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Este documento lleva a pensar filosóficamente la educación. Qué significa eso, que vamos a
plantearnos la educación desde sus principios últimos y más fundamentales. Y siendo la
educación una actividad que como tal se especifica por el fin, sobre todo, pensaremos el fin y el
sentido último de la actividad educativa. Y esto puede que resulte extraño porque gran parte de
la actual reflexión sobre la educación se ha centrado sobre cómo educar, sobre los medios a
educar, dejando de lado el sentido último de esta actividad. Ya Maritain denunciaba a mediados
del siglo XX esta prevalencia de los medios cuando afirmaba: “Esta supremacía de los medios
sobre el fin y la consiguiente ausencia de toda finalidad concreta y de toda eficacia real,
parecen ser el principal reproche que se pueda hacer a la ecuación contemporánea. El
perfeccionamiento científico de los medios y métodos pedagógicos es en sí mismo un evidente
progreso; pero cuanta más importancia va adquiriendo, tanta mayor necesidad hay de que
simultáneamente vaya creciendo la sabiduría práctica y el impulso dinámico hacia el fin que
persigue”.
Este llamado no ha sido del todo oído. El progreso de los métodos ha sido
infinitamente mayor a la preocupación por los fines. Si Maritain sostenía que cuanto más
progreso en los medios, debería haber más preocupación por el fin, es necesario afirmar que es
muy alta la necesidad que tenemos de pensar en el fin de la educación. Y mucho más en la
actualidad que vivimos una crisis de la educación denunciada por filósofos, psicólogos,
padres y educadores, crisis que ha alcanzado el nivel de emergencia, de emergencia
educativa. Y es en medio de esta emergencia
educativa que a ustedes les tocará desempeñar su orientación profesional.
¿Qué es esto de la emergencia educativa? Para entender lo que esta expresión significa
conviene leer el Discurso del Papa Benedicto XVI pronunciado en la Asamblea Diocesana de
Roma sobre el tema “Jesús es el Señor. Educar en la Fe, en el seguimiento y en el testimonio”
(11 junio 2007).
Dice allí el Papa: “Como nos enseña la experiencia diaria —lo sabemos todos—,
educar en la fe hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier
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a partir de Bartolí, Mariano.
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labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una
gran "emergencia educativa", de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las
nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto
comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir
que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas”.
Esta emergencia educativa que el papa plantea tiene entre sus causas fundamentales el
relativismo epistemológico y moral que afecta a nuestra sociedad 2. Se ha renunciado a la
voluntad de verdad, se le niega a la inteligencia la capacidad de conocer lo que son las cosas y
por consiguiente, no hay algo que sea más verdadero y bueno que otra cosa, volviendo inútil la
actividad educativa, porque sin verdad no hay sustento para educar. Cuando no se
pretende llegar a la verdad, la educación queda vaciada de su contenido más profundo. Si
rechazamos la posibilidad de conocer una
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Lo afirmaba con más claridad en el discurso sobre la tarea urgente de educar, cuando refiriéndose a una de las raíces
de la emergencia educativa decía: “(Una raíz) de la emergencia educativa yo la veo en el escepticismo y en el
relativismo”. También se refería al relativismo como causa de la emergencia educativa, en el Discurso de apertura al
congreso Eclesial sobre Familia y comunidad cristiana. Decía en aquella oportunidad el Papa: “Un obstáculo
particularmente insidioso en la obra educativa es hoy la masiva presencia en nuestra sociedad y cultura de ese
relativismo, que al no reconocer nada como definitivo, solo tiene como medida última el propio yo con sus gustos y
que, con la apariencia de la libertad, se convierte para cada quien, en una prisión, pues separa de los demás haciendo
que cada quien se encuentre encerrado dentro de su propio yo. En un horizonte relativista así no es posible, por tanto,
una autentica educación: sin la luz de la verdad antes o después toda persona queda condenada a dudar de la bondad
de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso para construir con los demás
algo en común”.
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verdad objetiva, buena parte del esfuerzo educativo no tiene sentido. Podremos buenos
animadores de personas y de grupos, buenos transmisores de conocimientos, pero la actividad
educativa que realizamos se hace estéril, porque lo que intentemos transmitirle no será más
verdadero que lo que otro quiera comunicar.
La verdadera educación, por el contrario, es aquella que brinda bases para tomar
decisiones orientadas por categorías como lo posible y lo imposible, lo bueno y lo malo, lo
correcto y lo incorrecto. La educación se hace desde certezas, nunca desde una inexistente
neutralidad. Como educadores no sólo enseñamos a pensar, sino que enseñamos a pensar bien,
es decir, de acuerdo con la verdad y en procura del bienestar de la persona; porque, “solo es
digno de ser enseñado aquello que corresponde con la realidad de las cosas, es decir, con la
verdad”3. De allí que siga diciendo el Papa:
¿Cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación
algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes para
la existencia humana, sea como personas sea como comunidades?
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Alsina, J.M. ¿Se puede enseñar a ser maestros? Discurso inaugural año académico Universidad Abat
Oliba-CEU, 2010-2011.
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¡La misión que les ha sido encomendada! La educación es una misión. Si uno
piensa que su tarea como educador es comunicar una serie de contenidos o habilidades, preparar
al niño para que consiga un trabajo con el que ganarse la vida y tener un cierto bienestar,
entonces, “no comprende cuál es su papel”.
Asumir la docencia como misión, supone que el educador entrega al educando no sólo
realidades exteriores, como conocimientos, habilidades, destrezas, sino que sobre todo, le
entrega, la brinda, su propia persona. El centro de la misión educativa es la capacidad
de donación que demuestra el educador en su acción cotidiana: su
transparencia, su disponibilidad, su testimonio, su afán de superación y de
crecimiento para servir a los hijos. La educación como misión supone la entrega
de sí mismo a la persona del educando. Pero, claro, no es fácil esta entrega, sobre todo
en tiempos en los que pocos son los que están dispuestos a renunciar a sí mismo. Es más fácil
enseñar conocimientos.
Lo reclaman también los mismos jóvenes que están esperando una palabra que les
oriente, que les muestre un sentido hacia el cual dirigir sus vidas. Ellos están ahí para ser
educados, es lo que esperan. No están esperando ser expertos en nada, ni buenos profesionales,
sino que están esperando aprender de sus padres y maestros cuál es el sentido que la vida tiene,
intentan comprender cuál es el valor que supone ser seres humanos, ser niños, jóvenes,
adolescentes. Para lo cual hace falta algo más que metodología. Tenemos que estar
firmemente convencidos de la naturaleza de
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nuestra misión. Tenemos que saber qué sea educar, quién es la persona que se educa y sobre
todo: Para qué educamos, qué queremos lograr con la educación. Ustedes pueden saberse
perfectamente todas las metodologías que existen, pueden conocer toda la historia y la teoría
educativa, pueden ser genios en psicología del aprendizaje, pero si no saben en qué consiste la
educación y cuál es su finalidad, no lograrán educar. Lo que no necesariamente significa que
quien lo sepa eduque y, menos aún, eduque bien. Pero si no se lo sabe, si no se ha reflexionado
en serio sobre lo que significa realmente educar, si no se ha pensado seriamente el fin que
debemos tener al educar, seguramente enseñaremos muchas cosas, pero no educaremos. Y lo
que nosotros queremos es educar, lo que los jóvenes necesitan es ser educados, no instruidos ni
informados. Por eso la invitación es a que pensemos, a que reflexionemos, en qué consiste esto
que llamamos educación.
A De nutritio a educatio
La educación, en nuestros días suele ser presentada como enseñanza, como entrega de
conocimientos y habilidades, como instrucción especializada, como el modo de preparar a los
jóvenes para afrontar los desafíos del siglo; y si bien, la educación incluye todo eso, porque
efectivamente la enseñanza o formación intelectual es parte necesaria del proceso educativo, la
educación es mucho más, es algo cualitativamente diverso.
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La educación como educere.
Veamos primero la etimología de educere. Dicho término está compuesto de dos
voces: duco, ducere, que significa conducir, sacar; y ex, que significa desde, significando el
compuesto “extraer, “conducir hacia fuera y hacia arriba, elevando”. Se trata de un proceso
dinámico que debe conducir a extraer del individuo todo ese cúmulo de virtualidades que el
ser humano posee en estado germinal y que debe sacar a flote para su proceso de realización
personal y elevarse a la plenitud de su ser. De esta manera la educación no es tanto un poner
dentro, sino más bien un extraer lo que hay dentro del educando. De este modo la educación
supone actualizar lo que potencialmente está ya en el ser humano. El maestro no tiene nada
que aportarle, sino que lo que debe hacer es desplegar algo ya contenido en el alma humana.
Es el alumno el que ocupa el lugar principal. Y ¿es esto la educación? Sí, efectivamente, la
educación es esto, pero no es solo eso. Existen corrientes pedagógicas que solo ven este
aspecto, como el platonismo, el racionalismo y, más actualmente algunas de las corrientes
constructivistas que sostienen que el maestro no le comunica al educando conocimientos,
sino que es el educando el que los construye desde su interior.
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Sobre el concepto de Paideia ver: NAVAL, C. Educación, Retórica y Poética. Tratado de la educación
en Aristóteles. Eunsa, Pamplona, 1992.
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inteligencia o del carácter del alma. Y es que entre la formación de nuestro espíritu y la
alimentación de nuestro cuerpo existe una analogía, una proporción o unidad, bajo la misma
diversidad intrínseca. Educar es una cierta acción nutritiva. Es éste su significado
original y más propio. Alimentar a la prole. Entendiendo que esa alimentación en
el caso del hombre, por tener un alma espiritual, es no sólo la alimentación del
cuerpo (crianza), sino también la alimentación del alma (instructio, disciplina).
Esta educación sigue, como hemos dicho a la procreación, como una continuidad natural de ella.
“Nula sería la generación del hombre, dice Santo Tomás, de no seguirse la debida
nutrición pues el engendrado no existiría sin ella”5. Esa nutrición, tanto material, como
espiritual, se ordena en última instancia a la perfección del hombre. La acción de educar
conlleva una mejora para quien se educa. Las acciones nutritivas consistirían, entonces, en
proporcionar lo requerido para el crecimiento del hombre, proporcionar una vía para la
humanización de la vida, proporcionando los medios para que se pueda llevar una vida propia y
enteramente humana6.
Considerar solo este aspecto es entender la educación como información, como
instrucción, como poner desde fuera todo lo que el educando ha de saber. Esta manera de
entender la educación es propia de algunas corrientes ilustradas o enciclopedistas del siglo
XVIII, pero no es desde luego, el sentido de la educación clásico. En este sentido el maestro es
el que adquiere el lugar principal y el papel del alumno sería puramente pasivo. ¿Es esto la
educación? Sí, pero no es solo esto.
Tener en cuenta a la hora de querer explicar la educación etimológicamente, sólo
educare o sólo educere conduce a una visión parcial del quehacer educativo, a tomar la parte
por el todo. Por eso, parece más propio entender la educación como una unión o integración de
ambos conceptos. Esa doble procedencia supone precisamente una significación ambivalente,
análoga y, por tanto, enriquecedora de la actividad educativa. Educar es educere y educare.
Educere supone conocer las necesidades y las posibilidades de cada educando y educare
supone poder ayudar eficazmente en la satisfacción de las primeras y en la actualización de las
segundas. Educere requiere del educador que sepa respetar y educare que sepa influir
positivamente. Educere supone comprender, y educare, exigir. En esta perspectiva la
educación nos aparece tanto como un hacer crecer, como un recibir ayuda para ese crecimiento.
Hay una actividad del alumno, necesaria, imprescindible, pero también hay una actividad del
maestro que ayuda nutriendo. Por eso algún autor la ha descrito a esta actividad educativa
como “autonomía (educere) orientada (educare)”. Por un
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Tomás de Aquino. Contra Gentes, III, c.122, n.4
6
Altarejos, Naval. Filosofía de la Educación, p. 25.
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lado, la autonomía que nos dice relación con esa necesaria participación del propio sujeto en
la actividad educativa, a través de sus intereses, de sus posibilidades, capacidades, etc. Pero por
otro, la orientación, nos habla de una actividad por parte del maestro que orienta hacia el fin,
que posibilita esa actividad educativa en el educando.
Antes estaba de moda educare, ahora está de moda educere. Hay que evitar caer en el
error reduccionista, mostrando la unidad que hay en el acto educativo. Ahora bien, estas
consideraciones etimológicas brindan valiosas aportaciones, pero sólo es una primera
aproximación. Es preciso, para conocer en propiedad lo que es educar, confrontar eso con la
experiencia común y con la reflexión filosófica.
a.- La educación existe: La experiencia común nos revela que la educación es, que existe,
puesto todos hemos estado sujetos a ella, ya sea porque la recibimos y nos complace, o porque
no la recibimos del todo, y lo sufrimos. También solemos sufrirlo porque otros no la han
recibido y así decimos: “Qué mal educado”; o por el contrario,
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“Han de ser reconocidas como tesis extrañas a la verdad filosófica las que destruyen los fundamentales
preconocidos que el hombre está inclinado a afirmar como punto de partida de toda actividad racional
dirigida a conquistar la verdad”(Canals, F. Sobre la esencia del conocimiento)
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lo agradecemos del otro y nos surge la expresión: “qué bien educado”. No nos sorprende el
perro del vecino que no nos saluda por la mañana, pero sí, nos sorprende cuando el vecino no
nos saluda por la mañana. Esto porque reconocemos que ciertas conductas humanas, son
adquiridas de otros a través de la educación8. Puede parecer una obviedad, pero insistimos en
esto porque Rousseau, por ejemplo, sostiene que es suficiente para el desarrollo personal
seguir a la propia naturaleza, mientras que los padres y los maestros, suelen deformar ese
desarrollo. Ahora bien, este mismo ejemplo nos lleva a un segundo preconocido y es que la
educación existe, pero existe en la vida humana.
b.- El sujeto de la educación es el hombre: No se educa a las plantas, sino que se las
cultiva, no se educa a los animales, sino que se los adiestra; tampoco se educa a los ángeles,
que no lo necesitan, ni mucho menos a Dios que es la perfección consumada. Es el ser humano
el único sujeto de la actividad educativa. La educación radica en el ser del hombre. Siendo así,
no es la educación una realidad substantiva, no es una substancia, no es un ente, sino que es
algo del ente, es una realidad accidental que inhiere, que perfecciona al sujeto humano. De
modo que sólo por referencia al hombre puede ser entendida la educación, y en este sentido,
toda educación necesita una visión sobre el mismo. No se puede resolver el problema
educativo sin hablar sobre el hombre que tiene que ser educado. Antes de abocarnos a
la reflexión de la educación y más aún, antes de realizar cualquier actividad educativa es
fundamental contar con una sana antropología, que lejos de reducir al hombre a un animal
más, muestre con claridad aquello que le es específico y exclusivo: su racionalidad y libertad 9.
Si no se sabe qué es el hombre, no se puede saber qué es lo que le conviene en cuanto tal y
cual es su perfección.
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Contraria es nuestra posición a la del sofista Gorgias que afirma: “Nada existe, pero aunque exista, es
incomprensible para el hombre, y aunque sea comprensible, es incomunicable e inexplicable al vecino”.
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En el ámbito pedagógico es muy común actualmente confundir la educación con el simple
adiestramiento, propia del ámbito animal. Algo así parece desprenderse del conductismo de Skinner, por
ejemplo.
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custodiar, acompañar al educando, sino que se precisa de una verdadera actividad
comunicativa. Este preconocido es olvidado por varias de las actuales corrientes pedagógicas,
entre ellas, el constructivismo, que establecen que los seres humanos somos sistemas auto-
organizados, auto-regulados, auto-reprimidos y que, por tanto, ningún conocimiento ni
corriente de información corre interior o exteriormente a nosotros10.
Por ello, porque no hay educación sin comunicación, es que la educación supone
una palabra de parte del educador, una palabra exterior, pero sobre todo, una
palabra interior. No hay educación sin vida personal. El educando se forma ante alguien, no
ante algo. Y ese alguien ha de poseer una riqueza espiritual capaz de ser comunicada,
estableciendo una relación entre educador y educando. Relación que estará fundada en el
lenguaje humano, en el diálogo. Si el educador no dice interiormente una verdad ésta no posee
aquella dimensión perfectiva por la que puede ser buscada como amable por el educando.
d.- La educación tiene que ver con la perfección del hombre. Esa enseñanza no es
solo de una verdad, sino de una verdad que se ordena a la perfección del hombre. No toda
enseñanza es educativa, sino solo aquella que ayuda al hombre a ser una buena persona.
Mediante la obra educativa ¿qué es lo que se quiere? ¿Qué es lo que se pretende? No solo que
el educando sepa una verdad, no solo enseñar, como se establece en el anterior preconocido,
sino ayudarle a su crecimiento como ser humano; permitirle que en cuanto hombre alcance
cierta plenitud; que sea verdaderamente hombre. Por eso que educación puede tomarse
como formación o edificación de la persona. Lo cual supone, por una parte, que no se
puede hablar de educación sin hablar a su vez del fin del hombre, de la felicidad humana. Una
falsa o distorsionada idea de la felicidad humana, tendrá serias consecuencias en la actividad
educativa.
Por otra parte, que la educación tenga que ver con la perfección del hombre, supone
que la educación debe ser necesariamente integral, esto es, no se puede llamar verdadera
educación a la que descuide alguno de los aspectos de la vida humana. Todos los sistemas
pedagógicos buscan educar al hombre en su totalidad.
De esta manera vemos como la educación para ser tal debe enseñar a vivir. Ella
mira a que el hombre posea vida plena y propiamente humana. No sólo vida sensible, sino
humana, racional. Lo que supone que esa vida ha de realizarse en la
10
Kilpatrick.
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doble dimensión del entendimiento y la voluntad, así como de aquellos apetitos ordenados a
estas potencias.
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