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El paso procesual del ser pecado constitutivo cada uno de nosotros a adquirir la realidad de la
gracia de ser hijos de Dios que nos permite participar de la naturaleza divina.
Formación de la conciencia. Esta no surge por generación espontánea. Surge de una experiencia
de fe que es necesario cultivar y desarrollar. Aquí es donde se manifiesta el discernimiento
comunitario del Espíritu.
La conciencia según el Concilio Vaticano II. Para el concilio es perfectamente claro que es en la
conciencia donde reside la más íntima y profunda relación de todo ser humano con Dios. A partir
de este texto conciliar sabemos que el ser humano no va a ser juzgado por Dios debido al
seguimiento de leyes o normas de cualquier índole, sino en razón del seguimiento de su
conciencia. Igualmente, por este texto se identifica el dato del posible error de una conciencia. Se
refiere el concilio a un error frente a una verdad que podemos poseer por otras fuentes. Si
determinada conciencia falla inconscientemente frente a esa otra verdad que poseemos, sigue en
pie el principio de que el sujeto en tal condición tiene la obligación de seguir su conciencia y así,
ante Dios, no falla. Por eso el Concilio entiende que la salvación de las personas no ocurre por la
pertenencia explicita al cristianismo, sino por el seguimiento honesto de su conciencia. El concilio
insiste en que es necesario distinguir entre la verdad que uno posee, sobre todo en el cristianismo,
y la situación de la conciencia de los demás: incluso cuando claramente percibimos que los demás
están errados según nuestro criterio cristiano, no tenemos derecho a juzgarlo. Solo Dios es juez de
las conciencias. Así, pues, el concilio nos da la clave para interpretar en Teología Moral la
conciencia de todo ser humano. El seguimiento de Cristo implica un fenómeno ontológico, como
hemos visto, y en particular esto ocurre en la adquisición de una conciencia crística por la cual el
cristiano piensa, juzga y discierne como Cristo, guiado por el Espíritu de Cristo y de su padre. Y el
cristiano no va a ser juzgado por el cumplimiento de leyes o preceptos, sino por el seguimiento fiel
de su conciencia cristiana. No se salva, sin embargo, aunque este incorporado a la Iglesia, quien,
no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia en cuerpo, mas no en corazón.
El comportamiento ético del ser humano consiste en realizar sus acciones cocientes y libres en
conformidad o disconformidad con los referentes genéricos y específicos llamados valores. Estos
intervienen al ser humano desde la instancia contextual de cada uno y se presentan en su
conciencia como normativos para su obrar. Estos valores entendidos como normativos constituyen
el orden moral objetivo o las normas objetivas de la moralidad. Teológicamente se dice que el
conocimiento humano participa de la verdad infinita de Dios, precisamente por esta capacidad
que le permite acceder a la verdad presente en toda realidad. Así las cosas, en su exégesis de la
realidad, el ser humano formula los valores. Dicha sentencia, el ser humano formula los valores.
Dicho teológicamente, el ser humano descubre la verdad presente en toda realidad creatural,
como se afirma en el Concilio. Todo ser humano está en un contexto determinado, y es fruto de
una historia, de una cultura, de un ámbito peculiar que afecta permanentemente su comprensión
de la realidad.
La conciencia viene a ser, entonces, la capacidad consubstancial a todo ser humano, de captar los
valores normativos para su obrar, esto es, las normas objetivas de moralidad y de juzgar sus
opciones como buenas o malas en la medida en que se acomoden o no a dichas normas. Así lo
recuerda Juan Pablo II en la Veritatis Splendor. 1
El orden moral objetivo se apoya en la ley natural: Juan Pablo II lo sugiere en cuanto dice. El juicio
de la conciencia es un juicio practico, o sea, un juicio que ordena lo que el hombre debe hacer o no
hacer, o bien que valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una situación
concreta la convicción racional de que se debe amar. Hacer el bien y evitar el mal. Este primer
principio de la razón practica pertenece a la ley natural, mas aún constituye su mismo fundamento
al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, la
cual, como una chispa indestructible, brilla en el corazón de cada hombre. Sin embargo, mientas la
ley natural ilumina sobre todo las exigencias objetivas y universales del bien moral la conciencia es
la aplicación de la ley a cada caso particular, la cual se convierte así para el hombre en un
dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una situación concreta. La conciencia formula
así la obligación moral a la luz natural.
Conciencia cristiana y Moral Liberadora. En este campo podemos ratificar que la Iglesia,
institucionalmente hablando, a través principalmente del clero, ha producido una esclavitud de la
conciencia de los cristianos. La primera liberación que se realiza una percepción de la conciencia
cristiana como la presenta el NT, seria el permitir que cada uno asumiera sus propias
responsabilidades morales sin que nadie se las impusieran ose las exigiera con amenaza de
castigo. Otro tipo de liberación para el pueblo cristiano sería que se le reconociera posesión del
Espíritu Santo.
1
(AAS 78 -1986- 859" (Nº 60).