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Felipe López.

Juan Cáceres. Poder rural y estructura social, Colchagua, 1760-1860.


Capítulos 3, 4 y 7.
Introducción.
El contexto. La historiografía (a diferencia de otros países de América Latina), hace poco ha centrado su
atención en los problemas ciudadanos de después de la independencia. Esta atención es de los historiadores
locales "la nueva historia política". La vieja historia política se centraba en las grandes batallas y grandes
personajes, en la historia del poder. El nacimiento de la ciudadanía y las formas de representación son
problemas fundamentales para entender la realidad política del pasado. Este interés proviene de la situación
política actual (vuelta a la democracia). ¿En qué medida la época actual es mejor o peor que la del siglo XIX? El
estudio de la ciudadanía presenta un claro desafío, pues nació con algunos problemas heredados de los
tiempos coloniales. Se nutrió de los vicios políticos y electorales del siglo XVIII y XIX (composición elitista del
gobierno). Hombres notables actuaron de forma coercitiva frente a la población rural, implantando la
obediencia y el orden.
El problema. Análisis de la ciudadanía, la construcción del Estado del siglo XIX y sus artífices, la elite chilena
del siglo XIX. La atención se centra en el estudio de las elites provincianas (su papel en la independencia y en el
proceso de formación del Estado). Se sabe poco de estos sujetos y del poder económico -base y sustento del
poder político y del prestigio social- en el pasado. El poder económico de las elites se basó en la
monopolización y control de la tierra, los bosques, el agua, las materias primas o los medios de comunicación.
Esta situación privilegiada condicionó las relaciones entre los distintos grupos sociales. Elites como notables,
aquellas personas o grupos que detentaban el poder político e influencia en el medio en que vivían, no tanto
por sus cualidades carismáticas, morales e intelectuales, sino más bien como resultado de su sólida base
económico-social la que, a la vez, se reforzaba políticamente por apoyos interesados y clientelares. La
investigación tiene por objetivo el estudio de la elite de la provincia de Colchagua, en dos grupos de esta, el
clásico (hacendados) y los comerciantes (que desde el siglo XVIII venían adquiriendo injerencia política local).
Familias e individuos pudientes ejercieron en el pasado el poder local como resultado de la riqueza obtenida o
heredada del prestigio o reconocimiento social y del monopolio de las instituciones políticas coloniales y
decimonónicas.
El método y la teoría. Se toma la idea de Gaetano Mosca de dos clases de personas en toda sociedad, la
clase que gobierna y la que es gobernada. Wilfredo aborda la necesidad de la circulación de las elites como
forma de mantener el poder (existencia de individuos ambiciosos que eran reclutados por la elite local con la
finalidad de revitalizarse con su incorporación).
Estado de la cuestión. La elite de Colchagua no ha sido estudiada. Juan Carlos Gómez realizó un análisis
socio-ocupacional de la provincia. Arnold Bauer y Juan Guillermo Muñoz se centraron en la conformación de
las propiedades de la zona. Existen numerosos trabajos sobre las elites nacionales del siglo XVIII y XIX, trabajos
clásicos como Alberto Edwards o Mario Góngora, centrados en Santiago. Otros exponentes son Jacques
Barbier y Mary Lowenthal Felstiner (la historia de la dominación por parte de las familias notables de origen
vasco), Ronaldo Mellafe y Eduardo Cavieres (conflictos entre terratenientes y autoridades, tres sectores
influyentes en la época: hacendados, religiosos y comerciantes). En los últimos años Ana María Stuven, María
Rosaria Sabili y Gabriel Salazar han trabajado las elites chilenas.
Capítulo tercero.
Los comerciantes y los fundamentos económicos del poder.
Origen y acumulación de los comerciantes de Colchagua. Grupo de elitistas de Colchagua conformado por
los grandes comerciantes locales, que se transformaron (como en otros lugares de América y Chile) en uno de
los grupos socioeconómicos más activos durante la época colonial y la del siglo XIX. A fines del XVIII, 23
grandes comerciantes monopolizaban la actividad en el territorio de Colchagua, grupo que fue creciendo con
el tiempo (más de 50 tras la lucha de la independencia). Forman parte, junto con los hacendados, de la elite
económica de Colchagua. Su característica más relevante fue su fortaleza familiar. Quezada, Ubilla y Argomedo
emergen como una sola familia dueña del comercio sanfernandino. Algunos desarrollaron su actividad
mercantil paralela al ejercicio público. Este grupo parte ligado a los esfuerzos individuales. Se inició bajo el
oficio del patrocinio de comerciantes consolidados (padrinos). La mayoría de los cajeros no eran originarios de
Colchagua, algunos eran vascos, otros de Santiago (falta de individuos capaces para el desempeño de estas
actividades en la provincia), los mismos comerciantes reclutaban a estos cajeros en la capital. Otra forma de
empezar como comerciante fue aprendiendo el oficio en el negocio de la familia.
Gregorio Argomedo, comerciante en la pequeña tienda que su familia tenía en la localidad de Nancagua,
pasó por varias etapas. Primero una lucha por el reconocimiento como comerciante en el plano local, sin
abandonar Nancagua, fundó una tienda en San Fernando, acercándose a los grandes comerciantes locales. La
segunda etapa fue una expansión de la actividad mercantil y la formación de la fortuna familiar. A fines del
XVIII, Argomedo estaba asociado a los comerciantes capitalinos, para surtir de carnes las carnicerías de la
capital. Luego participaría en el comercio con el Perú. Por su éxito, Gregorio invertiría en bienes raíces,
elevando su prestigio. Se volvió un comerciante-hacendado. Poseía las mejores tierras de Colchagua y producía
diversos productos. Dejó vastas herencias a sus sobrinos.
La dinámica capitalista y los circuitos comerciales: trigos y subderivados. Historia de los comerciantes
locales ligada al entorno agrícola y rural de la provincia, a la producción y a su relación con los hacendados
locales, los campesinos y los grandes comerciantes foráneos. El nacimiento de los comerciantes en la provincia
viene del siglo XVII (necesidad de alimentación agroganadera del virreinato peruano). Este comercio ganadero
no fue tan intenso al inicio (gran parte seguía siendo para el consumo interno), esto cambia cuando la
economía peruana demandó Trigo y otros alimentos de Chile. La actividad mercantil floreció ante este amplio
mercado, y luego se reforzó con el envío de alimentos al ejército en frontera. Hubieron rápidos efectos, los
hacendados perdieron su predominio sobre la actividad mercantil, desde ahora requiere de sujetos
especializados. Aparecen así dinámicas propiamente capitalistas en las operaciones mercantiles (mentalidad
nueva, idea de ganancia y de utilidad). La actividad mercantil (sobre todo trigo) partía desde la villa de San
Fernando, coexistiendo un comercio interno y otro extrarregional. Comerciantes de San Fernando se
movilizaban por el interior de Colchagua comprando la producción agrícola verde y a bajo precio a medianos y
pequeños productores, para luego partir a la frontera, Santiago, Valparaíso y el virreinato del Perú. Pero esta
vasta red de comercio no fue independiente, estaba vinculada a los intereses de los comerciantes de Santiago
(dependían del financiamiento). Pocos se libraron de esto, la mayoría vivió endeudado, lo que los volvió
clientela al servicio de Santiago. Comerciantes colchagüinos como agentes de los de Santiago con la orden
específica de buscar trigo a precios convenientes. Esta red se celebraba con un contrato formalizado ante
notario (a Santiago, Concepción, Valparaíso, y de este último al puerto de Callao). Existía cierta presión de los
Santiaguinos sobre los Colchagüinos para cumplir en los plazos. La red se completaba con un conjunto de
comerciantes menores, dependientes de los comerciantes locales (buscaban los productos e iban a lejanas
localidades), esto se denomina habilitación y funcionaba sobre la base de la confianza mutua (no amistad). En
ocasiones comerciantes llevaron a juicio a sus habilitados.
De prestamistas a dueños de la tierra.
A. El préstamo. El ejercicio de prestamista también fue una actividad característica de los comerciantes de
Colchagua. Desde pequeños campesinos hasta grandes personajes eran "beneficiados". Esta era una
particularidad: contó con el mundo rural y agrícola y estuvo ligada a la posesión de tierras. El interés era de 5%
y se hipotecaban propiedades como prenda de garantía. En Colchagua se dio de forma rígida (el
cumplimiento). El no cumplimiento era mortificante puesto ponía en peligro la posesión de la propiedad. Este
es uno de los mecanismos que permitieron transformar a los comerciantes en dueños de propiedades.
Comerciantes en situación crítica también acudían a sus pares. Malos negocios fueron causales suficientes
para poner en aprietos a las familias. La conciencia de peligro hizo más solidario al grupo, llegando a estipular
plazos mayores y bajando los intereses (hasta 1% anual). Existían préstamos en especies y mercaderías,
habitual para pequeños y medianos propietarios. Los grandes comerciantes foráneos (sobre todo de Santiago)
también fueron grandes prestamistas, pero en estos casos se daban relaciones de dependencias, y no eran tan
solidarios ni flexibles como los colchagüinos, eran implacables a la hora de hacer cumplir los plazos.
B. Tierras. La actividad mercantil permitió el enriquecimiento personal y familiar y también el
reconocimiento social que en un medio rural como ese podía otorgar solamente la tierra. La política de
adquisición de tierras comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII. Partió con la compra de pequeñas
porciones de tierra, aumentando con el tiempo. Junto con esta compra, muchas propiedades fueron resultado
de los préstamos impagos, lo que significó un deterioro económico de los hacendados como grupo. Para esta
fecha, los comerciantes son un grupo nuevo y poderoso en el medio local. Mejores propiedades de Colchagua
en manos de los comerciantes de renombre (según Catastro Agrícola de 1833). La familia Argomedo es un gran
ejemplo de comerciantes con una política selectiva de adquisición que se transformarían en dueños de tierras.
Adquirieron pequeñas porciones de tierras de pequeños y medianos propietarios en distintas localidades de la
provincia. Otra forma de hacerse de propiedades fue a través de la unión matrimonial con integrantes de
clanes de hacendados. Esto permitió tanto el ennoblecimiento de estas familias comerciantes como salvarse
de la desaparición (en los hacendados más empobrecidos). Tomás de Argomedo se casó en cuatro ocasiones.
Capítulo cuarto.
Redes sociales, parentela y clientela: las estrategias sociales de la elite colchagüina. Las estrategias
sociales que la elite local asumió en el pasado permitió el disfrute de sus privilegios sociales, económicos y
políticos durante varias generaciones.
La construcción de una imagen. Es una estrategia social más la imagen que ellos forjaron de sí mismos en
sus actividades y vida cotidiana y que luego se proyectaba a la sociedad a través de la prensa local. Se hizo así
la diferenciación social entre los miembros de la elite y los otros grupos sociales (lenguaje, comportamiento,
vestuario, etc.). Vocablos que muestran desigualdad social y rigidez en la estructura social (permanencia de
comportamientos casi coloniales en época de cambios liberales): clase decente y culta, distinguida sociedad,
gente decente, hombres de bien, hombres probos, clase copetuda, gente de honor, gente de trabajo. Se
proyectaba una inclinación por el lujo. Eran extrovertidos y exteriorizaban sus estilos de vida exclusivos,
incluso competían en galanura. Este es un ethos exclusivo de la elite provinciana, fundamentada en la riqueza
familiar (acumulada por generaciones), esta les permitió refinar sus costumbres y crear dicho estilo de vida. Se
declaraban descendientes de españoles, pero sus influencias culturales provenían de la cultura sajona y
parisina. El catolicismo influyó en su carácter, sus valores determinaron el quehacer cotidiano. Instituciones
como la familia y el matrimonio formaban parte de su ideología, modelo que será transmitido a la sociedad en
su conjunto. La alianza iglesia-elite se mantuvo férrea en la idea de educar moral y espiritualmente a la
población campesina. La iglesia fortaleció el matrimonio monógamo.
Estrategias matrimoniales y conformación de redes sociales. Las redes sociales creadas por la elite
provinciana se nutrieron de la conformación de matrimonios por conveniencia, los que sirvieron para la
reproducción del grupo como tal. Al inicio los enlaces eran entre familias con una misma ocupación, pero a fin
de extender su influencia se abrieron a otros sectores socioeconómicos, siendo los comerciantes los
principales beneficiados. Los comerciantes de origen vasco en un inicio practicaban la endogamia, luego se
unieron a hacendados de notoriedad. Esta alianza favoreció tanto a los hacendados (mantener sus viejos
privilegios) como a los comerciantes, que consiguieron su aristocratización en el medio local. De esta unión
nacería esta elite rural que dominaría la sociedad colchagüina en el siglo XIX. La dote (recibiendo como esposo,
o entregando como padre) fue otro mecanismo de las familias para garantizar la vida futura de los novios y de
otorgar mayor cohesión a las familias involucradas. Esta cohesión era esencial frente a la pobreza material y
las crisis económicas (practica que linda entre el temor y la previsión del bienestar y prosperidad material de la
futura familia). La tranquilidad de las familias dependía de la cantidad y calidad de los medios económicos para
iniciar su vida conyugal y de la capacidad de los cónyuges para aumentar el patrimonio familiar. Si bien la dote
era una práctica usual, no todos estaban en condiciones debido a la pobreza familiar (32% de testadores
declaró haber recibido la dote de sus padres, la mayoría comprendía bienes para trabajar en el campo). Para
las dotes de la elite comerciante era distinto, muebles, ganado, sirvientas, ropa, joyas. El mayorazgo también
fue una práctica usada por la elite local para evitar la división de la fortuna, los otros hijos eran destinados a la
milicia, la iglesia o a la burocracia después de estudiar derecho. En cuanto a las hijas, una o dos eran casadas
para evitar desgaste económico y las otras partían al convento, donde se pagaba una dote menor que la
matrimonial. Se creó (y también en otros lugares de América) un nexo poderoso entre la iglesia, sus conventos
y la elite local.
El análisis de las redes sociales permite explicar el resultado de las relaciones establecidas entre las
personas, ligazones que pautaron el comportamiento y la forma de pensar. El poder de los individuos de la
elite se explica por la posición que ocuparon dentro de esa red social y por su accesibilidad a los recursos. Las
redes sociales de la elite colchagüina tienen sus antecedentes en el siglo XVIII, individuos industriosos en
realidades económicas y agrarias favorables para la actividad comercial (trigo). Se crearon alianzas basadas en
el parentesco para monopolizar el comercio, las cuales fueron básicas para mantener la unidad familiar,
monopolizar los negocios, aumentar el patrimonio y lograr mayor prestigio en la provincia. A diferencia de
grupos elitistas decadentes, sus estrategias no fueron para sobrevivir, sino para monopolizar el poder local. La
formación de redes de poder fue vital para la perpetuidad de las familias de elite. Se estructuraron sobre el
conocimiento de la potencialidad económica del territorio, la necesidad de los habitantes y las costumbres
imperantes en la zona. La red estaba encabezada por un jefe de familia (dirige, organiza y decide las distintas
funciones que cada miembro debía desarrollar), su poder devino también de su capacidad para crear
relaciones clientelares con otros sujetos (de diferentes estratos sociales). Tanto la parentela como la clientela
le deben respeto, pero existe una necesidad mutua. Acá Cáceres pone un esquema de una pirámide jerárquica,
en donde en la parte superior está el jefe de familia, seguido por la parentela, y en la base, la clientela. Deja ver
una necesidad mutua entre los actores.
La parentela sirvió a los propósitos económicos de las familias elitistas y para el siglo XIX, a los políticos. En
el plano económico ayudaron a monopolizar las actividades comerciales y agrarias de la hacienda y acrecentar
el patrimonio familiar, cumpliendo además un papel importante en el crecimiento de clan familiar y su
prestigio. En este nivel las relaciones eran horizontales y casi simétricas, y existía permanente obediencia con
el jefe de la familia. Vínculos más económicos que afectivos. La red fue una verdadera sociedad de apoyo
mutuo donde los miembros se veían beneficiados mientras fueran sujetos leales. El reclutamiento de nuevos
miembros tuvo que ver con el patrimonio, el prestigio, el honor y el talento individual, y la confianza y lealtad
fueron condiciones básicas para mantener el clan. Pequeños comerciantes eran reclutados, la mayoría durante
viajes a la capital, y resultaba difícil ingresar a la elite local.
Por último, la base se configuró con una amplia clientela (mecanismo informal de esta red social). Se
explica por la necesidad que tuvieron los individuos para cubrir carencias materiales en la vida diaria y que los
llevó a la dependencia y a la sumisión. Estas relaciones fueron asimétricas, pero también fueron bilaterales
pues el patrón necesitó sujetos obedientes para fines económicos y políticos. El patronazgo es un fenómeno
político, social y económico que se caracteriza por el reclutamiento de sujetos dependientes que buscan de un
patrón, su ayuda y su protección. A cambio de sus lealtades, el patrón los podía ayudar (empleos, buenos
matrimonios, carreras políticas, etc.). En los actos electorales la red de clientes se ponía al servicio del patrón
haciendo funcionar una "máquina electoral", hecho reforzado con la apertura electoral el siglo XIX. La
instalación de sujetos "idóneos" en los cargos burocrático-financieros de la provincia fue otra expresión del
clientelismo local (a través de los padrinos, cargos como administrador del Estanco y otros ligados al cobro de
impuestos pararon a ser controlados por la elite a través de intermediarios). Así, la elite afianzadora quedaba
exenta de pago. Esto traía grandes ganancias, por lo que santiaguinos buscaron también afianzar a los
colchagüinos. La elite comerciante fue la principal afianzadora durante esta época, se disputaban
públicamente los puestos. El padrinazgo fue una estrategia habitual para hacerse de clientela aceptada por
todos los involucrados, pero a pesar de ser útil para ambos, en la práctica fue una estrategia usada por los
grupos de elite para dominar y mantener bajo su dependencia a familias campesinas. La elite apadrinaba hijos
de familias campesinas y de sectores medios. Buscaban controlar a una población consumidora, pasando por
razones evidentemente caritativas hasta la importancia de asegurar el éxito electoral a través de la
consecución de electores primarios favorables.
Capítulo séptimo.
Los controles sobre la población.
Los controles económicos sobre la población. La efectividad del poder local se consiguió a través de la
monopolización de las instituciones políticas coloniales y las del siglo XIX. Esta explicación resulta insuficiente.
A través de la historia social del poder se puede llegar a conocer en profundidad los alcances sociales de las
medidas y las regulaciones que la elite estableció.
El monopolio de la tierra y el agua. Es paralelo al asentamiento de los españoles en el territorio. Hacia el
siglo XVIII la estructura agraria mostraba una doble cara: la que presentaban las grandes haciendas (algunas se
dividían por herencias mientras que otras se fortalecían por la fusión familiar entre viejas familias y los
comerciantes vascos, las segundas mantuvieron su influencia), y la que mostraban las propiedades medianas y
pequeñas, que aumentaban significativamente. Las propiedades mayores a 1000 pesos estaban en manos del
6% de los propietarios. La monopolización de la tierra se caracterizó por conflictos entre pequeños y medianos
propietarios y también entre los mismos miembros de la elite (la codicia y el prestigio como motivo central),
estos datos se obtienen mediante los pleitos en los fondos judiciales. Entre familias importantes se llegaban a
acuerdos legales ("entendimientos judiciales") mientras que con otros grupos la relación era de fuerza y
coerción. El control de las tierras estaba ligado al control del agua, las elites tendían a desviar los cursos de
agua para regar sus tierras. En Colchagua el curso del agua bastaba para todas las propiedades, pero el control
del agua igualmente se transformó en una obsesión para la elite. Campesinos se vieron perjudicados y
controlados por la elite. Dos frentes de discordia: (1) entre hacendados y la población rural (construcción de
bocatomas, tranques, canales, etc.) se justificaban en las inversiones familiares y algunos se atrevieron a
solicitar encarcelamiento a quien robara agua de sus canales. En ocasiones autoridades creaban bocatomas en
connivencia con sus hacendados. (2) El segundo frente fue entre los mismos hacendados como resultado de la
competencia por el poder. Creaban sus propias bocatomas y realizaban luchas armadas con otros hacendados
(inquilinos estaban dispuestos a morir por sus patrones). Estos problemas se solucionaron con pactos entre
"caballeros" para la distribución del agua, se crearon asociaciones de accionistas de ríos.
Los controles sobre los caminos y los obstáculos al crecimiento local. El conflicto se suscitó con las
autoridades centrales. Las autoridades nacionales del siglo XIX pretendían crear una infraestructura vial
adecuada y moderna. Los poderosos colchagüinos se opusieron (frenando el crecimiento local), ya que no
deseaban perder su control del territorio y de su población.
A. Los caminos: una realidad colonial en el siglo XIX. A esta fecha los caminos principales siguen siendo los
mismos de la época colonial, serían a los productores y comerciantes locales para realizar un activo comercio
extrarregional con importantes mercados en Santiago y Concepción. Estaba el camino del centro (conectaba
Santiago con áreas circundantes, pasando por las haciendas más importantes de Colchagua), el camino de la
frontera, que también atravesaba las haciendas importantes. Esta red de caminos se complementaba con el
camino de la costa (unía Colchagua con Valparaíso), ruta útil para el desarrollo local ya que por ahí se sacaba la
producción triguera hacia los mercados internacionales (a Perú, y para el siglo XIX a California y Australia). Este
camino era frecuentado por peones, arrieros y comerciantes provenientes de las haciendas con rumbo a las
bodegas del puerto. Varios caminos vecinales se entrecruzaban por el territorio.
B. Pobreza provinciana y resistencia local. Para el siglo XIX esta red caminera era inadecuada, ya que
obstaculizaba la rápida extracción y transporte de la producción agroganadera (hoyos, pozas, charcos). Las
autoridades centrales en Colchagua entendieron que el progreso local dependía de mejorar la estructura vial.
Hubieron varias dificultades, las finanzas locales estaban empobrecidas por su inadecuado sistema. Una
segunda dificultad fue que las autoridades se toparon con la resistencia de la elite local. Esta resistencia fue
resultante del temor y la inseguridad, por ejemplo del bandidaje rural (miedo a ser asaltados en los caminos o
propiedades). Los más perjudicados con esto fueron comerciantes y mineros que eran los que ocupaban los
caminos. La resistencia realizó prácticas como derramar agua para hacer intransitables los caminos
(desbordando sus propias acequias), cerrar caminos o desviarlos (para que no se acercara gente a sus tierras),
o establecer peajes (estas prácticas fueron castigadas con el tiempo). Existió un constante enfrentamiento
entre los agentes del poder central y los hacendados locales.
C. Resistencia y abuso del poder local. El mejoramiento de la red caminera debía vencer a la resistencia de
la elite rural y conseguir los recursos para los arreglos. Se usó una subvención del Estado para mejorar los
caminos (ley de Caminos de 1842), y en 1847 el presidente destinó 4000 pesos para la creación de caminos
que pasaban por San Fernando. Estos montos fueron insuficientes por lo que se apeló a la generosidad de los
vecinos a través de erogaciones, fomentando a los particulares con la creación de cargos como por ejemplo el
inspector de policía (que vigilaría los caminos de la provincia). Esta medida no tuvo mayor éxito por la
oposición de la elite rural. En 1867 la solicitud de esta ayuda dejó ver la resistencia de la elite. Sus argumentos
en esta ocasión fueron el temor de perder parte de las haciendas (en la construcción de nuevos caminos), y
que la construcción de los caminos era muy lenta (entorpeciendo las actividades privadas). Esto no frenó la
iniciativa estatal, pues encontraron cooperación entre los medianos y pequeños propietarios. El arreglo
descansó en los vecinos de menor poder adquisitivo. El nuevo trazo de caminos significó la expropiación de
terrenos, sin embargo, el trazado perjudicó en su mayoría a los medianos y pequeños propietarios. La política
caminera fue aplicada de manera desigual, privilegió a algunos y dañó a la mayoría. La medida estuvo lejos de
ser un alivio para le gente.
Los controles sobre las finanzas y los sujetos tributarios. La fuerza de la elite radicó además en la
exclusividad de la toma de decisiones para el gobierno local. Su función más relevante (desde el cabildo del
siglo XVIII) fue la administración de las finanzas públicas y el cobro de impuestos. Estas finanzas se
caracterizaron siempre por su pobreza, y evidenció siempre dificultades para cubrir las necesidades locales. La
división del territorio empeoró las cosas. La crisis de las finanzas venía desde tiempos de la colonia (gran
decadencia fiscal y desequilibrio entre ingresos y gastos), y su principal problema era un sistema fiscal
inadecuado para un contexto liberal (viejos impuestos se mantenían). Los funcionarios tenían poco poder
económico, por lo que los cargos seguirían afianzados como en el pasado. La realidad local pudo haber sido
cambiada a mitad del siglo XIX con la Ley orgánica de municipalidades, que ordenaba las finanzas, creaba el
puesto de tesorero municipal y propiciaba el aumento de los caudales locales con nuevas contribuciones, pero
nuevamente la elite actuó como resistencia (por amenazar sus privilegios). Uno de los puntos resistidos fue el
relativo a gravar las propiedades con un impuesto directo. La presión de la autoridad no hizo gran cambio,
pero lo inevitable del nuevo rumbo de la política del gobierno hizo cambiar la visión de la elite. Decidieron (de
manera estratégica) de participar de aquella junta con el fin de controlar las finanzas y decidir quienes
pagarían los nuevos impuestos (la elite pagada solo el 2.8% de lo que se recaudaba). Además convencieron al
intendente de expropiar las pocas tierras que aún seguían en manos de indígenas. La elite hacía el mayor de
sus esfuerzos para no pagar.

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