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Genius se refiere al dios que los latinos creían que protegía a cada persona desde su nacimiento. Genius no solo representaba la energía sexual, sino que era la personificación del principio que rige la existencia única de cada persona. Cada persona debía cultivar una relación íntima y condescendiente con su propio Genius, aceptando sus deseos como propios aunque parecieran irracionales, porque la felicidad de Genius era la felicidad de la persona.
Descripción original:
Trabajo de Agamben sobre la figura del Genius en relación al principio de individuación de Simondon
Genius se refiere al dios que los latinos creían que protegía a cada persona desde su nacimiento. Genius no solo representaba la energía sexual, sino que era la personificación del principio que rige la existencia única de cada persona. Cada persona debía cultivar una relación íntima y condescendiente con su propio Genius, aceptando sus deseos como propios aunque parecieran irracionales, porque la felicidad de Genius era la felicidad de la persona.
Genius se refiere al dios que los latinos creían que protegía a cada persona desde su nacimiento. Genius no solo representaba la energía sexual, sino que era la personificación del principio que rige la existencia única de cada persona. Cada persona debía cultivar una relación íntima y condescendiente con su propio Genius, aceptando sus deseos como propios aunque parecieran irracionales, porque la felicidad de Genius era la felicidad de la persona.
Los latinos llamaban Genius al dios al cual se le confía la tutela al
momento del nacimiento. La etimología es transparente y resulta todavía visible en nuestra lengua, en la proximidad entre genio y generar. Que Genius tuviese que ver con con el generar es, por otra parte, evidente del hecho que el objeto por excelencia “genial” era, para los latinos, la cama: genialis lectus, porque en él se cumple el acto de la generación. Y sagrado para Genius era el día del nacimiento, que por ellos nosotros llamamos todavía cumpleaños. Los regalos y los banquetes con los cuales celebramos el cumpleaños son, a pesar del odioso e inevitable estribillo anglosajón, un recuerdo de la fiesta y el sacrificio que las familias romanas ofrecían al Genius en el natalicio de sus niños. Horacio habla de vino puro, de un cochinillo de dos meses, de un cordero “inmolado”, es decir, esparcido de la salsa para el sacrificio; pero parece que, en el origen, no había sino incienso, vino y deliciosas focacce a la miel porque Genius, el dios que preside el nacimiento, no agraciaba los sacrificios sanguinarios. “Se llama mi Genius, porque me ha generado (Genius meus nominatur, quia me genuit)”. Pero no basta. Genius no era solo la personificación de la energía sexual. Ciertamente, cada hombre viril tenía su Genius y cada mujer su Iuno, ambas manifestaciones de la fecundidad que genera y perpetúa la vida. Pero, como es evidente en el término ingenium, que designa la suma de las cualidades físicas y morales innatas en aquel que viene en el ser, Genius era, de cualquier modo, la divinización de la persona, el principio que rige y expresa toda su existencia. Por ello, a Genius le era consagrada la frente, no el pubis; y el gesto de llevar la mano a la frente que cumplimos casi sin darnos cuenta en los momentos de turbamiento, cuando nos parece casi de habernos olvidados de nosotros mismos, recuerda el gesto ritual del culto de Genius (Unde venerantes deum tanginus frontem). Y porque este dios es, en un cierto sentido, el más íntimo y propio, es necesario aplacarlo y tenerlo propicio en cada aspecto y en cada momento de la vida. Hay una expresión latina que dice maravillosamente la secreta relación que cada uno debe saber entretener /mantaner?/ con el propio Genius: indulgere Genio. Al Genius es necesario serle condescendiente y abandonarse, al Genius debemos conceder todo aquello que pide, porque su exigencia es nuestra exigencia, su felicidad es nuestra felicidad. También, aunque sus -¡las nuestras!- pretenciones puedan parecer irracionales y caprichosas, está bien aceptarlas sin discutir.