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Por Patricia Simón | 19/08/2021 | África
Fuentes: La marea
mayoría de los informes estiman que la superficie arbórea de Sierra Leona es ya menor del
5%.
KABALA (SIERRA LEONA) // Cuando un chico esculpido en ébano rebana con una sierra
mecánica un árbol de Palo Rosa, los anillos del tronco que nos revelan su edad se tiñen de
chorros de savia roja. Esta sangre vegetal es cada vez más joven: apenas quedan ya ejemplares
mayores de 35 años. Por eso, cuando uno de esos adolescentes fibrosos encuentra uno en pleno
monte, se le pasa momentáneamente el colocón de marihuana y, por unos segundos, deja de beber de
la lata de bebida energética que suelen llevar en la mano. Saben que a miles de kilómetros de allí,
un empresario chino pagará una fortuna por esa maravilla de la naturaleza para ser laminada
La mayor dictadura del mundo sabe que ni sus clases media y alta ni las del resto del mundo quieren
renovación de la decoración de las casas, y el aumento de los anuncios en las redes sociales de
empresas de artículos de decoración son la prueba más evidente de ello. Cuando uno de estos
muchachos encuentra un buen ejemplar de Palo Rosa, sabe que ese día recibirá algo más de los 4
Hace un siglo, sus antecesores talaban ejemplares centenarios para la construcción de violines,
pianos y otros instrumentos clásicos con los que deleitaba sus oídos la aristocracia de la metrópoli
británica. Comenzaban los locos años 20, las radios llegaban a los hogares y su melodía inundaba las
casas de las élites y los patios de las corralas de la clase obrera. Ahora, lo que radian estos troncos
que permanecen amontonados en los caminos y carreteras del norte de Sierra Leona es el sonido
sordo de la deforestación: la mayoría de los informes estiman que la superficie arbórea de Sierra
En los alrededores de Kabala, una ciudad de unos 30.000 habitantes, muchachos desarrapados
duermen sobre los troncos que ocupan buena parte de los caminos de tierra de la población. Han
llegado hasta aquí desde distintos lugares del país, pero también desde Guinea Ecuatorial, donde el
representó su fuente más importante de ingresos. Ahora, apenas le queda masa forestal y buena
parte de sus jóvenes ve como única salida la emigración a Sierra Leona, donde la industria de la
Al contrario que Europa y Estados Unidos, China se ha negado a firmar convenios dirigidos a
combatirla, y su demanda de madera es constante. Cada día, del distrito de Koinadugu, el más
afectado por este fenómeno en Sierra Leona, salen unos 40 camiones cargados de troncos camino
teniendo lugar en América Latina, Asia y África. Es en este último continente donde más ha
aumentado el ritmo de la deforestación en los últimos cinco años, agravando las consecuencias de la
crisis climática. Según la Agencia de Investigación Medioambiental (la IAE por sus siglas en
inglés) los bosques chinos solo cubren un 40% de su demanda interna y, de hecho, desde 1999
ha invertido decenas de billones de euros en reforestación para garantizarse madera a largo plazo.
Mientras, en Sierra Leona, que nunca se libra de aparecer en el ranking de los 15 países más
temperaturas a causa de la deforestación, aunque son pocos quienes rechazan este motor
económico que ha permitido que muchas de las chozas de adobe en las que vive la mayoría haya
están construyéndose en medio de la más absoluta miseria, es la que sigue aportando la migración:
esas construcciones que despuntan hasta dibujarse desde la lejanía como torres vigías son la promesa
de retorno de los migrantes a los que mejor les fue en Europa y Estados Unidos.
“Cuando en Guinea no nos dejaron seguir trabajando, me vine para aquí. Tengo dos camiones y por
cada uno de ellos –lleno con unos 160 troncos–, los chinos me pagan unos 10.000 dólares”,
explica Saud, de unos 40 años, cuando un hombre nos interrumpe y ordena que deje de grabar.
Alrededor, toda la escena se para: los jóvenes dejan de cargar los troncos y asisten en silencio a la
que juega el paradójico papel de actuar como representación institucional en las aldeas cuando su
actividad es, aunque alentada por el Gobierno, ilegal. Viene acompañado de otros hombres que
En los últimos tiempos, ha aumentado la presión contra el Gobierno por parte de la UE, de Estados
Unidos y de ONG internacionales para que deje de hacer la vista gorda y tome medidas contra una
situación crítica: las imágenes por satélite demuestran que a este ritmo, no quedará un árbol en
pocos años, según la AIE. Antes de abandonar el lugar, Saud insiste en lo bien que paga a los
jóvenes por una jornada de trabajo: esos 4 euros son cuatro veces los ingresos diarios que tiene de
Jakob ha dado un importante salto en la escala social: ahora es intermediario entre quienes talan y
los transportistas. A la entrada de su casa, se acumulan decenas de maderos y, tras valorarlo con
varios vecinos, decide hablar con la periodista. “Estamos hartos de que se nos acuse de ser los
mientras nosotros solo cortamos determinados árboles. Pero si tuviéramos una alternativa para
sacar adelante a nuestras familias, estaríamos encantados de no hacerlo”. De hecho, una de las
escenas más cotidianas y sorprendentes en este país es que allá donde viajes encontrarás grandes
Es un país, literalmente, en llamas. Es el sistema tradicional que emplea la población para limpiar
los montes y sembrar arroz, maíz, yuca… Y también para facilitar el tránsito para el ganado. Pero,
en la práctica, se quema sistemáticamente por la creencia popular de que es así como se debe
contaminación del aire permanente. En las aldeas y poblaciones medianas es peor porque, cada
tarde, cuando cae el sol, sus habitantes tienen que quemar la basura y una neblina pestilente a baja
Abdoul es un senegalés ingeniero de caminos que trabajó durante siete años en Zaragoza en la
empresa Dragados. “Fuimos quienes construimos el AVE”, explica orgulloso. Después, decidió
volver a su país, pero tras un tiempo intentando poner en marcha varios negocios, se trasladó a Sierra
quedan países en los que sea tan fácil la tala como aquí”. Vive en Freetown, una ciudad fundada
por esclavos liberados que se fundó con la vocación de construir una nación que sirviera de referente
para el África que se empezaba a liberar. Viajar por este país es una lección práctica de qué es el
colonialismo: la única infraestructura visible es un tren de mercancías que une las minas del interior
con el puerto. Toda riqueza aquí tiene como fin la exportación y solo implica en la parte lucrativa del
último año, y una de cada dos personas acepta haber tenido que pagar mordidas a un funcionario
público en ese mismo periodo. “La tala está prohibida, sí, pero aquí todo pasa por pagar a los
policías. En un país tan pobre como este todo funciona por corrupción”, explica Abdoul.
Para adentrarse en la selva, los jóvenes emplean algo a lo que una vez se le pudo llamar coche. A ese
esqueleto de chapa al que apenas le queda el motor y el volante, le retiran también los asientos
traseros para colocar los troncos. Por caminos imposibles, y como si jugasen como los niños que
muchos de ellos son, avanzan a toda la velocidad que pueden mientras botan, tocando el techo con
sus cabezas, cada vez que caen en uno de los baches que conforman el carril. Los percances son
habituales. No hay estadísticas de las muertes de timbers, aunque solo hay que recordar que una
de las principales causas de muerte entre los cooperantes son los accidentes de tráfico.
“¿Has visto qué fuerte soy?”, dice uno de ellos, un chaval de 15 años que llegó hasta aquí con un
amigo desde el sur del país. La mayoría no supera los 25 años. No hay cuerpo que resista este
trabajo mucho tiempo. Suelen vivir juntos en chozas alquiladas. En este país, la mayoría de las
casas no tiene más muebles que algún banco hecho con unas tablas y el mortero gigante en el que
muelen las hojas con las que condimentan todas las comidas. Hay aldeas en las que resulta difícil
incluso encontrar un árbol bajo el que estar a la sombra. Todo para engrasar esa industria de la que
industrial, rústico, étnico… made in China, talado por los descendientes de los esclavos, que una
Fuente: https://www.lamarea.com/2021/08/