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EDUCACIÓN: CORAZÓN PARA UNA TEOLOGÍA

DE LA ACCIÓN HUMANIZADORA

Asignatura: Teología de la acción humana II


Profesor: Daniel de Jesús Garavito Villarreal
Alumno: José Ignacio Ortega Santamaría

FASE PERCEPTIVA-DESCRIPTIVA

«La pedagogía de Jesús es una pedagogía centrada en la persona humana de manera


integral. En nuestro tiempo, la pedagogía se centra más en el concepto que en la persona
humana»1.
Refiriéndonos a la afirmación anterior, quizá una de las problemáticas más importantes
de nuestro tiempo (y no sólo en el campo teológico) sea la educación, y lo que es más
preocupante, la ausencia de Dios y de la fe en ella.
Una educación sin presente ni futuro y, de alguna forma desarraigada de la historia está
abandonando al hombre en sí, dejándolo a la intemperie de sus desvaríos y
obstaculizando vivir la existencia como don, regalo, profecía para la humanidad. Los
niños, los jóvenes no están siendo protegidos de las zarpas del relativismo y, están
siendo desnudados de valores que solo la educación, la formación integral, no solo en
aspectos antropológicos, sino también teológicos, podrían servir para rescatar al hombre
que hay en el niño, en el joven en el adolescente.
Nos encontramos ante una sociedad individualista, cada vez más autista y encerrada en
sí, en la cual hallamos escuelas que debiendo llevar a cabo un proceso humanizador y
comunitario de educación desde nuestra más tierna infancia, no sólo no lo desarrollan,
sino que, en contraposición, ofrecen una educación tergiversada que en vez de vida sólo
transmite muerte. Estamos hablando de un proceso en el cual se nos enseñen unos
valores que a la vez podamos compartir con otros seres, una moral de solidaridad en la
que se demuestre que el acto educativo puede ser el punto de salida del quehacer
teológico.
Sin embargo, la sociedad ha apartado a un Dios exigente que ya no basta, precisamente
porque no sirve a los caprichos del mundo y, debiendo ser la escuela un lugar de una
seria antropología y un espacio, por qué no, teológico, se ha convertido en una fábrica
de clones vacíos que memorizan conceptos pero que no saben nada de la autocrítica o el
autoconocimiento, puesto que no se les ha enseñado a reflexionar ni tampoco a conocer
y a amar a través del otro, que cada vez es más molesto e incómodo.

1
Arnulfo Delgado Sánchez, “El acto educativo como lugar teológico”. 2011, p. 11. En:
www.Dialnet- El Acto Educativo Como Lugar Teologico.pdf
Esto resulta peligroso en tanto que mientras no aprendamos a convivir, no
aprenderemos a ser, ya que no podemos ser en soledad de aislamiento y egoísmo: yo no
soy sin el otro.
Esto no significa solamente que hayamos apartado a Cristo de la educación como
nuestro Maestro y que este sea el único error cometido, sino que hemos apartado al
hombre de la educación misma, sin permitirle conocer su historia, reflexionar sobre su
modo de existencia. Hemnos dicho que la educación desde los primeros momentos debe
salvaguardar a la persona como lugar del ser, ser-con-sentido para que pueda luego
responder a los retos de la vida gracias a que pudo contener una educación no solo
intelectual y de conceptos, sino de base vital de existencia con el otro.
Hay, en esta sociedad cada vez más civil y laica un rechazo a que en la parte de la
educación quepa un espacio para la enseñanza de una fe, de una historia que recorre los
Continentes, no olvidemos que toda sociedad está inmersa en su historia propia y que en
muchos casos, esta historia está marcada por el acontecer de Jesús, el Cristo. Es un
grave problema ver como se “prohíbe” a la historia de una fe que brindó adelantos
sociales, escuchó al mundo con sentido humano, cómo se le arrincona y presiona para
que desaparezca de la vida del hombre. Despojar al hombre de algo innato en él, como
es la transcendencia, lo sagrado, lo mistérico y, en clave cristiana, la desaparición del
hecho cristiano de cualquier mente que pudiera ser sospechosa de “adoctrinamiento”.
Durante siglos, la fe, la experiencia de lo divino cristiano ha estado presente y con el
correr de los siglos, dicha presencia se ha ido apagando o cohibiendo. Podríamos dejar
que la sociedad caminara sola, pero la teología debe tomar parte de ella como
esencialidad de palabra, de acontecimientos humanizadores de situaciones complicadas
como es, en nuestro caso la educación en el mundo de los colegios y, en los niños y
jóvenes. La teología no puede callarse, tiene una Palabra que encarnar y poder enseñar
dentro de una educación integral y no sesgada como se pretende hoy día en las aulas.
Ante esta dolorosa situación en la que nos vemos discriminados como creyentes en el
mundo educacional, podemos silenciarnos o, sembrar, porque no podemos abandonar
ese lugar teológico en donde interpretar cómo es el niño, el joven, el universitario en su
más profunda realidad de seres humanos con capacidad para el amor, porque son
amados o en sus miles de preguntas que hacen sobre la creación o la existencia o la
muerte o el dolor. El niño, el joven, el universitario, cada cual con su capacidad
intelectual se hace preguntas que no pueden ser abandonadas ni eludidas, mucho menos
respondidas desde una simple base antropomórfica. Hay que darle un horizonte más
amplio, por su misma sed en la que vive. No puede ni debe, ni quiere ser la presencia de
la fe en el mundo de la educación una imposición para el niño o el joven, sino una
oportunidad aglutinante de su verdad misma. Sería esa oportunidad para que en ellos
exista la capacidad evidente y sincera de saberse en todos los aspectos relevantes, que
no relativos de su sentido.
La pregunta que podemos lanzarnos podría ser: ¿Cómo la teología de la acción aporta a
la educación espacio de humanizar integralmente la vida de los niños y jóvenes?

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