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Curso Tratamiento Adicciones PDF
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La especificidad y las características propias de esta etapa nos obligan a plantear una mirada, un
abordaje y una intervención diferente a la acostumbrada perspectiva desde del adulto, para los
adultos y con los adultos (CONACE, 2004)
Los tratamientos más eficaces para adolescentes son aquellos donde hay una participación positiva
de los padres, donde se incorporan otras instituciones de la red en la que participan los adolescentes
como la escuela y asociaciones deportivas, pues es de vital importancia mantener aquellas
relaciones con su grupo de pares que resultan ser constructivas y saludables. (NIDA, 2010).
Respecto del enfoque de tratamiento, y con base en el modelo biopsicosocial, es necesario tener en
cuenta que debe cubrir distintos aspectos en el abordaje: Los problemas de salud física relacionadas
con el consumo de sustancias, la presencia de otros trastornos psiquiátricos, las relaciones con los
otros y su inserción en la vida social. El modelo comprensivo-evolutivo nos recuerda estructurar
intervenciones centradas en las necesidades propias de la edad, pero también, nos muestra la
necesidad de que el equipo de profesionales y técnicos que atiende esta población debe presentar
ciertas características personales, que hagan más fácil el establecimiento de alianzas entre el equipo
y los pacientes, que sean verdaderamente terapéuticas y provechosas.
En cuanto a la estructura, no existe evidencia científica que sugiera que el tratamiento residencial
sea más efectivo que el tratamiento ambulatorio. Sin embargo, en el caso de adolescentes en
situación de calle, un sistema residencial es más oportuno ya que su entorno habitual lo puede
inducir al consumo de sustancias.
Respecto de la duración del tratamiento, estudios indican que la duración de éste guarda mayor
relación con el éxito del tratamiento en los pacientes residenciales que en los pacientes
ambulatorios. Por otra parte, respecto de las recaídas post tratamientos, aquellos que tuvieron una
duración de por lo menos un año fueron más eficaces respecto de un tratamiento de sólo 6 meses
de duración. (CONACE, 2004)
Estudios señalan que existen algunos principios fundamentales que se deben tener presente en las
intervenciones terapéuticas con adolescentes, entre ellos podemos destacar (CONACE, 2004):
• Enfoque desde la globalidad y con perspectiva evolutiva: Este principio sugiere no intervenir de
manera focalizada sobre un conflicto concreto. El consumo de drogas no debe ser el foco
principal de la intervención, sino que, en la mayoría de los casos, los problemas por consumo
hay que afrontarlos indirectamente, en una segunda fase, dentro de un grupo más amplio de
comportamientos. Tener una perspectiva evolutiva, desde el punto de vista psicológico, implica
que el adolescente frente a un problema utiliza una serie de defensas psicológicas propias de la
edad, que es necesario contemplar: negación, racionalización, idealización y omnipotencia. Así
mismo, es necesario reconocer las características propias del proceso adolescente y que están
relacionadas con la necesidad de reafirmación, necesidad de transgresión, necesidad de
conformidad intragrupal, sensación de invulnerabilidad, rechazo a la vida del adulto, y
susceptibilidad frente a las presiones del entorno.
• Principio de la continuidad de cuidados: Las intervenciones deben durar el tiempo que sea
necesario, para extinguir los comportamientos de alto riesgos y potenciar las habilidades y
destrezas, considerando que existe un inmenso potencial de desarrollo, capacidades para
aprender nuevos comportamientos sociales, importantes destrezas psicomotoras e
intelectuales, y una gran apertura en establecer un compromiso afectivo con un adulto
significativo.
Diversos estudios avalan que la capacidad de un terapeuta de adolescentes para entablar una
relación cálida y de apoyo con los jóvenes, una alianza terapéutica de trabajo conjunto, en una fase
temprana del tratamiento, guarda una relación importante con el éxito del tratamiento. Las
habilidades de relacionarse con los adolescentes, combinadas con una agenda o rutina bien
estructurada de actividades del programa, son ambas esenciales para el éxito de tratamiento.
Algunas habilidades específicas que favorecen alianzas terapéuticas positivas son el sentido del
humor, la capacidad para dar aliento y reforzar una conducta positiva. También evitar la
confrontación y expresarse con franqueza, pero con actitud de apoyo hacia los adolescentes.
Abordaje individual
En este nivel tenemos distintas intervenciones o estrategias que pueden diseñarse e implementarse
con adolescentes (CONACE, 2008):
• Estrategias motivacionales
• Consejería u orientación de situaciones específicas
• Psicoterapia Individual (en específico la psicoterapia expresiva/de apoyo y la psicoterapia
interpersonal)
• Terapias cognitivo-conductuales
• Tratamiento farmacológico
• Intervenciones de contexto e integración social
La evidencia recogida desde hace años en el trabajo terapéutico con adolescentes muestra que los
tratamientos utilizados en la población adulta deben modificarse sustancialmente para que tengan
efecto en los adolescentes.
Estrategias motivacionales
Es importante considerar que lograr cambios en el comportamiento no es fácil, tanto menos entre
los adolescentes, es por esto que se hace necesario comprender el cambio como un proceso, donde
la disposición motivacional del adolescente viaja por diferentes etapas.
Las intervenciones motivacionales, incorporan elementos del modelo transteórico del cambio, y
operan considerando el estadio específico en el que se encuentra el joven y la presencia de la
ambivalencia sobre todo en las etapas iniciales. Los adolescentes pueden pasar de un estadio a otro
de manera veloz, o bien, detenerse “obstinadamente” en alguna etapa.
Las estrategias motivacionales tienen mejores resultados y son más relevantes en los primeros
estadios del cambio (precontemplación, contemplación y preparación), mientras que en los últimos
estadios (acción y mantención) son fundamentales el desarrollo de habilidades de afrontamiento y
acciones que fortalezcan la autoestima.
La mayor parte de terapias que se autodenominan como entrevista motivacional y siguen sus
principios y estrategias terapéuticas, no están recogidas en un manual y el número, duración y
contenido de las sesiones es flexible. Se desarrolla a lo largo de una o muy pocas sesiones, y tiende
a deteriorar su efecto cuando se implementa como única intervención en adolescentes con
consumo perjudicial y/o dependencia (CONACE, 2008). Existen adaptaciones de la Entrevista
Motivacional en formato muy breve (5-15 minutos) y otras más estandarizadas y evaluadas en
proyectos de investigación, como:
Cualquiera sea el tipo de intervención motivacional, se basan siempre en dos principios básicos que
las sustentan (Lizárraga y Ayarra, 2001; citado por Becoña y Cortés, 2008):
• Evitar la confrontación con el paciente, situación frecuente cuando se atiende a alguien que no
está seguro de querer cambiar.
Según sus propios autores (W. Miller y S. Rollnick), la entrevista motivacional se sustenta en una
disposición y postura de quien la realiza, basada en una clara y segura convicción que la motivación
es evocada en el otro y no impuesta, y donde lo primordial es lograr comprender la experiencia y el
marco de referencia del paciente. Este verdadero “espíritu” o elemento esencial del acto de
intervenir por medio de intervenciones motivacionales está compuesto por lo siguiente (MINSAL,
2015):
Estos elementos del “espíritu” son estímulos de reflexión para los equipos que trabajan con
adolescente respecto de la percepción que se tiene de este grupo etáreo. Es necesario considerarlos
como personas activas de derechos y con potencialidades ya que estos elementos determinarán el
curso de la relación de ayuda que se logrará establecer con ellos. (MINSAL, 2015).
La entrevista motivacional se realiza en dos fases: una fase inicial y otra en la que se fortalece el
compromiso con el cambio. En la primera fase se utilizan como técnicas las preguntas abiertas, las
afirmaciones de reflejo frente a lo dicho por el paciente, el reconocimiento de los cambios, provocar
discrepancias, favorecer la autoeficacia y “rodar con la resistencia”.
Las preguntas abiertas, por una parte sirven para conocer el estadio motivacional y, por otra,
favorecen el autoanálisis. Las preguntas realizadas al adolescente persiguen crear discrepancia
entre el comportamiento actual y las metas y principios personales, dejando que sea el propio joven
quien deba presentar los argumentos para el cambio. Especial cuidado debe tenerse en el diálogo
para evitar, por un lado, la discusión o la confrontación, y por otro, la tendencia a persuadir u obligar
al joven a asumir el cambio de pensamiento o conductas.
Ejemplos de preguntas abiertas y cerradas son los siguientes:
“En primer lugar, me gustaría que me hablaras de tu consumo de marihuana. En un día típico,
¿cuánto fumas?” (Pregunta cerrada)
“Háblame de tu consumo de marihuana en una semana típica.” (Pregunta abierta)
“¿Cuándo planeas dejar de beber?” (Pregunta cerrada)
“¿Entonces qué crees que te gustaría hacer en cuanto a tu consumo de alcohol?” (Pregunta
abierta)
“En el pasado, ¿cómo te has sobrepuesto a un obstáculo importante en tu vida?” (Pregunta abierta)
“¿Cuáles son las razones más importantes por las cuales crees que necesitas disminuir tu consumo
de marihuana?” (Pregunta abierta)
Sin embargo, las preguntas terapéuticas deben combinarse con afirmaciones de parte del
profesional para evitar que el paciente se sienta intimidado (como un acusado que debe responder
a una seguidilla de preguntas). Estas afirmaciones suelen ser reflejos y resúmenes de lo dicho por el
joven, así como verbalizaciones que respalden los cambios, aunque sean mínimos.
Ejemplo de afirmaciones:
• Terapeuta reflejando:
Cliente: “Pero no puedo dejar de beber ¡Todos mis amigos beben!”
Terapeuta: “No puedes imaginarte como podrías dejar de beber con tus amigos, y al
mismo tiempo estás preocupado acerca de cómo está afectándolos el alcohol.”
• Terapeuta resumiendo:
“Bien, déjame ver si estoy en lo correcto. Estas aquí porque tus padres te hicieron venir. Discutiste
recientemente con ellos respecto a la hora de llegada a la casa, te enojaste por lo que te dijeron, y
te quedaste fuera sin permiso para dormir toda la noche en la casa de un amigo”.
• Terapeuta reconociendo:
“Qué importante que estemos hablando sobre el tema, y aprecio tu honestidad con la que has
respondido a mis preguntas. Reconozco que debe ser difícil para ti. Es duro mirarse a uno mismo en
un espejo como éste. ¿Quiere que continuemos?”
Con relación al abordaje de la resistencia al cambio, se plantea la técnica de rodar con la resistencia,
por medio de la cual el terapeuta adopta una posición que según sus propios autores (Miller y
Rollnick) puede considerarse algo paradójica, y que consiste en no confrontar con el paciente,
mostrándose de acuerdo con él. El terapeuta es directivo en cuanto a ayudar al cliente a examinar
y resolver la ambivalencia. La entrevista motivacional busca ayudar al cliente a resolver su
ambivalencia, considerada como el obstáculo principal para el compromiso con el cambio. La
resistencia al cambio del paciente es a menudo una señal que el terapeuta está asumiendo una
mayor disposición al cambio que la que posee el cliente y es una clave respecto a que el terapeuta
necesita modificar las estrategias motivacionales (Pacheco y Lara, 2009).
El hecho que usted esté aquí, indica que al menos una parte de usted piensa que es el momento
para hacer algo. ¿Cuáles son las razones principales para hacer un cambio? ¿Cuáles serían las
ventajas de hacer este cambio?
¿Qué le hace pensar que, si usted decidiera hacer un cambio, usted podría llevarlo a cabo?
¿Qué piensa que podría funcionar para usted, si se decidiera a hacer un cambio?
¿En qué otro momento de su vida ha hecho un cambio significativo como éste? ¿Cómo lo hizo?
¿Qué confianza tiene respecto a que puede hacer este cambio? ¿Quién podría ayudarlo a hacer este
cambio?
Por último, otro aspecto importante que compone una intervención motivacional es el apoyo a la
autoeficacia. Un factor motivador importante es que tanto el terapeuta estén convencidos que es
posible el cambio. Sin embargo, como dijimos en un comienzo es el joven y no el profesional el
responsable de elegir y hacer realidad el cambio de comportamiento. Cuando el profesional cree en
la habilidad del joven para cambiar, el cambio se convierte en una profecía que se cumple a si misma
(Pacheco y Lara, 2009).
Como vimos en el primer módulo de este curso, las terapias cognitivo-conductuales representan la
integración de los principios derivados de la teoría del comportamiento, la teoría del aprendizaje
social y la terapia cognitiva. Como veremos, algunas técnicas se centran más en lo cognitivo
(pensamientos, ideas, creencias, temores, justificaciones o racionalizaciones, etc.), y otras más en
lo comportamental (la modificación conductual, el autocontrol, el cambio de rutinas, y el desarrollo
de habilidades).
Este tipo de intervenciones suponen el enfoque más comprensivo para tratar los problemas
derivados del uso de sustancias y consisten básicamente en el desarrollo de estrategias destinadas
a aumentar el control personal que la persona tiene sobre sí misma. Se pretende equipar al individuo
(de pensamientos, actitudes y comportamientos) para que adquiera tres tipos de control:
• Control del estímulo, que ayuda a los adolescentes a evitar situaciones asociadas con el uso de
drogas y a aprender a pasar más tiempo en actividades incompatibles con el uso de éstas.
• Control del impulso, que los ayuda a reconocer y a cambiar los pensamientos, los sentimientos y
los planes que los llevan a usar drogas.
• Control social, que involucra a miembros de la familia y otras personas importantes para la
persona, para que le ayuden a evitar las drogas.
Las terapias más centradas en el comportamiento se complementan, por lo general, con supervisión
del consumo mediante pruebas o test de drogas, que entregan una información instantánea y
fehaciente del uso o abstinencia de las sustancias. Los resultados favorables se logran a través de la
demostración del cambio, pero también se ha visto que debe acompañase de la participación de los
miembros de la familia, que apoyen y refuercen los cambios a través del reconocimiento (“premio”
) otorgado por la verificación de la abstinencia de drogas. (CONACE, 2008).
Las actividades terapéuticas que en este enfoque se incluyen son, el cumplimiento de tareas
específicas, ensayos de los comportamientos deseados, recreación y revisión del progreso logrado,
con elogios y privilegios concedidos cuando se cumplen las metas asignadas.
A partir de este planteamiento teórico, que ofrece un referente para que cualquier persona pueda
comprender y analizar su conducta de consumo, se identifican algunas claves importantes a tener
en cuenta en la intervención (Becoña y Cortés, 2008):
• Aprender a identificar qué situaciones, pensamientos y/o estados emocionales pueden acercar al
consumo y cómo afrontarlos adecuadamente.
• Aprender a identificar las claves y señales que anuncian la posibilidad de una recaída.
• Aprender a enfrentarse a una recaída antes y después de que se produzca un consumo.
En relación al abordaje cognitivo, gran parte del trabajo se centra en los pensamientos automáticos,
que se suelen recoger de tres fuentes principales:
• Informes orales del mismo paciente al expresar las cogniciones, emociones y conductas que
experimenta entre las sesiones y referidos a determinadas áreas problemáticas
• Los pensamientos, sentimientos y conductas experimentados durante la terapia
• El material introspectivo o de autorregistro escrito por el paciente como parte de las tareas
terapéuticas asignadas entre las sesiones.
Una vez recogidos estos datos básicos, el terapeuta en colaboración con el paciente, pueden
conceptualizarlo en tres niveles de abstracción:
• El significado que el paciente da a su experiencia de los hechos pasados, relacionados con sus
áreas problemáticas.
• Los significados dados por el paciente a su experiencia son agrupados por el terapeuta en patrones
cognitivos.
• La articulación, a modo de hipótesis, de los patrones cognitivos en significados personales o
esquemas cognitivos subyacentes y tácitos. Esta articulación permitirá formular el núcleo
cognitivo que se encuentra a la base de los problemas del paciente y permitirá su contrastación
empírica.
Una vez conceptualizados los problemas del paciente se podrá generar un plan de tratamiento con
el fin de modificar las distorsiones cognitivas y los supuestos personales. Para ello el terapeuta
puede valerse tanto de técnicas cognitivas como conductuales. Estas técnicas son presentadas en
las sesiones, se pide al adolescente que verbalice su entendimiento, se ensayan en la sesión y se
asigna, como tarea para casa, su aplicación a un área problema determinada.
Entre las técnicas utilizadas en la terapia cognitiva pueden mencionarse: detección de pensamientos
automáticos, clasificación de las distorsiones cognitivas, búsqueda de evidencia para comprobar la
validez de los pensamientos automáticos, concretar las hipótesis, reatribución, descentramiento,
descatastrofización, uso de imágenes, manejo de supuestos personales, etc. Entre las técnicas
conductuales se encuentran la programación de actividades incompatibles, escala de
dominio/placer, asignación de tareas graduadas, entrenamiento asertivo, entrenamiento en
relajación, ensayo conductual, rol playing, exposición en vivo, etc.
Una técnica bastante utilizada con adolescentes es la consejería, instancia de diálogo centrado
específicamente en el apoyo terapéutico y la orientación a la persona para mantenerse en
abstinencia y para ayudarla en resolución de problemas concretos. El consejero y el adolescente se
centran en el presente, con miras a obtener metas precisas a corto plazo. Dentro de las áreas con
las que se trabaja se encuentra: aprender a gestionar el tiempo libre, aprender a evaluar la
satisfacción y no satisfacción en el ámbito del ocio y aprender a gestionar el dinero.
Prevención y manejo de recaídas
Estas actividades se realizan de manera individual, aunque también pudiera estructurase en una
sesión grupal, salvaguardando que los integrantes se encuentren en una etapa motivacional similar.
Se usan tácticas cognitivo-conductuales específicas como el entrenamiento de habilidades de
afrontamiento, manejo de contingencias y modificación de ideas o racionalizaciones.
Las dramatizaciones o rol-paying de situaciones vividas o por vivir que puedan ser riesgosas,
permiten ubicar al joven in situ, y tornan evidentes los riesgos, las dificultades y las posibilidades de
acción, desbaratando el arsenal de racionalizaciones y justificaciones encubridoras del deseo de
consumir (CONACE, 2004).
Tratamiento farmacológico
Los psicofármacos representan una de las alternativas de complemento para el abordaje integral de
los trastornos mentales de inicio en la infancia y la adolescencia, en el contexto de un consumo
problemático, o bien, comorbilidad. Por lo tanto, la intervención farmacológica precisa de una
evaluación cuidadosa y minuciosa del estado físico y mental del adolescente. Se deben identificar
los síntomas, las conductas o los comportamientos que representan problema para el niño, niña o
adolescente o para los padres (CONACE, 2007).
Por lo general, se comienza con el medicamento de primera elección, iniciando siempre con dosis
bajas. Sin embargo, para la elección del fármaco a administrar se precisa tener presente la
comorbilidad, que puede ser muy frecuente. Siempre es prudente informar al adolescente los
beneficios, los efectos secundarios más comunes y la frecuencia de los mismos, y la disponibilidad
y efectividad de otras alternativas terapéuticas para los síntomas. Igualmente, esta información se
comparte con los padres y se deben aclarar todas las dudas, las inquietudes y los mitos más comunes
sobre la medicación en estas edades, haciendo un balance del riesgo/beneficio (CONACE, 2007).
Fuente: CONACE, 2007
• Vigilar su correcta administración por parte del propio adolescente o su familia o el técnico
paramédico si correspondiese.
• Reforzar información entregada por el médico tratante al adolescente, a la familia o adulto
responsable.
• Conocer los efectos colaterales esperables y los adversos que pudiese presentar el tratamiento
farmacológico, identificarlos y manejar con ellos /ellas la información al respecto.
• Informar al médico y al resto del equipo sobre la respuesta al tratamiento farmacológico.
• Conocer la farmacoterapia prescrita en el tratamiento y sus efectos esperables en el adolescente.
Los tipos de medicamentos más utilizados en la población infanto adolescente son:
• Estimulantes
• Antodepresivos
• Estabilizadores del ánimo
• Ansiolíticos
• Antipsicóticos
• La desintoxicación médica
Es un proceso mediante el cual los adolescentes son apartados sistemáticamente de las drogas
adictivas, en ambientes intra o extrahospitalarios, normalmente bajo el cuidado de un médico. A
veces se la considera como una modalidad de tratamiento específica, pero, más apropiadamente,
la desintoxicación es un precursor del tratamiento, porque está diseñada para tratar los efectos
agudos fisiológicos del cese del uso de drogas.
La desintoxicación no está diseñada para manejar los problemas psicológicos, sociales y de conducta
asociados con la adicción y, por lo tanto, generalmente no produce los cambios duraderos de
comportamiento necesarios para la recuperación. La desintoxicación es más útil cuando incorpora
procesos formales de evaluación y refiere a los pacientes a los tratamientos subsiguientes para estos
problemas (CONACE, 2008).
Abordaje familiar
La terapia multisistémica debe su nombre a que trabaja con múltiples factores asociados a
comportamientos antisociales graves en adolescentes que tienen un consumo problemático con las
drogas. Estos factores incluyen las características del adolescente (actitudes favorables al uso de
drogas), de la familia (dificultades con las normas y la disciplina, conflictos familiares, abuso de
drogas de los padres), de los compañeros (actitudes positivas hacia el uso de drogas), de la escuela
(deserción escolar, bajo rendimiento escolar) y del territorio (subcultura delictiva).
Cuando participan en tratamientos intensivos dentro de ambientes naturales (el hogar, la escuela y
el territorio), la mayoría de los jóvenes y sus familias completan un ciclo entero de tratamiento. La
terapia multisistémica reduce significativamente el consumo problemático de drogas en los
adolescentes durante el tratamiento y hasta seis meses después de finalizado (NIDA, 2010).
Esta terapia se caracteriza por examinar el uso de drogas de los adolescentes en términos de una
red de influencias del propio adolescente, de su familia, de compañeros, de la sociedad y sugiere
que la disminución de las conductas no deseadas y el aumento de conductas deseadas ocurren de
diversas maneras en ambientes diferentes. El tratamiento consiste en sesiones individuales y
familiares que se realizan en el centro, el hogar o con integrantes de la familia en el tribunal de
familia, la escuela u otros lugares de su territorio.
La terapia familiar breve y estratégica se focaliza en las interacciones familiares que mantienen o
agravan el consumo problemático de drogas y los problemas conductuales habituales de los
adolescentes. Estos problemas se refieren a problemas de conducta en el hogar y en la escuela,
comportamientos opositores, delincuencia, frecuentación de compañeros antisociales,
comportamientos agresivos y violentos y comportamiento sexual riesgoso.
Los objetivos que persigue esta terapia son principalmente dos: eliminar el comportamiento
dependiente de drogas y otras conductas problema, y cambiar la interacción familiar que posibilita
el síntoma respecto del abuso de drogas.
Esta terapia considera las conductas de los miembros de la familia como interdependientes donde
los síntomas de cualquier miembro son indicadores, al menos en parte, de lo que ocurre dentro del
sistema familiar. La tarea del terapeuta es identificar los patrones de interacción familiar que están
asociados con los problemas de comportamiento del adolescente y ayudar a cambiar los patrones
que preservan dichos problemas. Esta forma que asume la terapia familiar se caracteriza por ser un
enfoque flexible que puede adaptarse a una amplia variedad de situaciones familiares en distintos
entornos y en distintas modalidades de tratamiento (NIDA, 2010).
Este enfoque establece que los cambios en las familias con adolescentes dependientes de drogas
están directamente relacionados con la calidad de la relación terapéutica entre el terapeuta y la
familia, y la producción del cambio a través de la reestructuración (Becoña y Cortés, 2008).
Consideraciones de género
Tener en cuenta esta dimensión es crucial para lograr mayor efectividad e impacto de la política
pública en drogas, ya que implicaría considerar de forma sistemática las diferencias socioculturales
relacionadas con los contextos, grupos étnicos, grupos juveniles y relaciones de género respecto de
la prevención y tratamiento del consumo de drogas. Se trata de considerar en el diseño de las
políticas esas diferencias de manera de acortar eventuales diferencias y mejorar el impacto técnico
de los programas, diferenciando los sujetos donde están dirigidas y las estrategias de intervención,
a través del modelo de igualdad de oportunidades. (CONACE, 2009).
Por medio del análisis de género, es posible identificar cuáles representaciones socioculturales
estarían interviniendo de manera directa o indirecta en el consumo de sustancias psicotrópicas,
como también los comportamientos riesgosos asociados al ejercicio del rol de género, más allá de
formularlo como características pertenecientes al propio sexo (SENDA, 2016 a).
Muchas circunstancias de la vida afectan a las mujeres adolescentes de modo específico lo cual
requiere un enfoque de tratamiento especializado. Investigaciones han demostrado que el trauma
físico y sexual seguido del trastorno de estrés postraumático es más común en mujeres adolescentes
con dependencia a drogas que en hombres que solicitan tratamiento.
Otros factores de tener en cuenta en las mujeres y que pueden influir en el proceso de tratamiento
tienen que ver con cuestiones relacionadas con el embarazo y el cuidado de los niños, la
independencia económica y la motivación para ingresar al tratamiento (NIDA, 2010).
En cuanto a los jóvenes varones, es posible señalar que ellos poseen una conciencia de riesgo
limitada, es decir, tienen una escasa capacidad de asociar sus propios comportamientos con ciertos
daños sobre la salud. La escasa efectividad de esta conciencia se relaciona con dos factores: uno de
ellos tiene que ver con que este no es el riesgo que les interesa prevenir ya que el riesgo que les
preocupa es ser cuestionado como hombres; y por otra parte, ven el daño como algo lejano a ellos.
Como producto de este orden de prioridades, los jóvenes carecen de una conciencia de riesgo
relacionada con daño que pueden producir a otras personas. (SENDA, 2016 a).
Por otra parte, el tratamiento por consumo problemático de sustancias psicotrópicas debe
considerar en la intervención de género, el estilo violento y autodestructivo de la masculinidad con
la que se reconoce su identidad de género, ya que estaría directamente relacionada con el consumo
de drogas. (SENDA, 2016 a).
“El consumo de drogas en jóvenes infractores de ley es un fenómeno que en el último tiempo se ha
relevado de manera importante en el contexto de la implementación de la Ley de Responsabilidad
Penal Adolescente, en vigencia desde el 8 de junio del año 2007. Esta ley, en su artículo 7, indica que
el juez estará facultado para establecer, como sanción accesoria, el tratamiento de rehabilitación
por adicción a las drogas o al alcohol. Además, señala que los centros privativos de libertad deberán
contar con acceso a programas de tratamiento cuando el joven lo solicite” (CONACE, 2007).
Estas variables micro y macro sociales deben ser consideradas tanto en la comprensión del consumo
problemático de sustancias como en el comportamiento delictivo, exigiendo un esfuerzo integrador
de las intervenciones y desde una perspectiva multifactorial. Es primordial considerar al adolescente
en su totalidad, sin pretender intervenir haciendo foco sólo en el consumo, sino más bien observarlo
dentro de un conjunto de situaciones que van más allá de la dependencia a las drogas.
Por otra parte los programas de tratamiento deben tener en consideración el interés superior del
adolescente, lo cual debe expresarse en el reconocimiento y respeto de todos los derechos y
garantías que les son reconocidas en la Constitución, en las leyes, en la Convención sobre los
Derechos del Niño y en los demás instrumentos internacionales ratificados por Chile que se
encuentran vigentes.
Se hace fundamental que la intervención incorpore acciones tendientes a reducir y modificar los
factores de riesgo y favorecer un entorno familiar y social adecuado al proceso socioeducativo y de
integración social que lleva a cabo el adolescente. Para lograrlo es necesario desarrollar ambientes
protegidos y normalizadores, donde se privilegien relaciones respetuosas y afectivas y donde se
favorezca el desarrollo de las capacidades del adolescente, así como una mayor independencia y
autonomía.
Cuando las intervenciones se lleven a cabo en medio libre, será primordial una efectiva coordinación
intersectorial y comunitarias entre los actores involucrados. El modelo de atención debe estar
diseñado para abordar las complejidades psicosociales particulares de estos adolescentes,
complejidades que van desde dar respuestas inmediatas frente a situaciones de crisis y cuadros
agudos, hasta planes ambulatorias de tratamiento. Todo este trabajo debe tener come eje
transversal el proceso evolutivo y las etapas del ciclo vital del adolescente, como también la
perspectiva de género (MINSAL, 2006).
En cuanto a las técnicas e intervenciones individuales recomendadas para esta población, podemos
destacar el manejo de contingencias, las estrategias motivacionales, como la entrevista
motivacional, la contención emocional, las técnicas narrativas, las técnicas gráficas, la relajación y
las intervenciones lúdicas.
El Modelo de Riesgo, Necesidad y Receptividad (RNR), nace en Canadá en los años 80 y se consolida
a inicios de los 90. Se aplica en varios países, incluido el nuestro, con buenos resultados. El RNR es
un modelo enmarcado en la teoría cognitiva del aprendizaje social de la conducta criminal. Fue
desarrollado a partir de evidencia empírica, aportada inicialmente por instrumentos orientados a
evaluar los riesgos criminógenos estáticos y dinámicos que mejor predicen reincidencia en adultos,
y posteriormente en población juvenil (Cares y otros, 2013).
Los riesgos estáticos de reincidencia son factores de distinta índole asociados al comportamiento
criminógeno, y son muy difíciles de cambiar porque son situaciones o condiciones estables. Superan
por tanto las posibilidades de intervención orientadas a diminuir la reincidencia. Estos riesgos deben
ser considerados, pero no orientan el tratamiento. Ejemplos de ellos son la historia delictiva, la
personalidad psicopática o el fracaso escolar.
Por su parte, los riesgos dinámicos de reincidencia, son factores o situaciones que varían en el
tiempo y sobre los cuales se puede (y debe) intervenir, dado que se pueden implementar estrategias
para que el propio sujeto vaya modificándolos. Ejemplos de estos factores son la autopercepción,
las actitudes hacia el delito, el nivel de autocontrol, la autorregulaciónn emocional y el consumo de
sustancias.
• Principio del Riesgo: Este principio señala que la reincidencia criminal puede ser reducida si el
nivel de los servicios de tratamiento que se proveen al infractor es proporcional al riesgo de
reincidir. Tiene dos partes:
a) El riesgo del infractor de reincidir (nivel de riesgo): Si el objetivo es reducir la reincidencia del
infractor, entonces debe asegurarse previamente de diferenciar, de manera confiable, la población
de bajo riesgo de la de alto riesgo.
a) Las Necesidades Criminógenas: Son las necesidades que surgen de los factores de riesgo
dinámicos y que determinan focos de acción. Representan aspectos que debieran abordarse
específicamente para lograr intervenciones efectivas. Ejemplo: factor de riesgo dinámico: presencia
de pares pro delito; necesidad: hacer cambios en las amistades que mantiene el joven.
• Principio de Receptividad: Se denomina también de receptividad, porque tiene que ver con la
capacidad de respuesta de un joven a la intervención. Este principio determina el ajuste que los
programas deben hacer de acuerdo a las características personales y situacionales de los
jóvenes, que se relacionan o determinan la capacidad de respuesta a las intervenciones.
En síntesis, el modelo RNR busca disminuir la reincidencia delicitiva, mediante la intervención de los
factores criminógenos dinámicos, que debiesen convertirse en objetivos de intervención
primordiales en el trabajo con adolescentes infractores de ley. Su intervención efectiva promueve
la competencia pro social y la modificación de estilos de vida antisociales. El pronóstico respecto a
la reincidencia delictual, y el tipo de estrategas que se pretenda implementar con el joven infractor,
debe considerar el perfil delictivo y la capacidad de receptividad o respuesta, de modo de desarrollar
intervenciones específicas y efectivas.
Por último, para que un plan sea exitoso, debe considerar de manera importante los factores
protectores individuales, sociales y ambientales presentes en la situación de los niños, niñas y
adolescentes, que puedan favorecer la reducción o prevención de la conducta transgresora.
Interculturalidad
Los profesionales que integran los equipos de trabajo deben ser sensibles a las necesidades de esta
población. Esta sensibilidad tiene que ver no sólo con las diferencias propias de la diversidad
cultural, que deben ser respetadas y consideradas en todo momento, sino también en el buen trato,
excluyendo toda forma de discriminación que atente contra los derechos fundamentales de cada
ser humano. En el ámbito técnico, esta variable influye en los significados del consumo, en las
fuentes de legitimación y forma del consumo; es por ello que es necesario integrar las
intervenciones a esas particularidades. Por otro lado, las cosmovisiones con relación a la salud y a
la enfermedad son principios orientadores de su modo de actuar, por tanto es importante
considerarlas en la intervención (CONACE, 2007).
Dentro de las barreras que podemos encontrar a la hora de planificar un tratamientos con diferentes
grupos étnicos podemos destacar lo siguiente: creencias culturales refuerzan la negación y la
evitación de problemas; mayor estigma asociado a los problemas con las drogas y el alcohol;
intentar solucionar el problema dentro de su propia comunidad; malentendidos y conflictos
intergeneracionales; barreras lingüísticas o idiomáticas; ausencia de programas culturalmente
adecuados; escasa adecuación y pertinencia al contexto sociocultural local (CONACE, 2004).
La OMS y otras organizaciones han impulsado la noción de competencia cultural, que debiera asumir
en los equipos clínicos un protagonismo a la hora de atender en poblaciones con diversidad cultural
o alto índice de inmigración. La competencia cultural se dirige a disminuir las brechas de desigualdad
o acceso a los servicios de poblaciones que no comparten los códigos lingüísticos (idioma) o
socioculturales de la población general. No solo implica aprender otro idioma, sino sobre todo
comprender el fenómeno de salud (en este caso el consumo de sustancias) dentro de un marco
cultural y una cosmovisión distintas, ajustando las intervenciones a dichos marcos (California
Childcare Health Program, 2006).