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Celebracion Dominical
Celebracion Dominical
la Celebración del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A), en medio de la pandemia del Coronavirus COVID-19.
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Subsidio Litúrgico para la Celebración del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)
Diócesis de Maturín - Comisión de Liturgia
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XXIV DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)
CELEBRACIÓN DOMINICAL VIVIDA EN FAMILIA
Monición de Inicio:
Un miembro de la Familia se dirige a todos con las siguientes palabras:
Querida familia:
No es fácil perdonar. Sobre todo cuando hay heridas profundas; cuando el ofensor no
da muestras de arrepentimiento.
El ser humano siente la necesidad de justicia; incluso lo acecha el impulso a la
venganza.
En este Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia nos plantea un
tema crucial para el cristiano: la necesidad de perdonar; Jesús ilustrará su respuesta a
Pedro con un contundente parábola. La misericordia de Dios es infinita. ¿Hasta dónde
llega la nuestra?
Confiados en la misericordia de Dios y en su amor inmenso, participemos de este
encuentro de oración y escucha de su Palabra en familia.
Ritos Iniciales
Canto de Inicio JUNTOS CANTANDO LA ALEGRIA
El Padre de Familia o quien presida la celebración inicia con la invocación trinitaria, signándose:
En el nombre del Padre +, del Hijo y del Espíritu Santo
R./ Amén.
Acto Penitencial
Quien preside la celebración invita al acto penitencial que, después de una breve pausa de silencio,
hacen todos juntos una fórmula de confesión general
Hermanos para iniciar dignamente nuestra celebración reconozcamos humildemente
nuestros pecados. (Momento de silencio)
Tú perdonas nuestras culpas. R./ Señor, ten piedad.
Tú nos coronas de amor y de ternura. R./ Cristo, ten piedad.
Tú no nos tratas según nuestros pecados. R./ Señor, ten piedad
Todos dicen
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna. Amén
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Seguidamente todos proclaman el Himno Litúrgico del Gloria:
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso
Señor, Hijo único, Jesucristo.
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.
Oración
De pie. El que preside dice:
Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos y
concede que te sirvamos de todo corazón, para que experimentemos los efectos
de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R./Amén.
Liturgia de la Palabra
PRIMERA LECTURA: Si 27, 33-28, 9 Perdona la ofensa a tu prójimo para obtener tú el
perdón..
Del libro del Sirácide (Eclesiástico):
Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra
a ellas. El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus
pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?
El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus
pecados? Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados,
¿hallará quien interceda por él?
Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda
los mandamientos.
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Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo. Recuerda la
alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.
Palabra de Dios. R./ Te alabamos, Señor.
SEGUNDA LECTURA: Rom 14, 7-9 En la vida y en la muerte somos del Señor.
De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos:
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo.
Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto,
ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo
murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios. R./ Te alabamos, Señor.
EVANGELIO Mt 18, 15-20 No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete
Del santo Evangelio según san Mateo
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a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey
tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros,
que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba,
mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba:
‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escuchado, sino que
fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al
rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda
aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión
de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’. Y el señor, encolerizado, lo entregó
a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de
corazón a su hermano”.
Palabra del Señor. R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
Para la Reflexión: Se recomienda leer la Catequesis de Mons. Enrique Pérez Lavado el XXIV
Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo A publicada en las medios digitales de la Diócesis de
Maturín o bien, las pistas para la Lectio Divina que a continuación se presenta
“El perdón es una de las modalidades del amor. Una de sus más exigentes. Porque
en la convivencia humana en general, y en las distintas formas de convivencia familiar
o comunitaria, pueden surgir problemas, malentendidos, discusiones e incluso ofensas
entre las personas. En este caso, un cristiano está llamado a la reconciliación. Y el
camino de la reconciliación pasa por el reconocimiento del propio pecado y/o por el
perdón al ofensor. San Pablo exhortaba a los cristianos al perdón mutuo, siendo Cristo
la clave de este perdón: “como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros”
(Col 3,13).
De la misma forma que el amor tiene distintas dimensiones y alcances (amor entre
los esposos, amor a los familiares, a los conocidos, a los compañeros de trabajo), y el
amor cristiano alcanza dimensiones universales, pues no conoce límites, encontrando
en el amor al enemigo, al que no se lo merece, su alcance más universal, también el
perdón cristiano tiene distintas dimensiones y un alcance universal. El perdón no tiene
límites. A Jesús le formulan una pregunta sobre los límites del perdón: ¿cuántas veces
hay que perdonar? Pregunta muy lógica y muy humana. Jesús responde que, para sus
seguidores, el perdón no tiene límites, puesto que hay que perdonar siempre y en toda
circunstancia. No es fácil el perdón, como tampoco es fácil el amor. Pero hace feliz.
El auténtico amor y el auténtico perdón son gratuitos. Por eso su alcance es universal.
Lo que tiene precio es siempre limitado. Y lo más interesante: el perdón no es un favor
que hacemos el ofensor, es un bien que nos hacemos a nosotros. El primer beneficiario
del perdón es el que perdona.
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Una cosa sobre la parábola de hoy. Pues los títulos con los que recordamos algunas
parábolas pueden desorientar. Así ocurre, por ejemplo, con la conocida como parábola
del hijo pródigo. Espontáneamente nuestra mirada se dirige a este hijo. Cuando así
ocurre vamos mal orientados. Porque el protagonista de la parábola del hijo pródigo
no es ninguno de los dos hermanos. Ellos no son nuestro punto de referencia. Nuestra
mirada debe dirigirse al Padre, que representa a un Dios que acoge a todos los que
están alejados de él, a los dos hermanos que están fuera de casa, y quiere que los dos
participen en el banquete que prepara para todos.
Lo mismo ocurre con la parábola que hoy hemos escuchado. El protagonista no
es ninguno de los dos siervos. Nuestra mirada debe dirigirse al verdadero protagonista,
que es el rey. Un rey que perdona “lo que no está en los papeles”, que perdona
incondicionalmente al que no puede pagarle de ninguna manera. Este rey debe atraer
nuestra mirada. En él podemos ver al Dios que en Jesucristo se revela, un Dios que
perdona sin condiciones, que acoge a los pecadores, Dios de misericordia y de bondad.
Este Dios se revela en su Hijo Jesús, que en la cruz perdona a sus enemigos. Jesús, el
verdadero rey (“rey de los judíos”), en la cruz, no solo perdona, sino que se convierte
en el abogado defensor de sus asesinos: “perdónales, porque no saben lo que hacen”.
La parábola de hoy nos invita a identificarnos con este sorprendente rey perdonador.
Hay un problema. No por parte del rey que perdona sin condiciones, sino por
parte del destinatario del perdón. Porque el perdón, como el amor, necesitan ser
acogidos, para producir su efecto transformador. ¿Y cuando son acogidos? Cuando
se transmiten. El problema del siervo llamado inicuo es que no ha sabido acoger el
perdón. La prueba está en que no lo transmite, no lo comparte. Por eso, en la oración
de Jesús se nos recuerda que, para ser de verdad perdonados, para que el perdón nos
cambie y produzca efectos transformadores, necesitamos perdonar nosotros también a
los que nos ofenden. Al hacerlo nos identificamos con el Padre celestial. A él tenemos
que mirar, a este rey de la parábola que lo representa, para identificarnos con él.
El tema de la liturgia de hoy es de una sorprendente actualidad. En nuestro mundo
abundan expresiones de rechazo e intolerancia. Las denuncias por delitos de odio
(según datos del Ministerio del Interior español, que seguramente son extrapolables
a otros países) aumentan de año en año. Abundan los delitos de xenofobia, racismo y
violencia doméstica. Desde las tribunas políticas se predica la intolerancia y se lanzan
falsedades sobre colectivos no deseados (por ejemplo, los inmigrantes). Los cristianos
estamos llamados a “ir contra corriente”, y a contrarrestar las olas de violencia e
intolerancia con hechos y palabras de acogida, comprensión, misericordia y perdón.”
Fray Martín Gelabert Ballester O.P. Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
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Oración de los fieles:
A cada invocación responderemos:
R/ Ayúdanos a perdonar
Para que la Iglesia sea aceptada como signo visible del amor misericordioso de
Dios. Oremos. R/
Para que sea posible lo que parece imposible: la reconciliación de los pueblos y
grupos étnicos enfrentados por la intolerancia y el odio. Oremos. R/
Para que los que sienten injustamente ofendidos puedan superar el resentimiento,
adquieran la paz y sean capaces de perdonar. Oremos. R/
Para que produzcamos gestos de reconciliación perdonando y pidiendo perdón.
Oremos. R/
Para que las Pequeñas Comunidades Cristianas de nuestra Diócesis, y cuantos
les animan y profundizan en sus encuentros, descubran la riqueza de la palabra
de Dios en sus vidas. Oremos: R/
Para que los que sufren las consecuencias de la pandemia COVID-19: los que han
perdido su empleo, los enfermos y el personal sanitario que les está asistiendo,
puedan sentirse fortalecidos con tu auxilio, Oremos: R/
Para que a los difuntos, especialmente por los que han fallecido a causa del
COVID-19 en todo el mundo, y particularmente en nuestro país, les concedas el
descanso eterno y a sus familiares el consuelo y la paz. Oremos: R/
Unidos como hermanos, hijos de un mismo Padre dirijámonos a Él con las palabras
que Jesús nos enseñó. Padre Nuestro
Oración de comunión espiritual:
El que preside introduce a la oración siguiente:
Yo creo Jesús mío que estás presente en el Santísimo Sacramento del altar, te amo
sobre todas las cosas y deseo fervientemente recibirte en mi corazón, más al no
poderlo hacer sacramentalmente en este momento te pido vengas espiritualmente
a mi corazón (momento de silencio) y como si ya te hubiera recibido me uno y me
abrazo inmensamente a ti. No permitas Jesús mío que jamás me aparte de ti.
Amén
Oración final:
Sé propicio, Señor, a nuestras plegarias y acepta benignamente estas ofrendas
de tus siervos, para que aquello que cada uno ofrece en honor de tu nombre
aproveche a todos para su salvación. R./ Amén.
El Señor nos bendiga +, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
R./ Amén.
Terminada la celebración rezamos un Ave María, como un signo de veneración a la Virgen Santísima,
Madre de la Iglesia Dios te salve María…
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“Si te obstinas en tu indignación y en el resentimiento,
entonces serás tú mismo quien sufrirá el perjuicio:
no el que te provoca la ofensa del enemigo,
sino el que viene de tu propio rencor”
(San Juan Crisóstomo)