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LAS AVENTURAS DEL CONEJO

TOMILLITO

El conejo Tomillito era muy curioso y muy valiente pero


también muy desobediente.
Tomillito, el conejito quería salir a explorar el bosque, pero
su mamá no le dejaba.
Aun así el conejillo Tomillito se escapaba y se daba una
vuelta alrededor de la madriguera.
- Un día te vas a perder es muy peligroso – le decía su
mama. Pero el conejillo Tomillito por una orejota le
entraba y por la otra le salía lo que su madre le decía.

- Un día, en una de sus escapadas, el conejo Tomillito


oyó una dulce y delicada voz que lo llamaba:

- Tomillito, Tomillito ven a jugar un ratito

Tomillito sabía que no podía alejarse de la madriguera


pero no pudo resistir la tentación y se acercó pero no
encontró a nadie.
Un poco más adelante alguien volvió:
Tomillito, Tomillito ven a jugar un ratito.
Pero cuando Tomillito se acercó y no vio a nadie. Y la
voz volvió a llamar:

Tomillito, Tomillito ven a jugar un ratito.


Pero tomillito ya estaba harto de esos jueguecitos y
decidió darse una vuelta. No tardó mucho en darse
cuenta que se había perdido.
El conejo tomillito no sabía dónde estaba, ni tampoco
como volver a casa.

El conejo tomillito dio vueltas y vueltas, pero no


encontraba su madriguera. Tenía hambre y estaba a
punto de oscurecer. Entonces empezó a oír ruidos en
el bosque. Un animal grande y fiero se acercaba.
¡Qué miedo!-Decía el conejo Tomillito.
El conejo Tomillito empezó a correr y, de salto, se
metió en el agujero de un árbol. ¡Justo a tiempo! Allí
paso la noche.
Por la mañana el conejito Tomillito salió de su
escondite dispuesto a regresar a casa. Con mucho
esfuerzo encontró el camino de vuelta.
Cuando llego a la casa su mamá le abrazo:

- Pobre conejito mío. Seguro que has pasado mucho


miedo y que estas hambriento.

- El conejito Tomillito comió sin separarse de su madre a


la que se quedó bien pegadito.
- Dentro de poco serás mayor y podrás explorar todo lo
que quieras –Tomillito le dijo su mama.

- Pero ahora tienes que hacer caso a tu mama y papa


que saben lo que te conviene. Aunque no te guste.

- Y así el conejo Tomillito no volvió a escaparse nunca


más ni volvió a desobedecer a sus papas.

- Junto a ellos aprendió todo lo que necesitaba para


convertirse en un conejo mayor y responsable.
Lalia
Lalia tenía solo tres años, pero ya había asustado a todo el colegio.
Cada vez que Lalia aparecía en clase tiraba todos los juguetes,
descolocaba las sillas y tiraba todos los abrigos.

Cuando iba a casa alguna amiga o de alguno de sus primos, Lalia


tiraba sus juguetes, rompía todo lo que podía y le cogía las pinturas
para ensuciar su ropa y sus libros.

Todos los niños y las niñas huían cuando veían a Lalia. Nadie quería
jugar con ella. Algunos incluso lloraban cuando la veían.

-Tienes que portarte bien, Lalia, sino no vas a tener nunca amigos -le
decían sus padres, sus tíos y sus maestros.

Pero a Lalia le daba igual. A veces la castigaban, pero no le


importaba. Lo mucho que le había gustado hacer la trastada que le
había valido el castigo solía valer la pena. Y era así, día tras día,
semana tras semana. Hasta que otra niña, Matilda, se cansó y decidió
tomar medidas.

Todos los días mientras recogían para irse a casa, Lalia aprovechaba
para pegar a alguien, tirar alguna cosa o esconder algo y así hacer
rabiar a alguno de sus compañeros mientras la maestra estaba en la
puerta entregando niños a sus padres. Como a Lalia la iban a buscar
la última tenía tiempo de sobra para sus fechorías. Pero el día que
Matilda actuó la cosas fueron bien distintas.

Matilda convenció a otra niña para que le ayudará a meter a Lalia en la


casa de juguete que tenían en la clase. Entre otras dos la sujetaron a
través de las ventanas para que no saliera. Otros cuatro niños se
dedicaron a arrastrar sillas y mesas y ponerlas alrededor de la casa
para que Lalia no pudiera salir.

La maestra, acostumbrada al ruido, ni se dio cuenta de lo que pasaba,


mientras seguía entregando a los niños. Cuando llegó la madre de
Lalia y la niña no aparecía es cuando se dio cuenta que salían voces
de la casa.

Entre la madre y la maestra retiraron las mesas y las sillas. Y allí


encontraron a la niña, llorando desconsolada.

Desde entonces Lalia no ha vuelto a meterse con los demás,


porque ha aprendido la lección. Pero tampoco tiene amigos, porque
nadie quiere estar con ella después de todas las maldades que ha
hecho.

Ojalá Lalia no hubiera tenido que aprender por las malas lo importante
que es respetar a los demás. Ojalá en vez de castigar y disciplinar
pensáramos más en fomentar la convivencia y la colaboración. Tal vez
las cosas serían distintas, para Lalia y para todos los niños que pegan
y acosan a sus compañeros, para todos los que tienen que responder
con violencia porque nadie interviene intentando poner un poco de
paz.
 
Un encigüeñado día de boda
Érase una vez una cigüeña muy presumida que un día vio brillar un

anillo desde el cielo. Su dueño, un conejo que iba a casarse ese

día, entró a una madriguera dejando el anillo fuera, y la cigüeña

aprovechó para probárselo rápidamente sin pedir permiso. Pero al ir a

quitárselo el anillo se atascó en su dedo, y la cigüeña pensó:

- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.

Y aprovechando que nadie la había visto, salió volando de allí con

la idea de devolver el anillo cuando pudiera quitárselo.

El conejo se llevó un gran disgusto al descubrir el robo. Pero era un

gran detective, y rápidamente todos en el bosque buscaban un

pájaro con un anillo. Cuando la cigüeña se enteró, se dijo:

- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.

Y decidió ocultar el anillo metiendo rápidamente sus patas en un

barril de pintura negra que encontró cerca de donde se preparaba

la boda. Pero mientras huía volando, buena parte de la pintura goteó

sobre los manteles y el vestido de la novia, estropeándolos

terriblemente. Cuando llegó el conejo y descubrió el desastre se puso


furioso, y olvidando el anillo puso a todos a buscar un pájaro con

las patas pintadas de negro. Al enterarse, la cigüeña dijo:

- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.

Y decidió vendarse las patas, y fingir que había tenido un accidente.

Pensaba la cigüeña que así había resuelto el problema, pero cuando

poco después se encontró precisamente con el conejo, este sintió

pena de ver una cigüeña tan herida, e insistió tanto en acompañarla

al hospital para hacerse una radiografía que la cigüeña no pudo

negarse. Esta sabía que si le hacían una radiografía se descubriría el

anillo, y que si le quitaban el vendaje verían la pintura, y se dijo:

- Qué vergüenza, me van a pillar. Algo tengo que inventar.

Y aprovechando que su casa estaba camino del hospital, le pidió

al conejo que esperase mientras subía a recoger algunas cosas. Una

vez en casa, se quitó las vendas y cubrió sus patas con unas placas

de plomo para ocultar el anillo en la radiografía, y luego las tapó con

tantas vendas y pegamento que resultaría imposible quitárselas.

Pensaba la cigüeña que así podría ir al médico sin ser descubierta, y

que más adelante encontraría la forma de devolver el anillo.


Ya más tranquila, la cigüeña echó a volar para reunirse con el

conejo, sin darse cuenta de que nunca podría volar con tantísimo

peso en sus patas. Y tan pronto saltó del nido, cayó como una

piedra, sin poder hacer nada para evitar darse el mayor de los

batacazos. Pero no contra el suelo, sino contra el pobre conejo, que

no tuvo tiempo de apartarse.

Allí acudieron ambulancias, médicos, policías y cientos de animales,

preguntándose qué habría pasado para que la cigüeña cayera sobre el

conejo. Y al descubrir las vendas, el plomo, la pintura y el anillo

todos pensaron que el golpe era la última parte del despiadado

plan de la cigüeña para arruinar la boda del conejo. Y en una sola

mañana, la cigüeña se convirtió en el animal más odiado del bosque, y

perdió a todos sus amigos.


Solo mucho tiempo después se atrevió el conejo a visitar a la

cigüeña, pues aún no comprendía por qué se había empeñado en

fastidiar su boda. Esta, arrepentida, le pidió perdón, y le contó la

historia del anillo y todo lo que había ocurrido después.

- Nunca me habría imaginado que todo eso pudiera ocurrir solo por

probarse un anillo sin permiso- dijo con buen humor el conejo.

- Es que no fue por eso - replicó avergonzada la cigüeña-, sino por lo

que tuve que hacer para ocultarlo una y otra vez. Nunca te habrías

enfadado tanto si me hubieras descubierto probándome el anillo y

hubieras tenido que ayudarme a quitármelo.


Y viendo la valiosa lección que había aprendido la cigüeña, el

conejo la perdonó públicamente para que pudiera recuperar a sus

amigos y contar su historia, y así ayudar a todos a comprender

que lo verdaderamente malo de las pequeñas mentiras son las

grandes mentiras que hay que inventar para ocultarlas.

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