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“Y dijo Moshé a Elohim; He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo, El Elohim de sus padres me ha enviado a ustedes; si ellos me
preguntaren; ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé?“
(Shemot/Éxodo 3:13)
Verónica, una mujer nueva en la fe verdadera, y por consiguiente muy hambrienta por el
conocimiento de la Gloria de Abba, me preguntó, vía Whatsapp, lo siguiente: ¿Cuál es el
nombre real de Dios? ¿YHWH, Jehová, Yahvéh, Yahwéh?
La noche antes de su muerte, Yeshúa estuvo orando a Dios al alcance del oído de sus
discípulos, y una vez más éstos le oyeron dar énfasis a la importancia del nombre de Dios.
Dijo él: “He manifestado tu Nombre a los que me has dado sacándolos del mundo”. Más
tarde, repitió: “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer”.
(Juan 17:6, 26, Biblia de Jerusalén.) Ellos mismos había sido entrenados por el Maestro a
orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre”. (Mateo 6:9,
Versión Popular).
Ante esto, debemos preguntarnos: ¿Por qué tenía tanta importancia para el Mesías el
nombre de Dios? ¿Cuál era este Nombre que Jesús dio a conocer a sus seguidores?
¿Cuál Nombre?
Si se le pregunta a la mayoría de los creyentes en la Biblia, especialmente evangélicos, cuál
es el nombre del Padre Celestial, ellos probablemente responderán, con rapidez y
apresurada “certeza”: Jehová. Si se les pide algunas pruebas de esto, ellos señalarán el uso
tradicional o le referirán a usted al Antiguo Testamento de alguna versión de la Biblia en
español.
Pues bien, ante esto debo decirles que el nombre del Padre Celestial no es Jehová, y nunca
lo fue. La historia de la palabra “Jehová”, que algunas enciclopedias llaman errónea y que
muchos eruditos de la Biblia concuerdan en que no es exacta, es completamente evidente
en nuestros días gracias a los manuscritos antiguos encontrados en Qunram.
Entonces, vemos que cuando el Eterno Dios dijo “YO SOY”, estaba mencionando Su
nombre. En el idioma hebreo en el cual este versículo fue escrito, las letras son: yod, hei,
vav, hei, de donde obtenemos YHVH, conocido como Tetragrámaton . Pero, ¿cuál es su
correcta pronunciación?
Para responder a esta pregunta, deberé antes decir que YHVH es el nombre con el que Dios
quiso que se lo conociera cuando ejercía Su Voluntad Misericordiosa y Justiciera con Su
Pueblo. YHVH es Su Nombre para ser conocido a perpetuidad.
Pero analizando con cuidado los textos de Vayicra/Levítico 24:11 y 15 notamos que ellos
revelan el significado plano y literal (pashat) de los textos. La explicación correcta es la
siguiente: blasfemia es sinónima con MALDECIR el Nombre o usar el Nombre para
maldecir a otros. En ningún lugar estos versículos siquiera sugieren que el pronunciar el
Nombre Yahvéh es un acto de blasfemia. Eso es pura tradición religiosa, surgida, lo
expresé antes de una superstición temerosa, que en su credo mas básico, es tanto peligrosa
como anti Torah, tanto que sofoca el poder transformador del verdadero evangelio.
Con la aparición de esta hermenéutica errada, los judíos en general al llegar a la lectura del
tetragrámaton o tetragrama (“las cuatro letras”), decían Adonay, que significa “mi Señor”.
Por esta causa, cuando las cuatro letras del Tetragrámaton aparecían en el texto, los escribas
“lo marcaron” con las vocales cambiadas para la palabra hebrea Adonay para que se leyera
como “Señor” en lugar de el Sagrado Nombre “Yahvéh”. Los únicos que tenían el derecho
de conocer la correcta pronunciación eran aquellos que pertenecían a la casa del Sumo
Sacerdote, quien pronunciaba estas cuatro letras en su forma correcta una vez al año, en el
Día de la Expiación (Yom Kipur). Y así, con el transcurso de los siglos el olvidó de la
débil memoria humana incluso devoró el Nombre Excelso.
¿Qué hicieron los escribas judíos medievales cuando inventaron un sistema de puntuación para marcar las vocales?
Los masoretas, judíos eruditos bíblicos durante la edad media, reemplazaron los signos
vocales que tenían que aparecer encima o debajo de las consonantes YHVH con los signos
vocales de Adonay. Ellos insertaron las marcas vocales de aDoNaI entre las consonantes de
YHVH. (La “I” de Adonai en realidad corresponde a la media vocal Yud, “Y”).
Por una regla gramatical que ahora no explicaremos, la primera “A” de Adonay, se
transforma en una “E” breve. Así pues, escrito aparecía: “YeHovaH”.
De esta manera, en los libros escritos con la novedosa notación, al llegar a YHVH uno la
encontraba punteada con las vocales de aDoNaI. ¿Para qué? Pues, para que el lector
recordara que esa palabra se pronunciaba Adonai, y no de otra forma.
Hebreo no comprendido. Espíritu olvidado.
Sabemos muy bien que los primeros convertidos al Salvador y Mesías Yeshúa fueron
judíos, incluyendo a los supervisores y líderes de las primigenias asambleas. Pero, a medida
que más gentiles convertidos eran aceptados, la asamblea tomó un matiz de gentilidad aún
en sus costumbres y prácticas. Estos gentiles generalmente no entendían el hebreo.
De tal modo ocurrió este alejamiento de las raíces hebreas de la fe, que en el siglo V,
tiempo de Constantino, hubo una influencia decididamente mayor contra los judíos y la
mayor parte de estos gentiles convertidos buscaban no tener nada que ver con lo hebreo, a
fin de no ser confundido con los judíos.
A la i mayúscula pronto se le añadió una cola, una modificación popularizada por los
impresores holandeses, así que el Tetragrámaton empezó a aparecer como JHVH. Aunque
se veía semejante a nuestra J, la letra latina J se pronunciaba como la letra i. Fue así
como alrededor del siglo XV de la era común, entre los cristianos se comenzó a leer
erróneamente “Jehová”. Digo erróneamente pues se mezclaba en la dicción lo que era para
leer y lo que era para decir…
Para que quede un poco más claro, supongamos que la palabra “libertad” por ley estatal no
se debe pronunciar. Y supongamos que es un su lugar la gente dice “zapallo”. Y sigamos
suponiendo que a alguien se le antojo mezclar las consonantes de la palabra prohibida con
las vocales de la palabra usada. En los escritos aparecería: “LaBaRToD”.
Simplemente, lo que debería leerse zapallo, al estar escrito libertad, al final se pronuncia:
labartod.