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DE LA ACCIÓN HUMANIZADORA
FASE PERCEPTIVA-DESCRIPTIVA
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Arnulfo Delgado Sánchez, “El acto educativo como lugar teológico”. 2011, p. 11. En:
www.Dialnet- El Acto Educativo Como Lugar Teologico.pdf
Esto resulta peligroso en tanto que mientras no aprendamos a convivir, no
aprenderemos a ser, ya que no podemos ser en soledad de aislamiento y egoísmo: yo no
soy sin el otro.
Esto no significa solamente que hayamos apartado a Cristo de la educación como
nuestro Maestro y que este sea el único error cometido, sino que hemos apartado al
hombre de la educación misma, sin permitirle conocer su historia, reflexionar sobre su
modo de existencia. Hemnos dicho que la educación desde los primeros momentos debe
salvaguardar a la persona como lugar del ser, ser-con-sentido para que pueda luego
responder a los retos de la vida gracias a que pudo contener una educación no solo
intelectual y de conceptos, sino de base vital de existencia con el otro.
Hay, en esta sociedad cada vez más civil y laica un rechazo a que en la parte de la
educación quepa un espacio para la enseñanza de una fe, de una historia que recorre los
Continentes, no olvidemos que toda sociedad está inmersa en su historia propia y que en
muchos casos, esta historia está marcada por el acontecer de Jesús, el Cristo. Es un
grave problema ver como se “prohíbe” a la historia de una fe que brindó adelantos
sociales, escuchó al mundo con sentido humano, cómo se le arrincona y presiona para
que desaparezca de la vida del hombre. Despojar al hombre de algo innato en él, como
es la transcendencia, lo sagrado, lo mistérico y, en clave cristiana, la desaparición del
hecho cristiano de cualquier mente que pudiera ser sospechosa de “adoctrinamiento”.
Durante siglos, la fe, la experiencia de lo divino cristiano ha estado presente y con el
correr de los siglos, dicha presencia se ha ido apagando o cohibiendo. Podríamos dejar
que la sociedad caminara sola, pero la teología debe tomar parte de ella como
esencialidad de palabra, de acontecimientos humanizadores de situaciones complicadas
como es, en nuestro caso la educación en el mundo de los colegios y, en los niños y
jóvenes. La teología no puede callarse, tiene una Palabra que encarnar y poder enseñar
dentro de una educación integral y no sesgada como se pretende hoy día en las aulas.
Ante esta dolorosa situación en la que nos vemos discriminados como creyentes en el
mundo educacional, podemos silenciarnos o, sembrar, porque no podemos abandonar
ese lugar teológico en donde interpretar cómo es el niño, el joven, el universitario en su
más profunda realidad de seres humanos con capacidad para el amor, porque son
amados o en sus miles de preguntas que hacen sobre la creación o la existencia o la
muerte o el dolor. El niño, el joven, el universitario, cada cual con su capacidad
intelectual se hace preguntas que no pueden ser abandonadas ni eludidas, mucho menos
respondidas desde una simple base antropomórfica. Hay que darle un horizonte más
amplio, por su misma sed en la que vive. No puede ni debe, ni quiere ser la presencia de
la fe en el mundo de la educación una imposición para el niño o el joven, sino una
oportunidad aglutinante de su verdad misma. Sería esa oportunidad para que en ellos
exista la capacidad evidente y sincera de saberse en todos los aspectos relevantes, que
no relativos de su sentido.
La pregunta que podemos lanzarnos podría ser: ¿Cómo la teología de la acción aporta a
la educación espacio de humanizar integralmente la vida de los niños y jóvenes?