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El monstruo

Federico Navarro Niño

En la casa más apartada del pueblo, vivía una pequeña familia. Eran papá, mamá y el
pequeño Luis. En el día Luis jugaba por toda la casa, se revolcaba por el jardín y se
escondía en los más diversos lugares para que ni mamá ni papá lo encontraran por un buen
rato, le divertía que no lo encontraran y que se preocuparan por ello. Una de aquellas veces,
estaba metido bajo la cama de sus padres con una media colgándole de la cabeza. Y
mientras estaba escondido se reía de la expresión de su madre al no encontrarlo. De un
momento a otro un gruñido detrás de él llamó su atención, y al darse la vuelta vio a un
extraño ser: Un monstruo con el cuerpo hecho de la ropa sucia de sus padres. Lo que
parecía ser su cabeza eran un montón de medias de todos los colores hechas una gran bola,
sus dedos eran calzoncillos enrollados, de resto era difícil decir qué era qué dentro de su
revuelto cuerpo; se podían ver sacos, camisas, sudaderas y casi toda clase de ropa.
-UN MONSTRUO, UN MONSTRUO- gritó el asustado Luis, corriendo a buscar los brazos
protectores de su madre.
Una vez hallado su refugio, explicó a su madre que en su habitación había un monstruo de
ropa sucia. Y ella riendo a carcajadas le dijo:
-Luisito, cariño, los monstruos no existen. Eso está solo en esta cabecita tuya- Y quitándole
la media de la cabeza, le besó la frente.
Luis no quedó conforme con la explicación de mamá, pues el monstruo le había parecido
muy real.
En otra ocasión, estaba metido en el armario mientras papá lo buscaba desesperadamente
para darle el almuerzo.
-Luis, se te va a enfriar la sopa- Gritaba papá.
Pero Luis se negaba a salir de su escondite. Y una vez más oyó el rugido y al volver la
cabeza ahí estaba el monstruo. Luis salió una vez más a correr y cuando encontró a papá le
explicó lo que había visto.
-Pues le agradezco al monstruo por haberte hecho salir, pequeñín, ahora tómate la sopa.
Y así siguió sucediendo. Cada vez que Luis intentaba esconderse, el monstruo de ropa sucia
aparecía y lo hacía salir corriendo a los brazos de sus padres, que nunca le hacían caso.
-Es en serio, y su cabeza estaba hecha de medias y sus dientes eran como una cremallera. -
Decía el pequeño, desesperado.
Y por más que insistía, sus padres menos le creían. Ellos simplemente estaban contentos de
que no se estuviera escondiendo por tanto tiempo.
Un día Luis se cansó y decidió confrontar al monstruo. Tomó su espada de juguete y se la
colgó del cinturón. Una vez listo, se escondió. Le pareció buena idea que su escondite fuera
el primero en el que había visto al monstruo: debajo de la cama de sus padres. Justo cuando
escuchó el rugido, salió tan rápido como el viento y sacó su espada.
-No te tengo miedo, horrible monstruo- gritó Luis, apuntando con la punta de la espada a la
cabeza del monstruo-Ahora dime, ¿por qué me molestas?
-Eso es porque tú molestas a tus padres- Rugió el monstruo.
- Solo juego con ellos- Respondió Luis.
-Pero ellos no creen que estés jugando. Ponte en su lugar, ellos no quieren perder a su hijo y
tú te les andas perdiendo a cada rato. Es como cuando pierdes alguno de tus juguetes
favoritos y duras horas y horas buscándolo. Te sientes mal por no encontrarlo, multiplica
eso por un millón de veces y entenderás lo que sienten papá y mamá cuando no te
encuentran. Tú, Luis, eres muy importante para ellos, no debes jugar con ese sentimiento.
Entonces Luis entendió la cara de angustia de su madre y ya no le causó gracia.
-Pero no te sientas tan mal- dijo inmediatamente el monstruo, cuando vio la cara angustiada
del niño-. Tú eres lo más importante para ellos, lo digo enserio, apuesto que has notado la
cara que ponen tus padres cada vez que te encuentran, eso es porque se alegran de que
puedas seguir con ellos.
Desde entonces el monstruo desapareció, al igual que el hábito de Luis de esconderse sin
ningún aviso. En vez de eso Luis, en un tono cortés, les decía un tierno “¿Jugamos a las
escondidas?” al que sus padres nunca decían que no.

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