Está en la página 1de 4

QUERIDO ángel mío:

Ayer cuando recibí tu carta me alegré hasta la locura, pero al mismo tiempo
me sentí aterrado. Qué pasa contigo, Ania, en qué estado te encuentras.
Lloras, no duermes y sufres. ¿Cómo crees que me sentó leer esto? Han
pasado sólo cinco días y... ¡cómo estás! Querida mía, adorado ángel mío,
tesoro mío, nada te reprocho; al contrario, me resultas más bella y más
valiosa por esos sentimientos. Comprendo que nada se puede hacer si no
estás en condiciones de soportar mi ausencia y me tienes desconfianza
(repito, no te lo reprocho; lo aprecio, te amo por eso, te amo incluso
doblemente si acaso esto es posible), pero al mismo tiempo, tesoro mío,
debes concordar conmigo en que cometí una locura al venir aquí sin
haberme enterado de tus sentimientos. Piensa, querida mía: por un lado la
nostalgia de ti me impedía ponerle fin con éxito a este maldito juego y
viajar a tu encuentro, pues me sentía atado espiritualmente; por el otro:
¿cómo podía permanecer aquí conociendo la situación en que te
encuentras? Discúlpame, ángel mío, pero voy a entrar en algunos detalles
sobre mi situación respecto al juego para que te quede claro de qué se trata.
Más de veinte veces, cuando me he acercado a la mesa de juego, he hecho
el experimento de jugar con sangre fría, con tranquilidad y haciendo
cálculos, y he constatado que así no existe la menor posibilidad Te lo juro,
¡no hay posibilidad alguna! Supongamos que en la mesa de juego está
presente el azar, pero yo lo calculo y por lo tanto tengo ya una probabilidad
de ganar. Sin embargo, ¿qué es lo que generalmente me sucedía?
Regularmente comenzaba con cuarenta florines, los sacaba de mi bolsillo,
me sentaba y ponía un florines o dos. Después de un cuarto de hora,
generalmente (siempre) ya había ganado el doble. En ese momento debería
detenerme e irme de ahí, ausentarme aunque fuera sólo hasta la noche, para
calmar los nervios excitados (porque además me he dado cuenta de que
mientras juego no puedo estar calmado y tranquilo por más de media hora
seguida). Pero yo salía únicamente a fumar un cigarrillo y de nuevo volvía
corriendo a jugar. ¿ Por qué lo hacía si sabía que seguramente no podría
soportar, es decir, que seguramente perdería? Porque cada día, al
levantarme por la mañana, decidía para mí mismo que sería mi último día
en Hamburgo, que mañana partiría y que por lo tanto no podía esperar el
momento conveniente para jugar. Me apresuraba, desesperadamente, a
ganar la mayor cantidad posible en un solo día (porque mañana ya no
estaría aquí), perdía la tranquilidad, destrozaba mis nervios y comenzaba a
arriesgar, me enojaba, apostaba todo ya sin ningún cálculo y perdía (porque
quien juega sin calcular, el azar , es un demente). Todo el error consiste en
que tú y yo nos separamos, en que no te traje conmigo. Sí, sí, así es. Aquí
todo el tiempo pienso en ti, y tú estás casi al borde de la muerte sin mi.
Ángel mío, te repito que no te reprocho nada, que te amo aún más por
extrañarme de esa manera. Pero escucha, querida, por ejemplo, lo que me
pasó ayer: después de haberte enviado la carta en donde te pedía que me
mandaras dinero, fui a la sala de juegos; me quedaban en el bolsillo
únicamente veinte florines (para algún imprevisto) y arriesgué diez. Hice
esfuerzos sobrehumanos para permanecer tranquilo y poder calcular
durante una hora completa y todo terminó en que gané treinta
Friedrichsdor, es decir trescientos florines. Estaba tan feliz que sentí unas
ganas irreprimibles de ponerle fin hoy mismo a todo esto: quise ganar
aunque fuera dos veces más de lo ganado e irme de aquí y, entonces, sin
detenerme siquiera a pensarlo, sin descansar un segundo, me lancé hacia la
ruleta y comencé a apostar mi oro, y todo, todo lo perdí, hasta el último
kópek, es decir, me quedaron únicamente dos florines para tabaco. Ania
querida, alegría de mi vida, comprende que tengo deudas que debo pagar,
que van a decir que soy un canalla; comprende que hay que escribir a
Katkóv y quedarse en Dresden. Debí ganar. ¡Era indispensable! No juego
por divertirme. Era la única salida y todo está perdido por un mal cálculo.
No te recrimino, me maldigo: ¿ Por qué no te traje conmigo? Cuando se
juega poco, a diario, no hay posibilidad de perder; esto es cierto, es así,
tuve veinte veces la experiencia, y aún sabiendo que esto es así, me voy a
Hamburgo con pérdidas; y sabiendo también que si me diera siquiera cuatro
días más, en estos cuatro días lo desquitaría todo. Pero ¡ya no voy a jugar!

Querida Ania, comprende (una vez más te lo ruego) que no te reprocho


nada; me reprocho el no haberte traído conmigo.

NB. NB. En caso de que la carta que envié ayer llegara a extraviarse, te
repito aquí brevemente lo que en ella te decía. Te pedía me enviaras sin
dilación veinte imperiales, en un giro a través de algún banquero, es decir,
que deberás ir a ver al banquero y decirle que necesitas enviar a tal
dirección en Hamburgo (es más seguro a una dirección determinada que a
la poste restante), a tal persona, veinte monedas de oro y ya el banquero
sabrá lo que se tenga que hacer. Te pedía también que lo hicieras cuanto
antes, para que el mismo día la carta estuviera en el correo. Deberás poner
la letra de cambio que te dé el banquero en un sobre y enviarla registrada.
Si lo haces con rapidez, todo esto no te llevará más de una hora, así que la
carta podría salir el mismo día.

Si te da tiempo de enviarla el mismo día, es decir hoy mismo (miércoles) la


recibiré mañana jueves. Si sale el jueves, la recibiré el viernes. Si la recibo
el jueves, el sábado ya estaré en Dresden, si la recibo el viernes, estaré el
domingo. Así va a ser. De verdad. Si consigo terminarlo todo, quizá pueda
llegar no al tercer día sino al día siguiente. Pero me parece difícil terminar
todos los preparativos para salir de aquí (recibir el dinero arreglar las cosas,
ir a Frankfúrt y no perder el Schnell-Zug). Voy a hacer lo que esté de mi
parte pero veo más fácil que sea el tercer día.

Adios Ania, adiós angel adorado, no sabes cuánto me preocupo por ti; por
mí no te preocupes en absoluto. De salud estoy espléndidamente. Ese
trastorno nervioso al que tanto temes es únicamente físico, mecánico. No es
una conmoción moral. Es algo que mi naturaleza necesita, así estoy
construido. Soy un ser nervioso, nunca puedo estar tranquilo aun sin todo
esto. Además aquí el aire es maravilloso. Estoy verdaderamente sano, pero
muy angustiado por ti. Te amo, por eso me angustio.

Un fuerte abrazo, miles de besos,

Tuyo, F.D.
Homburg, 24 de mayo de 1867.

Ania querida, amiga mía, esposa mía, perdóname y no me llames canalla.


He cometido un crimen: lo perdí todo; todo lo que me enviaste, todo, hasta
el último kreuzer. Ayer lo recibí y ayer mismo lo perdí. Ania, ¿cómo voy a
poder mirarte ahora?

¿Qué vas a decir de mí? Una sola cosa me horroriza: qué vas a decir, qué
vas a pensar de mí. Sólo tu opinión me asusta. ¿ Podrás respetarme todavía?
¿Vas a respetarme todavía? ¡Qué es el amor cuando no hay respeto! El
juego es lo que siempre ha perturbado nuestro matrimonio. Ah, amiga mía,
no me culpes definitivamente. odio el juego, no solamente ahora, ayer
también, anteayer también lo maldije; cuando recibí ayer el dinero y cambié
la letra fui con la idea de desquitar aunque fuera un poco, de aumentar
aunque sólo fuera mínimamente nuestros recursos. Tenía tanta confianza en
ganar algo... Al principio perdí muy poco, pero cuando comencé a perder,
sentía deseos de desquitar lo perdido y cuando perdí aún más, ya fue
forzoso seguir jugando para recuperar aunque sólo fuera el dinero necesario
para mi partida, pero también eso lo perdí. Ania, no te pido que te apiades
de mí, preferiría que fueras imparcial, pero tengo mucho miedo a tu juicio.
Por mi no tengo miedo. Al contrario, ahora, ahora después de esta lección,
de repente me sentí perfectamente tranquilo respecto a mi futuro. De hoy en
adelante voy a trabajar, voy a trabajar y voy a demostrar de qué soy capaz.
Ignoro cómo se presenten las circunstancias en adelante, pero ahora Katkóv
no rehusará. En adelante todo dependerá de los méritos de mi trabajo. Si es
bueno, habrá dinero. Oh, si sólo se tratara de mí, ni siquiera pensaría en
todo esto, me reiría, no le prestaría ninguna atención y me marcharía. Pero
tú no dejarás de emitir tu juicio sobre lo que he hecho y esto es lo que me
preocupa y me atormenta. Ania, si tan sólo pudiera conservar tu amor... En
nuestras circunstancias ya de por sí difíciles he gastado en este viaje a
Hamburgo más de mil francos, es decir, alrededor de 350 rublos. ¡Es
criminal!

No los gasté por falta de seriedad, ni por avaricia; no los gasté para mí.
¡Mis objetivos eran otros! Pero no tiene sentido justificarse ahora. Ahora
debo reunirme cuanto antes contigo. Mándame lo más pronto posible,
ahora mismo, dinero suficiente para poder salir de aquí, aunque sea lo
último que quede Mándame lo más pronto posible, ahora mismo, dinero
suficiente para poder salir de aquí, aunque sea lo último que quede. No
puedo quedarme por más tiempo en este lugar, no quiero estar aquí. quiero
estar contigo, sólo contigo, quiero abrazarte. Me vas a abrazar, vas a
besarme ¿no es cierto? Si no fuera por este clima detestable, por este clima
húmedo y frío, me habría mudado ayer, por lo menos a Frankfurt, y
entonces no habría sucedido nada, no habría jugado. Pero el clima es muy
malo y con mis dientes y mi tos no pude moverme de aquí, pues me
aterraba la idea de viajar toda la noche con este abrigo tan ligero. Era
imposible, era correr el riesgo de contraer alguna enfermedad. Pero ahora
tampoco ante eso me detendré. En cuanto recibas esta carta envíame diez
imperiales (como con la letra de cambio Robert Thore, no son necesarios
los imperiales en sí, sino simplemente un Anweisung ; como la vez
pasada). Diez imperiales, es decir noventa y tantos florines para pagar mis
deudas y poder partir. Hoy es sábado, recibiré el dinero el domingo y ese
mismo día me iré a Frankfurt, ahí tornaré el Schnellzug y el lunes estaré
contigo.

Ángel mío, no pienses que también esto voy a perderlo. No me humilles a


tal punto. No pienses de mí. tan mal. ¡Yo también soy un ser humano!
También.en mí hay algo de humano. No se te ocurra de ninguna manera, si
no me crees, venir a reunirte conmigo. Tu desconfianza en que voy a llegar
me aniquila. Te doy mi palabra de honor de que partiré inmediatamente sin
que nada pueda detenerme, ni siquiera la lluvia o el frío. Te abrazo y te
beso. Qué pensarás ahora de mí... Ah, si pudiera verte en el momento en
que leas esta carta.

Tuyo, F. Dostoievski

P.S. Ángel mío, por mí no te preocupes. Te repito que si sólo se tratara de


mí, me reiría y no haría el menor caso. Tú, tu juicio es lo que me atormenta.
Es lo único que me causa dolor. Y yo... cuánto daño te he hecho. Adiós.

Ah, si pudiera ir ahora mismo a reunirme contigo, si pudiéramos estar


juntos algo se nos ocurriría.

También podría gustarte