. Por la noche, saltó
el muro, que es bastante alto, y de allá escapó a Rouen, donde quiso hacer uso de su
engaño, siendo descubierto. Una vez preso, fue azotado y desterrado fuera del ducado
de Normandía so pena de ser ahorcado, circunstancia que me ha confirmado el señor
bailio de pobres de aquella ciudad.

XXIII. DE UNA MENDIGA QUE FINGÍA PADECER EL MAL DE SAN


FIACRE, Y LE SALÍA DEL TRASERO UN INTESTINO LARGO Y
GRUESO DE CONFECCIÓN CASERA

EL señor Flecelle, doctor de la Facultad de Medicina, hombre sabio y de mucha


experiencia, me rogó un día lo acompañase a la aldea de Champigny, a dos leguas de
París, donde poseía una casita; al llegar, mientras paseaba por el patio, apareció una
corpulenta y rolliza golfa, que le pidió limosna por amor de San Fiacre, levantándose
la falda y la camisa y mostrándole un grueso intestino de más de medio pie de largo
que le salía del trasero y del que manaba un líquido semejante a pus de un absceso,
que le había teñido y manchado los muslos a la vez que la camisa, por delante y por
detrás, de modo que aquello resultaba muy feo y desagradable de ver. Habiéndole
preguntado desde cuándo tenía dicho mal, ella le contestó que hacía unos cuatro años;
entonces Flecelle, al contemplar su rostro y el aspecto de todo su cuerpo, comprendió
que era imposible, siendo tan gorda y de tamañas posaderas, que de ella pudiera salir
tal cantidad de porquería, sin que hubiese quedado seca, flaca y agotada; de un
brinco, se arrojó entonces encolerizado sobre la golfa, propinándole varios puntapiés
en el vientre, hasta tal punto que la derribó e hizo que el intestino saliera de su
alojamiento con sonido, ruido y otra cosa, obligándola a que le confesara el engaño;
cosa que hizo ella, diciendo que se trataba de una tripa de buey anudada en dos
puntos (uno de cuyos nudos estaba dentro del trasero), llena de sangre y de leche
mezcladas, en la que había practicado varios orificios con el fin de que la mezcla
rezumase. Y de nuevo, al enterarse del engaño, le dio otras varias patadas en el
vientre, de suerte que ella se hacía la muerta. A continuación entró en su casa para
llamar a algunos de sus criados, fingiendo que iba a enviar a buscar a la autoridad
para apresarla; ella, al ver abierta la puerta del patio, se levantó repentinamente de un
brinco, como si no hubiera recibido una paliza, y echó a correr, sin que jamás se la
viera de nuevo en Champigny.

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Y aún recientemente apareció una fea mendiga, rogando a los señores de la
Oficina de Pobres de París que le asignasen limosna, pues decía que, debido a un mal
parto, tenía la matriz caída, lo que motivaba el que no pudiera ganarse la vida.
Entonces mandaron que la examinaran los cirujanos dedicados a este menester, que
descubrieron que se trataba de una vejiga de buey, medio llena de aire y pringada de
sangre, cuyo cuello había fijado profundamente en el conducto de su matriz por
medio de una esponja que había colocado en el extremo de la vejiga; al estar
empapada, la esponja, hinchada y gruesa, provocaba la sujeción del artilugio, de
manera que sólo podía quitársele por la fuerza, y así caminaba sin que se le cayese la
vejiga. Descubierto el engaño, estos señores la mandaron detener, y no salió de la
cárcel antes de que el verdugo hubiera repiqueteado muy bien en sus espaldas;
después, fue expulsada para siempre de la ciudad de París.

XXIV. DE UNA GRUESA GOLFA DE NORMANDÍA QUE FINGÍA


TENER UNA SERPIENTE EN EL VIENTRE

EN el año 1561 vino a esta ciudad una gruesa golfa nalguda, redonda y de buen
aspecto, de unos treinta años de edad aproximadamente, que decía proceder de
Normandía. Visitaba las buenas casas de damas y señoritas pidiéndoles limosna y
diciendo que tenía una serpiente en el vientre, que había entrado en ella mientras
dormía en un cañamar; y les hacía poner la mano en su vientre para que sintiesen el
movimiento de la serpiente, que la roía y atormentaba día y noche, según decía ella.
Así, todo el mundo le daba limosna, debido a la gran compasión que inspiraba, ya
que su aspecto era del todo engañoso. Pero hubo una señorita, honrada y muy
caritativa, que la acogió en su asa y me mandó llamar —junto con el señor Hollier,
doctor regente en la Facultad de Medicina, y Germain Cheval, médico jurado en París
— para que averiguase si habría forma de expulsar a aquel reptil del cuerpo de la
pobre mujer. Al verla, el señor Hollier le recetó un medicamento que era bastante
enérgico —la hizo evacuar varias veces—, con el fin de hacer salir al animal, que no
obstante no salió. Reunidos de nuevo, decidimos que yo le colocase un «speculum»
en el cuello de la matriz; en consecuencia, fue colocada sobre una mesa, donde se
había desplegado su enseña, para aplicarle el «speculum», mediante el cual logré una
dilatación bastante buena y amplia, para averiguar si podría distinguirse la cabeza o la
cola del reptil. Pero nada vimos, a «excepción de un movimiento voluntario que hacia
la susodicha golfa por modio de los músculos del epigastrio; advirtiendo el engaño,
nos retiramos aparte, donde resolvimos que el movimiento no procedía de animal
alguno, sino que ella lo lograba mediante la acción de aquellos músculos. Para
espantarla y conocer la verdad con más exactitud, le dijimos que se le iba a
administrar de nuevo otro medicamento mucho más fuerte, con el fin de hacerle
confesar la verdad de los hechos; temerosa de tener que volver a tomar un remedio

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tan fuerte, y segura de que no tenía serpiente alguna, aquella misma tarde marchóse
sin despedirse de su señora y sin olvidar recoger sus pertenencias, y algunas de la
dama en cuestión; y así es como se descubrió el engaño. Seis días después, la
encontré fuera de la puerta de Montmartre, a horcajadas sobre un caballo de carga y
riéndose a mandíbula batiente; se marchaba con los pescateros, para —supongo yo—
hacer volar su dragón junto con ellos y regresar a su tierra.
Los que fingen ser mudos repliegan y retiran la lengua dentro de la boca; los que
aparentan tener el mal de San Juan hacen que les coloquen esposas en las muñecas, se
revuelcan y hunden en el fango y se ponen sangre de algún animal en la cabeza,
diciendo que al agitarse así se han herido y hecho daño; una vez en el suelo, sacuden
brazos y piernas y agitan todo el cuerpo, poniéndose jabón en la boca para echar
espuma, como lo hacen los epilépticos en sus ataques. Otros fabrican cierta cola con
harina desleída y se la extienden por todo el cuerpo, gritando que están enfermos del
mal de San Meen. Y hace tiempo que estos ladrones e impostores estrenaron el oficio
de engañar al pueblo, pues existían ya en Asia en la época de Hipócrates, tal como
está escrito en el Libro del aire y de las aguas; por eso es menester descubrirlos, en la
medida de lo posible, y entregarlos al juez, para que sean castigados tal como lo
requiere la enormidad del caso.

XXV. EJEMPLO DE LAS MONSTRUOSIDADES QUE HACEN LOS


DEMONIOS Y BRUJOS

HAY brujos y magos, envenenadores, emponzoñadores, malvados, astutos,


engañadores, que realizan sus encantamientos mediante el pacto que han hecho con
los demonios, de quienes son esclavos y vasallos. Y nadie puede ser brujo sin haber
renunciado previamente a Dios, su creador y salvador, sin haber firmado
voluntariamente alianza y amistad con el diablo, para reconocerlo y prestarle
acatamiento en vez de a Dios vivo, y entregarse a él. Y esta clase de gente que se
convierte en brujos, lo hace por infidelidad y desconfianza hacia las promesas y
ayuda de Dios, o por desprecio, o por curiosidad de saber las cosas secretas y futuras;
o porque, aquejados de gran pobreza, aspiran a ser ricos. Nadie puede negar, y no ha
de dudarse de ello, que existen brujos: y lo prueba la autoridad de varios doctores y
comentadores, antiguos y modernos, que tienen por cosa sabida la existencia de
brujos y encantadores, que, por medios sutiles, diabólicos y desconocidos, corrompen
el cuerpo, la inteligencia, la vida y la salud de hombres y demás criaturas, como los
animales, los árboles, las hierbas, el aire, la tierra y las aguas. Además, la experiencia
y la razón nos fuerzan a admitirlo, puesto que las leyes han establecido penas contra
semejante clase de gentes; y no se dictan leyes sobre algo que jamás se ha visto ni
conocido, pues el derecho considera los casos y crímenes que jamás se vieron ni se
comprobaron, como cosas imposibles y que no existen en absoluto. Antes del

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nacimiento de Cristo existieron, y mucho tiempo antes; de ello da testimonio Moisés,
que los condenó por mandato expreso de Dios, en el Éxodo, capítulo 22, y en el
Levítico, 19. Ocozías fue condenado a muerte por el Profeta, por haber recurrido a los
brujos y magos.
Los diablos turban el entendimiento de los brujos mediante diversas y extrañas
ilusiones, de forma que éstos creen haber visto, oído, dicho y hecho lo que el diablo
les muestra en su fantasía; y creen haber ido a cien leguas de distancia, o incluso otras
cosas absolutamente imposibles no sólo para los hombres, sino también para los
diablos; y, sin embargo, no se habrán movido de su cama, o de otro lugar. Pero el
diablo, una vez que tiene poder sobre ellos, les graba de tal modo en la fantasía las
imágenes de las cosas que quiere que vean, y que desea hacerles creer como ciertas,
que no pueden pensar que sea de otro modo, que no las hayan realizado y no hayan
velado mientras dormían. Tal les sucede a los brujos debido a su infidelidad y
maldad, por haberse entregado al diablo y haber renunciado a Dios su creador.
La Sagrada Escritura nos enseña que hay espíritus buenos y malos: los buenos son
llamados ángeles, y los malos, demonios o diablos. Prueba de ello es que la ley la
transmite el ministerio de los ángeles. También está escrito: «Nuestros cuerpos
resucitarán al son de la trompeta y a la voz del arcángel». Cristo dice que Dios
enviará a sus ángeles que recogerán a los elegidos de los confines del cielo.
Igualmente puede demostrarse que existen espíritus malignos llamados diablos. Lo
prueba el hecho de que, en la historia de Job, el diablo hizo bajar el fuego del cielo,
mató el ganado, suscitó los vientos que sacudieron las cuatro esquinas de la casa y
destruyeron a los hijos de Job. En la historia de Ajab había un espíritu de la mentira
en la boca de los falsos profetas. El diablo puso en el corazón de Judas el deseo de
traicionar a Jesucristo. Los diablos, que se hallaban en gran número dentro del cuerpo
de un solo hombre, se llamaban Legión, y obtuvieron permiso de Dios para entrar en
el cuerpo de unos cerdos, a los que precipitaron al mar. Hay varios otros testimonios
de la Sagrada Escritura de que existen ángeles y diablos. Desde el comienzo, Dios
creó gran multitud de ángeles como ciudadanos del cielo, a los que llamamos
espíritus divinos, que permanecen sin cuerpo, y son mensajeros para ejecutar la
voluntad de Dios su creador, bien sea en justicia o en misericordia; en todo caso, se
esfuerzan por salvar a los hombres, al revés que los ángeles malos, llamados
demonios o diablos, que por su naturaleza tratan siempre de perjudicar al género
humano mediante sus maquinaciones, falsas ilusiones, engaños y mentiras. Si les
estuviera permitido ejercer su crueldad a su voluntad y placer, en verdad rápidamente
quedaría perdido y arruinado el género humano, pero sólo pueden actuar en tanto en
cuanto a Dios le place dejarles la mano libre. Por su gran orgullo, fueron arrojados y
echados fuera del Paraíso y de la presencia de Dios, por lo que unos viven en el aire,
otros en el agua, en cuya superficie y orillas aparecen, otros sobre la tierra, otros en lo
más profundo de ésta, y así permanecerán hasta que Dios venga a juzgar al mundo.
Otros viven en las casas en ruinas y se transforman en todo lo que les viene en gana.

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Así como en las nubes vemos formarse muchos y diferentes animales y otras cosas
diversas, a saber, centauros, serpientes, rocas, castillos, hombres y mujeres, pájaros,
peces y otras cosas, así los demonios adoptan repentinamente la forma de aquello que
les agrada, y a menudo los vemos convertirse en animales, como serpientes, sapos,
autillos, abubillas, cuervos, chivos, asnos, perros, gatos, lobos, toros y otros; o bien se
apoderan de cuerpos humanos, vivos o muertos, los manejan y atormentan, e impiden
sus funciones naturales; no solamente se transforman en hombres, sino también en
ángeles de luz; fingen estar presos y atados a argollas, pero semejante coerción es
voluntaria y está llena de engaño. Estos demonios desean y temen, aman y desdeñan.
Tienen encargo y poder de Dios para exigir las penas por las malas acciones y
pecados de los malvados, como lo prueba el hecho de que Dios enviara a Egipto su
obra a través de unos ángeles malos. Aúllan de noche y hacen ruido como si
estuviesen encadenados; mueven bancos, mesas, caballetes, mecen a los niños,
juegan a las damas, hojean libros, cuentan dinero, se les oye pasearse por la
habitación, abren puertas y ventanas, arrojan la vajilla al suelo, rompen pucheros y
vasos, y causan gran escándalo: sin embargo, nada se ve por la mañana fuera de su
sitio, nada está roto, ni las puertas o ventanas abiertas. Tienen varios nombres, como
demonios, malos demonios, íncubos[10], súcubos, trasgos, duendes, elfos, ángeles
malos. Satanás, Lucifer, padre de la mentira, Príncipe de las tinieblas, legión, e
infinidad de otros nombres, que están escritos en el Libro de la Impostura de los
Diablos, según los diferentes males que causan y los lugares donde se encuentran con
mayor frecuencia.

XXVI. SOBRE AQUELLOS QUE ESTÁN POSEÍDOS DE LOS


DEMONIOS, QUE HABLAN EN DIFERENTES PARTES DE SUS
CUERPOS

QUIENES están poseídos por los demonios hablan con la lengua fuera de la boca, por
el vientre, por sus partes naturales, y emplean diversos lenguajes desconocidos.
Provocan temblores de tierra, truenos, rayos, vientos, desarraigan y arrancan los
árboles, por gruesos y fuertes que sean; hacen que una montaña se desplace de un
lugar a otro, levantan un castillo en el aire y vuelven a colocarlo en su sitio, fascinan
y deslumbran los ojos, de manera que con frecuencia hacen ver lo que no es. Doy fe
de habérselo visto hacer a un brujo, en presencia del difunto rey Carlos Noveno y de
otros grandes señores. Paul Grillant escribe que en su tiempo vio quemar en Roma a
una bruja que hacia hablar a un perro. También hacen otras cosas que expondremos a
continuación. Para enseñar a los más grandes brujos la brujería, Satanás mezcla
palabras de la Sagrada Escritura y de los santos doctores para elaborar veneno con
miel, lo que siempre ha sido y será su astucia. Los brujos de Faraón remendaban las
obras de Dios. Las acciones de Satanás son sobrenaturales e incomprensibles, rebasan

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el entendimiento humano, y no podemos dar de ellas razón, como no podemos darla
del imán que atrae el hierro y hace girar la aguja. Y no hay que empeñarse contra la
verdad, cuando se ven los efectos y se desconoce la causa; confesemos la debilidad
de nuestra mente, sin detenernos en los principios y razones de las cosas naturales,
que ignoramos, cuando deseamos examinar las acciones de los demonios y magos.
Los espíritus malignos son los ejecutores y verdugos de la alta justicia de Dios, y
nada hacen si no es con su consentimiento. Por ello debemos rogar a Dios, para que
no nos permita caer en las tentaciones de Satanás. Dios amenazó, con su ley,
exterminar a los pueblos que toleraban a los brujos y magos. Por eso, San Agustín, en
el libro de la Ciudad de Dios, dice que todas las sectas que han existido siempre han
dictado penas contra los brujos, a excepción de los epicúreos. Jehú mandó arrojar por
las ventanas de su castillo a la reina Jezabel, por ser bruja, e hizo que sus perros la
devoraran.

XXVII. DE CÓMO VIVEN LOS DEMONIOS EN LAS MINAS

LOYS Lavater escribe que los mineros afirman que en ciertas minas se ven espíritus
vestidos como los que allí trabajan, corriendo de acá para allá, y parecen trabajar,
aunque no se mueven; dicen también que a nadie hacen daño, a no ser que se burlen
de ellos: de suceder esto, arrojarán algo contra el burlón, o le perjudicarán en alguna
otra forma. Hace poco, estando yo en casa del duque de Ascot, un gentilhombre suyo,
llamado l’Heister, hombre de honor, y que tiene a su cargo la mayor parte de la casa,
me aseguró que en ciertas minas de Alemania —otros también han escrito al respecto
— se oían gritos muy extraños y espantosos, como de una persona que hablase dentro
de un recipiente, arrastrar de cadenas en los pies, toses y suspiros, a veces lamentos,
como los de un hombre al que torturan, otras veces el ruido de un gran fuego que
chisporrotea, otras, disparos de artillería efectuados a mucha distancia, tambores,
clarines y trompetas, ruido de carros y de caballos, restallidos de látigos, choque de
arneses, picas, espadas, alabardas y otros ruidos, como se producen en las grandes
batallas; también, ruidos como los que se hacen al construir una casa, al cortar la
madera, sisear las cuerdas, tallar la piedra, construir los tabiques y otras operaciones,
y, sin embargo, nada se ve de todo ello. El mencionado Lavater escribe que en Davos,
región de los Grisones, hay una mina de plata en la que Pierre Briot, hombre notable
y cónsul de aquel lugar, mandó efectuar trabajos estos años pasados, obteniendo de
ella grandes riquezas. Había en ella un espíritu que, principalmente los viernes, y con
frecuencia en el momento en que los mineros echaban en el interior de unas cubas lo
que habían extraído, causaba grandes molestias, transformando los metales de las
cubas en otros distintos. Cuando quería bajar a su mina, el cónsul no se preocupaba
mayormente de ello, confiando en que el espíritu no podía causarle daño alguno, de
no ser por la voluntad de Dios. Pero ocurrió un día que el espíritu hizo mucho más

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ruido que de costumbre, hasta tal punto que un minero empezó a insultarle y a
mandarle que se fuese al patíbulo y a sus infiernos, con maldiciones; el espíritu,
entones, agarró al minero de la cabeza y se la retorció de tal manera, que la parte
delantera quedó exactamente detrás. No obstante, no murió de aquello, sino que aún
vivió durante mucho tiempo con su cuello torcido, conocido familiarmente por
muchos que todavía viven, y falleció algunos años después. El susodicho Loys
Lavater escribe otras muchas cosas sobre los espíritus, que cualquiera puede leer en
su libro; y en él afirma haber oído contar a un hombre prudente y honrado, baile de
un señorío dependiente de Zurich, que un día de verano, muy de mañana, yendo a
pasearse por los prados en compañía de su criado, vio un hombre al que conocía bien
en horrible trato carnal con una yegua, cosa que le chocó grandemente: regresó al
punto, y fue a llamar a la puerta de aquél al que creía haber visto. Comprobó de
hecho que el otro no se había movido de la cama; y si este baile no hubiese
averiguado diligentemente la verdad, una persona buena y honrada hubiera sido
encarcelada y torturada. Él cuenta esta historia con el fin de que los jueces estén bien
prevenidos en semejantes casos.

XXVIII. CÓMO PUEDEN ENGAÑARNOS LOS DEMONIOS

ESTOS demonios pueden engañar de muchos modos y maneras nuestra terrenal


torpeza, debido a lo sutil de su esencia y a la malicia de su voluntad, pues oscurecen
los ojos de los hombres con espesas nubes que turban fantásticamente nuestra mente,
y nos engañan mediante imposturas satánicas, corrompiendo nuestra imaginación con
sus bufonadas e impiedades. Son doctores en mentiras, raíces de todo mal y de toda
perversidad para seducirnos y engañarnos, y prevaricadores de la verdad; por decirlo
brevemente, tienen un incomparable arsenal de engaños, pues se transforman de mil
maneras y acumulan en el cuerpo de las personas vivas mil cosas extrañas, como
trapos viejos, huesos, clavos, espinas, hierros, hilo, cabellos enredados, trozos de
madera, serpientes y otras monstruosidades, que a menudo hacen salir por el
conducto de la matriz de las mujeres; esto ocurre después de haber turbado nuestra
vista y alterado nuestra imaginación, como ya hemos dicho.
Algunos son llamados íncubos y súcubos; íncubos son demonios que se
transforman en hombres y copulan con las brujas; súcubos son demonios que se
metamorfosean en mujeres. Y tal cohabitación no se efectúa solamente durmiendo,
sino también durante la vigilia, cosa que han confesado y sostenido varias veces los
brujos y brujas, al aplicárseles la pena de muerte. San Agustín no negó en absoluto
que los diablos, transformados en hombres o en mujeres, pudieran cumplir con las
obras de la Naturaleza y tener trato carnal con hombres y mujeres para inducirlos a la
lujuria, engañarlos y burlarse de ellos; y es cosa que no solamente comprobaron los
antiguos, pues incluso en nuestro tiempo les ha sucedido a diversas personas, con las

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que han tenido relaciones los diablos, transfigurados en hombre o en mujer. Jacobus
Ruepff, en sus libros De conceptu et generatione hominis, da testimonio de que, en su
tiempo, una mujer perdida tuvo trato de noche con un espíritu maligno que tenía
rostro de hombre y que, al punto, el vientre se le inflamó; creyendo estar embarazada,
contrajo una enfermedad tan extraña que se le cayeron todas las entrañas sin que
pudiera ser socorrida por arte alguna de médico o de cirujano. Lo mismo está escrito
a propósito de un criado, llamado Boucher, que, hallándose profundamente sumido en
vanos ensueños de lujuria, quedó atónito al distinguir de pronto ante él un diablo en
forma de mujer hermosa; después de haber tenido trato con a sus partes genitales
empezaron a inflamarse, de modo que le pareció tener fuego ardiente en el interior
del cuerpo, y murió miserablemente.
Es absurdo por parte de Pierre de la Pallude y de Martin d’Arles el sostener que si
los diablos derraman semen de un hombre muerto en el regazo de una mujer, de ello
puede engendrarse una criatura: esto es manifiestamente falso, y para rebatir esta
vana opinión diré solamente que el semen, que está hecho de sangre y espíritu y es
apto para la generación, si se transporta poco o nada, al punto se corrompe y altera, y
su virtud queda por consiguiente totalmente extinguida, al faltar el calor y el espíritu
del corazón y de todo el cuerpo, de forma que ya no está templado ni en calidad, ni en
cantidad. Por esta razón, los médicos han considerado que es estéril el hombre que
tuviera la verga viril demasiado larga, debido a que el semen, al recorrer tan largo
camino, se ha enfriado ya antes de que la matriz lo reciba. También, cuando el
hombre se separa de su compañera con excesiva prontitud, una vez emitido el semen,
éste puede verse alterado por el aire que penetra en la matriz, no produciéndose por
ende fruto alguno. Así pues, puede comprobarse hasta qué punto se equivocó
torpemente Alberto el Escoliasta al escribir que, si vuelve a colocarse dentro de la
matriz el semen caído en tierra, sería posible la concepción. Otro tanto puede decirse
de la vecina de Averroes, que le había jurado, según cuenta él, que había concebido
un hijo del semen de un hombre que había eyaculado en el baño, y que ella quedó
embarazada al bañarse en el mismo. Así, de ningún modo debéis creer que los
demonios o diablos, que son de naturaleza espiritual, pueden conocer carnalmente a
las mujeres: pues para la ejecución del acto se requieren carne y sangre, lo que los
espíritus no tienen. Por otra parte, ¿cómo sería posible que los espíritus, que carecen
de cuerpo, pudiesen prendarse del amor de las mujeres y engendrar en ellas?, además,
donde no hay carne ni bebida, no hay semen; por eso, allá donde no ha resultado
necesario el obtener sucesión y repoblación, la Naturaleza no ha dado el deseo de
engendrar. Además, los demonios son inmortales y eternos: ¿para qué pueden
necesitar engendrar, puesto que no requieren sucesores, ya que existirán siempre? Por
otra parte, no está en manos de Satanás, ni de sus ángeles, el crear nuevos seres; y si
así fuera, si los demonios, desde que fueron creados, hubiesen podido engendrar
otros, habría mucha diablería por esos campos. Por mi parte, creo que esa pretendida
cohabitación es imaginaria y procede de una impresión ilusoria de Satanás.

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XXIX. EJEMPLO DE VARIAS ILUSIONES DIABÓLICAS

CON el fin de que no se piense que el artificio diabólico es cosa de otras épocas, él ha
practicado aún en nuestro tiempo semejantes artes, como lo han visto varios y lo han
escrito muchos hombres doctos, en la persona de una joven muy hermosa de
Constanza llamada Magdalena, sirvienta de un ciudadano muy rico de aquella ciudad,
que hacía correr la voz de que el diablo, una noche, la había dejado embarazada; a la
vista de ello, las autoridades de la ciudad la mandaron encarcelar, para esperar el
resultado de aquel parto. Llegada la hora del alumbramiento, ella sintió las habituales
contracciones y dolores de las mujeres que van a dar a luz; y cuando las comadronas
estaban listas para recibir el fruto y pensaban que iba a abrirse la matriz, empezaron a
salir del cuerpo de esta joven clavos de hierro, trocitos de madera y de vidrio, huesos,
piedras y cabellos, estopas y varias otras cosas fantásticas y raras que el diablo había
colocado allí con sus artes, para engañar y burlarse del vulgar populacho que presta fe
con excesiva ligereza a prestigios y engaños.
Boaistuau afirma que podría contar varias otras historias semejantes, relatadas no
solamente por los filósofos, sino también por los hombres de iglesia, que confiesan
que los diablos, con permiso de Dios o para castigo de nuestros pecados, pueden
abusar así de hombres y mujeres; pero el que de semejante unión pueda engendrarse
una criatura humana no solamente es falso, sino contrario a nuestra religión, que
afirma que jamás existió hombre alguno engendrado sin semen humano, a excepción
del Hijo de Dios. Incluso, como decía Cassianus, ¡qué situación absurda, repugnante
y confusa se daría en la Naturaleza, si les fuera lícito a los diablos concebir de los
hombres, y a las mujeres de ellos! Desde la creación del mundo hasta hoy, ¡cuántos
monstruos habrían engendrado los diablos en todo el género humano, arrojando su
simiente en la matriz de los animales y creando así, mediante perturbaciones del
semen, una infinidad de monstruos y prodigios!

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XXX. DEL ARTE MÁGICA

TAMBIÉN el arte mágica se efectúa mediante el perverso artificio de los diablos. Hay
varias clases de magos: algunos hacen que los diablos acudan a ellos, e interrogan a
los muertos, llamándoseles nigromantes; otros, quirománticos, porque adivinan
merced a ciertas rayas que existen en las manos; otros, hidrománticos, ya que
adivinan por el agua; otros, geománticos, puesto que adivinan por la tierra; otros,
pirománticos, que adivinan por el fuego; otros, aerománticos, o augures, o
pronosticadores de la disposición astral futura, ya que adivinan por el aire, es decir,
por el vuelo de las aves, o por las tormentas, borrascas, tempestades y vientos. Todos
ellos no hacen sino engañar y burlarse de los incrédulos, que recurren a estos
adivinos, profetas, hechiceros y encantadores; habitualmente, éstos se ven aquejados
de perpetua pobreza y hambruna, ya que los diablos los engolfan en un abismo de
oscuridad, haciéndoles creer que lo falso es verdadero mediante ilusiones y falsas
promesas confusas y sin sentido: todo ello es locura e insoportable fangal de error y
de burla. Quienes conocen y aman la verdadera religión deben absolutamente rehuir a
estos hombres y alejarlos de ellos, como hizo antiguamente Moisés por mandato
divino.
Jean de Marconville, en su libro Colección memorable de algunos casos
prodigiosos acontecidos en nuestra época, escribe acerca de una adivina y bruja de
Bolonia la Crasa en Italia, que, después de haber ejercido durante mucho tiempo su
arte diabólica, cayó presa de una grave enfermedad que puso fin a sus días. Al ver
esto un mago, que jamás había querido separarse de ella debido al provecho que en
vida suya, obtenía de su arte, le puso bajo las axilas cierto preparado ponzoñoso, de
modo que, por virtud de este veneno, parecía estar viva y estaba presente en las
reuniones como siempre había acostumbrado a hacerlo, no pareciendo diferir en nada
de una persona viva, salvo por su color, que era extraordinariamente pálido y lívido.
Algún tiempo después, apareció en Bolonia otro mago, al que se le antojó ir a ver a
esa mujer, ya que tenía gran fama en razón de su arte; al llegar al espectáculo como
los demás para verla actuar, exclamó éste al punto: «¿Qué hacéis aquí, señores? Esta
mujer, que a vuestro juicio realiza esos hermosos brincos y juegos de magia ante
vosotros, es una maloliente y repulsiva carroña». E inmediatamente ella cayó muerta
al suelo, de modo que el prestigio de Satanás y el engaño del encantador quedaron de
manifiesto para todos los asistentes.
Langius, en sus Epístolas médicas, cuenta sobre una mujer poseída por un espíritu
perverso, que, después de haberse visto aquejada de una grave enfermedad del
estómago, abandonada ya por los médicos, repentinamente vomitó unos clavos muy
largos y curvos, y unas agujas de latón empaquetadas con cera y cabellos. Y en la
misma epístola escribe que, en 1539, en la aldea llamada Tuguestag [¿Fugenstal?],
cierto labrador, de nombre Ulrich Nenzesser, sufrió un tremendo dolor en el costado,
que hubo que abrirle con una navaja, y de allí salió un clavo de latón; no obstante, los

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dolores aumentaron paulatinamente, y él, de pura impaciencia, se degolló. Una vez
abierto, hallaron en su estómago un trozo de madera largo y redondo, cuatro cuchillos
de acero, de los que algunos eran puntiagudos y otros dentados a modo de sierra, y
junto con ello dos hierros toscos que rebasaban medio codo de longitud, a la vez que
una voluminosa pelota de cabellos. Es verosímil que todas estas cosas se hicieron
merced a la astucia del diablo, que engañaba a los asistentes por la vista.
Hace poco he visto también a un impostor y mago, en presencia del rey Carlos IX
y de los señores mariscales de Montmorency, de Retz, del señor de Lansac y del de
Mazille, primer médico del rey, y del señor de Saint-Pris, mayordomo ordinario del
rey, y de otros varios, hacer cosas que resultan imposibles a los hombres sin la astucia
del diablo, que engaña nuestra vista y nos representa falsedades y fantasías: el
impostor confesó libremente al rey que lo que hacía era merced a la astucia de un
espíritu en cuyo poder tenía que permanecer aún durante tres años, y que lo
atormentaba mucho; prometió al rey que una vez llegado su tiempo y cumplido el
plazo, se convertiría en hombre de bien. Dios quiera concederle su gracia por ello,
pues está escrito: «No permitirás que viva la bruja». El rey Saúl fue cruelmente
castigado por haberse dirigido a la hechicera. Igualmente, Moisés ordenó a los
hebreos que emplearan todo su esfuerzo en exterminar en su entorno a los
encantadores.
En la ciudad de Charanti, una vez que los hombres habían llamado a las mujeres a
compartir el lecho con ellos, solían quedar unidos a ellas a la manera de los perros, y
durante mucho tiempo no podían despegarse; habiéndolos hallado así alguna vez,
fueron condenados por la justicia a ser colgados de una pértiga y al revés, y atados
mediante un lazo inusual, con lo que servían al pueblo de espectáculo ridículo: tal
cosa se producía por la astucia del diablo satánico y constituía una burla detestable.

XXXI. DE CIERTAS ENFERMEDADES EXTRAÑAS

PARA contentar más aún la curiosidad del lector a propósito de los engaños de los
diablos y de sus esclavos magos, hechiceros, encantadores y brujos, he recogido estas
historias de Fernel, en los términos que siguen. Hay enfermedades que son enviadas a
los hombres con permiso de Dios, y no pueden curarse con los remedios ordinarios;
por esta razón se dice que rebasan el curso ordinario de los males que habitualmente
atormentan a los hombres. Esto puede demostrarse fácilmente mediante la propia
Sagrada Escritura, que nos da fe de que, por el pecado de David, se produjo tal
corrupción de aire, que la peste segó el hilo de la vida a más de 60.000 personas.
Loemos también, en la misma escritura, que Ezequías se vio aquejado por una
grandísima y muy grave enfermedad. Job sufrió tantas úlceras en su cuerpo, que
estaba todo cubierto de ellas: esto le ocurrió por permiso del gran Dios, que gobierna
a su voluntad el mundo de aquí abajo y todo cuanto contiene.

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Y, así como el diablo, enemigo esencial y jurado del hombre, con frecuencia
(aunque con permiso de Dios) nos aflige con grandes y diversas enfermedades, así los
brujos, engañadores y malvados, mediante sus argucias y finezas diabólicas,
atormentan y engañan a infinidad de hombres: unos invocan y conjuran a no sé qué
espíritus mediante murmullos, exorcismos, imprecaciones, encantamientos y
brujerías; otros se atan en torno al cuello, o llevan encima de alguna otra manera
escrituras, caracteres, anillos, imágenes y otras bagatelas semejantes; otros más, se
sirven de cantos y danzas armoniosos. A veces, utilizan determinadas pócimas, o más
bien venenos, fumigaciones, perfumes, fascinaciones y encantamientos. Los hay que,
después de haber modelado la imagen y representación de alguien ausente, la
atraviesan con ciertos instrumentos, y presumen de poder afligir con la enfermedad
que les plazca a aquel cuya representación atraviesan, por muy alejado que esté de
ellos, y dicen que esto se hace merced el poder de las estrellas y de ciertas palabras
que farfullan mientras pinchan tal imagen o representación hecha de cera. Hay
también una infinidad de patrañas semejantes, inventadas por los charlatanes para
afligir y atormentar a los hombres, pero me cansa seguir hablando de ello. Algunos
emplean tales sortilegios, que impiden al hombre y a la mujer consumar el
matrimonio, lo que vulgarmente se llama anudar la agujeta. Otros también, mediante
sus hechizos, vuelven a los hombres tan torpes para rendir culto a Venus que las
pobres mujeres que tienen trato con ellos creen que estén castrados, y más que
castrados. Semejante canalla no solamente aflige a los hombres con muchas y
diversas clases de enfermedades, sino que, como truhanes y brujos que son, arrojan
diablos dentro del cuerpo de hombres y mujeres. Quienes se ven así atormentados por
los diablos, debido a los hechizos de estos charlatanes, en nada difieren de los locos,
salvo en que dicen cosas prodigiosamente grandes. Cuentan todo lo que sucedió
anteriormente, por más que estuviera oculto y desconocido, salvo para pocas gentes.
Descubren los secretos de los que están presentes, insultándolos y poniéndolos en
evidencia de modo tan violento, que si no lo sintiesen serían más que leprosos; pero
apenas se habla de la Sagrada Escritura, quedan todos espantados, tiemblan y se
enfadan muchísimo.
Hace poco, durante los grandes calores del verano, un individuo se levantó de
noche para beber, y al no encontrar líquido alguno con que saciar su sed, toma una
manzana que ve; inmediatamente después de haberla mordido, le pareció que lo
ahogaban; y, como atacado ya por el espíritu maligno oculto en la manzana, le
parecía ver en medio de las tinieblas a un perrazo muy negro que lo devoraba. Una
vez curado, poco después, nos contó con todo detalle lo que le había sucedido. Varios
médicos le tomaron el pulso y advirtieron el calor extraordinario que despedía, junto
con sequedad y negrura, por lo que juzgaron que tenía fiebres, y, como no descansaba
en absoluto y no dejaba de delirar, lo consideraron loco.
Hace algunos años, un joven caballero sufría a intervalos de tiempo una
convulsión; a veces sólo su brazo izquierdo, a veces el derecho, bien un solo dedo,

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bien un muslo, o los dos, a veces la espina dorsal y todo su cuerpo se veían tan
repentinamente agitados y atormentados por la convulsión, que con gran dificultad
podían sujetarlo en el lecho entre cuatro criados. Y el caso es que no tenía en absoluto
el cerebro agitado ni atormentado; disponía libremente de la palabra, su mente no
estaba nada turbada y tenía todos los sentidos enteros, incluso en el momento más
fuerte de la convulsión. Sufría la convulsión dos veces al día, por lo menos, y al salir
de ella se encontraba muy bien, salvo que estaba muy cansado y agotado, a causa del
tormento que había padecido. Cualquier médico bien informado hubiese podido
juzgar que se trataba de una auténtica epilepsia, si a la vez sus sentidos y su mente se
hubiesen visto turbados. Los médicos más expertos fueron llamados a consulta y
consideraron que se trataba de una convulsión muy próxima a la epilepsia, excitada
por un vapor maligno encerrado en la espina dorsal, de donde tal vapor se desplazaba
solamente hasta los nervios que tienen su origen en dicha espina, sin tocar para nada
el cerebro. Formulado tal juicio sobre la causa de la enfermedad, nada se omitió en
todo cuanto preceptúa el arte, para aliviar al pobre enfermo. Pero pusimos todo
nuestro esfuerzo en vano, ya que estábamos a más de cien leguas de la razón de la
enfermedad. Pues al cabo de tres meses se descubrió que el autor del mal era un
diablo, que se manifestó a sí mismo hablando por la boca del enfermo griego y latín
en abundancia, por más que el enfermo no supiese nada de griego. Descubría los
secretos de los que estaban presentes, y especialmente de los médicos, burlándose de
ellos por haberlos engañado merced a su gran poder, y porque, con sus medicamentos
inútiles, casi habían hecho morir al enfermo. Cada vez que su padre venía a verlo,
apenas lo divisaba de lejos, exclamaba: «Haced que lo aparten, impedidle la entrada,
o bien quitadle la cadena que lleva al cuello». Pues, como caballero que era,
siguiendo la costumbre de los caballeros franceses, el padre llevaba el collar de la
Orden, a cuyo extremo colgaba la imagen de San Miguel. Cuando en su presencia se
leía algo de la Sagrada Escritura, el enfermo se erizaba, se incorporaba y se
atormentaba mucho más que antes. Cuando había pasado el paroxismo se acordaba de
todo cuanto había dicho o hecho, arrepintiéndose de ello y diciendo que lo había
hecho o dicho contra su voluntad. Este demonio, forzado por las ceremonias y
exorcismos, decía que él era un espíritu y que no estaba condenado por ninguna mala
acción. Al serle preguntado quién era, o por qué medio y por poder de quién
atormentaba así a este caballero, contestó que había muchos domicilios interiores
donde él se ocultaba, y que durante el tiempo en que dejaba descansar al enfermo, se
iba a atormentar a otros; por lo demás, que él había sido arrojado al cuerpo de este
caballero por alguien al que no quería nombrar, y que había entrado en él por los pies,
reptando hasta el cerebro. Saldría por los pies, cuando llegase el día acordado entre
ellos. Peroraba sobre otras muchas cosas, según la costumbre de los demonios, y os
aseguro que no relato esto como algo nuevo, sino con el fin de que se sepa que a
veces los diablos entran en nuestros cuerpos y los torturan con sufrimientos inauditos;
también, a veces, no penetran en el interior, sino que agitan los buenos humores del

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cuerpo, o bien envían los malos a las partes principales del mismo, o llenan las venas
con estos malos humores, o tapan con ellos los conductos del cuerpo, o modifican la
disposición de los órganos, lo que provoca infinidad de enfermedades.
Los diablos son causa de todas estas cosas, pero los brujos y hombres malvados
son siervos y ministros de los diablos. Plinio escribe que Nerón, en su época, ideó las
magias y hechicerías más falsas que hayan existido jamás. Pero ¿qué necesidad hay
de aducir a los paganos, cuando la Escritura da fe de que hubo brujerías, como resulta
de lo que allí está escrito sobre la Pitonisa, la mujer ventrílocua, el rey
Nabucodonosor, los brujos y hechiceros de Faraón, e incluso sobre Simón Mago, en
tiempo de los apóstoles? El propio Plinio escribe que uno llamado Demarchus se
transformó en lobo, después de haber comido las entrañas de un niño sacrificado.
Homero escribe que Circe convirtió a los compañeros de Ulises en puercos.
Varios poetas antiguos escriben que los brujos hacían pasar las frutas de campo a
campo y de jardín a jardín, lo que no parece fabuloso, por cuanto la Ley de las Doce
Tablas establece y ordena determinados suplicios para tales charlatanes y mentirosos.
Y así como el diablo no puede dar cosas auténticas —pues de ninguna forma podría
crearlas—, sino que solamente entrega vanas imágenes de las mismas, con las que
engaña la mente de los hombres, del mismo modo no puede dar curación auténtica y
completa a las enfermedades, sino que utiliza únicamente una cura falsa y paliativa.
Así he visto desaparecer la ictericia de la superficie de un cuerpo en una sola noche,
merced a cierto papelito que colgaron del cuello del enfermo. He visto igualmente
curar las fiebres mediante oraciones y ciertas ceremonias; pero después retornaban
con mucha mayor virulencia.
Y aún hay muchas cosas de otro juez; pues existen formas de proceder que
llamamos supersticiones, ya que no están fundadas sobre autoridad alguna, sea divina
o humana, sino sobre algún desvarío de viejas. ¿No es una auténtica superstición,
pregunto yo, el decir que aquel que lleve el nombre de los tres reyes que vinieron a
adorar a Nuestro Señor, es decir, Gaspar, Melchor y Baltasar, queda curado de la
epilepsia? Y es algo que ni consiguen ordinariamente los medicamentos de eficacia
comprobada, como pueda serlo la esencia de succinum, o ámbar mezclado con
conserva de peonía, administrado al enfermo todas las mañanas en dosis del tamaño
de una avellana. ¿No es absurdo afirmar que se curan las muelas, si se pronuncian
estas palabras mientras se dice misa: «Os non comminuetis ex eo»? ¿Tiene sentido
decir que se calman los vómitos mediante determinadas ceremonias, solamente con
saber el nombre del paciente? He visto a uno que cortaba hemorragias en cualquier
parte del cuerpo farfullando no sé qué palabras; los hay que dicen éstas: «De latere
ejus exivit sanguis et aqua». ¿Cuántas maneras semejantes hay de curar la fiebre?
Unos, sujetando la mano del enfermo, dicen: «Aeque facilis tibi febris haec sit, atque
Mariae virgini, Christi partus». Otros recitan en secreto este hermoso salmo:
«Exaltabo te, Deus meus rex». Si alguien, dice Plinio, ha sido picado por un
escorpión y se lo dice al oído, de pasada, a un asno, queda curado al instante.

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¡Bonitas formas de curar! Y así como curan mediante semejantes palabras, también lo
hacen por medio de similares escritos supersticiosos: para curar las enfermedades de
los ojos, los hay que escriben estas dos letras griegas, π α, las envuelven en un paño,
y las cuelgan del cuello. Para el dolor de muelas escriben: «Strigiles falcesque
dentatae, dentium dolorem persanate».
Existen también grandes supersticiones referidas a las aplicaciones externas.
Como ésta de Apolonio, que consiste en escarificarse las encías con el diente de un
hombre al que hayan dado muerte, para curar el dolor de muelas, o el hacer píldoras
con el cráneo de un hombre ahorcado, contra la mordedura de un perro rabioso.
Dicen también que la epilepsia se cura comiendo carne de un animal salvaje al que se
haya matado con el mismo hierro que haya dado muerte a un hombre; y que se curan
las fiebres cuartanas, bebiendo vino en el que haya estado sumergida la hoja de una
espada con la que se haya cortado el cuello a un hombre. Si esto fuera cierto, los
ingresos del verdugo del París serían más apreciables de lo que son. Dicen también
que, para curar la misma fiebre cuartana, basta con que uno ponga los recortes de sus
uñas en un paño, los ate al cuello de una anguila viva y la arroje inmediatamente al
agua. Para curar la inflamación del páncreas, dicen, basta con poner encima el bazo
de un animal y que el médico diga que administra la cura al bazo. Para curar la tos, es
suficiente con escupir dentro de la boca de una rana viva, y dejar al punto que se
marche. La cuerda con la que se ha ahorcado a alguien, atada en torno a las sienes,
cura el dolor de cabeza. Es un placer el enterarse de semejante forma de practicar la
medicina; pero entre otras, y para curar la fiebre, es simpática la que consiste en
poner esta hermosa palabra, Abracadabra, en cierta figura que describe Serenus. Otra
genial idea consiste en decir que la hoja de Cataputia, estirada por arriba, hace
vomitar, y estirada por abajo, provoca la descarga del vientre. Más aún, los ha habido
tan desvergonzados como para pretender que existen hierbas dedicadas y consagradas
a los diablos, como cuenta Galeno de cierto Andrés y Pánfilo.
Nunca terminaría, si quisiera entretenerme en tejer un millón de tales cuentos
supersticiosos, y no hubiese relatado ya tantos, si no fuese para aconsejar a muchos
que se dejan engañar por ellos que no los crean más, y rogarles que rechacen todas
estas tonterías, se atengan a lo que es seguro y a lo que tantos hombres hábiles y
prudentes han aprobado y admitido en Medicina; haciéndolo así, redundará de ello un
bien infinito para el público, ya que, después de honrar a Dios, no hay nada que deba
ser más precioso para el hombre que su propia salud. Y no hay que fiarse en modo
alguno de los hombres que han abandonado los medios naturales y virtudes innatas
que Dios ha puesto en las plantas, en los animales y en los minerales para la curación
de las enfermedades, y que se han arrojado a las redes de los espíritus malignos, que
los aguardan a su paso: pues no cabe albergar duda de que, ya que no se fían de los
medios que Dios ha dispuesto, y que abandonan esta regla universalmente establecida
desde la creación del mundo, no debemos ignorar que los espíritus malignos se
habrán tomado el trabajo de sujetarlos a ellos, dándoles entre col y col lechuga,

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haciendo por este medio que se fíen de la virtud de las palabras y de las letras y otras
bromas y engaños, como los brujos. Los hay que han llegado a decir que no les
preocupa quién les cure, aunque fuese el diablo de los infiernos, frase ésta indigna de
un cristiano, pues la Sagrada Escritura lo prohíbe expresamente. Cierto es que los
brujos no pueden curar las enfermedades naturales, ni los médicos las enfermedades
que proceden de sortilegios. Y en cuanto a algunos empíricos que curan las heridas
sencillas con la sola aplicación de lienzos secos o mojados en agua pura, y a veces las
curan, no hay que creer por ello que se trate de encantamiento o de milagro, como lo
piensan los idiotas y el populacho, sino que es fruto del simple beneficio de la
Naturaleza, que cura las heridas, úlceras, fracturas y demás enfermedades; pues el
cirujano no hace más que prestarle ayuda en algo, y quitar lo que constituiría un
impedimento, como el dolor, el flujo, la inflamación, el absceso, la gangrena, y otras
cosas que la Naturaleza no puede hacer, como reducir los huesos quebrados y
descoyuntados, obturar un vaso de gran tamaño para interrumpir un flujo de sangre,
extirpar un tumor, extraer una gruesa piedra de la vejiga, quitar unas carnes
superfluas, retirar una catarata e infinidad de otras cosas que la Naturaleza, por sí
sola, no puede hacer.

XXXII. DE LOS ÍNCUBOS Y SÚCUBOS, SEGÚN LOS MÉDICOS

Los médicos sostienen que Íncubos es una enfermedad en que la persona cree verse
oprimida y sofocada por alguna pesada carga sobre el cuerpo, y se produce
principalmente de noche; el vulgo dice que es una vieja quien carga y comprime el
cuerpo, y el populacho la llama pesadilla. El motivo es, con la mayor frecuencia,
haber comido y bebido viandas excesivamente vaporosas, que han provocado una
crudeza, de resultas de lo cual se han elevado hasta el cerebro grandes vapores que
llenan sus ventrículos, por lo que la facultad animal, que nos hace sentir y movernos,
se ve imposibilitada para manifestarse por los nervios. De ello deriva un sofoco
imaginario, por la lesión que se produce tanto en el diafragma como en los pulmones
y otros órganos que sirven para la respiración. Entonces la voz resulta dañada hasta
tal punto, que la poca que les queda la utilizan gimiendo y balbuciendo, y para pedir
ayuda y socorro en el caso de que pudieran hablar. Para la curación, hay que evitar
los alimentos vaporosos y los vinos fuertes, y en general todo aquello que sea motivo
de que puedan subir humos al cerebro.

XXXIII. DE LOS QUE ANUDAN LA AGUJETA

ANUDAR la agujeta —y no hay que temer a las palabras— es una astucia del diablo. Y
quienes la anudan, no pueden hacerlo sin haber tenido pacto con el diablo, maldad

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que es condenable. Pues quien usa de ella no puede negar que esté violando la ley de
Dios y de la Naturaleza, al impedir la ley del matrimonio dispuesto por Dios. De ello
resulta que provocan la ruptura de los matrimonios, o por lo menos los mantiene
estériles, cosa sacrílega. Además, anulan la amistad mutua entre el matrimonio y la
sociedad humana, y crean un odio grandísimo entre los cónyuges. Igualmente, son
causa de los adulterios y actos lujuriosos que a continuación se producen; pues
quienes están «ligados» arden de concupiscencia el uno junto al otro. Por otra parte,
con frecuencia se producen crímenes en las personas de las que se sospecha han
sufrido el ligamento de la agujeta, y que muchas veces ni habían pensado en ello. Por
eso, como hemos dicho anteriormente, los brujos y envenenadores, por medios
sutiles, diabólicos y desconocidos, corrompen el cuerpo, la vida, la salud y el buen
entendimiento de los hombres. Por eso, no hay pena tan cruel que pueda bastar para
castigar a los brujos, dado que toda su maldad y todos sus propósitos se alzan contra
la majestad de Dios, para desafiarlo, y de mil maneras ofender al género humano.

OTRAS HISTORIAS QUE NO ESTÁN FUERA DE LUGAR

ALGUNOS estiman que es una monstruosidad el lavarse las manos con plomo fundido;
incluso Boaistuau, en el capítulo octavo de sus Historias prodigiosas, cuenta que
Hierosme Cardan, en el libro sexto De subtilitate, relata esta historia como algo
prodigioso: «Cuando yo escribía», dice, «mi libro de las Sutiles Invenciones, vi a un
individuo en Milán que se lavaba las manos con plomo fundido». Cardan, tratando de
averiguar la causa natural de este secreto, dice que el agua con la que primeramente
se lavaba las manos tenía que ser por fuerza extremadamente fría, y había de tener
una virtud oscura y densa; sin embargo, no la describe. Y hace poco he sabido lo que
era, por un caballero que lo tenía como gran secreto, y se lavó las manos con plomo
derretido en mi presencia y en la de varios otros, lo que me maravilló muchísimo; le
rogué amablemente que me revelara el secreto, cosa que me concedió de buen grado,
debido a algún favor que yo le había hecho. Tal agua no era otra cosa que su orina,
con la que previamente se lavaba las manos, cosa que he comprobado ser cierta, por
haberla experimentado posteriormente. El susodicho caballero, en lugar de su orina,
se frotaba las manos con unguentum aureum o algo similar, lo que igualmente he
experimentado, y puede darse razón de ello: su substancia densa impide que el plomo
se adhiera a las manos, y lo rechaza a uno y otro lado en pequeñas virutas. Y por
afecto hacia mí, hizo más: tomó una pala de hierro al rojo, arrojó sobre ella unas
tajadas de tocino y lo hizo derretir, y mientras aún ardía, se lavó las manos con el
jugo; me dijo que lo hacía gracias a que antes se había lavado las manos con jugo de
cebolla. He querido contar estas dos historias —aunque no vengan totalmente al caso
— para que, por este medio, algún individuo simpático pueda deslumbrar a quienes
desconozcan el secreto.

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XXXIV. TRATAREMOS AHORA
DE LOS MONSTRUOS MARINOS

NO cabe albergar dudas de que así como en la tierra se ven varios animales
monstruosos de diversa índole, existan igualmente en la mar otros de extraña
naturaleza, de los que unos, llamados tritones, son hombres desde la cintura hacia
arriba, y otros son mujeres, denominados sirenas, tal como los describe Plinio: sin
embargo, las razones que hemos alegado anteriormente sobre la confusión y mezcla
de semen, no pueden aplicarse al nacimiento de tales monstruos. Más aún, en piedras
y plantas pueden verse efigies de hombres y de otros animales, y no hay razón alguna
para ello, salvo decir que Naturaleza se recrea en sus obras.
En la época en que Mena era gobernador de Egipto, paseando una mañana por la
orilla del Nilo, vio salir del agua a un hombre que lo era hasta la cintura, con el
semblante grave, pelo amarillo entremezclado con algunos cabellos grises, estómago,
espalda y brazos bien formados, y el resto de pez. Tres días después, hacia el
amanecer, surgió también del agua otro monstruo con semblante de mujer, pues la
dulzura de su rostro, sus largos cabellos y sus senos lo mostraban suficientemente; y
permanecieron tanto tiempo en la superficie del agua, que todos los habitantes de la
ciudad los vieron a ambos a sus anchas.

Fig. 41. Retrato de un tritón y de una sirena, vistos en el Nilo.

Rondelet escribe en su Libro de los Peces, que vio en el mar de Noruega a un


monstruo marino al que todos dieron el nombre de Fraile[11] en cuanto fue capturado,
y era tal como puedes contemplarlo en este retrato [Fig. 42].

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Fig. 42. Monstruo marino con cabeza de fraile, armado y cubierto de escamas de pescado.

Otro monstruo descrito por el mencionado Rondelet, a modo de obispo[12],


vestido de escamas, con su mitra y sus ornamentos pontificales, como ves en esta
ilustración [Fig. 43], fue visto en Polonia en 1531, según lo describe Gesnerus.

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Fig. 43. Imagen de un monstruo marino, semejante a un obispo revestido de sus prendas pontificales.

Hyeronymus Cardanus envió a Gesnerus este monstruo, que tenía la cabeza


semejante a la de un oso, brazos y manos de un mono, y el resto de pescado; fue
encontrado en Macerie [Fig. 44].

Fig. 44. Monstruo marino con cabeza de oso y brazos de simio.

En el mar Tirreno, cerca de la ciudad de Castre, fue atrapado este monstruo, con
forma de león[13] cubierto de escamas, que llevaron a presencia de Marcelo, obispo a
la sazón, y que sucedió en el papado al pontífice Pablo III después del fallecimiento
de éste. Este león tenía la voz parecida a la de un hombre, y fue conducido a la ciudad

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con gran admiración. Murió poco después, al haber perdido su medio natural, de lo
que da testimonio Philippe Forestus en el tercer libro de sus Crónicas. Tal es su
estampa [Fig. 45].

Fig. 45. León marino cubierto de escamas.

En el año 1523, el 3 de noviembre, fue visto en Roma este monstruo marino


[Figura 46], de la talla de un niño de cinco o seis años, con la parte superior de
hombre hasta el ombligo, salvo las orejas, y la inferior semejante a un pez.

Fig. 46. Monstruo marino con figura humana.

Gesnerus menciona este monstruo, cuyo retrato había obtenido de un pintor que
lo había visto al natural en Amberes; tenía una expresión muy feroz, con dos cuernos
y largas orejas, y todo el resto del cuerpo era el de un pez, salvo los brazos, que se

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acercaban a la normalidad. Fue capturado en la mar Ilírica al haberse arrojado a la
orilla, pues trataba de apoderarse de un niño pequeño que se encontraba cerca de ésa,
y fue perseguido muy de cerca por unos hombres de mar que lo habían visto, herido a
pedradas, y vino a morir poco después al borde del agua [Fig. 47].

Fig. 47. Figura horrible de un diablo de mar.

Este monstruo marino, con cabeza, crines y parte anterior de caballo[14], fue visto
en la mar Océana, y su retrato llevado a Roma, al Papa que a la sazón reinaba
[Fig. 48].

Fig. 48. Caballo de mar.

Olaus Magnus dice haber obtenido este monstruo marino [Fig. 49] de un
caballero inglés, y que fue capturado cerca de la costa de Bergen, donde
ordinariamente moraba. Aún recientemente regalaron uno semejante el difunto rey,

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que lo hizo criar bastante tiempo en Fontainebleau; con frecuencia salía fuera del
agua y volvía a entrar en ella después.

Fig. 49. Ternero marino.

Este monstruo, que fue visto en la mar Océana, tenía cabeza de jabalí de
extraordinario tamaño, dientes caninos largos, cortantes y afilados, semejantes a los
de un jabalí[15], y estaba cubierto de escamas dispuestas por la Naturaleza en notable
orden, como puedes ver en este retrato [Fig. 50].

Fig. 50. Jabalí marino.

Este monstruo marino, según dice Olaus, fue visto en el mar, cerca de la isla de
Thylen, situada hacia el Septentrión, en el año de gracia de 1538; su tamaño era casi
increíble, a saber, de setenta y dos pies de largo y catorce de alto, con una distancia
entre ambos ojos de catorce pies aproximadamente; su hígado era tan grande, que con
él se llenaron cinco barriles; la cabeza se parecía a la de una cerda, con una media
luna situada en la espalda, tres ojos en medio de cada lado del cuerpo y el resto todo
cubierto de escamas, como puedes ver en esta imagen [Fig. 51].

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Fig. 51. Puerca marina.

Este monstruo, llamado elefante marino, como dice Hect. Boet. [Hector Boethius]
en el libro que publicó sobre la descripción de Escocia, es más grande y grueso que
un elefante, vive en el agua y en tierra, tiene dos dientes semejantes a los de un
elefante [Fig. 52], mediante los cuales, cuando quiere entregarse al sueño, se sujeta y
cuelga de las rocas, durmiendo tan profundamente, que los marineros, al verlo,
pueden sin dificultad desembarcar y atarlo con gruesas maromas por varios sitios;
después hacen gran alboroto y le arrojan piedras para despertarlo, y entonces trata de
arrojarse muy impetuosamente al mar, como es su costumbre, pero al verse preso, se
vuelve tan manso que pueden fácilmente hacerse con él. Así lo matan y le sacan la
grasa, despellejándolo a continuación para hacer correas, que son muy apreciadas
porque son resistentes y no se pudren.

Fig. 52. Elefante marino.

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Los árabes que viven en el monte Mazouan, que está junto al Mar Rojo, se
sustentan generalmente de un pez llamado Orobon, de un tamaño de nueve o diez
pies, y ancho en proporción a su largura, con escamas hechas a semejanza de las del
cocodrilo. Éste es extremadamente feroz para con los demás peces. André Thevet
trata de él con bastante amplitud en su Cosmografía, donde he tomado este retrato,
como de un animal muy monstruoso.

Fig. 53. Retrato del pez llamado Orobon.

El cocodrilo, como escribe Aristóteles en los libros de la Historia y partes de los


animales, es un gran animal de quince codos de largo. No engendra a otro animal,
sino que pone huevos, no mayores que los de una oca, unos sesenta como mucho.
Vive largo tiempo, y de tan pequeño comienzo sale un animal tan grande: pues las
crías, al nacer, son en proporción al huevo. Tiene la lengua tan torpe que parece
carecer de ella, lo que resulta de vivir parte en tierra, parte en el agua: al ser terrestre
le sirve de lengua, y al ser acuático, carece de ella. Pues los peces, o no tienen lengua
en absoluto, o la tienen muy ligada y torpe. El cocodrilo es el único animal que
mueve la mandíbula superior, permaneciendo inmóvil la inferior, ya que las patas no
pueden servirle para agarrar ni para retener. Tiene los ojos como los de un cerdo, los

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dientes largos, que le salen fuera de la boca, las garras muy afiladas, y el cuero tan
duro que no hay flecha ni dardo que pueda atravesarlo. Con el cocodrilo se hace un
medicamento llamado «Crocodilee», contra los derrames oculares y las cataratas.
Cura las pecas, las manchas y los granos que aparecen en el rostro. Su hiel, si se
aplica en los ojos, es buena contra las cataratas; su sangre, igualmente aplicada,
clarifica la vista.

Fig. 54. Captura de los cocodrilos.

Thevet, en el tomo 1, capítulo 8 de su Cosmografía, dice que viven en las fuentes


del Nilo o en un lago que sale de dichas fuentes, y afirma que vio uno que tenía seis
pasos de largo, y más de tres pies sobrados de anchura en la espala hasta el punto de
que el mero hecho de mirarlo resulta repulsivo. La forma de cazarlos es la siguiente:
apenas los egipcios y árabes ven que las aguas del Nilo están bajas, lanzan una larga
cuerda a cuyo extremo hay un anzuelo de hierro bastante grueso y ancho, que pesa
unas tres libras, y al que sujetan un trozo de carne de camello o de otro animal; en
cuanto el cocodrilo ve la presa, no deja de arrojarse sobre ella, y de engullirla; y una
vez profundamente tragado el anzuelo, cuando se siente aferrado, es un placer verle
dar brincos en el aire y dentro del agua. Una vez capturado, aquellos bárbaros lo
arrastran poco a poco hacia la orilla, después de haber sujetado la cuerda a una

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palmera u otro árbol, y así lo cuelgan durante algún tiempo en el aire, por miedo a
que se arroje contra ellos y los devore. Le asestan varios golpes con una barra, hasta
que lo dejan sin sentido y lo matan; luego, lo despellejan y se comen su carne, que les
parece excelente.
Jean de Lery, en el mpitulo 10 de su Historia de la tierra del Brasil, dice que los
salvajes se comen a los cocodrilos, y que ha visto a algunos llevar crías de cocodrilo
vivas a sus casas; sus hijos pequeños juegan en torno a ellas, sin que les hagan daño
alguno.
Rondelet, en su libro sobre los peces insectos, es decir, que son de naturaleza
intermedia entre las plantas y los animales, da estas dos figuras [Fig. 55], una llamada
Penacho de Mar, porque se parece a los penachos que llevamos en los sombreros; los
pescadores, por la semejanza que la otra tiene con el extremo del miembro viril, la
llaman glande volador: cuando está vivo se hincha y aumenta de tamaño; muerto se
vuelve lacio y blando. De noche reluce como una estrella.

Fig. 55. Figura de dos peces, uno como un penacho, y el otro como un racimo de uva.

Plinio escribe que en la mar se encuentran no solamente figuras de los animales


que hay en la tierra, pero creo que esta imagen es el racimo del que habla; pues toda
su parte superior representa un racimo de uva maduro, y es larga, como una masa
informe que cuelga de un rabo. Aquí tienes representadas sus figuras.
En el mar de la isla Española, en las tierras nuevas, se encuentran varios peces
monstruosos, entre los cuales Thevet, en el libro 22, capítulo 12, tomo 2, de su
Cosmografía, dice haber visto uno muy raro al que en la lengua del país llaman
Aloés, parecido a una oca, con el cuello muy alto, la cabeza en punta como una pera
muy gruesa, el cuerpo del volumen del de una oca, sin escamas y con sus cuatro
aletas bajo el vientre; y diríais al verlo que se trata de una oca zambulléndose entre
las olas del mar [Fig. 56].

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Fig. 56. Retrato del Aloes, pez monstruoso.

El mar Sarmático, al que llaman por otro nombre Germánico Oriental, alberga a
tantos peces desconocidos para quienes viven en las regiones cálidas, y tan
monstruosos, que nada puede comparárseles. Entre otros, se encuentra uno de la
hechura exacta de un caracol, pero con el tamaño de un barril, y con los cuernos
semejantes a los de un ciervo, en cuyos extremos, y en sus ramificaciones, hay unos
granitos redondos y relucientes como finas perlas. Tiene el cuello muy grueso, sus
ojos brillan como un candil, el hocico es bastante redondo y con forma semejante al
de un gato, con un poco de pelo alrededor, y la boca muy hendida, colgando bajo ella
una protuberancia de carne bastante repugnante de ver. Tiene cuatro piernas y patas
anchas y ganchudas que le sirven de aletas, con una cola bastante larga, toda marcada
y pintada de diversos colores, como la de un tigre. Permanece en alta mar debido a su
timidez: pues seguro estoy de que es anfibio, participando del agua y de la tierra.
Cuando el tiempo está en calma, se dirige a tierra, a la orilla del mar, y allí se
alimenta y come lo mejor que encuentra. Su carne es muy delicada y agradable de
comer; su sangre es muy beneficiosa para aquellos que sufren del hígado y del
pulmón, como lo es la de las grandes tortugas para quienes están aquejados de la
lepra. Thevet dice haberlo sabido en el país de Dinamarca.

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Fig. 57. Caracol del mar Sarmático.

En la gran extensión del lago Dulce, sobre el que está edificada sobre pilares,
como Venecia, la gran ciudad de Themistitán, en el reino de Méjico, se encuentra un
pez del tamaño de un ternero marino. Los salvajes de la Antártida lo llaman Andura;
los bárbaros del país y los españoles, que se han adueñado de este lugar por las
conquistas de sus nuevas tierras, lo llaman Hoga[16]. Tiene la cabeza y las orejas poco
diferentes de las de un cochinillo terrestre, y cinco bigotes de medio pie de largo,
poco más o menos, semejantes a los de un barbo voluminoso; su carne es exquisita y
deliciosa. Este pez pare a sus crías vivas, al modo de la ballena. Si lo contempláis
mientras disfruta nadando en el agua, diríais que es verde a veces, luego amarillo, y
rojo después, como el camaleón; permanece más en la orilla del lago que en otra
parte, y allí se alimenta de las hojas de un árbol llamado Hoga, cuyo nombre ha
tomado. Es muy dentado y feroz; mata y devora a los demás peces, incluso a los
mayores que él: por eso lo persiguen, le dan caza y lo matan, debido a que si entrase
en los viveros no dejaría uno con vida; así, quien más de estos peces mate, mejor
considerado será. Lo escribe Thevet, en el capítulo 22, tomo 2, de su Cosmografía.

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Fig. 58. El Hoga, pez monstruoso.

André Thevet, en el tomo 2, capítulo 10 de su Cosmografía, dice haber visto,


mientras navegaba por mar, una infinidad de peces voladores[17] que los salvajes
llaman Bulampech, y que se arrojan tan alto fuera del agua, de la que salen, que se les
ve caer a cincuenta pasos de distancia. Y tanto más lo hacen, cuanto que son
perseguidos por otros grandes peces, que hacen de ellos su pitanza. Este pez es
pequeño como una caballa, tiene la cabeza redonda, el dorso de color azulado y dos
alas casi tan largas como todo su cuerpo, que oculta bajo las mandíbulas; están
hechas igual que las barbas o aletas con las que se ayudan para nadar los demás
peces. Vuelan en número bastante elevado, principalmente de noche, y al volar,
chocan contra las velas de los navíos, cayendo en su interior; los salvajes se
alimentan de su carne.
Jean de Lery, en el capítulo 3 de su Historia de la tierra del Brasil, lo confirma, y
dice haber visto salir del mar y elevarse por los aires grandes bandadas de peces —
del mismo modo que en tierra se ve a las alondras o a los estorninos—, volando fuera
del agua casi hasta la altura de una pértiga, y a veces a una distancia de cerca de cien
pasos. Pero también ha ocurrido con frecuencia que, al chocar algunos contra los
mástiles de nuestros barcos, caían al interior y los cogíamos con la mano. Este pez

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tiene la forma de un arenque, aunque es algo más largo y más grueso; tiene unas
barbitas debajo de la garganta, y alas como de murciélago, casi tan largas como todo
su cuerpo. Es de muy buen gusto y sabroso de comer. Aún hay otra cosa que he
observado, añade, y es que, ni dentro del agua ni fuera de ella están jamás en reposo
estos pobres peces voladores: pues, dentro del mar, los peces grandes les persiguen
para comérselos, y les tienen declarada perpetua guerra; y si para evitarlo quieren
salvarse volando por los aires, hay ciertas aves marinas que los atrapan y devoran.

Fig. 59. Retrato de ciertos peces voladores.

Entre Venecia y Ravena, a una legua al norte de Chioggia, en la mar de los


venecianos, fue capturado un pez volador terrible y maravilloso de ver, de un tamaño
de más de cuatro pies, el doble de anchura de uno a otro extremo de sus alas, y de un
grosor de más de un pie en cuadrado. Su cabeza era extraordinariamente voluminosa;
tenía dos ojos, uno encima del otro, dos grandes orejas y dos bocas; su morro era muy
carnoso, y de color verde; tenía las alas dobles; en su garganta había cinco agujeros,
como si de una lamprea se tratase; la cola medía una vara, y en su parte superior
había dos alas pequeñas. Fue llevado vivo a dicha ciudad de Chioggia, y mostrado a
los señores de la misma, como algo que jamás se había visto.

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Se encuentran en el mar tan extrañas y diferentes variedades de conchas, que
puede decirse que la Naturaleza, sirvienta de Dios, se recrea fabricándolas; he
mandado reproducir estas tres, que son dignas de ser contempladas y admiradas. En
ellas hay peces, como caracoles en sus conchas, a los que Aristóteles, en el libro 4 de
la Historia de los animales, llama Cancellus; son compañeros de los peces cubiertos
de placas y de caparazón duro, y semejantes a las langostas, pero nacen
separadamente.

Fig. 60. Otro pez volador muy monstruoso.

Rondelet, en su Historia de los peces, dice que en Languedoc este pez se llama
Bernardo el Ermitaño; tiene dos cuernos bastante largos y menudos, bajo los cuales
están los ojos, que no puede retirar al interior, como hacen los cangrejos, sino que
aparecen siempre sobresaliendo hacia afuera; sus patas delanteras son hendidas y
bifurcadas, y le sirven para defenderse, y para llevar el alimento a su boca. Tiene
otras dos, curvas y puntiagudas, de las que se sirve para caminar. La hembra pone

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huevos, que se ven colgar por detrás como pequeños rosarios enfilados, aunque
envueltos y unidos por pequeñas membranas.

Figs. 61 y 62. Dos conchas vacías.

Eliano, en el libro 7, capítulo 31, escribe al respecto lo que sigue. «Cancellus» el


cangrejillo nace totalmente desnudo y sin concha, pero al cabo de algún tiempo elige
una propia para residir en ella si está desocupada, como las de púrpura o alguna otra
que pueda hallar vacía; se instala en ella, y cuando ha crecido, de manera que ya no
cabe —o cuando la Naturaleza le incita a poner huevos—, busca una mayor donde
pueda estar holgado y a sus anchas; a menudo hay combate entre ellos para ocuparlas,
y el más fuerte desaloja al más débil y disfruta de la vivienda. Plinio, en el libro 9, da
testimonio de lo mismo.

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Fig. 63. Concha donde está emboscado Bernardo el Ermitaño.
Fig. 64. Bernardo el Ermitaño desnudo.

Hay otro pececillo llamado Pinothere, semejante a un cangrejo, que permanece y


vive siempre junto a la Pinna, que es esa especie de gran concha que llaman nácar;
permanece siempre sentado como un portero junto a su abertura, manteniéndola
entreabierta hasta que ve entrar a algún pececillo, de los que es capaz de atrapar;
cuando éste pica, el nácar cierra su concha y ambos mordisquean y engullen su presa
juntos.

De la lamia
Rondelet, en el libro 3, capítulo 11 de los Peces, escribe que este pez es a veces
tan extraordinariamente grande que a penas puede ser arrastrado por dos caballos en
una carreta. Dice que se come a los demás peces y que es muy glotón, llegando a
devorar a hombres enteros, cosa que se ha sabido por experiencia. Pues en Niza y en
Marsella se capturaron antaño Lamias, en cuyo estómago se halló un hombre entero
completamente armado. Rondelet dice haber visto una Lamia en Saintonge, que tenía

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el gaznate tan grande, que un hombre gordo y corpulento fácilmente hubiese cabido
en él; hasta tal punto, que si se le mantiene la boca abierta con una mordaza, los
perros pueden entrar en ella cómodamente para comer lo que encuentren dentro del
estómago. Quien desee saber más al respecto, lea a Rondelet en el lugar citado.
También Corradus Gesnerus, en sus Historias de los animales, folio 151, grupo 10,
confirma lo que Rondelet ha escrito sobre esto, y dice además, que se han encontrado
perros enteros en el estómago de esta lamia, una vez abierta, y que tiene los dientes
afilados, ásperos y grandes. Rondelet dice también que son de forma triangular,
recortados a ambos lados como una sierra y dispuestos en seis filas: la primera
aparece fuera de la boca, y tiende hacia adelante; los dientes de la segunda fila son
rectos, y los de la tercera, cuarta, quinta y sexta están en su mayoría curvados hacia el
interior de la boca. Los orfebres los adornan con plata, llamándolos dientes de
serpiente. Las mujeres los cuelgan al cuello de los niños y piensan que les hacen
mucho bien cuando les están saliendo los dientes, además de evitar que tengan miedo.
Recuerdo haber visto en Lyon, en casa de un rico comerciante, la cabeza de un pez
grande que tenía los dientes parecidos a esta descripción, y no supe averiguar el
nombre del pez. Ahora creo que se trataba de la cabeza de una lamia. Yo había
propuesto que la mostrasen al difunto rey Carlos, que tenía mucha curiosidad por ver
las cosas serias y las monstruosidades; pero, dos días después de que quise hacérsela
llevar, se me dijo que el comerciante, su mujer y dos de sus criados estaban enfermos
de peste, y esto fue la causa de que el rey no la viera.

Fig. 65. Tienes aquí representada la imagen de la Lamia, que he tomado del libro de Rondelet y del de Gesnerus.

Plinio, en el capítulo 30 del libro 9 de su Historia Natural, llama a este pez


Nautilus o Nauticus, y hay que observar especialmente en él que, para subir a la
superficie del agua, se coloca al revés, ascendiendo poco a poco, para escurrir el agua
que hubiera en su concha, con el fin de volverse más ligero para nadar, como si
achicase la sentina de su navío. Y, una vez en la superficie del agua, curva hacia
adelante dos de sus patas, que están unidas con una película muy delgada, para que le

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sirvan de vela, utilizando sus patas como remos, y manteniendo siempre la cola en
medio a guisa de timón; y boga así por el mar, imitando a las fustas y galeras. Y si se
siente atemorizado, recoge su aparejo y llena la concha de agua, sumergiéndola, y se
va de esta manera al fondo.

Fig. 66. Pez llamado Nauticus.

Descripción de la ballena
Abusamos algo de la palabra «monstruo» para un mayor enriquecimiento de este
libro, y contaremos entre ellos a la ballena[18], diciendo que es el mayor monstruo-
pez que se encuentra en el mar, con una longitud de treinta y seis codos, muy
frecuentemente, ocho de anchura y una abertura de boca de dieciocho pies; no tiene
dientes, pero en su lugar, a los lados de las mandíbulas, ostenta unas láminas como de
cuerno negro, que terminan en pelos semejantes a sedas de cochinillo, le salen de la
boca y le sirven de guías para orientarse, con el fin de no chocar contra las rocas. Sus
ojos distan entre sí cuatro varas y abultan más que la cabeza de un hombre; el morro
es corto y en medio de la frente tiene un conducto por el que atrae el aire y arroja
gran cantidad de agua, como una nube, con la que puede llenar los esquifes y otros
barquichuelos y votarlos en el mar. Cuando está ahíta, brama y grita con tanta fuerza
que se la pude oír a la distancia de una legua francesa; tiene a los lados dos grandes
aletas, con las que nada y oculta a sus pequeños si tienen miedo; en el lomo no tiene
aletas. Su cola es semejante a la de un delfín y, al moverla, agita el agua tan
violentamente que puede hacer zozobrar un esquife; está cubierta de una piel negra y
dura. Es seguro, basándose en la anatomía, que pare a sus crías vivas, y que las
amamanta, pues el macho tiene testículos y miembro genital, y la hembra, matriz y
pechos.
La pescan en determinada temporada de invierno en varios lugares, sobre todo en
la costa de Bayona, cerca de una pequeña aldea que dista unas tres leguas

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aproximadamente de aquella ciudad, llamada Biarritz; allí fui enviado por orden del
rey —que se encontraba entonces en Bayona— para tratar a monseñor el príncipe de
La Roche-sur-Yon, que permanecía allí enfermo. Allí supe y comprobé el medio que
utilizan para pescarla, que había leído en el libro que el señor Rondelet ha escrito
sobre los peces, y que consiste en lo siguiente. Junto a dicha aldea hay una colina en
la que hace mucho tiempo edificaron una torre expresamente construida para servir
de atalaya, tanto de día como de noche, y descubrir a las ballenas que pasan por aquel
lugar; y las ven venir tanto por el gran ruido que hacen como debido al agua que
arrojan por un conducto que tienen en mitad de la frente. Al divisarlas, hacen sonar
una campana, a cuyo tañido acuden rápidamente todos los de la aldea con los
pertrechos que necesitan para la pesca. Tienen varias embarcaciones y botes, en
algunos de los cuales van hombres preparados únicamente para pescar a los que
pudieran caerse al mar, otros dedicados a combatir, y en cada uno hay diez hombres
fuertes y robustos para remar bien, y otros varios provistos de arpones barbados
señalados con su marca para poder reconocerlos, y atados a cuerdas. Con todas sus
fuerzas los arrojan contra la ballena, y cuando se percatan de que está herida —esto
se conoce por la sangre que de ella mana—, aflojan las cuerdas de sus arpones y la
siguen, con el fin de cansarla y capturarla con más facilidad; una vez arrastrada a la
orilla, se regocijan, organizan festejos y la reparten, recibiendo cada uno su porción
según el trabajo realizado, y esto se sabe por la cantidad de arpones arrojados y
encontrados, que permanecen clavados y se reconocen por su marca. Las hembras
son más fáciles de capturar que los machos, porque se preocupan de poner a salvo a
sus crías y se entretienen únicamente en ocultarlas y no en escapar.

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Fig. 67. Ballena capturada y su despiece.

Su carne no es nada apreciada, pero su lengua, que es tierna y deliciosa, la ponen


en salazón, así como su tocino, que distribuyen por muchas regiones y comemos por
Cuaresma con guisantes; conservan la grasa como combustible y para frotar sus
embarcaciones: una vez fundida, no se congela jamás. Con las láminas que le salen
de la boca se hacen verdugados y corsés para las mujeres, mangos de cuchillos y
otras muchas cosas; en cuanto a los huesos, los de la región fabrican con ellos
cercados para sus jardines; con las vértebras, peldaños y asientos para sentarse en sus
casas. Mandé traer una, que conservo en mi casa como algo monstruoso.
Retrato auténtico de una de las tres ballenas que fueron capturadas el 2 de julio de
1577 en el estuario del Escalda, una en Flessinges, otra en Saflinghe y ésta en
Hastinghe, en el Doël, a unas cinco leguas de Amberes; era de color azul oscuro,
tenía en la cabeza un orificio nasal por el que arrojaba el agua, y una longitud total de
cincuenta y ocho pies, con dieciséis de altura; su cola medía catorce pies de ancho, y
desde el ojo hasta la parte delantera del morro había dieciséis pies de espacio. La
mandíbula inferior medía seis pies de largo y a cada lado de ella había veinticinco
dientes. Pero arriba tenía otros tantos agujeros, en los que podían alojarse los dientes
de abajo; cosa monstruosa era ver la mandíbula superior desprovista de dientes, que

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habrían debido oponerse, para la trituración de las viandas, a los dientes de abajo, y,
en lugar de aquéllos, ver orificios inútiles. El mayor de estos dientes medía seis pies
de largo, y todo resultaba muy prodigioso y sobrecogedor de contemplar, por la
amplitud, el tamaño y el grosor de tal animal. Aquí está representada su figura
[Fig. 68].

Fig. 68. Otra especie de ballena.

En el libro 32, capítulo 1, Plinio dice que hay un pececillo desvergonzado, que
mide solamente medio pie, llamado Echeneis por algunos y Rémora por otros[19], que
bien merece ser mencionado aquí entre los prodigios y las monstruosidades, pues
para y detiene a los navíos por grandes que sean cuando se aferra a ellos, sin que
valga esfuerzo alguno en contra por parte del mar o de los hombres, como el de las
aguas y las olas o el del viento engolfado en las velas y secundado por los remos, o
los cables y áncoras, por gruesas y pesadas que sean. De hecho, se dice que en la
derrota de Actium, ciudad de Albania, este pez detuvo la galera capitana en que se
hallaba Marco Antonio, que, a fuerza de remos, iba dando ánimo a sus gentes de
galera en galera; entretanto, la flota de Augusto, al ver este desorden, atacó tan
bruscamente a la de Marco Antonio que la arrolló. Lo mismo ocurrió en la galera del
emperador Calígula. Al ver este príncipe que su galera era la única de toda la armada
que no avanzaba, a pesar de haber cinco remeros por banco, comprendió de
inmediato el motivo de la detención; al punto se arrojaron al mar numerosos
buceadores, para buscar en torno a la galera la causa de su parada, y hallaron a este
pececillo aferrado al timón: cuando se lo llevaron a Calígula, se indignó mucho de
que un pececillo tan pequeño tuviera energía para oponerse al esfuerzo de
cuatrocientos remeros de élite y galeotes que había en su galera. Plinio dice también,
en el mismo libro y capítulo, que existe otro pez, llamado torpedo, que, apenas toca la
caña, deja inmóvil y sin sentido el brazo del que la sujeta.
Escuchad a ese poeta sublime y sabio, el señor Du Bartas, que canta con
elegancia, en el quinto libro de la Semana, los versos que siguen:

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La Rémora, fijando su débil hocico
Contra el húmedo borde del bajel en la tormenta,
Lo detiene de pronto, en medio de una flota
Qué sigue el gusto del viento y el albur del piloto.
Sueltan cuanto pueden las riendas de la nave,
Pero con todo, la nave, encantada, no se mueve,
Como si los dientes de mil áncoras clavadas
A veinte pies bajo Thetis la tuvieran sujeta,
Como el roble, que de los vientos irritados
Mil y mil veces ha burlado los esfuerzos,
Firme, sin tener, para sufrir esta guerra,
Menos raíces debajo que ramas sobre tierra.
Dinos, frena-naves, dinos, ¿cómo puedes
Sin ayuda oponerte a la fuerza reunida
De los vientos y de mares, de cielos y borrascas?
Dinos en qué lugar, oh Rémora, ocultas
El ancla que de pronto para los movimientos
De un navío azotado por todos los elementos;
¿De dónde sacas esa astucia, dónde tomas esa fuerza
Que engaña a toda industria, que fuerza a toda fuerza?

Quien desee saber otras muchas cosas monstruosas sobre los peces, lea al
mencionado Plinio y a Rondelet en su libro de los Peces.

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XXXV. DE LOS MONSTRUOS VOLADORES

ESTE pájaro es llamado avestruz, y es la mayor de las aves, teniendo características


semejantes a las de los cuadrúpedos[20]. Es muy común en África y en Etiopía y no
abandona la tierra para remontarse, aunque aventaja en rapidez a un caballo; es un
milagro de la Naturaleza, el hecho de que este animal digiera indistintamente
cualquier cosa. Sus huevos son de tamaño prodigioso, hasta el punto de que con ellos
se hacen recipientes; su plumaje es bellísimo, como cualquiera puede ver y reconocer
en este retrato.

Fig. 69. Avestruz.

No quiero silenciar los extraordinarios rasgos que descubrí en lo tocante a los


huesos del avestruz. El difunto rey Carlos mandó criar tres en la residencia del señor
mariscal de Retz; al morir uno de ellos, me fue entregado y monté su esqueleto, cuya
imagen he querido insertar aquí con su descripción [Fig 70].

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Fig. 70.

A. La cabeza es un poco más voluminosa que la de la grulla, de una cuarta de


largo desde la parte superior hasta el pico; es plana, con el pico hendido hasta la
mitad del ojo más o menos, y aquél algo redondeado en su extremo.
B. El cuello tiene tres pies de longitud y está compuesto por diecisiete vértebras, que
tienen a cada lado una apófisis transversal orientada hacia abajo, de una pulgada
amplia de largo, salvo que la primera y la segunda junto a la cabeza carecen de ella y
están unidas por una articulación.
C. La espalda, de un pie de largo, está compuesta por siete vértebras.
D. El hueso sacro mide dos pies más o menos de longitud, y en su parte superior hay
una apófisis transversal, bajo la que existe un gran orificio (E), y luego otros tres
menores (F, G, H); a continuación de éstos, está el alojamiento donde encaja el hueso
del muslo (I), saliendo de su parte externa lateral un hueso perforado (K) al principio,
y unido a continuación; después, este hueso se bifurca: una de las ramas es más
gruesa (L), y la otra menor (M), midiendo cada una medio pie y cuatro dedos de
largo. Luego se unen, y, entre el punto en que se bifurcan y el lugar en que se juntan,
hay un hueco de cuatro dedos de ancho (N) y más de una cuarta de largo; el resto del
hueso tiene la forma de una hoz, o de un cuchillo curvo, con una anchura de tres
dedos atravesados y una longitud de seis pulgadas (O), uniéndose en el extremo
mediante un cartílago.

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P. El hueso de la cola tiene nueve vértebras parecidas a las del hombre. En el muslo
hay dos huesos, de los que el primero (Q), el fémur, tiene holgadamente un pie de
largo y el espesor del de un caballo, y más.
R. El otro, que le sigue, mide un pie y medio de largo y tiene arriba una pequeña
pieza afilada de la longitud del hueso, que va aguzándose hacia abajo.
S. La pierna, a la que va unido el pie, mide un pie y medio de largo, y tiene en su
extremidad dos garras, una grande y otra pequeña; en cada garra hay tres huesos.
T. Ocho costillas se insertan en el hueso esternón; a cada lado, las tres de en medio
tienen una excrecencia ósea que se parece a un garfio. V. El hueso esternón es una
pieza de un pie de tamaño y de forma de escudo, al que se une un hueso que cabalga
sobre las tres primeras costillas, y que hace las veces de clavículas. X. El primer
hueso del ala mide un pie y medio de largo. Y. Por debajo de él hay otros dos huesos
que se asemejan al radio y al cúbito, a cuyos extremos se acoplan seis huesos (Z), que
constituyen la punta del ala.
El animal entero mide siete pies de largo y más de siete de alto, partiendo del pico
y terminando en los pies.
Tiene otros varios aspectos notables, que omito por brevedad.
Thevet, en su Cosmografía, dice haber visto en las nuevas tierras un ave que los
salvajes llaman en su jerga tucán, muy monstruosa y deforme, ya que tiene el pico
más grueso y más largo que todo el resto del cuerpo. Vive de pimienta, igual que
nuestros tordos, mirlos y estorninos lo hacen aquí de semillas de hiedra, que no son
menos ardientes que la pimienta. Un caballero de Provenza regaló un tucán al difunto
rey Carlos IX, pero no pudo hacerlo vivo, pues al traerlo murió el pájaro, y, no
obstante, se lo presentó al rey; éste, después de haberlo visto, ordenó al señor
mariscal de Retz que me lo entregara para disecarlo y embalsamarlo, con el fin de
conservarlo mejor, pero al cabo de muy poco tiempo se pudrió. Por el tamaño y el
plumaje, era semejante a un cuervo, salvo que el pico era mayor que el resto de su
cuerpo, de color amarillento, transparente, muy ligero y dentado a la manera de una
sierra. Lo conservo como algo casi monstruoso, y aquí tienes representada su imagen
[Fig. 71].

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Fig. 71. El ave llamada tucán.

Hierosme Cardan, en sus libros de la Sutilidad, dice que en las islas Molucas se
encuentra, en tierra o en la mar, un pájaro muerto llamado Manucodiata, que significa
en lengua índica ave de Dios[21], y al que no puede verse con vida. Vive muy alto en
los aires, y su pico y su cuerpo recuerdan a la golondrina, pero con el adorno de
diversas plumas; las que se hallan en la cabeza son semejantes a oro puro, y las del
buche a las plumas de una pava. No tiene patas, y si le asalta el cansancio, o bien
desea dormir, se cuelga de las plumas, enroscándolas a la rama de algún árbol. Vuela
a portentosa velocidad y sólo se alimenta de aire y de rocío. El macho tiene una
cavidad en la espalda, donde la hembra incuba sus polluelos. He visto uno en esta
ciudad, que regalaron al difunto rey Carlos IX; también conservo uno en mi gabinete,
que me dieron como algo excelente [Fig. 72].

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Fig. 72. Ave del Paraíso.

XXXVI. DE LOS MONSTRUOS TERRESTRES

ANDRÉ Thevet, en el tomo 1, libro 4, capítulo 11, dice que en la isla de Socotora se ve
a un animal llamado Huspalim, del tamaño de un mono de Etiopía, muy monstruoso,
y al que los etíopes encierran en grandes jaulas de caña; tiene la piel de un rojo
escarlata, algo moteada, la cabeza redonda como una bola, los pies redondos y
planos, sin uñas ofensivas, y no vive más que de viento. Los moros lo matan y se lo
comen, después de haberle asestado bastantes bastonazos, con el fin de hacer su carne
más delicada y fácil de digerir.

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Fig. 73. Bestia llamada Huspalim.

En los reinos de Camota, de Ahob, de Benga y en las montañas de Cangipu,


Plimatiq y Caragan, que están en la India interior al otro lado del río Ganges, a unos
cinco grados más allá del Trópico de Cáncer, se encuentra la bestia llamada jirafa por
los germanos occidentales[22], este animal difiere poco de nuestras ciervas por su
cabeza, orejas y patas hendidas. Tiene el cuello de una toesa más o menos de largo,
extraordinariamente largo, y también sus piernas son diferentes, ya que las tiene más
altas que ningún otro animal del mundo. Su cola es redonda y solamente llega hasta
las corvas; su piel es extraordinariamente hermosa y algo redondeada, a causa del
pelo, que resulta más largo que el de la vaca. Esta piel es moteada en varios lugares,
con manchas de color entre blanco y tostado, como la del leopardo, lo que ha dado
fundamento a varios historiógrafos griegos para atribuirle el nombre de
Camelopardalia. Este animal es tan salvaje antes de ser capturado, que muy pocas
veces se deja ver, ocultándose en los bosques y desiertos de la región, donde no viven
otros animales. Y en cuanto ve un hombre, trata de escapar, aunque finalmente se la
captura, pues es lenta en la carrera. Por lo demás, una vez cogido, es más manso de
manejar que cualquier otro animal vivo. En su cabeza aparecen dos cuernecillos de
un pie de largo más o menos, bastante rectos y totalmente rodeados de pelo; cuando

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levanta la cabeza, no hay lanza más alta. Se alimenta de hierbas y vive también de
hojas y de ramas de árboles, como atestigua e ilustra André Thevet en el libro 11,
capítulo 13, tomo 1 de su Cosmografía.

Fig. 74. Jirafa.

Yendo a lo largo de la costa de Arabia, junto al Mar Rojo, se encuentra la isla


llamada por los árabes Cademoth, en la que se halla, hacia la zona que está a lo largo
del río Plate, una bestia que los salvajes llaman Pyrassouppi[23], del tamaño de un
mulo, con la cabeza casi semejante a él, peluda como un oso, aunque de color un
poco más vivo, tirando a leonado, y con las pezuñas hendidas como un ciervo. Este
Pyrassouppi tiene en la cabeza dos cuernos muy largos, sin ramificaciones, muy altos,
y que recuerdan a los de esos unicornios tan estimados que utilizan los salvajes
cuando sufren heridas o mordeduras de animales o de peces ponzoñosos; ponen el
cuerno en el agua durante seis o siete horas, y se la hacen beber al paciente, que
experimenta alivio inmediato[24]. He tomado la imagen [Fig. 75] de André Thevet, en
el libro 5, capítulo 5, tomo 1 de su Cosmografía.

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Fig. 75. El Pyrassouppi, especie de unicornio.

El nombre de Camphurch es el de un animal anfibio, que participa del agua y de


la tierra como el cocodrilo, y que se ve en las Islas Molucas[25]. Tiene el tamaño de
una cierva y un cuerno móvil en la frente, como podría serlo la cresta de un pavo, de
tres pies y medio de largo y un diámetro máximo como el brazo de un hombre. El
animal tiene mucho pelo en torno al cuello, tirando a un color grisáceo, dos patas que
le sirven para nadar en agua dulce y salada; formadas como las de una oca, y las otras
dos patas delanteras como las de un ciervo o cierva. Se alimenta de pescado. Algunos
están convencidos de que se trata de una especie de unicornio, y creen que su cuerno
es rico y excelente contra el veneno. El rey de la isla ostenta de buen grado el nombre
de este animal, como los demás señores que le siguen en rango toman el nombre de
alguna otra bestia: unos de peces y otros de frutas, como nos lo ha dejado
representado y descrito André Thevet en su Cosmografía.

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Fig. 76. El Camphurch, animal anfibio.

Los elefantes nacen en África, más allá de los desiertos, en Mauritania, y también
en Etiopía. Los más grandes son los que nacen en la India. Sobrepasan en tamaño a
todos los demás cuadrúpedos, y, no obstante, como dice Aristóteles, se domestican
tan bien, que se convierten en los animales más mansos y pacíficos; se les enseña, y
son capaces de efectuar muchas tareas. Están cubiertos de una piel semejante a la de
un búfalo, con pelo disperso de color ceniciento. Tienen la cabeza voluminosa, el
cuello corto y las orejas de dos cuartas de ancho. De su nariz, que es muy larga y
hueca como una gran trompeta, y toca casi el suelo, se sirven como si de manos se
tratara. Cerca del pecho tienen la boca, bastante parecida a la de un cerdito; de su
parte superior salen dos dientes muy grandes. Los pies son redondos como bandejas,
de dos o tres cuartas de ancho, y con cinco uñas en derredor. Tienen las piernas
gruesas y fuertes, y no compuestas de un único hueso rígido, como han opinado
algunos, sino que doblan las rodillas como los demás cuadrúpedos; por eso, cuando
se quiere montar sobre ellos o cargarlos, se arrodillan, levantándose a continuación.
Tienen la cola como la de un búfalo, poco provista de pelo, y de tres cuartas de
longitud aproximadamente; de ahí que las moscas los maltratarían, si la Naturaleza no
les hubiese dotado de otro medio para defenderse de ellas. Cuando les muerden y les

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pican, aprietan su piel, que está completamente arrugada y cubierta de repliegues, y
así las aplastan al cazarlas entre las arrugas. No hay hombre al que no dé alcance,
aunque no vaya más que al paso, debido a su gran corpulencia: pues sus pasos son tan
largos, que sobrepasan la velocidad máxima de los hombres. Viven de frutas y de
hojas de árboles, y no hay árbol tan corpulento que no puedan derribar y destrozar.
Crecen hasta alcanzar una altura de dieciséis palmos, por lo que, quienes no tienen
costumbre de montarlos, lo pasan tan mal como aquellos que no acostumbran a viajar
por mar. Son por naturaleza tan libres, que no pueden soportar brida alguna, y por
ello es menester dejarles ir a su albedrío, aunque son muy obedientes para con los
hombres de su país, cuya lengua comprenden bien; así, es fácil manejarlos con
palabras. Cuando quieren hacer daño a una persona, la levantan por los aires con su
gran trompa, y, presas de ardiente furia, la arrojan al suelo y la pisotean hasta que le
hacen perder la vida. Aristóteles dice que no engendran hasta la edad de veinte años;
no son adúlteros, pues jamás tocan sino a una sola hembra, y, cuando saben que está
preñada, se cuidan de asediarla. No puede saberse cuánto dura su embarazo, pues los
machos cubren a las hembras en secreto, tan vergonzosos son. Las hembras paren a
sus crías con dolor, como las mujeres, y de inmediato las lamen. Ven y caminan
apenas nacidos. Viven doscientos años. Pueden verse colmillos de elefante, llamados
marfil, prodigiosamente grandes, en varias ciudades de Italia, como Venecia, Roma y
Nápoles, y también en esta ciudad de París; con ellos hacen cofres, laúdes, peines y
muchas otras cosas útiles para el hombre.

Fig. 77. Elefante.

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Thevet, en el tomo 2, libro 23, capítulo 2, dice que en Florida se encuentran
grandes toros a los que los salvajes llaman Butrol, con cuernos de un pie solamente
de largo, un tumor o joroba en la espalda, como la de un camello, largo pelo de color
rojizo cubriéndoles el lomo y cola como la de un león [Fig. 78]. Este animal es de los
más feroces que se conocen, ya que jamás se deja domesticar, de no haber sido
arrebatado a su madre; los salvajes utilizan su piel contra el frío y sus cuernos son
muy apreciados, debido a la propiedad que tienen contra el veneno; por eso los
conservan los bárbaros, para combatir las ponzoñas y alimañas que con frecuencia
encuentran al recorrer su país.

Fig. 78. Toro de Florida.

André Thevet, en el tomo 1, capítulo 10 de su Cosmografía, dice que en la época


en que se hallaba en el Mar Rojo, llegaron ciertos indios de tierra firme que traían un
monstruo del tamaño y proporciones de un tigre, sin cola, pero el rostro muy
semejante al de un hombre normalmente constituido, aunque su nariz era chata; tenía
las patas delanteras como las manos de un hombre y las traseras parecidas a las de un
tigre, y estaba totalmente cubierto de pelo de color tostado. En cuanto a la cabeza,
orejas, cuello y boca, eran como los de un hombre, y tenía el cabello algo negro y
crespo, igual que los moros que se ven en África. Esta novedad la traían los indios
para mostrarla, debido a la elegancia y cortesía de su tierra, y llamaban Thanacth a
este gentil animal, al que matan a flechazos para comérselo.

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Fig. 79. La bestia Thanacth.

Thevet, en el tomo 2, capítulo 13 de su Cosmografía, dice que en África se


encuentra una bestia muy deforme, llamada por los salvajes Haiit[26]; para quien no la
haya visto, resulta casi increíble su existencia. Puede alcanzar el tamaño de un mono
grande, con el vientre inclinado hacia atrás y cercano al suelo, por más que se
encuentre de pie; su rostro y su cabeza son casi semejantes a un niño. Este Haiit, una
vez capturado, lanza grandes suspiros, ni más ni menos como lo haría un hombre
aquejado de algún dolor intenso y excesivo. Es de color gris y en cada una de sus
patas, de cuatro dedos de largo, tiene solamente tres uñas, formadas como las espinas
de una carpa; con ellas —tan afiladas o más que las garras de un león, u otra bestia
cruel— trepa a los árboles, donde reside con más frecuencia que en tierra. Su cola
solamente tiene tres dedos de largo. Por lo demás, es extraño que nadie pueda decir
que le ha visto comer algo, aunque los salvajes han tenido algunas durante mucho
tiempo en sus chozas, por ver si comerían algo; dicen estos salvajes que solamente
viven de viento.

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Fig. 80. Bestia monstruosa que sólo vive de viento, llamada Haiit.

He sacado de Jean Léon, en su Historia de África, a este animal muy monstruoso


de forma redonda y semejante a una tortuga; sobre su espalda están cruzadas y
marcadas dos líneas amarillas en forma de cruz, y a cada extremo de estas líneas hay
un ojo y una oreja, de tal forma que por las cuatro partes y por todos los lados estos
animales ven y oyen por sus cuatro ojos y sus cuatro orejas, aunque no tienen sino
una sola boca y un solo vientre, al que va a parar cuanto beben y comen[27]. Estos
animales tienen varias patas en torno al cuerpo, con las que pueden caminar en la
dirección que deseen sin tener que volverse; su cola es bastante larga, con un extremo
muy peludo. Los habitantes de la región afirman que la sangre de estos animales tiene
extraordinario poder para cerrar y curar las heridas, y no hay ungüento que posea
mayor virtud para lograrlo.

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Fig. 81. Animal muy monstruoso oriundo de África.

Pero ¿quién dejará de asombrarse grandemente al contemplar este animal, con


tantos ojos, orejas y patas, y desempeñando cada uno su función? ¿Dónde pueden
hallarse los órganos destinados a tales operaciones? En verdad, por mi parte, mi
mente se pierde al pensarlo, y no sabría decir otra cosa, salvo que la Naturaleza se ha
recreado en él, para hacer que se admire la grandeza de sus obras.
Hay algo digno de ser señalado en el animal llamado rinoceronte, y es que tiene
una enemistad perpetua contra el elefante[28]; cuando quiere prepararse para el
combate, afila su cuerno contra una roca, y trata siempre de herir al elefante en el
vientre, que éste tiene mucho más blando que la espalda. Es tan largo como el
elefante, aunque es más bajo de patas y su pelaje es del color del boj y moteado en
varios lugares. Pompeyo, como escribe Plinio en el capítulo 20 del libro 8, mostró en
Roma el primer rinoceronte.

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Fig. 82. Rinoceronte.

En África se encuentra este animal llamado camaleón, que tiene la constitución de


un lagarto, salvo que es más alto de patas; además, tiene los flancos y el vientre como
los de los peces, por lo que lleva espinas en el lomo, como las que muestran éstos.
Tiene el morro como el de un cochinillo y la cola muy larga, que va aguzándose hacia
el extremo; sus uñas son muy afiladas, camina tan lentamente como una tortuga, y
tiene el cuerpo áspero y cubierto de escamas como un cocodrilo. Jamás cierra los ojos
y su pupila no se mueve. Por lo demás, es admirable el referirse a su color, pues a
todas horas, y principalmente cuando se hincha, lo cambia, y ello se produce debido a
que tiene la piel muy delicada y fina y el cuerpo transparente. Hasta tal punto es así,
que una de dos: o es que en la finura de su cuero transparente se representa con
facilidad, como en un espejo, el color de las cosas que están próximas a él (y esto es
lo más verosímil), o bien los humores que en él diversamente se agitan, según la
variedad de sus imaginaciones, reflejan hacia la piel colores distintos, de manera
semejante al moco de un pavo; muerto está pálido. Matthiole dice que si se le arranca
el ojo derecho cuando está vivo, con éste, mezclado con leche de cabra, se limpian las
manchas blancas que hay en la córnea; se hace caer el vello, frotándose con su
cuerpo; su hiel digiere y elimina las cataratas de los ojos. He observado esta
descripción en el ejemplar que tengo en mi casa.

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Fig. 83. Camaleón.

XXXVII. DE LOS MONSTRUOS CELESTES

LOS antiguos nos dejaron escrito que la faz del cielo se ha visto tantas veces
desfigurada por cometas barbudos y de largos cabellos, por antorchas, hachones,
columnas, lanzas, espejos, batallas de nubes, dragones, duplicación de lunas y de
soles y otras cosas, que no he querido omitirlo, para dejar bien cumplido este libro de
los monstruos; por ello, reproduciré en primer lugar esta historia que figura en las
Historias prodigiosas de Boaistuau, quien dice haberla tomado de Lycosthenes.
La antigüedad, dice Boaistuau, no conoció en los aires nada más prodigioso que
el horrible cometa de color sangre que apareció en Westrie el 9 de octubre de 1528.
Este cometa era tan horrible y espantoso que producía en el pueblo tan gran terror,
que algunos murieron de pánico y otros cayeron enfermos. Este extraño cometa duró
una hora y cuarto, y comenzó a mostrarse por el lado del sol naciente, derivando
después hacia el mediodía; parecía ser de descomunal longitud, y efectivamente era
de color sangre. En su parte superior se veía la figura de un brazo doblado que
sujetaba en la mano una gran espada, como si hubiese querido herir con ella. En el
extremo de la espada había tres estrellas; pero la que estaba directamente en la punta
era más clara y reluciente que las otras. A ambos lados de los rayos del cometa se
veía gran número de hachas, cuchillos, espadas teñidas de sangre, entre las que había
gran número de rostros humanos repulsivos, con barbas y cabellos erizados, como lo
veis en la ilustración [Fig. 84].

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Fig. 84. Cometa admirable visto en el aire.

Josefo y Eusebio escriben que, después de la pasión de Jesucristo, la lamentable


destrucción de la ciudad de Jerusalén fue anunciada por varios signos, y entre otros
un espantoso cometa en forma de espada de fuego reluciente, que apareció por
espacio de un año encima del templo, como mostrando que la cólera divina quería
vengarse del pueblo judío mediante el fuego, la sangre y el hambre. Tal ocurrió y
hubo una hambruna tan calamitosa, que las madres se comieron a sus propios hijos;
perecieron en la ciudad, a consecuencia del asedio de los romanos, más de un millón
doscientos mil judíos y más de noventa mil fueron vendidos como esclavos.
Los cometas jamás han aparecido sin producir algún efecto pernicioso y sin dejar
funestas consecuencias. Dice el poeta Claudiano:

«Jamás se ha visto cometa en el cielo


Sin que nos traiga algún mal».

Los astrónomos han dividido los cuerpos celestes en dos grupos: uno, llamado de
estrellas fijas e inmóviles, que vemos centellear o brillar en el cielo, como si de
fuegos encendidos se tratase; otros, llamados planetas, son errantes y no centellean:
hay siete, y cada uno tiene su ciclo, su círculo, su circunferencia o plano. Se llaman
Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna. Las estrellas son cuerpos
esféricos visibles y brillantes, compuestos de materia simple y pura como el cielo, y
nadie conoce su número ni sus nombres, salvo Dios. Dichos planetas hacen su

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recorrido por el Zodiaco (que es uno de los principales círculos, y el más grande, del
cielo, y la ruta auténtica del Sol), que atraviesa o rodea oblicuamente el cielo, de
noche y de día, con el fin de que todas las regiones de la tierra gocen alternativamente
de las cuatro estaciones del año, por medio del Sol, que sube y baja sin cesar,
iluminando y nutriendo en el período de un año todo el orbe de la tierra. Es el carro y
la fuente de luz de los cuerpos celestes, que no son sino arroyuelos; por eso se le
llama rey de las estrellas, y es el más grande de todos los cuerpos celestes. Está a tres
epiciclos, es decir, cielos o estadías, por encima de la luna; canina en medio de seis
planetas; si se acercan a él, para no estorbar su ruta se retiran aparte, a lo más alto de
sus pequeños epiciclos o círculos; y, una vez que ha pasado, descienden a lo más
bajo, para acompañarlo y flanquearlo como hacen los príncipes con su rey. Entonces,
una vez cumplido su deber, se detienen y retroceden con vergonzosa reverencia,
descendiendo al fondo de sus epiciclos para contemplar, como de lejos, el rostro de su
señor. Y cuando se acerca, retrocediendo, vuelven a alcanzar lo alto de sus epiciclos
para adelantarse a él, de manera que, al sentirlo a una distancia de cuatro signos,
aparentan esperarlo y después, una vez que le han dado la bienvenida, caminan ante
él un poco apartados, para no poner impedimento a su carrera y curso natural.
El llamado Saturno es noventa veces aproximadamente, según estiman los
astrónomos, más voluminoso que la tierra entera, de la que está alejado más de treinta
y seis millones de leguas francesas. El tamaño del denominado Júpiter se estima que
rebasa en noventa y seis veces el diámetro de la tierra y dista de ella más de veintidós
millones de leguas. El planeta Marte es del tamaño de la tierra, y está a tres millones
cincuenta y cuatro mil doscientas cuatro leguas de ésta. Luna significa mes, ya que
todos los meses se renueva; dista de la tierra ochenta mil doscientas trece leguas; es
más densa y obscura que las demás estrellas, y está unida a la esfera que la lleva
mediante ciertos movimientos, estando limitadas sus vueltas y revueltas; ha sido
creada por Dios para determinar en beneficio de los hombres los tiempos y las
estaciones, y para influir mediante su luz y su movimiento en los cuerpos inferiores.
El globo del Sol es sesenta y seis veces mayor que el de la Tierra, y casi siete mil
veces más grande que la Luna; Ptolomeo y otros astrónomos han descubierto,
mediante cálculos geométricos, que es ciento sesenta y seis veces mayor que la tierra
entera; vivifica a todos los animales, no solamente a los que están sobre la tierra, sino
también a los que se encuentran en lo más profundo de las aguas. El señor Du Bartas
lo llama cochero perenne, fuente de calor, manantial de claridad, vida del universo,
antorcha del mundo y ornamento del cielo. Además, el Sol hace su recorrido del cielo
en torno a la tierra en veinticuatro horas, y es causa de las comodidades y agradables
alternancias de día y noche para el alivio y contento del hombre y de todos los
animales.

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Fig. 85. Aquí tienes representado el cometa.

Que el lector considere y adore en este punto la admirable prudencia y poderío


del Creador, manifiestos en la increíble celeridad, el brillo y calor inmensos y las
conjunciones y movimientos contrarios que se dan en un cuerpo tan noble como el
Sol, que en un minuto de una hora recorre varios millares de leguas sin que se le vea
moverse, y no se percata uno de ello en absoluto hasta que está muy adelantado en su
carrera. Más aún, la menor estrella es dieciocho veces mayor que toda la tierra. Esto
sea dicho, no solamente como gran especulación, sino en alabanza del Creador, y
para humillar al hombre que tanto ruido hace en la tierra, no siendo más que un punto
a los ojos de la máquina celeste.
Hay además en el cielo doce signos, a saber, Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo,
Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis, y todos ellos
diferentes. Su utilidad es que, mediante su conjunción con el Sol, aumentan o
disminuyen el calor de éste, de forma que mediante tal variación de calor se producen
las cuatro estaciones del año y la vida y la conservación se garantizan a todas las
cosas. Los cielos son la quintaesencia de los cuatro elementos hechos de nada, es
decir, sin materia.
¡Detente ya, pluma mía! Pues no quiero ni puedo penetrar más adentro en el
gabinete sagrado de la divina majestad de Dios. Quien desee saber más, lea a
Ptolomeo, Plinio, Aristóteles, Milichius, Cardan y otros astrónomos, y especialmente
al señor Du Bartas y su comentador, que han escrito muy docta y divinamente al
respecto en el cuarto día de la Semana, donde se hallará materia de contento; y
confieso haber tomado de allí lo mencionado anteriormente, para instruir al joven

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cirujano en la contemplación de las cosas del cielo. Aquí cantaremos con ese gran
profeta divino, en el salmo 19:

Los cielos en todo lugar


Narran a los humanos
El poderío divino;
Este gran entorno disperso
Pregona por doquier
La obra de sus manos.

Y en el salmo octavo:

Cuando veo y contemplo en mi corazón


Los cielos, que son la obra de Tus dedos,
Estrellas, luna y signos diferentes
Que has hecho y colocado en su lugar,
Entonces digo para mí, del todo
Asombrado: ¿Qué es el hombre,
Para que Te hayas dignado acordarte de él,
Y querer prodigarte Tus cuidados?

Por otra parte, no quiero dejar de mencionar aquí hechos monstruosos y admirables
que se han producido en el cielo; y en primer lugar, Boaistuau escribe, en sus
Historias prodigiosas, que en Sugolie [Sundgau, en Alsacia], situada en los confines
de Hungría, cayó del cielo una piedra, con horrible estruendo, el 7 de septiembre de
1514; pesaba doscientas cincuenta libras, y los ciudadanos la hicieron sujetar a una
gruesa cadena de hierro en mitad de su iglesia, mostrándola con gran satisfacción a
quienes viajan por la región. Es prodigioso que el aire pueda soportar un peso
semejante. Plinio escribe que, durante las guerras de los Cimbrios, se oyeron en el
aire sonidos de trompetas y clarines con gran entrechocar de armas. Dice también
que, durante el consulado de Mario, aparecieron en el cielo ejércitos, de los que unos
venían de Oriente, otros de Occidente, y combatieron entre sí por mucho tiempo,
rechazando los de Oriente a los occidentales. Lo mismo se vio en 1535 en Lusalie
[¿Lausitz?] cerca de una aldea llamada Juben, hacia las dos de la tarde. Igualmente, el
19 de julio del año 1550, en la región de Sajonia, no muy lejos de la ciudad de
Wittemberg, se vio en el aire a un gran ciervo rodeado de dos grandes ejércitos que
hacían gran ruido mientras combatían, y al instante cayó sangre sobre la tierra, como
una fuerte lluvia; y el sol se hendió en dos pedazos, de los que uno parecía haber
caído al suelo. Antes de la toma de Constantinopla, también apareció en el aire un
gran ejército, con infinidad de perros y otros animales. Julius Obsequens dice que en
Italia, en el año 458, llovió carne a trozos grandes y pequeños, que fue devorada en
parte por las aves del cielo, antes de que cayese a tierra, y el resto, que cayó al suelo,
permaneció mucho tiempo sin pudrirse y sin cambiar de color o de olor. Más aún, en
el año 989, reinando el emperador Otón, tercero de este nombre, llovió trigo del cielo.
En Italia, en el año 180, llovió leche y trigo en gran cantidad, y los árboles frutales

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dieron trigo. Lycosthenes cuenta que en Sajonia llovieron peces en gran cantidad, y
que, en tiempo del emperador Ludovico, llovió sangre durante tres días y tres noches;
en el año 989, cerca de la ciudad de Venecia, cayó nieve roja como sangre, y en 1565,
en el obispado de Dole, llovió sangre en gran cantidad. Esto ocurrió en el mismo año,
en junio, en Inglaterra.
Y no solamente se producen monstruosidades en el aire, sino también en el Sol y
en la Luna. Lycosthenes escribe que, durante el sitio de Magdeburgo, en tiempo del
emperador Carlos V y a las siete de la mañana, aparecieron tres soles; el de en medio
era muy claro y los otros dos tiraban a rojo y color de sangre. Aparecieron durante
todo el día, y también por la noche aparecieron tres lunas. Lo mismo sucedió en
Baviera, en 1554. Y si en el cielo se producen semejantes hechos inauditos, vemos
que la tierra origina tan admirables y peligrosos efectos, o más. En 1542 tembló toda
la tierra, y el propio monte Etna vomitó gran cantidad de llamas y llamitas, con lo que
la mayor parte de las ciudades, aldeas y bienes de aquella isla quedaron abrasados.
También en 1531, en Portugal, ocurrió que la tierra tembló durante ocho días, siete u
ocho veces cada día, hasta tal punto que sólo en la ciudad de Lisboa quedaron en
ruinas mil cincuenta casas, sin contar más de quinientas que sufrieron grietas y
reventones; hace poco, la ciudad de Ferrara ha quedado casi arruinada por un
terremoto semejante. Plinio cuenta y dice que en su tiempo, bajo el imperio de Nerón,
un caballero romano, Vasseus Marcellus, poseía en el territorio marrucino algunos
campos, a uno y otro lado del camino principal; uno era un prado y otro un olivar. Por
asombrosa circunstancia, sucedió que estos dos campos cambiaron de sitio, pues los
olivos fueron a parar allá donde se encontraba el prado, y el prado, de modo
semejante, se mudó al sitio donde se hallaban los olivos; se consideró que esto era
debido a un temblor de tierra.

XXXVIII

ABRAHAM Ortelius, en su Teatro del Universo, dice que hay en Sicilia una montaña
ardiente, llamada Etna —sobre la que han escrito varios filósofos y poetas—, ya que
continuamente arroja fuego y humo; tiene más de treinta leguas italianas de altura, y
más de cien leguas de circunferencia en su base, como escribe Facellus, que la ha
examinado muy bien, y descrito con curiosidad no menor. Además de esta continua
llama que no se apaga, lanza a veces tal cantidad de fuego, que toda la región
circunvecina queda totalmente arrasada y quemada. Pero nuestros predecesores no
han consignado para su constancia cuántas veces ha ocurrido esto; no obstante,
relataremos aquí brevemente lo que los autores han escrito al respecto, siguiendo la
información de Facelle:
En el año 350 de la fundación de la ciudad de Roma, esta montaña arrojó tanto
fuego que, debido a las brasas y carbones que de ella salieron, se quemaron varios

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campos y aldeas. Doscientos cincuenta años después, ocurrió lo mismo. Treinta y
siete años después de esto, vomitó y lanzó tantas cenizas ardientes, que los tejados y
cubiertas de las casas de la ciudad de Catania, situada al pie de la montaña, se
hundieron a causa de su peso. Igualmente causó grandes daños en tiempo del
emperador Calígula, y lo mismo después, el primero de febrero del año 254. En 1169
derribó varias rocas debido al fuego continuo que de ella salía, y provocó tal temblor
de tierra que la iglesia mayor de la ciudad de Catania quedó destrozada y derruida; el
obispo, junto con los sacerdotes que allí se encontraban en aquel momento, fueron
aplastados o quedaron malheridos. El primero de julio del año 1329, al sufrir una
nueva erupción, el Etna derribó y arruinó con sus llamas y el terremoto subsiguiente,
varias iglesias y casas situadas en torno a la montaña; secó varias fuentes, arrojó al
mar varios barcos que estaban en tierra y, al mismo tiempo, volvió a resquebrajarse
en tres lugares, con tal ímpetu que desgajó y lanzó por el aire varias rocas, así como
bosques y valles, arrojando y vomitando semejante fuego por aquellos cuatro
conductos infernales, que manaba monte abajo, como arroyos sonoros, arruinando y
abatiendo todo lo que encontraba a su paso o le ofrecía resistencia: toda la región
circundante quedó cubierta de cenizas; que salían de aquellas bocas ardientes en la
cumbre del monte, y mucha gente se asfixió. Las cenizas, con aquel olor sulfuroso,
fueron transportadas por el viento —que soplaba entonces del norte— hasta la isla de
Malta, que dista 160 leguas itálicas de aquella montaña. En 1444 volvió a
estremecerse terriblemente, vomitando fuego y piedras. Después de aquella ocasión,
dejó de arrojar fuego y humo, hasta el punto de creerla totalmente apagada y agotado
su fuego. Pero aquella buena época —por decirlo así— pasó pronto. Pues el 22 de
marzo de 1536 empezó otra vez a vomitar gran cantidad de llamas ardientes, que
arrasaron cuanto encontraron en su camino. La iglesia de San León, situada en el
bosque, se vino abajo debido al temblor de la montaña, e inmediatamente después el
fuego la abrasó de tal forma, que ya no queda nada de ella, salvo un montículo de
piedras quemadas. Bastante horrible era todo esto; pero aún no era nada, comparado
con lo que sucedió después, el primero de mayo de 1537. Primeramente, toda la isla
de Sicilia tembló durante doce días; después, se oyó un horrible trueno con un
tremendo estampido, como si de grandes piezas de artillería se tratara, que provocó el
destrozo de varias casas en toda la isla. Esto duró más o menos once días; luego, la
montaña se hendió por varios sitios diferentes, de cuyas hendiduras y grietas salió tal
cantidad de llamas de fuego, que descendieron monte abajo, que en cuatro días
arruinaron y redujeron a ceniza todo cuanto había a quince leguas a la redonda; varias
aldeas quedaron totalmente quemadas y reducidas a ruinas. Los habitantes de Catania
y varios otros pueblos, abandonando sus moradas, huyeron al campo. Poco tiempo
después, el orificio que está en la cumbre de la montaña arrojó por tres días
consecutivos tal cantidad de cenizas, que no solamente quedó la montaña cubierta de
ellas, sino que se expandieron y fueron llevadas por el viento hasta los confines de la
isla, e incluso hasta Calabria, al otro lado del mar. Algunos barcos que surcaban el

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mar para ir de Mesina a Venecia, a trescientas leguas itálicas de distancia de esta isla,
quedaron manchados por las cenizas.
Esto es lo que Facellus escribe al respecto, y en lengua latina, en sus Historias
trágicas, pero de forma mucho más pormenorizada. Hace unos tres años que llegó a
Amberes la noticia de que aquella montaña había causado grandes destrozos en el
país con sus fuegos. En la isla hubo antaño varias ciudades magníficas, como
Siracusa, Agrigento y otras; actualmente, Mesina y Palermo son las principales.
El veneciano Marco Polo, en el libro segundo sobre los países orientales, capítulo
64, dice que la ciudad de Quinsay es la mayor del mundo, y que tiene un perímetro de
cien millas italianas; hay en ella doce mil puentes de piedra, bajo los que pueden
pasar los navíos de altos mástiles. Está en la mar, como Venecia. Él afirma haber
residido allí. Lo he tomado del comentador de Salluste Du Bartas en su cuarto día de
la Semana, folio 166.
Ocurren igualmente cosas admirables en las aguas. Pues se han visto salir de los
abismos y simas del mar grandes llamas de fuego a través del agua, cosa muy
monstruosa, como si una gran cantidad de agua no sofocase el fuego; en esto, como
en todas sus obras, Dios se muestra incomprensible. A veces, las aguas se han
desbordado de forma extraña y prodigiosa; en 1530, el mar invadió hasta tal punto
Holanda y Zelanda, que la isla entera estuvo a punto de anegarse, y todas las ciudades
y aldeas se volvieron navegables durante mucho tiempo. También en Roma se
desbordó el Tíber con tal violencia, que inundó gran parte de la ciudad, tanto, que en
algunas calles el agua rebasaba treinta y seis pies de altura; en estos años pasados, el
Ródano sufrió tales riadas, que derribó parte del puente de Lyon y varias casas de la
Guillautière. Lucio Maggio, en su Discurso sobre el terremoto, dice que se ha visto,
con ocasión de un terremoto, calentarse de tal forma el agua de mar, que derritió toda
la pez de los barcos que se encontraban entonces en la bahía, y se llegó a ver a los
peces nadar en el agua casi completamente cocidos; infinidad de personas y de
animales murieron debido al tremendo calor. Igualmente, con la mar en calma, se ha
visto a los buques irse a pique en un momento, debido a que pasan sobre abismos en
que el agua está muerta, y es incapaz de sostener peso. También hay en el mar rocas
de piedra imán, y si los barcos pasan demasiado cerca de ellas, son engullidos y se
pierden en el fondo del mar, debido al hierro. En suma, se encuentran en el mar cosas
extrañas y monstruosas, y da fe de ello el gran profeta David, que dice,

Salmo 104:
Por esta mar pasean los navíos,
Y la ballena, monstruo horrible y grande
que creaste, y que nada a sus anchas,
Y que juega en las aguas a su capricho.

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Notas

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[1] El monstruo con cabeza humana y cuerpo de animal es recurrente, no sólo en

teratología y en la literatura antigua, sino en demonología. Collin de Plancy menciona


a los Oxinios, pueblos imaginarios de Germania, que, «según dicen», ofrecían tal
aspecto. Veánse también las tres primeras figuras del capítulo XIX. <<

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[2] El monstruo de Ravena tiene una complicada historia que Céard trata de
reconstruir en una de sus Notas finales. Bastará aquí con señalar que Boaistuau, en
quien Paré se inspira, representa una criatura similar, pero dotada de alas de
murciélago y con una Y y una cruz trazadas en el pecho. Remite Boaistuau a Jacques
Rueff, Lycosthenes y otros autores, y explica cuidadosamente —siguiendo a sus
fuentes— los valores emblemáticos de cada elemento del monstruo: su cuerno es el
orgullo y la ambición; sus alas, la ligereza y la inconstancia; carece de brazos, como
carece de buenas acciones; su pie único, en forma de garra de rapaz, evoca la rapiña,
la usura, la avaricia, mientras que el ojo de su rodilla indica el apego a las cosas
terrenales; los dos sexos que ostenta significan Sodomía; la ypsilon y la cruz, en
cambio, representan la virtud y al propio Jesucristo. Céard omite indicar que esta
figura la utilizaría Ménestrier (en L’Art des emblèmes, 1684) para representar la mala
poética —y no la mala «política», como se lee por error en Lascault—, al no existir
relación alguna entre la cabeza y el pie. Por último, su otra imagen, alemana esta vez,
el monstruo de Ravena es bípedo; tiene una pierna cubierta de plumas o escamas y le
brotan alas de su cabeza. Sobre el pecho izquierdo, que es de mujer, ostenta dos
cruces. El misterioso unípedo americano que mata a Thorwald Eiriksson en la Saga
de Eirik el Rojo, y que es su heredero de los monstruos antiguos y medievales,
sugiere la figura del extraño ser de Ravena. <<

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[3] La ilustración de Boaistuau difiere de la ofrecida por Paré en que sus jóvenes son

algo más esbeltas, menos musculosas y están peinadas con mayor elegancia; falta el
cordón umbilical, y existe en cambio un paisaje de fondo esquemático. Si estas
gemelas, añade Boaistuau, «hubieran visto la luz en tiempo de los antiguos hindúes o
brahmanes, o de los espartanos y lacedemonios, o en tiempo a los romanos, o durante
el reinado del emperador Mauricio, su historia y figura hubiese resultado enterrada
con su cuerpo y no las hubieran visto tantos millares de personas como las vieron».
Boaistuau alude a la norma antigua de ejecutar a los monstruos; La Ley de las
XII Tablas, recuerda Friedman, ordenaba al padre dar muerte de inmediato al hijo
monstruoso, o cuya forma era distinta a la de los miembros de la raza humana. Y
añade Boaistuau: «Han escrito algunos que este monstruo —llamado así por
monstrando— mostró y predijo en diversos países prodigiosas mutaciones: pues en el
año mismo en que fue engendrado, Carlos, duque de Borgoña, ocupó Lorena;
Fernando, el gran rey de España, dividió el reino con Alfonso, rey de Portugal; los
reyes Matías y Ladislao firmaron la paz entre húngaros y bohemios: Eduardo, rey de
Inglaterra, llamado a Francia por el duque de Borgoña, se reconcilió con el rey Luis».
<<

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[4] De nuevo, la figura que propone Boaistuau para este incómodo monstruo se
asemeja mucho a la de Paré, presentando además un paisaje somero y algunas nubes.
Boaistuau parte de consideraciones morales: siguiendo al filósofo griego Ocellus
Luscanus, no hay que ir al matrimonio movido por la voluptuosidad y el ansia de
placer; si así se obra, el fruto resulta «inmundo, miserable, monstruoso, vicioso,
odioso y detestable». De ahí que este monstruo fuera hijo, según dicen, de alguna
prostituta. Boaistuau dice haberlo visto en Valence, en la época en la que el señor de
Coras enseñaba Derecho Civil. Más tarde —y Paré no recoge estas precisiones— se
le ha visto cerca de París, en un pueblo llamado Montlehery. Para Baltrušaitis,
escudriñador de las formas estéticas y sus avatares de Oriente a Occidente, las
cabezas que salen de rodillas, muslos, cuellos, etc., en representaciones medievales,
ofrecen una relación con la metempsícosis. <<

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[5] Los acéfalos son un lugar común en los textos antiguos y medievales, llámense

blemmyes, epistigi o Hsing t’ien. Este último «luchó una vez contra los dioses chinos
y fue decapitado como castigo. Tenía los ojos en el pecho y la boca en el ombligo;
esgrimiendo sus armas, vagaba incesantemente en busca de su cabeza». (Barber). Los
menciona Solino en su Collectanea, Isidoro de Sevilla en las Etimologías, Gervasio
de Tilbury, Honorio de Autun… El Liber monstrorum dice: «También hay hombres
en una isla del río Brixonte, que nacen sin cabeza: los griegos los llaman Epistigos.
Tienen siete pies de estatura, y en el pecho cumplen todas las funciones de la cabeza,
salvo que, al parecer tienen los ojos en los hombros». Semejantes seres aparecen
entre los prodigiosos pueblos de la India que descubrió Alejandro Magno, y un
manuscrito del Fisiólogo islandés representa dos de sus variedades: uno carece de
cabeza, pero tiene cuello, y los ojos en el pecho; otro parece sujetar su propia cabeza
en el tronco. En Le Monde enchanté, Ferdinand Denis trató de identificar a los indios
americanos de la época de la conquista con los acéfalos de los textos antiguos: «Para
quien veía la frente achatada y deprimida, y la mirada extrañamente vuelta hacia el
cielo del indio caribe, era fácil reencontrar a los hombres acéfalos, cuyos ojos salían
del pecho». Sin proponer aquí identificación alguna, y sin identificarnos en modo
alguno con el pansexualismo freudiano, sí señalaremos la «imagen obsesiva» que
estudió Freud en uno de sus pacientes, y que coincidía con bastante exactitud con el
acéfalo antiguo. En cuanto a las asociaciones entre el acéfalo, el miembro viril y la
castración, es preferible olvidarlas. <<

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[6]
A la derecha de la joven peluda de Boaistuau, un rey sentado en su trono
contempla a ambas criaturas: es el emperador Carlos IV, monarca de Bohemia, que a
Paré no le convino o no deseó mencionar. <<

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[7] Se trata del ternero-monje de Lutero, representado en Gothique fantastique de

Baltrušaitis junto al asno-papa de Melanchton. Señalaremos que el demonio que se


apareció a Abel de Larua, según Collin de Plancy, tenía piernas de vaca. <<

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[8]
En su manía identificatoria, que lo acerca a Willy Ley, el doctor Delaunay
diagnostica: el niño con cara de batracio era, verosímilmente, «un caso raro de labio
leporino de mentón o comisural». <<

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[*] En las ediciones de 1573 y 1575 (P y A según Céard) lo que sigue constituye el

capítulo XVI, «De los gusanos». <<

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[9] La expresión de este cordero tricéfalo evoca irresistiblemente la de otro monstruo:

la Diana de triple cabeza de Cartari (1571), representada por Seznec en Survivance


des dieux antiques, y rastro, sin duda, de un culto egipcio. <<

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[10] Rabelais, en su Cuarto libro, da una lista alfabética de reptiles, tomada del Canon

de Avicena: se trataba de una obra clásica en las facultades de Medicina, dice


Boulenger, editor de Rabelais. Pero uno no sabe si tomar muy en serio reptiles como
perros rabiosos, liebres marinas, mantícoras, musarañas, escolopendras y…
cauquemares, es decir, pesadillas y fantasmas nocturnos, demonios íncubos. Jung ha
explicado en Métamorphoses la etimología de «cauchemar» (= pesadilla), partiendo
de «calcare» (= pisar, y montar a la gallina, refiriéndose al gallo); para la relación con
MAR —muerte, madre, yegua, etc.—, no puedo aquí sino remitir a las Structures de
Gilbert Durand. <<

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[11] Rondelet dedicó el capítulo XX de su libro XVI al tema «De pisce monachi

habitu»; dice haber abtenido la ilustración de la reina Margarita de Navarra. <<

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[12] Véase el libro XVI, capítulo XXI, de Rondelet, «De pisce Episcopi habitu».
Rondelet expresa su desconfianza, a la vista de la ilustración que se ve obligado a dar
y que coincide con la de Paré. Como indicó Hélène Naïs, Rondelet reserva capítulos a
peces en cuya existencia no cree; pero se considera en la obligación de nombrarlos, o
incluso de analizarlos detalladamente, como en el caso de la rémora. En este último
caso, no incluye ilustración; pero el pez-monje y el pez-obispo están retratados en su
obra. Aunque sugiere que ya no cree en la tradición, se ve forzado a seguirla —
¿cómo rechazar una colaboración de Margarita de Navarra?— y su credulidad resulta
a veces cómica, a gusto de Naïs. Estos monstruos aparecen también en la obra de Du
Bartas, así como su pez-monje en D’Aubigné. <<

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[13] También en este caso, Rondelet indica la fuente que le ha proporcionado su león

marino —Gisbertus Germanus medicus— y expresa reservas sobre el dibujo


(«De Monstro Leonino», capítulo XIX del libro XVI). <<

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[14] Claude Kappler ve en el proceder de Paré, a propósito de este caballo marino, una

«démarche purement mystificatrice». Siguiendo a Céard, Kappler explica cómo Paré


tomó la imagen de Conrad Gesner, que a su vez la debía a Belon. Belon veía en dicho
monstruo una «figura simbólica de la ambición de poderío en tierra y en mar». Pero
ni Belon ni Gesner consideraban a este caballo como otra cosa que una ficción. «Y
Paré, sin rubor», estribe Kappler, «da a este monstruo un carácter de realidad por el
aspecto anecdótico de su presentación; para toda referencia histórica, remite
alegremente al lector a un papado intemporal. La figura que ilustra su frase pretende
dar al tema la consistencia que no le da la historia. No se trata de dramatizar estas
pequeñas mixtificaciones. Paré (…) se acusa a sí mismo de “abusar” de la noción de
monstruo, pero es con buena intención, es decir, “para enriquecer su tratado”. Por
otra parte, en ocasiones estigmatiza supersticiones y restablece la verdad. Para el caso
que acabamos de considerar, su superchería es mínima en la medida en que no da
ninguna precisión local o histórica». En cuanto a las combinaciones artísticas de
peces con otro animal, remitimos a los monstruos de la iglesia suiza de Zillis, donde
puede admirarse, por ejemplo, un pez-unicornio provisto de dos colas. <<

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[15] Un monstruo de la célebre lámina de Sebastián Münster en su Cosmographia

recuerda a este jabalí marino de Paré. <<

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[16] Delaunay no pudo identificar el Hoga; sí señaló que «su» lago no puede ser el de

Texcoco, corrompido por las exhalaciones sulfurosas de los volcanes, sino el lago
Chalco, de agua dulce. Delaunay renuncia a equiparar Hoga y manatí —por ser éste
un sirénido marino— y advierte que el lago salado de Texcoco sólo da vida a un
batracio repulsivo, el Axolotl, que no es sino una larva, pero hubiera hecho, sin duda,
las delicias de Julio Cortázar. <<

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[17]
La golondrina de mar con que adorna su inicio de capítulo Boaistuau es
incomparablemente más bella y «verosímil» que los peces voladores de Paré; sus alas
manchadas se recortan contra el sol, medio asomado —u oculto— tras el horizonte
marino. <<

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[18] Los cetáceos de Rondelet son serios: dedica los primeros capítulos del libro XVP

precisamente a «Pisces cetacei et beluae marinae», «De Balaena vulgo dicta sive de
Musculo», «De Balena vera», «De Orca», «De Physetere», «De Priste»… Mucho
menos razonables son las ilustraciones de Münster, que merecería con mucho mayor
motivo las quisquillosas censuras del doctor Delaunay; su ballena (Walfisch) tiene
escamas, una suerte de collar, garras en las patas delanteras, cabeza de perro fiero con
tremendos colmillos curvados, y dos «chimeneas» que despiden chorros de agua en la
parte superior de la cabeza; la pistris de Münster asoma del océano cabeza y cuello
perrunos, luce tremendos colmillos en la mandíbula superior, orejas abatidas, feroz
mirada y similares chorros de agua. El monstruo marino que mata Pantagruel es,
según Rabelais, un «physétère»; y no esclarece mucho la identidad de las cetáceos en
la antigüedad la nota de Rich, que define la PISTRIS, PRISTIS o PISTRIX como un
«monstruo marino (…) al que los antiguos representaban también con las
características que le presta el grabado adjunto, según una pintura de Pompeya, es
decir, con la cabeza de una serpiente, el cuello y el pecho de un cuadrúpedo, aletas en
vez de patas delanteras y el cuerpo y la cola de un pez». La descripción de Rich no
hace justicia a la imagen, que es la de un auténtico dragón chino. <<

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[19] La rémora, descrita por poetas del siglo XVI como Du Bartas, Corrozet y Jamyn,

da tema a un capítulo de Rondelet (el XVIII, libro XV) y es utilizada festivamente por
Rabelais para aludir a los inexplicables frenazos y retrasos en los pleitos ante los
tribunales, que causan la desesperación de los litigantes. También ilustra dos
Emblemas de Alciato, o uno solo en realidad: el XX representa a la rémora (junto a
una flecha) con todo el aspecto de una serpiente; pero en el LXXXII, lo representado
es un navío, siempre más fácil de grabar: Kipling no utilizó otra técnica —la de la
exclusión descarada y deliciosa para ilustrar su Precisamente así. <<

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[20] El tratamiento que da Paré al avestruz es, para Kappler, ejemplo convincente de

lo fiel que es el cirujano a la tradición medieval. Aunque sabe, por experiencia


propia, que los avestruces son incapaces de digerir hierro, sigue incluyendo la
afirmación fabulosa en Des Monstres. Delaunay coadyuva a despojar a Paré de
cualquier resquicio de mérito: al comparar el esqueleto del avestruz con el humano,
dice, Paré no innova: Belon lo había hecho ya, y Aristóteles «utiliza en cada página el
método comparativo». <<

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[21] En las Histoires prodigiouses de Boaistuau puede verse la misma ilustración que

emplea Paré para el ave del Paraíso. Boaistuau anuncia su fuente, es Gesner, y llama
al ave «apis Indica»; también explica la etimología de Manucodiata (= ave de Dios),
como el nombre que le dan los habitantes de las Molucas convertidos a la fe islámica.
<<

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[22] Las primeras representaciones de la jirafa se deben a Bernard de Breydenbach, un

viajero de Maguncia del siglo XV, dice H. Naïs. Información que sería muy
tranquilizadora si Baltrušaitis no reprodujese en su Gothique fantastique la figura de
una jirafa cabalgada por una mujer desnuda, que adorna la P de su manuscrito de
hacia 1200. ¿Quién tiene razón? <<

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[23] Charbonneau-Lassay, autor del tremendo Bestiaire du Christ, cree que el
Pirassoipi, con sus dos cuernos, es una solución a la contradicción expresada en
ciertas tradiciones antiguas de la Biblia, como la del salmo XXI: «libera me… a
cornibus unicornium». El doble cuerno justificaría el plural. <<

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[24] Rabelais alude al poder sanador del cuerno del unicornio, tema antiguo si los hay:

lo hace de modo tan obsceno, que prefiero respetar el francés de época, utilizándolo
con las mismas miras que el latín en épocas más pudibundas: «Là me dist Panurge
que son courtault resembloit à une unicorne, non en langaige du tout, mais en vertu et
propriété: car, ainsi comme elle puriffioit l’eaue des maretz et fontaines si ordure ou
venin aulcun y estoit et ces animaulx divers en seureté beuvoient après elle, aussi
seurement on pouvoit après luy farbouller sans danger de chancre, vérolle,
pissechaulde, poullains grenés et telz autres menuz suffraiges, car si mal aucun ou
infection est au trou méphiticgue, il esmondoit tout avecques sa corne nerveuse.
“Quand (dist frère Jehan) serez marié, en ferons l’essays sus votre femme. Pour
l’amour de Dieu soit, puysque nous en donnez instruction tant salubre”». <<

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[25] Gesner ilustra el Camphurch sin nombrarlo. Tiene el rabo más corto que el de

Paré, y sus patas posteriores de palmípedo están representadas de forma más realista.
Pero falta la «mise en scène» de Paré: los peces en el suelo y el paisaje de fondo. La
cabeza y la expresión del animal de Gesner son más caballunas. Para Charbonneau-
Lassay, Pirassoipi y Camphurch tienen, en emblemática, el mismo simbolismo que el
unicornio ordinario. <<

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[26] La representación que da Sebastian Münster de un «Indianischer Aff» que vive

«in dem Peruanischen America» se parece muchísimo al dibujo de Ambroise Paré,


hasta el rostro «wie eines jungen Kinds»; pero la expresión de este mono indio es más
hosca, a lo que quizá contribuya la falta de paisaje y de personajes. Edward Topsell,
que vacilará en la edición de 1658 entre los nombres de Haut y Hauti, sitúa
igualmente el animal en América; da de él una descripción pormenorizada, de lo que
no se desprende con claridad si se trata de un mono o del perezoso. En cuanto al
Ahuti de Flaubert —nuestro Haiit—, forma parte de la enumeración de monstruos
que contiene la tercera versión de La Tentation de saint Antoine. Las versiones de
1849 y 1856 nada dicen de semejante criatura; pero la de 1874 incluye «les oiseaux
qui se nourrissent de vent: le Gonith, l’Ahuti, l’Alphalim, le Iukneth des montagnes
de Caff…». Hay que decir que no se trata solamente de aves que comen viento, sino
también de cuadrúpedos; que las lecturas de Flaubert incluyen a Thevet en su edición
de 1575 (dos volúmenes in-folio), Boaistuau, el Hierozoicon de Bochart, el
Physiologon de San Epifanio, Eliano…; que la significación general de sus
monstruos es científica y filosófica: hay una continuidad en la creación y los
monstruos no son seres «contra natura». <<

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[27] En Morin puede verse el dibujo de una extraña sirena, cuyo cuerpo está
constituido por un enorme ojo profiláctico. Es su ejemplar único del Museo
Británico, y su ojo es el «oudja», el ojo de Horus representado en numerosos
amuletos. Los múltiples ojos del monstruo de Paré ¿serán igualmente profilácticos?
¿Se tratará de su Argus renacentista? <<

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[28] Topsell confiesa tomar su rinoceronte de la obra de Gesner, que reproduce el

famoso grabado de Durero, mucho más perfecto y detallado que el de Paré. <<

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