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27/07/2009.

http://www.elsigma.com/hospitales/rehabilitar-un-lugar-posible-en-losocial/11952

REHABILITAR UN LUGAR POSIBLE EN LO SOCIAL


Por Emilse Pérez

En el trabajo con pacientes internados en el hospital psiquiátrico, se puede comprobar que los
avances son lentos o nulos hasta que no se trabaja paralelamente en el sentido de rehabilitar un
lugar social para el sujeto. Y, lejos de tomar en cuenta sólo lo subjetivo, este movimiento no se
produce sin que ese Otro social le haga lugar al sujeto. Lo específico del trabajo del psicólogo
tendrá que ver con generar las condiciones de posibilidad para la recuperación de un lugar social,
trabajando sobre las circunstancias que llevaron a perder ese lugar, a fracturar el lazo, y
construyendo uno nuevo, a partir de los elementos de la historia y de los recursos con los que
cuenta el sujeto. No es cuestión de marcar rumbos ni objetivos preconcebidos, signados por un
ideal demasiado cerca de la violencia simbólica.

No te adaptes si al hacerlo tu alma se muere por dentro.


BIRGER SELLIN, 19921

En mi experiencia de trabajo individual con pacientes internados en un hospital psiquiátrico, he


podido comprobar que los avances son lentos o nulos hasta que no se trabaja paralelamente en el
sentido de rehabilitar un lugar social para el sujeto. Y, lejos de tomar en cuenta sólo lo subjetivo,
este movimiento no se produce sin que ese Otro social le haga lugar al sujeto.

Lila y el lugar aportado por sus hijos.


Lila es de esas típicas pacientes que “no hace ruido”, (sobre)adaptada a la vida institucional. En sus
casi nueve años de internación puede decir que “ésta es su casa” y que “aquí está bien”. Se
internó alrededor de sus 35 años ante una descompensación psicótica e intento de suicidio, en un
contexto familiar desbordante para ella (engaños de su marido, su hermana quería quedarse
forzosamente con su casa). Al internarse, su hermana logró quedarse con su casa, y sus cuatro
hijos fueron a parar a institutos de menores.
Cuando la tomé en tratamiento, ya contaba con 8 años de internación. A las pocas semanas de su
internación, su cuadro logró estabilizarse, y hasta ese momento no volvió a presentar
sintomatología de ningún tipo. Los lazos que la unían, a su manera, a lo social, fueron
debilitándose hasta cortarse. Su hermana fue desvinculándose poco a poco, llegando a negarse a
recibirla en la que, en definitiva, era su propia casa. Se separó de hecho de su marido y fue
dejando de ver a sus hijos, por estar estos internados.

1
Cf. SELLIN, B., quiero dejar de ser un dentrodemi, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1994. Birger Sellin es un autista que
logró comunicarse a través del sistema de “comunicación facilitada”. Con la ayuda de una persona que le sostenga el
antebrazo y aísle el dedo índice puede escribir en la computadora o máquina de escribir. Con el tiempo este apoyo
puede suspenderse y el sujeto gana la autonomía para escribir.
Fue difícil al principio establecer un lazo terapéutico, ya que Lila no entendía el “para qué” del
mismo, si ella “estaba bien”, “no tenía nada para decir”. Las entrevistas eran cortas, Lila no
desplegaba casi nada, a no ser que se la convocase. Respecto de la relación con sus hijos, escaso
había sido el contacto desde su internación. Lila no demandaba ver a sus hijos ni a otra persona
por fuera de la institución. En rigor, Lila no demandaba nada.
A partir del presente tratamiento, comenzamos una serie de contactos con la institución donde
sus dos hijos menores se encontraban internados, acompañándola en las primeras visitas. Se
pensó en la estrategia de esperar a que ella demandara ver a sus hijos para que no se volviese
imposición desde el otro, ya que Lila respondía pasivamente a todo lo que se le propusiera.
Impactante fue el dicho de su hijo de 14 años: “a mi mamá la tenemos que cuidar nosotros”. Lo
esperado llegó: algo comenzó a moverse. Lila dejó caer un “tengo ganas de ver a los chicos”,
momento en el que se organizó una nueva visita, haciéndole lugar a la demanda y sancionándola
como tal. Momento, también, en el que sus hijos empezaron a demandar más por ella.
A consecuencia de que Lila aumentó el número y frecuencia de sus salidas, su familia ampliada
comenzó a tenerla en cuenta, comenzaron a invitarla a las reuniones familiares. Pudo decir: “¡Era
hora que se acordaran de mí!”. En rigor, Lila empezaba a decir. Esto provocó una inflexión en el
curso de su tratamiento. A partir de que su Otro familiar comenzó a hacerle un lugar,
paulatinamente algo empezó a moverse en Lila, aunque aún seguía dependiendo de la iniciativa
del otro. Al preguntarle por sus hijos, la mayoría de las veces respondía: “Ellos no me llaman”,
acentuando el hecho de que la iniciativa vendría del otro, ella sólo respondería. “No sé, no es por
nada, pero si me llaman voy, estoy esperando que me llamen. Estoy esperando a ver qué pasa…”.
Parecía depender del equipo para realizar llamadas a sus hijos o planear alguna salida terapéutica.
Se le propuso que ella también podía llamarlos, lo que causó efectos a largo plazo. Empezó a
demandar para llamar a sus hijos y a mostrar más ganas de verlos. También pudo dar cuenta de
que sus hijos le demandaban y ¡hasta la celaban! Todas estas intervenciones, tendientes recuperar
el lazo con sus hijos, fueron realizadas con suma precaución, ya que podía ser que Lila tuviera
dificultades estructurales para ocupar el lugar de madre, y hasta podía llegar a ser una coyuntura
descompensadora.
Una contingencia clave sucedió. Sus dos hijos mayores, de poco más de 20 años, propusieron
alquilar un departamento para vivir con ella y los dos chicos más chicos, que seguían internados.
Cuando se le comentó a Lila de esta posibilidad, respondió primero con algo de indiferencia
afectiva: “Hace años que espero irme”. Luego empezó a mostrarse entusiasmada por la idea: “Me
maquina la cabeza pensando en esto que me voy a ir”. Pero también surgió otro de los signos en
ella, la institucionalización: “Acá estoy cómoda, miro la tele cuando quiero, me acuesto, pero si
quiero salir le tengo que pedir permiso a la enfermera, no es como…”. Intervengo en este punto:
“No es como en tu casa, estás cómoda pero no es tu casa”.
El tiempo empezó a pasar subjetivamente para Lila en relación con el tiempo muerto de la
institucionalización, y ahora era ella misma la que empezaba a tomar las riendas. Le preguntó a su
hermana si podía vivir con ella, y ella se lo negó. Lila se empezó a mostrar muy preocupada por la
situación, y ¡hasta pudo enojarse!: “¡Ésa es mi casa también, me dejan afuera!”.
Se realizó una serie de nuevas comunicaciones con sus hijos, planteándoles la urgencia de
concretar una externación. Su hija propuso darle un lugar transitorio. Se le comentó esto a Lila,
quien se emocionó mucho: “Me parece imposible, después de 8 años de estar acá… Yo estoy bien
acá, estoy cómoda, pero ya me quiero ir”. Vislumbramos aquí el paulatino abandono de su
posición adaptada a la institución, y algo que empezaba a moverse: “No me imaginaba que iba a
ser así. Ahora siento que los chicos me necesitan”.
Otro punto importante en su tratamiento fue el aspecto laboral. A los pocos meses de ser
internada, Lila desarrollaba tareas en una de las oficinas de la institución. Se pensó en un principio
en la posibilidad de un taller protegido. Con la gestión del equipo de trabajadoras sociales,
consiguió un trabajo oficial. Concurría a su trabajo y retornaba a la institución. Este otro hecho
volvió inminente la urgencia de la externación. Luego de casi 9 años, Lila se externó
definitivamente y se mudó con uno de sus hijos a un departamento.

Mario y la “oportunidad” que su madre quiere darle.


Mario tiene casi 40 años y un año de internación. Estuvo encarcelado más de una década por
robo. Al salir de la cárcel, su madre lo recibió y comenzaron las denuncias de abuso en el barrio. La
madre decidió internarlo “porque se le escapaba y no sabía a dónde iba”. Cuesta relacionar al
Mario que conocemos con sus antecedentes penales. Nos parece un paciente muy tranquilo,
colabora con las tareas del pabellón, no presenta síntomas productivos, sino más bien una apatía e
indiferencia afectiva importantes, propias de su cuadro. Antes de estar institucionalizado, ha
trabajado en distintos oficios. Se le propone concurrir a un Centro de Día por fuera de la
institución para realizar actividades de rehabilitación, al que concurre por sus medios.
En las distintas llamadas que el equipo realiza a su madre, ésta reacciona defensivamente,
diciendo que ella “no lo puede sacar”, que ya tiene otra hija con esquizofrenia grave internada y
que tiene que hacerse cargo de su nieto discapacitado que quiere llevarlo “por el buen camino”.
Le menciono que en principio la propuesta no es que “lo saque”, sino de tener un encuentro con
ella y con Mario. Ella mantiene esta actitud hasta que en una de las últimas comunicaciones
expresa: “La vida de Mario ya está hecha, ahora tengo que ocuparme de mi nieto”. Se le plantea
que la vida de Mario “no está hecha”, que desde que está aquí no ha presentado síntoma alguno,
que realiza actividades por fuera de la institución y que hasta la fecha “no se ha escapado” —
tomando su significante—, y que sería importante que ella misma pudiera ver cómo está. Ante
esto su madre enuncia: “Es cierto, habría que darle una oportunidad”.
Tomando esto, se le propone realizar una visita a su casa. En ésta, su madre se muestra
ambivalente respecto de hacerle un lugar a Mario. Menciona que a él no lo puede “dominar”,
como sí puede hacerlo con su nieto, que “tiene mentalidad de 10 años en un cuerpo de grande”.
Le pregunto a qué se refiere con “dominar”. Ella responde: “Él dice que es un hombre grande;
tiene razón en querer salir, pero se me escapaba”. Mario argumenta que él iba a buscar trabajo. Al
poco tiempo de convivir con la madre, luego de salir de la cárcel, Mario le dijo que no quería ser
una carga para ella y que saldría a buscar trabajo. Se perdió. La madre lo critica, pero luego admite
que él no sabía la dirección, y que ella no recordó dársela anotada para que supiera cómo volver.
Al volver se suscitaron las denuncias de abuso en el barrio y la madre gestionó la internación. Cabe
aclarar que estas denuncias nunca llegaron a concretarse en el plano legal. Intervengo en el
sentido de cuestionar la idea de “dominar”, si se trata de eso o de establecer algunas reglas de
convivencia.
A Mario se lo nota afectado por las palabras de su madre; refiere en forma resignada: “Si no me
querés sacar no me saqués”. La madre nos pregunta: “¿Me lo tengo que llevar sí o sí? Porque me
parece que le rompo el corazón si no”. Se le explica que la externación es un proceso paulatino, no
expulsivo, que se va ensayando con salidas terapéuticas. Ella expresa terminantemente que él no
podría trabajar y que había pensado para él una “granja de discapacitados”. Se intenta relativizar
el peso de este decreto, planteándole que Mario no sólo puede trabajar, sino que es necesario
para su rehabilitación, que ya ha estado realizando tareas de rehabilitación por fuera de la
institución. Ante esto la madre refiere: “Si no se escapó ahí teniendo la posibilidad…”. Pero, por
otro, lado afirma que ahora Mario deberá hacerse cargo de la familia, ser la cabeza del hogar, que
tiene que ocuparse de su sobrino, que ella ya está grande y que no va a estar toda la vida. Mario
señala que primero tiene que ocuparse de él. Se le plantea a la madre que en el proceso de
reinserción no puede exigírsele a Mario que se haga cargo de la familia ni asuma responsabilidades
importantes. En un principio se tomará un tiempo para asentarse, para demostrarle a su madre
que se ha rehabilitado, y en forma paulatina se irá insertando en actividades que exijan
progresivamente mayor responsabilidad, de acuerdo a las posibilidades de Mario. Ella insiste que
Mario “ya está jubilado”, que “para eso sacan la pensión” y que él no puede trabajar. Mario refiere
que si ella quiere se quedará en la casa. Se le propone a la madre ensayar con salidas terapéuticas
cortas.
En la entrevista siguiente con Mario, plantea: “Mi mamá no me quiere sacar”. Se le responde que
su madre le está dando una oportunidad, que es lo que ella puede darle por el momento, que más
adelante él podrá armar su propio camino estando más armado. El puede decir: “Tiene razón, voy
a aprovechar la oportunidad que me da”. A partir de esto, el equipo tratante plantea algunas
dudas respecto de las consecuencias legales de permitirle la salida por su “pasado penal”. Por mi
parte, sostengo que se trata de una “causa cerrada” (de hecho Mario cuenta con el “acta de
libertad”), y que no podemos seguir condenando a Mario a una vida de encierro por un hecho por
el cual ya cumplió su condena.

El lugar del psicólogo en el equipo de rehabilitación


Lo específico del trabajo del psicólogo tendrá que ver con generar las condiciones de posibilidad
para la recuperación de un lugar social, trabajando sobre las circunstancias que llevaron a perder
ese lugar, a fracturar el lazo, y construyendo uno nuevo, a partir de los elementos de la historia y
de los recursos con los que cuenta el sujeto. No es cuestión de marcar rumbos ni objetivos
preconcebidos, signados por un ideal demasiado cerca de la violencia simbólica. Dependiendo de
cómo se trabaje la reinserción social, ésta puede convertirse en un ideal que responde a una
demanda social de adaptación. En el caso de Lila, el equipo podría haberse movido según el ideal
de que “una-persona-normal-trabaja-y-vive-con-sus-hijos”. En este aspecto, la ética subjetiva debe
ser la brújula, señalando imposibilidades y excesos, contextualizando los proyectos que otrora han
surgido con las circunstancias actuales y sus posibilidades concretas de realización en el corto
plazo, no alimentando vanas quimeras ni pretenciosas utopías.
Acercándonos aun más a la especificidad de lo “psi”, la rehabilitación también tendrá que ver —
por qué no decirlo— con el acotamiento del delirio o la locura al lazo con el analista, al vínculo
terapéutico. Esto le permitirá al sujeto no anular su producción delirante, sino enmarcarla en un
espacio donde no esté en riesgo su lazo al Otro social. Pero esto visto no desde la exigencia de
adaptación, sino desde la concepción de que para que todo sujeto pueda convivir con el Otro y los
otros, necesariamente debe ceder algo, algo de su goce. Si la cura se apoya sobre la exclusión del
delirio, ¿cómo podemos reclamar al psicótico que se articule como sujeto social? ¿Cómo puede
inscribirse en el mundo sin ligar sus proyectos sociales a su propia historia y a ciertos elementos
que están en juego en su explicación del mundo?2 El objetivo no es eliminar el delirio o demostrar
su fracaso, sino que el sujeto reduzca sus ideas psicóticas, las revise, ya que el delirio, tomado

2
Cf. APOLLON, W. y otros, Tratar la psicosis, Polemos, Buenos Aires, 1997, p. 156.
como tentativa de solución para rehacer el lazo con el universo, aísla al psicótico a pesar de él.3 La
reconstrucción del lazo con el mundo seguramente tomará un significante del delirio, pero
pagando con el necesario precio de una cesión de goce: algo debe perder para enlazarse al otro.
En última instancia, a mí me gusta decir que la adaptación en sí misma, es un efecto que se da por
añadidura al efecto de subjetivación, a la construcción por parte del sujeto de su modo particular
de saber-hacer en la comunidad, pero no podemos negar ingenuamente que se encuentra en todo
proyecto terapéutico, aun en formas invisibilizadas. En este punto, el analista se erigirá en vigía del
respeto por la singularidad. Por ejemplo, no promoviendo que el sujeto emprenda una actividad
en pos de las expectativas sociales o familiares que ponga en riesgo su precaria estabilización o
implique exigencias que su estructuración subjetiva no puede tolerar.

¿Qué es rehabilitar?
Rehabilitar es recuperar, promover, posibilitar, a partir de los elementos de la historia que aporta
el sujeto, su lugar en el lazo social perdido, si es que alguna vez lo hubo, o construirlo, re-
inventarlo.
¿Qué produjo el movimiento en Lila? ¿La consolidación transferencial del lazo terapéutico? ¿El
cambio de medicación a antipsicóticos atípicos? ¿El conseguir trabajo? ¿El revincularse con sus
hijos? ¿Un poco de todo esto? Más allá de todo, hoy puedo, decir haciendo una relectura del caso,
que no hubo movimientos efectivos en su posición subjetiva aletargada hasta que ese Otro no le
hizo espacio del lugar que la había desalojado. Tanto el Otro familiar, al permitirle volver a ocupar
un rol en la familia y legitimarlo como tal, como el Otro social, al permitirle recuperar su lugar
productivo, otorgándole la posibilidad de un trabajo. Hablamos de espacio real, simbólico e
imaginario. Algo en lo concreto tiene que moverse.
En el caso de Mario, se tratará de velar por el cierre del capítulo de su encarcelamiento,
posibilitando que esto sea parte de su pasado como historia, pero no como condena eterna a no
poder recuperar un lugar productivo en la sociedad.

3
Cf. APOLLON, W. y otros, Tratar la psicosis, Polemos, Buenos Aires, 1997, p. 156. El subrayado es mío.

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