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27-01-2020

Un malentendido llamado Nietzsche (I)


Nicolás González Varela
Rebelión

Anticipo del próximo libro Nietzsche: el Agonista reaccionario. El


pensamiento político de Nietzsche 1872-1878, de próxima aparición.

"El profesor Nietzsche fue uno de los filósofos alemanes más destacados de la actualidad, y
es considerado el apóstol del Racionalismo moderno extremo y uno de los fundadores de la
escuela socialista” (Obituario, The New York Times, 26 de Agosto, 1900, p. 7, col. 4)  

¿Se puede tener legítimamente una actitud anti-Nietzsche? “Anti”  es un prefijo latino de


origen griego que participa en la formación de adjetivos y nombres que significan “que es
opuesto o contrario a…”, aquello que finalmente posee propiedades antitéticas; pero también
posee una segunda dimensión de significado, califica a los términos que le proceden con el
sentido de aprensión, cuidado, de protección, de prevención, finalmente de lucha contra. La
dimensión Anti-Nietzsche, [2] si puede llamársela así, debe ser al mismo tiempo, oposición y
protección: oposición crítico-científica ante las consecuencias terribles y reaccionarias del
pensamiento nietzscheano; protección ante la falsa imagen reconstruida por la hagiografía
dominante en la academia sobre un pensador tan decisivo en la fundamentación tanto de
la Kritik desde un Liberalismo aristocrático radicalizado a la Modernidad (en un signo opuesto
a la de Rousseau) [3] como de la Posmodernidad. Necesariamente se debe partir de una
doble refutación. Una doble refutación que simplemente restituye de manera total y concreta
la figura de Nietzsche. Pensar a Nietzsche críticamente desde Nietzsche. Liberar a Nietzsche
de ser el primer mártir de su propia táctica retórica. Donde comienza la auténtica crítica
acaba la monumentalidad. Nada más, ni nada menos.

Pensar a Nietzsche como un pensador eminentemente político, o mejor, como un


escritor totus politicus. [4] La Voluntad de Poder debe expresarse necesariamente
como Politik, lo recuerda incluso tardíamente. [5] La tarea es liberar a Nietzsche, romper la
perversa rutina de su esterilización académica y su domesticación posmoderna. No es otra
cosa que dejar de (sobre-sub) interpretar a Nietzsche y comenzar a aceptar su palabra.
Contrariando al gran archivista Foucault, sí tiene para nosotros un gran interés ser fiel a la
letra de Nietzsche. Y esto implica una doble tarea ciclópea e inactual. En primer lugar una
disección metapolítica de la obra publicada e inédita, una demostración que la filosofía de
Nietzsche, contrariamente a lo que se ha sostenido en demasiadas ocasiones, es también
una Filosofía ilustremente política. Parece un perogrullo, pero en el futuro Nietzsche será
considerado, sin dudas, un autor clásico del pensamiento político occidental. [6] Su Filosofía
práctica puede ser considerada una forma extrema y revolucionaria del Liberalismo
aristocrático (Alexis de Tocqueville, Jacob Burckhardt, Hippolyte Taine). [7] Incluso
redoblaríamos la apuesta blasfema: sostenemos (textualmente) que Nietzsche es un gran
teórico de la Metapolítica (como lo comprendió Heidegger). Es un pensador no apolítico
(como indicaría una lectura ingenua o de mala fe) sino überpolitisch, suprapolítico.  Para
decirlo de otra manera: la antipolítica nietzscheana es una (gran) Política.

Y este estado de ánimo intelectual, este Stimmung no es un pecado de juventud: Nietzsche


nunca modificó las líneas generales sobre la forma-Estado y la Política de su seminal texto
“El Estado griego” (1871), confirmando las intuiciones de Salomé en su pionero libro sobre
Nietzsche. Allí señala que en su última fase, Nietzsche regresa a algunas de las
preocupaciones teóricas de la primera, la desfasada/ descartada fase juvenil, pero las aborda
de una manera diferente e incluso de una manera más extrema y radical. [8] En un año tan
tardío como 1888, Nietzsche todavía se proponía escribir una obra titulada
spinozianamente Tractatus Politicus. [9] Y viceversa: las ideas políticas, incluso las
argumentaciones sobre Poder y Estado, no quedan en absoluto confinadas a sus últimos
años de madurez. En este caso, como en la gran mayoría de su Filosofía práctica, en
Nietzsche no hubo cambio, sino acumulación, continuidad, endurecimiento y retorno, o en
sus propios términos  Anhäufung: el ideal político de Nietzsche al final de sus días, en 1888,
era la forma-Estado dórica, la institución de la esclavitud y la sociedad basada en el sistema
de castas. [10] Queda explícito que Nietzsche no es en ningún caso ni un pensador político
indirecto e intermitente ni un filósofo político casual o no-deseado. Ni es un pensador de la
Política “débil”, formado a pura base de “epigramas relámpago y proclamaciones
apoteósicas”.

Muchos biógrafos decían que Nietzsche se hizo famoso, de la noche a la mañana, el mismo
año en el que fue internado en un manicomio. Pero el pensador concreto, “real”, desapareció
inmediatamente detrás de la represión de su obra, detrás de la doctrina expuesta y
combatida. No solo el redactor editorial del prestigioso diario The New York Times lo
malinterpretó de manera grosera como podemos ver en la cita que encabeza este ensayo. El
malentendido sobre Nietzsche nació el mismo día de su muerte. Detrás de la (mal
comprendida) Retórica nietzscheana de las ideas caminantes e inspiradas yace un Sistema
coherente y de largo aliento, otra intuición temprana de su amiga y discípula
Salomé. [11] Como ella señala, testigo privilegiado del crecimiento enloquecido
del Nietzsches-Kult, “desde que amplios círculos se han apoderado de él, ha sufrido el
destino que amenaza a todo escritor de aforismos; algunas de sus ideas, aisladas del
conjunto y con ello sujetas a interpretaciones arbitrarias, se han convertido en lemas y
consignas de todas las tendencias, que resuenan en la lucha de opiniones, en la disputa de
los partidos.” Muchos equívocos no-deseados (pero no todos) provienen del propio estilo
aforístico de Nietzsche a partir de su etapa media (1878), el cual genera un efecto
persuasivo que, como afirma Waite, [12] hace que la mayoría de los lectores (incluso los
académicos) básicamente “confíen” en el significado literal de sus textos. La forma táctica
del ensayo aforístico no deja lugar al clásico aparato erudito de citas, ni al apéndice
bibliográfico, como señala en sus manuscritos póstumos “no se lo he puesto fácil a los que
quieren sentir una satisfacción erudita, porque yo no contaba en definitiva con ellos. Faltan
las citas.” [13] No en vano el propio Nietzsche define a sus libros como "Centauros",
híbridos, donde la Filosofía, la Filología, la Historia de las religiones malviven adosadas al
cuerpo de un animal político. Eso desubica al lector especializado o al académico: sus libros
en realidad no hablan de lo que parecen hablar o si lo hacen la imagen del tema expuesto es
simplemente el atril que el autor utiliza. Sus lectores son pocos, escasos, predestinados, a
ellos se adapta el Gran Stil: “Yo escribo de tal manera que ni la plebe, ni los  populi, ni los
partidos de cualquier clase puedan leerme.” En su Nachlass anota premonitoriamente: “¿Qué
tipo de hombres puede encontrarse mal al leer mis escritos? Prescindiendo, como
corresponde, de aquellos que simplemente ‘no los entienden’ (como los cerdos cultivados y
las gansas de la gran ciudad, o los curas, o los ‘jóvenes alemanes’, o todo lo que bebe
cerveza y apesta a política). Ahí están, por ejemplo, los literatos que trapichean con el
Espíritu y quieren ‘vivir’ de sus opiniones — pues han descubierto que hay algo en una
opinión (o por lo menos en ciertas opiniones) que tiene valor en dinero, — contra ellos
exhalan mis escritos un continuo hálito de gélido desprecio.” Como escribe irónicamente
Wyndham Lewis, Nietzsche surgió para “representar a un polaco noble, con una locura
salvaje en sus ojos, que anunciaba los secretos del Mundo y vendía pequeñas sendas que
contenían tinta azul, que representaba como gotas de sangre azul auténtica, para deleite del
populacho. Se fueron, se tragaron sus recetas y se sintieron muy nobles casi de
inmediato.” [14] El Nietzschéanisme y la vasta Hagiografía paradójicamente viven sin
Nietzsche.

En segundo término, y de igual importancia, la rigurosa  Kritik materialista-histórica-textual


demuestra exhaustivamente la imposibilidad de localizar en Nietzsche un principio incluso
accidental o mínimo de dimensión “pluralista” de la Política, pese a la distorsión
hermeneútica del Nietzschéanisme [15] que intenta reconciliarlo ya sea con la agonistic’
Democracy, o peor, con vagos ideales anarquistas, un grueso equívoco que nace en el 1900.
Nietzsche, como dice un especialista del calibre de Ottmann, es un opositor irreconciliable
(por las dudas: unversöhnlicher Gegner) de la restringida Democracia liberal histórica de su
época. Los autores que sostienen la idea de un Nietzsche aristocrático revolucionario, guiado
por una madura Filosofía práctica reaccionaria, se pueden contar con los dedos de la mano y
se encuentran, como debe ser, en los márgenes del márketing académico y con poco o nula
presencia editorial e institucional. [16] La condición igualitaria elemental de toda Teoría
política y moral contemporánea, es decir, la premisa de la Igualdad fundamental del valor o
de la dignidad de cada persona, simplemente está ausente en la opera omnia de Nietzsche.
Lo dice con claridad en su Nachlass: “la Doctrina política fundamental (Gran Política)… es
siempre la Doctrina de la Desigualdad de derechos.”
El pensamiento de Nietzsche se establece sobre un suelo firme desde su inicio, un
fundamento en el cual Política y Filosofía son no solo co-originarios sino equiprimordiales.
Ambas han nacido inextricablemente unidas, junto con el Comercio y el intercambio
mercantil, ya desde la misma Antigüedad griega, como sabemos. Y no solo es un guiño del
filólogo desganado en Basilea a su propia profesión conservadora. Pero para visualizar esta
perspectiva metapolítica es necesario abandonar el Nietzsche mutilado, eviscerado, eunuco,
improductivo o el Nietzsche sobretravestido, es urgente eliminar el árbol hermenéutico para
alcanzar el bosque de una visión total (real) del pensador. Es ya “otro” Nietzsche, pero otro
Nietzsche mucho más fiel a su propia letra y espíritu. El mensaje es cristalino y a
contracorriente: hay que intentar volver a pensar críticamente a Nietzsche en su totalidad
concreta, en su dimensión exotérica y en su profundidad esotérica, fuera del canon
posmoderno reduccionista (insostenible precisamente desde la misma genealogía) de “Apolo-
Dioniso-Voluntad de Poder-Zarathustra-Übermensch.” El despreciar o ignorar los escritos
anteriores a Zarathustra es otra marca de fábrica del Nietzschéanisme, violando la propia
advertencia filológica de Nietzsche, quién decía que “así como no solo la edad adulta, sino
también la infancia y la juventud tienen un valor en sí mismas y no hay que considerarlas en
absoluto como ‘pasajes’ o ‘puentes’.” Heidegger, contrariando esta equívoca pero venerable
tradición pseudointerpretativa posmoderna, ya que había trabajado en el Archiv-Nietzsche en
las labores preparatorias para unas futuras obras completas, señalaba con razón que el
auténtico filósofo, el “verdadero Nietzsche”, sin mordazas ni tácticas retóricas, se encontraba
en sus manuscritos, en su Nachlass no publicado. Sintomático que la dilatada trayectoria de
la Hagiografía nietzscheana subestime o ignore sus propios manuscritos reduciéndolo a un
esquelético canon. Y es que lo que no se desea es leerlo  ad verbatim, literalmente: “Se debe
leer a Nietzsche como se escucha la música” (Giorgio Colli); “Quien se toma a Nietzsche al
pie de la letra está perdido” (Thomas Mann); “la individualidad de Nietzsche es irreducible [a
un análisis histórico y semántico de sus textos]” (Foucault); “No se comprende en absoluto a
Nietzsche si se considera lo que ha sido por escrito” (Sloterdijk) y siguen las firmas. Se ha
llegado al extremo de que los propios hagiógrafos de Nietzsche reclaman que lo que
escribió… ¡no sea tomado en serio! 

Notas:

[2] Precisamente es título y el espíritu del libro de Malcom Bull: Anti-Nietzsche; Verso,


London, 2011.

[3] Dice Nietzsche: “en Política se ha tomado como guía desde hace 100 años a un enfermo:
Rousseau”.

[4] Intentamos una interpretación alternativa al Mainstream del Nietzscheanismo en nuestro


libro: Nietzsche contra la Democracia. El pensamiento político de Nietzsche (1862-1872),
Montesinos, Mataró, 2010; se trata de la primera parte de una revisión completa y puesta en
escena de la Filosofía práctica nietzscheana.

[5] Nachlass, 14, 71, fechado en la primavera de 1888.

[6] Ottmann, en su precursor trabajo en lengua alemana de 1987, señalaba que “no se debe
dudar del impacto político de sus pensamientos, y no se debe dudar del contenido político de
la obra misma. Nietzsche tiene una Filosofía política”, en: Philosophie und Politik bei
Nietzsche, W. de Gruyter, Berlin, 1987, p. vii. En su conclusión no quedan dudas: Nietzsche
es un maduro y profundo pensador político.

[7] En una carta de enero de 1887 a Peter Gast desde Niza, el Nietzsche maduro,
demostrando la asombrosa coherencia y continuidad con el joven, comenta que está leyendo
precisamente a toda la escuela histórica aristócrata-liberal de Tocqueville y Taine.

[8] Su obra es Friedrich Nietzsche in Seinen Werke, Konegen, Wien, 1894; pp. 40-41. Otro
buen ejemplo de este retroceso enriquecedor en la propia autocomprensión nietzscheana es
por ejemplo Dioniso, ausente en el llamado período “medio” y reciclado/ renovado en la
madurez.
[9] El título planeado era: Del Señorío de la Virtud. Cómo se ayuda a la Virtud para que
consiga el Señorío. Un tractatus politicus; allí, influenciado por Maquiavelo, afirma:
“Este tractatus politicus no es para los oídos de cualquiera: trata de la Política de la virtud,
de los medios y caminos que la llevan al Poder. Que la Virtud aspire al Señorío, ¿quién
quisiera prohibírselo? Pero ¡cómo lo consigue — ! Uno no se lo cree... Por ello
este tractatus no es para los oídos de cualquiera.”; Este tratado, como hemos dicho, trata de
la Política en la virtud: le fija un Ideal

a esta política, la describe tal como tendría que ser si en esta tierra algo pudiera ser
perfecto. Y ningún filósofo pondrá en duda el tipo de perfección que le corresponde a la
Política; a saber, el Maquiavelismo. Pero el Maquiavelismo pur, sans mélange, cru, veri, dans
toute sa forcé, dans toute son ápreté [puro, sin mezcla, crudo, verde, en toda su fuerza, en
toda su aspereza], es suprahumano, divino, transcendente, los humanos jamás lo alcanzan,
como máximo lo rozan”; existe el borrador de una carta dirigida a Brandes, fechada el 9 de
diciembre de 1888, donde expone los planes de su “Gran Política” a realizar en la Alemania
bismarckiana y apunta hacia las oportunas relaciones a mantener tanto con el gran Capital
judío como con los oficiales del ejército prusiano.

[10] Véase a Cancik, Hubert; Nietzsches Antike: Vorlesung, J. B. Metzler, Stuttgart/Weimar;


1995, p. 147.

[11] En el Plan editorial para su nunca escrita obra “La Voluntad de Poder”, Nietzsche escribe
como tarea para el Libro III: “Expresión precisa del Sistema: Psicología, Historia, Arte,
Política”; Nachlass, 14,137; en el mismo libro debía exponerse una Fisiología de la Política;
véase: Nachlass, 16, 86.

[12] Geoff Waite: Nietzsche 's Corps/e; Duke University Press, 1996, en especial su capítulo
“Channeling beyond Interpretation”, p. 123 y ss.

[13] Nachlass, 19, 55.

[14] Wyndham Lewis: The Art of Being Ruled, [1935] Reed Way Dasenbrock, Santa Rosa,
1989, p. 113.

[15] Se debe a Rudolf Steiner el haber acuñado el término Nietzscheanismus ya en 1892;


véase su artículo: “Nietzscheanismus”, en: Litterarischer Merkur, 2, 4, 1892, p. 105-8. El
primero que habló de “nietzscheanos de izquierda” a nivel académico fue Alasdair Macintyre
en su conocido libro After Virtue de 1984.

[16] En lengua alemana, el centro nervioso de la investigación sobre Nietzsche, el trabajo de


Henning Ottmann, op. cit., inaugura una nueva senda en la reconstrucción del Nietzsche
político; en lengua inglesa a partir del trabajo crítico de Nancy Strong de 1975: Friedrich
Nietzsche and the Politics of Transfiguration; podemos señalar los trabajos pioneros de:
Bruce Detwiler, Nietzsche and the Politics of Aristocratic Radicalism (Chicago, 1990); Meter
Berkowitz, Nietzsche: The Ethics of an Immoralist (Cambridge, 1995); Peter
Bergmann, Nietzsche ‘the Last Antipolitical German’ (Bloomington, 1987); Fredrick
Appel, Nietzsche contra Democracy (Ithaca, 1999); Ansell-Pearson, Keith, Nietzsche contra
Rousseau, Cambridge University Press, 1991; An Introduction to Nietzsche as Political
Thinker, Cambridge U.P., London, 1999. en los últimos tiempos los trabajos de William
Preston: Nietzsche as Anti-Socialist, Humanity Books, New York, 2001; Don
Dombowsky, Nietzsche’s Machiavellian Politics (Basingstoke, 2004); Malcom Bull: Anti-
Nietzsche; Verso, London, 2011; William H. F. Altman. Friedrich Wilhelm Nietzsche : the
philosopher of the Second Reich, Lexington Books, Maryland, 2013  y Hugo
Drochon: Nietzsche’s Great Politics, Princeton University Press, New Jersey, 2016; en francés
la compilación política de textos nietzscheanos de Dupuy, René-Jean, Politique de Nietzsche,
Armand Colin, Paris, 1969; el momento anti-Nietzsche francés comienza con casi solitario
ensayo de Sautet, Marc, Nietzsche et la Commune, Le Sycomore, Paris, 1981; le acompaña
casi una década después la obra de Luc Ferry y Alain Renaut: Pourquoi nous ne sommes pas
nietzscheens  (1991); en italiano el intento de lectura “marxista” de Máximo Cacciari:
“L’impolitico nietzscheano”, en: Friedrich Nietzsche, Il libro del filosofo, Savelli, Roma 1978,
pp. 105-12; Roberto escobar con su Nietzsche e la filosofia politica del XIX secolo, Il
Formichiere, Milano, 1978; Nietzsche e il tragico: politica dell’esperienza e volontà di
potenza, Il Formichiere, Milano, 1978; y su último trabajo: Nietzsche Politico, M & B
Publishing, Milano, 2003; los trabajos de Luigi Alfieri: Apollo tra gli schiavi. Filosofia e società
nel giovane Nietzsche , Milano, Franco Angeli, 1984; la obra de Domenico
Losurdo: Nietzsche e la critica della modernità, Roma, Manifestolibri, 1997. y su
monumental Nietzsche, il ribelle aristocratico. Biografia e bilancio critico, Bollati Boringheri,
Torino, 2002; Franco Livorsi: Friedrich Nietzsche, Franco Angeli, Milano, 1985.
reconstrucción sobria y completa del pensamiento político de Nietzsche, y su reconstrucción
del concepto de Política: I concetti politici nella Storia. Dalle origini al XIX secolo,
Giappichelli, Torino, 2003; además los ensayos de Francesco Ingravalle

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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18-02-2020

Un malentendido llamado Nietzsche (II)

Nicolás González Varela

Rebelión

“Desde que amplios círculos se han apoderado de Nietzsche, ha sufrido el destino que
amenaza a todo escritor de aforismos; algunas de sus ideas, aisladas del conjunto y con ello
sujetas a interpretaciones arbitrarias, se han convertido en lemas y consignas de todas las
tendencias, que resuenan en la lucha de opiniones, en la disputa de los partidos.” (Lou
Salomé, 1894)

¿Conviene forzar a un autor (sea Nietzsche o cualquier otro) a expresarse mutilado o con
medias palabras? ¿Minimizarlo a dos o tres textos arbitrariamente seleccionados según el
lecho de Procusto académico? ¿Alegorizarlo hasta niveles acientíficos y grotescos? ¿vaciarlo
de sus auténticas entrañas? En suma: ¿es productivo amordazarlo? Sí, pero en el proceso
nuestro autor se asfixia, se nos hace irreconocible, desaparece. Debemos ser ya no abogados
de Nietzsche, como reclamaba erróneamente en su metáfora jurídica Camus, sino sus
fiscales públicos. Un gran biógrafo de Nietzsche como Ross decía con razón que Nietzsche ha
tenido la desgracia de pasar a la posteridad como una suerte de “filósofo académico” cuando
él habría deseado hacerlo como apóstol u oficial de artillería, poeta lírico o compositor,
revolucionario o reformador, incluso como tribuno! Primera tarea es, ex ante, “liberar” a la
Filosofía de su aislamiento térmico con la Política; en segundo lugar, “liberar” al propio
Nietzsche de la jaula de hierro interpretativa y dominante, del falso bronce académico
burgués (que odiaría), de “situarlo” en las coordenadas de tiempo y espacio, de acercarlo a
sus verdaderas intenciones de intervención en su Mundo de vida histórico. Recuperar de
Nietzsche sus auténticas mémoires involuntarias e inadvertidas. [1]
Nietzsche no es en absoluto un pensador filosófico-político inconsistente o confuso. Ni un
sabio olímpico, alejado de los oficios terrestres de la Política y la lucha de clases. Tampoco
un ensayista fragmentario, anárquico e inclasificable. ¿Es posible encontrar a través de todos
los Nietzsches posibles una coherencia metapolítica, un hilo rojo de Ariadna? ¿No existirá una
complicidad secreta, vergonzosa, oculta en la asimilación amistosa de Nietzsche en
el  courant intelectual de la ideología dominante? ¿Es Nietzsche el autor perfecto para
combatir estructuralmente al pensamiento de la revolución? La carrera profesional y
filosófica de Nietzsche, su vita activa, coincide, vis-a-vis, con la conmocionante (“una época
excitante” en sus propias palabras) y revolucionaria era de Bismarck, de comienzo a fin. Su
primer idilio con el Reichskanzler duró poco tiempo, Nietzsche nunca comprendió la
maquiavélica política conservadora de la Revolution von oben. El mismo Nietzsche lo
reconoce, enfrentándose a sus epígonos posmodernos: “Yo no sería posible sin un contratipo
de Raza, sin alemanes, sin estos alemanes, sin Bismarck, sin 1848, sin ‘Guerras de
Liberación’, sin Kant, incluso sin Lutero.” La oposición nietzscheana, como lo intuyó Lukács,
era por la derecha más radical: Bismarck era extremadamente liberal. La Constitución del
Imperio Alemán (redactada por Bismarck mismo) introdujo intempestivamente una
legislatura bicameral, sufragio universal masculino, y un vibrante sistema de partidos
inspirado en los modelos británicos y estadounidenses de gobernanza, pero la innovación
legislativa más progresista de Bismarck fue combinar estos con un paquete integral
de Welfarism, de bienestar social que impulsó a través del Reichstag, cincuenta años antes
del “New Deal” de Franklin Roosevelt y casi treinta años antes de la protección social
universal de Beveridge en Reino Unido. Las leyes de seguridad social bismarckianas
garantizaban el funcionamiento seguro médico alemán de clase, pensiones de vejez e
invalidez, accidente seguro y seguro de desempleo. Cuando dejó el cargo en 1890, el Estado
alemán y su Kultur jugaban un papel sin precedentes en la vida cotidiana burguesa de sus
ciudadanos, forma que casi todos los estados modernos en Occidente asumiría en el
transcurso del próximo siglo. La forma-Estado bismarckiana ya no era el declararse un
simple guardián de la propiedad privada (Nietzsche siempre reclamo el Estado más mínimo
posible), de la Ley del Valor, de defensa contra la opresión extranjera y la injusticia
doméstica; se transformó en el Capitalista “ideal”, garante contra la malevolencia del azar
del Mercado capitalista, protector de las vicisitudes de la Naturaleza y la crueldad de la
decadencia y mortalidad humana. Fue contra este fenómeno “progresista” y decadente que
Nietzsche planificó fanáticamente su lucha (meta) política. Recordemos también que el
régimen de Bismarck era calificado por el viejo Marx como “un Despotismo militar envuelto
en formas parlamentarias con un ingrediente feudal y al mismo tiempo influenciado por la
Burguesía.” El entonces diputado August Bebel, tornero autodidacta, quién luego sería uno
de los fundadores de la Socialdemocracia alemana, decía que "este Reich, penosamente
forjado a sangre y fuego, no es lugar propicio para la libertad burguesa y menos aún para la
justicia social. El sable ha ayudado al alumbramiento del Imperio y el sable lo acompañará a
la tumba". Otro diputado socialista, Wilhelm Liebcknecht (el padre de Karl, compañero de
Rosa Luxemburg) calificaba al nuevo Reich como una "compañía principesca de seguros
contra la Democracia".

Nietzsche previó este malentendido sistémico en plena vida productiva. Afirmaba que “tengo
un miedo espantoso de que algún día se me declare santo. No quiero ser un santo, prefiero
antes ser un bufón.” Desacralizar a Nietzsche, desmontar el catecismo del Nietzschéanisme.
Debemos “desaprender” lo que sabemos de Nietzsche, hasta este punto ha llegado la
tradición interpretativa nietzscheana, estructuralista y posmoderna. Y en muchos casos la
hermeneútica de la inocencia nace, incluso, en las propias traducciones y en el impreciso e
ideológico aparato escolar de citas. Salomé intuitivamente lo comprendió ya en 1894,
señalando que “lo mejor, lo absolutamente original e incomparable que tiene para ofrecer
Nietzsche, a pesar de todo, quizá no se ha visto y haya pasado desapercibido; y hasta es
posible que se haya recluido en una oscuridad más profunda que antes”, todo a causa de “la
inocencia y la ausencia de crítica de los ‘creyentes’.” Ni siquiera uno de ellos ha seguido de
verdad sus huellas concretas, concluía una apesumbrada Salomé. Como dice uno de sus
primeros admiradores y difusores académicos, Brandes, Nietzsche se merece por completo
“ser estudiado en profundidad, ser discutido y… ser combatido.” El Nietzsche real, el de
carne y hueso, exige una tortuosa contralectura, una lectura a contrapelo o,
paradójicamente, una lectura tal como la deseaba Nietzsche para el cual “ en realidad lo que
está en juego no es algo meramente individual, sino la cuestión más seria y decisiva de
todas: recuperar la Esencia germana de la corrupción del Sokratismus bimilenario”. Ahí están
los cuatro grandes demócratas a combatir: Sócrates (con influencias judías), Cristo, Lutero y
el odiado Rousseau. Por supuesto que ahí está, como un centro de gravedad, la mítica
Voluntad de Poder, pero inevitablemente el Nietzsche terrestre (pese a sus fervientes
hagiógrafos) nos recuerda que este principio-hipótesis lo establece en oposición a todas las
teorías democráticas de la Vida, como cualquier mortal puede comprobarlo leyendo Zur
Genealogie der Moral. La Kritik a la Cristiandad no lo es por sí misma, como nos lo vuelve a
recordar el Nietzsche de carne y hueso en El Anticristo, sino que debe ser necesariamente
una Crítica de “la Fatalidad que se ha deslizado del Cristianismo... a la Política.” [2] Su crítica
a las enseñanzas cristianas, nos advierte el Nietzsche concreto desde El Caminante y su
sombra, es simultáneamente también una Kritik de aquellas que se han “expandido a la
Teoría política”, [3] a saber: liberal, democrática, anarquista, comunista y socialista; la
tímida Democracia liberal es el Cristianismo “naturalizado”. La fórmula utilitaria burguesa de
la “Felicidad para el mayor número de personas” (das Glück der Meisten), el Nietzsche real
del Zarathustra, la considera un impedimento monstruoso contra el advenimiento
de Übermensch. Podríamos seguir así hasta el infinito cansando al lector. El objetivo de la
gran Política nietzscheana no es otro que liquidar la “Estupidez parlamentaria” de cuajo,
como lo reflexiona en 1885 en su Nachlass. Act est fabula.

Desmontar todas las capas sedimentadas del palimpsesto ideológico que recubre a
Nietzsche, incluso las más cercanas, [4] reordenar las coordenadas para su correcta
ubicación y pone sobre el tapete sus puntos y nudos ideológicos esenciales. Estas tareas
urgentes se encuentran como ejes centrales en esta propuesta de nueva lectura, en realidad,
de una lectura profunda a secas. Nietzsche ya había comprobado que “la falta de sentido
histórico es el defecto hereditario de todos los filósofos”, nunca tan actual como en el caso
del Nietzschéanisme. Parafraseando a Sloterdijk, parece que los nietzscheanos son gente que
“prefiere suponer apodícticamente a leer con precisión”. Si nos referimos al sentido en el
siglo XIX Nietzsche aborrece la pequeña Política, todo lo que conlleva el decadente Estado de
partidos y la tibia Democracia liberal de la época, su utopía es el retorno a una época trágica
de Señores y Siervos, incluso instaurando la institución de la esclavitud y la guerra. Síntomas
de la décadence de Occidente, de la degeneración de la Modernidad son “el advenimiento de
la Democracia, los tribunales internacionales en lugar de Guerra, la igualdad de derechos
para las mujeres, la Religión de la Piedad.” [5] Si fue la Modernidad burguesa la que escindió
la Economía y la Política, la que creó al bourgeois y al citoyen en esferas separadas y
autónomas para asentar su dominio como clase, es obvio que Nietzsche quiere abolirlas
definitivamente. Cuando Nietzsche se refiere a sus ideas políticas siempre habla de la “Gran
Política” (gross Politik) para diferenciarla de la keine Politik, la politiquería de la Democracia
semiliberal, el sufragio universal masculino y el sistema de partidos y sindicatos. Si Nietzsche
en su juventud intenta construir un partido (el Wagneriano, basta leer su Nachlass) lo hace
para que nunca más existan partidos políticos, ni sufragio universal. Al final de su vida
activa, Nietzsche seguía, en sorprendente continuidad, manteniendo su instinto político,
proponiendo crear “un Partido de la vida, suficientemente fuerte para la gran Política: la gran
Política hace que la Fisiología se convierta en ama y señora de todas las otras cuestiones.
Quiere crear un Poder suficientemente fuerte para criar a la Humanidad como un todo
superior, con implacable dureza frente a lo degenerado y parasitario en la vida, — frente a lo
que corrompe, envenena, calumnia, lleva a la ruina... y ve en la aniquilación de la vida el
distintivo de una especie superior de almas.” El significado y la connotación de “fisiologizar”
la Política dejan pocas dudas hacia dónde apuntaba el rebelde Nietzsche.

La Judeofobia radical de Nietzsche (dato innegable) es otro tema tabú en la bibliografía


oficiosa, ignorada o dejada de lado por la Hagiografía oficial. Debemos hacernos desde el
sentido común una pregunta obvia: ¿por qué en esa época se relacionaba en Alemania a
Nietzsche con el Anti-Semitismo (y no con otras corrientes a la izquierda, por ejemplo)?
Porque había razones más que suficientes para establecer esa afinidad electiva: las obras
más conocidas de Nietzsche rebosaban de Judeofobia y signos claros de tendencia hacia el
Antisemitismo. Ya en El Nacimiento de la Tragedia lo judío se presentaba como la Némesis
de lo trágico griego: “Victoria del Mundo judío sobre la Voluntad debilitada de la Cultura
griega”; el Mundo judío “aniquila” la Grecia trágica. Incluso Sócrates era instintivamente
judío, así como la Prensa moderna in toto: “los judíos, poseen en Alemania la mayoría del
Dinero y de la Prensa”. Contra el poeta Heine declara bélicamente: “¡Contra la indigna frase
judía del Cielo en la Tierra!”. Más adelante afirmaría que “alguien me ha dicho en alguna
ocasión que es usted judío y que, por serlo, no domina del todo la Lengua alemana”, le
recriminaba a Strauss en su Primera Intempestiva. En una crítica judeófoba al Capitalismo en
1871, señala que en el trasfondo de las crisis se esconden “los ermitaños del Dinero,
apátridas, verdaderamente internacionales, los cuales, con su carencia natural de Instinto
estatal, han aprendido a abusar de la Política, como instrumento de la Bolsa, y del Estado
como Sociedad, al utilizarlos como aparatos de enriquecimientos de sí mismos”, para concluir
que “señalo como una característica peligrosa del Presente político el uso del Pensamiento
revolucionario al servicio de una egoísta ‘Aristocracia del Dinero sin Estado’ […] comprendo la
enorme expansión del Optimismo liberal como el resultado de la Economía financiera
moderna que tiene éxito en manos extrañas.” “Los judíos son el ‘peor’ de los pueblos”
escribía en su Nachlass ya en 1875. Hasta el admirado Bismarck sufre su influjo: “Prusia está
perdida (si sigue en esta línea), los liberales y los judíos lo han arruinado todo con sus
comadrerías… han destruido la Tradición, la Confianza, el Pensamiento”. ¡Han destruido
hasta el mismo Pensamiento! Y los ejemplos pueden extenderse hasta el infinito. Nietzsche
en un año tardío como 1887 seguía estando asociado a Wagner (la figura antisemita más
popular en Europa a fines del siglo XIX) [6] y a su Ideología judeófoba, era considerado su
alter ego. Wagner sostenía que la Democracia liberal era un producto “importado”, una
mercancía política franco-judía; sin tapujos acusaba de la Decadencia alemana al “Mundo
hebreo-liberal”. La Modernidad para Wagner –opinión compartida por Nietzsche, no se
conoce crítica pública o privada a las tesis antisemitas wagnerianas– no era más que una
moda francesa importada por judíos liberales y diseminada por la prensa y las revistas
culturales. El “Partei Wagner” ocupa una extraña posición ideológica en la Alemania del
1870’s; aunque comparte con los nacional-liberales la aversión a los católicos, detesta la fe
en el Progreso, la fiebre científica, el espíritu mercantil del “Presente”, los costos extras del
Modernismo burgués; se opone a toda extensión de la Educación pública; es marcadamente
antisemita y opone al Optimismo de las ciencias y de la Economía Política el Pesimismo de la
Filosofía schopenhaueriana. Además rechaza el Anarquismo y el Socialismo, subproductos
del Ressentiment generado por la Modernidad capitalista. Uno de sus primeros divulgadores
del 1900, Henri Lichtenberger, que trabajó durante un tiempo en el Archiv, señala sin
tapujos que El Nacimiento de la Tragedia era sencillamente “propaganda
wagneriana”. [7] Biográficamente (una de las dimensiones de toda correcta hermenéutica,
recordemos, junto con la filología y la doxografía) Nietzsche mantiene un Stimmung, una
conducta práctica indisimulada contra el movimiento obrero; teóricamente una utopía
reaccionaria se funda sobre una matriz de feroz elitismo en pos de una nueva y
revolucionaria Aristocracia espiritual, la Aristokratismus der Gesinnung, los raros “hombres
excepcionales” y una forma-Estado que coincida y permita su surgimiento y conservación. No
estaba equivocado Bloch cuando afirmaba que el “impulso” (Impuls) natural de Nietzsche,
más que el de cualquier otro filósofo, era el intento de “captar su Tiempo en consignas”, en
slogans filosófico-políticos, por lo tanto, la herencia de nuestro Tiempo supuestamente en
una Totalidad. [8] Nuevamente coincidimos con el diagnóstico precoz de Salomé, que
afirmaba que Nietzsche “parece hallarse en medio de aquellos que más lo elogian como un
extraño y un ermitaño cuyo pie solo se equivoca en su círculo y de cuya encubierta figura
ninguno alza el manto.”

Este es el último aspecto pedagógico de todo auténtico ensayo, como decía Marx, tratar de
ayudar a los dogmáticos para que se den cuenta del 'sentido' de sus tesis. L a genuina crítica
filosófica no pregunta qué es lo vigente, sino qué es lo verdadero. En el caso del gigantesco
malentendido llamado Nietzsche, nunca tan válido aquel pensamiento de Valéry decía con
razón “no me leerás si antes no me has comprendido”.

Notas

[1] Con sus propias palabras: “Poco a poco se me ha ido revelando lo que hasta ahora fue
toda gran Filosofía: a saber, la confesión de su autor y una especie
de mémoires involuntarias e inadvertidas.” (Nietzsche, KSA, 5, p. 19.)

[2] Por las dudas: “das Verhängniss […], das vom Christenthum aus sich bis in die Politik
eingeschlichen hat”.

[3] Por las dudas: “- zu einer politischen Theorie erweitert.”

[4] El otrora influyente Althusser afirmaba sin titubear que su propio linaje materialista
radical se fundamentaba en una serie de autores: “Epicuro, Spinoza, Marx, por supuesto,
Nietzsche… Heidegger”; véase: Louis Althusser, “Philosophie et marxisme: Entretiens avec
Fernanda Navarro (1984-1987)”, en: Sur la philosophie, ed. Olivier Corpet, Gallimard, Paris,
1994, pp. 58-59. Sobre Heidegger político, remitimos al lector a nuestro obra: Heidegger.
Nazismo y Política del Ser; Montesinos, Mataró, 2017.

[5] Por las dudas: “die Heraufkunft der Demokratie, der Friedens-Schiedsgerichte an Stelle
der Kriege, der Frauen-Gleichberechtigung, der Religion des Mitleids.”

[6] Véase: Carlo Alberto Defanti: Richard Wagner. Genio e Antisemitismo; Lindau, Torino,


2013; en especial el capítulo “Wagner, Nietzsche e gli ebrei”.

[7] El trabajo clásico y hagiográfico sobre Nietzsche de Lichtenberg sigue siendo su  La
philosophie de Nietzsche, Félix Alcan, París, 1898; traducción española: La filosofía de
Nietzsche, Jorro Editor, Madrid, 1910. Ver además: “L'individualisme de Nietzsche”,
en: Entre camarades, Société des Anciens Elèves de la Faculté des Lettres, Université de
París, París, 1901 (pp. 341-357). Sobre Henri Lichtenberg, el pionero introductor de
Nietzsche en Francia y colaborador durante un período de tiempo del trabajo en el Archiv con
Elisabeth Förster-Nietzsche, véase: Le Rider, Jacques, “Nietzsche ind Frankreich. Der
Meinungswandel E. Förster-Nietzsches und Henri Lichtenbergers”, en: Nietzsche Studien, vol.
27, 1998. y su trabajo más completo Nietzsche en France, PUF, París, 1999.

[8] Ernst Bloch: “Der Impuls Nietzsche”; en: Erbschaft dieser Zeit [1935]; Suhrkamp,


Frankfurt am Main, 1962, pp. 358-366.

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