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DOLTO, F.

“la imagen inconsciente del cuerpo”


Paidos, Buenos Aires, 1994 – 3ª edición

LA CASTRACION ORAL

Segundo de los grandes renunciamientos típicos impuestos al niño, la castración oral significa la
privación impuesta al bebé de lo que constituye para él el canibalismo respecto de su madre: es decir, el
destete y también el impedimento de consumir lo que sería veneno mortífero para su cuerpo, o sea la
prohibición de comer aquello que no es alimentaría y que sería peligroso para la salud o la vida. Esta
castración (destete), cuando es juiciosamente dada, culmina en el deseo y en la imposibilidad de hablar,
y por tanto en el descubrimiento de nuevos medios de comunicación, en placeres diferentes, con
objetos cuya incorporación no es o ha dejado de ser posible. Todos estos objetos son soportes de
transferencia del pecho lactífero o de la leche aspirada (mamada al pecho o de la tetina del biberón) por
un placer aún mayor, compartido con la potencia tutelar, con la madre, el padre, los parientes cercanos.
El destete, esa castración del bebé, implica que la madre también acepta la ruptura del cuerpo a cuerpo
en que el niño se hallaba, y que había pasado del seno interno a los senos lactíferos y al regazo, en
absoluta dependencia de su propia presencia física. Esta castración oral de la madre implica que ella
misma es capaz de comunicarse con su hijo de otra manera que dándole de comer, tomándole sus
excrementos y devorándolo con besos y caricias: en palabras y en gestos, que son lenguaje. La
castración oral tanto del niño, del bebé destetado, como de la madre, también ella privada de su
relación erótica, donante, con la boca del niño, como igualmente de su relación erótica táctil y prensiva
con el trasero de éste, se prueba por el hecho de que la madre misma alcanza un placer aún mayor
hablándole a su hijo, guiando sus fonemas hasta que se hacen perfectos en la lengua materna, tanto
como su motricidad en lo que respecta a tomar y arrojar los objetos que ella entrega y recoge, en un
comienzo de lenguaje motor. Si el niño puede entonces simbolizar las pulsiones orales y anales en un
comportamiento con base de lenguaje, es porque su madre disfruta viéndolo capaz de comunicarse con
ella y con otros; él percibe el placer que ella experimenta asistiendo a su alegría de identificarse con ella,
en sus intercambios lúdicos, con base en el lenguaje, con otras personas. Lo que esta castración ha
promovido en el inconsciente y en el psiquismo de su hijo son posibilidades de relación simbólica.
No se debe olvidar que el cuerpo a cuerpo de una madre con su bebé es erotizante. Por otra parte, así
debe ser: esto forma parte de la relación madre-hijo. Pero el destete ha de venir a imprimir aquí una
etapa diferente, de mutación, de comunicación para el placer, a distancia del cuerpo a cuerpo: una
comunicación gestual que ya no es posesión del niño, y que lo deja identificarse con su madre en su
relación con los demás y con el medio circundante.
Así pues, lo importante es que ella permita a su hijo ser tan feliz en los brazos de otro como en los
suyos, que le permita entrar en la sonrisa y en la expresión de lenguaje (ensayos fonemáticos) con otros
diferentes de ella.
Desde un punto de vista pulsional, objetal, la castración oral es para el niño la separación respecto de
una parte de él mismo que se hallaba en el cuerpo de la madre: la leche que él, el niño, había hecho
brotar de sus pechos. El se separa de este objeto parcial, el pecho de la madre, pero también de este
primer alimento lácteo, para abrirse e iniciarse en un alimento variado y sólido. Renuncia a la ilusión del
canibalismo respecto de ese objeto parcial que es el pecho de la madre. Traslada por un tiempo, si la
madre no está atenta, sus pulsiones canibalísticas a sus propias manos, chupándose el pulgar o el puño,
con la ilusión de que así continúa estando al pecho de su madre. Hay un destete fallido, al menos en
parte, en el niño que sigue ilusionándose con una relación con la madre mediante la instauración de una
relación auto erótica entre su boca y sus manos. Preciso es comprender que la leche es primeramente la
leche del niño, con la cual él se halla en comunicación, a la par que la hace brotar del cuerpo de la
madre con su succión.
Cuando se lo desteta, se lo priva del alimento que él mismo había hecho elaborar en la madre y que era
suyo, al mismo tiempo que su boca se ve privada de la relación táctil con el pezón y con el pecho, objeto
parcial de la madre pero que él creía suyo. Y el niño llena el agujero abierto que crea la ausencia del
pecho en su boca, poniendo en él su pulgar. Alcanza con ello un placer desprovisto de alimento, que es
también placer de asegurarse que su boca misma no se ha marchado.
Esto es precisamente lo que invito a examinar a los niños ya mayorcitos chupador es de pulgar que
quieren «curarse»; les pido que reflexionen: «Chúpate el pulgar prestando mucha atención a lo que
sientes. ¿Es tu boca la que necesita de tu pulgar? ¿Es tu boca la que está más contenta de tener el pul-
gar, o es tu pulgar el que quiere refugiarse en tu boca?». Es extraordinario ver cómo se concentran en
sus sensaciones y reflexionan. Comprenden que se trata del pulgar y no de la boca, o de la boca y no del
pulgar: y aquí se les puede hablar, precisamente, de cómo este pulgar ha reemplazado al pecho
materno, y de cómo ellos no aceptaron, cuando eran pequeños, la privación de mamar a mamá,
mientras que no obstante eran bastante grandes para, en ese momento, hablar y poner en sus bocas
todo cuanto se hallaba a su disposición, pero vamos, mamá no pensó que eran bastante grandes para
conocerlo todo y no solamente para compartir con ella el placer de estar al pecho, y esta ilusión ha
hecho durar lo que ahora los irrita, pero a lo que no pueden renunciar en los momentos de cansancio o
inquietud.
En cambio, la separación del destete es progresiva y la madre distribuye el placer parcial que liga la boca
al pecho en el conocimiento sucesivo de la tactilidad de otros objetos que el niño se mete en la boca,
estos objetos que ella nombra lo introducen en el lenguaje, y asistimos entonces al hecho de que el niño
se ejercita, cuando está solo y despierto en su cuna, en «hablarse» a sí mismo, con lalaciones primero y
luego en modulaciones de sonoridad, como oyó a su madre hacerla con él y con otros.
En este punto se ve obrar a la simbolización: si la madre está atenta a poner en la boca del niño, ya
desde ese mismo momento (hacia los tres meses), durante los minutos que siguen a la mamada y que
preceden al sueño, cualquier cosa que sus manos puedan coger y que él se pone en la boca, en lugar del
pecho. Si le procura las palabras que significan lo que de este modo él experimenta con la tactilidad, por
ejemplo: «Esto es el sonajero, es frío, es metal, es hueso, es tu osito de peluche, es tela, es tu puño, es el
dedo de papá, es la lana de tu jersey», todas estas palabras, cuando ella no está, hacen que él la
rememore y busque repetir los sonidos que la acompañaban, y que pueda probar a actuar como ella lo
hace con los pequeños objetos de su vida común, a celebrar con fonemas, gritos, gestos y sonrisas
jubilosas, la llegada del padre y de los familiares del entorno, sin provocar con ello en la madre un
sentimiento de celos o de abandono. Es así como el lenguaje pasa a ser simbólico de la relación cuerpo a
cuerpo, circuito corto del niño a la madre, mutándose en circuito largo, por lo sutil de las vocalizaciones
y del sentido de estas palabras que recubren percepciones sensoriales diferentes, pero todas
«mamaizadas» por la voz de la madre, la misma que cuando él estaba al pecho.
Así pues, el efecto simboligeno de la castración oral es la introducción del niño, en cuanto separado de
la presencia absolutamente necesaria de su madre, a la relación con otro: el niño ha accedido a
modalidades de comportamiento, fundadas en lenguaje, que le hacen aceptar la asistencia de cualquier
persona con la cual la madre se encuentre en buenos términos, con la cual él mismo desarrolle
posibilidades de comunicación, esbozadas con su madre o su padre y desarrolladas con otros.
Debemos subrayarlo: sólo después del destete propiamente dicho -privación del contacto cuerpo con
cuerpo- comienza a efectuarse la asimilación de la lengua materna, por grupos de fonemas secundando
sensaciones y emociones, las sensaciones táctiles procuradas por el cuerpo próximo de la madre, las
emociones ante su acercamiento o su alejamiento.
Es la época imprecisa del lenguaje, cuyo fruto el niño no puede manifestar simultáneamente. Sólo más
adelante será capaz de ello, cuando descubra el placer de dominar el objeto primordial anal, es decir los
excrementos, jugando con sus esfínter es uretral y anal, jugando a conservar las materias o a
expulsarlas, sobre todo si es a petición de la madre, y a producir sonidos o no, también en este caso
sobre todo a petición de la madre, en sus juegos cara a cara, y después a nombrar con fonemas a sus
padres, luego sus excrementos, con frecuencia antes de nombrar el alimento.
Primeras palabras repetitivas de dos sílabas que corresponden al sentimiento de existir del niño, cuando
está unido a su madre como un semejante y doble de su sensación, en lo cual se inicia el primer
lenguaje: Ma ... ma ... ca ... ca ... ; es siempre él -el otro, semejante «asemejado»- el que provoca el
comienzo del hablar en estas dos sílabas semejantes repetitivas. Los bebés comienzan casi siempre a
hablar por ahí.
Creo que, precisamente, este doble que es él de la madre, y esta simbiosis seguida de díada, con los
ritmos preferenciales de dos tiempos, todo ello hace de esta época una época de ritmo de dos tiempos.
Evidentemente, esto procede del corazón y sus latidos, pero sobre todo del hecho de que es preciso ser
doble, desdoblarse· con displacer cuando la madre se va, reunificarse con placer cuando vuelve a
hallarse uno doble, y volver a desdoblarse de repente para que lo simbólico alcance la noción de
sentimiento diferente de las sensaciones con la madre y sin ella; sensaciones acompañadas por el placer
residual de la sustracción de una de las sensaciones, mientras que la madre se lleva la otra, y del re
encuentro secundado por una alegría aditiva, de ser también expresada por la madre. El conjunto de
esta metaforización de las presencias de objetos parciales redoblados por la presencia-ausencia de la
madre, me parece explicar la silabización doble que va a constituir los primeros significantes entre los
niños y el ser que los alimenta.
Ello explica que el papel de la madre como iniciadora en el lenguaje sea primordial, punto no
suficientemente conocido por las madres y las nodrizas. Es importante que tras cada mamada, en el
momento en que el niño, muy animado antes de dormirse, gusta de entablar ya una conversación -lo
cual, para él, es manipulación de objetos, y espejismo de mirarse en el rostro de su madre-, la madre le
nombre todos los objetos que él se pone en la boca, que indique su nombre, su gusto, su tactilidad, su
color. El niño aprende a dar estos objetos a su madre, como le daría una cucharada de comida. Y la
madre, al procurárselos, se divierte con el juego que a veces consiste en, de golpe, tirar el objeto por la
borda: exactamente igual a como en su boca, tras un rato de manipulación, de masticación por las
mandíbulas y la lengua, hay desaparición por deglución del objeto en el estómago; aquí la metáfora del
estómago es el desplazamiento del tirar por la borda, del hacer desaparecer de la cuna. El niño se llena
de júbilo si la madre recoge entonces las cosas arrojadas, justamente porque se trata de cosas y no de
objetos parciales de consumición. No estamos aquí en el orden anal del arrojar; esto puede surgir, pero
el arrojar comienza bajo el modo de la deglución, del hacer tragar por el espada.
Asistimos así en el niño destetado dos o tres semanas atrás -tiene entre seis y ocho meses, empiezan a
salirle los dientes al advenimiento de los frutos simbólicos de una castración oral que ha tenido lugar en
buen entendimiento con la madre. Es el lenguaje mímica, expresivo, modulado de manera variable
según las personas del entorno, y según las sensaciones y los sentimientos del niño; asistimos en el niño
al advenimiento de un lenguaje modulado, no gramatical todavía, que alcanza su mayor intensidad hacia
los dieciocho meses. De este modo el niño pasa a ser capaz de manipular a las personas de su entorno a
distancia. Su boca ha heredado su destreza manual, que los padres habían valorizado; su lengua
manipula fonemas que son, para los padres, para el entorno, otros tantos signos de los sentimientos,
sensaciones y deseos que él les quiere comunicar. Es muy interesante lo que sucede entonces entre las
diversas zonas erógenas. El primer lenguaje en el que las palabras aún no son reconocibles pero donde
el entorno reconoce la intención y la intensidad del deseo, promueve en el niño, si no está todo el
tiempo con sus padres, una manipulación inventiva a distancia, y a veces una manipulación de los
objetos próximos para atraerlos hacia sí. Sabe perfectamente, por ejemplo, cuando se aburre por la
ausencia de la madre, que si echa a rodar objetos, si hace ruido o grita, esto hará volver al adulto. ¡Y el
niño lo hace igual que tira uno de una cuerda para que suene una campanilla! Para él, esto es lenguaje.
Si la madre practica intercambios mímicas y verbales con su hijo, a distancia, el niño goza
auténticamente y aplaude con las manos: bien sea aplicando una contra la otra, cuando se le enseña a
hacerla, o mejor aún tomando objetos con sus manos y golpeándolos alegremente, de arriba abajo,
sobre un soporte fijo como la mesa. Lanza entonces gritos de contento, y se siente de lo más feliz si la
madre añade una canción para modular con él la alegría que experimenta y que él manifiesta golpeando
aquello que manipula según un ritmo que le es propio. Golpea según su ritmo, que la mamá juega a
secundar poniéndole palabras, a veces modulándolas, y esto pasa a ser una canción: es fantástico, todo
cobra sentido.
He aquí de lo que es capaz un niño que aún no camina pero que jamás se desespera porque su madre (o
una persona amiga que la sustituye) esté presente o no, siempre que no se encuentre demasiado lejos,
al alcance de la voz. El niño no se aburre, porque los frutos simbólicos de la castración oral ya han hecho
de él un individuo humano, que posee una vida interior relacionada con las alegrías de su madre,
asociadas a sus propias alegrías; alegrías de su madre que también son para él la certeza de que su
padre y los adultos del entorno de su madre están orgullosos de él; y, si tiene hermanos mayores, de
que está ascendiendo los peldaños que lo harán igual a ellos.
Olvidaría un elemento que puede desempeñar a veces un papel capital si no mencionase aquí el aspecto
olfativo de todo lo que interviene en torno a la castración oral. Porque, al mismo tiempo que la
mamada, cumplimiento de la necesidad, el niño experimentaba una satisfacción erótica, a la vez olfativa
y seudocanibalística, por obra de la prensión del pezón entre sus mandíbulas. El niño, que ya no dispone
del pecho y se alimenta con biberón, se ve sometido a la ausencia de aquella erótica olfativa que
acompañaba a su canibalismo imaginario, aun cuando la prensión y la succión, en el momento del
destete y del paso al biberón, sigan aportándole la satisfacción que ya antes conocía. El cavum y la boca
del niño van a servir, claro está que de manera inconsciente, para la comunicación sutil con la madre, a
distancia del cuerpo a cuerpo, es decir, con la madre como persona total y no ya como objeto parcial,
substancial.
Es electivamente por el olfato como la madre puede, de un objeto parcial mamario, llegar a ser
singularizada como objeto total: porque, precisamente, el olfato no forma parte de un lugar preciso
para el niño. La sutilidad del olor se expande por el espacio que lo rodea, el niño se impregna de él en la
vecindad de su madre. El olor ya no es asignado a tal o cual parte del cuerpo materno y, asociada
siempre la zona erógena pituitaria a una inspiración nasal, ese olor dejado por la madre no puede
ausentarse del niño más que si éste se halla afectado de anosmia. Es importante comprender que, como
la necesidad de respirar no está sometida a temporización, la olfacción va a acompañar a cada
inspiración nasal. Así pues, el deseo y la discriminación del placer debido a la presencia de la madre
tienen lugar por mediación del olfato, mientras que la necesidad de respirar se satisface con cualquier
aire, llegado por la boca como por la nariz, y cualquiera que sea su olor.
El destete puede constituir un acontecimiento euforizante para el bebé y para la madre si, sobre un
fondo conocido de comunicación substancial -es decir, ahora la mamada del biberón- y de imagen
funcional de succión -deglución de leche y de alimentos líquidos o semilíquidos antes de que sean sóli-
dos, todos de un gusto diferente al de la leche materna-, el niño y la madre conservan juntos lo que
sigue siendo específico de su vínculo psíquico, manifestado por su presencia conjugada. Es lazo
sensorio-psíquico para el bebé el olor del cuerpo de la madre próxima, su voz, su vista, su mirada, sus
ritmos, todo lo que se desprende de ella para él cuando lo tiene en sus brazos y que él puede percibir en
el contacto cuerpo a cuerpo; al mismo tiempo, para la madre nada ha cambiado en su bebé, que ya no
toma el pecho pero cuya gracia y desarrollo ella admira todos los días.
Inversamente, preciso es decido, una madre que no habla a su hijo mientras le da de mamar
acariciándolo constantemente, o que, mientras le presta cuidados, por depresión, se muestra
totalmente indiferente, no promueve en el niño un destete favorable a la socialización ulterior, a una
expresión verbal y una motricidad correctas.
Menos aún una madre que, tras haber destetado a su hijo, no puede evitar devorado constantemente
con sus besos y agobiado con toqueteo s acariciadores. Ella misma ha sido la niña herida de una relación
hija-madre perturbada, que intenta curar desesperadamente. Su hijo es para ella el fetiche de aquel
pecho materno arcaico del que ella misma fue privada de manera traumática.

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