Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La carta a los Hebreos afirma que sin fe es imposible agradar a Dios, y cuan ciertas
son esas palabras. El evangelio que se predica anuncia el camino de salvación y muchas
promesas gloriosas, y a cambio de esto, al hombre solo se le pide creer; pero cuán difícil le
es a los hombres a veces creer. Si hay algo que a Dios le desagrada es la incredulidad y lo
vemos en este versículo que hemos leído, de igual forma nosotros debemos tener cuidado
de no ser unos incrédulos porque esta trae terribles consecuencias a la vida de las personas,
y esto lo podemos ver en la historia de los israelitas del tiempo de Moisés.
Números 11:4
En primer lugar, podemos decir que la incredulidad conduce valorar poco las
promesas de Dios y amar mas este mundo. A los israelitas les costaba creer que Dios tenia
poder para darles en herencia una tierra donde fluía leche y miel, a pesar de que habían
visto las grandes maravillas y portentos realizados en Egipto para que faraón los liberara, y
no solo eso, sino también les proveía de manera milagrosa el maná que caía del cielo. Si
embargo, en su misma incredulidad, llegaron a anhelar las cosas que en Egipto tenían,
como el comer pescado, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos. Ellos veían que en
Egipto había muchas mejores cosas que la vida que Dios les estaba ofreciendo; pero este
sentimiento estaba errado, porque allá en Egipto no comían de valde, sino eran esclavos que
vivían bajo un duro yugo. De igual forma, hoy muchos son incrédulos al no creer que las
promesas que Dios les ofrece y la nueva vida es mucho mejor que los placeres temporales y
la vanagloria del mundo.
Números 13:32-33
Hebreos 3:14-19
CONCLUSIÓN.
La incredulidad es terrible ya que como les paso a los israelitas del tiempo de
Moisés, no nos permite valorar las promesas de Dios al dudar que la vida que nos
ofrece es mucho mejor a lo que el mundo nos ofrece, de igual forma la incredulidad
nos conduce a la cobardía al no creer que su poder nos sostendrá en medio de las
peores dificultades, y al no creerle a Dios, nuestra naturaleza se inclina al pecado y
así este mismo nos conduce a la condenación eterna.