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I. AUTOR. La tradición eclesiástica afirma unánimemente que el apóstol Mateo es el autor de este
Evangelio. Los argumentos que sustentan esta opinión son: a) El texto revela que el autor es un
cristiano de origen judío, pero liberado del judaísmo. b) No se habría atribuido un escrito tan
importante a un apóstol más bien poco prominente sin razones de mucho peso. c) El publicano
Leví estaría bien preparado para escribir. d) El autor no insiste en el banquete que Mateo (Leví)
ofreció en honor de Jesús (Mt. 9:10; cf. Lc. 5:29).
Una tradición muy antigua recogida por Papías, obispo de Hierápolis, asegura que «Mateo
coordinó [synetáxato] los Logia [del Señor] en lengua hebrea, y cada uno las traducía como mejor
podía» (Eusebio, Hist. Ecl. 3, 39, 16). Al decir que cada uno lo interpretó, gr. herméneusen, a su
manera, el vb. no significa «traducir», sino «comentar, interpretar». Sus palabras permiten pensar
que él mismo tenía este Evangelio solo en lengua griega y que aparentemente no había visto nunca
el mencionado texto en arameo. Esta es la razón de que haya exegetas que no admiten la tradición
de un original de Mateo en arameo, del que en todo caso no se ha conservado ningún resto, aunque
es posible que existiese. Ireneo afirma que Mateo escribió su Evangelio entre los hebreos y en su
lengua (Ad. Haer. 111, 1, 1).
Con la historia crítica de la redacción, a partir del s. XIX, se da por sentado que Mateo es un
Evangelio más tardío, que combinó la narración de Marcos con las enseñanzas de Jesús recogidas
por la > fuente Q, y por tanto, el autor no sería el apóstol Mateo, sino un judeocristiano
perteneciente a la segunda generación de creyentes. Sin embargo, no hay duda de que el núcleo
esencial e inaltenable del texto tiene su origen en una comunidad vinculada con el apóstol Mateo.
Si tenemos en cuenta que la Iglesia del s. II aceptó dos Evangelios bajo nombres tan secundarios
como los de Marcos y Lucas, sin ceder a la fácil tentación de adscribirlos respectivamente a Pedro y
Pablo, hay que aceptar que si atribuyó un Evangelio a Mateo, uno de los Apóstoles de menos
relieve de los Doce, no debió ser por una decisión arbitraria y apriorística, sino por justas razones
históricas. El Evangelio de Mateo prob. fue escrito por un judeocristiano palestinense,
familiarizado con el texto del AT y la exégesis bíblica, con formación lingüística griega, según se
desprende de su relación con la LXX y con las peculiaridades lingüísticas judías. Emplea
habitualmente la expresión «Reino de los cielos» en lugar de «Reino de Dios», lo que se explica a
la luz de una comunidad cristiana procedente en su mayor parte del judaísmo, donde el autor se
cuida de mencionar el nombre de Dios.
Aunque judío y escribiendo para judeocristianos, Mateo hace ver que el Evangelio se dirige
también a los gentiles (Mt. 8:10-12; 10:18; 21:43; 22:9; 24:14; 28:19). Muestra a Cristo
oponiéndose al judaísmo de su época (p.ej.: Mt. 5:20-48; 6:5-18; 9:10-17; 12:1-13, 34; 15:1-20; 16:1-
12; 19:3-9; 21:12-16; 23, etc.). «Bajo la piel de la trama narrativa, se siente latir el corazón de una
teología de la historia sacra de Israel: el Éxodo, el Desierto, el Sinaí, la inminencia de una entrada
en la Tierra de la Promesa, etc. En Jesús se transparentan los rostros idealizados de Moisés, Elías,
David, Salomón, etc., y, sobre todo, el del > Siervo de Yahvé y el del > Hijo del Hombre según
Isaías y Daniel respectivamente» (Gomá Civit).
II. LUGAR Y FECHA DE COMPOSICIÓN. Se han propuesto muchas ciudades como lugar de
origen: Jerusalén, Cesarea Marítima, Fenicia, Alejandría, Pella. Sin embargo, la mayor parte de los
autores modernos se inclinan por Siria y, más particularmente, por la ciudad de > Antioquía,
donde existían comunidades cristianas fuertes, tanto de judíos como de gentiles. No es del todo
segura, pero es la tesis más prob. cierta.
En cuanto a la fecha de composición, las opiniones oscilan entre los años 40 y 100. La mayoría de
exegetas actualmente se inclina por situar el Evangelio de Mateo entre los años 75 y 100 de nuestra
era, y con mayor probabilidad hacia el año 80, cuando tuvo lugar el sínodo de Jamnia y la
promulgación de la birkath hamminim, oración contra los herejes cristianos, recitada cada sábado
en las sinagogas judías.
III. ESTRUCTURA. Mateo distribuye las enseñanzas de Jesús en cinco grandes discursos,
precedidos siempre de uno o varios hechos milagrosos, que preparan introducen e iluminan las
enseñanzas y lecciones de los discursos de Jesús. Además de la introducción ternaria al esquema
tripartito, común a los tres Evangelios Sinópticos, Juan Bautista - Bautismo de Jesús -
Tentaciones, Mateo antepone a toda la obra, como preludio hierático, el llamado > Evangelio de la
Infancia:
1. El evangelio de la Infancia de Jesús: Genealogía, nacimiento e infancia del Mesías rey (Mt. 1-
2). Jesús es presentado como el hijo de David y el Mesías anunciado en las profecías.
2. La promulgación del Reino de los cielos. a) Introducción a su ministerio público de Cristo (Mt.
3:1-4:17); testimonio preparatorio de Juan el Bautista; bautismo y tentación de Jesús; fija su
residencia en Capernaúm, conforme a las profecías. b) Ministerio de Cristo en Galilea (4:18-9:35);
llamamiento de los cuatro principales discípulos (4:18-22); resumen del ministerio de enseñanza y
de sanidad por Palestina (4:19-25).
2.1. Primer discurso: Las Bienaventuranzas y el sermón del Monte (Mt. 5:1-48; 6:1-34; 7:1-29). Le
sigue el relato de los milagros que ilustran su predicación (8:1-9:34).
3. El misterio del Reino. Segundo discurso: Enseñanzas e instrucciones a los doce apóstoles (10:1-
42). Jesús afronta la creciente hostilidad (Mt. 11:1-15:20). Pregunta de Juan el Bautista; elogio de
Juan por parte de Jesús; condena de la incredulidad popular; controversia con los fariseos acerca
del sábado; Jesús, acusado de asociación con Belzebú, se defiende y rehúsa mostrar una señal;
intervención de la madre y los hermanos del Señor.
3.1. Tercer discurso: las parábolas del Reino (13:1-52). Nazaret rechaza a Cristo por segunda vez;
Herodes identifica a Jesús con Juan el Bautista; primera multiplicación de los panes; Jesús camina
sobre el mar; ruptura definitiva con los fariseos en Galilea, cuyo formalismo denuncia.
4. Las primicias del Reino. Obras: Después de abandonar > Capernaúm, Jesús da instrucciones a
los discípulos (15:21-18:35); cura la hija de una cananea; segunda multiplicación de los panes;
rehúsa dar una señal; curación de un joven endemoniado; vuelta a Capernaúm; el estatero del
impuesto.
4.1. Cuarto discurso. Jesús pone a sus discípulos en guardia contra la levadura de los fariseos y de
los saduceos; confesión de Pedro; la protesta de Pedro contra el primer anuncio de la muerte de
Jesús; el Maestro lo reprende; la transfiguración; Jesús denuncia a los autores de los escándalos;
exhorta a sus discípulos a la humildad, a negarse a sí mismos, a ser rectos, al amor fraternal, y al
perdón (18:1-35).
5. Próxima venida del Reino. Final del ministerio en Perea y en Judea (19-20). Jesús habla del
divorcio; bendice a los niños; responde al joven rico; propone la parábola de los jornaleros de la
última hora; sube a Jerusalén; Jesús vuelve a predecir su muerte; petición de Jacobo y de Juan.
Obras: curación de dos ciegos en Jericó.
5.1. La última semana (21-28): entrada triunfal en Jerusalén; purificación del Templo; maldición
de la higuera; delegación del sanedrín; parábola de los dos hijos, de los viñadores, de las bodas;
preguntas de los fariseos, de los saduceos y de un doctor de la Ley; respuestas de Cristo. Ayes
contra los escribas y los fariseos.
5.2. Quinto discurso: La venida definitiva del Hijo del Hombre. Discurso escatológico
pronunciado sobre el monte de los Olivos; parábolas de las diez vírgenes y de los talentos;
descripción del juicio de las naciones (24:1-51; 25:1-46).
Traición de Judas, última Pascua, agonía en Getsemaní, arresto de Jesús, Jesús ante el sanedrín,
negación de Pedro, remordimientos de Judas, juicio ante Pilato, crucifixión y sepultura (26:1-75;
27:1-66). El último capítulo relata la aparición de Jesús resucitado a las mujeres, el informe de la
guardia romana, el encuentro de Jesús con sus discípulos en un monte de Galilea. La orden de
evangelizar al mundo y la promesa de su presencia perpetua constituyen la conclusión (28:1-20).
IV . ESTILO. Este Evangelio es cronológico solo en sus grandes líneas. La segunda mitad, que
comienza en Mt. 13:53, sigue muy de cerca el curso probable de los acontecimientos porque este
orden se corresponde con el método del autor, que es el de clasificar el material por temas. Busca
presentar en primer lugar la enseñanza de Cristo: sobre el Reino de los cielos, el carácter de los
discípulos, los milagros que ilustran su doctrina y que revelan su autoridad. El evangelista muestra
la vana oposición de los fariseos, los adeptos al judaísmo de entonces. Las instrucciones van
acompañadas de ejemplos vivientes. El relato de las curaciones efectuadas en diversos lugares
(8:19:34) sigue al Sermón del Monte (Mt. 5:1-7:29). Después de las parábolas del cap. 13 se relatan
diversos actos poderosos (14:1-36). El discurso contra el formalismo farisaico (15:1-20) precede a
la descripción de las intervenciones misericordiosas entre los gentiles (15:21-39). Mateo presenta a
Jesús como el Rey mesiánico, que da cumplimiento a la Ley y a la profecía, estableciendo el
verdadero Reino de Dios sobre la base de su obra redentora. El redactor menciona con mucha
frecuencia el cumplimiento de las profecías. Las explicaciones de ciertos términos (Mt. 1:23;
27:33), de nombres geográficos (Mt. 2:23; 4:13), de creencias y costumbres judías (Mt. 22:23;
27:15; cf. 28:15), demuestran que el autor escribía también para todos los creyentes.
1. Propósito. El centro de este Evangelio lo constituye la predicación e instauración, por parte de
Jesús, del Reino de Dios (de los cielos) entre los hombres. Es el verdadero hilo conductor de todo
el Evangelio. Por su predicación, comienza Jesús la actividad mesiánica; la certeza de su llegada es
lo que da solidez, fuerza y sentido a toda la vida del Maestro; constituye el centro y núcleo de lo
que tienen que predicar sus discípulos a todos los hombres; plantea la necesidad de una elección
fundamental en sus vidas de quienes quieren ser de verdad discípulos suyos.
Mateo establece un vínculo claro y significativo con el antiguo Israel: su Evangelio se abre con la
genealogía de Jesús (1:1-17) a modo de enlace con el pasado, que se refuerza con la fórmula —hasta
cincuenta veces—: «Todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura» (Mt. 1:22, 23; 2:5, 6, 15,
17, 18, 23; 3:3; 4:14-16; 8:17; 11:10; 12:17-21; 13:14, 15, 35; 21:4, 5; 26:24, 31, 56; 27:9, 35), y cita el
AT un centenar de veces, bien directamente, bien por alusión. “Al establecer así firmemente este
vínculo, Mateo hace de la Biblia de Israel el Antiguo Testamento” (J. Zumstein). No obstante, tuvo
buen cuidado de aclarar, contraponiéndolas con rasgos bien definidos, tanto la figura de Jesús
respecto de personajes importantes del AT, en particular frente a Moisés, como la realidad de la
Iglesia cristiana en relación con la sinagoga judía. Jesús es «el nuevo Moisés», como la Iglesia es
«el nuevo Pueblo de Dios», entre ambas realidades existe continuidad pero también radical
novedad. Ante el rechazo de Israel, Jesús forma un Nuevo Pueblo que será el Nuevo Israel, que
dará a su tiempo los frutos que el viejo Israel no dio (21:43) y que deberá hacer llegar la buena
noticia a todos los hombres de todos los tiempos (28:16-20).
La tensión entre lo nuevo y lo antiguo queda superada por la integración en la superior unidad
comprehensiva del Reino de los Cielos; de ahí que «todo escriba hecho discípulo del Reino de los
Cielos es semejante a un padre de familia que va sacando de su tesoro cosas nuevas, y cosas
antiguas» (Mt 13:52). Se da así una relación dialéctica de continuidad-discontinuidad resuelta en
la novedad de perfección realizada por Jesús y su mensaje: «No penséis que he venido a eliminar
la Ley y los Profetas; no he venido para eliminar sino para perfeccionar» (5:17-20). No hay
eliminación, sino «cumplimiento» a través de una «justicia superior».
VII. LOS DESTINATARIOS DE LA BUENA NOTICIA. Las > bienaventuranzas de Jesús se dirigen
primeramente a los > pobres, a los que se proclama primariamente dichosos junto a los que sufren,
a los humillados y a los que tienen hambre y sed de justicia (Mt. 5:3-6). Su situación va a ser
cambiada radicalmente por la llegada del Reinado de Dios. Dios va a volver a tomar posesión de su
propio pueblo, restableciendo el sentido originario de Israel como una entidad en la que no debe
haber pobres (Dt. 15:4). Así como el Israel originario fue formado a partir de los oprimidos de
Egipto, entre los que se encontraban no solo los descendientes de Jacob-Israel, sino también otras
muchas personas explotadas (Ex. 12:38), del mismo modo el Israel renovado por el Mesías se
constituye también a partir de los más pobres de toda procedencia. Sin embargo, el sentido de la
elección de Israel no era, ni antes ni ahora, la permanencia en la pobreza, sino todo lo contrario. Lo
que se pretendía en el Éxodo era la formación de un pueblo distinto, en el que no hubiera ni
pobreza ni explotación. Del mismo modo, en el Israel mesiánico de Jesús va a desaparecer también
la pobreza y la opresión. Se trata de transformaciones visibles, que Jesús puede presentar como
una buena noticia para los más desfavorecidos (Mt. 11:5).
¿Consisten estas transformaciones en la actividad terapéutica de Jesús, capaz de devolver la vista
a los ciegos y el oído a los sordos? ¿O se trata solamente de noticias de tipo espiritual, referidas a la
salvación del alma? Mateo hace referencia concreta a unas transformaciones reales en la vida de
los pobres. Lo expresa, p.ej., el relato de la alimentación de la multitud, recogido en los cuatro
Evangelios (cf. Mc. 6:30-44; Lc. 9:10-17; Jn. 6:1-4). Allí se afirma taxativamente que la
alimentación de las multitudes es tarea de los discípulos (Mt. 14:16). A diferencia de lo que sucede
en Marcos, donde los discípulos entienden esa tarea de un modo paternalista (Mc. 6:37), en Mateo
ya tienen muy claro el modo en que Jesús pretende que las multitudes sean alimentadas: mediante
el hecho de compartir. Han de poner todo lo que tienen a disposición de la muchedumbre, la cual
se congrega en torno a Jesús para el banquete. Más claramente que Marcos, Mateo subraya la
impotencia de los discípulos para alimentar a las muchedumbres con los pocos alimentos de que
disponen (Mt. 14:17). Y es que el compartir solamente es efectivo cuando se constituye una nueva
comunidad, en la que nadie se reserva nada para sí. Por eso, el relato de Mateo señala, como ya
hacía el libro del Éxodo, que la nueva sociedad solamente es posible como el milagro de un Dios
que transforma el desierto en un lugar de abundancia (Mt. 14:13, 19).
VIII. LA COMUNDIAD MESIÁNICA. En la comunidad de Mateo también entraban personas
procedentes de las clases acomodadas. Sin embargo, la pertenencia a la nueva soberanía de Dios
sobre Israel conlleva unas exigencias muy concretas.
1. Renuncia a los bienes. No es suficiente ya cumplir la Ley de Moisés (Mt. 19:17-20), sino que se
necesita cumplir con la justicia renovada de la comunidad mesiánica, tal como Jesús la ha
proclamado en el Sermón del Monte. Allí se pide explícitamente el desprendimiento de las
riquezas materiales para tener riquezas en el cielo (Mt. 6:19-21). Es lo que también se le pide al
joven rico que quería seguir a Jesús: «vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza
en el cielo. Luego ven y sígueme» (Mt. 19:21). Entrar a formar parte de la comunidad mesiánica
bajo la soberanía de Dios exige una renuncia a las propiedades. Y esto significa para los ricos una
ruptura con su > riqueza. Es interesante observar que mientras que en Marcos se señalaba lo difícil
que es para «los que tienen propiedades» entrar en el Reinado de Dios (Mc. 10:23), Mateo habla
simplemente de lo difícil que es esta entrada para «los ricos» (Mt. 19:23). Esto indica prob. la
distinta situación social de la comunidad de Mateo, que se relaciona con personas más
acomodadas que los grupos a los que se dirige Marcos. Sin embargo, a esas personas se les sigue
pidiendo lo mismo que a todos los demás: la renuncia a los bienes (Mt. 19:27).
Jesús no pide un simple ejercicio ascético de desprendimiento, sino que enuncia las condiciones de
entrada en una nueva comunidad. Para hacerlo, hay que salir de los lazos económicos, sociales y
familiares en los que se encontraban las viejas seguridades, para entrar en una nueva solidaridad.
Por supuesto, estos nuevos vínculos sociales pretenden ser efectivos y superar realmente la
pobreza. De hecho, a quienes dejan la propia casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o
terrenos, se les promete que recibirán cien veces más, y también la vida eterna (Mt. 19:29). No se
trata de promesas vagas. De hecho, las investigaciones históricas muestran que las comunidades
de Mateo y de Juan, situadas ambas posiblemente en territorio palestino, se encontraban en una
situación económica más ventajosa que el primer grupo de seguidores de Jesús y también que la
primera comunidad de Jerusalén. No se sabe concretamente hasta dónde llegaba la solidaridad
entre los miembros de la comunidad de Mateo, ni qué formas económicas concretas adoptaba;
tampoco hasta qué punto los ricos perdían no solo sus propiedades, sino también su posición,
debido al ostracismo de una sociedad que rechazaba al grupo cristiano. Este fenómeno
posiblemente era mayor en la comunidad de Juan que en la de Mateo (Jn. 12:42). Lo que sí se sabe
es el sentido en que Mateo entiende las Buenas Noticias para los pobres: es la buena noticia del
inicio de una nueva comunidad, sobre la que Dios ejerce su Reinado, y en la que desaparece la
pobreza ya en esta vida.
Obviamente, el desprendimiento de las riquezas privadas y la solidaridad entre todos los miembros
de la comunidad puede hacer desparecer en la nueva comunidad tanto la riqueza como la pobreza,
al menos en sus formas más extremas. Sin embargo, esto no hace desaparecer necesariamente las
diferencias de poder y de prestigio. De ahí la importancia que en el Evangelio de Mateo tiene el
sermón de Jesús sobre la vida en comunidad (Mt. 18:1-35). En él no solo se recuerda que el más
importante en el Reinado de Dios es el que se humilla y se vuelve como un niño o un siervo (paîs,
Mt. 18:4), y no solo se previene contra la posibilidad de despreciar a los «pequeños» de la
comunidad (Mt. 18:10). También se afirma que la decisión última sobre los problemas internos le
corresponde a la comunidad en su conjunto (Mt. 18:15-22), y se dan instrucciones muy concretas
sobre la manera en la que se ha de alcanzar la reconciliación (Mt. 18:15-35). A Mateo le preocupa la
posibilidad de que en la comunidad mesiánica, renovada por Jesús, aparezcan de nuevo las
diferencias sociales, aunque sea simplemente como diferencias de poder y prestigio (Mt. 20:25-
28). Por ello previene contra la utilización de títulos como el de «maestro», «guía» o «padre». La
comunidad mesiánica es una fraternidad, en la que todos los miembros son hermanos, de modo
que solo Dios es Padre, y solo Cristo es el guía (Mt. 23:8-10).
2. Los pobres en el horizonte de la comunidad universal. De esta manera, las bienaventuranzas
adquieren un sentido muy concreto. Entendidas como referidas a todos los pobres, resultan
difícilmente comprensibles, porque no se ve de ninguna manera en la historia que los que sufren
sean consolados, que los humillados hereden tierras, ni que los que tienen hambre y sed de justicia
queden satisfechos. La tentación fácil entonces es la espiritualización de las bienaventuranzas,
convirtiéndolas en un mensaje sobre el más allá. Pero el mensaje de Jesús se refiere a los pobres
reales. Ciertamente, no todos los pobres son consolados, ni heredan tierras, ni sus demandas de
justicia se satisfacen. La historia cotidiana dice todo lo contrario: los pobres son humillados,
despojados de sus tierras y privados de toda justicia. Sin embargo, hay unos pobres muy concretos
a los que sí se puede llamar «dichosos» en un sentido histórico muy preciso, libre de toda
mistificación espiritualista. Son los pobres que entran a formar parte de la comunidad mesiánica.
Ellos se sitúan bajo la soberanía del Reinado de Dios (Mt. 5:3), son consolados (v. 4), heredan la
Tierra Prometida (v. 5) y sus ansias de justicia son satisfechas (v. 6). A ellos se unen los
compasivos, los de corazón limpio, y los que trabajan por la paz, formándose así una nueva
sociedad de hermanos en la que desaparecen la pobreza, la injusticia, la violencia y la opresión. Las
bienaventuranzas se pueden ver, y son bienaventurados los que las ven (Mt. 13:16).
Sin embargo, la liberación de todos los pobres, por ser histórica, adquiere necesariamente una
forma particular y concreta. Es una dinámica inserta en la historia de la salvación desde la elección
de un > nómada muy determinado, Abraham, para bendecir en su grupo a todas las familias de la
tierra (Gn. 12:3). La superación de la pobreza comienza necesariamente en algún lugar concreto
del espacio y del tiempo histórico. Y este lugar es precisamente la comunidad mesiánica del Israel
renovado. Esta no permanece aislada, sino que tiene una misión universal. Ante todo, está llamada
a ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5:13-16), mostrando a toda la humanidad una alternativa
distinta y viable. En la Escritura hebrea, esta alternativa estaba destinada a convertirse, en los
tiempos mesiánicos, en un centro mundial de atracción, al que peregrinarían todos los pueblos de
la tierra, pasando a formar parte de la comunidad de Israel (Is. 2:1-5, etc). En Mateo, esta
perspectiva en cierto modo se invierte. Son más bien los discípulos los que se dispersan por toda la
tierra, haciendo discípulos de todas las naciones (Mt. 28:19-20).
A lo largo de la historia, la comunidad mesiánica permanece como entidad que no se identifica con
el conjunto de la sociedad, sino que representa una alternativa. No impone a nadie la nueva
justicia, ni ejerce la violencia para lograr un mundo distinto. El único modo de conseguirlo es por
la incorporación libre de las personas a ella (Mt. 19:22). Sin embargo, no permanece ajena a la
suerte de los pobres que forman parte de ella. Los destinatarios de los bienes a los que los
discípulos renuncian son precisamente los pobres (Mt. 19:21), y no los miembros de la comunidad
cristiana, los cuales posiblemente ya no viven en una pobreza extrema (ptokhós). Además, la
comunidad fraterna no solo se preocupa de los propios miembros, como hacen los paganos, sino
que también está abierta a los que no son hermanos (Mt. 5:47). Sin embargo, en el trasfondo
universal de la pobreza hay unos «pobres en el Espíritu» que representan la alternativa de una
nueva forma de sociedad.
Entonces se entiende como bienaventurados a los pobres to pneúmati (Mt. 5:3). No se trata
simplemente de una pobreza espiritual, como un simple desprendimiento interior de las riquezas
que deja todo igual en el exterior. Tampoco se trata solamente de «pobres con espíritu», en el
sentido de pobres más animosos y organizados; ni de los «pobres de espíritu» de Qumrán (1QM
14, 3.7), en el sentido de una marginalización forzada por el rechazo del judaísmo oficial. Se trata
de algo más que los anawim que lo esperaban todo de Dios (Sal. 40:18). Se trata de pobres que no
solo esperan, sino que ya reciben de Dios el consuelo, la Tierra Prometida y la satisfacción de sus
ansias de justicia. Son los pobres que, «con el Espíritu», han recibido de Dios una nueva
comunidad en la que desaparecen la pobreza y la opresión. Se trata de una comunidad
precisamente posibilitada por el Espíritu entregado a todos sus seguidores por medio de Jesús (Mt.
3:11; 10:20). Por eso van a dejar de ser pobres, al menos en el sentido más extremo de la expresión
(ptokhós). Pero siguen siendo «pequeños» (Mt. 10:42; 11:11; 13:32; 18:6, 10, 14) y «sencillos» (Mt.
11:25; 21:16) porque representan ante la humanidad aquello que Dios quiere hacer con todos los
pobres de la tierra. Por eso pueden ser objeto de la ira y de las persecuciones de los más poderosos
(Mt. 5:11).
3. Presencia del Reinado de Dios. En cualquier caso, los pobres tienen una esperanza, la misma
que les promete todo el cristianismo primitivo. Se trata del inicio del Reinado de Dios ya en esta
tierra. No se ejerce primeramente en las nubes ni en las almas, sino sobre un pueblo concreto en la
historia. Es el pueblo de los que tienen a Cristo por rey (Mt. 25:34, 40). El que Dios, en Cristo, se
acerque para reinar significa que Dios va a ejercer la soberanía sobre su pueblo, renovándolo y
apartando a los malos guías, que lo han llevado al desastre (Ez. 34). Por eso mismo, el Reinado de
Dios es una buena noticia para los pobres. Significa el final de la pobreza y la opresión. La
esperanza de los pobres, en esta perspectiva, no se dirige hacia lo que algunos «bienhechores»
puedan hacer por ellos. La esperanza de los pobres se dirige al hecho de que Dios, desde abajo y
desde ahora, ha iniciado en la historia de la humanidad una sociedad distinta, en la que se
satisface el hambre y la sed de justicia, en la que las tierras y las propiedades son compartidas, y en
la que todos los sufrimientos son consolados. Las persecuciones y las estrecheces que se siguen
experimentando en la historia no eliminan esa buena noticia fundamental: los pobres en el
Espíritu reciben el Reinado de Dios, porque ellos constituyen el pueblo sobre el que él mismo
reina.
IX. CRISTOLOGÍA. Mateo ofrece una reflexión cristológica muy elaborada, presentando a Jesús
como el «nuevo Moisés», muy superior al Moisés histórico (cf. 5:21-48) que, para los judíos era el
máximo representante del hombre escogido por Dios en su doble condición de guía del Pueblo de
Israel y mediador de la voluntad divina al entregarle de forma personal las tablas de la Ley. Este
retrato describe a Jesús según la forma en que la comunidad de Mateo lo conocía. Jesús aparece
con mayor majestad, más hierático y alejado de la multitud que en el resto de los Sinópticos (cf.
Mt. 19:14 = Mc. 10:13; Mt. 13:55 = Mc. 6:3). Ese mismo Cristo terrestre, que vivió con sus
discípulos, continúa presente y preside la Iglesia como Señor exaltado (18:20; 28:20). Por eso, a
diferencia de Lucas, no narra la > Ascensión ni desarrolla una teología del > Espíritu Santo.
En los relatos de la infancia (1-2) aparecen los primeros títulos cristológicos con una carga de
sentido mayor para indicar la actividad futura de Jesús y la finalidad teológica del Evangelio. Jesús
es «Hijo de David» e «hijo de Abrahán» (1:1), lo que demuestra que él es verdaderamente «el
Mesías» (1:1, 16, 17). Doce veces emplea Mateo, sin paralelos con otros Evangelios, el término
«Cristo» (1:1, 16, 17, 18; 2:4; 11:2; 16:20; 22:42; 24:5; 26:68; 27:17, 22).
Pero aquel que es el Mesías y el «hijo de David» según la carne, es para Mateo el Hijo de Dios por
antonomasia; así aparece desde su infancia (1:18-25; 2:15), así lo identifica la voz del cielo tanto en
el bautismo (3:17) como en la transfiguración (17:5), así le reconocen no solo los discípulos (14:33;
16:16), sino el mismo centurión en la cruz (27:54). Es particularmente significativo que cuando sus
adversarios quieren cuestionar su identidad, recurren precisamente a esta expresión (4:36; 27:40,
43).
La exclamación del profeta Isaías: «Emmanuel, Dios con nosotros» (7:14; 8:10), la emplea Mateo
para indicar la generación divina del Hijo de Dios (1:18-25). Jesús viene como Salvador, y así en él
Dios se manifiesta como el «Dios con nosotros». Al final del libro (28:20) se retorna la frase inicial
(1:23) y se proyecta hacia el futuro su carga salvífica. De este modo, toda la historia terrestre de
Jesús, su entera actividad y la historia postresurreccional están vivificadas por esta presencia
salvífica del «Dios con nosotros». Jesús es el «Hijo de Dios» porque su origen está en Dios. Lo es
por naturaleza (cf. 3:17; 4:3, 5).
Mateo es el evangelista que más veces usa el título Kyrios, «Señor», con distintos sentidos. Solo
los discípulos llaman a Jesús «Señor» (8:21, 25; 26:22) y también Pedro (14:28; 16:22; 17:4).
También lo hacen personas que recurren a él con fe para ser curadas (9:28; 20:30-31; 8:2-6;
15:2225). Los que no son discípulos emplean el vocativo didáskale, «maestro» (8:19; 12:38; 19:16;
22:16, 24, 36), porque el nombre «Señor» no es una mera designación honorífica o reverencial,
sino que tiene carácter «confesional» para atribuirle autoridad y un estado de exaltación. En tanto
que título cristológico, describe a Jesús como una figura con mayor autoridad que la atribuida por
los judíos al Mesías (22:42-45), para mandar y curar (9:27-31; 15:21-28; 20:29-34), para salvar y
enseñar (14:22-33; 17:1-9), para regular el sábado (12:8) y juzgar (24:42).
Además de Hechos 7:56, la expresión > «Hijo del hombre» solamente se menciona como título
en los Evangelios y siempre en labios de Jesús. Se relaciona con los de fuera, con la gente, no con
los de dentro, es decir, con los discípulos, lo que indica que no es un título confesional, sino
público. El título «Hijo del hombre» contiene las tres fases de la actividad de Jesús: ministerio
público (8:20; 11:19; 12:8), pasión, muerte y resurrección (12:40; 17:9; 12:22...), y Parusía (10:23;
13:41; 25:31).
El punto en que los títulos Hijo de Dios e Hijo del hombre se unifican es la exaltación del
Resucitado a un señorío absoluto. Como «Hijo de Dios», Jesús preside y reside en su Iglesia hasta
el final de los tiempos (28:18-20), pero desde la perspectiva de la humanidad en general puede
decirse que él gobierna sobre el mundo habitado como Hijo del hombre (13:37-38:41). Hace surgir
en el mundo «hijos del Reino» (13:38), lo que significa, desde el punto de vista de Mateo, que los
hombres devienen sus discípulos y ocupan su lugar en la comunidad que lo confiesa como «Hijo de
Dios» (14:33; 16:15-17; 28:16-20).
X. ECLESIOLOGÍA. Mateo es el único que emplea la palabra > «Iglesia», gr. ekklesía = asamblea
(18:18; 18:17) y presenta la función de Pedro en referencia a ella con las imágenes de «roca-
piedra», «llaves», «atar y desatar» (16:18-19). La formación de la Iglesia aparece en un horizonte
de negación e incredulidad por parte del judaísmo oficial que rechaza a Jesús, «que mata a los
profetas y apedrea a los enviados» (23:37). A la par hay una muchedumbre que sigue a Jesús
«como profeta» (16:14; 21:26, 46), que se disuelve al final cuando «todo el pueblo respondió: su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (27:35). Tanto los dirigentes como el pueblo
rechazan el plan de salvación ofrecido por Jesús, todos rehúsan la invitación al banquete salvífico
(21:114:23ss, 45-46), situación que se prolonga después de la crucifixión (27:62-66; 28:11-15).
Todo ello se prevé en las alusiones universalistas (5:3-10; 8:10-12; 15:21-28; 15:29-31; 15:3238)
que ponen de manifiesto cómo el Reino de Dios desborda los estrechos límites de Israel. Por otro
lado, el mismo Jesús limita su ministerio y el de los suyos a la casa de Israel (10:5-6; 15:24), que
como Señor exaltado cancela al encomendar una misión universal a sus discípulos. Los judíos
tuvieron su oportunidad, ahora les toca a los gentiles. Los judíos fueron los primero invitados y los
gentiles los últimos, pero en la economía de la salvación «los últimos serán los primeros».
Las promesas de Dios se han cumplido en Cristo; por tanto, el verdadero Israel es el que Jesús
Mesías llamó y fundó; a él ha pasado la vocación de ser luz de los pueblos y salvación de los
hombres (8:12). Los hijos del Reino son rechazados para dar lugar a los paganos de Oriente y
Occidente. Los que tenían derecho a la invitación la han rechazado y se hacen indignos de ella
(22:114). Los «buenos y malos» que la aceptan representan el nuevo pueblo que constituye el
Israel mesiánico (cf. 21, 43).
Jesús, el Hijo perfectamente obediente y fiel, que ha vertido su sangre para expiación de los
pecados (20:28; 26:28), pone de lado el Templo y su culto (cf. 27:38-54) porque Dios, mediante el
sacrificio del Mesías, ha restablecido la alianza por la cual ofrece la salvación y el perdón de los
pecados a todos los hombres (1:21; 1:18-25; 3:13-17).
La Iglesia ocupa el lugar de Israel, pero no de un modo formal, sino ético, religioso. De ella se
esperan los frutos que anteriormente no se dieron (21:43). Se exige una justicia más radical todavía
que la que soñaban los fariseos (5:20), una perfección que refleje la perfección misma del Padre
(5:48). La pertenencia a la Iglesia no garantiza ni mucho menos la salvación: muchos entran en la
sala del banquete, pero el que no esté vestido con el traje nupcial será echado fuera (22:1-14). No
basta la fe, aun formulada de la manera más ortodoxa: no entrará en el Reino el que invoca a Jesús
como Kyrios, sino solo el que haga la voluntad del Padre (7:21). Los frutos son lo que permite
discernir quién es quién (7:16-20). No basta con oír, hay que poner por obra lo oído (vv. 24-27).
El cristiano debe sentirse “llamado”, no “elegido” (20:16; 22:14). La pertenencia a la Iglesia
parece más bien un incremento de responsabilidad que una prenda de salvación. «Hay que
cumplir hasta un ápice o una tilde de la Ley» (5:18); «la justicia de los discípulos debe superar a la
de los escribas y fariseos» (5:20).
MATEO. Mateo, o Leví, se destaca primordialmente como autor del Evangelio que lleva su
nombre. Fue hijo de Alfeo y vivió en Capernaum, donde fue recolector de impuestos en la aduana
local. Aunque publicano, Mateo no era tan opulento como los publicanos romanos que
subarrendaban la recolección de impuestos a gente del pasó como Mateo mismo. En Mateo 9:9
éste cuenta cómo fue llamado a ser discípulo: "Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado
Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sigueme. Y se levantó y le
siguió". (Dos relatos paralelos del llamamiento de Mateo se hallan en Marcos 2:14 y Lucas 5:27-
28.) La fiesta que luego reparó Mateo en honor de Jesús fue la que hizo que los fariseos
preguntaran a Jesús por qué comía y bebía con publicanos y pecadores. No hay en el Nuevo
Testamento ninguna otra mención directa de Mateo, excepto la lista de apóstoles en Lucas 6:15. Se
cree que Mateo predicó en Judea de 12 a 15 años y luego fue como evangelista al extranjero, y que
murió en Etiopía en Macedonia.
ESCRITOR: Mateo fue un publicano convertido (Mt. 9:9), el cual fue escogido para escribir a los
judíos tocante a su Mesías.
CLAVE: Mateo presenta el programa de Dios. “El reino de los cielos” es una expresión peculiar a
este Evangelio. Aparece unas 32 veces. La palabra “reino” la encontramos 50 veces. Una
comprensión adecuada de la frase “el reino de los cielos” es esencial para cualquier interpretación
de este Evangelio y de la Biblia. “El reino de los cielos” y “la iglesia” no son iguales. Juan el
Bautista fue el primero que usó la expresión “el reino de los cielos” (Mt. 3:2). El empezó su
ministerio con el anuncio audaz y alarmante, “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha
acercado.” Cuando el Señor Jesucristo principió su ministerio, también empezó con este mismo
anuncio (Mt. 4:17). Ni Juan ni Jesús trataron de explicar el significado del término. Es razonable
asumir que las personas a quienes fue dado el mensaje tuvieron alguna idea de su significado. Los
judíos del primer siglo en Palestina tuvieron una comprensión más clara del término que la que
tiene hoy en día cualquier miembro de la iglesia en la cristiandad. Ellos no estaban confundidos
por los teólogos de 20 siglos que han tratado de acomodar el término en algún sistema de teología.
Ellos entendieron el término como la suma total de todas las profecías del Antiguo Testamento
tocante a la venida del Rey de los cielos, para establecer su reino en esta tierra con la norma del
cielo. El concepto no es nuevo (Daniel 2:44; 7:14, 27).
Ver en la expresión “el reino de los cielos” la historia desde que Juan y Jesús hicieron el primer
anuncio, es una presunción la cual las Escrituras no apoyan. El reino se ha acercado en la persona
del Rey . El reino no ha sido pospuesto, porque Dios todavía intenta llevar a cabo su propósito
terrenal según su plan -“Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte” (Salmo 2:6). Los
tratos de Dios con los hombres desde el rechazamiento y la crucifixión del Rey han sido en la esfera
del reino de los cielos. El está llevando a cabo su propósito celestial hoy en día “Habiendo de llevar
muchos hijos a la gloria” (He. 2:10). El llamar afuera a la iglesia no es sinónimo con el reino de los
cielos, aunque la iglesia está en el reino de los cielos (Mt. 13). El término “reino de Dios” tampoco
es un
sinónimo con “el reino de los cielos.” “El reino de Dios” es un término más amplio, el cual abarca
toda la creación de Dios incluyendo a los ángeles. La siguiente ilustración puede servir de ayuda
para pensar en estos términos con la debida distinción.
La iglesia está en el reino de los cielos, pero no es lo mismo. También está en el reino de Dios.
Maracaibo está en el país de Venezuela, pero Maracaibo no es Venezuela. Venezuela está en la
América Latina y es parte de ella, pero no es idéntico a todo el continente, a pesar de lo que diga la
cámara de comercio.
Usted observará que el término “reino de los cielos” es un término progresivo en el Evangelio de
Mateo. Aunque asume la forma misteriosa durante los días del rechazamiento del Rey, el Rey llega
a ser un sembrador en el mundo (Mt. 13). El reino será establecido en esta tierra al regreso del Rey
(Mt. 24 y 25).
Los 4 evangelios constituyen un periódico moderno. Mateo contiene los anuncios y publicidad,
“He aquí, el reino de los cielos se ha acercado;” Marcos lleva los titulares flamantes, “He aquí, mi
siervo” (hemos de conocer por lo menos los titulares del programa de Dios); Lucas escribe las
noticias especiales, solamente él registra los cantos relacionados con el nacimiento de Cristo, las
historias del Buen Samaritano y la del Hijo Pródigo; Juan tiene la sección editorial, él ha escrito el
pan de vida, el agua de la vida, la vid verdadera y la vida cristiana.
Autor
Aunque este Evangelio no identifica a su autor, la tradición de la iglesia primitiva lo atribuye a
Mateo, apóstol y ex cobrador de impuestos. Además de su nombre y ocupación, muy poco se sabe
de él. La tradición dice que predicó el evangelio en Palestina durante quince años después de la
resurrección de Jesús, y que dirigió campañas misioneras en otras naciones.
Fecha
Las evidencias externas, tales como citas en la literatura cristiana del primer siglo, dan testimonio
de la temprana existencia y uso del Evangelio según Mateo. Los líderes eclesiásticos del segundo y
tercer siglos estaban generalmente de acuerdo en que Mateo fue el primer Evangelio en ser escrito,
y varias referencias en sus obras indican que fue entre los años 50 y 65 d.C. Sin embargo, muchos
especialistas modernos creen que Mateo y Lucas se apoyaron decisivamente en Marcos al escribir
sus Evangelios, y de acuerdo con ello le adjudican a Mateo una fecha posterior. Las continuas
tensiones entre judíos y gentiles que se reflejan en este Evangelio sugieren un período cuando el
judaísmo y el cristianismo aún tenían cosas en común.
Propósito
Mateo intenta presentar a Jesús, no sólo como el Mesías, sino como el Hijo de David, y elabora
esta verdad de manera que pudiera ayudar a los cristianos en sus controversias con los judíos.
Muestra que en Jesús se cumple la profecía del Antiguo Testamento, y que la Ley adquiere nuevo
significado y se complementa en la persona, las palabras y la obra de Cristo. Mateo también señala
que el rechazo de Cristo por parte de Israel está de acuerdo con la profecía, y que tal rechazo da
lugar a la transferencia de los privilegios divinos de pueblo escogido de la comunidad judía a la
cristiana. «El reino de Dios será quitado de vosotros [Israel], y será dado a gente que produzca los
frutos de él» (21.43).
Contenido
El propósito de Mateo se hace evidente en la estructura de este libro, que agrupa las enseñanzas y
los hechos de Jesús en cinco partes. Esta estructura, común en el judaísmo, quizás refleje el
propósito de Mateo de presentar a Jesús como el cumplimiento de la Ley. Cada división termina
con la fórmula: «Y cuando terminó Jesús estas palabras» (7.28; 11.1; 13.53; 19.1; 26.1).
En el prólogo (1.1–2.23), Mateo demuestra que Jesús es el Mesías vinculándolo con las promesas
hechas a Abraham y a David. El relato del nacimiento de Jesús destaca el tema del cumplimiento,
describe su realeza y subraya la importancia de Jesús para los gentiles. La primera parte (caps. 3–
7) contiene el Sermón del Monte, en el cual Jesús describe cómo debe vivir la gente bajo el reino de
Dios.
La segunda parte (caps. 8.1–11.1) contiene las instrucciones de Jesús a sus discípulos cuando los
envió en viaje misionero.
La tercera parte (11.2–13.52) recoge varias controversias en las que Jesús se vio envuelto, y siete
parábolas que describen distintos aspectos del reino de los cielos, junto con la obligada respuesta
humana.
El más importante de los discursos de la cuarta parte (13.53–18.35) tiene que ver con la
conducta de los creyentes dentro de la comunidad cristiana (cap. 18).
La quinta parte del Evangelio (19.1–25.46) narra el último viaje de Jesús a Jerusalén y revela su
trascendental confrontación con el judaísmo. Los capítulos 24 y 25 contienen las enseñanzas de
Jesús en relación con los últimos tiempos. El resto del libro (26.1–28.20) relata detalles de los
acontecimientos y enseñanzas relacionados con la crucifixión, la resurrección y la orden del Señor
a la Iglesia. A excepción del principio y el final del Evangelio, Mateo no sigue un orden cronológico
o estrictamente biográfico, pero el texto está diseñado para mostrar que en Jesús el judaísmo
encuentra la realización de sus esperanzas.
Paternidad literaria
Mateo, que tenía por apellido Leví (Mr. 2:14) era un recaudador de impuestos judío (publicano)
para el gobierno romano (Mt. 9:9). Por su colaboración con los romanos, a quienes los judíos
odiaban como dominadores de su país, Mateo (y todos los publicanos) era despreciado por sus
compatriotas judíos. Sin embargo, Mateo respondió al llamado sencillo de Jesús para seguirle.
Después del relato del banquete que dio para sus colegas a fin de que ellos también pudiesen
conocer a Jesús, no se le menciona de nuevo excepto en la lista de los doce (Mt. 10:3; véase
también Hch. 1:13). La tradición dice que predicó en Palestina durante una docena de años
después de la resurrección de Cristo y entonces fue a otras tierras, pero no hay seguridad de esto.
Fecha
Aunque a veces se ha fechado el Evangelio en los años 80 o 90, el hecho de que se considera la
destrucción de Jerusalén en 70 d. C. como un acontecimiento todavía futuro (24:2), parece exigir
una fecha anterior. Algunos creen que éste fue el primero de los Evangelios que se escribió
(alrededor del 50 d.C.), mientras otros creen que no fue el primero y que se escribió en la década
de 60 d.C.
Contenido
Partes importantes de Mateo son el Sermón del Monte (caps. 5—7), incluyendo las
Bienaventuranzas (5:3-12) y el Padre Nuestro (6:9-13); las parábolas del reino (cap. 13); y el
discurso en el Monte de los Olivos acerca de acontecimientos futuros (caps. 24—25). El tema del
libro es Cristo el Rey, y el bosquejo refleja ese tema.