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EL QUEHACER ÉTICO - Adela Cortina
EL QUEHACER ÉTICO - Adela Cortina
Adela Cortina
Universidad de Valencia
Esta es la función que pretende cumplir esta pequeña guía: la de servir de orientación a quienes, por virtud
o por necesidad, se interesan por la ética en general y por la educación moral en particular.
En lo tocante a la primera, quisiéramos dar noticia de su objeto, qué es la moral, de su situación en el mundo
del saber, como también de las principales corrientes actuales y su significado.
Y en lo que a la educación moral respecta, nos proponemos ofrecer un modelo diseñado, no al azar, sino
desde el hilo conductor de distintas propuestas éticas, hoy ya irrenunciables. De cada una de ellas iremos extrayendo
los valores y las actitudes concretas que se siguen para ir conformando los rasgos, no de una persona ideal, sino
sencillamente de una persona moralmente bien educada a la altura de nuestro tiempo.
Lógicamente, la idea de moral que perfilaremos está indisolublemente conectada con el modelo de
educación moral que vamos a ofrecer. Y es que, en definitiva, a menudo nos parece estúpido o incluso perjudicial
educar moralmente porque tenemos una idea bastante peregrina acerca de ese territorio, tan próximo y tan lejano,
que es el mundo moral. Lejano, porque ha sido totalmente desvirtuado en multitud de ocasiones. Cercano, porque
ser moral es una de las características que acompaña de forma inevitable a cualquier persona.
No digamos ya lo célebre que ha venido a hacerse lo moral en los últimos tiempos en la vida pública, gracias
a los escándalos de corrupción, las escuchas ilegales, los diversos terrorismos, el tráfico de influencias, y todo ese
conjunto de desacatos contra el sufrido "pueblo soberano", que han conseguido por fin arrebatarle -o casi
arrebatarle- un bien preciado: la capacidad de asombro.
La ciudadanía ya no se extraña de nada, pero constantemente reclama una moralización de la cosa pública,
luego algo entenderá de moral cuando pide que aumente.
Lo que le parece más extraño es la ética. Porque la ética, como filosofía moral que es, trata de lo moral con
un lenguaje filosófico que las más de las veces parece una "jerga de rufianes". El lenguaje de los filósofos resulta
esotérico, y preciso es reconocer que muchos de ellos se esfuerzan por que lo sea. En ocasiones, porque ellos mismos
no entienden lo que dicen y en la ceremonia de la confusión todos los gatos son pardos. Y otras veces por prestar a
su saber un cierto grado de sublimidad.
En efecto, dan las gentes en creer que lo ininteligible es más profundo que lo diáfano, y por eso al terminar
alguna conferencia totalmente abstrusa, suelen comentar enfervorecidas: "¡Qué nivel! ¡Qué profundidad!". Sólo que
con el tiempo se cansan, porque aquello que para ser entendido exige un cierto esfuerzo estimula el interés y enseña
cosas nuevas; pero lo que, con esfuerzo o sin él, rebasa nuestra capacidad de comprensión acaba suscitando la más
profunda apatía. A la larga, la ininteligibilidad tiene, lógicamente, un efecto disuasorio y no provocativo, y las gentes
acaban pensando que allá se las compongan los intelectuales con su jerga esotérica.
Por eso llevaba razón Ortega al afirmar que la claridad es la cortesía del filósofo, pero aún se quedaba corto:
es un deber moral, no sólo de los filósofos, sino de todas las gentes que se preocupen por construir un mundo más
humano, porque ese mundo no puede edificarse desde la mutua incomprensión, sino desde la comprensión
recíproca.
Cosa que en ética no resulta imposible. En primer lugar, porque, como hemos dicho, trata sobre algo que
todos llevamos en el cuerpo -es decir, la moral- y por eso tenemos las antenas preparadas para sintonizar con lo
1 Tomado del Libro El Quehacer ético: Guía para una educación moral. Adela Cortina. Aula XXI, Santillana. España.
que sobre ella se diga. No hay nadie amoral, entre otras razones, porque todos entendemos algo cuando se utilizan
términos propios del lenguaje moral, tales como "honradez", "justicia" o "lealtad".
Pero, en segundo lugar, la ética es especialmente accesible a cualquier persona porque el lenguaje que
emplea es el llamado "lenguaje ordinario", el que habla el ciudadano de a pie, y no un lenguaje formalizado, como
el de la lógica o las matemáticas.
Sólo que -y esto sí ha de tenerse en cuenta-, a fuerza de siglos de reflexión filosófica, algunos términos de
ese lenguaje cotidiano se han cargado ya de un significado que sólo suelen reconocer en toda su profundidad los
que se han dedicado a estudiarlo; y, por otra parte, los profesionales de la ética, como ocurre constantemente en
los distintos ámbitos de la vida social, emplean para dialogar entre ellos expresiones que funcionan como claves;
claves que, en este caso, no precisan ser descifradas.
Supongamos que un ético dice: "me refiero a la idea de felicidad en el sentido de Aristóteles". Naturalmente,
quien no sepa nada de la ética aristotélica tampoco entenderá en qué sentido está empleando el término el
hablante; pero, si se trata de gentes que conocen la propuesta de Aristóteles, resultaría interminable explicitar en
cada caso en qué sentido se está utilizando el término "felicidad".
Cosa que ocurre, no sólo en los lenguajes técnicos, sino en el habla cotidiana, cuando alguien dice de un
amor que es "platónico" y no por eso aclara en qué consiste la doctrina de Platón; o cuando ante una desgracia
afirmamos compasivamente, por consolar, que "más se perdió en Cuba" y no nos sentimos obligados a explicar a
nuestro interlocutor qué fue exactamente lo que se perdió en Cuba ni quién lo perdió, porque esperamos que haya
un saber común que nos permita utilizar estas claves.
Precisamente uno de los mayores problemas de la educación hoy y de la relación entre las distintas
generaciones es que se está perdiendo ese saber común de trasfondo que nos permite entendernos sin necesidad
de interminables explicaciones: el desconocimiento de las raíces de la civilización occidental -es decir, de la cultura
griega, del cristianismo, de los "siglos de oro" de los distintos países- dificulta enormemente encontrar canales de
comprensión mutua. Recuperarlos y activarlos es hoy uno de los grandes retos éticos.
Por eso lo que intentaremos en estas páginas es ofrecer un modesto código para interpretar algunos de los
mensajes que parecen cifrados en el campo de la ética, sin dar por supuesto ningún especial conocimiento en este
ámbito. Se trata, pues, de una guía introductoria, no de una "Guía para Perplejos", como la que nos legó
Maimónides, sino de una guía para interesados, por vocación, por necesidad, o por ambos a la vez, que suele ser lo
más corriente. De una "Guía", por tanto, "para Curiosos y Necesitados".
2A. Cortina, Ética mínima, Tecnos, Madrid, 1986, parte 1; Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990, cap. 1; Ética aplicada y democracia radical,
Tecnos, Madrid, 1993.
filosóficos, como "aristotélica", "estoica" o "kantiana".
La verdad es que las palabras "ética" y "moral", en sus respectivos orígenes griego (êthos) y latino (mos),
significan prácticamente lo mismo: carácter, costumbres. Ambas expresiones se refieren, a fin de cuentas, a un tipo
de saber que nos orienta para forjarnos un buen carácter, que nos permita enfrentar la vida con altura humana, que
nos permita, en suma, ser justos y felices. Porque se puede ser un habilísimo político, un sagaz empresario, un
profesional avezado, un rotundo triunfador en la vida social, y a la vez una persona humanamente impresentable.
De ahí que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humanamente íntegros.
Precisamente porque la etimología de ambos términos es similar, está sobradamente justificado que en el
lenguaje cotidiano se tomen como sinónimos. Pero como en filosofía es necesario establecer la distinción entre estos
dos niveles de reflexión y lenguaje -el de la forja del carácter en la vida cotidiana y el de la dimensión de la filosofía
que reflexiona sobre la forja del carácter-, empleamos para el primer nivel la palabra "moral" y reservamos la palabra
"ética" para el segundo. Precisamente por moverse en dos niveles de reflexión distintos -el cotidiano y el filosófico-
José Luis Aranguren ha llamado a la moral "moral vivida", y a la ética, "moral pensada"3.
Estar en el quicio
Decía Ortega -y yo creo que llevaba razón- que para entender qué sea lo moral es mejor no situarlo en el par
"moral-inmoral", sino en la contraposición, más deportiva, "moral-desmoralizado"
"Me irrita este vocablo, 'moral' -nos dice en "Por qué he escrito El hombre a la defensiva". Me irrita porque en
su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un
hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición
4 José Ortega y Gasset, "Por qué he escrito El hombre a la defensiva", Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, IV, p. 72.
instrumentaliza para conseguir prebendas individuales o grupales y, por contra, todos tienen mucho que aportar
cuando se intenta alcanzar, con toda modestia, aquello que cada uno puede ofrecer. Pero no deja de ser curioso que
sólo a la moral se le añada esa humillante terminación, como si sólo ella pudiera degenerar en un producto
pernicioso. ¿No será que, tomada en serio, nos obliga a cambiar nuestras formas de vida, y no estamos en exceso
por la labor? ¿No será que la moral más tiene naturaleza de "moralita" que de "moralina"?
Elogio de la moralita
La "moralita" -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su pariente, la dinamita.
No se fabrica con pólvora, claro está, sino con la imagen de lo que es un hombre -varón o mujer- en su pleno quicio
y eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un comportamiento verdaderamente humano.
¿No sería bueno, tal como andan las cosas, ir poniendo potentes cargas de moralita en lugares vitales de
nuestra sociedad? En las escuchas no autorizadas por un juez con razones contundentes, en el terrorismo criminal,
en los pactos políticos ajenos a la voluntad de los votantes, en los medios de comunicación a los que no importa
informar, sino sólo vender, en la corrupción universitaria... En todos esos puntos estratégicos que, al saltar por los
aires, irían abriendo camino para una convivencia más presentable. ¿Y por qué no lo hacemos?
Entre otras razones, porque resulta muy sencillo desactivar la moralita, privarle de su potencial
revolucionario. Basta con llamarle "moralina", decir que es cosa ñoña y empalagosa, propia de mujeres, para que
pierda toda su fuerza explosiva. Como si, por otra parte, la ñoñería y el empalago fueran cosa de mujeres y no
tuviéramos tantos arrestos como cualquier bípedo implume.
Y se dice aquello de "no me digas que me vas a salir ahora con problemas de conciencia: aquí lo que
importa...". Aquí lo que importa es conservar el poder, aquí lo que importa es el pueblo, caiga la persona que caiga,
aquí lo que importa es ganar dinero, aquí lo que importa es que se beneficien sólo los de casa y no los de fuera. Y
todo lo demás es estúpida moralina.
La perversión de las palabras es la más grave de las perversiones. Cuando a la escucha telefónica no
autorizada la llamamos "seguridad del Estado" -así llamaban también en Argentina a las desapariciones forzadas de
los opositores a la dictadura-, cuando justificamos el asesinato terrorista recurriendo a la "defensa del pueblo",
cuando convertimos la difamación en libertad de expresión y la corrupción universitaria en "autonomía de la
universidad", entonces hemos trucado todos los perfiles de la realidad y nos conviene transformar la explosiva
moralita en dulzona moralina.
Ciertamente la realidad acaba siendo inapelable y vuelve por sus fueros, a pesar de todos los intentos de
manipulación. Pero ya han quedado en la cuneta sin remedio intimidades violadas, muertos, difamados, excluídos,
esperanzas e ilusiones frustradas y una sociedad desmoralizada. Por eso es importante ir poniendo cargas de
moralita revolucionaria en puntos estratégicos de nuestra vida personal y social: para ir orientando nuestra vida
hacia el quicio humano y la eficacia creadora.
5 Xavier Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid, Alianza, 1980. Por esta línea caminan también los trabajos de José Antonio Marina, Teoría de
la inteligencia creadora, Barcelona, Anagrama, 1993; Ética para náufragos, Barcelona, Anagrama, 1995.
6 Adela Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, VD, Estella, 1994.
8 A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993, cap. 11.
sobre todo tener conciencia de que la elección de cada día tiene repercusiones para el futuro, percatarse de que el
pan de hoy puede ser hambre para mañana. El prudente no es entonces "presentista", sino que sopesa y pondera
los bienes que elige en el momento concreto, de modo que en la "cuenta de resultados" de la vida toda surja el
mayor bien posible.
A la tradición que entiende así la vida moral se le conoce como "eudemonismo" (de "eudaimonía", que
significa "vida buena”, “felicidad" en el sentido de autorrealización plena), y permanece hasta nuestros días, con
especial vigencia en la Edad Media, en filosofías como las de Averroes (s. XII) o Sto. Tomás de Aquino (s. XIII). Hoy
surge con fuerza en el llamado "movimiento comunitario" (Alasdair MacIntyre, Michael Walzer, Benjamin Barber),
en la hermenéutica (Hans-Georg Gadamer), y en la vertiente de la ética zubiriana que se refiere a la "moral como
contenido".
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Éstos son, pues, cuatro modos de entender cómo comportarse en la vida de una forma moral. Ciertamente,
la historia de la ética nos ha pertrechado de otros modelos, pero como estos cuatro constituyen la clave para
comprender los restantes, vamos a darnos por satisfechos con ellos, al menos en una primera aproximación.
TIPOS DE
RACIONALIDAD
CARACTERISTICAS
1. Fin último natural y moral: felicidad (lo que conviene a una
persona en el conjunto de su vida).
PRUDENCIAL
2. Ámbito moral: el de la racionalidadque delibera sobre los medios
(tradición aristotéli-
más adecuados para alcanzar un fin.
ca)