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En su libro, Larrosa defiende la idea de que la tarea del profesor no se limita únicamente a

transmitir conocimientos, sino que implica una dimensión artística y ética. Argumenta que la
enseñanza es una práctica creativa que requiere de una sensibilidad especial y un
compromiso profundo con los estudiantes.

Larrosa critica el enfoque mecanicista y tecnocrático de la educación, que tiende a reducir el


aprendizaje a la mera adquisición de información y habilidades técnicas. En cambio,
propone una visión más humanista, en la que se reconozca la singularidad de cada
estudiante y se fomente su desarrollo integral.

El autor sostiene que el profesor debe ser un artesano, alguien que trabaja con materiales
humanos y se dedica a la construcción de experiencias educativas significativas. Destaca la
importancia de la relación pedagógica, basada en el diálogo, la escucha atenta y el respeto
mutuo

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