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Emilse Perez - Rehabilitar Un Lugar Posible en Lo Social - P5 PDF
Emilse Perez - Rehabilitar Un Lugar Posible en Lo Social - P5 PDF
http://www.elsigma.com/hospitales/rehabilitar-un-lugar-posible-en-losocial/11952
En el trabajo con pacientes internados en el hospital psiquiátrico, se puede comprobar que los
avances son lentos o nulos hasta que no se trabaja paralelamente en el sentido de rehabilitar un
lugar social para el sujeto. Y, lejos de tomar en cuenta sólo lo subjetivo, este movimiento no se
produce sin que ese Otro social le haga lugar al sujeto. Lo específico del trabajo del psicólogo
tendrá que ver con generar las condiciones de posibilidad para la recuperación de un lugar social,
trabajando sobre las circunstancias que llevaron a perder ese lugar, a fracturar el lazo, y
construyendo uno nuevo, a partir de los elementos de la historia y de los recursos con los que
cuenta el sujeto. No es cuestión de marcar rumbos ni objetivos preconcebidos, signados por un
ideal demasiado cerca de la violencia simbólica.
1
Cf. SELLIN, B., quiero dejar de ser un dentrodemi, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1994. Birger Sellin es un autista que
logró comunicarse a través del sistema de “comunicación facilitada”. Con la ayuda de una persona que le sostenga el
antebrazo y aísle el dedo índice puede escribir en la computadora o máquina de escribir. Con el tiempo este apoyo
puede suspenderse y el sujeto gana la autonomía para escribir.
Fue difícil al principio establecer un lazo terapéutico, ya que Lila no entendía el “para qué” del
mismo, si ella “estaba bien”, “no tenía nada para decir”. Las entrevistas eran cortas, Lila no
desplegaba casi nada, a no ser que se la convocase. Respecto de la relación con sus hijos, escaso
había sido el contacto desde su internación. Lila no demandaba ver a sus hijos ni a otra persona
por fuera de la institución. En rigor, Lila no demandaba nada.
A partir del presente tratamiento, comenzamos una serie de contactos con la institución donde
sus dos hijos menores se encontraban internados, acompañándola en las primeras visitas. Se
pensó en la estrategia de esperar a que ella demandara ver a sus hijos para que no se volviese
imposición desde el otro, ya que Lila respondía pasivamente a todo lo que se le propusiera.
Impactante fue el dicho de su hijo de 14 años: “a mi mamá la tenemos que cuidar nosotros”. Lo
esperado llegó: algo comenzó a moverse. Lila dejó caer un “tengo ganas de ver a los chicos”,
momento en el que se organizó una nueva visita, haciéndole lugar a la demanda y sancionándola
como tal. Momento, también, en el que sus hijos empezaron a demandar más por ella.
A consecuencia de que Lila aumentó el número y frecuencia de sus salidas, su familia ampliada
comenzó a tenerla en cuenta, comenzaron a invitarla a las reuniones familiares. Pudo decir: “¡Era
hora que se acordaran de mí!”. En rigor, Lila empezaba a decir. Esto provocó una inflexión en el
curso de su tratamiento. A partir de que su Otro familiar comenzó a hacerle un lugar,
paulatinamente algo empezó a moverse en Lila, aunque aún seguía dependiendo de la iniciativa
del otro. Al preguntarle por sus hijos, la mayoría de las veces respondía: “Ellos no me llaman”,
acentuando el hecho de que la iniciativa vendría del otro, ella sólo respondería. “No sé, no es por
nada, pero si me llaman voy, estoy esperando que me llamen. Estoy esperando a ver qué pasa…”.
Parecía depender del equipo para realizar llamadas a sus hijos o planear alguna salida terapéutica.
Se le propuso que ella también podía llamarlos, lo que causó efectos a largo plazo. Empezó a
demandar para llamar a sus hijos y a mostrar más ganas de verlos. También pudo dar cuenta de
que sus hijos le demandaban y ¡hasta la celaban! Todas estas intervenciones, tendientes recuperar
el lazo con sus hijos, fueron realizadas con suma precaución, ya que podía ser que Lila tuviera
dificultades estructurales para ocupar el lugar de madre, y hasta podía llegar a ser una coyuntura
descompensadora.
Una contingencia clave sucedió. Sus dos hijos mayores, de poco más de 20 años, propusieron
alquilar un departamento para vivir con ella y los dos chicos más chicos, que seguían internados.
Cuando se le comentó a Lila de esta posibilidad, respondió primero con algo de indiferencia
afectiva: “Hace años que espero irme”. Luego empezó a mostrarse entusiasmada por la idea: “Me
maquina la cabeza pensando en esto que me voy a ir”. Pero también surgió otro de los signos en
ella, la institucionalización: “Acá estoy cómoda, miro la tele cuando quiero, me acuesto, pero si
quiero salir le tengo que pedir permiso a la enfermera, no es como…”. Intervengo en este punto:
“No es como en tu casa, estás cómoda pero no es tu casa”.
El tiempo empezó a pasar subjetivamente para Lila en relación con el tiempo muerto de la
institucionalización, y ahora era ella misma la que empezaba a tomar las riendas. Le preguntó a su
hermana si podía vivir con ella, y ella se lo negó. Lila se empezó a mostrar muy preocupada por la
situación, y ¡hasta pudo enojarse!: “¡Ésa es mi casa también, me dejan afuera!”.
Se realizó una serie de nuevas comunicaciones con sus hijos, planteándoles la urgencia de
concretar una externación. Su hija propuso darle un lugar transitorio. Se le comentó esto a Lila,
quien se emocionó mucho: “Me parece imposible, después de 8 años de estar acá… Yo estoy bien
acá, estoy cómoda, pero ya me quiero ir”. Vislumbramos aquí el paulatino abandono de su
posición adaptada a la institución, y algo que empezaba a moverse: “No me imaginaba que iba a
ser así. Ahora siento que los chicos me necesitan”.
Otro punto importante en su tratamiento fue el aspecto laboral. A los pocos meses de ser
internada, Lila desarrollaba tareas en una de las oficinas de la institución. Se pensó en un principio
en la posibilidad de un taller protegido. Con la gestión del equipo de trabajadoras sociales,
consiguió un trabajo oficial. Concurría a su trabajo y retornaba a la institución. Este otro hecho
volvió inminente la urgencia de la externación. Luego de casi 9 años, Lila se externó
definitivamente y se mudó con uno de sus hijos a un departamento.
2
Cf. APOLLON, W. y otros, Tratar la psicosis, Polemos, Buenos Aires, 1997, p. 156.
como tentativa de solución para rehacer el lazo con el universo, aísla al psicótico a pesar de él.3 La
reconstrucción del lazo con el mundo seguramente tomará un significante del delirio, pero
pagando con el necesario precio de una cesión de goce: algo debe perder para enlazarse al otro.
En última instancia, a mí me gusta decir que la adaptación en sí misma, es un efecto que se da por
añadidura al efecto de subjetivación, a la construcción por parte del sujeto de su modo particular
de saber-hacer en la comunidad, pero no podemos negar ingenuamente que se encuentra en todo
proyecto terapéutico, aun en formas invisibilizadas. En este punto, el analista se erigirá en vigía del
respeto por la singularidad. Por ejemplo, no promoviendo que el sujeto emprenda una actividad
en pos de las expectativas sociales o familiares que ponga en riesgo su precaria estabilización o
implique exigencias que su estructuración subjetiva no puede tolerar.
¿Qué es rehabilitar?
Rehabilitar es recuperar, promover, posibilitar, a partir de los elementos de la historia que aporta
el sujeto, su lugar en el lazo social perdido, si es que alguna vez lo hubo, o construirlo, re-
inventarlo.
¿Qué produjo el movimiento en Lila? ¿La consolidación transferencial del lazo terapéutico? ¿El
cambio de medicación a antipsicóticos atípicos? ¿El conseguir trabajo? ¿El revincularse con sus
hijos? ¿Un poco de todo esto? Más allá de todo, hoy puedo, decir haciendo una relectura del caso,
que no hubo movimientos efectivos en su posición subjetiva aletargada hasta que ese Otro no le
hizo espacio del lugar que la había desalojado. Tanto el Otro familiar, al permitirle volver a ocupar
un rol en la familia y legitimarlo como tal, como el Otro social, al permitirle recuperar su lugar
productivo, otorgándole la posibilidad de un trabajo. Hablamos de espacio real, simbólico e
imaginario. Algo en lo concreto tiene que moverse.
En el caso de Mario, se tratará de velar por el cierre del capítulo de su encarcelamiento,
posibilitando que esto sea parte de su pasado como historia, pero no como condena eterna a no
poder recuperar un lugar productivo en la sociedad.
3
Cf. APOLLON, W. y otros, Tratar la psicosis, Polemos, Buenos Aires, 1997, p. 156. El subrayado es mío.