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Bordes, Límites y Fronteras - Taco PDF
Bordes, Límites y Fronteras - Taco PDF
Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito
de la Pontificia Universidad Javeriana.
AGRADECIMIENTOS 9
Prólogo 11
Joanne Rappaport
Primera parte
La etnografía en colaboración en procesos de enseñanza y aprendizaje 23
Capítulo 1
Reflexiones sobre el conocimiento producido por niños, niñas,
adolescentes y profesores jóvenes en una etnografía de colaboración 25
Ángeles Clemente
Capítulo 2
Estudiar inglés como segunda lengua. El poder y la identidad examinados
a partir de la etnografía colaborativa 49
Maria Dantas-Whitney y Carmen Cáceda
Capítulo 3
Posicionamientos adolescentes en una experiencia etnográfica y de intervención
educomunicativa. Tensiones y alteridades con el mundo adulto 73
Andrea Valdivia Barrios
Capítulo 5
Desnaturalizando fronteras para entender la escuela.
Pensar y aprender con chicos y chicas 125
Alejandra Otaso y Santiago Sburlatti
Tercera parte
Transformaciones de los investigadores con la incorporación
de la colaboración de Niños, niñas y adolescentes 155
Capítulo 6
Dialogar y producir alteridad. Un episodio de trabajo de campo
con una niña de Colombia 157
Alba Lucy Guerrero y Diana Milstein
Capítulo 7
“A mí no me lo cuentan, lo veo”. Experiencia y reflexividad
en una etnografía con niños y niñas 177
Diana Milstein, María Teresa Pujó y Jesús María Jaramillo
La etnografía de la educación es, tal vez, el área en la que más claramente podemos
percibir la necesidad de construir una metodología colaborativa. A diferencia de
otros enfoques etnográficos, los estudios de planteles educativos no solo requieren
una reflexión basada en el encuentro entre observación y teoría, sino que exigen que
el proceso etnográfico incluya un reciclaje continuo entre la reflexión académica y
la puesta en práctica pedagógica. A diferencia de otras experiencias colaborativas,
se supone que los etnógrafos de la educación están conscientes de que la escuela
debería ser un espacio caracterizado por relaciones horizontales, dentro del cual se
aprende a pensar y a cuestionar. Por lo tanto, en el mejor de los casos, en una inves-
tigación colaborativa dentro de un recinto educativo se deberían problematizar las
diferencias entre investigador e investigado, porque se entiende que los estudiantes
están aprendiendo a ser sujetos que puedan cuestionar los propósitos y métodos de
la misma investigación.
Podemos sumar a estas observaciones otro hecho. En la mayoría de los estudios
etnográficos de escuelas, los estudiantes son niñas, niños o adolescentes. Por un
lado, ellos son más vulnerables —tal vez más “subalternos”— que muchas otras
comunidades que han participado en proyectos de investigación colaborativa.
Por el otro lado, comparten hasta cierto punto con los investigadores el concepto
mismo de investigación —lo que no necesariamente ocurre en otros contextos—.
Particularmente en instituciones que han intentado establecer relaciones más ho-
rizontales entre docentes y estudiantes, los alumnos pueden estar más dispuestos
a resistir los objetivos de los investigadores y, por lo tanto, quizás más abiertos a
compartir sus propias observaciones y críticas. No obstante, para poder aprovechar
esta situación, los investigadores necesariamente tienen que abrirse: tienen que ser
autocríticos, estar abiertos a escuchar las críticas de otros y dispuestos a cambiar su
metodología.
Este volumen reúne una selección de trabajos presentados y discutidos por prime-
ra vez en un simposio que las editoras organizamos en el año 2011 y sesionó en la
Universidad de La Salle, en la ciudad de Bogotá. Fue la segunda vez que reunimos
a investigadores e investigadoras de varias partes del mundo y diversos contextos
para comentar estudios etnográficos realizados con niños, niñas y adolescentes
—en adelante, NNA—. El primer simposio sesionó en el año 2009, en el Instituto
de Desarrollo Económico y Social de la ciudad de Buenos Aires, y algunos de los
trabajos allí presentados fueron publicados en la compilación Encuentros etnográficos
con niños, niñas y adolescentes. Entre tiempos y espacios compartidos (Milstein, Clemente,
Dantas-Whitney, Guerrero y Higgins, 2011). El propósito de este primer libro fue
reunir reportes de estudios etnográficos sobre procesos educativos desarrollados en
colaboración con NNA; es decir, aquellos en donde los investigadores e investigadoras
generaron espacios en los que alcanzaron diversas modalidades de participación y
colaboración de NNA en los estudios etnográficos. Las editoras estábamos interesadas
en producir un texto colaborativo con otros investigadores que prestara atención a
la necesidad de discutir la voz activa y la agencia de NNA en la práctica etnográfica,
sin reducir los temas y problemas a campos ya delimitados de la antropología y la
educación. Los capítulos de ese libro son reportes de etnografías en las que los inves-
tigadores generaron espacios junto con los participantes —entre los que predominan
NNA— para la reflexión conjunta sobre eventos, acciones y comportamientos que
moldean la vida cotidiana, a través del análisis de experiencias en la escuela y en la
comunidad en general.
En esta segunda compilación, nuestra intención es focalizar y abrir debates so-
bre aspectos teórico-metodológicos implicados en investigaciones colaborativas con
niñas, niños y jóvenes. Todos los capítulos incluyen dimensiones relevantes de la
muestran la difícil tarea de poner bajo examen las propias categorías de interacción
por medio de las cuales organizamos cada una de esas relaciones entre nosotros, in-
vestigadores e investigadoras, y los NNA interlocutores, partícipes y colaboradores.
En los capítulos se evidencia la relevancia que tuvieron las interacciones, los
diálogos y todas las formas que asumió la comunicación entre el investigador o la
investigadora y los NNA para construir datos, desarrollar análisis y problematizar
fenómenos o procesos. Ahora bien, las modalidades que asumieron esas relaciones
en cada caso tienen semejanzas y diferencias. Tienen en común haber compartido
con NNA la experiencia de extrañarse y familiarizarse para intentar entender cir-
cunstancias, situaciones, fenómenos sociales y culturales, y haber construido una
pregunta compartida entre investigadores o investigadoras y NNA, haciendo explí-
citas y conscientes las formas que asumieron lo que podríamos denominar proviso-
riamente encuentros culturales. Cabe recordar que la pregunta antropológica “depende
siempre del o de los encuentros concretos de los que nace y de las configuraciones
culturales e históricas siempre únicas, de las cuales estos encuentros son, a su vez,
partes integrantes” (Krotz, 1994, p. 8). Cada uno de los capítulos que componen
este volumen incluye algún aspecto referido a la particularidad que tiene producir
alteridad en el intercambio con NNA.
En el capítulo 1, Clemente muestra cómo la construcción conjunta de la alteridad
se puede trabajar en dos sentidos. Convencionalmente, los participantes provenientes
de comunidades vulnerables han sido considerados —por sí mismos y por sus jóvenes
profesores— como el Otro, exótico y diferente. Sin embargo, en el transcurso del
estudio, la situación se revirtió de tal manera que los participantes, miembros de la
minoría doblemente subalterna, ayudaron a los jóvenes representantes de la hegemo-
nía a reconsiderar sus conceptos binarios y sus fronteras, antes bien delimitadas. Así,
los etnógrafos y etnógrafas se transformaron en el Otro hegemónico y cuestionaron
las preconcepciones que tenían no solo acerca de sus estudiantes, sino también de
ellos mismos. En el capítulo 7, Milstein, Pujó y Jaramillo analizan el conocimiento
coproducido con niños y niñas en un barrio de una provincia en Argentina. A través
de la descripción del proceso de trabajo compartido, desenvuelven un análisis sobre
el modo en que los investigadores e investigadoras organizaron la experiencia et-
nográfica cuando lograron entender quiénes eran los Otros para esos niños y niñas.
En el capítulo 6, Guerrero y Milstein muestran cómo el reconocimiento de
una niña como un interlocutor válido en el proceso de investigación transforma la
perspectiva de la investigadora sobre el fenómeno de estudio. La comprensión de
lo que significa el desplazamiento desde la perspectiva del Otro, en este caso una
niña, implica un contraste de reflexividades en donde la investigadora reconoce los
Organizamos esta compilación agrupando los primeros tres capítulos como explora-
ciones de las implicaciones que presenta realizar etnografías en colaboración insertas
en procesos de enseñanza y aprendizaje. En el capítulo 1, Clemente describe una
etnografía llevada a cabo por estudiantes de universidad que se preparaban para
convertirse en profesores y profesoras de inglés y sus respectivos estudiantes, pro-
venientes de dos instituciones —una prisión estatal para jóvenes y un alberge para
niños en situación de calle— de la ciudad de Oaxaca, en el sur de México. Partien-
do de un concepto de educación que conlleva conocimiento y emancipación étnica,
de género y de clase social, el estudio se contrapone al concepto eurocéntrico de
Modernidad/colonialidad, y busca crear una localidad1 en donde estos tres grupos
—estudiantes de universidad, jóvenes internos y niños y niñas en situación de ca-
lle—, a través de encuentros etnográficos covalentes, exploren y cuestionen las fron-
teras fluidas y difusas dentro de las cuales construyen y reconstruyen sus identidades
y las del Otro. La principal conclusión de este capítulo es la demostración de cómo
los miembros de las comunidades subalternas son capaces de crear conocimiento y,
por medio de este, concientizar al representante hegemónico.
En el capítulo 2, Dantas-Whitney y Cáceda presentan una experiencia de inves-
tigación en colaboración con 23 jóvenes estudiantes extranjeros matriculados en
1
Según Pennycook (2010), la localidad se diferencia de la locación, pues la primera es más que solo un espacio.
La localidad es la creación de un espacio a partir de la interacción entre tiempo, espacio y discurso (p.14).
interlocución con los alumnos y alumnas, procuran problematizar ese dualismo desde
sus puntos de vista, a través de los sentidos construidos en y a través de la escuela.
Finalmente, los últimos dos capítulos quedaron agrupados porque exponen de-
talladamente el proceso de cambio que produce en el investigador o la investigadora
la incorporación de la colaboración de NNA. En el capítulo 6, Guerrero y Milstein, a
través del análisis de un diálogo en el que participan una madre, una niña y la inves-
tigadora, evidencian la producción de significados como un proceso colaborativo que
ocurre en el trabajo de campo. El diálogo ocurre en el marco de una investigación
etnográfica que buscaba comprender lo que significa ser niño o niña en situación
de desplazamiento por causa del conflicto armado en un área violenta y empobre-
cida ubicada en las afueras de Bogotá, Colombia. En la conversación con la niña, la
categoría de desplazado interno, constituida en un marcador humanitario, emerge
como categoría social construida en la vida cotidiana que varía y se configura en la
diversidad de experiencias de niños y niñas. Lo que devela el trabajo es que la cate-
goría de desplazado interno está temporalmente situada y que los niños y las niñas,
en la medida de lo posible, la evitan para crear identidades asociadas a los lugares en
que residen. Durante la investigación, se hace evidente la resistencia de la niña
participante frente al discurso estigmatizante del desplazamiento construido en el
contexto local y en el discurso de las organizaciones nacionales e internacionales se
vuelve evidente.
El capítulo 7, de Milstein, Pujó y Jaramillo, está basado en un trabajo de campo
realizado en un barrio popular de Neuquén, al norte de la Patagonia, Argentina,
con un grupo de niños y niñas coinvestigadores. El trabajo incluyó tareas de con-
formación y consolidación del grupo, actividades de trabajo de campo propiamente
dichas y escritura, confección y difusión de un libro. Los autores y las autoras ex-
ploran la naturaleza de la participación de los investigadores e investigadoras en el
trabajo de campo con niños y niñas. Conceptos tales como experiencia, reflexividad
y coetaneidad son centrales en el análisis.
Así, cada capítulo muestra cómo los NNA, al intervenir haciendo, pensando y
proponiendo, son cruciales para producir el descubrimiento en la investigación;
y que el proceso de investigar tiene mucha proximidad con el proceso de enseñar y
aprender. Los procesos de aprendizaje implican la adquisición de nuevas identidades
y el desarrollo de nuevas formas de hacer las cosas. Lave y Wenger (1991) describen
la participación periférica legítima como un proceso a través del cual los recién llega-
dos entran a formar parte de una comunidad de práctica. Si bien los recién llegados
desarrollan habilidades y aprenden de la comunidad, ellos no solo reproducen cier-
tas prácticas, sino que, por el contrario, las transforman, y eventualmente también
Bibliografía
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University Press.
Fabian, J. (2012). Cultural anthropology and the question of knowledge. Journal of
the Royal Anthropological Institute, 18, 439-453.
Lave, J. y Wenger, E. (1991). Situated learning: Legitimate peripheral participation.
Cambridge, EE. UU.: Cambridge University Press.
Krotz, E. (1994). Alteridad y pregunta antropológica. Alteridades, 4(8), 5-11.
Milstein, D., Clemente, A., Dantas-Whitney, M., Guerrero, A. y Higgins, M. (Eds.).
(2011). Encuentros etnográficos con niñ@s y adolescentes: entre tiempos y espacios
compartidos. Buenos Aires, Argentina: Miño y Dávila.
Milstein, D. (2015). Etnografía con niños y niñas: oportunidades educativas para
investigadores. Espacios en Blanco. Revista de Educación, 25, 193-211.
Introducción
El ELS se sitúa en un momento fuertemente marcado por una política de mano dura
contra el narcotráfico y la delincuencia organizada en México (2006-2012). Esta
guerra ha tenido como consecuencia la muerte de miles de mexicanos que pueden
haber estado, o no, involucrados en actos delictivos en el país. Esta situación y la falta
de políticas efectivas para combatir el desempleo y mejorar la salud y la educación
han traído consigo problemas sociales mayores, muchos de los cuales son vividos
por los NNA de DEMA y Canica. Tal realidad es la que se vive en Oaxaca, estado del
sureste de México que cuenta con una extensión de más de 90 000 km² y una po-
blación de casi 4 000 000 de habitantes. Además de ser uno de los tres estados más
pobres de México, Oaxaca cuenta con la mayor diversidad étnica y ecológica del
país. Su geografía es altamente accidentada, lo que hace difícil el acceso a innume-
rables poblaciones que viven sin servicios básicos como electricidad y agua potable.
La ciudad de Oaxaca, capital del estado, concentra la mayoría de la infraestructura
administrativa y laboral, por lo que la migración hacia este centro urbano es bastante
fuerte. El fenómeno migratorio también se presenta hacia los Estados Unidos, ya
que la extrema pobreza de Oaxaca hace de este uno de los estados con mayor movi-
miento de población en busca trabajo y mejores condiciones de vida en el norte de
América. En este contexto, Oaxaca se distingue por una fuerte presencia de pobreza
(29,5 % de la población sufre de alta marginación y el 46,5 % muy alta marginación),
desigualdad (71,93 % de la población trabajadora gana menos de 70 pesos diarios),
Adrián nos contó algo de su vida: “Soy originario de Santiago Jamiltepec, Oaxaca. Sol-
tero, tengo 21 años, mi familia se conforma de cuatro hermanos, soy el mayor. Yo tenía
buena relación con mis papás, a pesar de que mi papá tomaba mucho. Me independicé
a los 15 años, me vine a vivir a Oaxaca con unas personas que le pidieron permiso a
1
El lugar donde dan el THM a las jóvenes de DEMA es afuera de su dormitorio. Un cuarto de hora antes de
terminar la clase varias de las chicas atienden a la clase desde el dormitorio, mientras se arreglan para asistir a
sus clases escolares en las instalaciones de la sección varonil de la institución.
mi mamá para que trabajara con ellos en su taller de hojalatería y pintura. Terminé
la primaria, y por falta de dinero solo fui medio año a la secundaria. En el Consejo
de Tutela terminé mi secundaria y actualmente curso el cuarto trimestre de Cobao
[bachillerato] abierto. He tomado talleres de carpintería, calado, resinado, tejido de
hamacas y piñatería. Me gustaría ser veterinario. Me considero un chico contento,
enojón, serio, trabajador, inteligente, respetuoso, amable y cariñoso”. Al preguntarle
qué cambiaría de su vida, Adrián nos respondió: “Ya es muy tarde para arrepentirse
en este lugar… Eso hubiera pensado antes de hacerlo”. (Diario de Eli y Karol, 2012)
Miguel está sentado frente a mí, aún conserva la risa juguetona de los chicos de su
edad. Bien peinado el cabello negro y espeso, de piel morena y ojos avellanados, que,
a pesar de todo, están alegres. Al entrar al salón me llama por mi nombre. Entra casi
brincando, con las manos en las bolsas. Noto la pulsera que dice “Cristo, te seguiré”.
“De las que regalan los cristianos”, me explica con su acento istmeño. Viste playera
blanca y pantalón caqui, el uniforme de DEMA. Calza huaraches, de los cuales está
muy orgulloso: “Me apodan ‘el huarache’, maestra”, y sigue la plática. “Extraño a
mi mamá. Era bien poca madre ‘la jefa’, pero mi carnal sí se la rifaba, él sabía todo
de mí, hasta las cosas en las que andaba metido. Él supo desde mi primera vez, hasta
que me atraparon. Pero, nel, mi jefa es poca madre. Sabe, cuando yo era niño vivía
con mi abuelo, un señor bien alto con bigotes blancos. Era bien cabrón, pero muy
trabajador. Me enseñó a valerme por mí solo. Pero si supiera que esto fue lo que hice,
mi abuelo se vuelve a morir. Él ya no vive, pero lo que siempre me acuerdo es que
cuando traía ‘la feria’, todo era para mi abuela”. Se ríe y me pregunta: “¿A poco a
las mujeres hay que darles toda la lana? De mi niñez me acuerdo un día de Navidad
que me regalaron un caballito de madera que movía las patas. Me acuerdo cuando
mi mamá me abrazaba. Era muy travieso. Mi niñez fue muy chida. Fui muy pobre,
pero mi jefa nos quería mucho, del que nunca supe fue de mi jefe. No me importa
saberlo”. (Diario de Maya, 2012)
Cuando yo era niña a mí me hizo falta mi madre, x q yo crecí con ms abuelos, cuando
iva a la escuela veía sus madres y pues mis abuelos nunca ivan x falta de dinero xq les
kdaba lejos y cuando yo me regresaba a m casa me iva sola y la verdad lo k mas me
hizo falta de niña fue mi madre y mi padre, pero pues como iva creciendo iva apren-
diendo tantas cosas cuando iva en 5° de primaria tuve mi primer novio y era 1 año
mas grande q yo, mis abuelos no lo sabían pero como veian k yo le hechava ganas a la
scuela pues no se preocupaban, cuando iva en 6° de primaria me pelee con una chava
k se llama arely y me acuerdo k le rompi la cabeza y pues la amenase q no dijera nada
y cuando Sali de 6° tenia 12 años me faltaba 3 meses para cumplir 13 años, pues ese
dia de mi clausura me dijeron ke tenia ke bailar con mis padres pues mi papá no abia
asistido y pues cuando entre a la secundaria me volvi muy floja ya no le hechaba ga-
nas en esa fecha de septiembre llego mi papá y pues me compraba cosas pero nunca
me de mostro amor, como lo hacían mis abuelos y empeze hacer de la mias a cada 3
dias, tenia novio y mis padres ni por enterados en la secundaria era muy lindo xq me
la pasaba haciendo relajo y cada rato castigada era una temporada muy linda, de ahí
cuando ya iva en la etapa final de la secundaria en 3° sali pansona y pues ya casi de
terminar me alivie y pues tuve una hija muy linda ke todo el mundo la quiere pues mi
madre en ese tiempo estuvo conmigo pero mi abuela me dio la espalda eso fue lo ke
mas me dolio x q me rechazo y ella mas q mi abuela era mi madre bueno sigue siendo
mi madre pero pues ya cuando conoció a su nieta sintió muy feliz después mi madre
desapareció y llevo un año sin saber nada de ella y pues cometi una gran idiotez y
pues llegue a este maldito lugar arrastrando a mi hija a mi hermano, la verdad sufro
y lloro pero dentro de mi xq la verdad nunca voy a demostrar mi debilidad pero la
verdad me siento mal xq nos tenga a mi madre y me hace falta pero pues tengo una
hija tan hermosa k debo amar y cuidar x sobre todas las cosas, pero como dicen akel
que tenga una madre k la sepa cuidar y amar y no la agan sufrir como yo lo hice bue-
no lo hice x venganza x aberme dejado de niña bueno eso es todo lo ke puedo decir.
(Autobiografía escrita de Ana, de DEMA, 2012)
Canica es una ONG cuyo objetivo es trabajar con niños y niñas entre 3 y 14 años
que viven en situación de calle. Está situada cerca de la central de abastos de la
ciudad. Su localización es estratégica pues allí puede captar a los NNA que se en-
cuentran acompañando a sus padres, que trabajan en el mercado. Para corregir esta
“situación de calle”, Canica les ofrece un espacio durante el tiempo en que salen de
la escuela y hasta que sus papás o tutores terminan sus actividades laborales. En
Canica, 52 NNA (24 varones y 28 mujeres) comen, estudian, hacen sus tareas, usan
computadoras y juegan acompañados de profesores que dirigen sus actividades.
Los NNA están divididos en tres grupos de acuerdo a su edad escolar: preescolar (de
2 a 5 años de edad), primaria (de 6 a 12 años), y secundaria/bachillerato (de 13 a
16 años). En el proyecto trabajamos con 15 participantes, cuya asistencia variaba
considerablemente ya que su participación no era obligatoria. Juan, María y Rosa
son tres pequeños de Canica que trabajaron con Itzel y Julia:
Juan está a punto de cumplir cuatro años. Es pequeño para su edad y muy delgado.
Su mamá es soltera y lo tuvo a los 18 años. Su familia consiste en su abuela, que es
como su segunda madre, pues ella lo ve “como su propio hijo”; su abuelo, a quien
Juan le llama “papá”, sus tías, que Juan ve como sus hermanas. Los abuelos de Juan
llevan 19 años vendiendo globos en el zócalo de Oaxaca. Su mamá empezó a ir con su
abuela a vender desde los tres años, y con el tiempo ella también se dedicó a la venta
de globos. Antes de saber de Canica, las dos mujeres se turnaban para cuidar a Juan,
pero ahora que va al albergue, las dos pueden trabajar todos los días…
María tiene cuatro años y va al kindergarden de la Central de Abastos. Tiene una her-
mana de 8 años. Ellas viven con sus padres quienes se dedican a la venta de verduras
los lunes, martes y jueves, aunque hay meses que trabajan todos los días porque la
venta es mayor. A María le gustan mucho las clases en Canica y su respuesta cuando
le preguntamos qué quiere hacer de grande fue: “Estudiar la secundaria”…
De Rosa, de tres años, no pudimos saber mucho porque nunca encontramos su casa,
a pesar de que fuimos a buscarla tres veces. De lo que sabemos, podemos decir que
Rosa vive con sus padres y con su hermana Ana. Su mamá está en este momento em-
barazada, así que Rosa tendrá otro hermanito pronto. Su mamá nunca está en casa
porque trabaja lavando ropa fuera de casa. Por esta razón Rosa va a Canica en lugar
de ir al kínder. La mamá las lleva a las dos a Canica y cuando las pasa a recoger deja a
Ana en la escuela y Rosa y su mamá se van a casa. Rosa es muy callada y siempre que
le hablamos mira al piso. Muchas veces se esconde porque no le gusta participar en
juegos con sus compañeros. Cuando los maestros de Canica la obligan a sentarse con
sus compañeros se la pasa llorando todo el tiempo. Una de las ironías de la vida de
Rosa es que su ropa siempre está sucia y su cara también, mientras su mamá se la pasa
lavando ropa ajena. Es muy posible que en su casa no tengan los servicios necesarios
para asearse o lavar su ropa. (Diario de Itzel y Julia, 2012)
El Estudio sobre Locaciones Sociales nace con dos objetivos principales. Por un lado,
se propone investigar etnográficamente las locaciones sociales de diferentes comu-
nidades vulnerables oaxaqueñas. Por el otro, se considera necesario concientizar a
los jóvenes profesores en formación sobre su papel social y político, particularmente
cuando se atiende a comunidades de este tipo. Para poder llevar a cabo el estudio
se trabajó con 16 estudiantes universitarios en el último año de la Licenciatura en
Enseñanza de Lenguas (inglés) de la Uabjo, los cuales realizarían el servicio social
obligatorio dando clases en DEMA y Canica (de julio de 2011 a junio de 2012). La
primera parte del estudio consistió en introducir a los 16 jóvenes a la investigación
etnográfica y a la pedagogía crítica, lo cual forma parte de su formación como edu-
cadores y se incluye específicamente en los contenidos de varias de las asignaturas
que cursan en la universidad. Este proceso se llevó a cabo durante los primeros meses
Cuestiones de
justicia social:
¿Por qué hay gente
en las prisiones?
Cuestiones de nacionalidad
y apariencia: Identidad:
¿Te gustaría haber nacido en ¿Quién soy?
Estados Unidos?
2
El trabajo previo con los profesores practicantes se llevó a cabo dentro de una dinámica de aprendizaje por me-
dio de la experiencia, en donde ellos tenían que llevar a cabo las actividades para experimentar qué sentimientos
y reflexiones se generaban en ellos y así poder imaginar lo que generarían en sus propios alumnos.
Yo estoy contenta siendo mujer porque es lo que me tocó ser. Aunque a veces he
deseado ser hombre para llegar tarde a casa sin que mis papás me regañen… o tal
vez ser fiel como en ninguna ocasión los hombres lo han sido. (Diario de Eli, 2011)
Sin embargo, mientras avanzaban las discusiones, los y las participantes se fueron
alejando de esa posición binaria tradicional. Las profesoras de los niños y niñas más
pequeños de Canica se toparon con que las decisiones de los niños no correspondían
a lo que ellas habían pensado al planear una de sus actividades: ellas habían pensado
que, al darles a elegir, un niño escogería un carro mientras que las niñas escogerían
los muebles de una casa de muñecas. En DEMA, conforme la discusión se fue desa-
rrollando, los límites descriptivos se tornaron menos extremos y más plurales:
Alicia comentó que ella se describía como “una mujer hermosa e inteligente”, y las
demás empezaron a reírse de ella. Alicia se defendió con groserías y le dijo a Rosario
que ni que ella “estuviera tan bonita”. Al mismo tiempo, Ana afirmaba que las mu-
jeres eran “hombreriegas”. Así se expresó de las mujeres. Alicia le respondió que ella
lo sería, “porque no todas eran así”. (Diario de Mary y Cathy, 2011)
De esta manera quedó definida la posición de tres mujeres que, en medio de bro-
mas y lenguaje coloquial, se alejan de la posición “convencional” de su joven profe-
sora para describirse a partir de autodefiniciones y experiencias propias, además de
mostrar resistencia sobre clasificaciones hegemónicas y estereotipadas.
El proceso que vivieron los diferentes participantes del ELS fue de construcción,
deconstrucción y reconstrucción de identidades, “un proceso de sedimentación, las
formas en que las personas, de manera repetitiva se valen de recursos que gradual-
mente construyen” (Pennycook, 2010, pp. 125-126), en donde la interacción y el
diálogo entre ellos jugó un papel esencial: “El lenguaje y la identidad son moldeadas
por los precedentes y contextos históricos, discursivos, culturales y sociales actuales”
(pp. 125-126).
Tomando en cuenta que los jóvenes profesores están tratando de encontrar una
forma propia de ‘ser y hacer como profesor’, se llevaron a cabo discusiones sobre
cómo la identidad se relaciona con el discurso. Gee (1996), por ejemplo, define el
Discurso (con ‘D’) como “formas de ser en el mundo” (p. viii), ya que “cada Discurso
incorpora una ‘teoría’ tácita e implícita que da cuenta de lo que es una persona
‘normal’ y la forma ‘correcta’ de pensar, sentir, y comportarse” (p. ix). Esas teorías,
según Gee, son lo que se conoce como ‘ideologías’ (p. ix). Siguiendo a Foucault,
Moita Lopes (2002) habla sobre las identidades fragmentadas, las que no son esco-
gidas, sino que son inscritas en relaciones discursivas de poder que son construidas
a través de los Discursos.
Teniendo en mente esta concepción de discurso y su relación con las identidades,
el primer trabajo que los jóvenes profesores realizaron con sus estudiantes consistió
en una primera serie de encuentros etnográficos que tuvieron la función de que los
participantes se conocieran, negociaran el contenido y las actividades del Taller de
Habilidades Múltiples, y de motivarlos para formar parte del ELS y trabajar de ma-
nera colaborativa, participativa y dialógica (Fabian, 2007). Así, en lugar entrevistas
profundas, los encuentros etnográficos (Fabian, 2007) se basaron en la interacción
de los y las participantes dentro del contexto del salón de clases en sus respectivas
instituciones.
En su papel de etnógrafos, la función más inmediata de las y los jóvenes profesores
fue escuchar, escribir y reportar las interacciones con sus estudiantes y las reflexiones
a las que dieron lugar estos encuentros etnográficos. Estos reportes tomaron la forma
de notas de campo, diarios y reportes finales en dos seminarios de licenciatura. Las
reflexiones se dieron durante el transcurso de los dos seminarios que estaban a mi
cargo. Del resultado de estas se hablará en la siguiente sección, después de presen-
tar los resultados en términos del conocimiento producido de manera colaborativa.
El diálogo en los encuentros etnográficos de los que tomaron parte tanto los profe-
sores como los participantes de las dos instituciones generó posiciones y argumen-
taciones fluidas y fragmentadas, algunas de las cuales se analizan a continuación en
cuatro secciones: género y edad, clase social y etnicidad, nacionalidad y apariencia,
y justicia social.
Género y edad
Los temas de género y edad se trabajaron en la misma sesión. Como ya se incluyó
este tema en la sección anterior, aquí solo se presenta un ejemplo referente al tema
de la edad. En todos los grupos de las dos instituciones se llevaron a cabo diferentes
actividades para abordar las diferencias de edad, básicamente contraponiendo las
percepciones de los participantes sobre niños y sobre adultos. Al igual que en el caso
de la discusión sobre género, primero surgió la visión generalizada de que los niños
son inocentes, tiernos, caprichosos, etc., y los adultos son responsables, aburridos
y trabajadores. Sin embargo, estas posiciones se vieron pronto remplazadas por las
varias experiencias y percepciones que contradecían y rebasaban la aseveración inicial.
En Canica, las niñas y niños se centraron en el concepto de trabajo:
Cuando les pregunté si los niños trabajan como los grandes, yo esperaba que dijeran
que no, sin embargo, lo que recibí fue un “sí” de todos. Pregunté qué en donde tra-
bajaban, y ellos rápidamente respondieron: “En la frutería, en los dulces”. Y yo les
dije: “Tú no trabajas, solo le ayudas a tus papás”. Pero ellos insistían que sí trabajaban.
(Diario de Itzel y Julia, 2012)
En DEMA, para alimentar la discusión, una de las profesoras les preguntó si que-
rían volver a ser niños. Muchos contestaron que sí, pues querían volver a la edad de
no tener responsabilidades y de contar con el cariño y apoyo de sus padres. Sin em-
bargo, Rosario cambió el sentido de la discusión súbitamente al compartir su triste
historia de niña maltratada. Su propósito era demostrar que no todos los adultos
eran responsables y cariñosos con sus hijos. Rosario terminó contestando la pregunta
de la profesora de esta manera: “No me gustaría ser niña otra vez [y después de un
momento de silencio]. Bueno, sí me gustaría, pero si me cambian de padres” (Diario
de Mary y Cathy, 2011).
De esta manera, los NNA de DEMA y Canica ayudaron a sus jóvenes profesores
a reconsiderar sus conceptos binarios de género y edad, aprendiendo de la realidad
que muchos otros mexicanos viven en sus vidas cotidianas.
Sobre la actividad de dibujar casas pobres y ricas, Jaime dibujó en la casa de pobre
unas gallinas y Ramón dibujó un coche en la casa de rico. Uno de los chicos (el que
había dicho que no iba a participar en la clase porque necesitaba armar los adornos
para las fiestas patrias), mientras pegaba banderas comentó: “La casa de los narcos
tiene lujos y drogas”. (Diario de Jacob y Gabriel, 2012)
En esta breve descripción que dos profesores hacen de una de sus actividades en
DEMA nos encontramos con dos aspectos interesantes sobre fronteras de clase. Pri-
mero, nos damos cuenta de que, como en la mayoría de ocasiones, los estudiantes
iniciaron la discusión estableciendo la concepción hegemónica que define diferencias
bien marcadas y delimitadas (pobre/rico; gallinas/coche). Pero inmediatamente nos
percatamos, en la siguiente interacción, de cómo uno de los chicos recuerda a sus
compañeros lo complejo y absurdo que resulta este binario. Su comentario, contex-
tualizado en la situación en que se encuentran estos jóvenes y complementado con
otros pensamientos que expresaron en diferentes ocasiones, puede ser entendido de la
siguiente manera: “Los ricos no somos nosotros, y por eso estamos en la cárcel, y los
ricos no están aquí; los narcos son ricos y no están aquí, y nosotros somos pobres y
estamos acusados de ser narcos”. Desde un punto de vista latinoamericano, Williams
añade otra característica importante de la subalternidad: “el límite epistemológico en
el cual lo no hegemónico anuncia los límites del pensar hegemónico” (en Szurmuk e
Irwin, 2009, p. 256).
En el grupo donde participaban las chicas de DEMA también surgió una interac-
ción interesante sobre este tema:
Aquí, las chicas, otra vez entre bromas y juegos, establecen una situación de
frontera opaca. El otro lado queda indefinido debido a la falta de conocimiento del
Otro. Según ellas, no pueden describir algo que no conocen, algo a lo que no tie-
nen acceso y así, de manera por lo demás irónica, la casa del rico quedó vacía en el
dibujo de Ana (figura 2).
pues la casa pobre era más chica y solo aparecía en blanco y negro, mientras que la
ilustración de la casa rica consistía de varios recortes de revistas de decoración en
papel brillante y con muchos colores (figura 3).
Les preguntamos qué casa les gustaba más, la gris o la de colores, y ellos dijeron que
la gris. Me llamó mucho la atención su respuesta pues yo esperaba que escogieran la
más grande, así que empezamos a preguntar qué no tenía la casa de colores que
la casa gris sí tenía, y ellos respondieron, ventanas, patio, flores. Les preguntamos si
les gustaría vivir en la casa de colores y ellos dijeron que no, que la casa gris estaba
más bonita. Yo estaba sorprendida por la respuesta, porque para ellos la casa gris era
la perfecta. Mi compañera y yo tratamos de hacerles ver que la casa de colores era más
elegante, que tenía televisión, y ellos decían que también su casa tenía, y les dijimos
que la casa de colores tenía chimenea, y Bety dijo: “En mi casa yo también tengo”.
Entonces le preguntamos: “¿Tu chimenea está adentro o afuera?”. Y ella respondió:
“Afuera”, y comenzó a describir su chimenea diciendo que le ponían palos para que
prendiera. Entonces solo pensé que a lo que ella se estaba refiriendo era al “fogón”, y
que para ella tenía el mismo valor que chimenea. (Diario de Julia, 2012)
Nacionalidad y apariencia
Los temas de nacionalidad y apariencia también permitieron el surgimiento de situa-
ciones de frontera fluidas y debatibles. Dos jóvenes profesores en DEMA describieron
la posición identitaria de uno de sus alumnos:
Hoy comenzamos a ver los países y los gentilicios de cada uno de los que están men-
cionados en el libro de ejercicios. Jaime comentó: “Yo no soy mexicano, soy istmeño”.
Nosotros le dijimos que el istmo pertenece a Oaxaca, y que Oaxaca pertenece a México,
y que por lo tanto era mexicano… Pasamos a la pregunta de What do you do? Jaime
contestó rápidamente: “Soy narco”. (Diario de Jacob y Gabriel, 2012)
de los contextos y culturas locales. Más adelante, en esa misma clase, Jaime tiene
otra vez la oportunidad de posicionarse contrahegemónicamente al contestar abier-
tamente sobre su ocupación. La mención de una ocupación por demás controver-
tida en los momentos que está viviendo el país muestra resistencia, pero también
honestidad; otro elemento contradictorio, pues, de acuerdo al sentido hegemónico,
los narcos no son personas honestas. Según Williams,
El binario bueno/malo y las situaciones de frontera con las que juega Jaime son
un tema que aborda también Armando, un alumno de reciente ingreso a DEMA y
que sufre de lento aprendizaje, según fueron informados sus profesores. Durante la
discusión sobre los contrastes entre México y Estados Unidos, “Armando preguntó
que si los norteamericanos eran malos, a lo que comentamos que había personas
buenas y malas en todos los países, por lo tanto no podíamos hacer una generaliza-
ción como esa” (Diario de Jacob y Gabriel, 2012).
La pregunta ingenua de Armando responde al contexto local de Oaxaca, en donde
la mayoría de los muchachos adolescentes de clase baja, tanto rural como urbana,
abrigan la esperanza de irse a los Estados Unidos para trabajar y así solucionar sus
problemas económicos. La imagen que puede tener Armando de los estadounidenses
se ve alimentada por la fuerte presencia de turistas en Oaxaca, quienes obviamente
tienen una forma de vivir diferente a los oaxaqueños. En el fondo, Armando piensa
que ser norteamericano no puede ser tan malo:
Justicia social
Por último, el tema de justicia social fue de interés especial para los NNA de DEMA,
ya que se mostraron bastante conscientes de que los Discursos alrededor de este
tema los involucran directamente:
A la pregunta de ¿por qué existe DEMA?, Esmy respondió que es para corregir sus
errores y que muchos hacen las cosas sin pensarlas. Ella está muy arrepentida de ha-
ber hecho lo que hizo porque si no lo hubiera hecho estaría con su hija, que ya tiene
4 años, y añadió que “gracias a Dios” ya iba a salir. Las demás chicas también dijeron
estar arrepentidas. Cuando les preguntamos: “¿Quiénes están afuera?” Alicia comentó
que “los que están afuera son los delincuentes”, y que hay peores criminales que ellos,
y Esmy, Ana, e inclusive Rosario, asienten con la cabeza como haciendo un gesto de
“Sí, tiene razón”. Ana agregó que ella es inocente, y dijo que los inocentes y víctimas
son quienes están adentro y los culpables y los verdaderos criminales están afuera y
no les hacen nada. (Diario de Mary y Cathy, 2012)
enfoque del proyecto ELS. Estos cambios se dieron a partir de decisiones interactivas,
generadas a partir de los momentos de reflexión de la práctica etnográfica durante
la implementación del proyecto.
Cabe señalar en este momento que, después de la selección de los jóvenes
profesores que solicitaron participar en el proyecto, se llevó a cabo un trabajo de
concientización y capacitación. Durante varios meses, nos reunimos dos veces a
la semana en sesiones de dos horas para reflexionar sobre los conceptos teóricos
y metodológicos, y para planear el trabajo etnográfico que se llevaría a cabo con
los participantes de cada institución donde inicialmente la tarea principal era la
impartición de clases de inglés. No obstante, el primer elemento que tuvo que
considerar una modificación y adecuación fue el enfoque de la práctica docente,
a partir de las necesidades expresadas por las instituciones participantes. DEMA
hizo patente la necesidad de que los profesores practicantes trabajaran talleres
manuales —para realizar artesanías— y teatrales —“lo que ha resultado muy
positivo en otros planteles de este tipo”, expresó el titular de esta institución—.
Con respecto a Canica, a los profesores se les requirió hacer su servicio social alre-
dedor de las necesidades relacionadas a las diferentes edades de los participantes.
El grupo de los más pequeños requería de asistencia para sus actividades de recrea-
ción y desarrollo social, mientras los más grandes necesitaban apoyo en las tareas
y trabajos escolares, así como en el desarrollo de habilidades de lectoescritura. El
segundo elemento lo constituyeron las necesidades específicas de los participan-
tes del proyecto, quienes expresaron su interés en un rango muy variado, que iba
desde aprender inglés con fines laborales —para trabajar con el turismo o irse a
Estados Unidos— hasta participar en actividades interesantes y divertidas —y salir
del tedio de sus vidas cotidianas—. Así, los jóvenes profesores reconstruyeron el
programa de su curso de inglés, que pasó a ser el Taller de Habilidades Múltiples,
donde el inglés era solo un elemento más, pero no el único. La urgencia ahora era
la conexión de los aspectos expresados por instituciones y participantes con los
requerimientos del programa educativo de la Uabjo, que les obliga a aplicar los
conocimientos, habilidades y actitudes en la enseñanza, particularmente para la
enseñanza del inglés en un contexto sociocultural específico.3
A pesar de que desde el principio del proyecto se había pensado en encuentros
etnográficos, más que en clases ‘convencionales’ de inglés, como la mejor vía para
3
El objetivo del Taller de Habilidades Múltiples terminó definido como el desarrollo de habilidades diversas
(sociales y de colaboración, orales y de lectoescritura en español o inglés, manuales, creativas y recreativas, etc.) de
acuerdo a las necesidades individuales, grupales e institucionales (tanto de la Uabjo, como de DEMA y de Canica).
Conclusiones
La primera conclusión de la que nos percatamos los jóvenes profesores y yo misma
como diseñadora principal del proyecto durante el ELS es que nos habíamos que-
dado cortos al definir el objetivo de enseñanza. Pronto nos dimos cuenta de que
enseñar inglés no era importante. De ahí la decisión de todos los profesores de no
realizar ninguna evaluación de aprendizaje, que un profesor de inglés sí hubiera
considerado como parte de su papel dentro del salón de clases. Como uno de ellos
expresó: “No podíamos considerarnos la autoridad, si eran ellos los que nos habían
enseñado tanto”. Esta realización también favoreció la apertura de fronteras rígidas
y bien definidas para dar paso a fronteras fluidas y flexibles. En cuestiones éticas, los
jóvenes investigadores aprendieron la ética del etnógrafo que va más allá de la confi-
dencialidad y el anonimato de los participantes, pues también incluyó el no revelar
los secretos que sus estudiantes les habían contado y que no podían ser incluidos en
ninguno de sus diarios, discusiones en clase ni reportes finales.
El objetivo del estudio del término de frontera es la “visibilización de inequi-
dades, resistencias y negociaciones ocultas o explícitas frente al poder. Acentúa,
en particular, actos de demarcación de límites, asimetrías, o cruces entre prácticas
pedagógicas hegemónicas con aquellas que plantean algún tipo de corte o desvío”
(Belausteguigoitia, en Szurmuk e Irwin, 2009, p. 107). Las sociedades subalternas
dentro de un sistema dominante se caracterizan por la subordinación (Guha, en
Szurmuk e Irwin, 2009, p. 255) a partir de características como clase, edad, etni-
cidad, oficio, género, etc. Reforzando esta idea, también se ha usado el término de
“sociedades silenciadas” para aquellas sociedades cuyas producciones orales o escritas
existen, pero solo de manera local, sin que se hayan tomado en cuenta dentro de
la producción planetaria del conocimiento, determinada por las sociedades desa-
rrolladas y silenciadoras (Mignolo, 2000, p. 72). A partir de estos constructos, se
puede afirmar que las dos instituciones de las que hemos hablado aquí atienden a
poblaciones que provienen de sociedades subalternas, pero que, en su condición de
pobreza o transgresión, han tenido que salir de estas. Así, estamos hablando de lo
doblemente subalterno, ya que las características y los antecedentes de estos niños
y adolescentes, los contextos institucionales en que se encuentran y la percepción
externa de la sociedad y su hegemonía colonizadora los representan dentro de las
escalas más bajas de la valoración social, partiendo de lo que Zuleta llama la “moral
de la crueldad” (2010).
Sin embargo, el subalternismo, según Mignolo, “significa la posibilidad de es-
tablecer un vínculo teórico con las diferentes regiones periféricas afectadas por la
colonialidad del poder; cruzar fronteras y poner a conversar a los afines” (en Szurmuk
e Irwin, 2009, p. 258). Los registros que hemos leído y analizado en las páginas
anteriores nos han dado acceso a las variadas situaciones de frontera fluidas y escu-
rridizas, obscuras y transgresoras con las que los actores de esta doble subalternidad
actúan sus propias identidades al mismo tiempo que las construyen, reconstruyen
y deconstruyen. Ya de entrada, la doble subalternidad se puede entender como una
situación de frontera, en donde los NNA han transgredido las leyes sociales, en el
caso de DEMA, o están en riesgo de escoger el “desvío” (Boumard y Cohn-Bendit,
1995) como criterio para la acción, como es el caso de Canica.
Es así como los espacios que todos los participantes de este proyecto hemos creado
juntos no son globalizados sino mundializados, lo que significa que en ellos hemos
construido “historias locales en las cuales las historias globales se adaptan, adoptan,
transforman y rearticulan” (Mignolo, 2000, pp. 278-279). También podemos hablar
de nuestros encuentros como pequeñas locaciones de “resistencia, cambio, adap-
tación y reformulación” (Pennycook, 2010, p. 79), la “perspectiva de resistencia”
de la que habla Canagarajah (1999): “las formas en que los sujetos postcoloniales
‘encuentran maneras de negociar, alterar y oponerse a las estructuras políticas, y la
manera en que reconstruyen sus lenguajes, culturas e identidades para su provecho’”.
El propósito de nuestros encuentros etnográficos, nuestros diálogos e inte-
racciones fragmentadas ha sido proporcionar un poco del material cultural —las
discusiones de situaciones de frontera— que posiblemente les ayudará a estos jó-
venes actores sociales a construir, reconstruir o deconstruir nuevas identidades que
“redefinan su posición en la sociedad”, no a la manera en que lo dicta el Discurso
institucional de “reinserción a la sociedad”, sino de manera que “busquen la trans-
formación de la estructura social total” (Castells, 1997, p. 9) con un “proyecto de
una vida diferente, quizá basándose en una identidad oprimida, pero expandiéndose
hacia la transformación de la sociedad como la prolongación del proyecto de iden-
tidad” (p. 10). No obstante, este propósito no solo va dirigido a los participantes de
estas dos instituciones, sino que también incluye a los profesores practicantes, ya
que ellos precisan entender que la intención de este tipo de trabajo no es “rechazar
el inglés”, sino, como afirma Canagarajah, “reconstituirlo en términos más demo-
cráticos, éticos e inclusivos” (1999).
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No es fácil tener un amigo estadounidense. Solo tenemos una clase juntos, pero no tenemos muchas
oportunidades para conversar con ellos y cuando hay que trabajar en grupo, ellos sienten que
nosotros somos estúpidos o algo así. Tenemos miedo de hablar.
Los comentarios de Kim reflejan la difícil tarea que enfrentan los estudiantes uni-
versitarios internacionales que estudian inglés como segunda lengua. Ellos no solo
tienen que adquirir la gramática, el vocabulario y las funciones del idioma inglés,
sino también aprender a negociar identidades, culturas y relaciones de poder como
parte del aprendizaje del discurso académico. Las palabras de Kim nos dan una idea
de cómo experimentó el proceso de socialización en un mundo académico lleno de
tensión, de lucha interna y de desgaste emocional.
El discurso de la comunidad académica representa a una comunidad cultural
aislada que tiene sus propias expectativas, suposiciones y convenciones. Gee (2012)
nos recuerda que los Discursos (con mayúscula) son “maneras de comportarse, de
interactuar, de valorar, de pensar, de creer, de hablar […] aceptadas por grupos es-
pecíficos” (p. 3). El discurso académico tiene estructuras y formas de comunicación
particulares “que son privilegiadas, esperadas, cultivadas, convencionalizadas o ri-
tualizadas […] y [que son] evaluadas por los instructores y las instituciones” (Duff,
2010, p. 175). Estas reglas, convenciones y prácticas culturales a menudo se dan
por sentadas y casi nunca son explícitas. Cuando se comprenden y son usadas por
los individuos de manera adecuada y efectiva en diferentes contextos sociales, cons-
tituyen una forma de “capital cultural”, en los términos de Bourdieu (1986). Para
tener éxito en las comunidades académicas, los estudiantes nuevos, o principiantes,
deben tomar conciencia con respecto a cómo las fuerzas sociales dentro del discurso
académico afectan la organización y la interpretación de las interacciones; y también
a cómo las características de sus propias identidades —referidas a, por ejemplo, sus
etnicidades, géneros, idiomas y particularmente a sus conocimientos del idioma
inglés— los posicionan en relación con otros miembros de la comunidad.
El proceso de socialización académica no es simplemente un proceso pasivo y
predeterminado de adquisición de conocimientos y habilidades, o una imitación
o reproducción de normas culturales preestablecidas. Los discursos propios de las
comunidades son entidades dinámicas que están en constante movimiento, por lo
tanto dicho proceso de socialización involucra “la negociación de dos frentes, en lu-
gar de una enculturación unidireccional [solamente]” (Morita, 2004, p. 575). Los
miembros principiantes de una comunidad cuentan con capacidades de agencia y
resistencia, de innovación y autonomía que a menudo les permiten experimentar
transformaciones personales durante el proceso de socialización (Duff, 2010). Sin
embargo, este proceso involucra retos, conflictos internos y ansiedades.
El estudio aquí presentado se desarrolló en el contexto de un curso avanzado de
inglés (ESL, por sus siglas en inglés) con énfasis en habilidades de comunicación oral
para estudiantes internacionales, quienes planeaban ingresar a programas acadé-
micos en universidades en los Estados Unidos. En este curso, los estudiantes con su
profesora Maria se comprometieron a realizar un estudio etnográfico colaborativo
para indagar la naturaleza de las prácticas discusivas de ese contexto y reflexionar
sobre su propio proceso de socialización académica. Como tarea de clase, Maria di-
señó su Proyecto de Investigación sobre Lenguaje, el cual invitó a los estudiantes a
realizar observaciones y recolectar datos sobre sus interacciones con otros miembros
de la comunidad académica.
El proyecto consistió en que los estudiantes hicieran observaciones y compartieran
sus hallazgos y reflexiones a través de reportes escritos, discusiones en línea con sus
compañeros y diarios auditivos con Maria. Este proyecto tomó como base trabajos
realizados por Norton (2000), en los que pondera “la investigación social en el aula”
(p. 152), y por Hall (1999), quien propone proyectos que motivan a los estudiantes
no solo a reproducir los roles de los hablantes nativos, sino también a empoderarlos
para que tomen decisiones informadas sobre la manera en que usan el lenguaje.
Perspectivas teóricas
El proceso coinvestigativo
Pienso que nosotros [los franceses] tenemos más contacto físico que los estadouni-
denses. Por ejemplo, nosotros a menudo no nos damos la mano, salvo que sea alguien
a quien no conocemos bien, pero nos besamos mucho, quizás demasiado. Estamos
acostumbrados a tener menos espacio personal que los estadounidenses sobre todo
cuando hablamos. Pero no sonreímos cuando alguien nos mira en la calle, por ejemplo.
¡Eso da pena! (Liana, estudiante universitaria de Francia)
Una vez que los estudiantes habían participado en estas discusiones, iniciaban la
planeación de sus proyectos individuales. Muchos prepararon un diario auditivo en
el que seleccionaban los temas en los que deseaban profundizar. La realización de
esta actividad les ayudó a formular sus preguntas de investigación. Maria escuchaba
sus diarios y grababa su propia retroalimentación para los estudiantes, creando un
diálogo con ellos.
Mencionaste que algunas veces te sentías incómodo o te daba vergüenza cuando in-
tentabas expresar tus ideas… Bueno, eso es muy natural, pero pienso que no deberías
sentirte avergonzado por ello. Después de todo, tú sabes, eres bilingüe, hablas dos
idiomas. Las personas deberían entender que el inglés es un idioma extranjero para ti y
que no siempre va a ser fácil. (Diálogo en un diario auditivo entre Maria, la profesora,
y Yoon, estudiante universitario de Corea del Sur)
“congelo”, me pongo nerviosa. Así me sentí cuando empecé las clases en la universidad.
Cuando mi grupo me preguntaba qué había aprendido de la clase, me convertía en
una roca. Aunque tuviera una buena idea, no les daba mi opinión a ellos. (Eun-Hee,
estudiante universitaria de Corea del Sur)
Después de que los estudiantes recolectaron los datos y los analizaron en cla-
se, estuvieron listos para continuar el trabajo de campo. Los estudiantes hicieron
observaciones en contextos tales como salones de clase, sesiones de talleres, en-
cuentro con grupos de estudio y en las oficinas de los profesores. La mayoría de los
estudiantes recolectaron sus datos a través de notas de campo y un grupo escogió
grabar y transcribir sus interacciones. Después de cada observación, los estudiantes
examinaron la información que habían recolectado y escribieron reportes breves so-
bre sus observaciones en los que reflexionaban sobre sus experiencias e intentaban
dar respuesta a las preguntas de investigación que ellos mismos habían formulado.
Algunos ejemplos de las preguntas de investigación formuladas por los estudiantes
son: ¿Cuáles son las diferencias en los estilos de comunicación de hombres y muje-
res? ¿Cómo expresa la gente el desacuerdo en las interacciones formales? ¿Cómo el
lenguaje corporal mejora la comunicación en situaciones académicas? ¿Cómo in-
terrumpe la gente de manera educada? En clase se generaron discusiones llenas de
entusiasmo sobre sus hallazgos y también intercambios de ideas sobre las posibles
interpretaciones de los datos.
Basándose en los análisis de sus observaciones, los estudiantes usaban las discu-
siones en línea como una oportunidad para compartir y tratar de entender sus ha-
llazgos. Comparaban y contrastaban las interacciones que ellos habían observado y
a la vez revisitaban sus comentarios autorreflexivos escritos en línea. Cuando tenían
la oportunidad, respondían con más preguntas y reflexiones a los comentarios que
ellos mismos habían escrito. Maria contribuía a la discusión en línea, agregando sus
propias ideas y preguntas. Este proceso colaborativo de análisis de datos continuo
enriqueció significativamente la experiencia coinvestigativa. Los dos testimonios a
continuación muestran intercambios entre dos estudiantes, y entre un estudiante
y la maestra Maria. En ambas situaciones, los interlocutores aclaran y amplían sus
comprensiones sobre los factores complejos que afectan las interacciones.
Tu reacción… es similar a la mía. Para mí, cuando me siento segura de que mi opinión
es correcta discuto con mucha confianza. Por otro lado, si no estoy segura, solo escucho
y trato de entender la opinión de las otras personas. Además, la mayoría del tiempo
depende del tema de la discusión, esto es, si me siento cómoda con el tema, siempre
me siento segura de poder debatir. (Diálogo en línea entre Porntipa, estudiante uni-
versitaria de Tailandia, y Amy, estudiante universitaria de Taiwán)
¡Tu descripción de cómo el lugar puede influir en la manera en que usamos los gestos
es muy interesante! El ambiente físico alrededor nuestro, por ejemplo, los objetos, los
muebles, el plan de una sala, puede tener un efecto profundo en la manera cómo nos
comunicamos, pero a menudo no nos damos cuenta de esto. También mencionaste
que las personas usan gestos sin darse cuenta de que los están usando. ¡Pienso que
tienes razón! Muchas reglas de comunicación no son explícitas; entonces, la mejor
manera de aprenderlas es observar a las personas en estas interacciones. (Diálogo en
línea entre Maria, profesora, y Jin Young, estudiante universitario de Corea del Sur)
Al término del curso, los estudiantes prepararon una última reflexión en un dia-
rio auditivo para evaluar el proyecto en su totalidad. Usaron la información de sus
instrumentos de recolección de datos, los reportes de sus observaciones, los diarios
auditivos y las discusiones en línea para reflexionar sobre lo que habían aprendido.
También intercambiaron ideas de lo que les había sorprendido y compararon los datos
con situaciones similares en sus países. Finalmente, hicieron planes para desarrollar
acciones relativas a su participación en interacciones futuras.
Ahora no veo la vida como lo hacía antes. Pienso que lo que usaré en el futuro es te-
ner una mente más abierta sobre las diferencias que he observado. (Liana, estudiante
universitaria de Francia)
que la distanciaban de sus estudiantes. Sin embargo, su aspiración era crear una
comunidad de investigación basada en la negociación y la reciprocidad, sobre todo
al comprometerse con esta coinvestigación en el salón de clase. La estructura del
Proyecto de Investigación sobre Lenguaje les ayudó a unirse más durante el análisis
de los datos; a la vez, les dio ánimo, elogios y retroalimentación positiva a cada uno
de ellos. Similar a Milstein (2010), “la decisión de incluir [a mis estudiantes] como
colegas e interlocutores me dio perspectivas que enriquecieron varios aspectos de mi
trabajo” (p. 11). Al leer las observaciones y las reflexiones de los estudiantes durante
el proceso investigativo, Maria pudo entender mejor las experiencias de ellos fuera
del salón de clase y los retos diarios que enfrentaban en una comunidad universitaria.
Los conocimientos logrados a lo largo de este estudio le han posibilitado una mejor
comprensión de las experiencias de los estudiantes y el desarrollo de un trabajo más
crítico en la práctica diaria dentro de las aulas como profesora universitaria.
Esta parte del capítulo se centra en las reflexiones de dos estudiantes: Kim y Mark,
quienes ayudaron a Maria a explorar la forma en que los estudiantes negociaban
sus identidades, sus emociones y las relaciones de poder dentro de una comunidad
académica durante este proceso colaborativo de investigación.
Kim era una estudiante universitaria de Corea del Sur y tenía alrededor de veinte
años. Se estaba especializando en literatura inglesa. Cursó el tercer año de estudios en
una universidad coreana y fue a los Estados Unidos como parte de su experiencia en el
extranjero por un año. Después de ese año, su plan era regresar a Corea del Sur para
estudiar un año adicional y obtener su título universitario. Mark era un estudiante de
postgrado de Taiwán, y tenía alrededor de veinticinco años. Deseaba especializarse
en pesquería y fauna silvestre. Acababa de obtener su grado de maestría en Taiwán
y había venido a los Estados Unidos para seguir sus estudios doctorales. Tomaba
clases de inglés antes de ser admitido al programa de postgrado de tiempo comple-
to. Tanto Kim como Mark eran jóvenes que experimentaban, por primera vez, el
sistema de una universidad extranjera.
Mark y Kim fueron seleccionados para este análisis por varias razones. Ellos fue-
ron parte de los diez estudiantes que participaron en las entrevistas con Maria dos
trimestres después de que el curso hubiera terminado. Por lo tanto, tuvieron la opor-
tunidad de continuar su participación en diálogos y reflexiones mientras iniciaban
sus estudios académicos en sus respectivas disciplinas. Mark y Kim eran de Asia, y
compartían la etnicidad de la mayoría de los alumnos de la clase (así como también
Kim reflexiona sobre los esfuerzos para unirse al grupo de estudio y para traba-
jar colaborativamente con sus compañeros estadounidenses en la preparación para
su examen de medio trimestre (“teníamos que formar grupos para nuestro examen
de medio trimestre”). Sin embargo, no es capaz de contribuir a la reunión porque
siente que “fastidiaba” a sus compañeros. Ella se mantiene en silencio durante la
reunión porque asume que sus compañeros no apreciarán sus contribuciones por
lo limitado de su inglés. Kim empieza a tener un diálogo interno, como si tomara
la voz de un compañero estadounidense, y se refiere a sí misma en tercera persona:
“Está esta chica que no puede hablar inglés muy bien… Y quizás ellos piensan que
ella no puede ayudarlos”. Kim luego explica que los estadounidenses muchas veces
son poco serviciales o renuentes a cooperar con los estudiantes internacionales en
los proyectos de grupos. Así cuenta la experiencia de su amiga coreana:
Y escuché a mi otra amiga… Cuando hubo un grupo de estudio o algo así, ellos [los
coreanos] piensan que los estadounidenses no quieren que ellos estén en sus grupos…
Y mi amiga dice que no es fácil hacer amistad con los estudiantes estadounidenses.
Los estudiantes solo toman una clase juntos, pero no tienen muchas oportunidades
para hablar con ellos y cuando hay que formar grupos, ellos [los coreanos] se sienten
estúpidos o algo así. Ellos tienen miedo de hablar… Ella comentó que algunas personas
no quieren hablar con ellos, y si hay una reunión, algunas veces no los llaman. Los es-
tadounidenses hacen el proyecto por sí solos y luego ella solo obtiene el producto final.
Al inicio del trimestre, fui a hablar con él sobre la clase y yo deseaba saber qué tipo
de clases él nos iba a dar y además deseaba que supiera que yo era una estudiante in-
ternacional y que mi… primera lengua no era inglés. Él entendió que yo no era muy
buena hablando y escuchando en inglés… Le pregunté: “¿Puedo usar un diccionario
durante el examen, porque no soy muy buena en inglés y todo?”. Y él dijo: “Está
bien”. Y él dijo que le daría gusto volver a reunirse conmigo en cualquier momento.
“Entonces si tienes alguna pregunta o algún problema, puedes venir a mi oficina”.
Pero después de esa reunión no regresé a su oficina.
Kim dio el primer paso al visitar al profesor para presentarse y pedirle permiso
para usar un diccionario durante los exámenes. El profesor fue receptivo frente a
sus necesidades; le dio permiso para usar el diccionario —lo cual es una adaptación
de enseñanza razonable— y la motivó a que regresase a su oficina en cualquier mo-
mento que necesitara su ayuda. Kim demostró un gran sentido de agencia en su
determinación de visitar al profesor en su oficina y al negociar el uso del diccionario.
Sin embargo, en esta situación ella se posicionó en desventaja al informar a su pro-
fesor que no era “buena en inglés” y al no aprovechar el ofrecimiento del profesor
para tener más apoyo (“después de esa reunión no regresé a su oficina”). La imagen
de Kim de “estudiante internacional” que no es “tan buena en hablar y escuchar
en inglés” puede haber influido en las subsiguientes acciones del profesor en clase:
Entonces, después de esto, un día, él necesitaba preguntar algo a toda la clase. Pero él
sabía que yo era algo miedosa… Él preguntó a cada estudiante, excepto a mi fila…
Él preguntó: “¿Qué tenemos [para hoy]?” “Siguiente, siguiente, siguiente, siguiente”.
De hecho, él sabe el nombre de todos los estudiantes en la clase, él también sabe mi
nombre. Él se saltó una o dos filas. Una de ellas era mi fila… Eso me contentó… Yo
estaba muy nerviosa y creo que el maestro lo entendió.
Tal como lo describe Kim, su profesor pidió a cada estudiante en clase que res-
pondiera una pregunta y llamó a los estudiantes uno por uno, de acuerdo a como
estaban sentados (“Él preguntó: ‘¿Qué tenemos [para hoy]?’, ‘Siguiente, siguiente,
siguiente, siguiente’”). Sin embargo, como él sabía que Kim “estaba muy nerviosa”,
él decidió no preguntar a los que estaban sentados en su fila (“Él se saltó una o dos
filas. Una de ellas era mi fila”). El profesor de Kim parecía ser muy perceptivo ante
su aprehensión de no hablar en voz alta en la clase. No solo decidió no hacer una
pregunta a Kim, sino que decidió saltarse la fila entera para no centrar la atención
en ella.
El profesor de Kim quizás demostró un juicio experto en su decisión de no ponerla
en una situación incómoda. Este era el primer trimestre de Kim como estudiante en
una clase universitaria en inglés. Probablemente ella necesitaría más tiempo para
sentirse segura en el uso del idioma antes de hacerla participar oralmente en clase. Sin
embargo, Auerbach (2000) expresa que debemos “ser cuidadosos de no silenciar a los
estudiantes mientras respetemos su silencio” (p. 162). Supongamos por un momento
que todos los profesores de Kim —presentes y futuros— decidieran hacer lo que
este profesor hizo: pasar por alto a una estudiante cuando se hacen preguntas para
todos, sin esperar nunca que esa estudiante alcance el mismo nivel de participación
que sus compañeros de clase. En tal sentido es difícil imaginar cómo Kim podría
empezar a interactuar en las discusiones de clase sin ser motivada a hacerlo por sus
profesores. Kim probablemente continuaría en silencio y nunca contribuiría a los
diálogos en clase y a la construcción colectiva del conocimiento. Su autoimagen de
“estudiante internacional” que no es “tan buena en sus habilidades de habla y escu-
cha” se perpetuaría a lo largo de su profesión universitaria. Kim reflexionaba que
“eso la alegró”. Kim fue capaz de negociar activamente un acuerdo con el profesor,
esto es, su silencio en clase, que, si bien le daba una posición marginal, le sirvió para
estar cómoda en el salón de clase.
Hace tres o cuatro semanas, tuve un gran pesar [porque] no pude hacerme entender
muy bien; entonces ellos [compañeros de clase] pensaron que mi idea no era muy va-
liosa… Yo pensé que el trabajo era muy fácil para mí, tú sabes. Pero no pude explicar
todas las cosas muy bien.
Mark describe que el trabajo en grupo en ese día fue particularmente fácil para
él, entonces estaba decidido a explicar la solución a su grupo. Sin embargo, como no
pudo expresarse muy bien en inglés, sus compañeros de grupo sintieron que su idea
“no era muy valiosa”. Él continuó describiendo su persistente intento de encontrar
a un miembro de grupo que pudiera escuchar sus ideas:
Pienso que pueden ser perezosos o algo así, porque cuando explico la idea de una ma-
nera y ellos no pueden entenderme, intento de otra manera y de una tercera manera y
de una cuarta manera. Pero de repente después de la segunda manera ellos dicen “Está
bien, está bien”… Intenté hablar con uno de ellos, pero él dijo “Está bien, está bien”.
E intenté otra vez y él dijo: “Está bien, está bien”. ¡Y finalmente encontré a alguien!
Y luego el [compañero] que fue paciente conmigo, explicó mi idea a los otros miem-
bros del grupo. Entonces, tres o cuatro miembros del grupo estuvieron haciendo el
proyecto a mi manera. Pero nadie sabía que era así. ¡Todos pensaban que era a su
manera [la del compañero] y no la mía!
fue quien explicó la solución a los otros, todos en la clase pensaron que esta idea
era del compañero y no la idea de Mark. Por un lado, la resistencia y perseverancia
dio buen resultado porque él pudo ser capaz de contribuir al grupo y hacer valer su
competencia académica. Sin embargo, no logra ser reconocido por el grupo como
un miembro competente de la clase porque todos asumieron erróneamente que su
compañero local —y no Mark— había sido quien encontró la solución al proble-
ma. Este tema de resistencia y perseverancia estuvo presente también cuando Mark
reflexionó sobre sus interacciones con sus profesores.
Mark describe a un maestro que parecía ser más sensible a sus retos lingüísticos
pero que menoscababa sus acciones y su autoestima.
El profesor de Mark parecía estar consciente de las dificultades que él tenía con el
idioma y de sus esfuerzos por mejorar en clase. Al final del trimestre, cuando Mark
recibió una nota baja, el profesor decidió aumentarle la nota “[porque él era] un
estudiante internacional”. Esta situación hizo que Mark se sintiera “muy molesto”.
Como lo menciona Mark, él siempre había sido un “buen estudiante” en Taiwán
y no quería “obtener una nota por la buena voluntad [de un maestro]”, él quería
recibir notas que reflejaran su “esfuerzo”.
A pesar de sus buenas intenciones, el maestro actuó, en cierta medida, quitán-
dole el poder a Mark. El maestro parecía tener empatía con los desafíos de Mark
como estudiante internacional, quizás tomando en cuenta el esfuerzo lingüístico
y cultural que Mark estaba llevando a cabo. Sin embargo, en lugar de adaptar la
instrucción a fin de que Mark pudiera sobresalir por sus propias habilidades, optó
simplemente por subir su calificación al final del trimestre. Aun así, Mark decidió
demostrarle su competencia académica a este profesor: “Entonces, antes de salir de
su oficina, le dije: ‘Me matricularé en su clase el siguiente trimestre… Y le prometo
que obtendré una mejor nota’”.
Mark dijo que se registró en un curso diferente, pero con el mismo maestro en el
siguiente trimestre. Él grabó todas las clases y las escuchó otra vez en casa, tomando
notas detalladas. En esta oportunidad el maestro también le dio algunos apuntes para
La agencia y la resistencia
Algunos aspectos de las identidades de Kim y de Mark tales como sus géneros, sus
edades, sus etnicidades, sus niveles académicos y sus metas indudablemente tuvie-
ron un impacto en los resultados de sus interacciones con sus compañeros de clases
y sus profesores, y en las estrategias que usaron para negociar su participación en
actividades académicas. La identidad femenina de Kim puede haber jugado algún
rol en la respuesta de su profesor a su petición. Las metas académicas de Mark como
estudiante graduado pueden haber influido en su deseo de “probarse a sí mismo”
ante sus compañeros de clase y su profesor. En ambos casos, la etnicidad asiática de
Kim y de Mark puede también haber afectado los juicios, intercambios y acciones
generadas durante las interacciones comunicativas. Sin embargo, es importante notar
que tanto Kim como Mark hicieron uso de sus capacidades personales de agencia,
emplearon estrategias de resistencia y generaron posiciones identitarias alternativas
que encajaron dentro de sus necesidades individuales.
Canagarajah plantea la necesidad de emplear “teorías de resistencia” en la inves-
tigación de prácticas educativas para explicar cómo los individuos pueden desarrollar
Kim y Mark usaron diferentes maneras de resistencia para negociar sus iden-
tidades con sus compañeros y sus profesores dentro del discurso dominante de la
universidad. Kim visitó al profesor en su oficina y negoció su silencio durante las
discusiones de toda la clase. En los trabajos de grupo con sus compañeros, ella tam-
bién decidió estar en silencio como para no “molestarlos” con su inglés que no era
“muy bueno”. A Kim, su silencio la hacía sentirse segura y relajada. Ella se sentía
“contenta” sabiendo que su profesor no le haría responder preguntas en frente del
grupo. Por otro lado, Mark se resistió a aceptar la posición que define al estudiante
internacional como un sujeto trabajador pero débil. En las interacciones con sus
amigos, continuó negociando significados a pesar de que sus compañeros intentaban
silenciarlo. Y desafió al profesor al matricularse en otro curso y probar que podía
obtener una buena nota por mérito propio, sin depender de la “buena voluntad” del
profesor. Aunque Kim y Mark obtuvieron diferentes resultados desde la perspectiva
de estrategias de resistencia, a ambos les permitieron participar en una comunidad
académica bajo sus propios términos.
Recientes estudios de Leki (2001) y de Morita (2004) también encontraron que
los estudiantes internacionales enfrentan grandes retos al negociar sus propias identi-
dades y estatus para ser reconocidos como miembros legítimos y competentes en las
comunidades académicas. En el estudio de Leki, hablantes nativos de inglés usaron
su poder para negar el acceso a los estudiantes internacionales a algunas prácticas
en el salón de clase, específicamente en el contexto de trabajo en grupos pequeños.
En el estudio de Morita, tanto las relaciones con compañeros como con el contexto
curricular y pedagógico impactaron en la participación plena de los estudiantes in-
ternacionales durante las prácticas en clase. Morita encontró que sus participantes
experimentaron algunas transformaciones personales a través del proceso de negocia-
ción de su participación en la comunidad. Al igual que Kim y Mark, los estudiantes
de Morita “intentaron moldear su propio aprendizaje y su participación ejerciendo
su capacidad personal de agencia y negociando activamente sus roles y posiciones
en sus comunidades académicas” (p. 590).
El presente estudio también guarda relación con otros trabajos llevados a cabo en
clases de primaria y secundaria. Por ejemplo, el estudio de Toohey (2000) sobre niños
que aprenden inglés en un salón de primaria exploró cómo las diferentes prácticas en
clase afectaban las posibilidades de los niños para aprender inglés. Específicamente,
la investigadora examinó cómo los niños se posicionaban en términos de construc-
ción de identidades, distribución de recursos y organización discursiva en la clase, y
cómo estos posicionamientos afectaban de manera general su futura participación
en las actividades del salón de clase.
El estudio de Duff (2002) se centró en la socialización de estudiantes de dife-
rentes etnias en un salón de escuela secundaria. Como Toohey (2000), Duff exploró
las cuestiones de poder entre los hablantes nativos y no nativos de inglés presentes
en las interacciones diarias en el salón de clase. Al igual que Kim, los participantes
de Duff no contribuyeron activamente en las discusiones de clase cuando estaban
presentes los nativos de inglés. Como ella lo anota: “El silencio los protegía de la
humillación. Sin embargo, el repliegue de interacciones atrajo el desprecio de los
estudiantes locales [...], para quienes el silencio representaba una falta de iniciativa,
de agencia, o de deseo de mejorar su nivel de inglés” (p. 28).
Con esta experiencia creo que he aprendido algunas cosas muy importantes… En este
proyecto debía prestar atención… sobre lo que decían y lo que significaba lo que decían
[mis compañeros], lo que querían expresar. Por lo tanto, pienso… es muy bueno para
mí. El próximo trimestre tengo que llevar algunos cursos [en la universidad]… Este
proyecto involucró la observación, que para mí fue como una manera de preexamen,
o algo como para prepararme para llevar clases en el próximo trimestre.
Conclusiones
Las interpretaciones desarrolladas a través de este estudio nos hacen conscientes del
trabajo crítico que se necesita dentro de nuestras aulas. Hemos encontrado que la
Bibliografía
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Watson-Gegeo, K. (2004). Mind, language, and epistemology: Toward a language
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Introducción
Acercarse a los mundos adolescentes hoy en día nos sitúa en espacios y experiencias
donde los medios de comunicación y las tecnologías digitales juegan un papel signi-
ficativo. Por lo general, la investigación y las experiencias de intervención educomu-
nicativas abordan esta situación de modo que los adolescentes son entendidos como
sujetos a formar, observar y analizar. La producción mediática y la creación digital
adolescente son objeto de reciente interés para la investigación, y, si bien esto impli-
ca un avance en el reconocimiento y protagonismo de los adolescentes, este tipo de
investigación no ha implicado necesariamente la participación de los creadores en el
proceso investigativo (Braggs, 2007; Braggs y Buckingham, 2008; Willett, 2009).
En este texto presento y reflexiono sobre una experiencia de investigación e in-
tervención educomunicativa con adolescentes que, en sus orígenes, fue planteada de
modo que la posición de los adolescentes fuera en tanto sujetos a observar, a partir
de sus formas particulares de producir sentido, en la creación de narrativas digitales
durante talleres escolares. El propósito etnográfico era comprender cómo ocurría el
proceso creativo en los grupos de adolescentes y qué particularidades se apreciaban
en las historias creadas en diversos contextos escolares y culturales de Chile. Con
el correr de los talleres, la tensión entre adultos —investigadora y docentes— y
adolescentes hizo que la construcción de sentido con respecto al proceso mismo se
tornara relevante, y que desde ahí surgiera la necesidad de mirar reflexivamente el
trabajo etnográfico, incluyendo en este a los estudiantes.
El taller Atrapahistorias
tríos o duplas; la organización en este caso fue libre, cada estudiante escogía con
quien trabajar. Tres de los grupos fueron mixtos —hombres y mujeres— y uno solo
compuesto por mujeres; el criterio de amistad fue el que primó en la decisión de los
y las adolescentes.
El segundo momento fue el más extenso e intensivo: la creación en grupos de una
historia digital de ficción. Para ello, el primer paso consistió en que cada estudiante
creara un personaje por escrito, para lo cual debía caracterizarlo en términos físicos,
psicológicos y sociales, y describir el tiempo y espacio social donde vivía. Luego, en
grupo, se presentaban cada uno de los personajes y se inventaba una historia que los
implicara a todos. La historia también debía ser escrita y seguir algunas orientacio-
nes: descripción del contexto temporal y social y los momentos de la trama (¿cómo
comienza la historia?, ¿qué pasa luego?, ¿cómo termina?). Una vez elaborado el texto
escrito que contenía los aspectos centrales de la historia, las y los adolescentes debían
producir en imágenes cada una de las escenas. Esto implicó un gran esfuerzo, tanto
para ellos como para Gladys y para mí, pues el guion de las historias se definía en
ese momento y requería bastante coordinación y preparación para la caracterización
de los personajes y los escenarios. En principio, desde una lógica adulta, yo di por
supuesto que la planificación con cada grupo de una sesión a otra era suficiente. Sin
embargo, los y las adolescentes rápidamente me mostraron que sus acciones eran
más variables y que el compromiso adquirido la semana anterior no aseguraba que
recordarían traer sus vestimentas o materiales. Con prontitud, tuve que aprender a
resolver con ellos de manera improvisada y creativa la contingencia del trabajo de
producción.
Hoy de nuevo el grupo de las chicas llegó sin su vestimenta, al principio me moles-
té, llevábamos dos sesiones sin poder avanzar en su trabajo. Al decirles que así no
podríamos terminar su historia, Babyxz1 y Soli se quejaron y se fueron a sentar en
uno de los computadores claramente molestas y mostrando desinterés. Mientras tra-
bajaba con el grupo Los fantásticos las observaba, me parecían aburridas, buscaban
videos en Youtube, pero no parecían tener claro qué querían ver pues cargaron varios
sin dejarlos concluir. Luego de terminar con Los fantásticos, les pedí a éstos que nos
prestaran sus ropas para ver si podíamos trabajar con Las cariñositas, ninguno de los
dos grupos aceptó a buenas y primeras. Me costó convencer a Babyxz y Soli de que se
levantaran del puesto y se acercaran a la mesa central. Solo cuando comencé a hablar
como si el disfrazarse fuera un juego, que intentáramos la caracterización con lo que
1
Para nombrar a los y las adolescentes utilizo el nombre de usuario con el que crearon sus perfiles en el sitio web.
teníamos en ese momento, y que probáramos distintas piezas de ropa a ver cómo se
veían juntas para representar uno de los personajes, logré captar su atención y que
vinieran a la mesa. De a poco se acercaron y al final logramos realizar las escenas de
la primera parte de su historia. (Notas de campo personales, sesión 10)
[¿Qué fue lo que más te gustó del taller?] Y cuando nos disfrazamos con la Soli y nos
tomamos fotos para la historia, fue bacán. (Diálogo con Babyxz al término del taller)
Los y las adolescentes llegaron con una cantidad de fotos superior a la solicita-
da en cada una de las categorías: una fotografía que te muestre; una fotografía del
espacio de tu casa o barrio donde más te guste estar; y una fotografía de un objeto,
cosa o animal que te represente. Las imágenes evidencian una producción cuidada
que se expresa, por ejemplo, en la selección de lugares especiales donde retratarse,
la composición y escenificación, y los objetos seleccionados.
Figura 1. Babyx
Figura 2. Carlos
Figura 3. Kari
Kari: Aaaaah, más fome [aburrido] esta cuestión... No tía, no quiero hacer na’.
Profesora: Bueno, ¿entonces quieres dejar el taller igual que el Nacho?
Kari: [con tono desafiante]¡Sí!
Profesora: Y, ¿por qué?
Kari: Porque es más fome… fome, fome, fome.
Investigadora: Está bien, Kari, solo te pido que lo decidas hoy porque si no, tene-
mos que ver cómo seguirá Camilo, acuérdate que las historias se crean en grupo.
(Diálogo sostenido luego de que les pidiera que escribieran en la bitácora la historia
que habían creado a partir de los personajes de cada uno. Sesión 7)
Bueno yo soy una mujer que no le teme a nada ni a nadie, yo tengo 15 años, soy alta,
ojo de color negro, pelo de color castaño, y flaca y vivo con dos personas sus nombres
son Natalia y Youns. A mí me gustan los deportes atléticos. Y soy del sur, vengo lle-
gando a la ciudad de Santiago y encuentro que Santiago es un lugar muy misterioso.
de las siguientes preguntas: ¿qué hicimos hoy?, ¿qué conversamos?, ¿cómo estuvo
el trabajo en grupo?, ¿cómo me sentí? Mi intención era recoger las experiencias de
cada adolescente durante los talleres, sistematizarlas y crear con ellos luego la histo-
ria del taller a partir de sus registros. Sin embargo, con el correr de las semanas, las
resistencias de varios adolescentes a hacer el registro y lo breve de las descripciones
me anunciaron que dicha intención no tenía mucho sentido para los y las estudiantes.
Fecha: 20/06/08
Descripción: Lo que hicimos, hoy hicimos posteos de videos a los chicos y chicas del
sur, los videos estaban excelente y bkn [bacán]. Me sentí bien y nos vamos a sacar
fotos. Adiós
Autor: Fifito
Por ello, cambiamos la estrategia, y, cada cierto tiempo, hacíamos diálogos ple-
narios para comentar cómo estaba el grupo o resolver los conflictos de convivencia
que se vivieron. Estas instancias tampoco pudieron ser muy frecuentes ni extensas,
pues el formato de diálogo grupal guiado por adultos y con el respeto de los turnos
de palabra parecía aburrir a algunos de los estudiantes, en especial a Carlos y a José.
Algo similar ocurrió con el registro de las apreciaciones que hicieron los y las
adolescentes de todas y cada una de las historias digitales de los talleres de Santiago
y los que se estaban realizando de manera simultánea en el sur de Chile. Al inicio de
los talleres, cuando los y las adolescentes visualizaron los videos de presentación
de todos los grupos, ocurrió un episodio conflictivo de agresión entre adolescentes
del mismo taller, producto de las burlas escritas como posteo a uno de los videos.
Más adelante se revisa en detalle dicho episodio, por ahora solo cabe señalar que
esto implicó la revisión y cambio en la estrategia para el segundo momento de
apreciación audiovisual, cuando conocimos todas las historias digitales. En esta
ocasión, cada adolescente recibió una serie de fichas de registro donde debía anotar
en detalle sus observaciones (descripciones, juicios, interpretaciones y valoraciones)
de cada historia. En ese momento, la connotación especial que se dio a la actividad,
la invitación a convertirnos en críticos de cine y mi representación en un tono que
mezclaba lo lúdico con la solemnidad fueron clave para que las y los adolescentes se
empoderaran de sus roles y generaran significados sobre sus apreciaciones que muy
probablemente no habrían logrado su riqueza en una actividad plenaria.
Un día una niña llamada Sandy llegó a la ciudad de Santiago. A ella unos bandidos
grandes y feos la querían asaltar, ella gritaba y gritaba hasta que llegó el Hombre ara-
ña y Goku, la protegieron y la salvaron de los asaltantes. Y después del asalto la niña
Sandy los invitó a tomar un helado porque la salvaron. Pasaron los días y se hicieron
amigos por siempre, hasta que Goku se tuvo q ir a su país natal y quedaron solo el
Hombre araña con Sandy, quedaron los dos solos y se hicieron más q amigos. Fin.
Kari y Sexymay entraron para dejar sus mochilas antes de esta sesión, y llegaron
pidiéndome disculpas por “lo mal que se habían portado” la vez anterior [habían
posteado con insultos al grupo Las Cariñositas]. Acepté sus disculpas y les agradecí
que lo hubieran hecho pues estaba muy molesta con la situación. (Notas de campo
personales, sesión 6)
Tanto la broma como la mofa velada fueron recursos importantes para tensionar
el diálogo, las actividades propuestas y a nosotras, las adultas. Esto se refleja en el
siguiente episodio, que ocurrió en una actividad plenaria que tenía como propósito
original comentar los videos de presentación de los grupos de los dos talleres que
estaban ocurriendo simultáneamente, el de Santiago y el del sur del país. Los videos
habían sido visualizados la sesión anterior a través del sitio web. Esta actividad ocu-
rrió en la sala de informática, todo el grupo estaba sentado en las mesas centrales,
y el diálogo previo se enfocó en el conflicto generado por Kari y Sexymay, quienes
habían posteado y enviado mensajes con groserías a las integrantes del grupo Las
Cariñositas. Mientras Kari y Sexymay estaban pidiendo disculpas a las afectadas,
Carlos y José bromearon y se burlaron de la situación.
iniciado anteriormente por parte de Sexymay. Carlos se enfrenta conmigo por medio
de la mofa evidente, causando en reiteradas ocasiones la risa de sus compañeros,
pero también el cansancio del grupo; de hecho, en interacciones posteriores, una de
las estudiantes afectadas pide que se inicie el trabajo, demandándome con ello que
tome el control de la situación y salga del conflicto.
Carlos, seguido de José, usa la mofa o la digresión como estrategias de evasión.
No es evidente que el propósito de Carlos haya sido desde un inicio denostarme, ni
disputarme el control, pues el episodio previo es iniciado solo por las estudiantes
(Sexymay y Kari). En ese episodio, Carlos comienza a hacer mofa velada de la situa-
ción con expresiones paralelas al diálogo de las adolescentes como “Oh… Fuerte lo
tuyo”. Ahora, tal como solía ocurrir en otras situaciones de interacción, colectivas o
grupales, sus intervenciones y modos de participación comenzaban a tomar el con-
trol de la situación y a generar el rechazo de sus interlocutores, y provocaban que el
tono pasara a la agresión directa o indirecta.
la cual trabajarían la discusión sobre convivencia: Una historia de amigas, del grupo
Las Cariñositas. La idea era que los estudiantes de los otros cursos se organizaran
en grupos y decidieran un final distinto para la historia. Los ayudé a definir los ma-
teriales que necesitaríamos para los talleres y algunas frases clave para invitar a los
estudiantes a realizar la actividad.
Parece ser que la imagen se convierte en el mejor medio de expresión para los
adolescentes y el medio preferido para significar la experiencia.
El día que realizamos el taller acordamos que yo solo tendría la función de apoyo
técnico y de colaboración en la organización de los grupos de trabajo. A medida que
pasamos por los cursos, fue posible observar un proceso muy interesante en Carlos y
en Camilo. En el primer curso que pasamos, octavo básico, casi no pudieron hablar
por la vergüenza que les daba, y reaccionaron agresivamente cuando alguno de sus
compañeros se rio de las fotos que mostraba la presentación inicial. Sin embargo, en
los cursos de quinto y sexto grado, los adolescentes se mostraron posicionados en sus
roles de presentadores y protagonistas del taller Atrapahistorias. Carlos asumió la
vocería y Camilo se encargó de organizar los grupos y pasar por las mesas aclarando
las dudas. Yo lo apoyaba en esa labor.
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Introducción
1
Para mi tesis de maestría, en la Universidad Nacional de Quilmes, titulada En defensa de la escuela pública. Re-
forma educativa, política partidaria y nuevas identidades escolares en la escuela secundaria bonaerense.
2
Entre paréntesis se indica la edad.
decirme, moviendo sus manos para darle énfasis a sus palabras: “Es muy importante
que una escuela se llame ‘Che’ Guevara”.3 Lautaro agregó: “Por eso no lo quieren
aprobar”. Simultáneamente, todos me daban su explicación sobre los motivos del
nombre elegido y, también, del rechazo de las autoridades:
Es una clara contra a los ideales que por ahí la escuela dice representar, que
nosotros decimos representar, ellos no están en acuerdo por más que el nom-
bre “Che” Guevara cumpla todos los requisitos que hacen falta para ponerle
el nombre a la escuela. (Milton)
Así empecé a comprender que la EEM N.°7 estaba inmersa en una fuerte disputa
con las autoridades municipales y educativas provinciales, la cual transitaba el final
de la etapa que Turner (1985) denominó de “acciones y procedimientos de ajuste del
drama social”, período en el cual ambos bandos utilizaron herramientas simbólicas
y jurídicas, ya fuera para lograr o negar que la escuela se reconociera oficialmente
por el nombre elegido por su comunidad.
3
Utilizo comillas para indicar la voz nativa.
4
Digo intensa porque desempeñaban variados roles simultáneos, desde expresión artística, coordinar distin-
tos momentos de esos proyectos, colaborar en preparar los espacios, hasta proponer alternativas y documentar
fotográficamente.
5
Actividad abierta a toda la sociedad, que se realiza desde el 2005, y es sumamente importante en la construc-
ción de la identidad escolar, porque en ella se homenajea a un vecino detenido y desaparecido en 1978 por el
terrorismo de Estado. Esta preservación de Miguel Sánchez en la memoria social del barrio comenzó en 1996
y se prolongó en una disputa con las autoridades municipales para poner su nombre a una calle adyacente a la
escuela, hecho que ocurrió en 2001.
6
Festival de música y talleres de arte que tiene a los estudiantes y egresados como protagonistas.
7
Es un programa de la Comisión Provincial de la Memoria, con el aval de la DGCyE de la provincia de Buenos
Aires.
8
En alusión al locro, comida típica del norte argentino. El CE organiza todos los 25 de mayo un festejo popular
en celebración del primer gobierno patrio; un espacio en el cual los y las estudiantes son los que convocan a la
comunidad educativa y al barrio en general para conversar, participar y/o disfrutar de espectáculos artísticos, y
saborear platos típicos a precios económicos para que todos puedan acceder.
9
En la actualidad se llama Construyendo Utopías.
10
Todas las localidades mencionadas pertenecen al partido de Berazategui.
El contexto escolar
La EEM N.°7 se localiza en el barrio San Francisco, casco histórico del municipio de
Berazategui, cuyos primeros pobladores urbanos comenzaron a asentarse en 1873,
un año antes de la llegada del ferrocarril a Berazategui. A partir del año 1906, con
la instalación de la fábrica de vidrio Cristalerías Rigolleau en un predio de 20 hec-
táreas frente a la estación de trenes Berazategui, el barrio comenzó un crecimien-
to demográfico sostenido por el asentamiento de familias obreras y de pequeños
comerciantes. A mediados del siglo XX, el municipio ya tenía un perfil industrial,
formaba parte del segundo cordón del conurbano bonaerense, y contaba tanto con
la instalación de grandes empresas multinacionales como de pequeñas industrias
de capitales nacionales.
La implementación de políticas neoliberales desembocó en una inédita movilidad
social descendente que marcó especialmente a los niños y niñas. En el aglomerado del
Gran Buenos Aires, en el año 2002, el 72 % de ellos estaba bajo la línea de pobreza
y en el 2005, ya adolescentes, más del 46 % continuaba sumergido en la pobreza.11
Los datos del censo nacional de 2010 indicaron para Berazategui una población
total de 324 244 habitantes, de los cuales el 34,87 %, en ese año, tenía entre 0 y
19 años, y cuya edad promedio era de 31,7 años. El acceso a los servicios públicos
domiciliarios era muy alto: el 97 % de los habitantes tenía agua corriente en sus
hogares; el 95 % contaba con gas natural y el 76 % de los berazateguenses tenía su
vivienda sobre calle de asfalto.
En 1985, el barrio San Francisco aún no tenía escuela pública de nivel medio,
por eso la cooperadora de la Escuela Primaria N.° 1 formó un movimiento comu-
nitario pro-creación de la misma. En marzo de 1990, la DGCyE creó la EEM N.°7 de
Berazategui, que comenzó a funcionar solo en el turno nocturno, cuando la prima-
ria N.° 1 no dictaba clases y podía cederle algunas de sus aulas. A pocos años de la
creación de la escuela, la provincia de Buenos Aires fue la primera en ejecutar la
Reforma Educativa Nacional, extendiendo el nivel obligatorio de 7 a 9 años de du-
ración —Educación General Básica (EGB), que reemplazó la Primaria— mientras
que el nivel medio se redujo de 5 a 3 años, denominándose Polimodal.
En el año 2009, la escuela tenía ya su edificio propio, construido en una prime-
ra etapa con el esfuerzo de su comunidad escolar y en las etapas siguientes por el
Estado Provincial. Los títulos que otorgaba esta institución educativa en los turnos
mañana y tarde eran de bachiller con orientación en Arte, Diseño y Comunicación;
Humanidades y Ciencias Sociales, y Economía y Gestión de las Organizaciones. El
turno vespertino ofrecía la modalidad de Bachillerato de Adultos con Orientación
en Ciencias Naturales, y contaba con 270 estudiantes distribuidos en nueve cursos.
En ese primer año del trabajo de campo todos los estudiantes del turno mañana
y tarde, unos 680, estaban cursando el plan de estudios “polimodal”. En cambio,
en el 2010, una nueva reforma educativa lanzó en la provincia de Buenos Aires
“La Secundaria de la Provincia”,12 y en la escuela comenzó a dictarse el 4° año de la
“Secundaria Superior” junto al 2° y 3° año del polimodal, cursos que fueron progre-
sivamente reemplazados, en 2011 y 2012, por el 5° y 6° año de “El Ciclo Superior
Orientado de la Secundaria”.
La primera reforma educativa provincial se insertó e integró el proceso de des-
estructuración del Estado Nacional, con la consecuente crisis del Estado Provincial
11
Fuente: Indec. Procesamientos especiales de la Dirección de Estadísticas Sectoriales con base en la Encuesta
Permanente de Hogares (EPH).
12
Nivel de carácter obligatorio a partir de la Ley Provincial de Educación 13 688 /07. El mismo se compone de
dos ciclos: uno básico (ESB) 1°,2° y 3° año y otro superior orientado constituido por 4°, 5° y 6° año.
nos vinieron a tapar porque había venido el intendente, el gobernador, toda una comi-
tiva, habían venido con su gente, con su bandera, habían caído con unos micros y nos
taparon, pusieron sus banderas adelante. Y a ese grupo nuestro nos dejaron atrás. Eso
después lo hablamos con Osvaldo [el director] y le dimos nuestro punto de vista, que
lo vimos mal en ese sentido, que no fue nuestra fiesta, que estaba todo organizado para
festejarlo nosotros y no fue nuestra fiesta, que políticamente nos coparon. Entonces
acordamos hacer otra fiesta, que fuera de la escuela, el 25 de mayo. Después, nos
quedamos en una velada que nos hicieron a los chicos que más trabajábamos. (Lolo,
10-3-2010, negritas mías)
La preparación de esta fiesta propia consolidó la etapa de crisis del drama, con la
conformación explícita de los grupos en disputa. El primer paso lo dieron desde la
escuela los estudiantes, quienes junto al profesor de arte hicieron un pasacalle con
la inscripción “BASTA DE POLÍTICA, AHORA SÍ VAMOS A HACER NUESTRA FIESTA” y lo
13
J. J. Mussi fue elegido intendente por varios períodos consecutivos desde diciembre de 1987, pero asumió
como Ministro Provincial de Salud Pública entre el 12 de abril de 1994 y el 15de enero de 2002, fecha en que
retomó el cargo de intendente municipal hasta el 28 de diciembre de 2010, momento en que asume como Se-
cretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
De este modo, los sucesos en torno a la identidad social de esta escuela me per-
mitieron focalizar las tensiones y acciones político-pedagógicas entabladas por los
distintos actores escolares ante las autoridades municipales y provinciales, y, también,
preguntarme cómo estas confrontaciones construyeron una posición social inédita
para una escuela secundaria. Además, me posibilitaron iluminar, en los procesos de
socialización escolar, los rasgos emergentes producto de la dinámica conflictiva en
las relaciones escuela-gobierno. Entendí la “escuela” como una esfera pública atra-
vesada por acciones políticas que comienzan y terminan fuera de ella y la conectan
en redes a otras comunidades (Milstein, 2009), alejándome de la representación
—de sentido común— de la escuela como espacio apolítico y, al mismo tiempo,
de la visión jurídica del poder que —como señaló Foucault— solo lo observa con-
centrado en la cúspide del gobierno educativo, en las reglamentaciones y jerarquías
burocráticas. En concordancia, considero a la ciudadanía como una categoría política
(García, 2004) que cobra sentido a través de la participación práctica y discursiva
que realizan las personas buscando incidir en la esfera pública. Así, tomo distancia
del modo en que históricamente esta categoría estuvo ligada a la “formación del
ciudadano” a través de la instalación de la creencia pedagógica en los principios de
universalidad y apoliticidad.
14
El 8 de octubre de 2009 se realizó el acto oficial por el cual la escuela es reconocida como EEM N.° 7 Ernesto
“Che” Guevara, con la presencia de autoridades educativas regionales y municipales, entidades de derechos
humanos, diversos gremios nacionales y provinciales, representantes de Pueblos Originarios, partidos políticos,
sociedad de fomento y de algunas escuelas vecinas.
15
Agradezco a los directivos, docentes y auxiliares de la escuela que me abrieron generosamente todos los
espacios escolares.
hicieron el argumento y la puesta en escena de dos obras dentro del proyecto Jóvenes
y Memoria: Recordamos para el Futuro, bajo la coordinación de dos profesoras de
la escuela. Previamente, realizaron una tarea de investigación que se originó a par-
tir de sus necesidades de conocer más sobre el mundo que habitan. Así, en el 2009
indagaron en los distintos modos en que suelen ser estigmatizados y sometidos a
presiones policiales; cómo vivencian los adolescentes sus condiciones de vida; cómo
son objetivados en tanto jóvenes y pobres por los medios de comunicación social y,
en el año 2010, en la historia de su escuela.
Los estudiantes también tuvieron, junto a los discursos del director fundador y
del director en funciones, dos lugares como oradores en el acto oficial de imposición
del nombre de la escuela. Lautaro leyó un discurso en representación del CE, y el
otro espacio fue para el representante de la comisión de egresados, Tuti, de 20 años.
Así, los integrantes del CE realizaron actividades de distinta índole en las cuales se
desenvolvieron como participantes periféricos legítimos de su comunidad de prác-
tica escolar, la cual habitualmente da espacios para que sus estudiantes investiguen,
debatan y expresen sus opiniones sobre el contexto sociopolítico en que se desenvuel-
ven. Al mismo tiempo, yo fui participante periférica legítima de su comunidad de
práctica tomando parte en las actividades extracurriculares que realizaban, lo cual
me hizo conocer la diversidad de interacciones políticas que ellos desplegaban y así
comprender el proceso de imposición del nombre de la escuela como una disputa
política por su control ideológico.
El haber sido, al mismo tiempo, una investigadora y una aprendiz en esta comu-
nidad me ha permitido corroborar la fuerte imbricación entre la pedagogía crítica
y la etnografía, lo fructífero de esta relación tanto para la educación como para la
investigación. Sobre el vínculo fértil e íntimo entre la implementación de la pedago-
gía crítica y el estudio antropológico nos invita a reflexionar el prólogo de Pedagogía
del oprimido: “La educación reproduce de este modo, en su propio plano, la estruc-
tura dinámica y el movimiento dialéctico del proceso histórico de la producción del
hombre. Para el hombre, producirse es conquistarse, conquistar su forma humana.
La pedagogía es antropología” (Fiore, en Freire, 2008, p. 16).
En más de una ocasión, el grupo de colaboradores me comunicó en las reuniones
del CE sus actividades: Jóvenes y Memoria, La Carrera de Miguel, el Locrazo, y los
preparativos y vivencias del acto de imposición del nombre de la escuela. En entre-
vistas abiertas, individuales o en pequeños grupos, comentaron que la escuela ya
tiene su lugar y prestigio en Berazategui por todo el trabajo realizado a lo largo de su
historia: “casi seguro que nosotros fuimos la primera escuela en toda la provincia en
trabajar el tema de los derechos humanos, y somos de Berazategui” y que, además,
“es muy importante que una escuela se llame ‘Che’ Guevara”. Por ello, sostenían
que debían seguir trabajando tanto para conseguir que las autoridades municipales
y provinciales reconocieran su derecho a llevar ese nombre “oficialmente”, así como
bregar para que cada vez más escuelas del distrito contaran con un CE para poder
coordinar acciones con ellos.
En ese sentido, Gaby señaló enfáticamente en una reunión que “todas las cosas
se logran imponiéndose, y cuando logramos la ampliación [del edificio] lo hicimos
en conjunto con otras escuelas”. Quienes cursaban el último año —como Gaby,
Eugenia, Lautaro y Natalia— habían participado en 2007 en un reclamo conjunto
de varios CE al Consejo Escolar, pero los nuevos estudiantes desconocían estos hechos.
Para comprender estas acciones políticas de los estudiantes, retomamos sus saberes y
producciones de años anteriores en el CE. Para la reconstrucción, Lautaro aportó, en
otra reunión, la revista Seamos Libres, que el CE publicó en 2008, que tiene una foto
tomada en la puerta de la escuela antes de partir a la marcha de 2007, y que abar-
ca la tapa y contratapa16 (figura 1). Anteriormente, Gaby había hecho referencia a
esta marcha. En la foto se ve en primer plano la cabecera del grupo estudiantil bajo
el lema “La educación del pueblo no se vende, se defiende!!!” y la pancarta del CE.
Además, se observa que los estudiantes legitiman el nombre votado por la comu-
nidad para su escuela colocándolo en su publicación a continuación de “EMN N.° 7”.
Estas actuaciones estudiantiles en el espacio público hicieron circular el poder para
favorecer los intereses “de la escuela” y, a su vez, expusieron en la esfera pública su
derecho a llamarse EMN N.° 7 Ernesto “Che” Guevara.
Los diálogos que sostuvimos sobre la organización de esta marcha de reclamo al
Consejo Escolar me posibilitaron conocer cómo el CE acordó con la dirección las con-
diciones de la asistencia de los estudiantes a la misma, y me orientaron a reconocer
el papel de los adultos que favorecen instancias para que los adolescentes participen
periféricamente en prácticas de aprendizaje político.
16
La revista está hecha con dos hojas A4 apaisadas y plegadas por la mitad.
Tuti ingresó al primer año del polimodal en el 2004, proveniente de una EGB
pública. Me comentó que ese año, más allá de las de las clases curriculares, casi no
participó de las actividades escolares. Él consideraba que existe una etapa, cuando se
ingresa a la escuela, en que hay que conocer a las personas y que, si bien se integró a
sus nuevos compañeros de curso e hizo un nuevo grupo de amigos, no se involucró
demasiado en las actividades sociales y proyectos de la escuela: “ese primer año me
pasó casi como desapercibido, incluso no me incorporé al Centro”.
En 2005 comenzó a participar del CE, en un primer momento solo para estar con
su novia, pero “de a poquito, me fui involucrando en el centro”. Ese año Tuti tuvo
mucha actividad en prácticas sociales que le eran desconocidas: la campaña política
de la lista que llevaba a su novia de vicepresidenta, y el apoyo que el CE otorgó para
la realización de la primera Carrera de Miguel, realizando tanto actividades para
la difusión —pegatina de carteles en la calle, pintar pasacalles, repartir volantes y
estar en stands en la vía pública— como la edición de una revista que el CE presentó
durante la jornada de la Carrera.
La valoración que realiza Tuti de la coparticipación para que esta actividad pudiera
lograrse es positiva: “Ese año vivíamos adentro del colegio, más para la Carrera de
Miguel que había una experiencia cero de organización, tanto de los profesores como
de nosotros que tratábamos de colaborar en todo lo que podíamos”, aunque aclaró
que no se sentaron a coordinar, sino que iban haciendo cosas y ellos se sumaban.
Al año siguiente, 2006, Tuti pasó al tercer año del polimodal y “ahí ya estaba cien
por ciento involucrado en el CE y las actividades de la escuela”. Pero remarca que
Lo que hizo el “glorioso” polimodal fue nada, en tres años a veces cuesta mucho
vincularse con el espacio. Yo te decía, a mí el primer año me pasó, el segundo
un poquito más y el tercero me pude enganchar, pero cuando ya estaba en-
ganchado tenía que egresar, te vas.
como espacio está bueno porque es esa pata que completa la lógica de la comunidad
educativa, ¿no?, con los padres, los directivos, los alumnos y, los ex estudiantes como
aportando también cierta experiencia, que no es “la experiencia”, pero por lo menos
son tres años de haber participado en las cuestiones del colegio [...]. Lo que ayuda es a
mantener la relación con la escuela y a mantener ese nexo y también mantener cierta
política que tiene la escuela con lo pedagógico y, también, cómo piensa la sociedad,
la misma Media 7. Nos parece que los exestudiantes cumplimos un rol, no quiero
decir de mantener la tradición que por ahí suena muy “mantener la tradición”, como
conservador, pero sí de tratar de mantener la coherencia del proyecto político por
más que proyecto político suene también muy así, pero, por ejemplo, en el tema del
nombre, de la Carrera de Miguel; las personas se van en un momento, ¿no?, pero hay
que tratar que los proyectos se mantengan.
La primera acción que se fijaron fue una campaña para difundir que la escuela ya
tenía un nombre y que este era “Ernesto ‘Che’ Guevara”. Esta resolución la adoptaron
al percibir que no estaba “instalado como tema” en la agenda de la escuela, ya que la
energía comunitaria estaba más abocada en la concreción de la Carrera de Miguel.
Por ahí pasaba más de boca en boca: “Che, sabías que esta escuela se llama Ernesto
‘Che’ Guevara”, o que en su momento se hizo una votación, que por ahí te lo conta-
ban personalmente algunos profesores. Lo que sí me acuerdo es que cuando nosotros
nos enteramos lo que empezamos a hacer es llamarla a la escuela así, con el nombre
que había elegido la comunidad educativa. Como cuando, por ejemplo, teníamos que
elevar un reclamo al Consejo Escolar o hacer alguna carta, la firmábamos como CE de
la escuela Ernesto “Che” Guevara [...]. Lo pensamos como una forma de aportar a la
lucha por la identidad.
Si bien Tuti no pudo fijar con precisión el año en el cual pintaron el nombre sobre
el pórtico de acceso a la escuela, lo que sí tiene bien presente es que fue una acción
realizada durante un Locrazo, “no recuerdo si fue en el segundo o en el tercero”, y
que el objetivo fue tanto “la imposición popular del nombre” como poner el tema
en la agenda pública de la propia escuela, especialmente para que se enteraran los
nuevos estudiantes y generar, de ese modo, el debate interno.
Porque nosotros sosteníamos que teníamos que dar la pelea en todas las instancias,
tanto hacia adentro [...]. La idea fue que también lo vieran todos los chicos al llegar al
otro día a la escuela, [...] que se plantee por qué ahí decía Ernesto “Che” Guevara [...].
Esas pequeñas acciones fueron metiendo el tema del nombre en la agenda de la escuela.
Una cuestión que fueron ponderando durante este proceso de prácticas políticas
tuvo que ver con las distintas posibilidades de acción, según los roles que cada uno
jugaba dentro de la comunidad de práctica escolar. Así, analizando ese período,
Tuti dijo:
Porque a todo esto los directivos de la escuela y los profesores mantenían esa constancia
de armar los papeles, de llevarlos a Consejo.[...] León [profesor] era el encargado, él
peleó mucho desde ese lugar, la verdad es que fue buenísimo porque se fueron com-
plementando las actividades, por ahí hay cosas que los profesores, en su condición de
profesores no pueden hacer tanto, como un día treparse a una escalera y poner “Ernesto
‘Che’ Guevara” porque por ahí molesta, políticamente no les conviene mucho; o el
director, no puede un día aparecer con un aerosol. Pero lo bueno es que ellos siempre
dieron el marco para poder hacerlo y que León siempre estuvo ahí, al tanto con el
tema de los papeles hasta último momento.
Otra acción considerada central fue la marcha que realizaron en 2007 al Consejo
Escolar de Berazategui —foto de la revista Seamos Libres, mencionada anterior-
mente— para reclamar que construyeran las aulas que la Dirección Provincial de
Infraestructura Escolar les adeudaba desde hacía casi diez años.
Ese día fuimos los estudiantes solos y lo que estuvo bueno fue que pudimos coordinar
con los chicos del CE del Politécnico y de la EEM 14 y, además con la EEM 13 que no
tenía centro de estudiantes pero teníamos conocidos ahí, que se sumaron porque había
muchos problemas de infraestructura, de becas que llegaban mal o que no llegaban,
que los comedores faltaban, que la comida era un desastre. Entonces, a partir de
ver que se compartían necesidades se planteó hacer una marcha a Consejo Escolar.
Esa marcha es recordada como un hito en los logros obtenidos por la acción po-
lítica de los estudiantes, ya que a través de esa movilización dieron el primer paso
para conseguir que las autoridades de la provincia cumplieran, durante el año 2008,
con su obligación de brindarles las condiciones edilicias que la escuela tanto preci-
saba. Con su accionar, hicieron público un rasgo identitario muy importante para
la comunidad escolar, como es el de militar por “la defensa de la escuela pública”.
Ese día no se suspendieron las clases en la escuela; para asegurar el éxito de esa
acción, acordaron previamente con el director que a los estudiantes que participaran
de la movilización les justificarían la falta, como cuando están enfermos, “porque es
un derecho gremial que tenemos como agrupación estudiantil. Claudio [director] lo
único que nos pidió es que fuéramos prolijos y que los chicos trajeran la autorización
de los padres para asistir a la marcha”.
Alrededor de las 10:00 a.m., doscientos estudiantes, que contaban con la auto-
rización de sus familiares, salieron marchando desde la escuela hasta la puerta del
Consejo Escolar. Si bien hubo una estrategia de no mezclar muchos temas y el eje
central de los cánticos eran los problemas compartidos por todas las escuelas, ellos
no dejaron pasar la oportunidad para dar la batalla por el reconocimiento oficial del
nombre: “Habíamos hecho un cantito, salimos a cantar a la calle: ‘Consejo, Consejo,
/ no digan más pavadas, / la Media 7 es nuestra / y se llama «Che» Guevara’”.
El presidente del Consejo Escolar recibió a representantes de las tres escuelas, los
escuchó y dio entrada a las notas de reclamo,
pero lo que siempre pasa es que hacen ‘un tomala vos dámela a mí’, las autoridades
locales lo que hacen es decir que desde provincia no nos llegan los recursos o la orden
o lo que sea, entonces ellos siempre se comprometen a acompañarte hasta La Plata.17
Me acuerdo que organizamos, creo que habíamos hablado con gente de Suteba18 en
ese momento para ver si podían poner los micros para que pudiéramos ir y venir. Y
lo pudimos hacer, fuimos hasta La Plata y ahí sí nos acompañaron algunos profeso-
res. [...] Logramos manifestarnos enfrente de la Dirección General de Escuelas, y
17
Capital de la provincia de Buenos Aires, situada 33,5 km al sur de Berazategui.
18
Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires.
Hechos así lo que te permiten es demostrarle a muchos chicos que por ahí están más
descreídos que sí se puede lograr, es como una satisfacción, y es reconocerse también
en esas aulas que se hicieron, porque para nosotros esas aulas son nuestras.
Durante la entrevista le pregunté a Tuti cómo fue la relación con los consejeros
escolares:
Siempre nos recibieron, pero lo que costaba era que tomaran en serio nuestro, no el
reclamo sino la reunión con los representantes estudiantiles, porque nosotros desde la
mirada adulta éramos no sé, unos mocosos que no queríamos tener clase y nos íbamos
a hacer lío ahí, a la puerta de Consejo Escolar.
porque otra de las cosas que se decían en contra era que ‘el nombre ya fue elegido
hace muchos años; que hubo un recambio muy grande y que no se sabe si ahora los
pibes quieren que la escuela se llame así.
Recuerda que fue una iniciativa que surgió desde la Comisión de Egresados.
Ellos se la presentaron al CE, al cual le pareció muy buena y, por eso, la acordaron
con los docentes. No quisieron proponer otra nueva elección para el nombre porque
significaba
ceder ante el encajonamiento de diez años del nombre y faltar el respeto a aquellos
que han elegido esa identidad, porque también la han construido, porque el nombre
se elige también en un proceso en que muchos vecinos participaron hasta de la cons-
trucción material de la escuela, levantando ladrillos.
A esta última acción política llegan con el trabajo realizado en los años previos
que, a su vez, reforzaron con charlas y debates sobre la figura del “Che”. El plebiscito
lo realizan con urna única, en la cual votan los estudiantes, docentes y no docentes
de los tres turnos, siendo designado el regente como el veedor o fiscal que garantizó
la trasparencia del sufragio.
El sí obtuvo el 73 % de los votos. Así que eso nos dio una herramienta, eso después
se adjuntó al proyecto original del nombre para elevar a Consejo Escolar y era una
herramienta muy válida para decir bueno, la comunidad educativa de Media 7 rea-
firma la convicción de seguir llamándose o de llamarse así y que nos reconozcan con
ese nombre.
En este apartado he narrado las acciones políticas que los estudiantes planearon
y realizaron con el fin de mejorar sus posibilidades de influir en la esfera pública.
Así, observamos que en su devenir comunitario fueron incrementando su grado
de coparticipación social, comenzando como aprendices que “ejercitan la negocia-
ción, la estrategia, los aspectos impredecibles de la acción”, hasta “convertirse en
participantes culturales-históricos complejos plenos en el mundo” (Lave y Wenger,
1991, p. 32) que disponen de los saberes adquiridos en la comunidad de práctica
escolar para hacerlos jugar a favor de la legalización y legitimación del nombre
elegido para su escuela.
Reflexiones sobre las dificultades personales que tuve inicialmente para construir el problema
de investigación desde el enfoque etnográfico
En los primeros meses del encuentro etnográfico, junto a la problemática del “estar
ahí” (Rockwell, 2005), mi inexperiencia como etnógrafa me condujo a aferrarme al
plan de investigación con el que llegué a la escuela. De forma esquemática, yo seguía
buscando construir conocimiento junto a mis colaboradores en torno a la temática de
los CE, quería comprender de qué manera los adolescentes participan en la política
escolar mediante organizaciones propias y con qué prácticas disputan el poder para
reivindicar sus derechos, pero enfocando el problema en el funcionamiento del CE
no eran relevantes para ellos. Eugenia sostuvo estar cansada de aquellos estudiantes
que critican el accionar de ellos en el CE, pero no están dispuestos a participar en las
reuniones o de realizar alguna actividad del mismo. Rápidamente todos coincidieron
en que el CE está abierto para quien quiera participar, que nunca dejaron afuera de
una reunión a nadie y que, además, no tienen problema con la dirección ni con los
docentes para realizar sus proyectos. Entonces comprendí que no estaba encausan-
do la investigación dentro del enfoque etnográfico, que los objetivos planteados de
antemano por mí no eran relevantes para ellos. Desde ese momento pude comenzar
a “escucharlos” y dimensionar en los registros de campo tanto sus pistas discursivas
sobre el proceso conflictivo que estaban lidiando, como las señales espaciales de la
“pintada del nombre” y del cartel de señalización de la calle Miguel Sánchez dentro
del jardín de la escuela. Señales espaciales que yo viví como “descubrimientos” tardíos
que me dejaron perpleja durante los tres primeros meses de mi trabajo de campo.
Fue desde mi perplejidad que reorienté mi tema de investigación, porque en-
tendí la necesidad de privilegiar las perspectivas de los actores (Guber, 2001,
p. 16), otorgándole a aquello que yo no había visto la importancia que tenía para
los “nativos”. Comencé a replantearme el tema y el problema de investigación em-
pezando por reflexionar con los colaboradores sobre estas cuestiones. Mediante los
diálogos que sostuve con ellos y con mi participación en sus actividades, pude salir
de mi perplejidad, convirtiéndome en aprendiz de la identidad social de su escuela,
identidad social que ellos coconstruyeron desde sus prácticas. Fue así como llegué a
comprender que los intereses del CE —sobre lo que podía aportar mi investigación—
los implicaban como participantes periféricos legítimos de una comunidad escolar
que, desde sus inicios, orientaba sus prácticas pedagógicas en pos de reivindicar la
escuela pública mediante acciones políticas para recuperar el prestigio social que esta
había perdido, especialmente a partir de la transformación de su espacio durante
la reforma educativa, y teniendo como bandera político-educativa la lucha por los
derechos humanos vulnerados.
Consideraciones finales
Bibliografía
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de los adolescentes en la formación de un centro de estudiantes. En C. Cullen,
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educación (pp. 211-247). Buenos Aires: Editorial Stella y La Crujía Ediciones.
Guber, R. (2001). La etnografía, método, campo y reflexividad. Bogotá: Norma.
Lave, J. y Wenger, E. (1991). Situated learning. Legitimate peripheral participation. New
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Milstein, D. (2003). Higiene, autoridad y escuela. Madres, maestras y médicos. Un estudio
sobre el deterioro del Estado. Buenos Aires: Miño y Dávila.
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Turner, V. (1982). From ritual to theatre. The human seriousness of play. New York: PAJ
Publications.
Turner, V. (1985). Dramas, fields, and metaphors. Symbolic action in human society. Ithaca:
Cornell University Press.
Introducción
los NNA en esas experiencias de campo. Las escenas que presentamos aquí intentan
mostrar cómo estas experiencias compartidas con los chicos y chicas nos atravesaron
en una relación intersubjetiva, cuyo impacto nos hizo problematizar los discursos
sobre sus agencias. A la vez, esos encuentros nos permitieron volver inteligible lo
escolar desde las maneras de vivir, representar y transformar la vivencia de escuela
que cotidianamente producen estos NNA.
Una de estas investigaciones se desarrolló, por Alejandra Otaso, en la ciudad de
La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, en una escuela primaria pública. La
otra, por Santiago Sburlatti, se llevó a cabo en la localidad de Perico, en la provincia
de Jujuy, en las inmediaciones rurales productoras de tabaco.
En el primero de los casos, el proyecto titulado Niños y Jóvenes en la Normalidad
de la Escuela: Experiencias de Alteridad en la Escuela Primaria 1171 de la Ciudad
de La Plata fue encontrando interrogantes y desafíos en la cotidianidad del “estar
ahí”. Al participar de muchas actividades entre grandes y chicos, la interpelación
crítica con respecto al orden discursivo de lo escolar y los riesgos de sus reificaciones
me enfrentó a la problematización de ciertas categorías que ordenan tanto la vida de
la escuela como el discurso. El “tiempo de escuela” se hizo emblemático de un dis-
curso que dialogaba con mi experiencia etnográfica, invitándome al extrañamiento
frente a las limitaciones de una racionalidad dominante. En esa desnaturalización,
iba advirtiendo consideraciones políticas y culturales acerca de la escuela y los pro-
cesos educativos desde dimensiones espaciotemporales que le imprimen límites y
también la universalizan.
Como se detallará más adelante, los chicos ayudaron a estar y ver de otra ma-
nera, y aportaron sustantivamente al proceso de extrañamiento y construcción de
datos en la experiencia etnográfica. Durante la intensa observación participante del
trabajo de campo, empecé a compartir clases, recreos, reuniones con padres, fes-
tejos, reuniones escolares con los docentes, actos, fiestas, la entrada y la salida a la
escuela; conversé con los niños y las niñas, y con sus padres. Así, accedí a una franca
interacción con ellos, en un encuentro que paulatinamente fue independizándose
de la mediación de los otros adultos de la escuela (docentes o personal auxiliar). Eso
me permitió dialogar y trabajar con ellas y ellos desde un lugar diferenciado y no
necesariamente mediatizado por la influencia escolar. Por eso, los NNA se incorpo-
raron como colaboradores en algunas tareas, según lo que vi que les interesaba, y,
poco a poco, participaron en diversas acciones. El diálogo cotidiano me permitió
1
En la provincia de Buenos Aires, las escuelas se nombran por número. La ciudad de La Plata cuenta con algo
más de 120.
contar con ellas y ellos muy activamente, y en esas interacciones pude comenzar a
localizar y anclar las ideas alrededor de su capacidad de agencia.
Cuando compartía con ellas y ellos, la experiencia se encarnaba en sus decisiones
mientras filmaban o sacaban fotos, o cuando me daban pistas para desarrollar alguna
tarea vinculada a la investigación, desde sugerirme interlocutores hasta acompañar-
me por el barrio. Como ejemplo, un grupo de chicos y chicas de entre 9 y 12 años
dibujaría su plano de la escuela —más adelante explicaré el modo en que, con los
chicos, pude resignificar el lugar de la escuela en el barrio a través de esa actividad—.
A partir de ese encuentro, surgieron preguntas acerca de quiénes eligen la escuela,
cómo procede esa elección, en el marco de qué dimensiones, y también por qué la
elección puede ayudarnos a pensar el lugar de la escuela pública en las comunidades.
En el caso del trabajo en Jujuy, la investigación comenzó explorando las relaciones
entre el mundo del trabajo —ligado a la producción de tabaco— y las trayectorias y
recorridos educativos de los jóvenes que habitan las inmediaciones rurales de la loca-
lidad de Perico. Este trabajo tenía como precedente el haber participado de un pro-
yecto llevado a cabo por una Organización No Gubernamental (ONG) en la región,
que buscaba concientizar acerca de la problemática del trabajo infantil. Al regresar
al campo, con el objetivo de releer aquella experiencia desde un enfoque etnográfico,
el encuentro con los NNA que yo ya conocía permitió abrir la problematización de
las relaciones entre trabajo y escolaridad desde perspectivas nuevas, que posibili-
taran la construcción de preguntas por fuera de posiciones binarias o excluyentes.
La cotidianidad compartida con los jóvenes y sus familias, que significaba recorrer
con ellos los caminos que trazan y extienden los surcos del tabaco hacia las aulas de
escuela y la ciudad, se convirtió en una experiencia reveladora para comprender los
modos en que construyen y dan sentido a sus vidas, entre responsabilidades labo-
rales y escolares que se yuxtaponen todo el tiempo. En este proceso, las relaciones
con los jóvenes y sus familias permitieron compartir momentos de trabajo, paseos,
comidas familiares o cotidianidades escolares, en las que se dio la posibilidad de re-
gistrar imágenes utilizando cámaras de fotos y dibujos.2
Allí donde la delimitación espacial más evidente sobre la escuela remite a la ima-
gen o representación de un edificio, una singularidad arquitectónica erigida en medio
2
El uso de las cámaras de fotos fue especialmente relevante cuando los chicos pudieron registrar momentos
más íntimos de la vida en las fincas. Sobre todo, los momentos en que trabajaban o retrataban a sus padres tra-
bajando, desde sus propias miradas. No solo resultaba difícil para el investigador acceder a esos espacios —en
la jornada laboral diaria, ante la vigilancia del patrón, la presencia era leída como intrusión—; sino que, sobre
todo, resultaba importante saber cómo los retrataban los chicos, qué fotos decidían tomar, cuáles elegían después
y qué relatos construían acerca de ellas.
de un barrio, los chicos nos proponen revisar el lugar de la escuela y nuestro lugar
allí. Si bien el desarrollo de ambas investigaciones y el diálogo que presentamos aquí
reproducen dos puntos de partida diferentes, comparten el modo en que lo escolar
en la experiencia de campo con chicos aparece entretejido en prácticas donde mu-
chas fronteras se vuelven elusivas. Procurando ubicarnos en alguna representación
reconocible de la escuela, la pregunta “¿‘Profe’ de qué es usted?” nos ha advertido
con respecto a una referencia ambigua y polisémica. Adultos, pero además docen-
tes, nosotros cumplíamos con las características que los chicos incorporaran a las
categorías ofrecidas por la escuela, pero también fallábamos al ser inscritos en ellas.
Ya fuera habitando la escuela en su dinámica habitual o recorriéndola durante las
vacaciones, entrar supuso ser nombrados como “la seño” o “el profe” por los NNA.
Aun cuando nos llamaran también por nuestros nombres, esa apelación docente se
extendió más allá de los muros y marcó el modo en que fuimos representados —en
su saber o sospecha— según los roles específicos que define la escuela. La “seño” o
el “profe” en la escuela fue un lugar social que nos asignaron desde adentro y hacia
afuera, y fue también la posibilidad de mirar aquello que lo educativo escolar orga-
niza, distribuye, nombra y delimita en esa interfaz.
Mostraremos cómo los niños y niñas han hecho aportaciones que ayudan a develar
y comprender la complejidad de las redes de significado desde donde reinterpretar
las fronteras de y para la escuela. Entrar o salir de la escuela, actividades ordinarias,
pudieron transformarse, con las miradas e interpretaciones de los chicos, en instancias
de reflexión acerca del modo y contenido de la escuela. Cuando en estas escenas los
chicos nos muestran que la puerta de acceso material puede no concretar la entrada
a la institución, nos dejan pensando en qué es lo propio de ese “adentro” escolar.
Como veremos luego, cuando los NNA entran y recorren los espacios del edificio,
pero se reservan entrar al aula, nos hacen cuestionar la relación adentro-afuera. El
relato de las dos experiencias etnográficas está atravesado por una primera inquietud
—en la que, además, nos iniciamos— por desarrollar un trabajo de campo capaz
de incorporar nuestras interacciones con los NNA, con un papel importante en la
definición de los problemas y el lugar del investigador en el campo. Observándolos,
escuchándolos y siguiendo sus itinerarios, nos hemos conmovido y, en nuestro diá-
logo de etnógrafos preocupados por lo escolar, la duda se ancló en nuestros campos
y en esos adentro-afuera que los NNA nos compartieron. En esa relación con ellos,
la mirada nos encontró problematizando uno de los aspectos más productivos en
la definición de lo escolar: las fronteras de la escuela; mientras concretábamos su
capacidad de agencia en prácticas situadas.
En el trabajo con los NNA, la reconfiguración conceptual que los pone como
objeto —ya como parte del colectivo infancia, ya como nuevas infancias— también
fue retomada. Resulta bastante difícil de imaginar un verdadero diálogo con el
agenciamiento de estos sujetos en la escuela lejos de la etnografía y de un proceso
de reflexividad anclado en prácticas con ellos (Guber, 2004). La comprensión de su
entidad de sujetos en la escuela puede sucederse —en este espacio que, por definición,
los protege—con el riesgo de desconsiderarlos en su capacidad de agencia a pesar
de haberla entendido “teóricamente”, digamos. Los adultos no podemos perder de
vista que, al ser docentes e investigadores, formamos parte del circuito de producción
y transmisión del conocimiento, y participamos activamente del centrismo propio
del discurso adulto (dentro y fuera de las escuelas).
3
La calle donde se sitúa la escuela.
4
El espacio físico que alberga al “equipo de orientación escolar”, antes llamado “gabinete psicopedagógico”,
conserva esa denominación tanto para el espacio como para llamar a las personas que lo conforman (“las chicas
de gabinete”).
escuela no estaban en condiciones de rechazar a nadie— fue retomado por las maes-
tras, indignadas porque no podían negarse a recibir a esos niños que “rebotaban”
de otras escuelas de la zona. “¿Por qué las otras pueden y nosotras no?”. Tras esa
pregunta, una maestra concluyó preguntándose si esta era una “escuela container”.
5
Por la mañana, los chicos recibían una suerte de “clases” sobre temas como formación ciudadana, resolución
de conflictos, cuidado de la salud, responsabilidad y decisiones responsables, entre otras cosas. Por la tarde, los
profesores tenían libertad de organizar talleres sobre los temas que consideraban de interés, como electricidad,
carpintería, deportes, etc.
6
Vale la aclaración de algunos términos usados aquí: chango es una expresión norteña para nombrar a los niños
o los jóvenes, aunque se suele usar más para los jóvenes, y changuito para los más pequeños (también se utiliza
changuita, diminutivo que no se refiere solo a las niñas sino también a las jovencitas, pero mucho menos usado).
Su uso es tan frecuente que nunca escuché otro modo de referirse a los niños y jóvenes (salvo por el nombre pro-
pio, claro). Su utilización en este texto responde no solo a la intención de mostrar los modos locales de nombrar,
sino especialmente a los modos en que yo los llamaba cuando charlaba con ellos, así como ellos me llamaban
a mí “el profe”.
7
Encañar refiere a la actividad de poner las hojas del tabaco en una “caña” (un palo), colgadas y atadas con un
hilo, para que esa caña luego se cuelgue en las estufas, que es donde se secan las hojas. Así, los encañaderos suelen
a cigarro de las tardecitas, cuando se prendían las estufas8 y las hojas colgadas en
ellas comenzaban la esperada metamorfosis en láminas ocres y doradas, valor de
cambio inmediato y signo ineludible de la posible ganancia; porque, al secarse, las
hojas adquieren los tonos y texturas que permiten reconocer rápidamente las cali-
dades y el precio asociado a ellas.
Buena parte de los objetivos del proyecto implementado por la ONG se centraba
en un cambio de “patrón cultural” local a la hora de pensar estrategias de erradica-
ción del trabajo infantil. Así, por un lado, se manejaban definiciones más generales
y abstractas acerca de los conceptos de infancia y trabajo —lineamientos teóricos de
organismos internacionales como Unicef o la OIT— que eran aplicados a través de
las actividades pedagógicas. Por otro, una buena parte de la explicación de la proble-
mática se concentraba en identificar costumbres locales que era necesario erradicar.
Cuando me alejé de la ONG y regresé a Jujuy para comenzar el trabajo de campo
etnográfico en el marco de una maestría en antropología social, en buena medida
conservaba aún mis inquietudes iniciales, que me llevaban a formular el problema
en términos de una oposición entre cultura local y cultura escolar. Pero, la conviven-
cia y la amistad que hice con los jóvenes y sus familias movieron rápidamente esas
certezas y me sumieron en un suelo resbaladizo de preguntas sin respuestas obvias.
Conversando y jugando con los changos —para quienes yo seguí siendo durante
un buen tiempo “el profe”—, pude cambiar la posición de mi mirada y el modo de
construir las preguntas, advirtiendo algunas de las razones por las que muchos de
los chicos que participaban del proyecto a menudo solían estar muy cansados du-
rante el día o faltar a los encuentros. Con mucha más frecuencia, me comenzaba a
encontrar a los changos en los encañaderos, en horarios en los que debían estar en
las escuelas (los centros), o en los mismos cultivos cosechando hojas bajo el rayo del
sol, aun cuando yo sabía que esto era ocultado o negado discursivamente cuando
asistían a las actividades de la ONG.
Ahora bien, ¿esto daba cuenta solamente de la visibilización de unas prácticas que
se contraponían al discurso, o constituía la referencia a un entramado más complejo,
en que parecían convivir mundos aparentemente opuestos? En las conversaciones con
los changos, cuando ellos narraban situaciones relacionadas al trabajo, no aparecían
ser los espacios dentro de las fincas destinados para que los trabajadores realicen esta actividad, y desencañar se
le llama al acto de quitar las hojas de esos palos una vez que están secas.
8
Las “estufas” son unas edificaciones rectangulares que se extienden verticalmente, construidas en ladrillo y
adobe o cemento, dentro de las cuales se cuelgan todas las cañas con las hojas de tabaco, en hileras desde el
techo hacia abajo. El secado se produce gracias al calor que emanan unas tuberías de chapa calentadas por una
caldera a leña.
posiciones dicotómicas entre una cultura del trabajo y otra escolar. Por el contrario,
muchos afirmaban trabajar por gusto y ayudar a los padres, poniendo en relieve la
importancia de “estar en familia” en una actividad conjunta, y destacaban a su vez
la relevancia de tener dinero durante la época de clases —cuando cesa la actividad
fuerte del tabaco.
En general, en las charlas y entrevistas que pude hacer con los changos, las conno-
taciones negativas no aparecían acerca del hecho de tener que asumir una actividad
laboral, sino sobre las condiciones en que debían desarrollar esos trabajos, tanto ellos
como sus familias. Es decir, aspectos que a menudo quedan invisibilizados en tanto
explicación del “trabajo infantil”: las dinámicas del sector productivo (tabacalero);
las formas en que la actividad se organiza alrededor de un sistema de explotación
que configura las condiciones laborales de los peones rurales, privándolos de una
serie de derechos vinculados a los beneficios sociales y la prevención de los riesgos
para la salud.9
En toda la experiencia que fui viviendo en Perico, algunas cosas se tornaron re-
levantes para comprender mejor las vidas de las personas con quienes me relacioné
y con quienes incluso tejí amistad. En especial, cuando hacemos trabajo de campo
con niños y jóvenes, existe algo de lo lúdico que se torna ineludible. Un domingo,
día en que la jornada de trabajo cesaba, fui invitado a comer a la casa de una de las
familias que más conocía. Su hogar —una construcción de adobe pegada a la de
otras familias—, quedaba en la propia finca, muy cercana al enorme caserón del
“patrón” y al mismo tiempo pegada a las estufas de secado. La invitación consistía
en un asado que iba a hacer el padre luego del mediodía, aunque la cita había sido
pactada cerca de las diez de la mañana: los changos querían mostrarme la finca,
recorrerla conmigo y también nadar en uno de los arroyos que atravesaba el terreno
por detrás de los sembrados de tabaco. Toda esa mañana, los chicos se encargaron
de enseñarme la variedad de plantas que había y que usaban para comer o hacer
infusiones; me explicaron las tareas que hacía cada uno; me mostraron las estufas de
secado por dentro —haciendo alarde de su habilidad para treparlas—; hasta termi-
nar el recorrido en el arroyo, donde el desafío consistía en arrojarse y nadar contra la
corriente, sin que el agua lo venciera a uno. También allí nos quedamos conversando
9
Estos dos aspectos aparecieron con notoria visibilidad en el trabajo de campo con los chicos: las irregularida-
des de las condiciones laborales de los peones rurales (responsabilidad y connivencia del gremio Uatre —Unión
Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores—), especialmente en lo referido al trabajo registrado y las
asignaciones familiares, y la precariedad con que las familias debían trabajar cosechando y manipulando la hoja
del tabaco, bajo el rayo implacable del sol de verano y en contacto frecuente con los residuos de pesticidas y
herbicidas (incluso del glifosato).
A mí se me hacía muy difícil trabajar todo el día y después ir a la escuela… eran muchas
horas y quedaba muy cansado y a veces me hacían mal los pesticidas que usan para
fumigar. Pero no tenía de otra, porque quería terminar y estudiar educación física,
y además habíamos quedado con mi papá solo. Fue un esfuerzo muy grande, pero si
miro para atrás… si no hubiera trabajado en el tabaco tampoco podría haber seguido
estudiando el profesorado en Palpalá…
solo” y reitera que al papá no le interesa nada. Eugenia trata de calmarlo diciéndole
que se equivoca, que su padre siempre se ha preocupado por él; pero Gastón —de
unos 11 años, alto para su edad, robusto— me conmueve cuando llora desconso-
lado, “cual un nene más chiquito”, pienso al verlo. La directora le dice que ella va
a hablar con su papá y que se quede tranquilo, aunque él la mira con un profundo
desconsuelo. Gastón volvió al salón tras unos mimos de Eugenia.
Unos días después, Gastón caminaba por el pasillo mientras sus compañeros
ya habían entrado al aula. Volvíamos del patio tras haber izado la bandera, como
cada mañana cuando empieza la jornada en la escuela. Eugenia le pedía entonces
que entrara, y él —campera puesta y mochila colgada— daba vueltas y sonreía,
no quería entrar al aula. Cuando finalmente entró, pregunté por su situación tras
aquella charla en el gabinete y la directora respondió: “Lo llamamos al papá, y se
puso a llorar igual que él”; me explicó que “las maestras hablaron con él” y que él
les dijo que “no puede hacer nada”, que Gastón es el menor de todos los hijos que
tuvo con la mamá del nene y que ella trabaja todo el día. Aceptó que “lo único que
puede hacer es pedirle a Gastón que lo acompañe cuando sale a “cartonear”,10 y
que en eso anda Gastón.
En ese diálogo, Eugenia también me contó que, desde entonces, Gastón “anda
mal en la escuela”, que a él “no le importa nada”, dijo segura, mientras agregó que
él mismo se lo dijo, y con la frase “anda con la mochila puesta todo el día” cerró su
comentario. Ese día me contó que llamaron a su mamá “a hablar con las maestras”,
entonces pregunté: “¿Y?”. Ella retomó la letra de mi pregunta: “¿Y?”, y de inmediato
contestó: “También llora”. Entonces me explicó que “tampoco tiene carácter” para
tratar a Gastón en este momento, y que la situación de la señora es difícil, porque,
hablando de sus otros hijos —todos más grandes que Gastón—, “ninguno trabaja”;
“la única que trabaja es ella, todo el día, en casas de familia”, y, con respecto a la
situación que advertía también el padre, “ella no puede”.
Han pasado casi dos meses de aquella primera charla con Gastón en el gabinete y
volvemos a encontrarnos ahí, ahora solos. Hace un rato que lo mandaron porque no
quiere trabajar en la tarea, en el aula. Pero Gastón tampoco está haciendo esa tarea
en el gabinete, la hoja reposa en blanco y él juega con casi todo el cuerpo encima
de la mesa. La orientadora social11 lo dejó solo, así que decido entrar. Enseguida me
Cartonear nombra una actividad consistente en la recolección, por las calles de las ciudades, de cartón y otros
10
que le hacen a las maestras, en sus llantos, en su impotencia para hacer que el ni-
ño se porte mejor. Gastón “se la pasa con la mochila en la escuela”, y “anda mal”,
pero es esa mochila la que abandona ni bien llega a su casa. Esa mochila, que es la
expresión del resguardo de los útiles necesarios para su actividad escolar, e implica
poner a Gastón dentro del aula, es la que anuncia la impotencia de los docentes. Así,
la mochila que carga el niño interpela la imagen naturalizada de “alumno” ante sus
maestros, quienes entonces indican que “anda mal” y “no hace nada” cuando elige el
pasillo, el patio, el afuera del aula para ese andar. La categoría de alumno es desbor-
dada desde su mochila “llena de lo escolar” —de sus “útiles” precisamente—, que
parece no pudiera ser abierta allí. Él decide no hacerlo, pero tampoco la abandona
ahí, definiendo y diferenciando la escuela de su casa, donde la tira ni bien llega. Él
decide decírmelo y en su enunciación me dice que el adentro de la escuela ha sido
redefinido más allá del regimentado por aprendizajes y enseñanzas.
Gastón nos habla entonces tanto de su relación con el aprendizaje como de su
vínculo con las regulaciones escolares para el tiempo y el espacio normado cuando
deambula, cuando tampoco hace la actividad asignada en el gabinete. En la cotidiani-
dad, en su capacidad para prescindir de dimensiones, sociales, culturales e identitarias
que él expresa cual un enorme grito de exterioridad —y adverso a los discursos—,
interpela dispositivos como la enseñanza, el aprendizaje y el currículo escolar. Una
especie de afuera que permanece en el adentro, pero que no está disponible para una
clase, para la del aula, al menos. Gastón, aun estando allí, elige una peculiar manera
de estar “todo el tiempo” —según las docentes— en la escuela, pero fuera del aula,
en los pasillos. Gastón me imponía mirar su manera de ser escolar, una manera tal
vez análoga a la de estar “todo el día en la calle”, cuando su referencia al adentro de
su casa se impone en su relato.
Desbordando su condición de alumno —rol normativizado que prefiguran los for-
matos escolares y muchos discursos de la educación—, el niño termina impactando
en el formato de lo escolar con su biografía, interpelando esa identidad ilusoria
de alumno que la pedagogía ordenó para que los maestros aprendiéramos acerca de
ellos: llenándola de contenido, la desdibuja. Por eso impacta en el contenido y for-
ma del adentro, en lo escolar y en sus fronteras, e irrumpe también en la manera de
entender estas fronteras también para comprender su condición allí. Así, Gastón
modifica nuestra delimitación de los confines de lo escolar; un movimiento que
implica rebasar el perímetro. Esa cáscara arquitectónica impide “pelar las paredes e
inspeccionar los hilos y los rizomas [de] su vinculación con el mundo exterior (que
ya no está ‘fuera’)” (Nespor, 1997), y sus consecuencias políticas y epistemológicas.
Esos hilos propios de su vinculación con el mundo exterior están también tejidos por
12
La cuenta es sencilla: cada caña se paga aproximadamente unos 18 a 20 centavos (año 2008), y si en el día
se han hecho unas 600 cañas, se puede llegar a los 180 pesos. Llegar a ese número no siempre es fácil para una
sola persona, razón por la cual “ayudan” los niños y niñas pequeños de la familia.
la vez arrancaba con una precisión quirúrgica las hojas que aparentemente estaban
“maduras” para colocarlas bajo una de sus axilas, donde las iba acopiando. “Así se
hace, profe…”, me dijo con una sencillez inapelable, aunque para mí todavía se-
guía siendo un misterio cómo había podido distinguir en un segundo qué hojas sí
y qué hojas no podía arrancar. Cuando le pregunté, insistiendo sobre eso que se me
antojaba enigmático, me respondió: “De chiquito ya te vas dando cuenta, profe…
cuando estás en la finca haciendo cañas o empezás a cosechar las de abajo… No sé,
yo vivo acá enfrente de la escuela y siempre anduve entre las fincas de acá cerca, así
que no sé… Te vas dando cuenta”.
Al conversar con Hernán, podía advertir que me mostraba la manera correcta de
cosechar moviéndose entre los surcos con la misma agilidad que le había visto hacer
pruebas físicas y piruetas acrobáticas en la escuela. Bajo el rayo implacable del sol
de enero, el verde del tabaco se funde con las paredes blancas de las escuelas rurales:
ellas están allí, emplazadas en medio del campo, oliendo las estufas humeantes que
en las tardecitas perfuman la jornada que termina. Constituyen un adentro tan po-
roso y lábil, que a menudo los patios entremezclan árboles con plantas de tabaco que
atraviesan caprichosas los frágiles límites de los alambrados. Por ello, cuando Hernán
nos enseña su habilidad para cosechar, lo hace “ahícito nomás”, a pocos pasos de las
aulas, donde ya comienza una finca y las plantaciones se extienden como un manto
infinitamente cotidiano. Algo de eso sucedió cuando seguí indagando acerca de los
vínculos escuela-trabajo desde una mirada que seguía estando demasiado anclada
en los binarismos. Preocupado por la convivencia (y connivencia) entre las formas
de explotación rural vinculada a las familias y la relativa pérdida de importancia de
la escuela en ese contexto, encontraba no pocas dificultades a la hora de escuchar y
preguntar a los changos acerca de sus vínculos con las tareas de la cosecha y secado
del tabaco. Entre otras cosas, porque mi acercamiento había estado atravesado ante-
riormente por definiciones institucionales acerca del trabajo infantil que claramente
interferían, provocando que mis preguntas se disiparan en un diálogo que perdía las
referencias concretas a los sentidos que los chicos construían sobre sus vidas.
Sin embargo, en una oportunidad en que conversaba con Rodrigo —el amigo de
Hernán—, yo insistía en averiguar por qué no estaba yendo al centro de Chamical,
a las actividades de la ONG, siendo que el mismo Hernán le decía que estaba fal-
tando mucho13 y las “profes” preguntaban por él. Aprovechando que era sábado
y no había actividades en la escuela de Chamical, fuimos con Hernán a la finca de
13
Aunque en otras oportunidades era Rodrigo el que le decía a Hernán que por qué había faltado… O a me-
nudo alguno de los profes de Chamical me preguntaba a mí por los dos.
14
Estas pequeñas fincas contrastan con las que suelen verse desde la ruta, más grandes. Si bien el tabaco es un
cultivo que permite su producción en pocas hectáreas sin perder rentabilidad (a diferencia del maíz, el trigo o la
soja), la ganancia de pequeños y grandes productores se hace notar: unos habitan sus pequeñas casas de adobe
(ocasionalmente ladrillo) y construyen estufas de secado a leña; y otros ostentan grandes caserones y estufas
tecnificadas a gas, así como maquinaria agrícola de punta.
los flujos migratorios de las familias que siguen las cosechas estacionales, buscando
a su vez la forma de mantener las trayectorias escolares de niños, niñas y jóvenes.15
Las escenas que presentamos pretendieron dar cuenta del modo en que los chicos
colaboran en nuestra reflexividad cuando nos comparten por un instante las formas
en que representan y dan sentido a sus vidas. Así, nuestra forma de mirar, pregun-
tar e incluso registrar en el campo, si bien permanece habitada por un adentro es-
colar —tan propio de nuestra historia educativa como de ese orden discursivo que
habitamos—, puede a la vez ser conmovida, impactada y abierta a otros modos de
ver, escuchar y comprender con los chicos. Suele ocurrir que la escuela —o bien, su
orden—16 remita a la imagen de niños y niñas como sujetos pasivos y maleables. En
ese sentido, interpelamos en nuestra práctica de investigación el mismo orden discur-
sivo escolar que deslinda a los chicos del poder y los “activa” cuando de aprendizajes
se trata. En nuestro trabajo, el punto de vista que prevalece atiende a la agencia de
estos sujetos como manifestación compleja de su propia subjetividad, esto es, en su
calidad de agentes con capacidad de accionar y productores de sentido, en tanto los
NNA en sí y dentro de una trama relacional con adultos.
Con Gastón y Hernán, con estas escenas y también en nuestro diálogo, hemos
reflexionado acerca de la escuela y sus fronteras. Con ellos desplazamos la represen-
tación de la escuela como un lugar cuyos límites fueran reconocibles en el disposi-
tivo edilicio, para redescubrirla coexistiendo en, y atravesada por, las experiencias
concretas de vida de los NNA que conocimos. El campo nos propone preguntas que
15
Vale la pena incluir aquí este dato obtenido del trabajo de campo con los chicos y sus padres: muchas familias
se desplazan dentro de la provincia de Jujuy —y en buena parte del país— siguiendo las oportunidades laborales
que los períodos estacionales de los cultivos marcan. Así, cuando se acaba la cosecha de tabaco, se puede ir a la
de caña de azúcar, o a la de oliva o uva en la zona cuyana. En muchos de estos casos, los chicos se desplazan de
una escuela a otra dentro del año escolar. Es decir, piden el “pase” de una escuela de Perico (tabaco) en abril o
mayo, por ejemplo, a otra de Ledesma (caña de azúcar), ambas en Jujuy, para muchas veces regresar a la misma
de Perico a cerrar el año —y retomar el trabajo en el tabaco—, en octubre o noviembre. Las más de las veces,
este mecanismo está contemplado por las mismas escuelas, que hacen la vista gorda acerca de los requisitos
formales para habilitar esos pases.
16
A la vez, sabemos que en el mundo de la investigación –en tanto educativo– también suele ser así y ha sido
criticado desde perspectivas como las que articularon el surgimiento de estos simposios en los que el debate se
enriquece desde la perspectiva con niños.
—compartiendo con ellos— desmarcan las fronteras que establecen los discursos
alejados de prácticas situadas.
¿Qué clase de delimitación de escuela aparece en estas escenas? ¿Dónde empieza
y termina lo escolar? ¿Qué o quién lo define? Las fronteras funcionan como marca
ineludible para los chicos cuando se les aparecen como “mandatos”: lo que le su-
cede a Gastón no atañe a la escuela —está afuera—; el trabajo en el tabaco hace
“peligrar” la trayectoria escolar. Pero, en ambos casos, los chicos están en la escuela
y expresan sus experiencias de vida sin separarlas, poniendo de relieve hasta qué
punto están imbricadas. En este sentido, cuando nosotros nos proponemos indagar
acerca de lo que sería o no propiamente escolar, nos encontramos con respuestas que
descomponen la diferencia o la reorganizan de otro modo: “con lo que gano en la
finca tengo para comprarme los útiles…”. El extrañamiento se produce rápidamente
cuando advertimos la naturalidad con que los chicos superponen experiencias que
pensábamos separadas. Entonces nos vemos obligados a seguir el hilo de sus propias
narraciones para redescubrir una escuela mucho más porosa, permeable: es el espacio
donde se estudia, pero también donde un niño pasea con su mochila sin entrar al
aula porque algo lo mantiene preocupado. Un desempeño escolar que Gastón tam-
poco cumple en el gabinete, aunque sea el espacio diferenciado de los problemas de
y con el aprendizaje en la escuela, el lugar para resolver el hecho de que “ande mal”.
Para algunos chicos, entrar a la escuela no significa dejar atrás una exterioridad,
un espacio de prácticas radicalmente distinto, sino que en la escuela se reencuentran
con quienes comparten buena parte de su vida cotidiana en el trabajo y en los modos
de estar en la calle. En la escuela tiene un lugar el trabajo, a la vez que el juego y la
demostración de habilidades ganadas en jornadas laborales. Pero también la calle,
en la que deambular buscando papeles y cartones —que es un trabajo— se hace
un juego entre amigos.
Mientras la presencia de Alejandra, mujer y adulta que compartía actividades con
docentes y chicos, dislocaba la tradicional clasificación de “seño”, Gastón nos per-
turbaba en la de alumno. Él, fuera del aula, con su mochila a cuestas, deambulando
ofrece una imagen imprecisa, análoga a la de la “seño” que no se sabe qué enseña,
pero entra en el colectivo docente. Todo lo que había contado y mostrado Gastón con
respecto a su exterioridad allí dentro, ¿de qué manera complica, desdibuja, replan-
tea la categoría? Niño escolarizado es equivalente a alumno, escolar; pero ¿qué clase de
escolarización es la que estos chicos —como tantos otros— hacen que suceda fuera
de las aulas? ¿Con qué conceptos trabajamos esta evidencia? El adentro de escuela
y escolaridad se ligaban de manera compleja en los casos de Gastón y Hernán.
Allí donde las nuevas formas de ser y estar en la escuela se presentan como rup-
turas en el orden, la posibilidad para el agenciamiento también aparece de manera
compleja. Los recorridos que hacen los chicos en y desde la escuela trazan un mapa
complejo. La historia de Gastón se metía en la escuela impactando el adentro —con
su padre y su madre, su amigo grande y los otros, sus hermanos, los amores, los
olvidos, el trabajo, la casa, la calle y el cartoneo—, para mostrar las porosidades.
Con Gastón —en esta escuela, con estas docentes, en estas relaciones, en esa tra-
ma— las categorías para pensarlo como alumno, escolar despliegan sus límites con
el efecto del afuera en lo escolar, en el adentro. Él, con su vida allí, tejiéndola en un
mundo relacional, desborda el sentido común que lo define alumno ante los adultos,
problematiza la categoría actuando su identidad de escolar en estas prácticas. En el
trabajo de campo con los jóvenes del tabaco, la frontera se hacía evidente en detalles
muy significativos: cuando se podía salir de las actividades pautadas y reguladas por
la ONG, los chicos conversaban con muchos de sus “profes” y compartían historias
y vicisitudes relacionadas al trabajo en las fincas, sin que aparecieran valoraciones
acerca del peligro que eso podía involucrar en su escolarización. La frontera se reor-
ganizaba cuando las actividades y los contenidos propuestos por la ONG se llevaban
a cabo, incluso durante el año en que la temática del trabajo infantil se constituía
en un legado pedagógico de esa experiencia institucional. En esos momentos, lo
escolar se escinde, deviene una suerte de significado que contiene todos los clichés
acerca del desarrollo del sujeto: la escuela es el reaseguro del progreso individual y
el trabajo en las fincas es un flagelo.17
La existencia misma de las fronteras impuestas en un orden discursivo de lo esco-
lar pierde así su consistencia legítima, y lo que entra o sale adquiere nuevos sentidos
en la medida en que dialoga con prácticas en las que los chicos son protagonistas.
En esa trama relacional, los chicos son los actores, los que otorgan sentido a lo que
sea “la escuela”, y la consideración de agencia de los chicos es clave. Para los chi-
cos que cartonean o trabajan en el tabaco, la escuela es también el lugar donde los
adultos comprenden y dialogan con sus historias, porque existe una experiencia de
vida compartida, reconocible. Para los chicos, la escuela —que también es decir
17
Claramente no se trata de poner en debate las consecuencias éticas acerca de que menores de edad trabajen.
Lo que se intenta es mostrar cómo ciertas definiciones moralizan el trabajo sin tomar en cuenta los contextos
históricos y culturales concretos en que este se despliega, calificándolo rápidamente como “flagelo”. Al sostener
con tanta decisión la erradicación del trabajo infantil, como vemos que se hace con los chicos, no se consideran
sus historias de vida ni sus puntos de vista, ni las condiciones específicas en que sus familias se sostienen. Al mis-
mo tiempo, estos discursos se encargan de replicar una imagen de la escuela como “salvadora”, moralizándola
entonces como el reverso del mundo laboral.
en estas situaciones con ellos, nos hemos permitido pensar en lo que puede ser en-
tretenimiento o trabajo. El modo en que el universo que define la escuela —donde
no falta ni entretenimiento ni trabajo— dialoga con estos y otros aspectos vitales
de los chicos impacta inexorablemente la definición de su orden, irrumpe en su
contenido y modo binario.
La escuela, como dispositivo moderno, constituye un gran aparato de captura que
performa y cristaliza identidades esperadas18 al interior de unos muros que intentan
marcar incesantemente su diferencia con un afuera reificado. En esa operación, el
dispositivo replica su cristalización en y para el adentro. Cuando logramos proble-
matizar esas fronteras —y reconocer los sentidos que el campo educativo construye
para dotar de cierta especificidad a la cotidianidad que habita una escuela—, las
experiencias de campo como las que relatamos nos sitúan en la difícil tarea de
abandonar la noción de ontologías separadas de acuerdo a los contextos en que se
despliegan las vidas de los niños y niñas. La tarea de deconstruir nociones de adentro-
afuera escolar, como señalamos, no implica dejar de reconocer que los chicos habitan
espacios y lógicas diferentes: no es lo mismo la vida familiar, el barrio y los amigos
que el mundo del trabajo y la rutina escolar. Creemos que suponer que todos esos
mundos podrían fundirse en una experiencia indiferenciada es tan equívoco como
afirmar que cada uno de esos espacios reviste una diferencia radical que interpela al
sujeto adscribiendo a identidades separadas. Por otro lado, lo que intentamos poner
en relieve son los modos en que los chicos atraviesan todos estos espacios, los modos
en que despliegan prácticas diferentes y los modos en que aparecen demarcaciones
acerca de la existencia de fronteras en sus propios términos. Asimismo, subrayamos
la importancia de explorar con los chicos la manera en que se ven interpelados por
los límites instituidos sobre lo escolar, y la forma en que ellos mismos negocian y
agencian con esas fronteras que a menudo reifican subjetividades. Los devenires de los
chicos y sus biografías obligan a mover los marcos de análisis y las categorías teóricas
que suponen espacialidades discretas, con un dispositivo —edilicia, administrativa,
institucional y disciplinariamente— cuyos límites se presentan como aparentemente
claros y necesarios. Con los NNA, descubrimos que ni la puerta ni los discursos que
encierran y dividen la escuela del afuera son eficaces cuando podemos dialogar con
sus agencias en prácticas donde ellos son protagonistas, develadores de fronteras.
18
La construcción del sistema educativo moderno se asentó en el relato de la inclusión. En el marco de la cons-
trucción del Estado-Nación en la Argentina, la escuela se compondría cual dispositivo normalizador-homoge-
neizador-ciudadanizador (Dussel, 2004). En ese contexto de prácticas educativas de inclusión, se producirían
las más claras maneras de exclusión social, en principio, por la eliminación del conflicto como parte de lo social,
además porque tal inclusión resultó excluyente de las diferencias.
Bibliografía
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19
Marcus (2001) lo dice muy claro: “plantear preguntas a un objeto de estudio emergente, cuyos contornos,
sitios y relaciones no son conocidos de antemano, pero que son en sí mismos una contribución para realizar una
descripción y análisis que tiene, en el mundo real, sitios de investigación diferentes y conectados de manera
compleja” (p. 115).
Este diálogo forma parte de una conversación que tuvo lugar en el año 2005, du-
rante el periodo inicial del trabajo de campo de un estudio etnográfico con niños en
situación de desplazamiento que residen en Altos de Cazucá, en Bogotá, Colombia.
Durante el periodo de acceso al campo, Alba —investigadora y autora de este traba-
jo—, interesada en aprender acerca de experiencias de niños y niñas en sus lugares
de relocalización, trató de identificar en esa área a aquellos que habían sido despla-
zados, pero no tuvo éxito. Lorena, una niña de 11 años, le había contado durante
una conversación previa que ella no era una persona desplazada. Sin embargo, días
después, en la cocina del lugar donde desarrollaban un proyecto educativo —mien-
tras preparaban una merienda para los niños con Alba— la mamá de Lorena contó
que efectivamente su familia, incluida Lorena, había sido desplazada hacía algunos
años. La respuesta de la niña afirmando que ella había sido desplazada pero ya no lo
era confundió a Alba: ¿qué significa para Lorena ser un desplazado interno (DI)? La
niña reconfiguró las variables de tiempo y espacio de su experiencia y así comprendió
el desplazamiento como un evento transitorio en su vida.
De este diálogo con la niña emergió una nueva perspectiva para pensar la cate-
goría de desplazado interno. Lo que la niña dijo modificó la perspectiva del proble-
ma de investigación enunciado por Alba. Su encuentro con la madre y la niña en
la etapa inicial del trabajo de campo marcó y redefinió el curso de su investigación.
En la literatura, la categoría de desplazamiento interno aparecía como una forma de
identificación que permitía abordar una problemática social, particularmente útil
para las organizaciones internacionales y nacionales que buscaban atender a esta
población. Sin embargo, lo que se encontró en Altos de Cazucá fue que la categoría
de desplazado interno era temporalmente situada y que los niños y las niñas en la
medida de lo posible optaban por no reconocerse a sí mismos como desplazados, y
preferían crear identidades asociadas a los lugares en donde vivían en ese entonces.
Los únicos niños y niñas que incluían la etiqueta desplazado interno como parte de
sus identidades eran los recién llegados y esta se sentía impuesta por los demás y
se percibía como una carga. Durante la investigación se hizo evidente la resistencia
de los niños y niñas ante el discurso estigmatizante del desplazamiento construido
en el contexto local.
En el año 2012, Alba, estimulada por una propuesta de una colega interesada en
organizar una compilación de trabajos sobre aspectos epistemológicos y metodoló-
gicos de las entrevistas, recordó el impacto que le había causado aquella conversa-
ción con Lorena y su mamá y pensó que aún no estaba completamente construido
y analizado ese evento como dato. El libro buscaba recoger experiencias en dife-
rentes espacios geográficos y con diferentes tipos de población, para identificar y
visibilizar los retos y las posibilidades que ofrece la metodología de la entrevista en
el marco de investigaciones de corte etnográfico. Alba y Diana —las dos autoras
de este artículo— venían trabajando desde el año 2008 en una red de investigación
etnográfica con niños y niñas. Desde hacía varios años, Diana venía reflexionando
y escribiendo sobre aspectos epistemológicos y metodológicos del trabajo investi-
gativo en colaboración con niños y niñas; y Alba estaba buscando una manera de
enriquecer la mirada de este evento y sus implicaciones en la investigación. Alba
invitó a Diana a escribir juntas y así entender algo más sobre ese evento que, tanto
tiempo después, advertía que no estaba completamente develado.
Ambas autoras decidimos revisar lo documentado tomando ese diálogo como un
episodio en el que Alba experimentó lo que denominaremos contraste entre reflexivi-
dades (Guber, Milstein y Schiavonne, 2013), para analizar el fenómeno estudiado
desde un enfoque que comprende las entrevistas como un proceso colaborativo de
producción de significados entre investigadores e interlocutores. Intentamos enten-
der algo más acerca del significado contenido en las expresiones personas desplazadas,
Mapeando el terreno
Estado y por lo tanto su capacidad para producir efectos que beneficien al conjunto
de civiles, en particular a los campesinos.
La mayoría de las personas colombianas desplazadas son campesinos y residentes
de pequeños poblados que han huido hacia las afueras de las grandes ciudades co-
lombianas. El conflicto ha afectado de manera desproporcionada a mujeres, niños,
niñas y minorías étnicas, particularmente a afrocolombianos e indígenas, que son los
grupos más empobrecidos del país. Alrededor de 404 000 desplazados han llegado a
Bogotá, que se ha convertido en la ciudad con la más alta concentración de personas
desplazadas (Codhes, 2004). De manera contradictoria, las personas desplazadas lle-
gan a las ciudades y, en lugar de encontrar seguridad, viven en la pobreza y el riesgo
permanente. La presencia cada vez mayor de grupos armados en los centros urbanos
ha creado redes complejas de crimen organizado y las personas desplazadas son las
principales víctimas de la batalla urbana: el 80 % de los desplazados colombianos
vive en situación de pobreza extrema y tiene insuficiente acceso a alimentos nutri-
tivos (Norwegian Refugee Council, 2005). Como las personas desplazadas reciben
solamente un 61 % del salario mínimo colombiano, o menos, la mayor parte de sus
ingresos es utilizada para alimentación y solo un 3 % para educación; más aún, dos
terceras partes de las personas desplazadas viven en lugares inadecuados, sin acceso
a condiciones básicas de higiene y alrededor de un 70 % de las personas desplaza-
das tiene dos o tres necesidades básicas insatisfechas—incluidas vivienda, acceso a
servicios, condiciones dignas de vivienda, educación y dependencia económica— si
lo comparamos con el 10% de los ciudadanos más pobres de la ciudad (World Food
Program, 2003; International Committee of Red Cross-World Food Program, 2004).
El 80 % de las personas desplazadas en Colombia son menores de 26 años. La
Unidad de Atención Integral a la Población Desplazada (UAID) recibe 1700 IDP
(individuos desplazados internos) por mes y la mitad son niños, niñas y adolescen-
tes menores de 17 años (Women’s Commission for Refugee Women and Children,
2002). De acuerdo con el Informe de la Memoria Histórica Basta ya (2013), entre
1985 y 2012, y hasta el 31 de marzo de 2013, fueron desplazados 2 520 512 niños.
Los niños desplazados presentan una vulnerabilidad particular frente al sufrimiento
del impacto del conflicto armado, debido a que son separados de sus familias y de
sus comunidades (Women’s Commission for Refugee Women and Children, 2002).
Estos niños suelen sufrir por malnutrición, algunos de ellos son lastimados o asesi-
nados y las niñas suelen ser víctimas de abuso sexual y trata de menores (Women’s
Commission for Refugee Women and Children, 2002). Las redes e infraestructuras
sociales son destruidas: los niños experimentan la separación de sus hogares rurales
para enfrentarse a nuevos ambientes en circunstancias muy difíciles, encuentran
Altos de Cazucá
Las pendientes colinas de Altos de Cazucá están situadas en los suburbios al sur
de Bogotá. Cincuenta años atrás esta área no estaba habitada. En el momento en
que se realizó esta investigación residían aproximadamente 40 000 personas, de las
cuales prácticamente un 50 % eran desplazados internos que llegaron a la capital
desde áreas rurales de todo el país buscando algún tipo de protección. A pesar de
que la zona está situada a una hora en automóvil desde el centro de Bogotá, cuesta
creer que Altos de Cazucá forme parte de la misma ciudad. El final del asfalto y el
comienzo de un camino de circunvalación marcan una línea de frontera entre las
partes de la ciudad que aparecen integradas y la pobreza extrema y el aislamiento que
caracterizan el área de Altos de Cazucá. El sector más pobre del barrio se encuentra
en la parte más alta de las colinas, atravesando un paisaje deteriorado en el que las
casas se vuelven más precarias y la vegetación tiende a desaparecer.
Existen lugares como Altos de Cazucá en las afueras de todas las ciudades de
Colombia; estos lugares son conocidos como “invasiones” porque las personas que
viven allí llegan de otros lugares del país y se asientan en terrenos baldíos. En estas
invasiones viven muchas personas en condiciones insalubres y con muchas dificul-
tades de acceso a servicios básicos. Las personas desplazadas que llegan a Bogotá
usualmente son conducidas a Altos de Cazucá o a otros asentamientos donde habitan
personas de sus lugares de origen. Es habitual que familiares, amigos u otros miem-
bros de la comunidad los ayuden a obtener ilegalmente alguna pequeña parcela de
tierra que vende la mafia en los lugares donde los recién llegados construyen vivien-
das improvisadas. Las casas se construyen de materiales diferentes, desde cartón y
lata hasta cemento. Muchas de las casas no tienen agua corriente y están construidas
en colinas inestables que están en riesgo de inundación y erosión.
La gente de Altos de Cazucá tiene poco acceso a trabajo, educación y servicios de
salud, y muchas personas optan por involucrarse en actividades ilegales o realizan al-
gún tipo de actividad informal. De acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados (2005), los niveles de desocupación y desnutrición entre
los desplazados es más alto que en el resto de la población; el 43 % de las personas
desplazadas está ubicado en los niveles más bajos de consumo de alimentos y más
del 50 % de los jefes de hogar dice estar desempleado. Los niños desplazados tienen
derecho por ley a la educación gratuita; sin embargo, 7 de cada 10 niños que han sido
objeto de desplazamiento forzado no vuelven a la escuela por razones económicas,
por discriminación o maltrato, por condiciones de malnutrición o porque necesitan
trabajar para contribuir a la economía familiar (Coalico, 2005). La participación en
programas de gobierno requiere que se registren y den una información personal
detallada, pero por razones de seguridad muchas personas prefieren no acudir a estas
instancias. Como resultado de estos factores, la Coalición contra la vinculación de
niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (Coalico, 2005) estima que
alrededor de dos tercios de la población desplazada en Altos de Cazucá no tienen
acceso a ayuda médica o a programas educacionales del gobierno. Para empeorar
aún más las cosas, los residentes de Altos de Cazucá deben afrontar altos niveles
de crimen y la presencia de actores armados. Es así que las personas desplazadas se
encuentran de nuevo, en la ciudad, enfrentándose a los mismos grupos armados de
los que trataron de escapar cuando salieron de sus lugares de origen.
Cabe aclarar que los desplazados internos y los refugiados tienen un status legal
diferente. Mientras que los refugiados que escapan de sus países pueden obtener un
status legal y protección internacional de acuerdo con la Convención de Refugiados,
los desplazados internos están todavía bajo la jurisdicción de sus propios estados.
Ser un desplazado interno no constituye un status legal, y por eso estas personas no
reclaman ningún derecho adicional a aquellos garantizados como miembros ciudada-
nos (Brun, 2003). Sin embargo, dado que los desplazados internos se encuentran en
situación más vulnerable que otros ciudadanos, son reconocidos como una población
que requiere atención especial. En consecuencia, las Naciones Unidas desarrollaron
un conjunto de principios guías para el caso de los desplazados internos que buscan
contrarrestar la discriminación y garantizar que mantengan los mismos derechos y
deberes que sus conciudadanos.
Más allá de las buenas intenciones que motivaron el establecimiento de la cate-
goría de desplazado interno (IDP, por sus siglas en inglés), y la utilidad de las mismas
para las agencias humanitarias que tienen como objetivo esta población, se producen
consecuencias no intencionadas que acompañan la formación de la categoría misma.
Los conceptos de refugiado y persona desplazada, así como la noción de experiencia
de desplazamiento han sido controversiales porque han tratado la situación de des-
plazamiento como una condición uniforme que ignora las diferencias individuales
entre las personas desplazadas. Por ejemplo, estudiando la manera en que los refu-
giados hutus que viven en Tanzania configuraban su identidad como refugiados,
Malkki (1995) encontró que en la condición de refugiado de los hutus predominaba
Foto Paz
Foto Paz era una organización que hacía parte de una ONG internacional cuyo ob-
jetivo fundamental era ofrecer a niños y niñas víctimas del conflicto alternativas
educativas que les permitieran reflexionar sobre sus experiencias. En Foto Paz los
niños se encontraban dos veces por semana y las sesiones de trabajo duraban 4 ho-
ras. Todos los niños que participaban del programa vivían en el área de Altos de
Cazucá. Durante el tiempo en que Alba tuvo contacto con los chicos participantes
del programa, la proximidad con ellos estaba relacionada con la regularidad con
que asistían a las sesiones de trabajo. El programa incluía tres niveles asociados a
técnicas y conceptos sobre fotografía que tenían que aprender, y a los jóvenes que
ya habían completado los tres niveles les ofrecían la oportunidad de participar como
monitores de los nuevos participantes.
Los talleres de Foto Paz se realizaban en un pequeño lugar: una casa alquilada
ubicada frente a un parque en el que los niños realizaban actividades recreativas y
otras vinculadas a la fotografía. Si bien la casa estaba construida en ladrillo, su apa-
riencia y los problemas estructurales que presentaba su construcción eran similares
a los de todas las otras casas del lugar. Durante el tiempo en que Alba desarrolló el
trabajo de campo —que fue durante la temporada de lluvias severas—, el agua se
filtró por el techo, que estaba roto, y dañó parte del costoso equipamiento fotográfi-
co. Irónicamente, otra dificultad permanente de la casa era la falta de agua corriente.
La asistencia de los niños a los talleres de Foto Paz no era regular porque muchos
de ellos trabajaban y ayudaban en tareas domésticas. Los niños participantes del
programa educacional tenían entre 9 y 16 años y habían llegado a Altos de Cazucá
desde diversas regiones de Colombia, zonas rurales, pueblos pequeños y barrios de
Bogotá. Eran 56, de los cuales 31 eran niñas y 24, varones. Casi todos los niños,
niñas y jóvenes que asistían a este programa educativo estaban fuera del sistema de
educación formal, y para muchos de ellos Foto Paz —el proyecto fotográfico— era
el único programa educativo al que estaban incorporados. Los talleres del programa
estaban distribuidos en tres niveles, duraban cuatro horas y se desarrollaban dos
veces por semana. Los niños y niñas eran seleccionados por docentes y asistentes
comunitarios que difundían la invitación de manera informal entre los vecinos. Al
comienzo, la inscripción a los talleres superaba las posibilidades para el proyecto por-
que se inscribían más de los que cada nivel podía contener; posteriormente, debido
a las razones antes mencionadas, la asistencia de los niños se hacía intermitente y
finalmente cada nivel trabajaba con grupos de entre 13 y 15 niños, niñas y jóvenes.
En el Proyecto se promovía que los niños y las niñas documentaran sus vidas
a través de la fotografía y narrativas sobre temas diferentes —memoria, familia,
miedos, el antiguo y el nuevo hogar, por ejemplo—. Los productos finales eran el
resultado del trabajo colaborativo entre el equipo de Foto Paz y los participantes
niños y niñas. La selección de temas se discutía con los niños y de ese modo que-
daban involucrados en todo el proceso de creación de la foto-narrativa. Los niños
utilizaban cámaras estenopeicas,1 construidas artesanalmente por ellos, para crear
las fotografías. Durante el proceso de producir las fotos participaban los niños y el
equipo del proyecto.
El trabajo de campo del estudio etnográfico al que nos hemos referido se desarrolló
durante un periodo de cinco meses entre 2005 y 2006. La investigadora partici-
paba en el programa todos los días de la semana, incluidos los sábados y algunos
domingos. Desde el comienzo, participó a través de un curso de taller de fotografía.
1
La cámara estenopeica consiste en una lata hermética a la luz con un pequeño agujero en un lado y un trozo
de película o papel fotográfico o grabado encajado dentro de la lata. Un trozo de cinta negra se puede utilizar
como un obturador. El agujero es generalmente perforado utilizando una puntilla con un diámetro muy peque-
ño. Este agujero se tapa con cinta para evitar la entrada de luz en la lata. Una de fórmula para bebés se puede
convertir en una excelente cámara estenopeica.
En ese curso desarrollaba tareas tales como recibir a los niños, leer con ellos, orga-
nizar los materiales para los talleres de fotografía, organizar tiempos de recreación,
actividades en el cuarto oscuro, preparación de almuerzo y meriendas, limpieza,
organización del taller y evaluación de las actividades diarias. Pero su participación
no se reducía al taller de fotografía; también interactuaba con los niños mientras
realizaban diversas actividades en las aulas, la cocina, la cancha de futbol y las áreas
donde tomaban fotografías del vecindario. También visitó con los niños algunos de
sus hogares durante los paseos que se realizaban para tomar fotos y en los eventos
culturales organizados por Foto Paz en Bogotá, a los que llevaban a los niños de
Altos de Cazucá.
Habitualmente, un grupo de niños acompañaba el camino de los maestros de
Foto Paz y la investigadora hacia la parada de bus. Estas caminatas eran ocasiones
interesantes de diálogo con los niños y, de manera similar, los viajes diarios en bus
—que tomaban alrededor de 4 horas— eran tiempos que usaba para conversar y
discutir con los maestros cuestiones referidas a la organización, la comunidad y los
niños de Foto Paz.
Así, la observación participante fue una de las estrategias metodológicas funda-
mentales durante los meses que se extendió el trabajo de campo. La participación,
tal como hemos mostrado, permitió que la etnógrafa experimentara la interacción
con los niños dentro y fuera de los espacios institucionales de Foto Paz. Su partici-
pación en las actividades cotidianas de los niños le permitió contar con un acceso
estratégico a sus vidas, a través de estrategias que se correspondían con las situacio-
nes cotidianas —por lo tanto, no prediseñadas en el proyecto.
Asimismo, fueron esas situaciones las que dieron lugar a conversar con los niños
sobre diversos temas en distintas ocasiones, y también sobre los mismos temas en
situaciones diversas. Esto potenció en todos los casos el despliegue reflexivo de los
niños con la investigadora sobre temas de interés mutuo. Entre otros temas, emer-
gían problemas económicos familiares, percepciones sobre el barrio, sus familias y
sus experiencias. Por ejemplo, con la familia de Ruth, cuya madre trabajaba como
empleada doméstica en una casa del norte de Bogotá y había quedado desempleada:
la familia estaba viviendo de lo poco que la madre había logrado ahorrar mientras
encontraba un nuevo empleo; hecho que se dificultaba debido a su misma situación
de desplazamiento, según advertían algunos niños, no todos. Otro ejemplo impac-
tante fue la visita a lugares a los que, sin los niños y el relato de sus experiencias, la
investigadora nunca hubiera accedido: las tiendas del barrio, las lomas más altas y
la laguna, un lugar con alta contaminación del cual los niños daban las peores refe-
rencias, comentaban que allí se cometían muchos crímenes y que a veces aparecían
cadáveres. Ellos se sentían atraídos y al mismo tiempo advertían que ni las mujeres
ni los niños y niñas debían andar solos en ese lugar. Experiencias como estas daban
lugar a entender el problemático proceso de relocalización implicado en la vida co-
tidiana de estos niños y niñas.
Como ya se mencionó, el conflicto armado en Colombia ha permanecido por
décadas y ha generado largos procesos de migración forzada que han creado nue-
vas formas de urbanización y nuevos modos de identificación de ciudadanía (Agier,
2000). Durante la investigación en Altos de Cazucá, se encontró una gran diver-
sidad de experiencias relacionadas con el desplazamiento: había niños y niñas que
recordaban vívidamente la experiencia de desplazamiento, entre los cuales algunos
no tenían ninguna posibilidad de retornar a sus lugares de origen ni de pensar en
esa posibilidad; otros niños no recordaban detalles de sus experiencias de desplaza-
miento ni de los lugares donde vivían; otros niños que llegaron a la comunidad solo
contaban vivencias de sus comunidades de asentamiento. También se encontraron
niños que habían sido desplazados de más de un lugar. Estas experiencias se hicieron
visibles en las conversaciones que se suscitaron con los niños en la cotidianidad del
trabajo de campo, mientras se tomaban las fotos en el barrio o en el cuarto oscuro;
mientras jugaban futbol, en las caminatas por el barrio o a través de conversaciones
con madres y padres de familia o con otros miembros de la comunidad. Todos estos
intercambios le permitieron a la investigadora conocer a los niños y niñas en su co-
tidianidad, aprender de su barrio, de sus familias, y así aproximarse a la manera en
que interpretaban su realidad social, las experiencias vividas y más particularmente
su situación de desplazamiento.
En el trabajo de campo se evidenció que la categoría de desplazado interno,
constituida en un marcador humanitario, se construía como categoría social en el
curso de la vida cotidiana, al mismo tiempo que la diversidad de experiencias de
los niños la ponía en cuestión. Muchos de ellos —como en el caso de Lorena, por
ejemplo— rechazaban el desplazamiento como condición identitaria. En otros casos,
hubo una negación total a que el desplazamiento hubiese pasado. Ese fue el caso de
Jenny, una niña cuya historia de escape y de reasentamiento fue compartida con la
investigadora en un diálogo informal con algunos de sus familiares; sin embargo,
cuando la investigadora indagó sobre la razón por la que llegó a la ciudad, Jenny
afirmó: “A mí me trajeron mis tíos para que estudiara acá porque allá no había co-
legio”. La negación de la experiencia de desplazamiento fue otra manera de evitar
la etiqueta de desplazado interno.
este era un hecho del que no había por qué dudar. Y Lorena lo sabía. Sin embargo,
ella sostenía que no era desplazada. ¿De qué hablaba Lorena cuando afirmaba que
no era desplazada?
El hecho de que entre los residentes de Altos de Cazucá no fuera obvio quién
era o no desplazado fue algo que emergió durante el trabajo de campo: el ser des-
plazado fue una cuestión precisamente problematizada por ciertos participantes en
circunstancias en que se encontraban en confianza con la etnógrafa. La conversación
con Lorena transforma la perspectiva de la investigación en la medida en que sus
argumentos no son asumidos como producciones de una víctima del desplazamien-
to, tampoco como una negación planteada en términos psicológicos, ni como una
ocurrencia “infantil” propia de alguien que no puede entender. Por el contrario, se
presentan como una construcción de sentido de una par interlocutora que, junto con
la investigadora, está seriamente preocupada por dar comprensión a una situación
que le atañe de manera directa. Lorena puso de manifiesto que el desplazamiento
no la definía como sujeto identificado con un grupo para siempre. Ella habla de algo
que pasó, que sucedió en el pasado, como un evento pretérito y que, por lo tanto,
ya acabó. Entonces, ser desplazado no es un rasgo esencial de los sujetos, tampoco
es un estado permanente y ni siquiera —al menos en la perspectiva de Lorena— se
conserva como rasgo que da pertenencia a un grupo. Esto último sí sería la pers-
pectiva de su mamá, quien probablemente logra relocalizarse al apropiarse de este
rasgo de pertenencia.
La posibilidad de pensar junto con Lorena le permitió a la investigadora modificar
el modo de buscar a los niños y niñas en situación de desplazamiento: la obligó a
replantear las estrategias para encontrar interlocutores. En segundo lugar, le per-
mitió estar atenta al modo en que los niños y niñas se definían a sí mismos y admitir
que las personas pueden haber sido desplazadas y que esto no implicaba de manera
directa pertenecer al grupo de desplazados. Más bien, parecía que pertenecer a ese
grupo podía limitarlos en sus posibilidades de encontrar oportunidades para hacer
amigos, aumentar redes sociales, ir a la escuela o encontrar trabajo, como en el ca-
so de la mamá de Ruth que mencionamos en el apartado anterior. En tercer lugar,
pudo entender que el desplazamiento no puede cosificarse como un estado físico al
modo del agua sólida, gaseosa o líquida. Más bien, lo que Lorena estaba diciendo
es que las vivencias de desplazamiento forzado son distintas e individuales y, sobre
todo, situadas. En el caso de Lorena, probablemente lo etario y generacional mar-
caba fuertemente la situación.
diálogo y dieron pie a una mayor confianza en la relación. Esto pone en discusión
la idea de contar con un conjunto de técnicas flexibles de campo para aplicar. En
su lugar, la situación conversacional puede convertirse en un encuentro etnográfico
(Fabian, 1983) en el que escuchamos al otro, nos escuchamos a nosotros mismos
y esperamos también ser escuchados por los otros. De ahí que la comprensión del
otro no sea producto o resultado de la aplicación de técnicas pautadas de entrevista.
Lejos de esto, lo que sucede es que cuando la reflexividad de los investigadores y los
participantes fluye y se intercambia permite la construcción de significados en los
contextos performados como entrevistas.
El proceso de comprensión de un etnógrafo puede ser visto como una suerte de
dos movimientos, no necesariamente secuenciales. El primero consiste en “dejarse
afectar” durante el trabajo de campo por la lógica de los participantes; el segundo,
en regresar a situaciones en las que el investigador “se dejó afectar” para describir
el proceso de involucramiento y así (re)descubrir rasgos del fenómeno estudiado
(Favret-Saad, 1990). En otras palabras, los análisis comprensivos que dan fuerza
y densidad a las interpretaciones presentes en las descripciones etnográficas se al-
canzan cuando los investigadores logran articular lo que los emociona-sensibiliza-
inquieta como personas con el problema que están estudiando. Por ejemplo, en la
conversación con Lorena, la etnógrafa se sensibilizó con la respuesta de la niña, que
la impactó por lo inesperado, pues le hizo pensar, en principio, que la niña le había
mentido. Este flujo de emociones produjo el primer movimiento porque provocó una
demanda por parte de la investigadora y una respuesta explicativa por parte de la
niña interlocutora. Ambas quedaron recolocadas en la relación. La investigadora no
podía buscar niños y niñas simplemente desplazados para encontrar los IDP: apren-
dió que, además, necesitaba que esos niños se consideraran a sí mismos como parte
del grupo IDP. La niña logró desclasificarse de ese grupo al que su familia la hacía
pertenecer. El segundo movimiento se produjo en la investigadora en interlocución
con otra investigadora, al revisar su intervención en esa conversación y descubrir
que en la interlocución con una niña durante el trabajo de campo había emergido el
cuestionamiento a una categoría analítica que la había acompañado como una lente
con poder explicativo. Descubrió así el valor inconmensurable de la reflexividad del
“nativo” a través del intercambio de saberes con una niña.
Cuando un investigador planea su trabajo de campo, está interesado en aprender
y estudiar todo lo que pueda sobre el problema, los lugares y la vida diaria de los que
viven en el territorio seleccionado. El etnógrafo sabe que todo lo que estudie sobre el
contexto es poco e insuficiente y que los pobladores de la localidad siempre sabrán
más sobre lo que el investigador quiere comprender. Este conocimiento no se refiere
tanto a lugares, cronologías de hechos, historias familiares, etc.; más bien se refiere
a las lógicas y prácticas que operan entre quienes viven y trabajan en los lugares
específicos, a los sentidos que organizan la información y los relatos, que muestran,
esconden o niegan situaciones y las bromas, que deforman, unen o separan noticias
o referencias, etc. Dejarse afectar implica que el investigador trabaje sobre sí mismo
para minimizar la prevalencia de otras lógicas que organizan los sentidos de eventos
que le suceden o han sucedido en otros contextos, con otros grupos. Siguiendo con
nuestro ejemplo, fue indispensable que durante la conversación la investigadora se
hubiera dejado sensibilizar por las palabras de Lorena, para luego poder revisar en
sí misma ese sentimiento que le generó el episodio a la luz de lo que en ese contexto
se produjo, y suspendiendo la lógica desde la que organizó como académica y como
voluntaria la categoría de desplazado interno.
Esto supone que el investigador no se conforma con sus razones y permite que
ingresen argumentos, razones y fundamentos de los otros, que en su experiencia
previa pueden parecer absurdos, irracionales, necios, desatinados y, por lo tanto, le
producen incomodidad, ansiedad e, incluso, perturbación. Esto implica una doble
dificultad para el investigador: no entender lo que está sucediendo y, al mismo tiem-
po, no captar la relevancia de los sucesos para el tema o problema de investigación
sobre el que está interesado. Sabido es que la posibilidad de producir conocimiento
depende en gran medida de capturar esas lógicas, y es esto lo que mantiene y esti-
mula la capacidad reflexiva del investigador. En el trabajo de campo etnográfico, el
diseño metodológico no requiere un conjunto de herramientas y técnicas estanda-
rizadas que se apliquen independientemente del contexto donde este se desarrolle;
por el contrario, los contextos —lugares, momentos, interacciones, etc.— atraviesan
y dan forma a las actividades que los investigadores desarrollan durante el trabajo
de campo.
Identidades en el borde
este artículo es resultado del esfuerzo por incorporar al análisis parte de lo que ha-
bía quedado en la memoria de Alba como una impresión y al mismo tiempo como
una incógnita a la espera de ser develada al elaborarla como una perplejidad en el
proceso interpretativo.
Tanto los niños como sus familiares y los vecinos vinculados al programa Foto
Paz sabían que Alba estaba realizando su investigación, que no estaba subsidiada
y que, si bien colaboraba con el programa, formalmente no trabajaba en el mismo.
En el trabajo de campo, Alba, como mujer colombiana, si bien estaba en una posi-
ción económica y social diferente, compartía la nacionalidad y con ella algunas de
las tradiciones y herencias culturales de los niños participantes. La posición social
en términos de clase, edad y educación de Alba era compartida con el equipo de
Foto Paz, lo que facilitaba su relación con este grupo. Ser colombiana e hispanoha-
blante nativa le otorgaba a Alba una posición que le permitía el acceso privilegiado
al diálogo y las informaciones que circulaban en el entorno de Altos de Cazucá. Al
mismo tiempo, y de manera contradictoria, su educación, clase social de pertenencia
y lugar de residencia en ese entonces —Estados Unidos— la ubicaban automática-
mente como extranjera con respecto al mundo social y cultural vivido por los niños
que participaban en el grupo de investigación. La situación de residencia y origen
de la investigación se hicieron particularmente visibles para la comunidad debido
al requisito exigido por la Universidad de los Estados Unidos de tener una copia
del consentimiento informado de los participantes en inglés. Esta situación ubicó
inicialmente a la investigadora en el lugar de extranjera y fue en la interacción co-
tidiana que está identificación inicial se fue diluyendo.
En otro orden, a pesar de las asimetrías propias de la relación entre investiga-
dora y participantes, el rol que Alba desempeñaba como voluntaria en el proyecto
fotográfico y el contacto cotidiano con los niños y los miembros de la comunidad le
permitieron establecer una forma de trabajo en equipo (“partnership” o “parcería”)
con los niños que participaban habitualmente del programa. La interacción habitual
les permitió a los niños y a Alba compartir encuadres comunicativos y crear una
relación de confianza en la que era posible crear significados de una manera colabo-
rativa. Lo interesante en este caso es que el modo de descubrir esos encuadres que
podían compartir no fue fundamentalmente el resultado de la búsqueda por parte
de Alba de semejanzas, similitudes y concordancias, sino de momentos en los que los
niños —como Lorena— provocaron situaciones de contraste. Es decir, donde Alba
percibió la incomodidad que implicaba la diferencia, la oposición y hasta la antítesis
en la interpretación de una misma situación; donde el contraste entre reflexividades
potenció en primer lugar la perplejidad, en segundo lugar, la molestia —casi enojo
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Introducción
Este diálogo sucedió cuando los autores de este trabajo nos reunimos en el comedor
comunitario de un barrio en la ciudad de Neuquén, Argentina, con algunos de los
niños y niñas con quienes desarrollamos nuestra investigación etnográfica sobre
escuelas primarias e infancias.1 Solíamos encontrarnos los días sábados en ese lugar
para realizar distintas actividades. Siempre eran situaciones amenas y, muy a me-
nudo, surgía algún diálogo referido a episodios y eventos de la vida cotidiana en el
barrio. Como el domingo anterior habían sido las elecciones de la Comisión Vecinal,
este tema ingresó en nuestra conversación. Elías, de 12 años, opinaba con mucha
solvencia sobre los candidatos y sus desempeños. A medida que lo escuchábamos,
nuestro desconcierto iba creciendo y exhibiéndose en nuestras preguntas. El punto
1
Proyecto de investigación PICT 2010-1356, Un Nuevo Lugar Social para la Escuela Estatal. Entre la Irrupción
de la Política y la Emergencia de Nuevas Infancias y Adolescencias, subsidiado por el Fondo Nacional de Ciencia
y Técnica —FONCyT— y la Agencia Nacional de Ciencia y Técnica —ANCyT—.
cumbre de nuestro desconcierto se produjo con su respuesta, que nos dejó boquia-
biertos e inhibidos para seguir preguntando. En aquel momento nos sorprendió la
firmeza de Elías frente a temas que, hasta el momento, no sabíamos que les eran
tan próximos a estos niños. Nuestra perplejidad nos llevó más lejos, hasta poder
entender el sentido agudo que tenía afirmar que ellos saben porque ven. El trabajo
de campo etnográfico supone de antemano que los investigadores no sabemos y que
interactuamos con pobladores que saben sobre lo que nosotros queremos conocer,
pero no siempre resulta tan claro de dónde y cómo emerge ese saber, cómo logran
alcanzarlo y cómo confirman lo que saben.
Los encuentros etnográficos sistemáticos con los niños y niñas fueron las situacio-
nes que generamos para desarrollar una experiencia compartida en el campo. Con
ellos entendimos cabalmente que “la ‘experiencia’, más que el ‘diálogo’, era el punto
de partida del camino del conocimiento antropológico” (Hastrup y Hervik, 1994, p.
6). Mirar y ver, caminar, recorrer y andar eran las acciones que orientaban nuestras
actividades. Ir para ver, subir para mirar, caminar para mostrar, acciones que fueron
diseñando los sentidos del ver y mirar, —incluidos los ojos bien abiertos de Elías—
y del caminar y andar en el barrio. Analizar este andar nos permitió completar la
experiencia del caminar “no como algo que el cuerpo hace, sino como algo que el
cuerpo es” (Ingold y Lee, 2010, p. 2). Y en ese experimentar nuestros cuerpos siendo
con los cuerpos de los niños, también desafiamos el tiempo. Por un lado, desafiamos
la sensación de ganar y perder tiempo, cuyo sentido se diluía en todos y cada uno
de nuestros encuentros de trabajo con los niños. Y, por otro lado, también se diluía
algo mucho más importante: la sensación de vivir tiempos diferentes.
A continuación, contextualizaremos nuestro proyecto y relataremos cómo lleva-
mos adelante nuestra investigación con este grupo de niños, incluyendo reflexiones
sobre aspectos metodológicos. Luego, analizaremos el conocimiento producido con
los niños y las niñas, intentando mostrar el proceso compartido de construcción de
interrogantes. Hacia el final, describiremos cómo estas actividades en colaboración
produjeron algunas transformaciones importantes en el modo en que los investiga-
dores adultos organizamos la experiencia etnográfica.
Durante los años 2010 y 2011 realizamos trabajo de campo en Toma Norte, un
barrio situado en la zona noroeste de la ciudad de Neuquén, capital de la provin-
cia homónima y localidad más importante del norte de la Patagonia argentina.
Nos propusimos estudiar las transformaciones que han estado experimentando,
durante los últimos quince años, las escuelas primarias públicas estatales a las que
asisten los niños, niñas y adolescentes (NNA), que provienen de familias “pobres”
y “empobrecidas”.2 Estas transformaciones han sido producidas, en gran medida,
como resultado de los procesos de fragmentación del Estado Nacional y de los es-
tados provinciales, y de la crisis económica, política, social y cultural agudizada
desde mediados de la década del 90, que afectó especialmente la vida de quienes
residen en las zonas urbanas —en especial las más distantes a las áreas céntricas de
las ciudades— y en las barriadas populares de las áreas más densamente pobladas
de la Argentina. Nos interesamos en examinar algunos de los factores substanciales
del proceso novedoso de desestructuración que sufrieron las escuelas de esas áreas
urbanas, para entender sus transformaciones en el orden de las relaciones labora-
les, políticas, de enseñanza y aprendizaje, así como de los vínculos con los lugares
donde están emplazadas, con la gente y con las instituciones locales, provinciales y
nacionales. Nos preocupaba particularmente entender cómo participaban los niños
y sus familiares, los roles y lugares que ocupaban y las formas de intervención en la
vida cotidiana de las escuelas. Las características que conocíamos de la zona noroeste
resultaban interesantes para nuestro objetivo.
Comenzamos visitando por las mañanas y por las tardes una escuela estatal prima-
ria cercana al barrio. En esta escuela, así como en muchas de la ciudad de Neuquén,
las clases comenzaron dos meses después de iniciado oficialmente el curso lectivo,
como consecuencia de medidas de fuerza por reclamos de los gremios de docentes y
de auxiliares. Ante estas circunstancias, los niños no iban a la escuela, los familiares
concurrían muy esporádicamente, pero los docentes y los auxiliares asistían, aun-
que de manera irregular. Durante esta primera etapa realizamos observación con
participación en esta escuela y en otra, también primaria. Compartimos reuniones
con docentes y con trabajadores auxiliares, los acompañamos en manifestaciones
de protesta callejera, conversamos con algunas madres y niños que se acercaban a
la escuela. Recorrimos la “feria barrial del trueque”, entrevistamos a integrantes de
la comisión vecinal y a personal de la comisaría del barrio, participamos de festejos
barriales y algunas “fiestas del día del niño” organizadas por la comisión vecinal y
un grupo de jóvenes vecinos del barrio que realizan tareas de ayuda social, entre
otras actividades. Esto nos permitió establecer vínculos personales con gente que
trabajaba en la escuela, con vecinos, hombres y mujeres encargados de algunos
2
Las comillas indican que así es mencionada la población por los docentes en las escuelas y por las autoridades
escolares en los medios masivos de comunicación.
3
La provincia de Neuquén tiene aproximadamente 550 000 habitantes; la capital, 240 000.
panorámica de Neuquén
ni número. La calle principal que los vecinos utilizan como referencia para ubicarse
y orientarse, la única con nombre, Rodhe, atraviesa el barrio de sur a norte y es por
donde circula la única línea de transporte urbano público, que comunica el barrio
con el centro de la ciudad de Neuquén. Las casas se ubican por manzana y apellido
de las familias, aunque formalmente cada casa tiene su número de lote.
Las características de urbanización de este barrio no eran conocidas por los in-
vestigadores, de ahí que una parte importante del trabajo de campo consistió en
caminar por las calles, reconocer comercios, comedores, instituciones, plazas. Los
primeros recorridos los hicimos caminando solos, conversando con vecinos, como
pasa cuando un forastero llega a un lugar. Esta experiencia fue particularmente in-
teresante porque los cinco investigadores residíamos o habíamos residido en la zona
por décadas. Jesús, de 28 años, era nativo de la ciudad y había residido en ella toda
la vida. María Teresa, de 62 años, y Silvina, de 25 años, habían nacido y residido en
ciudades cercanas de la provincia vecina de Río Negro. Carmen, de 59, y Diana, de
55 años, nacieron y residieron durante las primeras décadas de sus vidas en ciudades
de la región rioplatense del país, pero habían residido por alrededor de 30 años en
Neuquén y Cipolletti —ciudad lindante—, respectivamente. Las cuatro investiga-
doras habían mantenido vínculos laborales y gremiales con la docencia neuquina.
De manera que, si bien no conocíamos ese barrio, todos contábamos con una imagen
construida previamente del lugar, de los pobladores, de las condiciones y los modos
de vida, que fue demoliéndose en la medida en que mirábamos, caminábamos y es-
cuchábamos. No fue difícil producir nuestro extrañamiento porque al andar por allí
nosotros nos sentíamos forasteros y los otros confirmaban esa, nuestra percepción.
Así, construimos unas primeras imágenes que registramos y fotografiamos. Al poco
tiempo, cuando incluimos a niños y niñas como colaboradores en nuestro equipo, la
sorpresa fue notable. Con ellos comenzó a gestarse una nueva manera de caminar,
mirar, escuchar y. sobre todo, conocer y comprender.
El grupo de niños y niñas de Toma Norte fue incluido como colaborador del
equipo de investigación durante el cuarto mes de trabajo de campo. Con este gru-
po desarrollamos actividades entre junio y diciembre de 2010, y marzo y octubre
de 2011. Nos encontrábamos una o dos veces por semana durante un periodo de
dos o tres horas en el que realizábamos conversaciones grupales, sentados alre-
dedor de una mesa del comedor mientras tomábamos mate o alguna gaseosa y
comíamos galletitas que siempre llevábamos nosotros. Luego, recorríamos calles,
visitábamos casas, plazas, la canchita de futbol; subíamos y bajábamos bardas,
participábamos de festejos barriales, entre otras propuestas que, en su mayoría,
surgían de los chicos y las chicas. En todos esos recorridos, desde el comienzo, los
niños incorporaron el uso del grabador, la cámara de fotos y un cuaderno en el
que solían tomar notas de las conversaciones que manteníamos entre nosotros y
con los vecinos. Caminar, observar y entrevistar a otros niños, niñas y vecinos del
lugar fueron las actividades que nos permitieron conocer cómo percibían los chi-
cos el lugar y lo que pensaban los vecinos acerca del barrio y la escuela en la que
estábamos trabajando. Con ellos trabajamos en la formulación de interrogantes,
en actividades de campo y análisis de los documentos de campo (registros escritos,
grabaciones y fotografías).
Como un resultado de la tarea de investigación del equipo investigador de ni-
ños y adultos, editamos en conjunto un libro ilustrado que circuló en el barrio y en
la escuela con el nombre de Grupo conociendo Toma Norte. La primera actividad de
4
En una primera etapa, durante un periodo de tres meses, el grupo estuvo integrado por Violeta, Fernanda,
Ernesto, Yon y Alejandro. Al poco tiempo se sumaron Ruth y Elías, hermanos de Violeta, y Yon, Marcos, Pedro
y Nico. En una segunda etapa, a lo largo del segundo año del trabajo de campo, el grupo quedó conformado
por siete niños y dos niñas: Violeta, Ruth, Elías, Yon, Marcos, Pedro, Nico, Jorgito y el Pipi, estos dos últimos
con 10 y 12 años de edad.
Como indican varios autores (Alderson, 2003; Corsaro, 2005; Fine y Sandstorm,
1988; Mandell, 1988; Montandon, 2005; Muller, 2010; Toren, 1993, entre
otros), los niños son activos en la construcción de formas y sentidos de sus vidas
en interacción y diálogo con el mundo adulto. De manera que convocar a niños a
hacer trabajo de campo implicó abrir las puertas para que ellos también constitu-
yeran ese mismo trabajo. ¿Cómo fue el proceso de participación entre los niños y
nosotros? ¿Qué curiosidad compartimos? Probablemente, en lo esencial, fue la que
enunció Fernanda: cómo hacer para descubrir lo que la gente siente. Realizando
investigación con este grupo, aprendimos caminos para acceder o acercarnos al
sentir de la gente. Es decir, a entender aspectos fundamentales de las prácticas,
vinculados a cosas sensibles, que se captan en la propia acción que desplegamos
cuando actuamos. Como sucedió cuando quedamos descolocados ante la predis-
posición a estar con nosotros por parte de Fernanda y Violeta, con quienes nos
dejamos llevar de manera sensible.
5
Nos referimos a quienes adscribimos a la etnografía identificada como método, perspectiva y texto; enfoque
que en la Argentina fue orientado por la antropóloga Esther Hermitte y continuado por un conjunto de antro-
pólogos entre los que cabe mencionar, entre muchos otros, a Eduardo Archetti, Leopoldo Bartolomé, Santiago
Bilbao, Rosana Guber, Carlos Herrrán, Alejandro Isla y Hebe Vessuri.
De enseñantes a aprendices
Durante los primeros encuentros y a partir de las inquietudes de Fernanda, nos con-
centramos en realizar prácticas de conversaciones-entrevistas a la manera en que lo
hacíamos nosotros para diferenciarlas de las “encuestas” que los chicos decían conocer
porque “habían pasado los del censo”. De manera similar a lo que sucede en clases
con estudiantes universitarios en las que discutimos sobre el sentido de conversar
con “nativos” en el trabajo de campo etnográfico, estos niños no vincularon la ta-
rea que les proponíamos con las conversaciones habituales, sino con un trabajo de
expertos. Con los estudiantes universitarios esta experticia suele estar relacionada
con lo que hacen los investigadores sociólogos, antropólogos. Estos niños y niñas
vincularon la tarea con la de los censistas y esto dio lugar a conversar sobre tipos de
preguntas y formas de preguntar. Les propusimos como ejercicio formular pregun-
tas que le harían a los vecinos y ellos dijeron: “¿Cómo se fue creando el barrio?”,
“¿cómo se ayudaron?”, “¿cómo se juntaron los vecinos?”, “¿cómo se conocieron?”,
“¿cómo era el lugar antes?”, “¿cuánto hace que vive acá?”, “¿qué le gusta hacer los
fines de semana?”. Así, fuimos organizando con ellos interrogantes que no tuvieran
respuestas preorganizadas y que posibilitaran establecer conversaciones. Quedamos
satisfechos, con la sensación de que estaban aprendiendo.
Entregamos cuadernos, lápices para que anotaran —como lo hacíamos nosotros
en nuestros cuadernos— y un grabador para que durante la semana realizaran en-
trevistas, que luego escucharíamos y analizaríamos en nuestras reuniones sabatinas.
Fernanda y Ruth fueron las primeras en llevar al sábado siguiente sus primeras en-
trevistas grabadas junto con comentarios de lo que les había sucedido. Por ejemplo,
la situación con una vecina que no quería que la grabaran: “Dijo que no, que la
quería escribir”, comentó Fernanda, y agregó: “Otros nos cerraron la puerta [...],
piensan que capaz vamos hablar mal de ellos”. El sábado siguiente, llegaron con
más entrevistas. Pedro grabó una conversación con su mamá en la que ella contó la
historia de la construcción de la canchita, en la que el papá de Pedro había estado
muy comprometido. Yon y Elías grabaron diálogos sobre historias familiares que
habían tenido con parientes y con vecinos que encontraron en la calle.
Entre las conversaciones que surgían mientras escuchábamos las entrevistas, era
muy marcada y reiterada la propuesta por parte de los niños y niñas de salir a andar
por las calles para hacer entrevistas todos juntos. Querían mostrarnos la “barda”, “la
canchita”, la “garita” donde “hace guardia un policía”. “Vamos, vamos”, nos decían.
Nos describían los lugares, nos nombraban gente, nos explicaban con gestos dónde
estaban los lugares y dónde vivían las personas que entrevistaban. Permanentemente,
nos sugerían salir del comedor. Nosotros tardamos en advertir la relevancia de sus
iniciativas. Concentrados en aprestarlos para comenzar el trabajo de campo, no ad-
vertíamos que este ya hacía rato había comenzado. Exactamente en aquel instante en
que los investigadores adultos imitamos a los niños y nos sentamos en la vereda para
comenzar con nuestro trabajo. Los chicos hablaban en presente, nosotros en futuro.
Para ellos era “vamos”; para nosotros, “iremos”. Esta diferencia de tiempos verbales
revelaba modos distintos de experimentar lo que estábamos haciendo. Nosotros,
como enseñantes, estábamos aprestándolos en un espacio-tiempo ficticio, creado
para los efectos del aprendizaje. No veíamos que ellos ya estaban realizando trabajo
de campo y, sencillamente, nos ofrecían compartirlo con nosotros. Los tiempos, así
como los lugares, se experimentan de hecho. “Tienen sus propias texturas, sus pro-
pias densidades y vacíos” (Hastrup y Hervik, 1994, p. 8) que no pueden sustituirse
con diálogos descontextualizados como los que nosotros proponíamos. Al tercer sá-
bado, a pesar de no estar muy convencidos de que la etapa de aprendizaje previo se
había completado, aceptamos el “¡Vamos, vamos a la barda!” de los chicos y chicas.
Llevamos dos grabadores, la cámara fotográfica, cuadernos y lápices. Elías, con
el grabador en la mano, se acercó al micrófono y con voz fuerte dijo: “¡Somos del
grupo Toma Norte y vamos a la barda!”, e inmediatamente, al ver a un vecino co-
nocido, inició una entrevista: “¡El primero!... ¿Qué piensa del barrio?”. El vecino lo
atendió y le respondió: “¿Qué pienso del barrio? Que es muy lindo”. Elías comenzó
una conversación con Luis —así se llamaba el hombre— y presentó al grupo expli-
cándole lo que estábamos haciendo. En ese momento nos olvidamos por completo
de que estábamos enseñando. La conversación se volvía cada vez más interesante
para todos y mientras Luis hablaba, Elías y Marcos nos pedían ayuda para sostener
el grabador porque necesitaban desocupar sus manos para tomar nota de lo que el
vecino decía. Los niños se habían posesionado de su rol de investigadores. Más aún,
Elías, entusiasmado, le propuso a Luis que fuera “al comedor”, “al grupo”, “así le
Todo este evento nos dejó atónitos. La situación que generó el grupo con este
impulso de salir y hablar con quien se cruzara en nuestro camino nos recolocó en
situación de investigadores. Así, advertimos que durante las semanas anteriores
nuestra actividad era más parecida a la de un docente que a la de un investigador.
Más aún, durante la semana preparábamos los encuentros de los sábados de una
manera muy similar a cómo se prepara una clase: organizábamos una secuencia
de propuestas y consignas para que los chicos se capacitaran en aquello que “no
sabían”. Desde la primera vez que nos encontramos fue claro que ya lo sabían, y
en cada encuentro mostraban lo que hacían y siempre sintonizaban con nuestras
propuestas. Pero, sentados en el comedor como maestros y alumnos, los niños eran
aprendices y nosotros, profesores. Esta relación sufrió un cimbronazo aquel sábado,
cuando salimos y Elías encabezó el grupo. En términos futbolísticos, Elías tomó la
delantera y nosotros quedamos solos detrás, mirando y escuchando, casi fuera de
la cancha. Los chicos eran locales, conocían a los vecinos y eran conocidos por ellos;
sabían conversar y estaban muy interesados en preguntar; hablaban el lenguaje
de sus vecinos y sobre temas que también les interesaban. Nosotros nos habíamos
concentrado tanto en capacitarlos que habíamos perdido de vista nuestro objetivo
principal: entender cómo participaban los niños, las niñas y sus familiares; los roles
y lugares que ocupaban y las formas de intervención en la vida escolar y en otras
instituciones locales. Y Elías, cuando tuvo su último diálogo con Luis, ayudó a que
nos reconectáramos con nosotros mismos en tanto investigadores que dábamos
nuestros primeros pasos como aprendices en Toma Norte. Experimentamos en esa
situación la necesaria relación entre conocer y aprender, el carácter negociado de los
significados y la naturaleza interesada del aprender para las personas involucradas
en un proceso concreto de aprendizaje (Lave y Wenger, 1991). Esta situación fue
reveladora para percibir la diferencia entre ser un receptáculo de conocimientos re-
cortados y organizados —tal era la situación que generábamos en nuestras sesiones
de capacitación en el comedor— y aprender comprehensivamente en la actividad,
Salíamos con las cámaras de fotos, los grabadores y las galletitas para saciar el hambre
durante los recorridos. Muchos de estos recorridos eran subiendo y bajando las bar-
das, y en estas subidas y bajadas o al andar por el llano entre las calles nuestros ojos
tuvieron que aprender a estar alertas, atentos y en movimiento, raudos para mirar
desde las alturas —al modo de un pájaro que vuela— y fijar nuestra observación
en un lugar y comprender. ¿Qué miraban? ¿Cómo lo miraban? ¿Qué veían? El “va-
mos”, con poco diálogo y mucha acción, era entregarse al andar como otra manera
de captar la vida de la toma que, mientras ellos mismos descubrían, nos mostraban.
Una tarde, mientras subíamos por una barda, Fernanda se acercó al borde y
mirando hacia abajo dijo a los gritos: “Mire esa”, y señalando con su dedo índice
agregó: “Es la parte de más pobreza de la Toma”. Al acercarnos, vimos unas casi-
llas agrupadas cubiertas con nylon negro, instaladas en la pendiente de la barda
que estaba enfrente. Y Fernanda insistía diciendo “¡Miren!”, mientras enfocaba la
lente de la cámara y sacaba fotos.
cómo, sea metafórica o literalmente, “ves las cosas”, y un intento de descubrir cómo
“ve él las cosas”. (Berger, 2002, p. 15)
Una tarde del mes de junio de 2011, mientras subíamos una barda, Yony se de-
tuvo y nos indicó que miráramos un pozo que estaba abajo. Nos costó verlo porque
lo que distinguíamos en ese lugar era una casa en construcción, alejada del resto.
Yony indicaba el pozo que estaba al lado. Lo había cavado él con su hermano mayor:
“Trabajamos dos días y no nos pagó. Vinimos a cobrarle, pero dice que no nos debe.
¡Y mire el pozo!”. Nos quedamos mirando el pozo y mirando a Yony. En las bardas y
en las calles siempre nos encontrábamos con depresiones, pozos y accidentes. Aquí,
otra vez, las palabras eran insuficientes para entender. Mirar el pozo que habían he-
cho Yony y su hermano nos ponía ante una relación de trabajo/explotación. Cuando
miramos no vemos solamente la cosa en sí. Vemos la relación entre las cosas y nos
vemos a nosotros mismos (Berger, 2002).
Era complicado acompañar el ritmo del caminar, frenar, subir, bajar que llevaban
nuestros coinvestigadores. Se nos presentaban obstáculos físicos y a través de estos
advertíamos otro tipo de inconvenientes que involucraban nuestra capacidad de
comprensión. La dificultad que tenía que ver con diferencias corporales, de desarrollo
de capacidades y de entrenamiento fue la que resultó menos problemática. Cuanto
más andábamos con ellos, mejor nos salía. Los niños nos esperaban, nos enseñaban
a movernos y desplazarnos, y adecuaban su velocidad a la nuestra. Sin embargo, lo
que no nos resultaba sencillo era sortear nuestros inconvenientes para captar imá-
genes, sensaciones, impresiones. Tuvimos que aprender un ritmo para andar, pensar
y sentir; un ritmo que les daba sentido de pertenencia a esa tierra, la tierra de los
que allí viven; el ritmo del movimiento a través del cual la vida es vivida. Con ellos
experimentamos que solo llegaríamos a comprender lo que percibían si lográbamos
ingresar en la dinámica de sus movimientos y desplazamientos. Movernos era un
modo de conocer o de tomar conciencia de la relevancia que tenía el “pensar en mo-
vimiento” (Sheets-Johnstone, 2011). Es decir, la diferencia que había entre pregun-
tarse acerca del mundo en palabras y preguntarse directamente en el movimiento
(p. 422). Como indica esta misma autora, pensar en movimiento está en la raíz de
nuestro sentido de la agencia y en la infancia tiene fines prácticos, autoinstructivos
y exploratorios (p. 419); en nuestro esfuerzo por compartir sus modos de andar y
recorrer, fuimos también aprehendiendo sus modos de pensar.
Ya próximos a finalizar esta etapa de trabajo compartido con los niños, y habien-
do aprendido mucho acerca de la importancia de pensar en movimiento, llevamos
temas grabados del grupo de rap San Lorenzo City6 con la intención de estimular
un diálogo con ritmo de rap mientras caminábamos. El destino de la caminata era
ir a una cancha que quedaba en Cuenca XV,7 donde algunos de los varones debían
jugar un partido de futbol de la Liga del barrio. La transcripción de parte de los re-
gistros grabados8 de este diálogo rapeado entre algunos de los caminantes intenta
mostrar la primacía que tiene el movimiento cuando se trata de conocer y entender:
Tere [mirando un cartel colgado en el portón de una casa]: Y dale y dale, mirá,
alimento para perro.
6
Este grupo de rap es del barrio San Lorenzo, de la zona oeste de la ciudad de Neuquén. Sus temas tienen
difusión local y nacional.
7
Uno de los barrios que también nació como toma, cercano a Toma Norte, ubicado en el sector norte del oeste
de la ciudad.
8
La transcripción de esta grabación fue realizada por Jesús Jaramillo —becario del equipo de investigación—
y por Raquel Borrero López —de la Universidad de Extremadura, España—, durante el periodo en que esta
última realizó una pasantía de investigación.
Este modo de andar en grupo, siguiendo un mismo ritmo y tempo, produjo una
sintonía entre los participantes. Este modo de andar se integraba con “las activida-
des inmediatas del día a día que articulan la práctica y la representación, el hacer,
el pensar y el hablar y […] muestran que todo tiene lugar […] en movimiento”
(Ingold y Lee, 2008, p. 3). Mientras caminaban, entre todos iban construyendo co-
nocimiento sobre un conjunto de fenómenos que incluían a quienes participaban y
el medio ambiente que los rodeaba.
La interacción en movimiento y dialogada precipitó asociaciones entre lugares,
individuos, grupos e instituciones. En este diálogo, que se fue desarrollando como un
contrapunteo entonado, Tere armó frases referidas a elementos que iban aparecien-
do: el policía que pasó, el cartel de propaganda de alimento para mascotas, el auto.
Como contrapartida a esas frases, Elías y Jorgito organizaban ideas que expresaban
experiencias y sentimientos colectivos. El breve intercambio que emergió al escuchar
la palabra policía puso en evidencia el menosprecio hacia un grupo y hacia una ins-
titución. No sabemos si el breve relato de Elías con sus amigos tirando piedras a la
policía sucedió efectivamente o no. Lo importante es advertir que el sentido de una
A modo de cierre
Los relatos que hemos organizado en este trabajo nos han ayudado a ordenar parte
de la experiencia compartida de investigación. Lo que nosotros hicimos fue escribir,
narrar lo vivido como modo de construir una experiencia10 referida a los diferentes
“tonos” que pueden darse al transitar un camino en la investigación con chicos y
chicas. Ahora bien, no hallamos el modo de dar cuenta de la totalidad de lo vivido.
Este es un problema con el que nos encontramos siempre que abordamos la redac-
ción de una etnografía.
Este problema pasa a ser una cuestión central cuando hacemos etnografía con
niños, porque una gran parte de lo que se va elaborando en conjunto no pasa por las
palabras, sino por gestos, miradas, desplazamientos, ritmos, etc., tal como hemos
9
Sobre este sentimiento hemos tenido ocasión de conversar con cuatro policías a quienes entrevistamos en 2010
y 2011, quienes confirmaron la percepción hacia ellos de desconfianza y rechazo.
10
La relación entre experiencia y narración ha sido trabajada, entre otros, por Benjamin, Bruner y Ricoeur. Un
panorama de este enfoque se puede ver en Gerome (2003).
Los métodos de los investigadores del mundo social son los mismos que usan los ac-
tores para conocer y describir el suyo. La particularidad del conocimiento científico
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Carmen R. Cáceda se desempeñó durante doce años como profesora de Inglés y Es-
pañol en el Colegio Nacional 0025, de San Gregorio, Vitarte, en Lima (Perú). Lue-
go, trabajó como profesora de Español en la Universidad Villanova, en Pensilvania
(Estados Unidos). También ha trabajado como formadora de profesores bilingües
en la Universidad Mayor de San Marcos (Perú), en La Universidad de Texas (San
Antonio) y en la Universidad del Oeste de Oregón. Obtuvo dos bachilleratos en
educación: uno en el Instituto Pedagógico Nacional de Monterrico (como profeso-
ra de Inglés) y el otro en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán
y Valle (como profesora de Inglés-Español), en Lima, Perú. Siguió una maestría en
Tesol (Teaching English for Students of Other Languages), en la Moray House School
of Education, de la Universidad de Edimburgo (Escocia), y otra en Español, en la
Universidad de Villanova (Pensilvania). Estudió el doctorado en la Universidad de
Texas, en San Antonio. Ha publicado capítulos en libros, como, por ejemplo, en
Conflict, exclusion and dissent in the linguistic landscape (language and globalization), y
en revistas académicas, tales como International Journal of Tesol and Learning. Su área
de investigación se enfoca en la formación de maestros bilingües, especialmente en
lo relacionado con la identidad y las creencias lingüísticas que tienen los profesores,
así como también en programas que preparan profesores de la misma comunidad,
denominados en inglés como Grow your own programs.
Ángeles Clemente ha trabajado por más de treinta años como profesora e investi-
gadora en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (México), en donde
fundó el grupo de investigación en Lingüística Aplicada Crítica. Estudió Literatu-
ra y Lengua Inglesa en la Unam y cursó la Maestría en Tesol (Teaching English for
Dantas, Guerrero, y Higgins, de la escritura del libro Encuentros etnográficos con niñ@s
y adolescentes (2011). Además ha publicado capítulos de libros y artículos en revistas
especializadas y de difusión político-cultural.
María Teresa Pujó ha trabajado como maestra de grado y fue directora de una es-
cuela rural primaria de Cinco Saltos, provincia de Río Negro (Patagonia argenti-
na), y como profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación (UNco), también
perteneciente a la provincia de Río Negro. Tiene formación en Educación Artística,
con especialización en Música y Teatro, disciplinas que desarrolló en las carreras del
Profesorado para Maestros de Nivel Inicial y Primario, de la Facultad de Ciencias
de la Educación. El interés por la importancia de la presencia de lo artístico en la
escuela le generó varias inquietudes, por las cuales se inició como investigadora,
integrándose en el equipo dirigido por la profesora Diana Milstein en el Proyecto
Posibilidades y Límites de la Educación Artística en la Escuela Primaria. De este
proyecto surgieron exposiciones y debates en congresos nacionales e internacionales
y se publicó el artículo “Clases de música sin música” y el relato etnográfico “José y
las clases de música”. El trabajo con niños durante sus 35 años de trabajo ha sido el
hilo conductor de su carrera como investigadora en otros dos proyectos dirigidos por
la profesora Milstein: La Escuela y las Infancias, Otras Dimensiones de lo Político:
un Estudio Etnográfico en Escuelas Primarias de la Ciudad de Neuquén (Neuquén,
2010) y Un Nuevo Lugar Social para la Escuela Estatal: entre la Irrupción de la
Política y la Emergencia de Nuevas Infancias y Adolescencias (Buenos Aires, 2010).