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Mateo 4:1-11 – La tentación de Cristo, Comentario Matthew Henry

Con referencia a la tentación de Cristo obsérvese que fue tentado inmediatamente después de ser declarado
Hijo de Dios y Salvador del mundo; los grandes privilegios y las señales especiales del favor divino no
aseguran a nadie que no va a ser tentado. Pero si el Espíritu Santo da testimonio que hemos sido adoptados
como hijos de Dios, eso contestará todas las sugerencias del espíritu malo. —Cristo fue llevado al combate.
Si hacemos gala de nuestra propia fuerza, y desafiamos al diablo a tentarnos, provocamos a que Dios nos
deje librados a nosotros mismos. Otros son tentados, cuando son desviados por su propia concupiscencia, y
son seducidos, Santiago i, 14; pero nuestro Señor Jesús no tenía naturaleza corrupta, por tanto Él fue tentado
sólo por el diablo. Se manifiesta en la tentación de Cristo que nuestro enemigo es sutil, mal intencionado y
muy atrevido, pero se le puede resistir. Consuelo para nosotros es que Cristo sufrió siendo tentado, porque,
así, se manifiesta que nuestras tentaciones, mientras no cedamos a ellas, no son pecado y sólo son
aflicciones. En todas sus tentaciones Satanás atacaba para que Cristo pecara contra Dios. —1. Lo tentó a
desesperarse de la bondad de su Padre, y a desconfiar del cuidado de su Padre. Una de las tretas de Satanás
es sacar ventaja de nuestra condición externa; y los que son puestos en apreturas tienen que redoblar su
guardia. Cristo respondió todas las tentaciones de Satanás con un ―Está escrito‖ para darnos el ejemplo al
apelar a lo que está escrito en la Biblia. Nosotros debemos adoptar este método cada vez que seamos
tentados a pecar. Aprendamos a no seguir rumbos equivocados a nuestra provisión, cuando nuestras
necesidades son siempre tan apremiantes: el Señor proveerá en una u otra forma. —2. Satanás tentó a Cristo
a que presumiera del poder y protección de su Padre en materia de seguridad. No hay extremos más
peligrosos que la desesperación y la presunción, especialmente en lo referido a los asuntos de nuestra alma.
Satanás no objeta lugares sagrados como escenario de sus asaltos. No bajemos la guardia en ningún lugar.
La ciudad santa es el lugar donde, con la mayor ventaja, tienta a los hombres al orgullo y la presunción.
Todos los altos son lugares resbalosos; el avance en el mundo hace al hombre un blanco para que Satanás le
dispare sus dardos de fuego. ¿Satanás está tan bien versado en las Escrituras que es capaz de citarlas
fácilmente? Sí, lo está. Es posible que un hombre tenga su cabeza llena de nociones de las Escrituras, y su
boca llena de expresiones de las Escrituras mientras su corazón está lleno de enconada enemistad con Dios y
contra toda bondad. Satanás citó mal las palabras. Si nos salimos de nuestro camino, fuera del camino de
nuestro deber, abandonamos la promesa y nos ponemos fuera de la protección de Dios. Este pasaje,
Deuteronomio viii, 3, hecho contra el tentador, por tanto él omitió una parte. Esta promesa es firme y resiste
bien. ¿Pero seguiremos en pecado para que la gracia abunde? No. —3. Satanás tentó a Cristo a la idolatría
con el ofrecimiento de los reinos del mundo y la gloria de ellos. La gloria del mundo es la tentación más
encantadora para quien no piensa y no se da cuenta; esto es lo que más fácilmente vence a los hombres.
Cristo fue tentado a adorar a Satanás. Rechazó con aborrecimiento la propuesta. “¡Vete de aquí Satanás!”
Algunas tentaciones son abiertamente malas; y no son para ser simplemente resistidas, sino para ser
rechazadas de inmediato. Bueno es ser rápido y firme para resistir la tentación. Si resistimos al diablo, éste
huirá de nosotros. Pero el alma que delibera está casi vencida. Encontramos sólo unos pocos que pueden
rechazar resueltamente tales carnadas, como las que ofrece Satanás aunque, ¿de qué le aprovecha a un
hombre si gana a todo el mundo y pierde su alma? —Cristo fue socorrido después de la tentación para
estimularlo a seguir en su esfuerzo, y para estimularnos a confiar en Él, porque supo, por experiencia, lo que
es sufrir siendo tentado, de modo que sabía lo que es ser socorrido en la tentación; por tanto, podemos
esperar no sólo que sienta por su pueblo tentado, sino que venga con el oportuno socorro.

Tentación de Cristo. Mateo 4:1-11, Comentario Bíblico Moody


El sentido más obvio de este pasaje y de sus paralelos es el de un acontecimiento histórico que
efectivamente se realizó. Las opiniones que lo niegan no aminoran las dificultades de interpretación. Las
diversas pruebas se enderezaron contra la naturaleza humana de Jesús, y en ese terreno las resistió. No
obstante, la perfecta unión en su persona de las naturalezas divina y humana hacían indubitable el resultado,
ya que Dios no puede pecar jamás. Pero esto en ningún modo disminuye la ferocidad del ataque.
1-2. Llevado por el Espíritu. Indica la sumisión (voluntaria) de Cristo al Espíritu durante su ministerio
terrenal. Para ser tentado. Tentar significa someter a prueba; a veces, como en este caso, inducir al mal. El
Espíritu guiaba a Jesús a fin de dar lugar a esta prueba. El diablo. El nombre significa calumniador, y señala
una de las características de Satanás, el gran adversario de Dios y del pueblo de Dios. Cuarenta días y
1
cuarenta noches. Las tres pruebas que aquí se registran vinieron después de este período; pero otras
tentaciones habían ocurrido durante el mismo (Lc. 4.2).
3,4. Si eres Hijo de Dios, no implica que Satanás lo dude, sino más bien que en ese hecho funda su
insinuación. Es evidente lo sutil de la prueba, ya que ni el pan ni el hambre constituyen en sí pecado. No
sólo de pan vivirá el hombre (Dt. 8:3) fue la bíblica respuesta de Cristo. Aun a Israel en su peregrinación se
le hizo entender que la fuente del pan (Dios), era más importante que el pan mismo. Jesús se negó a efectuar
un milagro para ahorrarse sufrimiento personal, ya que tal sufrimiento era parte de la voluntad de Dios para
con él.
5-7. Ocurre la segunda tentación en EI pináculo del templo (o en una de sus alas) en Jerusalén; quizá en el
pórtico que se alzaba sobre el valle del Cedrón. Satanás citó las Escrituras (Sal. 91:11-12) para forzar a
Cristo a demostrar su afirmación de que confiaba en toda palabra que sale de la boca de Dios. Escrito está
también: indica que las Escrituras en conjunto son la guía para la conducta y el fundamento de la fe. No
tentarás al Señor tu Dios. (Dt. 6:16; Ex. 17:1-7). El acto presuntuoso de someter a Dios a prueba no es fe
sino duda, según lo demuestra la experiencia de Israel.
8-11. El monte muy alto es literal, pero se desconoce su ubicación. Mediante un acto sobrenatural, Satanás
mostró a Cristo todos los reinos del mundo. Te daré, indica que Satanás tenía algo que conceder; de otro
modo, la prueba habría carecido de validez. Como dios de este siglo (2 Co.4:4) y príncipe de la potestad del
aire aunque sea como usurpador y limitadamente. Ofreció a Jesús este dominio a cambio de su adoración,
con lo cual ofrecía lo que a su tiempo, y en forma mucho más gloriosa, será de Cristo (Ap. 11:15). Es
significativa la unión de adorarás y servirás en la respuesta de Jesús (tomada de Dt. 6:13), pues un acto
involucra el otro. De haberse postrado ante Satanás, Jesús habría reconocido el señorío del diablo. Tal
proposición mereció la reprensión directa de Cristo. La afirmación de Mateo, de que el diablo entonces le
dejó indica que las tentaciones se han presentado en su orden cronológico (contrastar con Le. 4:1-13). Jesús
rechazó los embates más violentos de Satanás no mediante un rayo celestial, sino con la Palabra de Dios
empleada con sabiduría del Espíritu Santo, que está a disposición de todo cristiano.

Mateo 4:1-11 – Comentario Bíblico Barclay


EL TIEMPO DE LA PRUEBA

Mateo desarrolla la vida de Jesús paso a paso. Empieza mostrándonos como nació Jesús en este mundo.
Sigue mostrándonos, al menos por implicación, que Jesús tuvo que cumplir fielmente Sus obligaciones para
con Su hogar antes de cumplir Su deber para con el mundo, que Jesús tenía que mostrarse fiel en las
pequeñas tareas antes de que Dios Le confiara la tarea más importante del mundo y de la Historia.
Ahora pasa a mostrarnos cómo, al surgir en la escena Juan el Bautista, Jesús supo que había sonado Su
hora y Le había llegado el momento de asumir Su obra. Juan nos muestra a Jesús identificándose con un
pueblo que buscaba a Dios como nunca antes. En ese momento nos muestra a Jesús dándose cuenta de que
Él era sin duda el Escogido de Dios, pero que el camino de la victoria había de pasar por la Cruz.
Cuando una persona tiene una visión, su problema inmediato es cómo hacerla realidad; tiene que
encontrar la manera de convertir el sueño en un hecho. Ese era el problema con que se enfrentaba Jesús.
Había venido a conducir a la humanidad de vuelta a Dios. ¿Cómo habría de hacerlo? ¿Qué método tendría
que adoptar: el del conquistador poderoso, o el del amor doliente y sacrificial? Ese era el problema con que
se enfrentaba Jesús en Sus tentaciones. Se Le había encomendado una labor. ¿Qué método habría de escoger
para cumplir la tarea que Dios Le había encargado llevar a cabo?

LAS TENTACIONES DE JESÚS


Mateo 4:1-11
A continuación el Espíritu guió a Jesús al desierto para que el diablo Le tentara. Después de pasarse
voluntariamente cuarenta días y noches sin comer, estaba hambriento. Fue entonces cuando el tentador se Le
presentó.
-Si es verdad que eres el Hijo de Dios Le dijo a Jesús-, diles a estas piedras que se conviertan en pan.
-Escrito está -le contestó Jesús-: una persona no vive sólo de pan, sino de toda palabra que proceda de la
boca de Dios.
Luego el diablo Le llevó a la santa ciudad, y Le colocó encima del pináculo del templo.
2
-Si es verdad que tú eres el Hijo de Dios -Le dijo-, tírate desde aquí; porque escrito está: «Les dará
órdenes a Sus ángeles para que Te cuiden y Te levanten en sus brazos para que nunca ni siquiera tropieces
con Tus pies en una piedra.»
-También está escrito -le contestó Jesús-: «No has de intentar poner a prueba al Señor tu Dios.»
El diablo Le llevó otra vez a una montaña muy alta, y Le mostró desde allí todos los reinos del mundo y
su gloria, y Le dijo:
-Te daré todas estas cosas si Te postras a mis pies y me adoras.
-¡Quítate de en medio, Satanás! -le contestó Jesús-. Porque escrito está: «Adorarás al Señor tu Dios, y Le
servirás sólo a Él.»
Entonces ya el diablo Le dejó en paz, y vinieron ángeles a prestarle servicio.

Hay algo en lo que debemos fijarnos bien justamente al principio de nuestro estudio de las tentaciones de
Jesús, y es el sentido de la palabra tentar. La palabra que se usa aquí en el original es peirazein. En español,
la palabra tentar tiene un sentido uniforme y sistemáticamente malo. Siempre quiere decir inducir a una
persona a hacer algo que no está bien, procurar seducirla al pecado, tratar de persuadirla a tomar una
decisión contraria a la moral o, a la ley de Dios. Pero peirazein tiene un elemento completamente diferente
en su significado. Quiere decir probar mucho más que tentar en nuestro sentido de la palabra.
Uno de los grandes relatos del Antiguo Testamento es el que nos cuenta por qué poco evitó Abraham
sacrificar a su hijo único Isaac. Ahora bien, ese relato empezaba diciendo: < Y aconteció después de estas
cosas, que tentó Dios a Abraham» (Génesis 22:1. R-V >09). Está claro que la palabra tentar no puede querer
decir aquí tratar de seducir al mal. Es impensable el que Dios intentara hacer a un hombre un malhechor.
Pero todo queda totalmente claro cuando entendemos que quiere decir: «Aconteció después de estas cosas,
que probó Dios a Abraham> (R-V 60>). Había llegado la hora para la prueba suprema de la lealtad de
Abraham. Lo mismo que tiene que probarse el metal sometiéndolo a una presión y tensión superiores a las
que tendrá que soportar antes de usarlo para un uso práctico, así un hombre tiene que ser probado antes de
que Dios pueda usarle para Su propósito. Los judíos tenían un dicho: «El Santo, bendito sea Su nombre, no
eleva a un hombre a una dignidad hasta después de probarle y analizarle; y si resiste la tentación, entonces
Dios le eleva a la dignidad.>
Aquí tenemos, pues, una gran verdad edificante. Lo que llamamos tentación no nos viene para hacernos
pecar, sino para capacitarnos para conquistar el pecado; no para hacernos malos, sino buenos; no para
debilitarnos, sino para que surjamos de la prueba más fuertes y auténticos y puros. La tentación no es un
castigo por ser humanos, sino la gloria de serlo. Es la prueba que sobreviene a una persona que Dios quiere
usar. Así que debemos pensar en todo este incidente, no tanto como la tentación, sino como la prueba de
Jesús.
Tenemos también que fijarnos en dónde tuvo lugar esta prueba. Fue en el desierto. Entre Jerusalén, en la
meseta central que es la espina dorsal de Palestina, y el Mar Muerto se extiende el desierto. El Antiguo
Testamento lo llama yesimón, que quiere decir la devastación, un nombre apropiado. Se extiende por un
área de 50 por 25 kilómetros.
Sir George Adam Smith que se lo recorrió, nos lo describe. Es un área de arena amarilla, de caliza
quebradiza y de cantos dispersos. Es un área de estratos deformes en los que las arrugas van en todas las
direcciones como si estuvieran alabeadas y retorcidas. Las colinas son como montones de polvo; La piedra
caliza está erosionada y pelada; las rocas están desnudas y puntiagudas; a menudo hasta el mismo suelo
suena a hueco cuando lo pisan los pies humanos o los cascos de las caballerías. Deslumbra y reluce con el
calor como un horno inmenso. Se precipita hacia el Mar Muerto en una caída de cuatrocientos metros de
piedra caliza, pedernal y marga, entre salientes y entrantes y precipicios.
En ese desierto, Jesús podía estar más solo que en ningún otro lugar de Palestina. Jesús se fue al desierto
completamente solo. Había recibido Su tarea; Dios Le había hablado; tenía que pensar cómo iba a
emprender la obra que Dios Le había confiado; tenía que tener las cosas claras antes de empezar; tenía que
estar solo.
Puede que a menudo erremos sencillamente porque nunca hacemos lo posible para estar solos. Hay ciertas
cosas que una persona tiene que resolver a solas. Hay momentos cuando no nos sirve de nada el consejo que
se nos pueda dar. Hay veces cuando una persona tiene que retenerse de actuar, y empezar a pensar. Puede
que cometamos muchos errores precisamente porque no nos damos la oportunidad de estar a solas con Dios.

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EL SAGRADO RELATO
Mateo 4:1-11 (continuación)

Hay algunas consideraciones que debemos hacernos antes de proceder al estudio detallado del relato de
las tentaciones.
(i) Los tres evangelistas sinópticos parecen hacer hincapié en que las tentaciones siguieron
inmediatamente al bautismo de Jesús. Como dice Marcos «Inmediatamente el Espíritu Le impulsó al
desierto» (Marcos 1:12; R-V sigue manteniendo la palabra luego en su primera acepción: «Prontamente, sin
dilación», D.R.A.E.).
Es una de las realidades de la vida el que después de todo gran momento viene un momento de reacción
-y una y otra vez es en la reacción donde se oculta el peligro. Eso fue lo que le sucedió a Elías. Con un
coraje imponente, Elías se enfrentó completamente solo y derrotó a los profetas de Baal en el monte
Carmelo (1 Reyes 18: 17-40). Ese fue el gran momento del valor y del testimonio de Elías. Pero la matanza
de los profetas de Baal provocó la ira de la malvada Jezabel, que se propuso acabar con Elías. «Entonces
tuvo miedo y se levantó y huyó para salvar la vida a Beerseba» (1 Reyes 19:3). El hombre que se había
mantenido intrépidamente frente a todos sus rivales huye ahora para salvar la vida con el terror en los
talones. Había llegado el momento de la reacción.
Parece ser ley de vida que precisamente después que nuestro poder de resistencia ha estado en su punto
más alto se achanta hasta lo más bajo. El tentador escogió cuidadosa, sutil y astutamente su momento para
atacar a Jesús -pero Jesús le venció. Haremos bien en mantenernos especialmente en guardia después de
cada vez que la vida nos ha llevado a las alturas, porque es precisamente entonces cuando asalta el más
grave peligro de las simas.
(ü) No tenemos por qué considerar esto como una experiencia externa de Jesús. Fue una lucha que tuvo
lugar en Su propio corazón y mente y alma. La prueba está en que no existe ninguna montaña desde la que
se puedan ver todos los reinos de la Tierra, pese al Tibidabo. Fue una batalla interior.
Es en nuestros pensamientos y deseos más íntimos como viene a nosotros el tentador. Lanza su ataque en
nuestras propias mentes. Es verdad que es tan real que casi podemos hasta ver al diablo. Hasta este día se
puede ver una mancha de tinta en la pared de la habitación de Lutero en el castillo de Wartburg en
Alemania: Lutero le tiró el tintero al diablo que le estaba tentando. Pero el poder del diablo estribe en el
hecho de que supera nuestras defensas y nos ataca desde dentro. Encuentra aliados y armas entre nuestros
pensamientos y deseos más íntimos.
(üi) No tenemos que creer que Jesús derrotó definitivamente al tentador en una sola campaña, y que éste
no volvió a atacarle ya nunca más. El tentador Le habló otra vez a Jesús en Cesarea de Filipo cuando Pedro
trató de disuadirle de seguir el camino de la Cruz, y cuando tuvo que decirle a Pedro las mismas palabras
que le había dicho al tentador en el desierto: «¡Quítate de en medio, Satanás!> (Mateo 16:23). Al final de su
recorrido, Jesús pudo decirles a sus discípulos: < Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis
pruebas> (Lucas 22:28). Y nunca en toda la historia humana ha habido una lucha con la tentación como la
que Jesús mantuvo en Getsemaní con el tentador que trataba de apartarle del camino de la Cruz (Lucas
22:42-44).
< La vigilancia eterna es el precio de la libertad.> En la milicia cristiana no hay licencia ni se dan
permisos. A veces nos preocupamos porque creemos que deberíamos alcanzar una etapa en la que
estuviéramos más allá de la tentación, una etapa en la que el poder del tentador ya estuviera quebrantado
para siempre. Jesús nunca alcanzó esa etapa. Desde el principio hasta el fin de su carrera tuvo que
mantenerse en la lucha; por eso puede ayudarnos a pelear la nuestra.
(iv) Una cosa sobresale en esta historia: Las tentaciones fueron tales que no podían sobrevenirle a una
persona que no tuviera unos poderes muy especiales y supiera que los tenía. Sanday describe las tentaciones
como < el problema de qué hacer con los poderes sobrenaturales.» Las tentaciones que sobrevinieron a Jesús
sólo le podían atacar a uno que supiera que había cosas extraordinarias que él podría hacer.
Debemos recordar siempre que una y otra vez somos atacados por medio de nuestros dones. La persona
dotada con algún encanto tendrá la tentación de usarlo para salirse con la suya. La persona dotada con el
poder de la palabra tendrá la tentación recurrir a la labia para presentar disculpas que justifiquen cualquier
comportamiento suyo. La persona con una imaginación viva y gráfica sufrirá agonías de tentación que una
persona flemática no experimentará nunca. La persona con grandes talentos mentales estará tentada a usarlos

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para su propio bien y no para el de otros, para convertirse en amo y no en servidor de la humanidad. Es un
hecho inexorable de la tentación que es precisamente donde nos consideramos más fuertes donde debemos
tener más cuidado de no bajar la guardia.
(v) Nadie puede leer este relato sin darse cuenta de que su fuente tiene que haber sido el mismo Jesús. No
había nadie con Él en el desierto cuando se estaba librando esta batalla. Y tenemos noticias de ella
solamente porque Jesús mismo tiene que habérselo contado a sus hombres. Es como si Jesús nos estuviera
relatando una parte de su autobiografía espiritual.
Debemos siempre acercarnos a esta historia con una reverencia única y especial, porque Jesús nos
descubre en ella Su más íntimo corazón y alma. Está refiriéndonos Su experiencia. Es la más sagrada de
todas las historias, porque Jesús nos está diciendo en ella que puede ayudar a los demás en sus tentaciones
porque Él mismo fue tentado. Nos descorre el velo de Sus propias luchas para ayudarnos en las nuestras.

EL ATAQUE DEL TENTADOR


Mateo 4:1-11 (conclusión)

El tentador lanzó su ataque contra Jesús en tres frentes, en cada uno de los cuales había algo inevitable.
(i) Está la tentación de hacer que las piedras se volvieran pan. El desierto estaba sembrado de pequeños
cantos de caliza que parecían exactamente panecillos; hasta ellos le sugerirían a Jesús esta tentación.
Era una tentación doble. La tentación de que Jesús usara Sus poderes egoístamente y para Su propio
provecho, y eso fue precisamente lo que Jesús siempre se negó a hacer. Siempre hay la tentación de usar
egoístamente cualesquiera poderes que Dios nos haya dado.
Dios le ha dado un don a cada persona, y cada persona puede hacerse una de dos preguntas. Puede
preguntarse: «¿Qué partido puedo yo sacar de este don?> o: «¿Cómo puedo yo usar este don para el bien de
los demás?» Esta clase de tentación se nos puede presentar en la cosa más sencilla. Una persona puede
poseer, por ejemplo, una voz agradable de escuchar; puede proponerse sacarle partido, y negarse a usarla a
menos que se le pague. No hay razón para rehusar que se le pague, pero hay toda clase de razones para no
deber usarla solamente para que se le pague. No hay persona que no tenga la tentación de usar egoístamente
el don que Dios le haya asignado.
Pero esto de la tentación tiene otra cara. Jesús era el Mesías de Dios, y Él lo sabía. En el desierto se estaba
enfrentando con la elección del método para ganar las almas para Dios. ¿Qué método había de usar para la
tarea que Dios Le había asignado? ¿Cómo había de materializar Su visión y sueño?
Un camino infalible para convencer a la gente a que Le siguiera era darles pan, es decir, cosas materiales.
¿Acaso no lo justificaba la historia? ¿No había dicho Dios: < Os haré llover pan del cielo?» ¿No incluían las
visiones de la futura edad de oro ese mismo sueño? ¿No había dicho Isaías: < No tendrán hambre ni sed?»
(Isaías 49:1 D) ¿No era el Banquete Mesiánico una figura consagrada entre los Testamentos de los sueños
del Reino? Si Jesús hubiera querido darle pan a la humanidad, tendría suficiente justificación para hacerlo.
Pero el haberles dado pan a los hombres habría sido una doble equivocación. En primer lugar, habría sido
sobornarlos para que Le siguieran. Habría sido convencer a la gente para que Le siguiera por lo que pudieran
sacar, mientras que la recompensa que Jesús tenía para ofrecer era una Cruz. Llamaba a la gente a una vida
de dar, no de obtener. Sobornar a la humanidad con cosas materiales habría sido la negación de todo lo que
Él vino a decir y habría sido finalmente la derrota de Sus propios fines.
En segundo lugar, habría sido suprimir los síntomas sin tratar la enfermedad. La gente está hambrienta;
pero debemos preguntarnos: ¿Por qué está hambrienta? ¿Es por culpa de su propia estupidez, y descuido, y
holgazanería? ¿O es porque hay algunos que poseen egoístamente demasiado mientras otros carecen de lo
necesario? La verdadera manera de curar el hambre es eliminar sus causas -y las causas están en el alma de
las personas. Y, sobre todo, hay un hambre del corazón que no se puede satisfacer con cosas materiales.
Así es que Jesús contestó al tentador con las mismas palabras que expresan la lección que Dios había
tratado de enseñarle a Su pueblo en el desierto: «La persona no vive solo de pan, sino de todo lo que proceda
de la boca del Señor> (Deuteronomio 8:3). La única manera de encontrar la verdadera satisfacción es
aprender a depender totalmente de Dios.
(ü) Entonces el tentador reforzó su ataque en otro frente. En una visión, llevó a Jesús al pináculo del
templo. Eso puede querer decir una de dos cosas.
El templo estaba edificado en la cima del monte de Sión, que formaba como una meseta donde estaban

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situados los edificios del templo. Había una esquina en la que se unían el pórtico de Salomón y el pórtico
Real, y en esa esquina había una caída de ciento cincuenta metros al valle del torrente de Cedrón. ¿Por qué
no había de ponerse Jesús en ese pináculo, tirarse y aterrizar ileso en el fondo del valle? El pueblo seguiría
admirado al que fuera capaz de semejante hazaña.
Otra posibilidad sería que, en la cubierta del templo mismo había un saliente donde se colocaba todas las
mañanas un sacerdote con una trompeta en la mano, esperando el primer arrebol de la aurora a través de las
colinas de Hebrón. A la primera señal del alba tocaba la trompeta para anunciar la hora del sacrificio de la
mañana. ¿Por qué no podía Jesús ponerse allí, y saltar precisamente al patio del templo, haciendo que Le
siguieran todos estupefactos? ¿No había dicho Malaquías: < Y vendrá súbitamente a Su templo el Señor?»
(Malaquías 3:1). ¿No había una promesa de que los ángeles llevarían en sus manos al hombre de Dios para
que no le sobreviniera ningún daño? (Salmo 91: I1 s).
Esto era precisamente lo que prometían los falsos mesías que surgían cada dos por tres. Un tal Teudas
había hecho salir al pueblo prometiéndole que a su palabra se dividirían las aguas del Jordán en dos partes.
Un famoso pretendiente egipcio (Hechos 21:38) había prometido que con una sola palabra arrasaría las
murallas de Jerusalén. Simón Mago, se dice, había prometido volar por los aires, pero pereció en el intento.
Estos pretendientes habían ofrecido credenciales que no pudieron cumplir. Jesús podía cumplir todo lo que
prometiera. ¿Por qué no había de seguir ese método?
Jesús tenía dos buenas razones para no adoptar ese curso de acción. La primera, que el que busque atraer a
sí a las personas proveyéndolas de sensaciones habrá elegido un camino que, literalmente, no tiene futuro.
La razón es bien sencilla: para conservar el poder tendría que seguir produciendo sensaciones cada vez más
grandes. Las maravillas tienen un tiempo limitado. La sensación de este año será algo corriente el que viene.
Un evangelio basado en el sensacionalismo estaría condenado al fracaso. La segunda, que esa no es la
manera en que se ha de usar el poder de Dios. < No intentarás someter al Señor tu Diosa prueba,» dijo Jesús
(Deuteronomio 6:16). Lo que quería decir era que no es bueno querer ver hasta dónde puede uno llegar con
Dios; no tiene sentido ponerte deliberadamente en una situación peligrosa, atrevida e innecesariamente, y
esperar que Dios te libre de las consecuencias.
Dios espera que asumamos riesgos por fidelidad a Él, pero no para elevar nuestro prestigio. La fe que
depende de las señales y los milagros no es la verdadera fe. Si la fe no puede creer sin las sensaciones es que
no es realmente fe, sino una duda que está buscando una prueba, y buscándola donde no la puede encontrar.
El poder salvador de Dios no es algo con lo que se puede jugar ni experimentar, sino algo en lo que hay que
confiar sin aspavientos en la vida diaria.
Jesús rechazó el sensacionalismo porque sabía que conducía, y conduce, al fracaso; y porque buscar
sensaciones no es confiar, sino desconfiar de Dios.
(üi) Así es que el tentador atacó todavía por otro frente. Era el mundo lo que Jesús había venido a salvar,
y Le vino a la mente una representación del mundo. La voz del tentador Le dijo: .«¡Póstrate y adórame, y yo
Te daré todos los reinos del mundo!» ¿No había dicho Dios mismo a Su escogido: < Pídeme, y Te daré por
herencia las naciones, y como posesión Tuya los confines de la Tierra»? (Salmo 2:8).
Lo que quería decir el tentador era: «¡Transige! ¡Lleguemos a un acuerdo! ¡No pongas el listón demasiado
alto! Hazte un poco el ciego al mal y a las cosas discutibles, y Te harás con las masas.» Esta era la tentación
a pactar con el mundo en vez de presentarle clara y terminantemente las demandas de Dios. Era la tentación
a avanzar retirándose, y a tratar de cambiar el mundo haciéndose como él.
La contestación de Jesús no se hizo esperar: < Al Señor tu Dios temerás, a Él solo servirás y por Su
nombre jurarás> (Deuteronomio 6:13). Jesús estaba absolutamente seguro de que no se puede vencer al mal
entrando en componendas con él. Estableció la insobornabilidad de la fe cristiana. El Cristianismo no se
puede doblegar para ponerse al nivel del mundo, sino elevar al mundo a su propio nivel. Ningún otro
principio funcionará.
Así es que Jesús hizo Su decisión. Decidió que nunca sobornaría a nadie para que Le siguiera; decidió que
el camino del sensacionalismo no era para Él, y decidió que no podía transigir en el mensaje que predicara ni
en la fe que demandara. Su elección significaba inevitablemente la Cruz -pero la Cruz significaba también
inevitablemente la victoria final.

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Teologia Sistematica, John Macarthur
LA TENTACIÓN
Después de que Juan bautizara a Jesús (Mt. 3:13-17), el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto, donde fue
tentado por Satanás (Mt. 4:1-11). El Espíritu Santo jugó un papel significativo en la vida y el ministerio de
Jesús. Fue el intermediario por el cual María concibió a Jesús en su vientre (Mt. 1:20); ungió y empoderó a
Jesús en su ministerio (Mt. 12:28; Lc. 4:18-19; cf. Is. 61:1); y también fue el agente activo en la resurrección
de Jesús (Ro. 8:11). El involucramiento del Espíritu en conducir a Jesús a la situación con Satanás
demuestra que esta prueba era conforme al propósito soberano de Dios en el programa de la redención.
Las tentaciones de Satanás atacaron a Jesús en su humanidad, ya que Dios mismo (y, por tanto, la
naturaleza divina de Jesús) “no puede ser tentad[o] por el mal” (Stg. 1:13). De hecho, Dios nunca actúa
siquiera como agente para tentar a alguien con el mal. Sin embargo, sí usa a los demonios, a Satanás y a los
hombres para tentar cuando conviene a sus propósitos soberanos (Job 1–2; Lc. 22:31-32; 2 Co. 12:7-10). De
acuerdo con las categorías enumeradas en 1 Juan 2:16, Satanás tentó a Jesús con el hambre como uno de
“los deseos de la carne” (Mt. 4:2-3; 1 Jn. 2:16), y puso a Dios a prueba como una exhibición de “la
vanagloria de la vida” (Mt. 4:5-6; 1 Jn. 2:16), y con la posesión de los reinos del mundo y toda su gloria para
satisfacer “los deseos de los ojos” (Mt. 4:8-9; 1 Jn. 2:16). A lo largo de este período específico de prueba,
como durante toda su vida terrenal, Jesús fue tentado “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”
(He. 4:15). Jesús podía ser tentado, pero no podía pecar.
Con el transcurrir de los años, algunos han preguntado: ¿Era Cristo capaz de pecar de pensamiento o de
hecho? Dos frases en latín han representado las dos respuestas principales a esta pregunta.[32] La oración en
latín que describe la impecabilidad de Jesús es non posse peccare (“no es capaz de pecar”). Ese concepto
contrasta con posse non peccare (“capaz de no pecar”), lo que implica que Jesús podría haber pecado, pero
evitó hacerlo. Para ser claro, la pecabilidad y la impecabilidad no son sinónimos de pecaminosidad y sin
pecado. Los primeros no presuponen una naturaleza de pecado. Ambas opiniones admiten que Jesús no pecó
(1 Jn. 3:5).
La postura de la pecabilidad afirma que Cristo podía haber pecado aunque no lo hizo. Esta es, de lejos, la
opinión minoritaria entre los teólogos de hoy. Entre los argumentos están los siguientes:

1. La plena humanidad de Cristo: Si Cristo, en su encarnación, asumió la plena humanidad con todos sus
atributos, debió tener la capacidad de pecar ya que, en sí misma, la naturaleza humana no caída es capaz de
pecar, como muestra la caída de Adán y Eva (Gn. 3:1-6).
2. La capacidad de Cristo de ser tentado: Cristo fue tentado en todo, igual que los demás (He. 4:15).
Soportó numerosas tentaciones a lo largo de su vida (Mt. 4:1-11), y la capacidad de ser tentado implica la
capacidad de pecar. Este argumento es al que apelan los defensores de la pecabilidad con mayor frecuencia.
3. La libre voluntad de Cristo: Que Cristo tuviera libre albedrío, igual que lo tenía Adán antes de la caída,
implica pecabilidad.
Los defensores de la pecabilidad ven mucho en juego en este debate, fundamentalmente la realidad de la
humanidad de Cristo, su tentación y un sacerdocio en verdad compasivo. Afirman que todo lo que antecede
está en peligro si Cristo no hubiera tenido capacidad de pecar.
Sin embargo, las Escrituras argumentan a favor de la impecabilidad de Cristo. Esta postura asevera que
Cristo era incapaz de pecar. Esta es, con mucho, la opinión de la mayoría dentro del evangelicalismo pasado
y presente. Entre los argumentos a favor de este punto de vista se encuentran los siguientes:

1. La deidad de Cristo: Dado que Cristo es Dios y que Dios no puede pecar (Stg. 1:13), resulta que Cristo
tampoco podría pecar. Dado que “la paga del pecado es la muerte” (Ro. 6:23), Dios tendría que morir si
pecara; pero Dios no puede morir y, por implicación, tampoco puede pecar.
2. Los decretos de Dios: Dado que Dios había decretado el plan de redención que debía llevarse a cabo
por medio de Jesucristo, resulta que Cristo no podía haber pecado porque, de haberlo hecho, el plan de
redención habría fracasado.
3. Los atributos divinos de Cristo: Algunos defensores de la impecabilidad argumentan basándose en la
inmutabilidad de Cristo (cf. He. 13:8). El razonamiento es que si Cristo podía haber pecado mientras estaba
en la tierra, podría pecar ahora. Dado que ahora no puede pecar, y que es inmutable, resulta que no podía
pecar mientras estaba en la tierra. Otros atributos a los que se apela para incluir la omnipotencia y la

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omnisciencia de Cristo (la capacidad de pecar implica debilidad, pero Cristo no tenía debilidades) (Jn. 5:25).
Alguien podría sostener que los argumentos de los atributos de la deidad de Cristo no son concluyentes para
la pregunta de la pecabilidad porque, en la kénosis, Cristo rindió de manera voluntaria el ejercicio
independiente de sus atributos divinos a la voluntad de su Padre celestial (véase “Kénosis” [p. 265]). Así,
aunque cada uno de estos atributos divinos puede implicar la impecabilidad por sí solo, Cristo siempre los
ejerció en subordinación a la voluntad de su Padre, quien nunca dirigiría al Hijo a restringir sus atributos
divinos para posibilitar que Cristo violara la voluntad del Padre.
4. La relación trinitaria de Cristo: Al estar “lleno del Espíritu Santo” (Lc. 4:1), Jesús no podía fallar en la
prueba. El Espíritu Santo no podía fracasar en el cometido para el cual había sido enviado respecto a Jesús.

Aunque Jesús no podía pecar, las tentaciones a las que se enfrentó fueron genuinas; su realidad no
dependía de su capacidad de respuesta. En realidad, al no haberse rendido nunca a las tentaciones, soportó
toda su fuerza. Así, para Jesús la tentación fue más real y poderosa que para cualquier otro ser humano. La
comparación entre la tentación de Adán y la de Jesús revela grandes diferencias y hacen que la victoria de
Jesús sea mucho más extraordinaria:

1. Adán se enfrentó a la tentación en el mejor de los entornos, el jardín del Edén; Jesús la afrontó en un
ambiente inhóspito, el desierto de Judea.
2. Adán vivió en la perfección del mundo anterior a la caída; Jesús habitaba en un mundo profundamente
corrupto, pecaminoso y caído.
3. Adán cedió a la primera tentación a la que se enfrentó; Jesús afrontó una tentación tras otra, a lo largo
de su vida y su ministerio terrenal (He. 4:15), pero nunca cedió.
4. Adán entró en su momento de tentación alimentado de la forma adecuada, en un agradable jardín lleno
de frutos y de agua fresca; Jesús, antes de su tentación en el desierto, estaba debilitado por cuarenta días de
ayuno.
5. Las consecuencias de la caída de Adán ante la tentación fueron letales para toda la raza humana; las
consecuencias del triunfo de Jesús sobre la tentación le permitieron completar con éxito el programa de la
redención

Teología Sistemática, Wayne Grudem (p. 559-562)


3. Sin pecado. Aunque el Nuevo Testamente afirma con absoluta claridad que Jesús era completamente
humano como nosotros lo somos, también afirma que Jesús era diferente en un aspecto importante: Era sin
pecado, y nunca cometió ningún pecado durante su vida humana. Algunos han objetado diciendo que si
Jesús no pecó, entonces no era verdaderamente humano, porque todos los seres humanos pecan. Pero los que
hacen esta objeción no se dan cuenta que los seres humanos se encuentran ahora en una situación anormal.
Dios no nos creó pecaminosos, sino santos y justos. Adán y Eva antes de que pecaran en el huerto del Edén
eran verdaderamente humanos, y nosotros ahora, aunque humanos, no estamos a la altura de la manera de
ser que Dios desea para nosotros cuando quede restaurada por completo nuestra humanidad sin pecado.
La impecabilidad de Jesús se enseña con frecuencia en el Nuevo Testamento. Vemos sugerencias de ello
temprano en su vida cuando «progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lc 2:40). Luego
vemos que Satanás no tuvo éxito en su intento de tentar a Jesús, y que después de cuarenta días no logró
persuadirle a que pecara. «Así que el diablo, habiendo agotado todo recurso de tentación, lo dejó hasta otra
oportunidad» Lc 4:13). Tampoco vemos en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) ninguna
evidencia de falta o error de parte de Jesús. A los judíos que se le oponían, Jesús les preguntó: «¿Quién de
ustedes me puede probar que soy culpable de pecado?» (Jn 8:46) y nadie le respondió.
Las declaraciones acerca de la impecabilidad de Jesús son más explícitas en el Evangelio de Juan. Jesús
hizo la asombrosa declaración: «Yo soy la luz del mundo» Gn 8: 12). Si entendemos que la luz representa
veracidad y pureza moral, Jesús está aquí afirmando que él es la fuente de la verdad y de la pureza moral y
la santidad en el mundo, lo cual es una afirmación sorprendente, algo que solo podía decir alguien que
estuviera libre de pecado. Además, en cuanto a la obediencia a su Padre en el cielo, dijo: «Siempre hago lo
que le agrada» (Jn 8:29; el tiempo presente nos da el sentido de una actividad continua: «Estoy haciendo
siempre lo que le agrada»). Al final de su vida, Jesús podía decir: «Así como yo he obedecido los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su aman> (Jn 15:10). Es significativo que cuando Jesús estaba

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siendo sometido a juicio ante Pilato, a pesar de las acusaciones de los judíos, Pilato solo pudio llegar a la
conclusión: «Yo no encuentro que éste sea culpable de nada» (Jn 18:38).
En el libro de Hechos a Jesús le llaman varias veces: «Santo y Justo», o se refieren a él con expresiones
similares (vea Hch 2:27; 3:14; 4:30; 7:52; 13:35). Cuando Pablo habla de que Jesús vino a vivir como
hombre es muy cuidadoso en no decir que Jesús vino en «carne de pecado», sino más bien dice que «Dios
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado» (Ro 8:3, RVR 1960). y se refiere a Jesús como el «que
no cometió alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador» (2 Cr 5:21).
El autor de Hebreos afirma que Jesús fue tentado, pero a la vez insiste en que no pecó: «Sino uno que ha
sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (He 4:15). Él es un sumo
sacerdote que es «santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos» (He
7:26). Pedro habla de Jesús como «un cordero sin mancha y sin defecto» (1 P 1:19), usando las imágenes del
Antiguo Testamento para afirmar que está libre de todo defecto moral. Pedro declara directamente: «No
cometió ningún pecado, m hubo engaño en su boca» (1 P 2:22). Cuando Jesús murió, era «el justo por los
injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios» (1 P 3:18). Y Juan, en su primera epístola, llama a Jesús
«Jesucristo, el Justo» (1 Jn 2:1) y dice: «y él no tiene pecado» (1 Jn 3:15). Es difícil de negar, entonces, que
la impecabilidad de Cristo se enseña claramente en las secciones más importantes del Nuevo Testamento. Él
era verdaderamente hombre, pero sin pecado.
En relación con la impecabilidad de Jesús, debiéramos notar en más detalles la naturaleza de las
tentaciones en el desierto (Mt 4:1-11; Mr 1:12-13; Lc 4:1-13). En esencia estas tentaciones fue un intento de
persuadir a Jesús de que escapara del camino duro de obediencia y sufrimiento que estaba preparado para él
como el Mesías. Jesús fue «llevado por el Espíritu al desierto. Allí estuvo cuarenta días y fue tentado por el
diablo» (Lc 4: 1-2). En muchos sentidos esta tentación fue semejante a la prueba que enfrentaron Adán y
Eva en el huerto del Edén, pero fue mucho más difícil. Adán y Eva teman comunión con Dios y uno con el
otro y abundancia de toda clase de alimento, y solo se les dijo que no comieran de un árbol. Por el contrario,
Jesús no tenía compañerismo humano con nadie y nada para comer, y después de haber ayunado durante
cuarenta días estaba al borde del agotamiento físico. En ambos casos la clase de obediencia que se requería
no era la obediencia a un principio moral eterno enraizado en el carácter de Dios, sino una prueba de pura y
simple obediencia a un mandato específico de Dios. Con Adán y Eva, a quienes Dios les había dicho que no
comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, la cuestión era si ellos obedecerían porque Dios les
había dicho que lo hicieran. En el caso de Jesús, «llevado por el Espíritu» al desierto por cuarenta días, este
al parecer se dio cuenta de que era la voluntad del Padre que no comiera durante esos días, sino que
permaneciera allí hasta que el Padre, por medio de la dirección del Espíritu Santo, le dijera que la tentación
había terminado y que podía marcharse de allí.
Podemos entender, entonces, la fuerza de la tentación: «Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se
convierta en pan» (Lc 4:3). Por supuesto, Jesús era el Hijo de Dios, y desde luego tenía poder para
convertirla piedra en pan instantáneamente. Muy pronto transformaría el agua en vino y multiplicaría los
panes y los peces. La tentación estaba intensificada por el hecho de que parecía que, si no comía pronto,
corría el riesgo de perder la vida. Con todo, él había venido a obedecer a Dios de manera perfecta en nuestro
lugar, y hacerlo como hombre. Esto significa que tenía que obedecer basado solo en sus propias fuerzas
humanas. Si hubiera invocado sus poderes divinos para hacer que la tentación le resultara más fácil, no
habría obedecido a Dios completamente como un hombre. La tentación consistía en «manipular» un poco
los requerimientos y hacer que la obediencia resultara de cierta forma más fácil. Pero Jesús, a diferencia de
Adán y Eva, rehusó comer cuando parecía que era bueno y necesario para él, prefiriendo más bien obedecer
el mandamiento de su Padre celestial.
La tentación de inclinarse y adorar a Satanás por un momento y recibir autoridad sobre «todos los reinos
del mundo» (Lc 4:5) fue la tentación de recibir poder no por medio del camino de la obediencia de toda una
vida a su Padre celestial, sino mediante el sometimiento erróneo al príncipe de las tinieblas. Jesús de nuevo
rechazó esta senda aparentemente fácil y eligió el camino de la obediencia que lo llevó a la cruz.
Del mismo modo, la tentación de arrojarse desde lo alto del pináculo del templo (Lc 4:9-11) fue la
tentación de «forzar» a Dios a realizar un milagro y rescatarlo en una forma espectacular, y de ese modo
atraer a una multitud de seguidores sin tener que seguir el difícil camino que tenía por delante, que incluía
tres años de ministrar a las personas en sus necesidades, enseñar con autoridad y ser un ejemplo de absoluta
santidad en su vida en medio de una dura oposición. Pero Jesús de nuevo se resistió al «camino fácil» para el

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cumplimiento de sus metas como Mesías (de nuevo, un camino que en realidad no le hubiera llevado a
cumplir con esas metas en ningún sentido).
Estas tentaciones fueron en verdad la culminación de un proceso moral de toda una vida de
fortalecimiento y maduración que tuvo lugar durante toda la niñez y temprana adultez de Jesús, al ir
«creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez gozaba más del favor de Dios» (Lc 2:52) y «mediante el
sufrimiento aprendió a obedecer» (He 5:8). En esas tentaciones en el desierto y en las varias tentaciones que
tuvo que enfrentar a lo largo de los treinta y tres años de su vida, Cristo obedeció a Dios en nuestro lugar y
como representante nuestro, y triunfó allí donde Adán había fallado, donde el pueblo de Israel en el desierto
había fallado, y donde nosotros hemos fallado (vea Ro 5:18-19).
Con todo lo difícil que pueda ser para nosotros comprenderlo, las Escrituras afirman que en estas
tentaciones Jesús aumentó su capacidad para entender y ayudamos en nuestras tentaciones. «Por haber
sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados» (He 2:18). El autor sigue relacionando
la capacidad de Jesús para condolerse de nuestras debilidades por el hecho de que fue tentado como nosotros
lo somos:

Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de
la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir
misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (He 4:15-16).

Esto tiene una aplicación práctica para todos nosotros: En cada situación en la que luchamos con la
tentación, debiéramos reflexionar en la vida de Cristo y preguntamos si no son situaciones similares a las
que él enfrentó. En general, después de reflexionar un poco, seremos capaces de pensar en algunos
momentos de la vida de Cristo en las que enfrentó tentaciones que, aunque no fueron iguales en cada detalle,
fueron semejantes a las situaciones que nosotros enfrentamos a diario.

H. Orton Wiley - Teología Cristiana Tomo II (p.169-170)


La impecabilidad de Cristo. En Cristo no hubo pecado original. La depravación heredada resulta de uno
haber descendido naturalmente de Adán, pero el nacimiento de Cristo fue milagroso, por lo que nació sin la
corrupción natural o heredada conexa a los demás seres humanos. Siendo que tuvo solo a Dios como Padre,
el nacimiento de Cristo no fue uno procedente de la naturaleza humana pecaminosa, sino de la conjunción de
la naturaleza humana y la divina, santificando la naturaleza humana por medio del acto mismo. El pecado es
un asunto de la persona, y siendo que Cristo era el Logos preexistente, y la segunda persona de la adorable
Trinidad, como tal, fue alguien no solo libre del pecado, sino de la posibilidad del pecado. Cristo, desde su
nacimiento, fue perfecto en la relación con su Padre celestial, y absolutamente libre de las inclinaciones
pecaminosas que caracterizan a cada hijo natural de Adán. Cristo también estuvo libre del pecado actual. Él
“no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). Su vida terrenal fue libre de falta o mancha.
Como niño, fue dependiente y obediente (Lucas 2:51); como joven, fue respetuoso y dócil (Lucas 2:52); y
como hombre fue santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los
cielos (Hebreos 7:26).
Pero Cristo también fue hecho “en semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3). Los mejores
expositores siempre han estado de acuerdo en que este pasaje significa que la carne de Cristo fue como
aquella que en nosotros es pecaminosa. “Ni el griego ni el argumento requieren que la carne de Cristo sea
considerada carne pecaminosa, aunque siga siendo su carne, su encarnación, la que lo puso en contacto con
el pecado” (Commentary on Romans, por Sanday-Headlam). Proponemos, con DeBose, que, siendo que la
santidad de Jesucristo fue por el Espíritu Santo en Él, y no simplemente en su naturaleza, Él fue por tanto la
causa de su propia santidad, y su impecabilidad fue suya propia (compárese con DeBose, Soteriology of the
New Testament). El misterio reside en que Cristo haya tomado nuestra naturaleza de forma tal que, aunque
sin pecado, haya llevado las consecuencias de nuestro pecado. Más aún, Cristo poseyó inmortalidad en sí
mismo. “En él estaba la vida” (Juan 1:4). Este derecho de su cuerpo a la inmortalidad, lo rindió, y por sí
mismo puso su vida para volverla a tomar. Y aunque podamos decir que Cristo, siendo el encarnado Hijo
divino, y no nacido como nacieron los otros seres humanos, haya sido elevado por sobre todas aquellas
debilidades que existen en el ser humano por causa del pecado, con todo Él, voluntariamente, se hizo
partícipe de la debilidad y fragilidad humana, “para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo
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que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado,
es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18).

Grandes Temas Bíblicos – Chafer (p.37)


4. Cristo se hizo carne a fin de destruir las obras del diablo (Jn. 12:31; 16:11; Col. 2:13- 15; He. 2:14; 1
Jn. 3:8).
5. Cristo vino al mundo para ser «misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere» (He.
2:16-17; 8:1; 9:11-12, 24).

Teología Sistemática - Oliver Buswell Jr. (p.496-499)


D. Impecable sometido a tentación
Que Cristo sufrió la tentación es esencial a la doctrina de la encarnación. Sin embargo, debemos añadir
que en el Nuevo Testamento la palabra tentación, peirasmos, no indica necesariamente lo que induce a
pecar. Aquellas circunstancias en que los seres humanos son conducidos hacia el pecado son solo una clase
especial de tentación. Básicamente la palabra quiere decir «prueba».

1. Declaración general y sus limitaciones


Me parece que la Escritura más inclusiva y aclaradora acerca de las tentaciones de Cristo se encuentra en
Hebreos 4.15: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado». Esto lo discutimos ya con
respecto a la doctrina general de la encarnación. Ahora debemos notar ciertas calificaciones muy específicas
incluidas en este pasaje.
Las palabras traducidas «en todo según nuestra semejanza» han sido la base de serios malentendidos. Las
palabras kata panta literalmente significan «según todo», pero en el uso del griego neotestamentario «todo»
significa «todo en general» y no puede forzarse a significar «todo sin excepción». Los términos «nuestra
semejanza» estrictamente hablando no son incorrectos, aunque frecuentemente se leen como si quisieran
decir «tal como nosotros». Kath’ homoioteta, literalmente «según la semejanza», simplemente quiere decir
«de una manera similar». En otras palabras, la Escritura no enseña que Jesucristo fue tentado en cada punto
particular tal como nosotros lo somos. Lo único a lo que tenemos derecho es a entender las palabras tal
como aparecen tomadas literalmente del idioma original, y es que en general Jesús fue probado en una
manera similar a nosotros.
Aun esta traducción, sin embargo, está limitada inmediatamente por las últimas palabras de la frase «pero
sin pecado». No es el que nuestro Señor Jesucristo fuera tentado como nosotros lo somos en general o en
una manera similar sin limitaciones. Con frecuencia somos tentados porque ya hemos sido enredados en el
pecado, o estamos comprometidos con él, de manera que somos tentados a internarnos más profundamente
en la pecaminosidad.
Jesús nunca fue tentado así, porque en Él no había pecado. Aunque las pruebas e incluso las tentaciones
—en el sentido moderno de la palabra— le llegaron, Él no dio ningún paso hacia el pecado, ni había ninguna
simpatía pecaminosa en su naturaleza. Creo que Jesús aludía a eso cuando dijo: «Viene el príncipe de este
mundo, y él nada tiene en mí» (Juan 14.30).
2. La tentación en el desierto
Las lecciones morales que aprendemos del relato de la tentación de Jesús en el desierto son valiosas y
múltiples. Por ocurrir al principio de su ministerio, evidentemente la tentación en el desierto tenía una
significación especial. Sin embargo, puesto que el tema general bajo discusión es la encarnación, limitaré
mis palabras a aquellos aspectos de ambos casos que se relacionan.
a. La narración de Marcos
El breve informe de Marcos (1.12,13) no nos comunica nada acerca de las tres tentaciones específicas
enumeradas en Mateo y Lucas; eso sí, informa sobre la tentación en el desierto, que duró cuarenta días, que
Satanás fue el tentador, que el poder del Espíritu Santo fue lo que motivó y sostuvo a Jesús. Y el escritor
añade un detalle que Mateo y Lucas omiten: «Y estaba con las fieras».
Es digno de notar que todos los factores que Marcos trae al cuadro pueden aplicarse a cualquier siervo del
Señor bajo circunstancias similares. El Eterno Hijo de Dios estaba sufriendo pruebas que son comunes a
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cualquier hombre (1 Corintios 10.13) y, además, estaba empleando fuerzas espirituales que están al alcance
de los hombres guiados por el Espíritu.
b. Convierte piedras en pan
En cuanto a la doctrina de la encarnación, creo que el significado de la primera de las tres tentaciones
nombradas por Mateo y Lucas es que Jesús fue incitado a ir más allá del horizonte que se había propuesto al
encarnar y a usar poderes sobrenaturales para aliviar su propia miseria. Verdaderamente Dios hace provisión
sobrenatural para las necesidades corporales de sus siervos. Obsérvese la provisión de maná en el desierto,
por ejemplo, y la provisión para las necesidades físicas de Elías en tres ocasiones por lo menos (1 Reyes
17.2-7; 8.24; 19.5-8).
Sin embargo, no hay indicio alguno de que un profeta de Dios usara directamente medios sobrenaturales
para suplir sus propias necesidades sin instrucciones específicas del Señor. Si Jesús hubiera convertido las
piedras en pan para satisfacer su propia hambre, la exactitud literal de su encarnación carecería de un
característico significado especial.
Las palabras «a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar» (Mateo 27.42; Marcos 15.31), con las que
Jesús fue burlado mientras estaba en la cruz, dan cierta luz al hecho de que Él no quería usar sus poderes
sobrenaturales para satisfacer su hambre. Claro está que en su crucifixión pudo haber llamado a «doce
legiones de ángeles» (Mateo 26.53), pero emplear esos poderes habría sido contrario a los propósitos de su
encarnación.
c. El pináculo del templo
A la tentación de arrojarse del pináculo del templo, Cristo contestó citando Deuteronomio 6.16: «No
tentaréis a Jehová vuestro Dios». Debe entenderse que una cita de este tipo implica una alusión a todo el
pasaje del cual proviene. Moisés dijo: «No tentaréis a Jehová vuestro Dios, como lo tentasteis en Masah»
(cf. Éxodo 17.1-7). La «tentación» a la cual se refiere aquí como «tentando a Jehová» no es una simple
prueba.
Hay muchos casos en que los siervos de Dios han pedido señales o probado a Dios para fortalecer su fe.
Véase el vellón de Gedeón (Jueces 6.36-40); pero el tipo de prueba que ocurrió en Masah era como para
incitar a Dios al enojo (Deuteronomio 9.22; 33.8). Ellos dijeron: «Está, pues, Jehová entre nosotros, ¿o no?»
(Éxodo 17.7).
Debemos entender, entonces, que si Cristo se hubiese lanzado desde el pináculo del templo habría hecho
el típico espectáculo necio que enoja a Dios. También en esto nuestro Señor Jesucristo se conformó
perfectamente a sus propósitos de realizar aquellas cosas que debe hacer un hombre al servicio de Dios.
d. Los reinos de este mundo
La tentación de lograr soberanía mundial comprometiéndose con Satanás tiene muchas analogías en la
experiencia de los siervos de Dios. ¡Cuán frecuentemente somos tentados a ofrecer lisonjas pecaminosas a
La persona de Cristo: su divinidad y su humanidad V-VII / 499 personas o fuerzas malignas, llegando a
convertirnos en adoradores de Satanás! También en respuesta a esta tentación nuestro Señor Jesucristo
mostraba su devoción a su propósito mesiánico en su encarnación.

Fundamentos de Teología Pentecostal - Duffield y Van Cleave (p.178)


1.5. Fue guiado por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo.
“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mt. 4:1). “Y
luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás
…” (Mr. 1:12, 13). Palmer comenta que Lucas:
… usa un tiempo verbal, el imperfecto, que indica no un acto momentáneo, sino un período de tiempo. La
clara indicación, entonces, es que no sólo el Espíritu Santo llevó a Cristo al desierto, sino que todo el tiempo
que Cristo estuvo allí, el Espíritu Santo estuvo con Él, guiándole y ayudándole a vencer las tentaciones. Y
cuando todas terminaron, Lucas dice que Él “volvió en el poder del Espíritu” (4:4). En otras palabras, ese
período entero de tentación, de principio a fin, estuvo bajo el [p 294] control del Espíritu Santo, y fue por
medio del Espíritu que le fue dada a la naturaleza humana de Jesús la fuerza para vencer las severas
tentaciones puestas ante Él. El no tuvo victoria porque su naturaleza divina infundió cualidades divinas a su
naturaleza humana, capacitándole para resistir. De ser así, entonces ya no hubiera sido hombre. En cambio,
siendo un hombre completo, se fió del Espíritu que moraba en Él para obtener la habilidad de resistir el mal.

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Note cuidadosamente que Jesús no fue acorralado por el diablo. Él fue llevado o como Marcos dice,
“impulsado” por el Espíritu a encontrar al enemigo. Esto es de gran instrucción para los creyentes hoy día.
Enseña fuertemente que el cristiano no está necesariamente fuera de la voluntad de Dios cuando está siendo
expuesto a una prueba personal. También, enseña que puede tener la misma victoria, porque tiene el mismo
Espíritu Santo morando en él.

Teología Bíblica Sistemática y Expositiva - Félix Muñoz (p.131-132)


La administración del ministerio de Cristo después de la resurrección y ascensión está basada en la
santidad e impecabilidad de Él
Cristo nunca pecó. Él como humano fue tentado en todo, eso lleva a la lógica humana de que Él, al ser
tentado podía ceder, pero en la realidad divina es todo lo contrario, decidió sujetarse a la soberanía del
Padre, y como Él era y es Dios encarnado pleno en divinidad se inclinó a vivir conforme la Escritura en Su
capacidad divina y perfección. El que Él se compadezca no depende de algo específico entre lo que se
enfrenta el humano, sino más bien con parte esencial de quien es Él, con la tentación se demuestran dos
cosas:
1) Se demostró la impecabilidad de Jesús.
2) Se hizo sumo sacerdote que se compadece de aquel que es tentado.

El ejemplo máximo de ello lo podemos ver en Mateo 4:1-11. Deuteronomio 6:13, v.16 y 8:3 fueron
mandamientos dados por Dios a Israel en el desierto. Jesús como representante de Israel pasa las pruebas
que Israel no pudo pasar. Jesús utiliza un debate rabínico como en esos tiempos era costumbre, en tales
debates el que siempre tenía mayor peso era el que soportaba más la presión moral. La tentación fue
necesaria para demostrar la idoneidad moral de Cristo para la obra por la cual había sido enviado. Adán fue
incapaz para dominar en el Edén en el momento de la tentación. Cristo, como el postrer Adán, hace frente
directamente en confrontación a las mismas tentaciones que Adán no logró vencer. La palabra “tentar”
significa:
1) Ensayar
2) Inducir al mal.

El Espíritu ensayó/puso a prueba a Cristo. Satanás trató de que Él se inclinara al mal como lo hizo con
Adán, en tal intento trató de hacerlo caer en el ofrecimiento de los anhelos humanos: 1) Necesidades
materiales para bienestar propio; 2) hacer que se hiciera la voluntad personal en desobediencia sin aceptar
responsabilidades; 3) Orgullo y popularidad; 4) poder autoritario sobre otros. Es muy importante recordar
que Jesucristo es Dios y que, como Dios, no peca. Claramente Cristo es también humano; aludir que podría
pecar como hombre, pero no como Dios es un argumento gnóstico sin base en la Escritura y es negar su
esencia perfecta, si Cristo hubiese podido pecar de igual forma el Padre y el Espíritu. La tentación fue
necesaria para establecer su sumo sacerdocio tal como el Padre deseaba en su plan perfecto en el poder el
Espíritu.

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