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Buenas tardes!
Los invitamos a leer la introducción de algunos conceptos y procesos vinculados a los dos
primeros módulos del curso. También es preciso leer la bibliografía obligatoria. Al final del
texto, proponemos un trabajo práctico.
Desde la sociología, hablamos desde hace algunas décadas de la ruptura de las relaciones
lineales entre educación, trabajo y juventud. ¿Qué quiere decir esto?
La problematización de la inserción laboral juvenil desde la década de los ochenta del siglo
pasado. Desempleo, precarización, ruptura de las trayectorias lineales entre educación y
trabajo de la juventud fue el trasfondo para el desarrollo de nuevas conceptualizaciones
(Jacinto, 2010). La crisis del empleo configuró incertidumbres sobre esas transiciones en el
marco de grandes transformaciones de la organización del trabajo.
En un texto ya clásico, Castel (2009) sintetizaba del siguiente modo las cuestiones que afectan
típicamente a los jóvenes en relación a las transiciones educación-empleo:
a) Algunxs jóvenes con educación secundaria y más, y pertenecientes a sectores sociales
medios y altos, tienen más chances de obtener un empleo que los adultos, pero muy
probablemente precarios. En efecto, los segmentos de entrada al empleo, en particular en los
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servicios, secaracterizan por su precariedad.
b) Lxs jóvenes menos educadxs están afectados por la relegación estructural del mercado de
trabajo, y su vida transcurrirá entre “changas”, trabajos ocasionales, etc. Todo ello en el marco
de una sociedad líquida y desigual, donde el consumo ha reemplazado al empleo como eje de
la identidad social. En este contexto, se han producido rupturas en los procesos inter-
generacionales de transmisión de la llamada “cultura del trabajo”, acerca del sentido mismo de
trabajar, de la concepción del empleo deseado en cada etapa biográfica. Ello se vincula al mismo
tiempo con cambios tecnológicos, socio-políticos y a los culturales, que van configurando
nuevas maneras de ser joven y diversas juventudes según los contextos sociales, institucionales
y biográficos.
Esas desigualdades reflejan al mismo tiempo diferencias de oportunidades biográficas y
segmentaciones societales construidas socio-históricamente. La “devaluación de credenciales
educativas” (concepto acuñado por el sociólogo Pierre Bourdieu, ver más adelante) se observa
más agudamente en los grupos sociales que han accedido recientemente a la finalización del
nivel secundario: ellos son quienes menos logran hacer “rendir” esa credencial para lograr
mayor acceso y mejores empleos (Jacinto, 2018). El capital social, los contactos personales y las
recomendaciones frecuentemente juegan un papel fuerte para el acceso a empleos decentes.
Este resultado no es extraño: las desigualdades son multidimensionales y se potencian, en el
marco de estructuras sociales y laborales heterogéneas.
Si en lugar de adoptar una perspectiva macro-social, se parte de los itinerarios de lxs jóvenes,
se evidencian biografías socio-históricamente situadas. Dubar (2001) muestra con claridad
analizando el caso francés, cómo se inscriben dichos itinerarios en cada contexto nacional en
una lógica atravesada por las estructuraciones del mundo educativo-formativo y el productivo,
y sus regulaciones. Varían según las condiciones que los rodean, en distintos estratos
socioeconómicos, el género, la generación, el contexto local y sus oportunidades educativas y
laborales. Evidentemente también el nivel educativo, la calidad y especialidad de su formación
influyen en la inserción. Ahora bien, se entre diversos autores la medida y la forma en que estos
factores determinan o condicionan las biografías. Desde perspectivas subjetivistas (por
ejemplo, Longo, 2010) la voluntad, las disposiciones y/o deseos de lxs jóvenes de continuar sus
estudios y/o de postergar ciertas funciones y actividades, ocupan un papel, pero condicionado
biográficamente.
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Sin embargo, cabe discutir si esta definición es discutible actualmente a la luz de las
precariedades que atraviesan lxs jóvenes en sus procesos de inserción.
En la actualidad, los títulos o “credenciales educativas”1 están devaluadas respecto a su valor
durante las primeras siete u ocho décadas del siglo pasado. Este fenómeno ha sido largamente
probado por estudios sobre relaciones entre educación y trabajo. Así la vieja creencia popular
(basada en fenómenos observables durante un siglo) de que el estudio era la base de la
movilidad social ascendente, está cada vez más puesta en duda. “Estudiá, que te va a ir bien
en la vida” ha perdido su vigencia (al menos como fórmula mágica) en el marco de las grandes
transformaciones de nuestras sociedades, el cambio en los modelos de acumulación y el
aumento de las desigualdades. La creencia optimista de que existe una correlación entre nivel
educativo (o títulos) e ingresos o calidad del empleo, o entre educación y movilidad social, hace
rato que no tiene respuestas lineales (Jacinto, 2018).
Sin embargo, como veremos, tampoco significa que no exista relación entre ambos
fenómenos. Para decirlo en otros términos, se trata de relaciones complejas y cambiantes. La
credencial educativa tiene un valor, pero relativo y desigual, en el desarrollo de trayectorias
post-escolares. En efecto, desde hace tiempo lxs jóvenes más educados tienden a desplazar a
los menos educados, aún en empleos que no parecen demandar altas calificaciones técnicas,
ante la escasez de empleos disponibles para todos (el denominado efecto “fila” (introducido
por Carnoy, y aplicado por Filmus y otros (2001) para el caso argentino). Este fenómeno es, por
una parte, generalizado y por otra, atravesado por las desigualdades.
La adecuación entre sistemas productivos, y sistemas educativos es en realidad una “ilusión”
que motorizó desde los años sesenta del siglo pasado los intentos de planificación desarrollista
de los requerimientos de mano de obra2. Sin embargo, ambos sistemas llevan adelante lógicas
diferentes. Ello ha sido evidenciado por estudios tanto desde el punto de vista macro social
como desde el institucional. Por ejemplo, algunos autores como Tedesco (2012) y Gallart
(2006) llaman la atención acerca de que el desarrollo de la educación técnica en Argentina no
solo tuvo en cuenta los “requerimientos” del mercado sino una demanda social creciente por
ingresar a la educación secundaria.
En el caso de América Latina, esencialmente dos conceptualizaciones han iluminado este
cuestionamiento a la linealidad de la adecuación entre niveles educativos, oferta formativa y
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la
inserción laboral, planteado en las primeras versiones de la Teoría del Capital Humano (Jacinto,
2016).
Desde la educación, se ha evidenciado que su expansión se produjo con un grado creciente de
segmentación, configurando circuitos educativos de desigual calidad según los orígenes socio-
económicos y capitales culturales de los hogares de lxs estudiantes, sumados a las diferencias
y diversidades étnicas, de raza y de género. La baja calidad de la educación a la que acceden
niñxs y jóvenes provenientes de hogares con bajos ingresos también motiva desventajas ante
la inserción laboral. Esto enfrenta a los pobres que logran terminar el nivel secundario ante el
sentimiento de que el esfuerzo educativo no se condice con las oportunidades que se
encuentran en el mercado laboral (Jacinto y otros, 2007).
Desde el lado de las miradas sobre el mundo del trabajo, el concepto de heterogeneidad
estructural (HE) introducido por la CEPAL, casi desde sus orígenes, refleja en todos los campos
las grandes diferencias inter e intra-sectoriales, regionales, sociales, políticas, etc., En todo
caso, en general se estima que, bajo las formas de HE, la que se presenta en el terreno
económico tiene un significado básico o también causal para el campo social, político y cultural.
Posteriormente, se introdujeron otras dimensiones como género, territorio, ambiente. La
heterogeneidad productiva se refiere a la coexistencia dentro de las estructuras productivas y
entre los sectores económicos: grandes diferencias de productividad del trabajo entre sectores
y dentro de ellos, con innovaciones tecnológicas que se difunden lenta y desigualmente. A lo
largo de las décadas, una evidencia persiste en la región: la concentración de la mayor parte
del empleo en las actividades de muy baja productividad y salarios (actividades informales o
de subsistencia) que es una fuente de persistente desigualdad (CEPAL, 2016).
Habitualmente se le ha demandado a los sistemas de educación y formación tener en cuenta
a las “grandes” transformaciones tecnológicas, la globalización y la apertura de los mercados,
y las demandas en la sociedad del “conocimiento”. Sin embargo, desde la mirada de la
heterogeneidad estructural y las múltiples desigualdades, esas supuestas demandas toman
otra configuración. Aún en países como la Argentina, el mercado de trabajo informal ocupa al
menos un tercio del mercado de empleo. Mientras que el sector formal se integra al mundo
globalizado, buena parte del amplio sector informal conservó formas de organización
tradicionales, e incluso algunos sectores formales, demandan competencias polarizadas según
las ocupaciones y sectores productivos. Al mismo tiempo, la precariedad laboral alcanza
también el mercado de trabajo formal de trabajo. Además, el “trabajo” no implica solo el
“empleo”. El autoempleo informal ocupa parte relevante del trabajo en la región. Asimismo,
de la mano de políticas de protección social, la economía social incluye emprendimientos y
empresas recuperadas que insertas en cadenas de valor y con el apoyo, al menos inicial, del
Estado, han logrado ser rentables individual y socialmente, aunque con alcance cuantitativo
sea limitado (y en muchos casos, precisen de mayores regulaciones y apoyos para insertarse
en cadenas de valor). Como señala Ibarrola (2014) se trata de reconocer la situación para
ampliar la discusión y habilitar nuevos planeamientos. La competitividad de las empresas, por
un lado, y la inclusión social, la ciudadanía, el desarrollo comunitario y local, por otro lado,
¿pueden ser parte de un mismo paradigma inclusivo, que oriente la formación para el trabajo
de jóvenes comprendida como un proceso de educación y formación a lo largo de toda la vida?
La segmentación territorial constituye otra dimensión de las desiguales trayectorias juveniles.
Los estudios que analizan barreras socio-culturales y socio-territoriales que restringen el
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acceso de los jóvenes pertenecientes a hogares en situación de pobreza (Jacinto, 2006;
Roberti, 2018, Freytes, 2016) al mundo del trabajo formal. La “portación de cara” extendida a
la “portación de barrio”, e incluso discriminaciones raciales y étnicas de todo tipo recortan
fuertemente las oportunidades de acceder a ciertos mundos del trabajo. En estas condiciones,
las estrategias de intermediación laboral, cuando existen, tienen serias limitaciones aunque
algunos ejemplos aportan las circunstancias y formatos de intervención en las que pueden
crear los puentes con empleos de calidad tan lejanos.
Teniendo en cuenta las temporalidades, otra dimensión cobra valor desde el punto de vista de
las biografías de educación y trabajo: el efecto “generación social”, vinculada a los tiempos
históricos que les toca vivir como grupo generacional (Longo, 2018; Miranda y Córica, 2018).
En particular, aquellos que afectan ciertos hitos institucionales en las trayectorias, tales como
cambios en regulaciones educativas o laborales (por ejemplo, reformas educativas o leyes de
re-organización de la oferta), crisis económicas cíclicas que afecten particularmente las
primeras inserciones); dispositivos de apoyo a la inserción creados desde las políticas públicas
o cambios en la agenda pública (agenda de género y movimientos sociales al respecto).
El declive de la ilusión meritocrática ha llevado al desencantamiento de muchos jóvenes. Ello
se vincula a la distancia entre las expectativas vinculadas a la educación y formación, y la
realidad del mundo del trabajo con el que se enfrentan. No por nada los y las jóvenes con
títulos de nivel secundario muestran a nivel estadístico mayores niveles de desempleo que
aquellos menos calificados3 debido a sus expectativas de acceder a puestos de mayores niveles
de calificación. Esa desilusión que abarca con matices a todos los y las jóvenes que terminaron
la secundaria, se transforma en desasosiego en aquellos que, sin ningún título escolar, solo
tienen el recurso de la fuerza física y “valores de virilidad” en el caso de los hombres (Mauger,
2011: 28), o el servicio doméstico en las mujeres. En este sentido, desigualdades de género
también complejizan los vínculos educación-trabajo, planteando desventajas y exclusiones
específicas entre las mujeres jóvenes.
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Una serie de indicadores basados en Encuestas de Hogares que muestran estos procesos en diversos países
de América Latina y en su evolución en el tiempo pueden ser procesados desde la base de SITEAL-IIPE-
UNESCO.
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Trabajo práctico
Mejorhablar3_T03C02_HD_PA-PP-16930PA-PP-18111.mp4
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Bibliografía citada en la clase
Casal,J. Merino,R. y Garcia, M. (2015), “Pasado, presente y futuro de los estudios sobre
las transiciones de los jóvenes”, Revista de estudios de juventud, Diciembre 15 | nº
110, pp 70-81
Jacinto, C (Coord) (2018) “Los mundos del trabajo en los Procesos de Inserción: tránsitos
y quiebres entre la educación, formación profesional y trabajo. Introducción”, en El
secundario vale. Saberes, certificados y títulos técnicos en la inserción laboral de
jóvenes, Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, pp 17-32
Verdier, E., Vultur, A.(2018) La inserción laboral de los jóvenes: un concepto histórico,
ambiguo y societal, Cuestiones de Sociología, diciembre 2019, e067.
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/library?a=d&c=arti&d=Jpr9548
Bibliografía Optativa
Castel, R. (2010) “Los jóvenes tienen una relación específica con el trabajo?” En El
ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del individuo, Buenos
Aires, FCE, “Prefacio. Una gran transformación” (pp. 15-52)
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Para citar esta clase:
Jacinto, C. (2020) Clase virtual: Enfoques sobre la relación ente juventud, educación, trabajo.
Inserción y transiciones de la educación al trabajo, Seminario Transición Educación- Trabajo,
Módulo I, Clase I, Posgrado de la Facultad de Psicología, UBA