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Deseo del autista

 Por Alicia Hartmann *

La Escuela Experimental de Bonneuil, fundada hace más de treinta años por Maud Mannoni, está
destinada a chicos autistas, muy graves. Se encuentra en Bonneuil-sur-Marne, a una hora del centro de
París, en metro y bus. La sede está compuesta por tres modestos edificios, típicos de los suburbios
parisienses. Su aspecto dista mucho del que pudiera imaginarse para una escuela del Primer Mundo, pero
está equipada con todo lo necesario para que cada niño pueda crear un espacio propio y se produzca algún
movimiento deseante: talleres de cine, ópera, canto, escultura, pintura; salidas al exterior, por ejemplo
visitas a mercados de frutas, de flores; actividades físicas como la piscina. Hablaré de mi experiencia de
trabajo en Bonneuil.

La escuela trabaja hasta las cuatro de la tarde. Algunos de los chicos viven con sus propias familias,
capaces de contenerlos, que los llevan y traen todos los días a Bonneuil. Cuando se considera que los
padres no son suficientemente contenedores como para soportarlos, hacen una experiencia de separación.
Se apuesta a que el exterior les dará otras marcas, que los padres no les pueden dar. Entonces, hay
familias, que viven a pocas cuadras de Bonneuil, que son contratadas por el gobierno francés para que se
hagan cargo de los chicos por cierto tiempo. Hay chicos muy graves que rotan entre dos o tres familias.
En este marco aprenden oficios: algunos tienen ya 30 o más años y son pintores, panaderos.

La tarea no se centra en un plan escolar; si bien algunos chicos siguen una currícula escolar, su sentido no
es centralmente pedagógico: promueve una forma de lazo donde la cultura está presente, y no una simple
acumulación de conocimientos. Se trata de que el chico autista pueda realizar algo de su propio deseo.
Aun los que no hablan piden cosas. Aunque no hablen, todos entienden, y entienden mucho.

A partir de aquellas muchas ofertas, cada chico, cada día, se ubica en alguna de las actividades, de
acuerdo con lo que él quiera hacer. En general, a la larga suelen dedicarse a una actividad en particular.
Todo esto se halla muy lejos de cualquier marco pedagógico habitual.

Los maestros trabajan mucho, a la par de los chicos. Por ejemplo, en el taller de cine, un chico sostiene
con su mano un paño negro necesario para la filmación: él quiere participar en esa actividad y allí está,
haciendo algo que puede hacer. Los maestros trabajan todo el tiempo con ayudantes. La cantidad de
personal duplica a la de chicos; los chicos muy graves están siempre sostenidos por dos personas, y los
maestros no son necesariamente psicoanalistas. Pero hay psicoanalistas que postergaron su ejercicio
profesional con niños en París para trabajar en Bonneuil.

Los chicos aprenden a convivir en una mesa: llegan a comer correctamente en la mesa, lo cual es muy
difícil de lograr con chicos autistas. Por identificación en espejo con el maestro, aprenden esta
convivencia. Por ese mecanismo, la identificación especular, llegan a aprender reglas, a incorporarlas. Y
allá en Bonneuil tienen una actitud clara en cuanto a hacer valer las reglas: no los dejan hacer cualquier
cosa a los chicos, pero no apelan a la sanción. A veces un chico se descontrola, por ejemplo tira algo al
suelo: le toman la mano, lo abrazan, lo calman; lo contienen corporalmente. Una vez que un chico había
tirado una jarra al piso, le dieron una pala para que barriera los pedazos y, como pudo, con la ayuda de un
maestro, barrió. No porque sea autista queda eximido de barrer.

Así, por identificación con el maestro, se incorpora la ley; se apuesta a que en la escuela empieza la ley;
ésa es la apuesta, y por eso Bonneuil es, como dijo Maud Mannoni, “un lugar para vivir”. Es una forma
de vida. Los chicos, en Bonneuil, no están medicados.

Maud Mannoni estaba imbuida de las ideas de Michel Foucault, cuyo seminario “Los anormales”
atraviesa su pensamiento. Allí Foucault denuncia la barbarie histórica, y actual, la continuidad entre la
“debilidad constitutiva” de los niños graves y el auge de la psiquiatría actual. Sostiene Foucault que sólo
se puede psiquiatrizar al adulto “con la condición de asegurar el paralelismo externo, la fusión con la
infancia”, y agrega que “la infancia como fase histórica del desarrollo, como forma general del
comportamiento, se convierte en el gran instrumento de la psiquiatrización”.
Valeria Tobar, en un trabajo inédito sobre su pasantía en Bonneuil, escribió: “Entre los significantes
‘escuela’ y ‘hospital de día’, la presencia de Maud Mannoni cobraba una importancia clave. El
significante ‘escuela’, más allá de la historia, ubica a la institución en relación con lo pedagógico;
‘hospital de día’ plantea la dimensión de la clínica, que se sitúa más allá de lo pedagógico en sí mismo. El
esfuerzo de Maud Mannoni era por encontrar el equilibrio en una línea cuyos extremos serían, de un lado,
el psicoanálisis salvaje, y, del otro, la reeducación, que genera en los niños una respuesta adaptativa y
estereotipada. Esta era siempre su línea de intervención en las presentaciones clínicas de Bonneuil”.

Por mi parte, entiendo a Bonneuil como una postura que se plantea no sólo en relación con la psicosis,
sino con la marginación en general; es analítica, en su preocupación por el deseo; es pedagógica, en tanto
brinda a los niños las herramientas para buscar un alojamiento en el Otro, diferente de aquel con el que
advienen.

Bonneuil es, en términos de Maud Mannoni, una “institución estallada”. La forma antinómica del término
introduce la contradicción entre lo instituido, tal vez cerrado, y la abertura al exterior. Si el psicótico no
está fuera del lenguaje pero sí fuera de discurso, la institución estallada intenta trabajar desde una
exterioridad que produzca lazo social. La institución rechaza formalmente lo instituido: escuela común,
familia, maternaje; rechaza la perspectiva escolar tradicional y “la coherencia legisladora del discurso
pedagógico”, en palabras de Mannoni.

Bonneuil cuenta con una subvención estatal considerable. Los tratamientos que allí se brindan son
cubiertos totalmente por el seguro de salud. Los padres no tienen que pagar nada, y en general son gente
humilde.

Hoy, a casi treinta años de su creación, esta “escuela experimental”, como fue llamada inicialmente,
continúa la lucha para evitar la psiquiatrización del niño psicótico y desafía las clasificaciones que
procura imponer la psiquiatría oficial, como el denominado DSM IV.

Sabemos lo difícil que es para la familia sostener a estos chicos que no han podido establecer un vínculo,
a partir del deseo, en el comienzo de la vida –el autismo se registra ya en la lactancia–; sabemos que a los
padres, cuando no encuentran respuesta en el bebé, se les interpone un muro. No en vano Donald
Winnicott se preguntó desde qué ética es lícito romper esa fortaleza vacía. Niños que Bruno Bettelheim,
en “El corazón bien informado”, comparó con los prisioneros del campo de concentración a quienes se
denominaba “musulmanes”, a quienes la vida había dejado de importarles. Lo que era para esos
prisioneros la realidad exterior es para estos niños la realidad interior. “Ambos, por distintas razones,
terminan teniendo una concepción análoga del mundo”, decía Bettelheim.

¿Es imposible, hoy en la Argentina, imaginar un espacio similar al de Bonneuil? ¿No podría el Tobar
García, nuestra institución pública rectora, incorporar con más fuerza algunas de estas ideas? Algunos
considerarán “anacrónica” la propuesta, dado el auge de la neuropsiquiatría. Pero, ¿por qué estos niños
tendrán el destino de ser ratas de laboratorio? ¿Por qué un autista no podría tener una evolución que le
permita trabajar, aun en pequeñas tareas, con supervisión, y no quedar confinado, para el resto de su vida
adulta, en un cuarto de la casa o en la sala para crónicos del hospital psiquiátrico?

* Psicoanalista.

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