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Borges en CRITERIO.

Apuntes
sobre un vínculo casi olvidado
BORGES  CRITERIO 90 AÑOS  CULTURA  ESCRITOR Publicación impresa | Año: 2017 |
Número: 2440 | 5 comentarios | in Cultura  | Autor: Adur, Lucas

Cumplidos ya los setenta años que la Biblia aconseja para la vida humana, Borges compone una suerte
de autobiografía en colaboración, las Autobiographical Notes (Borges y Di Giovanni, 1970), que se
publica en inglés y funciona básicamente como presentación para sus lectores norteamericanos. Allí
recuerda sus años de juventud, maravillándose él mismo de la febril actividad desplegada en su primera
década como escritor (1919-1929). Además de los siete libros que publicó en esos años, evoca su
participación regular en “una docena de publicaciones periódicas”, entre las que menciona unas pocas:
La Prensa, Nosotros, Inicial, Síntesis y, quizás para sorpresa de muchos, CRITERIO.
En efecto, si bien la participación de Borges en la más longeva revista católica de nuestro país es un
hecho bien conocido por los especialistas, es posible que el dato desconcierte a algún lector. ¿Borges en
un medio confesional? ¿El escritor que se autoproclamaba agnóstico, se burlaba del dogma trinitario y
desdeñaba el catolicismo “petulante y autoritario” (“Modos de G.K. Chesterton”, Sur, 1936) que
caracterizaba a sus compatriotas? Todo esto es cierto, y sin embargo, Borges colaboró con cierta
asiduidad en las páginas de CRITERIO durante el primer año de existencia de la publicación.
Para explicarlo muy brevemente, comencemos por decir que la imagen del escritor que tenemos hoy, es
en buena medida fruto de una construcción del propio Borges que comienza en los años treinta, se
consolida en las décadas siguientes, y cristaliza y se difunde masivamente a partir de los sesenta, cuando
se vuelve una figura de fama internacional y es objeto de infinidad de reportajes en medios gráficos,
radiofónicos y televisivos de todo el mundo. Pero en 1928, cuando se funda CRITERIO, el joven Borges
es un escritor muy distinto: vanguardista –al menos así era considerado por muchos de sus
contemporáneos, aunque su obra de esos años ya tenía características muy distintas a las de sus inicios
ultraístas–, nacionalista –o, para ser más precisos, criollista, como testimonian sus primeros libros–,
interesado en política –recordemos que fundó y presidió el efímero Comité Yrigoyenista de Intelectuales
Jóvenes, en 1927– y creyente. Así lo declara él mismo en “Un soneto de don Francisco de Quevedo”,
publicado en 1927 en La prensa y recogido al año siguiente en El idioma de los argentinos:
«En trance de Dios y de inmortalidad soy de los que creen. Mi fe no es unamunesca e incómoda; mis
noches saben acomodarse en ella para dormir y hasta despachan realidad bien soñada en su vacación.
Mi fe es un puede ser que asciende con frecuencia a una certidumbre y que no se abate nunca a
incredulidad. No entiendo a los mecanicistas, incrédulos de que un solo átomo irrepresentable pueda
perderse y muy seguros de la escondibilidad final de su yo. Al universo no le permiten escamotear una
partícula de materia pero sí una infinitud de almas».
Hay que leer este párrafo con ciertas precauciones. En primer lugar, es sólo un testimonio, datado en un
momento específico, que debe ser confrontado con otros y que no necesariamente refleja las
convicciones íntimas de la persona Jorge Luis Borges; aunque es indudablemente una fuente que merece
ser considerada para caracterizar su posicionamiento público como escritor. En segundo lugar, la fe que
aquí declara Borges no se identifica con el cristianismo, aunque el texto dialoga con un poeta católico,
Quevedo, y poco antes se enumeran, con cierto desdén, “las sedicentes pruebas dialécticas de que hay
Dios”, atribuibles a la teología cristiana –y particularmente, la escolástica–. Para decirlo sintéticamente,
el ensayo citado no permite, en modo alguno, afirmar que Borges fuera un católico –nunca lo fue, mucho
menos de un modo militante, como la mayoría de los colaboradores de CRITERIO–. Pero este tipo de
declaraciones públicas –en un sentido similar puede consultarse su epílogo a Páginas muertas (1928) de
Eduardo Wilde–, sumadas a su manifiesto antipositivismo y el interés –y conocimiento– por cuestiones
teológicas y bíblicas que exhibe su producción, permiten entender por qué Borges resultaba un escritor
tan atractivo para los católicos. Esto, sumado al prestigio del que el joven gozaba en el campo literario
argentino –incomparable, desde luego, al que alcanzaría décadas después, pero ya considerable,
especialmente entre sus pares–, contribuye a explicar por qué los fundadores de CRITERIO buscaron
contarlo entre sus colaboradores.
De acuerdo a María Isabel De Ruschi Crespo, la inclusión de Borges en la nómina de colaboradores de
la revista figura ya en el proyecto inicial que Atilio Dell’Oro Maini, fundador y primer director, había
formulado en 1927, meses antes de la aparición del periódico. El director de CRITERIO parece haber
tenido un notable interés en la obra de Borges: lo invitó a conferenciar en el Convivio y lidió con la
censura eclesiástica para publicar sus poemas (como veremos enseguida). Interés persistente, además:
varias fuentes coinciden en que, en 1955, Dell’Oro, quien por entonces era Ministro de Educación, fue
uno de los promotores del nombramiento de Borges al frente de la Biblioteca Nacional. Cuando la
aparición de la revista era inminente, Surgo, la editorial responsable, pone en circulación un “prospecto”
de promoción y presentación, donde el nombre de Borges destaca también entre los colaboradores
anunciados.
El lugar relevante que la revista asigna a Borges es evidente. La mayoría de sus colaboraciones aparecen
destacadas en portada y, en algunos casos, promocionadas con antelación. El espacio que le concede
también es significativo. Algunos de sus poemas, aun siendo breves, son publicados a doble página.
Colaboradores de CRITERIO como Manuel Gálvez, Ernesto Palacio y Benjamín Fondane, mencionan a
Borges como uno de los exponentes más destacados de la “nueva generación” literaria. Para limitarnos a
un ejemplo, al reseñar el concurso literario municipal de 1928, Palacio sostiene:
«Quedan en pie varios libros. En primer lugar El idioma de los argentinos de Jorge Luis Borges, a quien,
sin vacilar, adjudicaríamos el primer premio en caso de que estuviera en nuestras manos. No sólo por
esta obra, sino también por su labor anterior. Borges es una de las primeras figuras de la nueva
generación argentina; su verso y su prosa son originales y fuertes y enriquecen realmente nuestra
cultura». (“El concurso municipal”, CRITERIO nº 39, 29 de noviembre de 1928, p. 273).
En el balance que publica la revista al cabo de su primer año se cita al escritor como uno de los
“principales poetas jóvenes” que han colaborado en la publicación. Su obra, además, resulta un modelo e
inspiración para otros poetas de CRITERIO como Schiavo, Etcheverrigaray o Anzoátegui. La influencia
de Borges es fácilmente perceptible, tanto en la temática –criollista y urbana– como en ciertos recursos
formales –verso libre, neologismos criollos, diminutivos, metáforas, etc. –.
En total, el escritor llegará a publicar ocho textos originales en CRITERIO, la mayoría de los cuales
fueron recogidos luego en distintos libros. No podemos detenernos en el análisis pormenorizado que
requeriría cada uno, nos limitamos a indicar brevemente la temática que abordaban:

–“La conducta novelística de Cervantes” en CRITERIO nº 2, 15 de marzo 1928, p. 55-56. Recogido


en El idioma de los argentinos (1928). Primer artículo que Borges dedica in extenso a la obra de
Cervantes, sobre el que volverá en otras ocasiones. Borges analiza los procedimientos literarios, el
“desaforado método de Cervantes” para construir a su personaje.
-“Brandán Caraffa: Nubes en el silencio” en CRITERIO nº 5, 5 de abril de 1928, p.157-158. Breve
reseña del poemario de uno de sus compañeros generacionales más apegado al vanguardismo –en su
vertiente ultraísta–. Habían participado juntos de la fundación y dirección de Proa.
-“La Chacarita” y “La Recoleta” en CRITERIO n º21, julio 1928, p.108. Recogidos en Cuaderno San
Martín (1929). Dos poemas notables –reunidos bajo el título “Muertes de Buenos Aires”¬– que
tematizan la muerte, o dos versiones de la muerte, la patricia y la plebeya, a partir de los dos cementerios
más importantes de la ciudad.
–“De J.L. Borges a Juan Pablo Echagüe” en CRITERIO nº 25, agosto 1928, p.238. Esta nota es la
respuesta polémica a una publicada por Juan Pablo Echagüe, un prestigioso crítico teatral de la época,
que solía firmar Jean Paul. La polémica se había originado en las páginas de La Prensa, donde Borges
publica “Una pieza del año 52”, un comentario crítico –y rebosante de ironía– acerca de una pieza teatral
de Pedro Echagüe. Juan Pablo siente injuriada la memoria de su padre y responde con una carta –
fechada en París, el 26 de junio de 1928– publicada en El diario, en agosto, con el título “A propósito de
una obra estrenada en el año 1860, y un artículo publicado por D. Jorge Luis Borges”. CRITERIO –que
ya había tomado partido por Borges, al comentar la polémica en su sección “Nos parece mal”– le
concede al escritor un lugar para la réplica, con esta nota que mencionamos. Allí, el escritor reduce al
absurdo todos los planteos de Echagüe, dando un cierre a la polémica, con frases verdaderamente
antológicas.
–“Página relativa a Fígari”, en CRITERIO nº 30, septiembre de 1928, p. 406-407. Reproducción de
la conferencia que Borges, invitado por Dell’Oro, dio en la inauguración de la exposición que organizó
el Convivio de los Cursos de Cultura Católica sobre la obra del pintor uruguayo. Borges, como es usual,
se aleja bastante del tema esperable –las telas de Fígari– para presentar una paradójica concepción del
tiempo y la historia, sobre la que volverá en otros textos, y para desplegar su peculiar versión de la
identidad nacional, que aparece definida de un modo no esencialista, como una construcción a futuro que
integrará distintas nacionalidades.
-“La noche que en el Sur lo velaron”, en CRITERIO nº44, 3 de enero de 1929, p. 16-17. Recogido en
Cuaderno San Martín (1929). Uno de los más bellos poemas escritos por Borges en su primera década
como autor, donde nuevamente se tematiza la muerte, el misterio de la muerte, en diálogo con la
poetización de Buenos Aires que Borges emprende en sus primeros poemarios.
–“El paseo de Julio” en CRITERIO nº 51, 21 de febrero de 1929 240-241. Recogido en Cuaderno San
Martín (1929). La última colaboración de Borges en CRITERIO es un poema de fuerte carga moral, que
apela al discurso cristiano –particularmente a la elaboración teológica y literaria sobre el infierno– para
retratar negativamente la zona del puerto, condenándola como lugar de perdición y excluyéndola de la
patria (“nunca te sentí patria”). En este sentido, este artículo es quizás la que formal e ideológicamente
más parecía adecuarse a lo esperable en esa publicación.
Un breve comentario final. Los artículos y poemas que Borges ha publicado en CRITERIO no presentan
diferencias significativas con los que publicaba en otros medios en esa misma época. Borges no parece
haber estado condicionado por el carácter confesional de la publicación para incluir o excluir temas. Las
citas bíblicas y el léxico de resonancias teológicas que pueden rastrearse en estos textos eran frecuentes
en la producción borgeana. Pero su perspectiva no estaba necesariamente en línea con la doctrina
católica que definía la revista. De hecho, como anticipamos, Dell’Oro debió lidiar con el censor
eclesiástico Zacarías de Vizcarra, que objetó particularmente “La Chacarita” en tanto la concepción de la
muerte, de las almas y de la cruz que leía en el poema le parecían incompatibles con la ortodoxia. El
poema finalmente se publicó, lo que habla de la estima en la que la redacción de CRITERIO –o al
menos, un sector importante de la redacción– tenía por el que llamaba “nuestro distinguido
colaborador”. En un sentido similar, podemos pensar que el rechazo de la alegoría como forma válida de
arte que se encuentra en “La conducta novelística de Cervantes” o la negación de todo esencialismo
nacionalista que relevamos en “Página relativa a Fígari” colisionan con las posiciones sostenidas por
otros colaboradores del entonces semanario. Podemos recuperar una sugerente hipótesis de Annick
Louis y decir que el escritor parece aquí “predicar entre infieles”: no se trata de convencer a los ya
convencidos, sino de introducir sus ideas en medios que, en principio, podían ser hostiles.
La colaboración de Borges en CRITERIO finaliza, significativamente, en 1929. A fines de ese año, el
primer director y muchos de los colaboradores más vinculados a la “nueva sensibilidad” presentarían su
renuncia marcando el fin de la primera etapa de la revista. Una etapa en la que era posible cierta
heterogeneidad estética y política, aun en un proyecto que se definía como católico doctrinario, una
etapa en la que participaron en CRITERIO no sólo Borges sino varios otros jóvenes provenientes de las
vanguardias estéticas. A partir de la década del treinta, los violentos cambios en la situación política
nacional, en el contexto internacional y el reposicionamiento del propio Borges hicieron imposible
cualquier tipo de confluencia. Pero eso es otra historia. Quedan las huellas de un diálogo que fue posible
y, sobre todo, un ensayo notable y tres espléndidos poemas.

El autor es Doctor en Letras y Profesor en la UBA. Su tesis doctoral fue “Borges y el cristianismo.
Posiciones, diálogos y polémicas”.

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