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La independencia de criterio es la cualidad distintiva que tiene una persona

para pensar y tomar decisiones por sí misma, de acuerdo con sus propias
convicciones, conocimientos y experiencias, y sin obedecer a interferencias,
injerencias o presiones de otras personas. La independencia de criterio está
asociada con las libertades de conciencia y de expresión, que son los derechos
fundamentales que reconocen a los seres humanos la aptitud de tener
pensamiento y criterio propio, así como la facultad de externarlo sin limitación
ni restricción alguna.

De suerte que la independencia de criterio es inherente a la autodeterminación


personal, a la autonomía de la voluntad y a la aptitud a asumir la
responsabilidad de la propia vida, así como de hacerse garante de las
decisiones personales que se adopten.

Quien tiene independencia de criterio y la hace valer ante los demás es una
persona que tiene principios y valores morales, así como un individuo que
posee el carácter y la firmeza necesarios para adoptar decisiones propias,
incluso disidentes de lo que piense la mayoría o, incluso, todos. Es un ser
humano íntegro que no está dispuesto a transigir sobre lo fundamental, sobre
lo esencial, y que está dispuesto a sostener y defender sus puntos de vista, con
base en argumentos razonables. No se subordina a nadie y solo depende de
su inteligencia, racionalidad, ética y convencimiento personal.

La Constitución, concretamente, consagra la independencia de criterio en el


ámbito académico, al establecer que “se garantiza la libertad de enseñanza y
de criterio docente”, que es el derecho fundamental a enseñar, debatir,
investigar y publicar los resultados de las investigaciones, sin estar
subordinado ni obedecer a criterios prestablecidos, a determinadas ideologías
o a marcos conceptuales de referencia previamente instituidos.

Asimismo, la Carta Magna, en términos generales, dispone que todos “los


funcionarios son depositarios de la autoridad, responsables legalmente de su
conducta oficial, sujetos a la ley y jamás superiores a ella” y, concretamente,
establece que los diputados son “representantes del pueblo y dignatarios de la
Nación” y que “los magistrados y jueces son independientes en el ejercicio de
sus funciones y únicamente están sujetos a la Constitución y a las leyes”.

El dignatario está investido de dignidad, que es la cualidad que asegura


autodeterminación, consideración, respeto y responsabilidad, en tanto que para
que el juzgador pueda conducirse con independencia en el ejercicio de
funciones, debe tener independencia de criterio, porque sin esta cualidad no
puede haber independencia funcional.

En mi opinión, todos los funcionarios (legisladores, juzgadores y


administradores), para que puedan asumir responsabilidades, deberían,
además de ostentar méritos de capacidad, idoneidad y honradez, acreditar
independencia de criterio, pero no solamente cuando son postulados, elegidos
o nombrados, sino que también en cada caso concreto sometido a su
conocimiento durante todo el tiempo en que desempeñen los cargos públicos.
No tiene independencia de criterio el funcionario que es susceptible de ceder
ante presiones, chantajes, intimidaciones, amenazas, advertencias o
imposiciones. Un funcionario que no pueda actuar con libertad de criterio debe
inhibirse o excusarse de adoptar decisiones casuísticas. En todo caso, si se
determinare o demostrare que un funcionario actuó bajo temor, dependencia,
sumisión, interés, compadrazgo o condición, la respectiva actuación, resolución
o cosa juzgada será esencialmente fraudulenta y, por ende, nula e inválida.

La independencia puede definirse como el estado de una persona o cosa que no necesita de
otra para su realización, e implica entereza, firmeza de carácter, y la autonomía de la propia
conducta.

Ser independiente quiere decir que no se depende de otro para hacer algo, o que no se quiere
depender, lo cual no quiere decir que no se necesite o se quiera a los demás.

La independencia en su sentido más general implica la libertad, y por eso en una cultura de paz
es indispensable que todos sean libres, hombres y pueblos, por lo que la independencia debe
ser un valor muy importante a desarrollar en todos los países, pues solamente cuando todos
son independientes puede haber una verdadera paz.

El niño cuando nace es un ser totalmente desvalido que moriría irremisiblemente sin la ayuda
de los demás, por lo tanto, carece de independencia, y es solamente poco a poco y en el
transcurso de su desarrollo evolutivo que va adquiriendo un cierto nivel de independencia que
le posibilita hacer las cosas por sí mismo sin la obligatoriedad de recurrir a los otros.

Es así que a finales de la primera infancia debe haberse formado en el niño un nivel de
autonomía, y confianza en sus propias fuerzas, que le posibilite realizar por sí solo la mayoría
de las acciones de su vida cotidiana, aunque aún requiera del cuidado del adulto para su
desenvolvimiento más apropiado.

Del modo que el niño no nace independiente, el proceso educativo ha de organizarse de forma
tal que paulatinamente vaya adquiriendo esa calidad, mediante diversas actividades que van
posibilitando tal logro, y que pueden ser muy diversas: el juego, trabajos, acciones de
autoservicio, formación de hábitos y otras acciones educativas que van promoviendo un grado
cada vez mayor de validismo y autonomía.

Suele ser un error de los adultos, particularmente de los padres, el coartar las posibilidades de
independencia de los niños, siendo sobre protectores e impidiendo que hagan lo que pudieran
hacer por sí solos, es por eso que la escuela infantil se convierte en un medio idóneo para
posibilitar estos fines de lograr una formación apropiada de la independencia en los niños.

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