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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL

PERÚ

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS: LA DIATRIBA


DEL INTELECTUAL FRENTE A LA CIUDAD
DEL CAOS

Monografía que como parte del curso de


Investigación Académica

presenta el alumno:

Santiago Masamune

Diciembre, 2016

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RESUMEN

El presente trabajo tiene como principal fin desarrollar un análisis de la función del

intelectual, Fernando, como crítico y restablecedor del orden de la caótica sociedad

urbana contemporánea de Medellín. Esta función terminará resultando en un fracaso

debido a que existe un cuestionamiento al rol de Fernando como intelectual, y al fracaso

de establecer en el plano mental y en el de la implementación, la construcción de una

Medellín ideal que evoque a aquella ciudad natal que Fernando recuerda. El trabajo

cuenta con dos capítulos para realizar el análisis. En el primer capítulo, analizaré la

teoría del intelectual como generador y organizador del orden en las sociedades en

relación con el rol que Fernando intenta cumplir, teniendo en cuenta para esto las teorías

sobre el intelectual de Ángel Rama y Antonio Gramsci. Por otro lado, en el segundo

capítulo analizaré como se relaciona la teoría del decaimiento social y cultural de las

sociedades urbanas contemporáneas con el contexto descrito desde la perspectiva de

Fernando, quien es un intelectual que regresa de un lugar caracterizado por el imperio

del orden y la civilización (Europa). Se concluye que la unión de todas estas secciones

terminan por establecer las razones por las cuales el proyecto ordenador de Fernando

termina siendo un fracaso frente a la Medellín caótica. Por ello el triunfo de la ciudad

2
contra Fernando, también es el triunfo de la violencia y el caos en las sociedades

urbanas contemporáneas.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………….4
CAPÍTULO 1: LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA DE LOS INTELECTUALES Y
EL ROL DE FERNANDO…………………………………………………………….....9
1.1. Las concepciones sobre el intelectual según A. Rama y A.
Gramsci………………………………………………………………………..11
1.2. El cuestionado rol de Fernando como
intelectual……………………………………………………………………………….17

CAPÍTULO 2: LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA DEL DECAIMIENTO SOCIAL


Y CULTURAL DE LAS SOCIEDADES URBANAS CONTEMPORÁNEAS Y EL
CONTEXTO DESCRITO POR
FERNANDO…………………………………………………………………………...24
2.1. La configuración de Medellín como una ciudad
caótica…………………………………………………………………………26
2.2. El fracaso de Fernando como intelectual frente a Medellín (contexto)
……………………………………………………………………..33
CONCLUSIONES……………………………………………………………………..40

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………44

3
INTRODUCCIÓN

El tema en torno al cual girará todo este trabajo es respecto al rol que cumple Fernando

como intelectual frente a su espacio o contexto, el cual es Medellín. Luego de estar un

largo periodo de tiempo en el extranjero, Fernando regresa a su ciudad natal para

terminar sus últimos años de vida ahí. Sin embargo, cuando observa en lo que se ha

convertido Medellín en todos esos años de ausencia, emprende una labor que se

caracteriza por desarrollar un discurso crítico con el objetivo de restablecer el orden.

Este orden que Fernando quiere instaurar es el que imperaba en lo que él llama la

“Medellín antediluviana”, es decir, la ciudad en donde Fernando había crecido hasta irse

al extranjero. La hipótesis que se postula en este trabajo es que Fernando, en su lucha

por establecer un orden en Medellín, no termina cumpliendo tal objetivo debido a su

cuestionado rol como intelectual y al fracaso en el planteamiento de dicho orden en los

dos planos por los cuales un intelectual es capaz de edificar una ciudad: plano de la

ideas y símbolos, y el plano de la realidad o la implementación.

Esta investigación está dividida en dos capítulos. Ambos capítulos cuentan con sus

respectivos dos subcapítulos. En el primer capítulo se analizará la teoría del intelectual

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como generador y organizador del orden en la sociedad establecido por las

representaciones desarrolladas por Ángel Rama y Antonio Gramsci en relación con el

papel que intenta cumplir Fernando en La Virgen de los sicarios. En el primer

subcapítulo se estudiará las concepciones que tanto Rama y Gramsci tienen sobre el

intelectual. Estas dos representaciones se caracterizan por sus diferencias en tanto que el

primero establece un rol paternal del intelectual en relación con el poder y el segundo

establece un rol de compromiso social e identificación con su respectivo grupo o clase

social. El segundo subcapítulo consiste en la explicación de las razones por las cuales el

rol de Fernando como intelectual es cuestionado debido a que no encaja en ninguna de

las representaciones sobre el intelectual establecidas por Rama y Gramsci. El segundo

capítulo analiza la relación entre la teoría del decaimiento social y cultural de las

sociedades urbanas contemporáneas con el contexto que es descrito a lo largo de la

novela por Fernando. En el primer subcapítulo analizaré la configuración de Medellín

como una ciudad caótica caracterizada por la anarquía y la extrema violencia. En el

segundo subcapítulo analizaré el fracaso de Fernando en su rol como intelectual

respecto a su contexto (Medellín).

La metodología utilizada para este trabajo es la recopilación de un importante marco

teórico que permitirá dilucidar correctamente el tema de la investigación que se

propone. En primer lugar, se analizará la obra La ciudad letrada de Ángel Rama, en la

cual este escritor expone que el intelectual en Hispanoamérica ha tenido gran relevancia

entorno al establecimiento y organización del orden en las sociedades a través de su

relación con el poder estatal. Gracias a la utilización de este libro se puede conocer

términos como “la ciudad letrada” en la cual se ubica el intelectual para emprender el

proyecto ordenador de las ciudades y, por otro lado, entender la resaltante relación entre

la escritura (herramienta fundamental del intelectual o letrado) y el poder estatal. En

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segundo lugar, las obras La formación de los intelectuales y Los intelectuales y la

organización de la cultura de Antonio Gramsci serán objeto de análisis, ya que el autor

nos expone la importancia del intelectual respecto a su compromiso con la cultura y las

masas populares en la modernidad. Además, se establece una clara vinculación del

intelectual respecto al proceso histórico y social de las comunidades. La particularidad

de estos trabajos es que se establece que el intelectual es un personaje que debe estar

estrechamente relacionado con sus respectivas clases sociales: clase dominantes y clases

subalternas. En tercer lugar, El malestar en la cultura de Sigmund Freud será analizada

con el objetivo de establecer la relación entre la cultura y el comportamiento de las

sociedades. Freud nos dice que la sociedad termina sintiéndose frustrada debido a las

restricciones que impone las instituciones, que son productos de la cultura, a los

impulsos de destrucción y muerte que están presentes en las personas.

A continuación se hará un estado de cuestión. Las investigaciones que se han realizado

en torno a la novela La Virgen de los sicarios son relativamente amplias y variadas con

respecto a los temas que están enfocados. En primer lugar, en “La Virgen de los

sicarios y una gramática del caos”, un texto escrito por Aileen El- Kadi, se puede

observar que hay un análisis de la figura de Fernando en relación con los dos sicarios

(Alexis y Wilmar) frente a Medellín. Se ofrece un estudio del discurso crítico que va

esbozando Fernando y como dicho discurso con el transcurrir de la novela va

adquiriendo cada vez más características fuertemente violentas frente a la Medellín que

el encuentra al regresar de Europa. En segundo lugar, en “La mirada de un hombre

invisible acerca de una realidad deshilvanada: La Virgen de los sicarios de Fernando

Vallejo” de Macarena Alfaro Olmos, se presenta un interesante estudio sobre cómo

Fernando en su afán de instaurar un orden desde su posición como intelectual, termina

convirtiéndose en una figura ambigua al mostrarse como parte de las dos

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configuraciones presentadas como civilización/ barbarie. Además, analiza el desarrollo

de la violencia dentro de la comunidad representada por Medellín. Seguidamente, en el

trabajo de Orella, “Más allá de la ciudad letrada. El intelectual, la ciudad y la nación en

La Virgen de los sicarios” se expone el estudio de dicha novela comparándola con el

proceso histórico que se desarrolló en Medellín. Orella trata de explicar dicha novela

argumentando que esta guarda una profunda relación con una larga tradición histórica

que abarca aproximadamente dos siglos y que tuvo como contexto a Latinoamérica y,

sobre todo, a Colombia. En cuarto lugar, se presenta “La Virgen de los sicarios leída a

contrapelo: Para un análisis del “flâneur” en tiempos de aviones y redefinición del

espacio público” escrito por Jorge Joaquín Locane. Este estudio ofrece la configuración

de Fernando como “flâneur”, es decir, como un personaje que emprende un viaje en un

determinado contexto para emprender la labor descriptiva. De esto podemos observar

las distintas valoraciones que Fernando le da a ciertos aspectos que encuentra en su

recorrido por Medellín. Por último, “El carnaval en la representaci6n del sicario y el

intelectual en La Virgen de los sicarios” es un texto de Diana Lucia Sarabia. En este

estudio la autora nos ofrece no solo la configuración de Fernando como un intelectual,

sino la representación de los sicarios que acompañan a este (Alexis y Wilmar). Además,

el trabajo expone como se lleva a cabo la relación entre estas dos representaciones, la

cual está caracterizada por diferencias y semejanzas.

Ante la variedad de temas analizados, mi aportación personal es, principalmente, un

análisis de Fernando como intelectual individualista como producto de la comparación

frente a dos paradigmas sobre esta figura establecidos por Ángel Rama y Gramsci. Si

bien es cierto que en algunos trabajos se ha tomado en cuenta la figura de “intelectual”,

reafirmo la particularidad de mi trabajo al establecer una comparación clara frente a dos

configuraciones que contrastan significativamente. Por otro lado, con respecto al

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desarrollo del intelectual frente a su contexto y su afán por establecer su particular

orden, mi trabajo se caracteriza por presentar dos planos significativos por el cual un

intelectual puede construir dicho orden en la Medellín caótica: plano de las ideas y el

plano de la implementación. Por lo que se verá posteriormente que estos dos planos

fracasarán por las razones que serán explicadas en el segundo capítulo.

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CAPÍTULO 1

LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA DE LOS INTELECTUALES Y EL ROL


DE FERNANDO

En la novela La Virgen de los sicarios, se puede observar la presencia de un individuo

intelectual que está representado por Fernando. Se puede afirmar esto con certeza,

debido a que como se señala en la misma obra el protagonista es un gramático que

regresa a Medellín luego de una larga estancia en Europa. Por lo tanto, la representación

del intelectual será objeto de estudio en este capítulo, por lo que terminaríamos

asumiendo los riesgos que emprender este estudio conlleva como menciona Alfaro:

“Hablar del intelectual es una tarea difícil pues dicho término carece de precisiones

inamovibles y se ha resignificado a lo largo del tiempo” (2010: 9). Entonces, cabría

preguntarnos: ¿cuál es la importancia de resaltar esta característica? ¿Es la figura del

intelectual que representa Fernando una imagen que encaja dentro de las

representaciones realizadas a lo largo de los estudios sobre este tema o es una imagen

particular, es decir, una representación del intelectual que niega ciertos paradigmas?

9
Para analizar el rol de Fernando como intelectual, considero necesario establecerlo en

relación con el marco establecido por Ángel Rama y Antonio Gramsci en el cual cada

uno establece una representación sobre qué es el intelectual, es decir, establecen cada

uno una teoría sobre este objeto de estudio. Estas dos concepciones presentan a dicho

intelectual como un ser que está relacionado a una institución o un grupo social

determinado. Además, que estos emplean al intelectual como un medio para conseguir

la realización y consolidación de sus intereses de hegemonía (Merino 2012: 33). Por

último, cabe precisar que ambos escritores compartían una filiación política izquierdista.

Sin embargo, este tono político no es tan resaltante en el escritor uruguayo, Rama,

como si lo es en Gramsci. El primero no fue precisamente un actor político, ya que

estaba más enfocado en su labor artística y crítica literaria; sin embargo, en La ciudad

letrada expresa un cierto tono paternalista cuando explica del rol del intelectual en

relación con la sociedad (en específico, con las masas o muchedumbres). En cambio,

Gramsci conserva perfectamente su tono político en La formación de los intelectuales,

puesto que expresa la necesidad de llevar a cabo una “revolución intelectual y moral”

llevada a cabo por las clases subalternas las cuales son organizadas culturalmente por el

“intelectual orgánico”.

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1.1 Las concepciones sobre el intelectual según A. Rama y A. Gramsci

Como ya se mencionó líneas arriba, dos de las más importantes concepciones sobre el

intelectual provienen desde una perspectiva latinoamericana y con matices paternalistas

desarrollada por Rama y desde una perspectiva europea y revolucionaria con Gramsci.

Con respecto a Rama, él nos explica que el intelectual en su relación con el poder, en

este caso el Estado, instaura el orden y edifica la llamada «ciudad letrada» el cual, según

Rama, “componía el anillo protector de poder y el ejecutor de sus órdenes […]” (1998:

32). Desde esta ciudad, el intelectual (también llamado “letrado” por Rama) organiza el

orden en la sociedad mediante el uso de la «letra», lo que se desarrollaría como la

relación entre la letra y el poder. Por otra parte, Gramsci expone que el intelectual

cumple un papel social de mediador entre lo que él configura como «la clase dominante

y la clase subalterna». Este intelectual, como un sujeto especializado en una u otra clase

social, tiene la función de legitimar el discurso de la clase a la que pertenezca mediante

la organización de la cultura.

A lo largo de La ciudad letrada, Rama nos ofrece un análisis profundo del desarrollo

histórico y social acerca de los países en Latinoamérica y la función que ejercen los

intelectuales en dicho desarrollo. Al comenzar, el escritor uruguayo ubica su trabajo en

la conquista hispanoamericana por parte de los españoles a comienzos del siglo XVI. La

preocupación principal de los conquistadores era buscar la manera más adecuada de

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establecerse el orden en el territorio conquistado. Para llevar a cabo esta misión, el

poder estatal requirió de los servicios de un grupo de personas que tenían la idoneidad

de manejar ciertos símbolos y poseer una sobresaliente capacidad de abstracción para

edificar una ciudad en un plano mental para que posteriormente se pueda implementar

en la realidad. Este grupo eran los intelectuales, a los que Rama enmarca como “[…]

una pléyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores y

múltiples servidores intelectuales, todos esos que manejaban la pluma, estaban

estrechamente asociados a las funciones del poder y componían lo que Georg Friederici

ha visto como un país modelo de funcionariado y de burocracia” (1998: 32). Entonces,

se puede afirmar que estos intelectuales mantenían una relación servicial frente al poder

estatal y que su accionar dependía de lo que ordenase dicho poder. Además tenía el

encargo de otorgarle legitimidad al grupo que poseía el poder absoluto mediante la

organización de una sociedad colonial, posteriormente una sociedad moderna, que

respaldarían el sistema jerárquico establecido social, económica y políticamente en

dicha colectividad.

Ante esto, la figura del intelectual es la de un fundador y fomentador de la idea nacional

la cual engloba un discurso que está cargado de reglas y costumbres que la clase que

posee el poder quiere que forme el sentido común en todos los habitantes de la sociedad.

Mercadé, en “Intelectuales y nacionalismo”, propone una mirada interesante respecto a

la formación de la nación y su relación con la cultura.

Así pues, una nación se estructura sobre una cultura determinada. El ámbito
cultural tiene un conjunto articulado de funciones: por un lado la formación de
unas determinadas redes de comunicación que incluyen el lenguaje así como
toda una serie de elementos estéticos (arte, arquitectura, urbanización), rituales
(bandera, himno, fiestas nacionales) e intelectuales (literatura, poesía,
construcción ideológica), pero, por otro lado, existen unos modelos de ética
«nacional», unas pautas colectivas en cuanto a los valores y las normas, y, por
último, unos mecanismos de «socialización», de legitimación (1982: 22).

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Rama menciona que es necesaria la presencia de una «ciudad letrada». En esta se

mantenía la representación en el plano mental o subjetivo de lo que sería la ciudad ideal

e incluso la idea original aún se mantenía luego de la implementación de aquellas a la

realidad y los cambios sufridos en esta (Rama 1998: 40). Además, este espacio era

excluyente, puesto que el derecho a la pertenencia solo le era exclusivo al grupo

intelectual y no al grupo de personas que componían las zonas marginales,

generalmente pobres y excluidas de la producción social. Desde este lugar, el intelectual

es capaz de llevar a cabo el proyecto del establecimiento del orden encomendado por las

altas esferas de poder. El objetivo era la realización del «sueño del orden» el cual

“servía para perpetuar el poder y conservar la estructura socioeconómica y cultural que

ese poder garantizaba. Y además se imponía a cualquier discurso opositor de ese poder,

obligándolo a transitar, previamente, por el sueño de otro orden” (Rama 1998: 121).

Entonces, el intelectual es defensor y difusor del discurso que disponga el poder que lo

contrate, lo que lo obliga a oponerse a todo aquel que pronuncie un tono disidente y

marginarlo para que no afecte al sistema establecido. Esto se realizaba mediante el uso

de la «letra» la cual “se constituirá como un dispositivo excluyente, no sólo del prestigio

social que implicaba el ser letrado, sino también de las esferas de poder y de los

privilegios de la civilización” (Alfaro 2010: 12).

Sin embargo, luego del desalojo del poder colonial, el intelectual junto con la «ciudad

letrada» enfrentan dos retos los cuales tienen que superar con el objetivo de evitar su

desaparición. Estos retos eran la instauración del poder de los independentistas y la

llegada de la muchedumbre provenientes del campo a las ciudades. Esto obligaba al

intelectual a incluir a esta muchedumbre dentro de un plan para originar una nueva

sociedad que se proyectaba a la democratización. Aquí es donde aparece el sentido

paternalista en los intelectuales, que ya se había mencionado líneas arriba, el cual se

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caracteriza por la incorporación de estos invasores de la ciudad en un nuevo plan

fundacional con el objetivo de legitimar el nuevo poder instaurado, es decir, haciéndoles

sentir a estos parte de ese proyecto (Rama 1998: 80).

Sintetizando, se ha analizado, por lo tanto, la profunda relación del intelectual con el

poder estatal, lo que lo convierte en un individuo burocrático que termina elaborando un

discurso a través de producciones artísticas y jurídicas para legitimar los intereses de los

poseedores del poder.

Por otro lado, Gramsci también emprendió una ardua labor para definir al intelectual.

Esta perspectiva gramsciana del intelectual es ideologizada, ya que el estudio sirve para

que las clases oprimidas alcancen el poder en sustitución de la clase empresarial o

burguesa. Entonces, el intelectual está configurado como un sujeto social y no como un

ermitaño alejado del contacto e indiferente al desarrollo histórico, debido a que está en

contacto con una de las dos clases sociales (clase dominante y clases proletaria o

subalterna) y contribuye al proceso social e histórico.

La clásica corriente marxista, que influenció a Gramsci, establece la existencia de dos

clases o grupos sociales que son contradictorios en la sociedad: la clase burguesa o clase

dominante y la clase proletaria o la clase subalterna. La primera es la que ejerce el

dominio social, político, cultural y económico (los medios de producción). La segunda

es la clase oprimida, trabajadora y que cuando despierta en ella la conciencia de clase

busca alcanzar el poder a través del exterminio de la clase opresora. El ejercicio de la

dominación por parte de la clase burguesa es llamado por Gramsci «hegemonía». Cabe

precisar, por lo tanto, que la hegemonía es una imposición cultural y que “en ese

sentido, la hegemonía es una forma política de elaboración de la cultura; las clases

dominantes producen una hegemonía que busca ser extendida a toda la sociedad como

la correcta visión del mundo” (García- Liendo 2011: 102). Esta visión es impuesta a
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través de las distintas instituciones pertenecientes al Estado, Iglesia o los medios de

comunicación.

A pesar de ello, la clase subalterna ofrece una respuesta contundente contra dicha

hegemonía para romper las cadenas del dominio. Sin embargo, es necesario resaltar que

solo los que tienen conciencia de clase, es decir, reconocimiento de sí mismos como la

clase explotada y el conocimiento de que aquella dominación es injusta podrán llevar a

cabo dicha respuesta. Por lo tanto, para el propósito de invertir la dominación

establecida, en la clase subalterna se elabora un discurso contrahegemónico que

confronta los intereses de la clase dominante.

Para la realización de los intereses de ambas clases sociales, se presenta la figura de un

intelectual que surge desde la propia clase y con conciencia de ella. Este intelectual es

considerado como «orgánico» para Gramsci y lo describe como “el que emerge sobre el

terreno a exigencia de una función necesaria en el campo de la producción económica.

A si, por ejemplo, el empresario capitalista crea consigo al técnico de la industria, etc.

A su vez, él instituye al organizador sindical, al revolucionario profesional y, también, a

organizadores de una nueva cultura, etc” (1967: 22). Este intelectual, por un lado, con

respecto a la clase dominante, se desarrolla como un servidor del grupo dominante, el

cual le encomienda la tarea de elaborar y difundir el discurso hegemónico a través de la

organización de la cultura. Esto quiere decir que el intelectual, cuyo prestigio será

reconocido, utilizará las instituciones de la cultura y el orden como la escuela, en la cual

el discurso se les enseña a los futuros ciudadanos que conformarán la sociedad y que

una vez internalizado el discurso asumirá como normal su situación de dominación.

Además, el intelectual hace uso de los medios comunicación que posee la clase

dominante como la comunicación para que el discurso se internalice en el sujeto aún

más (Mercadé 1982: 9)

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Por otro lado, la clase subalterna también crea sus propios intelectuales orgánicos, los

cuales se caracterizan por ser principalmente dirigentes políticos que desarrollan una

ideología que será enarbolada por la clase oprimida. Para elaborar el discurso

contrahegemónico, propio de esta clase, necesitará que el proletariado sea capaz de

rebelarse frente al poder de la clase opresora. El intelectual organiza culturalmente a

este proletariado a través del adoctrinamiento ideológico que se realiza en los partidos

políticos de los trabajadores. Alcanzar el poder es el objetivo, por ello, mediante lo que

Gramsci denominó como “una revolución intelectual y moral” y la presencia de un

intelectual ideológicamente comprometido esto podría lograrse. De lo contrario, como

menciona Mercadé: “Sin una consideración intelectual de todo el proceso de producción

que permita desvelar las relaciones desiguales poder y de explotación —y también la

manipulación de lo nacional popular—, el paso necesario hacia la conciencia de clase (o

conciencia nacional) por del proletariado se puede difuminar” (1982: 31).

Finalmente, el intelectual es un ser comprometido con las clases sociales y que funciona

para ellas, incluso llega a ser un nexo entre ellas dos. Por lo tanto, si se quiere establecer

una denominación que nombre a una clase conformada por intelectuales sería «la clase

auxiliar», ya que es un agente importante para el desarrollo del proceso histórico y el

afán de empoderamiento presente en las clases antagonistas de la sociedad. Con el fin

de evitar alguna contradicción, he de dejar en claro que la conformación de esta «clase

auxiliar» responde únicamente a una representación mental (un encuadramiento ideal) y

no a la conformación de una clase social establecida en la realidad. Esto último sería

imposible, puesto que existe una obvia contradicción ideológica entre los intelectuales

de la clase opresora y la clase oprimida.

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1.2. El cuestionado rol de Fernando como intelectual

El personaje principal de La Virgen de los sicarios es Fernando, cuyo objetivo

planteado a lo largo de todo el transcurrir de la novela es reestablecer el orden que

imperaba en una “Medellín antediluviana” años atrás, cuando él todavía no salía de su

lugar natal. Para esto, es necesario mencionar que la figura que representa Fernando es

la de un intelectual y lo podemos ver en la novela cuando revela su profesión luego de

que se sintiese acusado como un sicario: “¿Yo un presunto ‘sicario’? ¡Desgraciados!

¡Yo soy un presunto gramático! Qué calumnia, qué desinformación” (45). Una vez que

ya se ha establecido el rol de Fernando en la novela, cabría preguntarse si es este un

intelectual que sigue los lineamientos, presentados líneas arriba, de Ángel Rama y

Antonio Gramsci. ¿Es Fernando un intelectual apoyado en el poder estatal para

reestablecer el orden y edificar una nueva sociedad? o ¿una figura social comprometida

con el desarrollo histórico de la sociedad y especializado por algunas de las dos clases

sociales establecidas? Se verá a continuación si estas preguntas son contestadas

afirmativa o negativamente.

Por un lado, la comparación entre la construcción de la función del intelectual según

Rama y la figura de Fernando como intelectual ofrece una serie de contrastes, según los

cuales se terminaría concluyendo que son representaciones totalmente contradictorias.

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Rama expone, como ya hemos visto, a un intelectual que está sumamente relacionado

con el poder estatal y que ejerce dicho poder con el objetivo de establecer en la realidad

el «sueño del orden» que es tan necesario para fundar las principales ciudades en las

zonas conquistadas. Bajo esto estos tópicos (relación con el poder y el establecimiento

del orden) y la realización de estos, se analizará el desarrollo de la figura de Fernando

en la novela.

Con respecto a la vinculación con el poder, se puede afirmar que Fernando no mantiene

ninguna relación con el poder estatal, en otras palabras, no cumple ningún papel de

burócrata e favor de este. Se observa en la novela a un intelectual que luego de su

regreso a Medellín observa una gran decadencia en las instituciones y la sociedad en

donde la configuración es totalmente caótica.

¿Las aceras? Invadidas de puestos de baratijas que impedían transitar. ¿Los


teléfonos públicos? Destrozados. ¿El centro? Devastado. ¿La universidad?
Arrasada. ¿Sus paredes? Profanadas con consignas de odio “reivindicando” los
derechos del “pueblo”. El vandalismo por donde quiera y la horda humana:
gente y más gente y más gente y como si fuéramos pocos […] era la turbamulta
invadiéndolo todo, empuercándolo todo con su miseria crapulosa. “¡A un lado,
chusma puerca!” íbamos mi niño y yo abriéndonos paso a empellones por entre
esa gentuza agresiva, fea, abyecta, esa raza depravada y subhumana, la
mostruoteca (67).

Ante esto, Fernando, a pesar de su papel como intelectual y lo importante que esto

significa para el ordenamiento social según Rama, es un individuo excluido del poder.

Él no es un servidor de un grupo que posee el poder para legitimar un determinado

sistema económico, social o político. Es más, a lo largo de la novela, el Estado termina

siendo un punto más de la crítica y quejas del narrador. A pesar de ello, en algunos

pasajes de la novela termina dando ciertos consejos al Estado para establecer el orden

como: “El Estado está para reprimir y dar bala. Lo demás son demagogias, democracias.

No más libertad de hablar, de pensar, de obrar, de ir de un lado a otro atestando buses,

¡carajo!” (105) o “El Estado debe concientizarse más y comprarles ropa a los

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muchachos con el fin de que ya no piensen tanto en procrear ni matar. Las canchas de

futbol no-bas-tan” (103). Por lo tanto, esta situación se interpretaría como una expresión

de una exigencia, aunque camuflada, por parte de Fernando de reclamar su lugar en el

aparato estatal para realizar su labor de ordenador y legitimador del orden ya que

teniendo estos recursos se sentiría más capacitado aun para la realización tal objetivo.

El reclamo se vuelve autoculpamiento, él se presenta como un ingenuo que no tomó el

poder cuando debía y que producto de esto, si lo hubiese hecho, tendría los beneficios

que involucrarse en el aparato estatal colombiano ofrece, por cierto un Estado muy

corrupto. Esto lo expresa el narrador cuando menciona que ‹‹ […] “la ley debe castigar

el delito”. ¡Pero cuál ley, cuál delito! Delito el mío por haber nacido y no andar

instalado en el gobierno robando en vez de hablando. El que no está en el gobierno no

existe y el que no existe no habla. ¡A callar!» (20). De esta última parte citada, también

puedo interpretar que Fernando se siente completamente hundido en la nada y vacío por

dentro a tal grado de la inexistencia de sí mismo, producto de su alejamiento del Estado.

Además, reafirma su gran importancia como intelectual cuando encapsula la existencia

y el orden decadente en Medellín en su persona como queriendo decir que, sí el no

existiera, el poco orden que hay desaparecería. Es decir, el triunfo definitivo de la

“barbarie” sobre la “civilización”. Lo expresa claramente cuando menciona: “Señor

procurador: Yo soy la memoria de Colombia y su conciencia y después de mí no sigue

nada. Cuando me muera aquí sí que va a ser el acabose, el descontrol. Señor Fiscal

General o Procurador o como se llame, mire que ando en riesgo de muerte por la calle:

con las atribuciones que le dio la nueva Constitución protéjame” (20).

Con respecto al establecimiento del orden, se puede observar que lo que influencia a

Fernando a llevar tal gesta de reestablecer el orden en Medellín es un interés particular,

el de restituir su “Medellín antediluviana”, es decir el lugar donde creció hasta viajar al

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extranjero, el orden que ya imperaba. Su objetivo no es, por lo tanto, establecer un

orden en favor de un grupo que detenta el poder para legitimar su gobierno. Con

respecto a esto último, sería importante mencionar que Fernando, según El- Kadi en

“La Virgen de los sicarios y una gramática del caos”: “el narrador se coloca como

representante de las oligarquías que han desaparecido” (2010: 9-10). Esto, en cierto

modo, establece una compatibilidad con lo que menciona Rama sobre el origen del

intelectual, el cual es privilegiado y oligárquico. Sin embargo, como bien menciona El-

Kadi, esta oligarquía ha dejado de existir, por lo que Fernando es una persona que no

responde a una determinada clase. Además, Fernando ya no pertenece a este grupo no

solo por la extinción de esta, sino, también por su temprano alejamiento de esta al irse

hacia el extranjero. Pero al referirnos a la instauración del orden, surge una pregunta:

¿cómo o con qué herramientas intenta restaurar el orden? Con la violencia, pero no la

violencia legítima del Estado, pues ya hemos visto que está alejado de este, sino una

violencia informal que surge de Fernando mismo. La Medellín que quiere restaurar es la

de “un pueblito apacible y silencioso que se llamaba Sabaneta” (5).

Esta violencia consta de dos partes: por un lado, lo que consideraría como el violentador

intelectual que es Fernando, y por otro lado, la del violentador efectivo o material,

representado por Alexis y Wilmar. Su solución para limpiar Medellín se presenta

cuando dice: “Yo no le veo a este asunto más solución ni remedio que cortar como lo

hizo Alejandro, de un tajo, el nudo gordiano, e instaurar el fusiladero […]” (90) o “Mis

conciudadanos padecen de una vileza congénita, crónica. Está en su raza ventajosa,

envidiosa rencorosa, embustera, traicionera, ladrona: la peste humana en su más

extrema ruindad. ¿La solución para acabar con la juventud delincuente? Exterminen la

niñez” (27). Sin embargo esta violencia informal termina saliéndose de control a tal

grado de que termina contribuyendo al desorden que ya imperaba en Medellín, termina

20
siendo parte de lo que tanto criticaba. Como lo menciona Alfaro: “La violencia sería la

expresión del poder, pero a su vez, el germen que terminará por neutralizarlo, pues en su

aplicación la violencia no solo generará la muerte, sino también una reacción violenta a

su vez, provocando que la intención ordenadora de la ‘ley del poder’ se desvanezca”

(2010: 37). Finalmente, termina fracasando en la instauración del poder, termina

fracasando como intelectual y se involucra aún más con la violencia que él tanto

criticaba.

Por otro lado, cuando se analiza la configuración del intelectual según Gramsci y se

contrasta con la imagen de Fernando, también observamos grandes diferencias.

Fernando no es ese “intelectual orgánico que mencionaba el escritor italiano. Él no se

especializa en ninguna de las dos clases establecidas como antagonistas en la sociedad:

clase dominante y clase subalterna. Peor aún, Fernando se muestra muy reacio y crítico

hacia esas dos clases, y siente odio en un grado mayor hacia la clase subalterna, por

razones que se verán en el segundo capítulo.

En primer lugar, se puede establecer que Fernando se muestra reacio al estado actual de

Medellín a tal grado de sentirse un extranjero o no perteneciente al lugar que fuese el

que lo vio nacer. El narrador lo expresa de la siguiente manera: “Recuerdo que íbamos

de bache en bache ¡pum! ¡pum! ¡pum! por esa carreterita desbarajustándose, como se

nos desbarajustó después Colombia, o mejor dicho, como se ‘les’ desbarajustó a ellos

porque a mí no, yo aquí no estaba, yo volví después, años y años, décadas, vuelto un

viejo a morir” (6). Para concretizar termina concluyendo que “Yo no soy de aquí. Me

avergüenzo de esta raza limosnera” (13).

Este intelectual no es el establecido por Gramsci en ese aspecto. El escritor socialista

considera que el intelectual debe estar completamente ligado al desarrollo histórico,

social y cultural de su sociedad. En consecuencia, esta enajenación por parte de


21
Fernando de la sociedad, ya sea por la distancia temporal y geográfica al transcurrir de

los años, y el desconcierto que esto le genera (El- Kadi 2010: 3) es una característica

completamente contradictoria para quien se atreva a igualar la imagen de estas dos

representaciones del intelectual.

En segundo lugar, una vez establecido que Fernando se muestra ajeno al desarrollo de la

ciudad, también se tendría que aclarar que el interés que menciona Gramsci tiene como

objetivo resguardar o renovar el poder en dicha sociedad. Por ello, Fernando, más que

un interés, muestra un enfoque que no está dirigido a ninguna construcción social en

Medellín. Una vez aclarado esto, podemos mencionar que la relación de Fernando tanto

con la clase dominante como con la clase subalterna es caracterizada por el alejamiento,

en tanto que no se siente perteneciente a una de ellas, y las critica. Con respecto a la

clase dominante que estaría representada por el Estado, como ya hemos visto, Fernando

se muestra alejado de esa institución y asume una crítica, por ejemplo cuando menciona:

“¿es que estos cerdos del gobierno no son capaces de asfaltar una carretera tan esencial,

que corta por en medio mi vida? ¡Gonorreas! […]” (11). Fernando no es el legitimador

de la clase dominadora. No es un especializado que ha surgido de esta clase y por lo

tanto con conciencia de ella. Por lo tanto, los intereses de esa clase y el desarrollo de un

discurso hegemónico poco o nada le importa ya que él lo único que quiere es

reestablecer el orden que había en Medellín desde una perspectiva completamente

individualista.

Por otro lado, la clase subalterna le es aún más repudiable, ya que considera que es el

principal origen del desastre que se vive en Medellín, por lo que no se siente

identificado con ella. Entonces, se podría decir, que al igual que con la clase dominante,

a Fernando no le interesa organizar culturalmente a las clases trabajadoras para llevar a

cabo la construcción de un discurso contrahegemónico para que esta clase termine

22
eliminando a la antagonista y alcanzar el poder. Su desprecio por esta clase se puede

observar cuando menciona: “El obrero es un explotador de sus patrones, un abusivo, la

clase ociosa, haragana. Que una haga la fuerza es lo que quieren, que importe máquinas,

que pague impuestos, que apaguen incendios mientras ellos, los explotados, se rascan

las pelotas o se declaran en huelga en tanto salen de vacaciones” (101), y termina

sentenciándolos al decir: “mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esta

roña ¡Obreritos a mí!” (102). No hay adoctrinamiento, no hay partido, no hay

conciencia de clase, no hay revolución “intelectual y moral”, por lo que Gramsci se

encontraría espantado, si viviese para verlo, ante esta situación.

En síntesis, Fernando entonces no representa bajo ningún modo la configuración del

intelectual que hiciese en su momento Gramsci. Se observa un alejamiento respecto a

las dos clases sociales antagonistas de la sociedad y una acérrima crítica deconstructiva,

sobre todo para la clase subalterna que era el agente de cambio para el escritor

socialista.

Para terminar el capítulo, uno de los hallazgos de esta sección es que se puede observar

que como producto del cuestionamiento al papel como intelectual de Fernando podemos

establecer que este es uno absolutamente individualista ya que no responde a las

órdenes de ningún grupo o sector del poder estatal y no se encuentra relacionado a

ninguna clase social. Por otro lado, también se ha establecido que el orden que Fernando

quiere instaurar en Medellín es particular ya que está inspirado en los recuerdos que el

intelectual tiene sobre su ciudad natal antes de viajar al extranjero.

23
CAPÍTULO 2

LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA DEL DECAIMIENTO SOCIAL Y


CULTURAL DE LAS SOCIEDADES URBANAS Y CONTEMPORÁNEAS Y EL
CONTEXTO DESCRITO POR FERNANDO

Como se ha observado en el capítulo anterior, hemos podido analizar la figura del

intelectual que representa Fernando. Sin embargo, un trabajo sobre el intelectual sin

tomar en cuenta un análisis profundo sobre el espacio o territorio en donde se desarrolla

las acciones de dicho intelectual sería una muestra incompleta de un trabajo académico.

Por lo tanto, en el presente capítulo se analizará la relación entre la teoría del

decaimiento social y cultural de las sociedades contemporáneas con respecto al contexto

que es descrito por Fernando. Esto nos mostrará cómo se configura el contexto o

espacio en donde Fernando quiere establecer su particular orden. No obstante, es

necesario aclarar que esta configuración es única y exclusivamente desde la perspectiva

24
del narrador enmarcada en una obra literaria, por lo que los hechos y acontecimientos

descritos en la Medellín de La Virgen de los sicarios no reflejan los reales sucesos que

ocurrieron en la verdadera Medellín de esos tiempos.

Hay que tomar en cuenta que la reflexión que Fernando hace sobre Medellín está

caracterizada por algunos contrastes con la «Medellín antediluviana» que se encuentra

en sus recuerdos y que existió antes de que él se exiliara al extranjero. Por lo tanto, es

necesario comparar esta relación entre las dos Medellín con lo que Ángel Rama

mencionaba en La ciudad letrada: «Es en apariencia una simple reconstrucción

nostálgica de lo que fue y ya no es, la reposición de un escenario y unas costumbres que

se han desvanecido y que son registradas “para que no mueran”, la aplicación de una

insignia goethiana según la cual “solo es nuestro lo que hemos perdido para siempre”»

(1998: 78).

Para desarrollar este capítulo, por un lado, considero necesario analizar la configuración

de Medellín como una ciudad caótica en la que las instituciones organizadoras, el

Estado y la Iglesia católica, están degradadas y no cumplen adecuadamente sus

funciones. Además, como un lugar en donde el caos, también, es producto de la

invasión de las ciudades por los campesinos. Proceso caracterizado como la migración

interna. Por otro lado, el análisis del fracaso de Fernando como intelectual frente a

Medellín (contexto) es importante debido a que se verá como dicho fallo se presenta en

dos fases: el fracaso en el plano de la construcción mental de una ciudad ideal debido a

la elaboración de una imagen apocalíptica de Medellín desde la crítica de Fernando, y el

fracaso en la implementación en la realidad de un particular orden como consecuencia

de la ausencia de las herramientas para lograr dicho objetivo (Alexis y Wilmar).

25
2.1. La configuración de Medellín como una ciudad caótica

La construcción de Medellín es la de una ciudad caótica en la que el progreso que

supuestamente traería la modernización fracasa rotundamente. Como Orella señala en

“Más allá de la ciudad letrada. El intelectual, la ciudad y la nación en La Virgen de los

sicarios de Fernando Vallejo”: “No solo porque los discursos de la modernidad han sido

desenmascarados en lo que de excluyentes tenían, sino porque el mismo proceso de

modernización económica y social que permitiría a las nuevas naciones entrar en esa

modernidad deseada es ahora considerado como un espejismo, una ilusión” (2008: 287).

Esto da como resultado un caos imperante en las instituciones que se originaron para

establecer el orden: el Estado, el cual está invadido por funcionarios o burócratas

ineficientes y corruptos; y la Iglesia católica, la cual, al igual que el primero, ha

establecido una relación con el narcotráfico y recibe dinero de este sin importar los

principios morales que supuestamente tendría esta institución. Por otro lado, como

resultado del proceso modernizador, se produce la invasión de la ciudad por los

campesinos y el establecimiento de estos en comunas. Esto será un factor importante en

el desarrollo de la diatriba de Fernando hacia la ciudad.

26
A lo largo de La Virgen de los sicarios, Fernando dirige una serie de críticas hacia las

dos instituciones más importantes como lo son el Estado y la Iglesia católica, ya que

considera que ambas están deterioradas por lo que no cumplirían su función de

establecedoras del orden.

En primer lugar, Fernando emprende dicho discurso crítico contra el Estado. Como ya

vimos anteriormente, Fernando es un intelectual que está alejado del poder que otorga el

estar involucrado con dicha institución. Esto le permite al narrador emprender un

discurso sumamente demoledor que tiene como aliciente la completa ineficiencia,

ineptitud y corrupción de quienes ocupan los cargos públicos en el Estado, y la casi

inexistente acción de la policía para controlar lo que ocurre en las calles de Medellín. Lo

ideal es que suceda, como menciona Capel en “A modo de introducción: Los problemas

de las ciudades. Urbs, Civitas y Polis”: “El gobierno de la ciudad necesita reglas

jurídicas claras, una voluntad decidida para su cumplimiento, de una autoridad capaz de

hacer acatar las normas. Es decir, necesita de una administración pública eficiente”

(2003: 13). Sin embargo ello no se lleva a cabo en la Medellín caótica. Fernando, luego

de mencionar la urgente necesidad de orden, señala que “Eso que dije yo es lo que debió

decir la autoridad, pero como aquí no hay autoridad sino para robar, para saquear a la

res pública […]” (52) para luego llegar a una polémica conclusión cuando dice “así que

a robar, y mejor en el gobierno que es más seguro y el cielo es para los pendejos” (19).

Dentro del desarrollo de esta exposición crítica, ataca, también, a quien dentro del

esquema jerarquizado del Estado lidera y dirige esta institución: el presidente de

Colombia. Este sujeto que como máximo funcionario de la república debería tomar el

papel como generador y organizador del orden (intentando reemplazar el rol que en

realidad le correspondería al intelectual, o sea, Fernando), y emprender una cruzada

contra todo aquello que genere desorganización o un desbarajuste, se sumerge dentro de

27
este espacio caótico al estar involucrado en los principales problemas de la sociedad.

Podemos ser testigos de ello, cuando Fernando menciona que “apuntalado en una

precaria legitimidad electorera, presidido por el bobo marica, fabricador de armas y

destilador de aguardiente, forjador de constituciones impunes, lavador de dólares,

aprovechador de la coca, atracador de impuestos, el Estado en Colombia es el primer

delincuente. Y no hay forma de acabarlo. Es un cáncer que nos va royendo, matando de

a poquitos” (88) o también cuando dice que “la ley de Colombia es la impunidad y

nuestro primer delincuente impune es el presidente, que a estas horas debe estar

parrandeándose el país y el puesto” (19). Este espíritu crítico presente en Fernando se

puede adscribir a la representación del intelectual contemporáneo que nos presenta

Edward Said. En su libro, Representaciones del intelectual, Said menciona que el

intelectual presenta “una actitud de constante vigilancia, como disposición permanente a

no permitir que sean las medias verdades o las ideas comúnmente aceptadas las que

gobiernen el propio caminar” (2009: 40). Por lo tanto, la crítica que Fernando le hace al

Estado, debido a las deficiencias de este último, es una actitud contestataria frente a la

institución que posee el máximo poder en la sociedad.

Por último, en el recorrido que Fernando emprende en Medellín observa una serie de

hechos violentos y delictivos como el asesinato de un joven por parte de un ladrón que

buscaba arrebatarle el auto. Ante esto, se da cuenta de lo desamparada que esta la

ciudad de los policías quienes son los que supuestamente deben ejercer el control de

toda aquella situación que atente contra el orden público. Entonces, es cuando dirige su

crítica hacia aquellos que no cumplen su labor diaria de establecer el orden cuando se

cuestiona: « ¿Y la policía? ¿No hay policía en el país de los hechos? Claro que la hay

son “la poli”, “los tombos”, “la tomba”, “la ley”, “los polochos”, “los verdes

hijueputas”. Son los invisibles, los que cuando los necesitas no los ves, más

28
transparentes que un vaso. Pero el día en que se corporicen, que les rebote la luz en sus

cuerpos verdes, ay parcero, a correr que te van a atracar, a cascar, a mandar para el otro

toldo» (107).

En segundo lugar, de la misma forma que Fernando critica la ineficacia del Estado,

también emprende un discurso cuestionador frente al comportamiento que muestran los

principales jerarcas de la Iglesia católica en Medellín. Pero esta crítica no está tan

enfocada en la ineficacia, sino a su carente muestra de moralidad. Esto como

consecuencia de la contradicción que se denota entre los principios que defiende esta

institución y su involucramiento con las mafias del narcotráfico para establecer

“negocios”. A pesar de ello, la presencia de seguidores de esta fe es notable cuando se

celebra la devoción hacia algún santo de la Iglesia.

Los principios que la Iglesia sostiene con respecto a su relación con sus fieles es la de

ayudarles a encontrar el camino de la salvación celestial a través de un correcto

comportamiento en el transcurrir de la vida del fiel y una rebosante devoción a Dios.

Además, “en el tejido social, la Iglesia pugna por su reconocimiento como una

autoridad moral orientada a promover valores que conducen a un orden más adecuado

para el ser humano, así como por extender sus bases de apoyo” (Molina 2013: 53). En

contraste, el accionar de la Iglesia en La virgen de los sicarios es la de una completa

complicidad con unas de las principales organizaciones desestabilizadoras de la

sociedad: el narcotráfico. Esta relación comienza luego de que las familias oligárquicas

adineradas ya no le entregaban dinero a esta institución como un símbolo de caridad

para tratar con los pobres, lo cual es criticado por Fernando, ya que argumentaba que de

esa forma se perpetuaba la pobreza en las personas. Ante la falta de proveedores de

dinero, la Iglesia “entonces se acordó de los nuevos ricos de Colombia, los

narcotraficantes explotadores de bombas, y se les puse a su servicio para ayudarles a

29
tramar sus tretas. Para él no había dinero malo o bueno, sucio o lavado. […] Él fue el

que arreglo la entrada del gran capo a la catedral” (71- 72).

La crítica va dirigida hacia un eclesiástico que reforzó, aún más, los lazos ya existentes

entre la Iglesia y el narcotráfico. Fernando, al respecto, menciona:

Muy delicadito él (López T), de modales finos y adamados, perfumados se


empeñó en hacer negocios con el narcotráfico, el único que tenía aquí dinero
contante y sonante. Cartas quedan de este cardenal al gran capo ofreciéndole en
venta los terrenos de la Curia. ¿Y no le importaban al cardenal -preguntará
usted- los incontables muertos de las bombas de las muchas que mando el gran
capo, todos ellos gentecita humilde y buena, del ‹‹pueblo››? Si tanto como a mí.
Un muerto pobre es un pobre muerto, y cien son cien. (72).

Esto evidencia la corrupción existente en una institución cuyos principios cristianos, en

lo ideal, rechazarían toda clase de relación con una organización delincuencial que se

desarrolla a partir del sufrimiento y la muerte de muchas personas. Sin embargo, esta

institución está tan degradada de la misma forma en que lo esta los correligionarios que

siguen esta fe, que son en su mayoría los que conforman la sociedad caótica de

Medellín.

Por otro lado, la configuración caótica de Medellín tiene a otros protagonistas. Estos son

los campesinos que invadieron las ciudades y se establecieron en comunas de manera

hacinada y desorganizada. A esto desde una perspectiva sociológica se le llamó “la

migración interna” que tuvo sus inicios a fines de los años setenta. Como consecuencia

de esto, se creó un discurso que proyectaba un remordimiento pro parte de los

habitantes que ya se encontraban instalados en las ciudades antes de la invasión. Por lo

tanto, se puede decir, bajo este discurso que lo “bárbaro” entró a lo que hasta ese

momento era “civilizado”. Fernando los retrata de la siguiente manera: “los fundadores,

ya se sabe, eran campesinos: gentecita humilde que traía al campo sus costumbres,

como rezar el rosario, beber agua ardiente, robarle al vecino y matarse por chichiguas

30
con el prójimo” (29), y sentencia “¿Qué podía nacer de semejante esplendor humano?”

(30).

Además, Fernando establece que estas personas eran la representación propia de

aquello de lo que huían, razón por la cual fueron a la ciudad. Fernando dice que “a

machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo dizque de la

‘violencia’ y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios

piratas o de invasión. De la ‘violencia’… ¡Mentira! La violencia eran ellos. Ellos la

trajeron, con los machetes. De lo que venían huyendo eran de sí mismos” (88). Se puede

observar entonces, que la posición que Fernando asume es la de aquellas familias

tradicionales que ya se encontraban en la ciudad antes de la invasión de los campesinos.

Por lo tanto, desde esta perspectiva podemos afirmar que los campesinos eran la propia

violencia que llegó a inundar la ciudad conforme estos se reproducían.

Esta situación fastidia profundamente al intelectual Fernando. El- Kadi, por su parte, en

“La Virgen de los sicarios y la gramática del caos” nos ofrece un acercamiento sobre

las personas que ocuparían posteriormente las comunas: “La plebe urbana molesta al

narrador porque no se trata de un grupo marginal, ni de una minoría que el Estado

intenta controlar aislándola, o alejándola de los centros de poder: es ubicua y

promiscua” (9). Estas construcciones surgieron luego de la invasión a la ciudad para

albergar al “populacho” y que son descritas por Fernando como “[…] casas y casas y

casas, feas, feas, feas encaramadas obscenamente las unas sobre las otras” (58). Estas se

ubicarían en las laderas de la ciudad que Fernando denomina como Medallo, la ciudad

de arriba, el opuesto que establece respecto a Medellín, la ciudad de abajo. Esta

separación de espacios presenta un gran contraste en todo sentido. Fernando nos dice al

respecto: “La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los

de arriba bajan a vagar, a robar, a atracar, a matar” (86).

31
Finalmente, establecidos los dos factores que generan que Fernando configure a

Medellín como una ciudad caótica, puede establecer una relación entre la falta de

control por parte de las instituciones y la revelación instintiva o tanático de las personas

como diría Freud. El mismo Freud nos señala en El malestar en la cultura: “La cultura

designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de

nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: Proteger al hombre contra la

Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí” (1976: 88). Por lo que a

falta de instituciones que ofrezcan dicha protección y regulación de las relaciones, como

producto de la degradación cultural, se desata el caos motivado por las fuerzas

instintivas o primitivas. En tanto estas son completamente relacionadas con las personas

y se encuentra por naturaleza en ellas.

El ser humano no es un ser manso, amable a lo sumo capaz de defenderse si lo


atacan, sino que es lícito añadir a su dotación pulsional una buena cuota de
agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar u
objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en el la agresión, explotar su
fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento,
desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y
asesinarlo (Freud 1976: 108).

Estableciendo una relación entre lo anteriormente mencionado con La Virgen de los

sicarios, Fernando sentenciaría: “así, de cambio en cambio, paso a paso, van perdiendo

las sociedades la cohesión, la identidad, y quedan hechas unas colchas deshilachadas de

retazos” (30). Es decir, el resultado sería el total resquebrajamiento social que

destrozaría a la ciudad en pedazos que no podrían volverse a unir jamás.

32
2.2. El fracaso de Fernando como intelectual frente a Medellín (contexto)

Tomando en cuenta todo lo mencionado anteriormente, la configuración de Fernando

como un intelectual particular y el análisis sobre el contexto descrito desde la

perspectiva del narrador, se culminará con el análisis del fracaso de Fernando como

intelectual para establecer el orden frente a lo que sería su espacio o contexto de

desarrollo, o sea, Medellín. Pero anteriormente, según Rama: “la traslación del orden

social a una realidad física, en el caso de las fundación de ciudades, implica el previo

diseño urbanístico mediante los lenguajes simbólicos de la cultura de sujetos a

concepción racional” (1998: 19) Por lo tanto, se va a establecer que para que el

intelectual ordene su contexto tiene que abarcar dos ámbitos fundamentales: el

subjetivo, es decir, el plano de las ideas, las imágenes y los símbolos, y el objetivo, o

sea, el plano de la realidad, lo fáctico. Desde el subjetivo, el intelectual tiene que

elaborar un discurso sobre la base de ideas y símbolos, en el cual tiene que construir las

características precisas de una sociedad perfecta la cual quiere instaurar. En lo objetivo,

este intelectual tiene que implementar su discurso, difundirlo y que genere impacto en la

33
sociedad para cambiar el contexto. Esto es lo que se llamaría la puesta en práctica de

todo aquello que se ha elaborado en el plano de las ideas.

Sin embargo, se verá cómo toda esta construcción e implementación se ve envuelta en

un fracaso rotundo. Veremos cómo aquello que se debería desarrollar como una

elaboración mental de una ciudad ideal termina siendo en realidad una imagen

apocalíptica. También, con respecto al plano de la implementación, veremos cómo esto

terminaría fracasando debido a la ausencia de las herramientas para establecer el orden:

Alexis y Wilmar.

El intelectual es el principal configurador de la realidad y posee la capacidad para

configurar la realidad que se le presenta para establecer otra nueva que contenga

características distintas. En el caso de Fernando, se ha establecido que dentro de su

particularidad como intelectual, también quiere establecer un orden individualista que le

recuerda a la “Medellín antediluviana”, es decir, la Medellín que dejó antes de exiliarse

hacia el extranjero. Para lograr, entonces, la configuración de un espacio ideal sería

necesario mencionar lo que dijo Alfaro con respecto a la elaboración del espacio en “La

mirada de un hombre invisible acerca de una realidad deshilvanada: La virgen de los

sicarios de Fernando Vallejo: “el tratamiento del espacio tiene algunas particularidades

respecto de otras obras de esta misma serie. Dicha especificidad radica en que el

discurso y la representación del espacio está construido en base a la mirada del

intelectual, quien, como dispositivo de poder, fundará nuevos espacios en el plano

discursivo, produciéndose así lo que Aínsa llamará «la apropiación del topos por el

logos»” (2010: 20). Por lo tanto los nuevos espacios se forman, en un primer momento,

en el plano mental en donde están las ideas y símbolos. Sin embargo, es necesario

mencionar, que aparte de este primer momento ya mencionado, surge otro en donde el

diseño gráfico de la ciudad se presenta y nos ofrece la separación entre lo que en

34
realidad es la ciudad, o sea, lo que representaba, y la cosa representada que termina

siendo “el diseño” que se buscará implementar (Rama 1998: 22).

Lo expuesto es lo que debería suceder si es que el intelectual quiere salir triunfante en

la formación de un nuevo espacio. Sin embargo, lo que Fernando termina construyendo

en el plano mental es una imagen apocalíptica de Medellín que tiene como fin último la

debacle total. Esto se puede deber a que el gran impacto que la nueva Medellín causa en

Fernando es tan agresivo que lo termina descolocando de lo que sería su verdadero

objetivo. Añadiendo a esto la gran amargura y desesperación que le causa estar dentro

de ese espacio que se construyó, en la ausencia del narrador, como consecuencia del

fracaso del proyecto modernizador y la presencia de nuevos habitantes en la ciudad. A

pesar de esto, a Fernando le queda el espacio del lenguaje (la escritura) que es usada

como una herramienta para la denuncia de los acontecimientos que se desarrollan en

Medellín. Ese espacio del lenguaje le es cercano y cómodo ya que él es un gramático

(intelectual) que tiene como herramienta de trabajo al lenguaje.

Fernando empieza describiendo el contexto que él aprecia con nostalgia y que desea que

regrese: “había a las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba

Sabaneta […] Estaba al final de esa carretera, en el fin del mundo. Más allá no había

nada, ahí el mundo empezaba a bajar, a redondearse, a dar la vuelta” (5). Sin embargo, a

su regreso menciona que la ciudad, Medellín, ha abarcado la totalidad del espacio que

antes permanecía rural. Esto lo podemos ver cuando menciona: “ya para entonces

Sabaneta había dejado de ser un pueblo y se había convertido en un barrio más de

Medellín, la ciudad la había alcanzado, se la había tragado; y Colombia, entre tanto, se

nos había ido de las manos. Éramos, y de lejos, el país más criminal de la tierra, y

Medellín la capital del odio” (8). Hay una representación, por parte de Fernando, de

Medellín como un gran monstruo que termina devorándose al pueblito que lo vio nacer.

35
Esta configuración sería el inicio de lo que después sería la representación total del

espacio como el apocalipsis en pleno desarrollo. Esto, desde el inicio, no ayuda a la

configuración de una Medellín que se quiere para el futuro.

A continuación, en la exploración de Fernando por Medellín menciona que “vagando

por Medellín, por sus calles, en el limbo de mi vacío por este infierno, buscando entre

almas en pena iglesias abiertas, me metí un tiroteo” (23). Se puede observar que ya está

establecida la caracterización infernal de las calles de Medellín en la que las almas en

pena serían las personas que están representadas como muertos en vida, lo cual se deja

en claro en la siguiente enunciado de Fernando: “hombre vea, yo le digo, vivir en

Medellín es ir uno rebotando por esta vida muerto. Yo no inventé esta realidad, es ella la

que me está inventando a mí” (80) Luego se establece la configuración demoniaca de

Medellín como una bestia infernal que está dispuesta a asesinar a todo aquel que se le

presente. Esto se puede observar cuando el narrador señala que “un asesino

omnipresente de psiquis tenebrosa y de incontables cabezas: Medellín, también

conocido por los alias de Medallo y de Metrallo lo mato” (47). Finalmente, la

conceptualización infernal y apocalíptica de Medellín llega a su ápice cuando Fernando

menciona que “la noche de alma negra, delincuente, tomaba posesión de Medellín, mi

Medellín, capital del odio, corazón de los vastos reinos de Satanás” (85- 86). El máximo

jefe del reino de las tinieblas, llamado también “lucifer” hace su aparición en esta

representación, lo cual deja en claro que el dominio total de Medellín está bajo lo

sobrenatural, bajo lo totalmente demoniaco. Nada más y nada menos que bajo el

dominio del amo del dolor y sufrimiento.

Para darle, aún más, el realce apocalíptico, Fernando hace mención de un ave particular

cuya presencia siempre se debe a la existencia de algo podrido, muerto o totalmente

perdido en el infinito mar de la muerte.

36
Compañero, amigo y paisano: no hay ave más hermosa que el gallinazo, ni de más
tradición: es el buitre del español milenario, el ‹‹vultur›› latino. Tienen estas avecitas la
capacidad de transmutar la carroña humana en el espíritu del vuelo. Mejores pilotos
nadie, ni los del narcotráfico. ¡Mírenlos el cielo de Medellín planeando! Columpiándose
en el aire, desflecando nubes, abanicando el infinito azul con su aleteo negro Ese negro
que es el luto de los entierros… Y aterrizan como los pilotos de don Pablo: en un
campito insignificante, minúsculo, cual la punta de este dedo. «Me gustaría terminar
así- le dije a Alexis-, comido por esas aves para después salir volando» (48).

Posteriormente, se hace la mención de esta ave como la mascota de esta ciudad

apocalíptica. De esto podemos interpretar que Medellín es el lugar habitado por muertos

que no sabe que están vivos y que están condenados a ser devorados por aquellas aves

“mensajeras de la muerte.

Podemos ver entonces que todo lo mencionado se origina desde la mentalidad de

Fernando, por lo que la representación de Medellín está condenada a perecer sin la más

mínima oportunidad de elaborar una ciudad perfecta ni siquiera en el plano mental.

Pasando ahora al plano de la implementación de un supuesto orden, podemos ver que

Fernando en su afán de conseguir esto se encuentra en una posición desfavorable, pues

como ya se mencionó en el capítulo anterior, se encuentra alejado de la esfera del poder

estatal y del uso legítimo de la fuerza. Ante esto, se ve en la necesidad de utilizar a los

dos jóvenes que conoce como herramientas para establecer el orden por medio del uso

de la fuerza particular y, por lo tanto, ilegítima.

La relación que se establece entre estos dos sicarios y Fernando cuenta con algunas

características particulares y resaltantes. En primer lugar podemos ver la contradicción

que se establece en Fernando al aceptar a dos personas y relacionarse con ellas

fuertemente, aun sabiendo que estos sicarios son el producto de los que el tanto odia.

Estas dos personas son el resultado de esa “barbarie” que atenta contra lo civilizado, sin

embargo se forma una relación afectiva que es muy significativa para Fernando (Locane

37
2012: 93). Fernando establece en lo que difiere y coincide con Alexis al mencionar que

“Alexis y yo diferíamos en que yo tenía pasado y él no; coincidíamos en nuestro mísero

presente sin futuro: en ese suceder de las horas y los días vacíos de intención, llenos de

muertos” (79). Lo que los unía, por lo tanto, era la complicidad de haber emprendido un

proyecto de limpieza el cual va a costar varias vidas y en la que ambos están

implicados, “la gran masacre” para restaurar Medellín. Fernando termina tomando el

control de Alexis a tal grado que este se termina ofreciendo para ser utilizado como una

herramienta, como un brazo armado del intelectual. Esto lo podemos observar en la

novela a continuación: “Yo te lo mato – me dijo Alexis con esa complacencia suya

atenta siempre a mis más mínimos caprichos-. Déjame que la próxima vez le saco el

fierro” (24). Conforme avanza la novela, transcurren los seguidos asesinatos ejecutados

por Alexis y que tienen como autor intelectual a Fernando. Esto se puede observar

cuando el narrador menciona: “sí niño, esta vez sí me parece bien lo que hiciste, aunque

de mal genio en mal genio, de grosero en grosero vamos acabando con Medellín. Hay

que desocupar Antioquia de los antioqueños malos y repoblarla de antioqueños buenos,

así sea este un contrasentido ontológico” (43).

En segundo lugar, hay una construcción de los sicarios como “Ángeles

Exterminadores”. Así como se plantea, esto termina siendo una contradicción tanto en el

ámbito del lenguaje como en el aspecto religioso. Estos dos aspectos se involucran y

termina siendo una afrenta desde el discurso hacia lo establecido por las consignas

religiosas. Tanto los enunciados como: “mi niño era el enviado de Satanás que había

venido a poner orden en este mundo con el que Dios no puede” (105) o “basuqueros,

buseros, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, publicas y privadas,

de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por su mano bendita, por su

espada de fuego” (109) terminan siendo prueba de lo ya mencionado. A pesar de ello,

38
terminamos el análisis de este aspecto con lo que menciona Sarabia en “El carnaval en

la representación del sicario y el intelectual en La Virgen de los sicarios”: “la

construcción del sicario en la obra reproduce la dicotomía del ángel en el mito cristiano,

una criatura que puede encarnar bondad, belleza e inocencia o venganza, muerte y

castigo. Alexis y Wilmar son la versión colombiana de los ‘Ángeles exterminadores’

bíblicos enviados por Dios para destruir a Sodoma” (2007: 32).

Con respecto a la sucesión de estos ángeles, se sabe que Alexis termina asesinado por

quien se convertiría en su sucesor en el puesto de “ángel exterminador” de Fernando. A

pesar de que la muerte de Alexis representa un fuerte golpe para Fernando, en la

continuación narrativa de la novela la sucesión no se presenta como un problema, ya

que como menciona Walde en “Limpia, fija y da esplendor: el letrado y la letra en

Colombia a fines del siglo XIX”: “todo fluye en un presente de violencia, cada

momento es una pequeña variación del anterior, sin cambio visible” (2001: 35).

Después de Alexis, el desarrollo de la relación entre Fernando y Wilmar termina siendo

parecida. Ambos continúan el proyecto que buscaba la limpieza total de Medellín de lo

que Fernando consideraba como “lacras”. Sin embargo, Wilmar también es asesinado

antes de que junto a Fernando viajasen hacia el extranjero. Ante esta última pérdida,

Fernando termina resignándose frente a la Medellín caótica. Se puede interpretar esto

como la renuncia y, por lo tanto, el fracaso de la implementación de un orden particular.

Dentro de los descubrimientos que he desarrollado a lo largo de este segundo capítulo,

está en primer lugar, la relación entre la decadencia y la degradación de las instituciones

como el Estado y la Iglesia que son impuestas por la cultura y, como resultado, el

triunfo de los impulsos primitivos y tanáticos que van a convertir a Medellín en una

ciudad caótica. En segundo lugar, sobre cómo el establecimiento de dos planos (tanto

subjetivo como objetivo, termina fracasando debido a la configuración de Medellín

39
como una ciudad apocalíptica en el plano mental, y la ausencia de herramientas para

establecer el orden en el plano objetivo.

CONCLUSIONES

GENERALES

1. El análisis de Fernando como intelectual que tiene como objetivo instaurar el

orden en la Medellín caótica nos ha dado luces acerca de la manera en la que

intenta llevar este proyecto a cabo. Sin embargo, el proceder de Fernando, que

termina siendo influenciado por el contexto que lo rodea, tiene como

consecuencia el fracaso rotundo del proyecto ordenador. La crítica asumida por

el intelectual terminará siendo desconfigurada a tal grado que será una de los

40
principales motivos de dicho fracaso. La violencia, lo salvaje, la “barbarie”,

finalmente termina ganándole la batalla a aquello que representaba,

supuestamente Fernando, es decir, lo “civilizado” y lo ordenado. La resignación

última del intelectual termina representando dicha derrota ante la caótica ciudad

de Medellín.

2. Como resultado de la comparación entre las representaciones del intelectual

tanto de Rama como de Gramsci y la figura representada por Femando en la

novela La Virgen de los sicarios, se ha establecido que Fernando termina siendo

un intelectual completamente individualista, ya que no representa los intereses

de un determinado sector (poder estatal, clase dominante o clase subalterna) y

que, así mismo, Fernando emprende el proyecto ordenador por propia iniciativa.

Además, se ha concluido con respecto al orden que se quiso instaurar, que este

fin último de Fernando termina siendo claramente particular. Esto se debe a que

este orden está inspirado en los recuerdos del propio Fernando sobre su ciudad

natal, la “Medellín antediluviana”.

3. Fernando elabora un discurso crítico frente al decaimiento social y cultural de la

sociedad urbana contemporánea en Medellín. Este discurso abarca una áspera

crítica frente a las instituciones creadas para establecer el orden en la sociedad y

que, sin embargo, han terminado fracasando. Las masas campesinas que

migraron hacia la ciudad, lo que Fernando expresa más bien como una invasión,

también están incluidos en aquella diatriba. Todo esto termina por descolocarlo a

tal grado que acaba por influir catastróficamente en la elaboración de la ciudad

41
en el plano de las ideas y los símbolos. Esto termina desembocando en la imagen

apocalíptica de Medellín que Fernando va construyendo en su mente, lo que

sería un fracaso ya que lo que se tenía que configurar era en realidad una ciudad

ideal. Todo esto influye, también, en el rotundo fracaso en el plano de la

implementación del supuesto orden que culminaría con la resignación de

Fernando frente a la imposibilidad de cumplir su objetivo.

ESPECÍFICAS

4. Tanto en los estudios de Rama como de Gramsci, se ha establecido que el

intelectual no goza de autonomía alguna, puesto que esta figura siempre está al

servicio de un determinado sector o grupo. Según Rama, esta dependencia del

intelectual es frente al poder estatal (el cual está a merced de aquellos que lo

detentan), la que le ofrece al primero las herramientas suficientes para que

emprenda el proyecto ordenador. Por otra parte, Gramsci establece que dicha

dependencia es con la clase social a la que este intelectual pertenece. Este

último, bien puede ser un técnico conservador perteneciente a la clase dominante

o un intelectual revolucionario que emprenda la “revolución intelectual y moral”

junto a la clase subalterna. En contraste con La Virgen de los sicarios, Fernando

representa la figura de un intelectual que goza de independencia ya que esta no

42
se ve sometida ante algo o alguien. Sus acciones no responden al pedido de

alguien, sino que estas surgen de la voluntad de Fernando.

5. Se ha observado que en el planteamiento de Rama sobre el intelectual, este

último tiene como soporte principal, para originar y organizar el orden, al poder

estatal (que representa el uso de la fuerza legítima). Sin embargo, si llevamos

esta imagen a la situación en la que se encuentra Fernando en la novela, nos

damos cuenta que este carece de dicha característica. Ante ello, Fernando se ve

obligado a buscar un nuevo soporte y lo encuentra en los dos sicarios que conoce

y de los cuales se enamora: Alexis y Wilmar. Estas figuras terminan

representando el uso de la fuerza ilegítima e informal. Como consecuencia de

esto, se va a desarrollar un descontrol total del uso de la violencia, lo que

terminaría involucrando Fernando a esa violencia que tanto le critica a

Medellín.

6. Como se ha mencionado en el trabajo, la extrema transformación que ha sufrido

Medellín, luego de que Fernando viajase al extranjero, descolocó y trastocó

completamente al intelectual, lo que le hizo rechazar profundamente este caótico

espacio. Sin embargo, Fernando encuentra un lugar en donde se puede sentir

cómodo y desde el cual puede elaborar el fundamental discurso crítico o

diatriba. Este espacio del que estamos hablando es el lenguaje (la escritura) el

cual Fernando como intelectual y, sobre todo, como gramático encuentra

conveniente y manejable. Es desde este espacio en donde va a intentar llevar

adelante el proyecto ordenador que, sin embargo, terminaría fracasando.

43
7. La extrema violencia que se experimenta en Medellín tiene una explicación

debido a la aplicación de la teoría psicoanalítica desarrollada por Sigmund

Freud. Esta teoría nos dice que las personas se encuentran oprimidas frente a lo

que ellos mismos han creado, la cultura, que está constituida por instituciones

que tienen como objetivo establecer el orden. Esta frustración es debido a la

represión de los instintos destructivos, dañinos y mortíferos que las personas

llevan consigo en su propio inconsciente. Con respecto a la novela, Se puede

apreciar un claro desbarajuste y casi inexistencia de las instituciones del orden lo

cual le deja campo abierto a que los instintos tanáticos de los habitantes de

Medellín se liberen completamente, que se terminaría expresando finalmente en

la violencia caótica en la cual se encuentra sumida Medellín.

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