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“Una barca para subir en ella”

2. ADORACIÓN: 10 min.

Lector: Señor Sacramentado, nos pides que dispongamos lo mejor posible nuestra
pequeña barca, nuestro pobre corazón, para que puedas entrar hasta adentro y
dirigirlo a donde quieras. También  nosotros te andamos buscando, queremos
tener un momento de intimidad contigo en la oración. Queremos dejarnos
conquistar por tu amor. Para ser digno de tu amor, ven Espíritu Santo y haz tu
morada en nosotros. Cristo, tú ha sido, eres y serás siempre la respuesta definitiva
a los más profundos anhelos y aspiraciones de felicidad, porque sólo tú tienes
palabras de vida eterna, sólo tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso te
pedimos hoy, Jesús sacramentado, que no salgamos de esta oración sin haber sido
profundamente tocado por ti, porque sólo si te llevamos dentro, podremos
arrastrar a otros hacia ti. También hoy las muchedumbres andan necesitadas de ti,
tantas veces sin luz y sin camino. Señor Sacramentado, ¡enséñanos a darte a
conocer!

Oración en silencio. Música.

3. ESCUCHAR: 10 min.

Lector: del Evangelio según San Marcos 3, 13-19.

“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido
por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y
Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo
tenido noticias de lo que Jesús hacía, se traslado a donde él estaba. Entonces rogó
Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque
era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo. En efecto, Jesús había
curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban
encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se
echaban a sus pies y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero Jesús les prohibió que
lo manifestaran”.

Palabra del Señor.

Lector: Señor, Jesús, en aquel tiempo pediste a tus apóstoles que te prepararan
una barca. Te sentaste en ella y desde allí enseñaste a la multitud, tú, el Maestro, al
que todos acudían. Hoy, nos instruyes desde la barca del ambón: desde ahí nos
haces oír tu Palabra. Nos alimentas desde la lancha del altar: tu Cuerpo y tu sangre
son comida y bebida para nuestra fe. Nos invitas desde la lancha de los pobres y
excluidos: lo que hagamos por ellos, a ti te lo hacemos. No dejas de ser nuestro
Maestro: tu llamada nos llega de muchas maneras, tu Palabra nos orienta en toda
circunstancia, tu presencia viva nos anima día tras día. Tu barca nunca está lejos de
nosotros.
Señor Jesús, eres nuestro Maestro. Nos sigues instruyendo proclamando tú
Palabra, esa Palabra que ilumina nuestro caminar, que es bálsamo para nuestras
heridas y caricia para nuestros corazones rencorosos; que es perfume para nuestra
podredumbre y brisa fresca en nuestra postración. Tu Palabra, Señor Jesús, que
suena clara y alta y que ningún ruido de este mundo logra ahogar. Tu Palabra está
tan cerca, Señor: la has puesto en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestra
boca.

Nos alimentas, Señor Jesús, con tu propia vida, la vida que nos has dado y sigues
dando por nosotros. Desde la “lancha” del altar repartes tu Cuerpo, para que lo
comamos y tengamos vida. Nos invitas a morir como tú, a renunciar a todo lo que
es muerte y maldad y a resucitar a una vida nueva, a una vida de amor y fraternidad
sin límites. Ayúdanos, Señor, y haznos fuertes para que seamos capaces de
hacernos pan y vino para los demás. Nos invitas, Maestro y Señor, desde la lancha
que es la comunidad y donde nos esperan “todos los que padecen de algún mal”.
¡En aquel entonces eran tantos los que te estaban aplastando! ¡Cuántos no habrá en
nuestros días! Tu Palabra y tu presencia viva en la Eucaristía nos impulsan hacia
los que se encuentran excluidos por su pobreza, enfermedad, su crimen, su vicio; o
simplemente por ser niño, mujer o indio. También por medio de ellos te mantienes
muy cerca y nos animas a seguir tus pasos: a amar a los pobres, los perseguidos, los
pecadores. Para ellos viniste, pues viniste a sanar y a salvar.

Oración en silencio. Música.

4. ORACIÓN: 10 min.

Lector: Te alabamos, Jesús, y te adoramos. ¡Tú eres el Hijo de Dios! Lo


proclamamos hoy, igual que la gente en aquel tiempo que te buscaba y se te echaba
encima para tocarte. Hasta los espíritus inmundos se postraban ante ti y
reconocían que eres el Hijo de Dios. Hoy eres tú el que se acerca y nos busca, eres
tú el que nos toma de la mano y nos toca la mente y el corazón. Hoy eres tú el que
nos mira con cariño, tú el Hijo de Dios, presente en el Santísimo Sacramento.

Todos: Te alabamos, Jesús, y te adoramos

Lector: Te bendecimos.

Todos: Te glorificamos, Jesús, Hijo de Dios.

Lector: Gracias, Señor y Maestro.

Todos: Gracias por tu Palabra.

Lector: Gracias por tu presencia.

Todos: Gracias por tocarnos la conciencia y el corazón.


Lector: Y por haber amarrado tu barca en nuestra orilla.

Todos: ¡Que entendamos tu Palabra, Señor!

Lector: ¡Que vivamos tu Palabra!

Todos: ¡Que proclamemos tu Palabra!

Lector: Gracias, Señor, por la nueva vida.

Todos: Haznos cuerpo tuyo.

Lector: Que llevemos vida y felicidad a los demás.

Todos: ¡Felices los que tienen espíritu de pobre!

Lector: ¡Felices los que tienen misericordia!

Todos: ¡Felices los que aman como tú nos amas!

Oración en silencio. Música.

5. CONTEMPLACIÓN: 10 min.

Lector: “La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce
no pueden conformarse con predicar la conversión: a la predicación se debe
acompañar, según las instrucciones y el ejemplo de Jesús, la curación de los
enfermos; curación corporal y espiritual. Habla de las sanaciones concretas de las
enfermedades, habla también de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente
humana, limpiar, limpiar los ojos del alma que están oscurecidos por las ideologías
y por ello no pueden ver a Dios, no pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble
curación corporal y espiritual es siempre el mandato de los discípulos de Cristo.
Por lo tanto la misión apostólica debe siempre comprender los dos aspectos de
predicación de la Palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de
caridad, de servicio y de entrega. Queridos hermanos y hermanas: doy gracias a
Dios que me ha enviado hoy a re-anunciaros esta Palabra de salvación. Una Palabra
que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia” (Benedicto XVI, 15 de julio
de 2012).

ADORACIÓN: 10 min

Todos: Jesús Sacramentado, este tiempo de oración es una oportunidad para


mostrarte nuestro amor, ilumínalo porque hay muchas cosas que nos distraen.
Míranos, Señor, con ese amor con que miraste a Jerusalén y ven a hospedarte en
nuestro corazón para poder resistir las tentaciones del mundo. Jesús
Sacramentado, haz que venga hoy tu salvación a nuestras vidas. Jesús
sacramentado, no podemos cerrar nuestro corazón y ahogarnos en nuestro
egoísmo. Fortalécenos, haznos generosos para crecer en el amor y dedicarnos a
nuestra misión de discípulos misioneros con ahínco y así hacer cuanto podamos
para que la Nueva Evangelización llegue a muchas más personas.

Oración en silencio. Música.

3. ESCUCHAR: 10 min

Lector: del Evangelio según San Lucas 19, 41-44.

“En aquel tiempo, cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad,
lloró por ella y exclamó: ‘¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte
a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te
rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán.
Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no
aprovechaste la oportunidad que Dios te daba’”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Lector: ¡Qué difícil es vivir la fe hoy en día, y percibir tu acción en medio de


nosotros, Señor! El mundo es como una gran ciudad, llena de ruido, movimiento y
actividad. Es como Jerusalén en aquel entonces, la ciudad del templo, la casa de
Yavé,  y que el pueblo consideraba el centro del mundo. ¡Jesús!, miraste a esa gran
ciudad y lloraste… porque sus habitantes fueron incapaces de reconocer tu
presencia y de entender tu Buena Noticia. Estaban tan ocupados en sus negocios,
en sus pleitos políticos y en sus prácticas religiosas, que “no reconocieron el tiempo
ni la visita de su Dios”. Tú estabas ahí, en medio de ellos, y no te acogieron.

También hoy estamos tan ocupados, vivimos absorbidos por el trabajo, la búsqueda
de empleo, las obligaciones o necesidades de la casa, el rendimiento de los hijos en
la escuela. Y el poco tiempo que nos queda, nos lo roba la telenovela, el futbol,
cualquier diversión; o vamos de compras, por lo menos a mirar con interés, muchas
cosas hermosas pero, a veces, inútiles, que nos ofrecen los centros comerciales. Nos
entretienen los pleitos familiares, los comentarios estériles e interminables sobre
los demás, la música agresiva y las canciones incultas del momento, o la violencia
de los delincuentes y las imágenes de la guerra entre pueblos y continentes. Y no
buscamos los caminos de la paz.

Abundan hoy los astrólogos y adivinos que nos confunden y nos hacen perder el
tiempo con profecías, fábulas y mentiras. Y, en varios lugares, dicen que tú, Señor,
te apareces en las paredes o en las nubes; tú o tu madre, la Santísima Virgen María.
Nos hablan de visiones y voces misteriosas, como si a ti te gustaran el espectáculo y
los secretos. ¿No nos estarás mirando y llorando, Señor Jesús? Estás en medio de
nosotros, vivo y activo, estás en tu Palabra, estás en la Eucaristía, estás donde hay
dos o tres reunidos en tu nombre, estás donde el prójimo nos necesita, y aún así no
te reconocemos, o te buscamos donde probablemente no estás.
Oración en silencio. Música.

4. ORACIÓN: 10 min.

Lector: Te alabamos y te bendecimos, te adoramos y te glorificamos, Jesús,


porque te reconocemos en la Eucaristía, signo de tu presencia entre nosotros.
Recibe nuestra alabanza y nuestra oración, que es muy poco lo que te ofrecemos a
cambio del don de tu Cuerpo y tu Sangre. Las maravillas que tú haces en nuestras
vidas y los efectos de tu acción en la historia humana te merecen nuestra
admiración y gratitud.

Lector: Eres grande, Señor, en tu entrega.

Todos: Eres discreto en tu presencia

Lector: Eres eficiente en tu presencia.

Todos: Gracias, Jesús, por estar con nosotros.

Lector: Gracias por mirarnos con amor.

Todos: Enséñanos tus caminos, Señor.

Lector: Tú eres nuestra paz.

Todos: ¡Piedad de nosotros, Señor de Jesús.

Lector: ¡Date a conocer y abre nuestros ojos!

Todos: ¡Líbranos de nuestra ceguera!

Lector: ¡Bienvenido seas hoy por siempre!

Todos: ¡Danos tu bendición!

Oración en silencio. Música.

5. CONTEMPLACIÓN: 10 min

Lector: “En estas frases se manifiesta ante todo el amor profundo de Jesús por
Jerusalén, su lucha apasionada para lograr el “sí” de la Ciudad Santa al mensaje
que Él ha de transmitir, y con el cual se pone en la gran línea de los mensajeros de
Dios en la historia precedente de la salvación. La imagen de la gallina protectora y
preocupada proviene del Antiguo Testamento: Dios “encontró [a su pueblo] en
tierra desierta... Y le envuelve, le sustenta, le cuida como a la niña de sus ojos.
Como uno que vela por su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así despliega él sus
alas y le toma, lo lleva sobre sus plumas”. Al lado de este texto puede ponerse la
hermosa expresión del Salmo 36, 8: “¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!
Los hombres se acogen a la sombra de tus alas”. Jesús aplica aquí la bondad
poderosa de Dios mismo a su propio obrar y a su intento de atraer a la gente. No
obstante, esta bondad que protege a Jerusalén con las alas desplegadas se dirige al
libre albedrío de los polluelos, y éstos la rechazan: ‘Pero no han querido’”
(Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 13).

Oración en silencio. Música.

2. ADORACIÓN: 10 min

Lector: Jesús Sacramento, estamos arrepentidos porque hemos dejado pasar


muchas oportunidades para hacer el bien. Creemos, confiamos y suplicamos tu
misericordia. Ilumina nuestra Hora Santa para que no nos apartemos del buen
camino y busquemos que otros tengan la experiencia de tu amor. Jesús
Sacramentado, Buen Pastor, muéstranos el camino para renovar nuestra confianza
y nuestra fe. Gracias, Jesús Sacramentado por ser nuestro Pastor y guía de nuestra
vida. No queremos tener otro ideal que alcanzar la santidad para gozar plenamente
de ti por toda la eternidad. Confiamos en tu misericordia, y en el auxilio de la gracia
de tu Espíritu Santo, para purificarnos y renovarnos en el amor.

Oración en silencio. Música.

3. ESCUCHAR: 10 min

Lector: del Evangelio según San Lucas 15, 1-10.

“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a


escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: Este
recibe a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo entonces esta parábola:
¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y
nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una
vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su
casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: Alégrense conmigo, porque ya
encontré la oveja que se me había perdido. Yo les aseguro que también en el cielo
habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve
justos, que no necesitan arrepentirse. ¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas
de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca
con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y
vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me
había perdido. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por
un solo pecador que se arrepiente”.

Palabra del Señor.

Lector: Nos alegramos contigo, Señor Jesús, porque nos encontraste a cada uno
de nosotros: tu oveja descarriada, la moneda que se te había perdido. Nos
alegramos contigo y te damos gracias porque saliste a buscarnos, porque nos
cargaste sobre tus hombros y nos trajiste de vuelta a la seguridad  de tu casa. ¡Qué
inmenso es tu cariño! ¡Qué privilegio poder gozar de tu ternura en lugar de sufrir el
castigo merecido! También hoy tu bondad no conoce límites: egoístas e ingratos
nos cargas de nuevo… Nos alegramos contigo, Señor Jesús, y te damos gracias
porque no te cansas de buscar hasta encontrar en nosotros aquella moneda,
pequeña quizás pero tan valiosa a tus ojos, la monedita de nuestros valores. Te
haces nuestro servidor: enciendes la lámpara –tú mismo eres la lámpara- y barres
los rincones de nuestra condición humana hasta encontrar nuestras cualidades.
Nos limpias el polvo y el óxido de tantas cosas sucias y negativas, y con alegría nos
enseñas a todos el lado hermoso de esa pobre monedita que somos.

Nos alegramos contigo, Señor Jesús. Te pones muy contento cada vez que
permitimos que nos cargues. Te llenas de gozo cuando puedes señalar al mundo de
hoy el inapreciable valor de las cosas pequeñas y positivas. ¡Y qué contagiosa es tu
alegría! Llega a los ángeles y llena el cielo, se enciende en nosotros y en nuestra
comunidad cada vez que nos dejas solos para ir a buscar y a barrer en otra parte.
Jesús Sacramentado, aquí estamos junto a ti. Felices te contemplamos y te
adoramos porque, no satisfecho con prestarnos tus hombros, nos entregas todo tu
ser: tu Palabra y tu corazón, tu Cuerpo y tu Sangre, tu vida entera.

Oración en silencio. Música.

4. ORACIÓN: 10 min.

Lector: Jesús, Señor y Pastor nuestro: te saludamos con alegría y te bendecimos, y


te decimos lo felices que nos sentimos al estar aquí junto a ti.

Todos: ¡Bendito y alabado seas, Señor Jesús!

Lector: ¡Gracias, Jesús, por tu amor!

Todos: ¡Gracias por querer tenernos contigo!

Lector: ¡Gracias por habernos traído a tu casa!

Todos: ¡Gracias por valorarnos tanto!

Lector: ¡Alabado seas, Jesús, por tanta grandeza!

Todos: ¡Glorificado seas por siempre!

Lector: Gracias, Señor, por tenernos tanta confianza

Todos: Gracias por regalarnos tu alegría.

Lector: Gracias por ofrecérsela a los extraviados y alejados.


Todos: Gracias por no cansarte de buscarnos siempre.

Lector: ¡Alabado seas eternamente, Jesús Sacramentado!

Todos: ¡Bendícenos, hoy y siempre!

Oración en silencio. Música.

5. CONTEMPLACIÓN: 10 min

Lector: “Jesús narra las tres ‘parábolas de la misericordia’. Cuando ‘habla del
pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre
que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras
palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar’. De hecho, el pastor
que vuelve a encontrar la oveja perdida es el mismo Señor que carga a hombros,
con la Cruz, a la humanidad pecadora para redimirla. […] Queridos amigos, ¿cómo
no abrir nuestro corazón a la certeza de que, aunque seamos pecadores, somos
amados por Dios? No se cansa nunca de salir a nuestro paso, de ser el primero en
recorrer el camino que nos separa de Él. El libro del Éxodo nos muestra cómo
Moisés, con una súplica confiada y audaz, logró, por así decir, cambiar a Dios del
trono del juicio al trono de la misericordia. El arrepentimiento es la medida de la fe
y gracias a él se regresa a la Verdad” (Benedicto XVI, 12 de septiembre de 2010).

Lector: Jesús Sacramentado, ayúdame a dejar atrás mi pereza espiritual y mi


indiferencia, para que esta Hora Santa me dé la luz y fuerza que tanto necesito para
asumir tu misión evangelizadora. Tú me das a manos llenas mientras que yo soy
mezquino y calculador, por eso te doy mi corazón en esta Hora Santa, para que lo
transformes con el fuego de tu Reino. Señor sacramentado, ayúdame a aprender a
ser tu apóstol, a ser hoy mejor de lo que fui ayer. Las instrucciones son claras:
caminar, proclamar, curar, resucitar, echar fuera demonios, dar gratuitamente,
poner la confianza sólo en ti, llevar la paz y recordar la responsabilidad de lo que
significa rechazar a Dios. Me invitas a vivir en plenitud mi vocación cristiana, a
vivirla con pasión y entrega generosa porque sólo tengo una vida y no debo perder
el tiempo aferrándome a mi egoísmo. Señor Sacramentado, quiero invertir todo mi
tiempo y energía a llevar a cabo la misión que me has encomendado el día de mi
bautismo, con tu gracia lo puedo lograr.

Oración en silencio. Música.

3. ESCUCHAR: 10 min

Lector: del Evangelio según san Mateo 9, 1-8.

“En aquel tiempo, envió Jesúsa los Doce con estas instrucciones: ‘Vayan y
proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los
leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios.
Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente. No lleven
con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven
morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el
trabajador tiene derecho a su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un
pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se
vayan. Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es
digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes
no les aprovechará. Y si no los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de
aquella casa o de aquella ciudad, sacudan el polvo de los pies. Yo les aseguro que
el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa
ciudad”.

Palabra del Señor.

Lector: Señor Jesús, a todos nos enviaste a proclamar el Reino: está ya cerca, está
en medio de nosotros. Pero falta mucho para que la humanidad se convenza; hay
que seguir construyendo para que el Reino aparezca más y más, para que sea
visible y palpable y no exista pretexto para afirmar que no está, que sólo se trata de
un bonito sueño. El Reino de los cielos está cerca, se está haciendo, lento pero
irremediablemente. Lo que tú has iniciado Jesús, no va a perecer: ¡habrá cosecha y
abundante! Pero tan inmenso es el respeto que nos tienes, a nosotros pobres
creyentes y pecadores, que no quieres realizar nada sin nuestra colaboración. No
deseas caminar solo, nos invitas a acompañarte, nos envías a ser tus voceros
autorizados.

¡Qué bueno es estar contigo, Señor Jesús! ¡Qué bien nos sentimos en la intimidad
de tu presencia! Más nos envías de vuelta al mundo, un mundo que ya no es el
paraíso de los inicios. Nos mandas como “corderos en medio de lobos”, sin dinero
para comprar comodidades o protección, sin vestido de marca para lucir e
impresionar. A veces nos sentimos tan poca cosa frente a los que dominan con su
poder y sus riquezas. Nos da miedo retornar a la vida diaria y sumergirnos
nuevamente en esa selva tan inhumana. Pero tú nos das poder para realizar los
signos que el mundo de hoy necesita. “Sanen enfermos”, nos dices, que son muchos
los que sufren en cuerpo y alma. “Resuciten a los muertos”, que no pocos tienen la
mente y el corazón secos. “Curen a los leprosos”, aquellos hombres y mujeres
excluidos por la sociedad. “Echen fuera a los demonios”, que el mal y la iniquidad
se ha atrincherado por doquier. Señor Jesús, en la cruz nos regalaste tu vida, hoy
nos regalas tu fuerza y tu poder para ser signos de que el Reino está cerca. Todo lo
recibimos sin pagar, haznos capaces de darlo gratis, sin cobrar. Gracias Señor, por
confiar en nosotros. Gracias por hacer latir en nosotros el impulso y la energía de tu
corazón. Gracias por enviarnos. Gracias por mantenerte muy cerca. Acepta, Señor,
nuestro canto de alabanza.

Oración en silencio. Música.

4. ORACIÓN: 10 min.
Lector: Señor Jesús, eres humilde pero grande. Un pedazo de pan y un poco de
vino son tu Cuerpo y tu Sangre entregados por nosotros. Creemos en ti, Señor. Te
bendecimos y te alabamos. Tu presencia en medio de nosotros nos alegra, nos
anima y nos une.

Todos: Alégranos con tu presencia, Señor.

Lector: Anímanos con tu Palabra.

Todos: Únenos con tu amor.

Lector: Gracias, Señor Jesús, por tomarnos en cuenta.

Todos: Gracias por hacernos parte de tan importante misión.

Lector: Tú nos dices que el Reino no es espectacular.

Todos: Tú nos aseguras que habrá cosecha abundante.

Lector: Ayúdanos, Señor, con tu poder.

Todos: Revístenos de valor y confianza.

Lector: Danos fe, esperanza y amor.

Todos: Danos signos de la presencia del Reino entre nosotros.

Lector: Todo lo recibimos gratis, Señor Jesús.

Todos: Danos la capacidad de vivir en tu gratuidad.

Oración en silencio. Música.

5. CONTEMPLACIÓN: 10 min

Lector: “Se siente el peso del ambiente hostil a la fe cristiana. Otro desafío para la
proclamación del Evangelio es el hedonismo, que ha ayudado a penetrar la crisis de
valores en la vida cotidiana, en la estructura familiar, de la misma manera que
interpreta el significado de la existencia. Síntoma de un grave malestar social es
también la propagación de cosas tales como la pornografía y la prostitución.
Ustedes son muy conscientes de estos desafíos, que desafían a su conciencia
pastoral y su sentido de responsabilidad. Esto no debe desalentarles, sino más bien
que sea una ocasión para renovar el compromiso y la esperanza, la esperanza que
proviene de saber que la noche está avanzada, el día está cerca, porque Cristo
resucitado está siempre con nosotros. En las sociedades de África y de Europa no
son pocas las fuerzas del bien, muchas de las cuales son parte de las parroquias y se
distinguen por un compromiso a la santificación personal y al apostolado. Espero
que, con su ayuda, puedan convertirse en células más vivas y vitales de la nueva
evangelización” (Benedicto XVI, 16 de febrero de 2012).

Jesús Sacramentado, gracias por ofrecerme tu alivio, tu consuelo, tu compañía, tu


descanso, tu infinita misericordia. Te ofrezco humildemente mi corazón, mi vida
entera. Ilumina mi oración porque quiero seguir el camino que me lleve a vivir en
plenitud el amor. Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al
tuyo. Jesús Sacramentado, encontrar descanso, es algo que siempre buscamos,
descanso que no implica el que los problemas o el esfuerzo vayan terminar. Las
cosas, parecen ser, que siguen igual, pero con Cristo, se viven de manera diferente.
Gracias, Jesús Sacramentado, por ofrecerme el alivio. Para alcanzarlo, te pido me
des: fe, valentía, decisión, generosidad y, sobre todo, amor. Con estos dones y tu
gracia, tendré la fuerza necesaria para vivir según tu proyecto.

Oración en silencio. Música.

3. ESCUCHAR: 10 min

Lector: del Evangelio según san Mateo 11, 28-30.

“En aquel tiempo, Jesús dijo: ‘Vengan a mí, todos los que están fatigados y
agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y
aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso,
porque mi yugo es suave y mi carga, ligera’”.

Palabra del Señor.

Lector: Señor Jesús, venimos a ti, cargados de tantas cosas, de toda una vida, llena
de alegrías y penas, de una larga historia, repleta de victorias y derrotas. Te damos
gracias por los buenos momentos, los gozos y las satisfacciones, los éxitos. Los hay
en nuestra vida, sí, pero a veces son tan pasajeros y quedan ahogados por la dura
lucha por sobrevivir en medio de un mundo cruel e implacable. Hoy te abrimos los
rincones más recónditos de nuestra existencia humana, y ponemos en tus manos
nuestras penas secretas, nuestros fracasos celosamente guardados, las culpas que
nos atormentan, las dudas y desilusiones que sólo tú debes conocer. Nos dices:
“Vengan a mí, yo los aliviaré”. Aquí nos tienes, Señor Jesús, recibe el cansancio y
las cargas que nos agobian. Cámbialos por tu yugo que es llevadero, por tu carga
que es ligera. Contigo, Señor Jesús, lo oscuro se llena de luz, la desesperanza se
abre a horizontes nuevos, la debilidad se hace fuerza, el pecado se convierte en
amor, la muerte se transforma en vida, el pasado se vuelve futuro.

Señor Jesús, a nuestro alrededor son muchos los que andan doblados por las cargas
y las pruebas. Unos creen en ti, otros no, pero a todos ofreces alivio y esperanza.
Todos ellos son hijos de un mismo Padre Dios, todos ellos son hermanos nuestros.
Nos enseñas a compartir las cargas, a meter el hombre todos juntos; a unir
esfuerzos para aliviar el cansancio y enfrentar juntos la lucha por la vida, por una
vida digna y plena para todos, la vida que el Creador desea dar a cada uno. Danos,
Señor Jesús, la capacidad de apertura hacia con los demás, de abrir los brazos a los
más golpeados por la vida. Concédenos el valor para ser pacientes y humildes y la
fuerza para buscar nuestro descanso en la solidaridad y ayuda mutua. Así seremos
discípulos tuyos y hermanos de verdad, tu Iglesia será semilla, fermento y faro, la
humanidad nueva que transforma el mundo. Así, todo yugo será llevadero y toda
carga ligera.

Oración en silencio. Música.

ORACIÓN: 10 min.

Lector: Señor Jesús, nos invitas a estar contigo un rato, a gozar de la comunión
contigo. Somos indignos, lo sabemos, pero contigo todos somos bienvenidos. No te
fijas en las apariencias, sino en el corazón de cada quien. Sabes que tenemos
necesidad de tu presencia. Aquí estamos, Señor Jesús, dispuestos a adorarte y
contemplarte y a dejarnos llenar de tu vida y de tu Espíritu. Estamos en tus manos,
recíbenos en tu corazón sin fronteras.

Lector: Bendito y alabado seas, Jesús.

Todos: Glorificado seas por siempre.

Lector: Gracias, Jesús, por ser paciente con nosotros.

Todos: Gracias por enseñarnos a ser humildes.

Lector: Gracias por ofrecernos descanso y alivio.

Todos: Gracias por enseñarnos a convivir.

Lector: Gracias por darnos fe, esperanza y amor.

Todos: Gracias porque nos enseñas que la ayuda al otro hace menos pesada la
vida.

Lector: Gracias porque nuestra fe en ti nos abre a la esperanza.

Todos: Gracias por curar nuestras heridas más profundas.

Lector: Gracias porque tu amor generoso nos transforma.

Todos: Gracias porque también nos das la fuerza para aliviar.

Oración en silencio. Música.

 Lector: “Jesús pide que vayamos a Él, que esta es la verdadera sabiduría, a Él que
es ‘manso y humilde de corazón’; propone ‘su yugo’, el camino de la sabiduría del
Evangelio, que no es una doctrina que hay que aprender o una propuesta ética, sino
una Persona a la que hay que seguir: Él mismo, el Hijo Unigénito en perfecta
comunión con el Padre. Queridos hermanos y hermanas, hemos gustado la riqueza
de esta oración de Jesús. Que también nosotros, con el don de su Espíritu,
podamos dirigirnos a Dios en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el
nombre de Padre, Abbá. Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de ‘los
pobres en espíritu’, para reconocer que no somos auto-suficientes, que no podemos
construir nuestra vida solos, que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarle,
escucharle y hablarle. La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría,
que es Jesús mismo, para llevar a cabo la voluntad del Padre en nuestra vida y
encontrar así reposo en las fatigas de nuestro camino. ¡Gracias!” (Benedicto XVI, 7 de
diciembre de 2011).

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