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Introducción
“La individualización no puede ya entenderse como una mera realidad subjetiva que tenga que ser
relativizada por, y confrontada con, el análisis de la clase [...]; por primera vez en la historia el
individuo está convirtiéndose en la unidad básica de la reproducción social. Por decirlo en pocas
palabras, la individualización está convirtiéndose en la estructura social de la segunda sociedad
moderna propiamente tal” (BECK & BECK-GERNSHEIM, 2003, p. 30).
En este nuevo milenio, el factor personal comienza a ganar fuerza en un mundo donde la
“política de la vida”, en expresión de GOODSON (2005), está siendo cada vez más relevante. A
su vez, no tener en cuenta dicha dimensión personal puede explicar el fracaso de las iniciativas de
reforma. Cambios al margen de los sentimientos, inquietudes e identidades de las genetes, en la
modernidad tardía, están condenados al fracaso. En el fondo, responde a una reacción contra
análisis sociales que han marginado y silenciado la subjetividad y el papel de las gentes en la vida
social, bajo el supuesto de la objetividad y la generalizabilidad. Como dicen MERRILL & WEST
(2009), “el imperativo biográfico, en todos los niveles, puede ser alimentado por la necesidad
de componer la vida y dar significado en una cultura cada vez más fragmentada, individualizada
e impredecible, donde los patrones heredados pueden ser redundantes y la naturaleza del curso de
la vida se torna cada vez más inciertos en un mundo globalizado” (p. 3).
Teddlie y Tashakkori han llamado un “tercer momento” como aquel en que los métodos
mixtos y basados en la evidencia de investigación se encuentran en el centro. Se justifica “aquello
que funciona”, porque permite una mejor comprensión del mundo. El pragmatismo ha surgido
como una plataforma conceptual para, más allá de la vieja (e irreconciliable discusión
paradigmática) abogar por una mezcla de paradigmas Según el análisis de BIESTA (2010), “el
pragmatismo no debe ser entendido como una posición filosófica entre otras, sino más bien como
un conjunto de herramientas filosóficas que se pueden utilizar para resolver los problemas. Una
de las ideas centrales en el pragmatismo es que la participación en la actividad filosófica se debe
hacer en a fin de abordar los problemas, no para construir sistemas” (p. 97).
pequeñas, pero auténticas, narrativas (auto) biográficas, que tienen un potencial para representar
la experiencia vivida. En fin, un cierto desengaño ante las explicaciones de la subjetividad por
referentes extraterritoriales, ya fueran sociológicos o históricos, ha hecho emerger con fuerza la
materialidad dinámica de la palabra del sujeto como constituyente de su conocimiento práctico
personal, de sus ciclos de vida o identidad profesional.
1. EL MARCO BIOGRÁFICO-NARRATIVO
Los investigadores narrativos suelen centrarse en las historias que la gente cuenta, con
una secuencia temporal de eventos (comienzo, intermedio y fin). Como tal, es una forma propia
de discurso que da significado a la experiencia vivida mediante la ordenación de objetos y
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eventos en un todo significativo. Entendemos la narrativa como un modo en que los individuos
dan sentido a sí mismos y al mundo. En la narrativa, “los eventos percibidos por el narrador son
seleccionados, organizados, conectados y evaluados como significativos para una particular
audiencia” (RIESSMAN, 2008, p. 3). Los propios informes de investigación, están compuestos
de narrativas, integradas de cuatro elementos: datos observacionales, relatos que los informantes
cuentan, relatos escuchados por el investigador, y los modelos teóricos (que –a su vez– son
estructuras narrativas) que guían la investigación.
“los seres humanos, individual o socialmente, llevan vidas que pueden historiarse. Las personas
dan forma a sus vidas cotidianas por medio de relatos sobre quiénes son ellos y los otros conforme
interpretan su pasado en función de esas historias. El relato, en el lenguaje actual, es una puerta de
entrada a través de la cual una persona se introduce al mundo y por medio de la cual su
experiencia del mundo es interpretada y se transforma en personalmente significativa. Vista de esta
manera, la narrativa es el fenómeno que se estudia en este tipo de investigación. La investigación
narrativa, el estudio de la experiencia como un relato, entonces, es primero que nada y sobre todo
una forma de pensar sobre la experiencia. La investigación narrativa como una metodología
implica una visión del fenómeno. Usar la metodología de la investigación narrativa es adoptar una
óptica narrativa particular que ve a la experiencia como el fenómeno bajo estudio” (p. 22).
Tanto la dimensión social como la personal y biográfica, como vieron en los años veinte
la Escuela de Chicago, es indisociable de las lógicas del decir: el relato de los sujetos. Los relatos
que la gente cuenta sobre la vida personal hablan de lo que hacen, sintieron, les sucedió o las
consecuencias que ha tenido una acción, siempre contextualmente situados en relación con otros;
no desde un yo solitario o imparcial. La narrativa expresa la dimensión emotiva de la experiencia,
la complejidad, relaciones y singularidad de cada acción; frente a las deficiencias de un modo
atomista y formalista de descomponer las acciones en un conjunto de variables discretas. Como
modo de conocimiento, el relato capta la riqueza y detalles de los significados en los asuntos
humanos (motivaciones, sentimientos, deseos o propósitos), que no pueden ser expresados en
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Las historias de vida posibilitan la construcción de sentido del proyecto de una vida, a
partir de ordenar el bagaje de acontecimientos, vivencias y aprendizajes a lo largo de la vida. A la
vez que organizan las múltiples experiencias de vida en torno a una trama o argumento, con una
dimensión temporal, unas relaciones sociales y un espacio; más radicalmente llegan a constituir
la identidad de lo que cada uno es como proyecto. Al relatar la singularidad de una vida, reflejan
también la colectividad social de la que forma parte. Por eso, las historias de vida se han
empleado en dos dimensiones complementarias: instrumento de investigación cualitativa (red
anglófona de la European Society for the Research in the Education of Adults (ESREA), y
formación de adultos e identidad (la francesa Association Internationale des Histoires de Vie en
Formation (ASIHVIF)).
Cada docente tiene una historia de vida y trayectoria profesional singular, condicionada
por factores contextuales, que se cruzan con sus vidas personales. Pero una cosa es la vida vivida
y otra hacer de la vida una historia, lo que exige un esfuerzo reflexivo para encontrar una trama,
argumento o sentido que relacionen y enlacen las diversas experiencias, en un síntesis de lo
heterogéneo lo llama Ricoeur, a lo largo del tiempo a través de un relato (BOLÍVAR, 2007). La
característica propia de la autobiografía es ser una construcción y configuración de la propia
identidad, más que un relato fiel de la propia vida, que siempre está en proyecto de llegar a ser.
Esta autointerpretación de la propia vida permite hacerla inteligible o darle significado.
Una historia de vida se construye integrando todos aquellos elementos del pasado que el
sujeto considera relevantes para describir, entender o representar la situación actual y enfrentarse
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prospectivamente al futuro. Las historias de vida explicitan y hacen visibles (para sí mismo y
para otros) aquel conjunto de percepciones, intereses, dudas, orientaciones, hitos y circunstancias
que han influido y configurado, de modo significativo, quien se es y por qué se actúa como se
hace. De este modo, dan un orden al conjunto de los sucesos pasados, encontrando un hilo
conductor que establezca las relaciones necesarias entre lo que el narrador era y lo que hoy es. El
relato de los individuos es constituyente básico de su identidad, pues representamos nuestras
vidas (así como las de otros) en forma de narración.
Hay una crisis de los modos paradigmáticos establecidos de conocer, por lo que se
replantea el papel del sujeto investigador y la necesidad de incluir la subjetividad en el proceso de
comprensión de la realidad. Los criterios habituales (validez, generalización, fiabilidad) de
legitimación han empezado a tambalearse (KVALE, 2011). En cualquier caso, como veremos, la
legitimidad epistemológica del enfoque narrativo y (auto)biográfico en la investigación proviene
de un modo propio, no funcionalista, de la compresión de la vida social. En lugar de explicar
causalmente las prácticas sociales, como si los actores fueran “marionetas” dependientes de la
estructura social y escolar (DE MIGUEL, 1996), se entienden que el actor juega en las acciones
un papel de primer orden. La tarea investigadora consiste en solicitar “contar historias” acerca de
los hechos/acciones y, a partir de su análisis/comprensión conjunto, “interpretar” y construir
nuevas historias/relatos, en las que inscribir el posible cambio y mejora.
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conocimiento como información. El interés por la narrativa expresa el deseo de volver a las
experiencias significativas que encontramos en la vida diaria, no como un rechazo de la ciencia,
sino más bien como método que puede tratar las preocupaciones que normalmente quedan
excluidas de la ciencia normal. [...] El significado de la expansión de la metodología narrativa en
la investigación educativa norteamericana es probablemente no tanto una nueva metodología
cuanto una forma de investigación científica humanizada, expresada bajo la narrativa y la biografía
(p. 159)
Si la explicación (explanation) es el modo de dar cuenta de los fenómenos naturales
estableciendo conexiones constantes entre sus elementos; la comprensión (understanding) sería
el modo de dar cuenta de las acciones humanas, desde las intenciones que les confieren sentido.
Ni monismo ni dualismo metodológico, que nos retrotraería a una situación ya superada. En la
medida en que los procedimientos explicativos en las ciencias sociales son homogéneos a los de
las ciencias de la naturaleza, hay una continuidad en el campo científico. Pero, igualmente, la
comprensión aporta un componente específico en el conocimiento de acciones o instituciones
humanas que es irreductible a la explicación causal. Por eso, es más justo plantearla en términos
dialécticos, como reclamaba Ricoeur, donde la explicación ha de ser mediada por la comprensión
y, alternativamente, de la segunda por la primera.
Jerome Bruner ha sido uno de los que más ha contribuido a dar un estatuto
epistemológico al modo narrativo de conocimiento y razonamiento. En su trabajo “Dos
modalidades de pensamiento” (BRUNER, 1988: 23-53) propone que, además de un modo
establecido (pensamiento paradigmático), hay otro modo (“pensamiento narrativo”) por el que los
humanos dan sentido cotidianamente a sus vidas. Esto significó –en su momento– la irrupción en
el mundo psicológico y educativo del programa narrativo, así como una primera –y excelente–
legitimación inicial. Cada modo tiene sus propias formas distintivas para ordenar la experiencia,
construir la realidad y entender el mundo. Representan dos formas de comprender la realidad, no
reductibles uno a otro, y –más relevante– las formas para juzgar la validez también difieren
(BRUNER, 2001).
El modo paradigmático (o convencionalmente establecido) de conocer y pensar, de
acuerdo con la tradición lógico-científica heredada, se caracteriza –ya sea por un modo de
argumentar lógico o hipotético-deductivo– porque su verdad es independiente del contexto, con
una forma de pensar abstracta y formal. Como conocimiento proposicional se expresa,
normalmente, en reglas, máximas o principios prescriptivos. Este modo paradigmático no se
identifica estrictamente con el positivismo clásico, aunque lo comprende.
Por contraste, el segundo, emergente, es el modo narrativo, caracterizado por presentar la
experiencia humana concreta como una descripción de las intenciones, mediante una secuencia
de eventos en tiempos y lugares, en donde los relatos biográfico-narrativos son los medios
privilegiados de conocimiento/investigación.
Si en el primero hay procedimientos de racionalidad y verificación públicos y
compartidos, el modo narrativo es cualitativamente diferente al centrarse en los sentimientos,
vivencias y acciones dependientes de contextos específicos. Este conocimiento narrativo es
también otra forma legítima de construir conocimiento, que no debe ser recluido al ámbito de las
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expresiones emotivas:
Los dos modos (si bien son complementarios) son irreductibles entre sí. Los intentos de reducir
una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la otra hacen perder inevitablemente la rica
diversidad que encierra el pensamiento. Además, esas dos maneras de conocer tienen principios
funcionales propios y sus propios criterios de corrección. Difieren fundamentalmente en sus
procedimientos de verificación (BRUNER, 1988, p. 23).
Frente a un modo de argumentar lógico, abstracto y formal, el modo narrativo de
conocimiento parte de que las acciones humanas son únicas y no replicables, dirigiéndose a sus
características distintivas. Su riqueza de matices no puede, entonces, ser exhibida en definiciones,
categorías o proposiciones abstractas. Si el pensamiento paradigmático se expresa en conceptos,
el narrativo lo hace por descripciones anecdóticas de incidentes particulares, en forma de relatos,
que permiten comprender cómo los humanos dan sentido a lo que hacen. Por ello mismo no debe,
a riesgo de estrangularlo, ser reducido a un conjunto de categorías abstractas o generales que
anulen su singularidad.
La oposición establecida entre paradigmático versus narrativo no implica –como hemos
advertido– que aboguemos por una dicotomía (un estudio científico-racional de la conducta
humana, y una comprensión narrativa), resucitando el viejo dualismo decimonónico entre
“ciencias naturales” y “ciencias humanas” o sociales, entre lo nomotético y lo idiográfico, entre
hacer ciencia y hacer arte; por fortuna superado. Se trata, recordaba Bruner, de modos
complementarios, reclamando –únicamente– legitimidad epistemológica al modo narrativo, sin
desdeñar las excelencias del primero, suficientemente demostradas. Como antes señalábamos,
siguiendo a Ricoeur, en el caso de las ciencias sociales, la explicación empírico-natural debe ser
mediada y complementada por la comprensión hermenéutica.
De modo similar, POLKINGHORNE (1988) contrasta el conocimiento narrativo de las
ciencias humanas, con el conocimiento de las ciencias físicas o naturales. Las primeras, “no
producen conocimiento que conduzca a la predicción y control de la experiencia humana; en su
lugar, generan conocimiento que profundiza e incrementa la comprensión de la experiencia
humana” (p. 159). Este conocimiento organiza los acontecimientos en unidades integradas de
significado, los hechos son dispuestos en secuencias, en lugar de categorías. El conocimiento
narrativo, en contraste con el científico de la tradición positivista, se preocupa más por las
intenciones humanas y significados que por los sucesos o hechos discretos, más por la coherencia
que por la lógica, la comprensión en lugar de la predicción y control.
Desde esta perspectiva, es importante advertir, que muchos diseños cualitativos,
habitualmente, emplean modos de razonamiento que pretenden imitar, a su modo, los
convencionalmente establecidos. Los diseños cualitativos suelen poner el énfasis en la
construcción o generación inductiva de categorías, que permitan clasificar los datos recogidos por
grupos de categorías similares. Mediante un proceso analítico los datos son fracturados,
conceptualizados, agrupados e integrados en categorías, como en los análisis de “teoría
fundamentada” de Glaser y Strauss. De este modo, el análisis cualitativo consiste en un proceso
recursivo entre los datos y la emergencia de definiciones categoriales, mediante un proceso de
producir clasificaciones, organizando los datos de acuerdo con un conjunto especificado y
selectivo de dimensiones comunes. En esta medida, no difieren de los llamados análisis
cuantitativos, sólo que ahora las categorías no están predeterminadas (como en un cuestionario)
sino que son inducidas o hechas emerger de los datos.
Lo propio, entonces, del modo paradigmático de pensar, que incluye –como acabamos de
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podemos contentarnos con restituir las palabras de los entrevistados, hay que resituarlas en el
contexto sociocultural del grupo de referencia. No basta dar de modo ingenuo la voz a la práctica,
si se ignora que esa práctica está inmersa en una estructura social y es manifestación de un
sistema social y político, en que vive y trabaja el profesorado. El enfoque narrativo tiene el grave
peligro de limitar la visión y, con ello, al permanecer presa de sus propios límites, de
imposibilitar cualquier cambio.
En relación con el profesorado, como ha señalado Goodson, dar las voces a las
profesores, sin entrar en el análisis de las estructuras y sistemas, puede ejercer un papel
conservador (BOLÍVAR, 2005). Aislar los relatos y estudios de las vidas de los profesores de
dichos contextos sociales conduce a una política ingenua: reflexionar sobre las propias biografías
o sobre las imágenes personales de la enseñanza, sin conectarlas con otras historias o geografías
sociales que las han hecho posibles. Esto sólo puede lograrse: a) estudiando el conocimiento
personal y profesional docente en sus voces, pero en el contexto social que se produce (y, en
parte, lo explica); b) estudiar la vida y trabajo docente formando parte de un contexto social más
amplio, en la perspectiva de una “construcción social de la enseñanza”. De este modo, dice
GOODSON (1997:140),
“los relatos de acción de los profesores pueden ser puestos en conexión con `historias del
contexto´. De este modo, los relatos de los profesores, más que limitarse pasivamente a ver la
reconstrucción continua de la enseñanza, deben llevarnos a desarrollar comprensiones de la
construcción social y política. Es un movimiento del comentario de lo que es a la cognición de lo
que debe ser”.
Si bien en las historias de vida aparecen todo un conjunto de datos personales, no pueden
permanecer como personal y privado, exigiendo inscribirlas en un contexto social. El respeto por
el carácter idiosincrático y singular (autobiográfico y personal) es una cara del asunto que debe
ser considerada, pero esto no debe impedir análisis más contextuales. Los estudios sobre la vida
de los profesores –dice– deben poner en relación la vida individual y la historia social en que se
inscribe. Las Relatos autobiográficos sí, pero reelaboración biográfica también. La metodología
se juega, pues, en la transformación de las “life-stories” en “life histories”, lo que –como
argumentan Goodson y Sikes (2001, p. 17)– no deja de ser “un movimiento peligroso, porque
posibilita a los investigadores un considerable poder colonizador para localizar el relato de vida
con toda sus inevitables selecciones, cambios y silencios”. Pero, sin situar los relatos en las
geografías sociales en que están inmersos, permanecerían aislados de las condiciones sociales y
procesos históricos en que se han construido. La tarea de esta transformación es hacer visible los
modos en que los relatos de vida personales están mediados por imperativos culturales y políticos
más amplios.
esa medida– tener poder de ser generalizables en algún grado. Como, en una bella analogía, ha
dicho STAKE (1998: 46), “la función de la investigación no es necesariamente la de trazar el
mapa y conquistar el mundo, sino la de ilustrar su contemplación”.
Cabe también como estrategia partir de un grupo de historias de vida, para reconstruir un
“tipo ideal” (en el sentido de Weber) de un colectivo. Ferrarotti (1988, p. 60), acertadamente,
planteaba si, en vez de individuos particulares, no fuera mejor recurrir a grupos: “¿Por qué para
renovar el método biográfico no sustituimos la biografía natural por la biografía de grupos
primarios como unidad base heurística?”. Por su parte, Bertaux (1981) señalaba que la vida
individual de una persona particular puede tener un interés científico, en la medida que refleje y
contribuya a esclarecer una situación socio-histórica, estructura social o condiciones de vida
determinadas.
En esta línea propuso tratar los relatos de vida individuales como *récits de pratiques+
(relatos de prácticas): inferir a partir de tal o cual conducta práctica el fondo histórico de
relaciones sociales que están en su base. Esto se conseguiría reuniendo una serie de relatos de
vida pertenecientes al mismo ámbito de relaciones sociales, poniéndolos en relación unos con
otros, así como con las estructuras y contexto histórico en las que se inscriben. Esta conjunción,
por “saturación”, de historias biográficas, pueden reflejar las estructuras y relaciones de dicho
ámbito social.
En esta situación, partiendo de que los relatos no son tan idiosincráticos que impidan su
un tratamiento más generalizado, Goodson (en “Representing teachers: bringing teacher back in”,
recogido en Goodson, 2005) se pregunta, ¿cómo (re)presentar a los profesores en medio de esta
crisis representacional? La salida –con relevancia metodológica– que aporta, como ya ha
aparecido antes, es distinguir entre “relatos de vida” (life story) e “historia de vida” (life history).
El “life-story” es el relato inicial que una persona hace de su vida; por el contrario, el “life-
history” es un relato triangulado, siendo un punto del trípode la propia “life-story”, pero
complementado con los testimonios de otras personas, fuentes documentales, transcripciones o
archivos relacionados con la vida/s en cuestión. Esta “historia de vida” tiene la función de
comprender los patrones de relaciones sociales, construcciones e interacciones en que la vida está
envuelta. “Si la life-story individualiza y personaliza, la life-history contextualiza y politiza”,
afirma. El primero es una narrativa de acciones, el segundo una genealogía del contexto. Los
relatos de vida se tienen que conjuntar e inscribir los relatos de contexto (“story of context”), el
agente (life-story) en la estructura (life-history), que solo puede hacer el investigador mediante
una “history” que inscriba los vidas individuales en los patrones de relaciones sociales.
Narrativas de gentes y narrativas del investigador, fenómenos y método se funden,
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Desde un punto de vista transformacional, la validez no es algo que se pueda lograr por el
empleo de ciertas técnicas. Una vez que se ha rechazado que los cánones positivistas o
tradicionales de investigación sean válidos en el ámbito de las ciencias sociales, se requieren
nociones alternativas de validez dirigidas a lograr una comprensión más profunda, una visión
más amplia e, incluso, una justicia social. LATHER (1993) y otros hablaron de una noción
“transgresiva de validez”. En cualquier caso, como concluyen al final de su trabajo CHO &
TRENT (2006), no cabe esperar encontrar una noción de validez similar a los métodos de
investigación convencionales o cuantitativos. Más bien, se pueden combinar distintas metas
(descripción densa, cambio social) para obtener unos resultados más holísticos válidos.
Los relatos de vida, en muchos casos, han tenido una función complementaria o
suplementaria, cuando no instrumental, a otros medios o técnicas de investigación (por ejemplo,
un amplio cuestionario, ilustrado con casos de entrevistas biográficas). En estos usos, la
metodología biográfica pierde su autonomía propia, desapareciendo el carácter de unicidad e
irreproducibilidad de la historia de vida. En su momento FERRAROTTI (1988) reclamó una
autonomía del método biográfico, contra la tendencia de confinar los relatos biográficos a una
función ilustrativa, no estrictamente necesaria en el contexto y objeto de investigación, marginal
a la obtención de datos y a su análisis.
En una problemática que continua de actualidad, como hemos señalado con motivo de los
“mixed methods”, FERRAROTI (1988) defendía la autonomía de la metodología biográfica, sin
subordinarla a procedimientos cuantitativos. Reivindicando el lugar primario que debían ocupar
los relatos de vida decía FERRAROTI (1983: 49) que: “el método biográfico no puede realizar
gran parte de sus potencialidades heurísticas cuando acepta ser una metodología marginal”. La
revitalización de la metodología biográfica pasa por invertir esta tendencia, abandonando el
privilegio acordado a los materiales biográficos secundarios (cuestionarios, autoinformes,
documentos, etc.), para reivindicar la riqueza del material biográfico primario, obtenido en el
flujo de significado de la comunicación interactiva entre observador y narrador. Un ejemplo
actual de vuelta a darle todo el valor al material biográfico recogido lo representa la obra La
miseria del mundo de Pierre Bourdieu y su equipo, donde el grueso del libro lo configuran 182
entrevistas debidamente ordenadas.
La cuestión, más bien, es cómo lograr una “conexión dialéctica” entre “lo dado” y “lo
vivido”+, entre personalidad y estructura, individuo e institución, grupo y clase, que haga posible
leer una sociedad o grupo profesional a través de los relatos biográficos. A Ferrarotti le gustaba
acudir a la formulación sugestiva de Sartre de “universal singular”, como núcleo de la paradoja
epistemológica del método biográfico. Justo lo que hace único una historia individual se presenta
–entonces– como vía de acceso al conocimiento científico de un sistema social, permitiendo
“leer una sociedad a través de una biografía”, en una formulación propia del marxismo de
Sartre. En este sentido, el método biográfico debe permitir integrar el testimonio subjetivo de un
individuo con la vida como reflejo de una época, la trayectoria vital con un conjunto de normas y
valores sociales compartidos por una comunidad en la que se inscribe el sujeto.
De una posición parecida es partidario GOODSON (2005, 2008), al señalar que, si bien
en las historias de vida aparecen todo un conjunto de datos personales, no pueden permanecer
como personal y privado. Después de todo la ciencia social está preocupada por establecer un
conjunto de procesos y patrones que sean comunes y generalizables. El respeto por el carácter
idiosincrático y singular (autobiográfico y personal) es una cara del asunto que debe ser
considerada, pero esto no debe impedir análisis más contextuales. Los estudios sobre la vida de
los profesores –dice–deben poner en relación la vida individual y la historia social en que se
inscribe, “que nos permita ver la intersección de la historia de vida con la historia social,
ilustrando así las decisiones, contingencias y opciones abiertas al individuo” (Goodson, 2008:
14).
Y es que el problema proviene de que, dado que el sujeto llega a ser un proyecto
reflexivo, en continua elaboración, no una entidad estable y fija, el relato de vida proporciona una
conciencia parcial y selectiva en esa construcción del yo, realizada siempre desde la perspectiva
que da una coyuntura temporal particular. Captar este proceso emergente –señala Goodson–
requiere una modalidad de historia social que capte el yo en un tiempo y espacio, en una especie
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de “cartografía social” del sujeto. Los relatos que los profesores nos cuentan son siempre
singulares, selectivos y específicos, situados en un espacio y tiempo. Por eso mismo deben ser
complementados con otras narraciones del mismo sujeto, en otros espacios y tiempo, en primer
lugar; y con otros medios (documentos, testimonios orales) que ayuden a comprender el contexto
donde toman un sentido más amplio.
Una formulación de Jorge Luis Borges (al comenzar su relato sobre Ulrica) expresa
bastante bien el carácter constructivista de la (auto)biografía: “Mi relato será fiel a la realidad o, en
todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo”. No es, pues, fruto de un registro
“objetivo” de los hechos, sino una construcción para dar significado a la propia vida. La memoria
ocupa un lugar privilegiado en la autobiografía como recuperación e interpretación del pasado y
proyección en un horizonte futuro.
De igual modo que los escritores del llamado “realismo mágico”, el investigador no se
dirige a escrudiñar o establecer el carácter objetivamente verdadero de los hechos, buscando
verificar lo que dice el relato; sino reflejar de la mejor manera cómo ha sido vivido
subjetivamente por el sujeto. La cuestión no es decir la verdad, como correspondencia exacta con
los hechos, cuando decir verdad, es decir ser expresión de una autenticidad, sinceridad, expresión
de lo que se siente, es decir moral. Como decía Lejeune, lo que define al género autobiográfico es la
la relación entre el autor, el narrador y el personaje principal, no la relación de referencialidad con
alguna realidad externa o histórica. Se trata, según Gusdorf de una conciencia en busca de la verdad
personal.
Adoptar una perspectiva narrativa implica que la distinción entre creación (ficción) y
realidad se torna más problemática, como aparece en la paradoja del texto anterior de Borges.
Una historia de vida, por ejemplo, es una recreación, cuyo recuerdo puede no ser exacto, pero –en
cualquier caso– será lo que pesa en el presente, que es lo que importa. La descripción de la vida
va ineludiblemente unida a una interpretación. Como dice Jesús M. DE MIGUEL (1996, p. 29):
El marco de la referencia de lo que se dice, sin desdeñarlo, debe ser suplido por el de la
propia inserción del relato en la vida: cómo está inmersa en una práctica, en su autoría, método
de composición e interpretación. Se le puede exigir “fidelidad”, pero referida no tanto a lo que
realmente sucedió (verdad como correspondencia), cuanto a lo que siente el propio sujeto
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(sentido moral), es decir, autenticidad o veracidad. La autobiografía, señalaba Gusdorf, está más
allá de lo verdadero y lo falso. Como documento de vida se puede verificar –con todo derecho–su
exactitud, pero también es una obra de arte, con una función estética o literaria. A la
investigación no le preocupa tanto, como al historiador, la verdad factual de la historia narrada,
sino cómo la experiencia pasada es rearticulada en un presente y proyectada en el futuro. Como
asevera FREEMAN (2006, p.135): “necesitamos ir más allá de verdad y falsedad, tal como son
entendidas normalmente, y tenemos que reconocer y apreciar la dimensión estética de
autobiografía”.
Cuando un profesor describe por qué enseña de una determinada forma, o sus primeros
años de enseñanza, su relato puede expresarnos una verdad narrativa. Y cuando este relato
alcanza una gran fuerza expresiva, parece dejar de tener sentido preguntarse si es “verdadero”: su
verdad está en dicha expresividad y en poder persuadirnos de que así sucedieron las cosas o las
vivió. No obstante, en la investigación narrativa, metodológicamente, es preciso diferenciar,
como necesitaban los psicoanalistas con los relatos de sus pacientes (SPENCE, 1984), entre
“verdad histórica” y “verdad narrativa”. La verdad histórica se refiere a si los hechos descritos
narrativamente se corresponden con lo que sucedió en determinados espacios y tiempos, que
puede ser corroborado de diferentes formas (entre ellas, en la investigación cualitativa, por
“triangulación”). La verdad narrativa, por el contrario, se refiere a lo que es sentido, captado y
expresado con coherencia, verosimilitud, autenticidad o convicción; es decir, aquello de lo que
predicamos que es un buen relato (literario o no). Podríamos acudir aquí a la metáfora de
BRUNER (1988) de que el relato, normalmente, construye “dos paisajes simultáneamente”: el
exterior de la acción, que se dirige a lo que el protagonista hace o ha hecho en unas
circunstancias; y el paisaje interior de la conciencia o intenciones, que se centra en lo que cree o
siente. Si al primero podemos exigirle una cierta verdad histórica, el segundo se mueve en la
verdad narrativa.
Una teoría de la verdad como correspondencia no es defendible en la investigación
biográfica, aún cuando haya autores que la han reclamado. Más que centrar la cuestión de la
verdad en su relación o no con la “realidad”, es mejor enfocarla en relación con su forma de
representación (KVERNBEKK, 2007). Como ha defendido Ricoeur, son la conjunción de los diversos
elementos, en la contrucción de una trama, lo que hace que la narración sea significativa y con un sentido
(principio, medio, final). La narrativa –cuando contiene una auténtica historia de vida– es también,
como hemos visto que ha argumentado Bruner, un modo de ordenar el mundo y construir
realidad. Más que en términos de correspondencia, la investigación narrativa habría que juzgarla
como proceso de construcción. Es decir, con cuestiones tales como: ¿qué voces están
representadas?, ¿qué procedimientos se han seguido en su composición?, ¿qué principios se han
tenido en cuenta en la selección de los elementos narrativos?
Por su parte, desde una perspectiva foucaultiana, Nikolas Rose (1996), puso de manifiesto
cómo las narrativas de vida, biografía y autoformación se puedan inscribir dentro de los nuevas
tecnologías de gobernación de los individuos del “liberalismo avanzado”, cuya esencia consiste
en hacerlos responsables. Esta nueva configuración de la individualidad, con la ilusión de
autorrealización, propugna una ética de la personalización como nueva fórmula de reinventar
contemporaneamente el hacerse a sí mismo. Las biografías, convertidas en objeto de saber, se
convierten en procedimientos de objetivación de los individuos en sujetos. Que, en su lugar,
puedan ser un instrumento de autonomía individual o de capacitación profesional, exige
explicitar y negociar al máximo las condiciones de su ejercicio y uso.
No sería exagerado afirmar que la lucha diaria por una vida propia se ha convertido en la
experiencia colectiva del mundo occidental. Expresa lo que queda de nuestro sentimiento
comunal. [...] La ideología del mercado neoliberal pone en práctica la atomización con toda su
voluntad política. [...] Vivir la propia vida puede significar que muchos de los conceptos y
fórmulas de la primera modernidad se han tornado inadecuados. La biografía normal se convierte,
así, en biografía electiva, reflexiva (BECK & BECK-GERHSHEIM, 2003).
El problema proviene, además, de que, dado que el sujeto es a ser un proyecto reflexivo,
en continua elaboración, como han resaltado Giddens o Ricoeur, no una entidad estable y fija, el
relato de vida proporciona una conciencia parcial y selectiva en esa construcción del yo, realizada
siempre desde la perspectiva que da una coyuntura temporal particular. Captar este proceso
emergente –señala Goodson– requiere una modalidad de historia social que sitúe el yo en un
tiempo y espacio, en una especie de “cartografía social” del sujeto. Los relatos que los profesores
nos cuentan son siempre singulares, selectivos y específicos, situados en un espacio y tiempo. Por
eso mismo deben ser complementados con otras narraciones del mismo sujeto, en otros espacios
y tiempo, en primer lugar; y con otros medios (documentos, testimonios orales) que ayuden a
comprender el contexto donde toman un sentido más amplio.
En cualquier caso, además de hacer visible las voces y sentimientos de los docentes o de
ser un elemento de reafirmación del conocimiento profesional, las (auto)biografías pueden
constituir una plataforma para conocer los efectos de la reestructuración de la educación en las
vidas docentes. En este contexto, ¿puede tener el valor de una contracultura devolver la voz al
docente, frente al silencio de dejarlo en la sombra que los investigadores, poderes fácticos o
simplificaciones que efectúan los medios o la administración han hecho en las últimas décadas?
La política emancipatoria de la primera modernidad, en esta segunda modernidad requiere
conectarse con la política de la vida. Con la lucidez que le caracteriza, dice BAUMAN (2001),
que nuestra individualidad es producida socialmente es a estas alturas una verdad trivial; pero sigue
haciendo falta repetir con más frecuencia el reverso de esta verdad: la forma de nuestro carácter social
y por tanto de la sociedad que compartimos depende a su vez de la manera en que se enmarca la tarea
de la individualización y en que se responde a ella (p. 165). REFERENCIAS
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