Está en la página 1de 2

Pierre Molinier, o el sórdido encuentro de una muñeca y

un strap-on sobre la mesa de montaje

Ignacio Cobo*

Poco es decir que Pierre Molinier (1900-1976), fotógrafo, pintor y


poeta, alteró la realidad del sexo a través de su cámara. Más justo
sería parafrasear a Jean Baudrillard y decir de él que siempre veló
por destruir el orden de Dios. Como la seducción misma, que es el
arte de las apariencias. Y es que su obra fue un intento por
recuperar lo andrógino como un más acá del cuerpo, de su cuerpo,
un estado anterior a las rígidas fronteras impuestas entre lo
masculino y lo femenino.
En sus retratos, la máscara y el maquillaje –como la 1
presentación del ano, ojo y órgano (a)sexual universal– ayudaron a
disimular la identidad biológicamente masculina del autor. De ahí
su elección por la estética sadomasoquista y el travestismo,
considerado como equívoco o torsión de cualquier sexualidad
legítima. Junto a la utilización del fotomontaje, el disfraz permitió
a Molinier recrear una anatomía indefinida y monstruosa, basada
en la transgresión y en una puesta en escena perversa.
Guido Ceronetti, en esas fascinantes reflexiones que
constituyen El silencio del cuerpo, escribió eso de que el collage
nos permite destrozar seres humanos y muchedumbres sin incurrir
en el crimen verdadero. Escapando al orden ingenuo de lo mal
llamado “natural” (e incluso de lo propiamente "humano"),
Molinier utilizó dicha técnica en pos de la multiplicación del

*
Ignacio Cobo nació en Santiago de Chile un 6 de noviembre de 1990. Es
Licenciado en Literatura y actualmente se desempeña como editor, oficio que
conjuga con la escritura y la confección de collages digitales. Correo de
contacto: ignacioandres.cobo@gmail.com. También en Instagram y Twitter
fetiche y la hipertrofia del cuerpo. Como se evidencia en su libro
Le Chaman et ses Créatures, la proliferación y dislocación de las
extremidades transfiguró el objeto pornográfico en quimera,
acercándolo más al esperpento de laboratorio que seduce por su
hibridación, y alejándolo de los ideales eróticos de su tiempo.
Sin embargo, en Molinier la promesa de la androginia pasó
más por el reemplazo del pene que por el travestismo. Frente a la
idea de un sexo fijo y determinado, un sexo sujeto, negar el
miembro debe entenderse como una estrategia de subversión desde
el momento que aquél es canjeado o depuesto por el dildo. La
prótesis o godemiché supera al natural tanto en efectividad –allí
donde siempre erecto escapa de cualquier disfunción–, como en su
capacidad de cuestionar la genitalización del goce. En palabras de
Paul B. Preciado, autor de El Manifiesto contrasexual, el dildo
reconfigura la parcialidad de lo erógeno, poniendo en cuestión “la 2
idea de que los límites de la carne coinciden con los límites del
cuerpo”.
Ejemplo de ello fue su “Autoportrait avec éperon d'amour”
donde, en una procaz operación de recorte, el pene es trasladado a
través del cuerpo hasta convertirse en espuela, o espolón de amor.
Como si respondiera al psicoanálisis, la amputación de Molinier
demostró que la castración no es tanto el final trágico temido por
los hombres, sino el prólogo de una nueva gama de posibilidades
sexuales. Las piernas enfundadas en encaje se convertirán así en
falo, rizando el rizo de lo ya erótico por antonomasia y poniendo
de relieve la anatomía erógena de una creatura imposible: una
identidad prohibida surgida de lo que pareciera ser el encuentro
sórdido de una muñeca y un strap-on sobre la mesa de montaje.

También podría gustarte