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LAS TRES REVOLUCIONES

La charla de hoy, estará basada en una charla que di en el curso de Leyendas Negras de la
Iglesia que di en la Catedral hace un par de años.

El tema de la mal llamada “Reforma Protestante” reviste de una importancia fundamental


para los católicos de hoy en día: en primer lugar desde el punto de vista de la apologética, ya que
muchas veces los católicos nos vemos agredidos y perseguidos por hechos falsos que le achacan a
la Iglesia. Pero en segundo lugar porque la comprensión de la reforma protestante es fundamental
si se quieren comprender e interpretar correctamente los tiempos en que vivimos.

Al tema lo dividiré en dos partes: la primera donde recapitularé de manera brevísima un


par de conceptos de la Edad Media desde el punto de vista, podríamos decir, más filosófico o
teológico. En la segunda, analizaremos desde el mismo punto de vista el proceso de fractura que
se dio en este orden, y que se fue agravando hasta llegar hasta nuestros días.

Y pensándolo desde esta perspectiva, creo que antes que ver la crisis y la ruptura de la
Europa Cristiana por el protestantismo, deberíamos habernos adentrado en el significado y
esencia de la misma. Es de hecho grande la confusión e ignorancia que reinan en el mundo, y aun
entre muchos excelentes católicos sobre este período de las Historia de la Santa Iglesia.

De entrada el término “Edad Media” es sumamente despectivo y vago. Desde que


Jesucristo se encarnó y nació de la Santísima Virgen, han pasado 2.000 años. Y de esos dos mil
años hay más de 1.000 que están agrupados todos juntos sin ningún otro calificativo que “medio”,
es decir en el medio de la Edad Antigua (que finaliza con la caía del Impero Romano de Occidente
tras el saqueo de Roma en el año 476) y la Edad Moderna (que inicia con el descubrimiento de
América en el año 1492). Parece que no hay ningún término más adecuado para un periodo tan
grande e importante de la historia de la humanidad.

La causa de esto está dada por el desprecio y el ataque que los humanistas y protestantes
han ejercido durante este período donde la Iglesia estuvo (con sus altos y sus bajos, siendo el
esplendor entre los siglos XIII y XIV) reinante de la sociedad.

Necesitaríamos toda la vida para querer describir todo este período. Principalmente dado
el hecho de que hay tantas leyendas negras y prejuicios en las mentes del hombre moderno.
Bástenos entonces la descripción con la que el papa León XIII nos resume en su encíclica
“Inmortale Dei” el espíritu del medioevo: “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio
gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud
divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose
en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada
firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la
adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el
imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este
modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos

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beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora
habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer.”

Fue el momento de más auge de la Iglesia en el mundo a tal punto que ha corrientes
históricas que prefieren llamar a ese periodo “la Cristiandad”. Por tanto como católicos
deberíamos sentir nostalgia por este tiempo pasado, y un ansia de que reaparezca. ¿Qué más
podríamos desear para nuestra sociedad actual que ella sea inflamada vitalizada por la fuerza del
Evangelio?

Pero hay un hecho: así como en la vida del hombre no se puede volver para atrás,
tampoco en la historia de los pueblos. El papa Pío XII nos decía a los laicos: “¿Cuál será
prácticamente la solución en lo que les concierne a ustedes, que viven en medio del derrumbe de
los más altos valores espirituales y morales? ¿Un retorno a la Edad Media? No. Un retorno a la
síntesis de la religión y la vida. Eso no es monopolio de la Edad Media: superando infinitamente
todas las contingencias de los tiempos, es siempre actual, porque es la clave bóveda indispensable
de toda civilización, el alma de la que ha de vivir toda cultura, so pena de destruirse con sus propias
manos, de rodar en el abismo de la malicia humana que se abre bajo sus pies desde que comienza
por la apostasía a desviarse de Dios.”

¿De qué habla el papa? ¿Qué es eso siempre actual que es clave de toda civilización, alma
de toda cultura, que escapa a la contingencia del tiempo y es siempre actual? Eso es lo que vamos
a tratar de explicar en esta parte de la charla.

Para ello nos vamos a basar en el libro “El comunismo en la revolución anticristiana” del
gran filósofo y teólogo tomista, el sacerdote argentino Julio Menvielle, quien nos dejó la teoría de
las cuatro formalidades del hombre. Este sacerdote fue uno de los más grandes teólogos de
nuestra historia patria y de la modernidad en general. Además este sacerdote fue uno de los
formadores del pensamiento del P. Buela y por tanto de las Congregación del Instituto del Verbo
Encarnado.

La teoría de las formalidades del hombre creo yo que reconoce su origen remoto en
Platón, quien había descubierto en el hombre tres potencias: la racional, el apetito irascible (que
impulsa al hombre hacia las cosas arduas y difíciles) y el apetito concupiscible (que impulsa al
hombre hacia lo deleitable). Estas tres potencias debían estar ordenadas en el hombre para que
este se desarrolle de manera sana: la razón que impere, y las fuerzas concupiscibles es irascibles
alineadas y dirigidas hacia lo que la inteligencia develara como bueno.

Ahora bien: la concepción griega del mundo concebía al hombre como una micro ciudad o
“polis” y a la “polis” como a un gran hombre. Eran evidentes las analogías que había entre ellas,
principalmente porque la sociedad estaba conformada por los hombres.

Y así fue que Platón proyecto estas potencias internas en tres estamentos del estado, las
que deberían estar ordenadas tal como en cada persona. En su libro “Utopía” nos planteaba el
autor que había un estamento inferior de la sociedad conformado por los trabajadores y artesanos

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(correspondiente con el apatito concupiscible), sobre este un estamento superior conformado por
los guerreros (que correspondería al apetito irascible) y en la cúspide el estamento de los filósofos,
que al ser guiados por la razón, serían los más aptos para dirigir los destinos de la polis.

La teoría de Menvielle vendrá a mejorar esta concepción del hombre y la realidad social.

La venida de Cristo a la Tierra, es sin duda alguna el hecho más importante de las historia,
a tal punto que la divide en dos: antes de Él y después de Él. Porque Cristo cuando viene, viene a
hacer todas las cosas nuevas, a redimir y elevar al hombre.

Y así, a partir de este hecho de la redención encontraremos en el hombre cuatro


formalidades o niveles que se complementan:

1- Así, en primer lugar, vemos que el hombre es algo, es una cosa que está ahí y que como
toda cosa subsiste.
2- Pero en segundo lugar, vemos que el hombre a la par de ser una cosa, es una cosa viva,
un animal sensible, y que por tanto busca el bien deleitable.
3- Pero el hombre no es cualquier animal: es un animal racional, y en esto está la tercera
formalidad: en que razona y busca por tanto el fin honesto, es decir, más allá de los
sentidos, que es lo bueno según el dictado su razón.
4- Y finalmente por encima de todo esto, el hombre es Hijo de Dios hecho a su imagen y
semejanza, y cuando está bautizado y está en gracia, el partícipe de las mismísima Vida
Divina.

En el hombre normalmente constituido (digo normal y no comúnmente) estas cuatro


formalidades están articuladas y ordenadas jerárquicamente, y así el hombre es algo y subsiste
para sentir como un animal, siente como un animal para entender y razonar como hombre, y
razona y entiende como hombre para amar a Dios como Dios.

Para que haya orden en el interior del hombre, es necesario que haya jerarquía. ¿Pero que
es el orden? es “la unidad en la multiplicidad” según las mejores definiciones de la filosofía
realista. Se da cuando muchas cosas sin dejar de ser ellas, entre todas se complementan y llegan a
ser una cosa mayor y más perfecta.

En la misma vida natural vemos la necesidad radical del orden: en un organismo vivo por
ejemplo, cada célula cumple una función y tiene su lugar. Y cuando lo pierden, el organismo se
desintegra y es entonces cuando muere.

De la misma manera entre las formalidades del hombre hay un ordenamiento jerárquico y
las formalidades inferiores deben servir a las superiores. Y cuando esto no pasa nos encontramos
con hombres incompletos o inmaduros: así de nuestro amigo que no dice nada, no piensa nada, y
nada le importa porque nada siente ni nada lo conmueve, decimos jocosamente que es una
planta. O el que se deja llevar por sus pasiones, y cede sin controlarse ante la ira o la lujuria por
ejemplo, decimos que se comporta como un animal. Y entre los católicos, en los que vemos que
todo lo piensan y todo lo quieren comprender sin dejar lugar a Dios en sus planes, nos damos

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cuenta de que les falta la Fe, y nos da pena porque sabemos que la Fe eleva al hombre. Finalmente
sabemos que el hombre que vive en y según la Gracia, ese es que agrada a Dios y el perfecto. Ese
es el Santo: el que aunque busca subsistir es capaz de dar la vida por un amigo; el que ríe, llora,
ama y siente, pero es ordenado y comedido; el que es piensa, razona y estudia, pero es un hombre
de Fe que ve con ojos sobrenaturales. En fin: el que pone toda su humanidad y potencias al
servicio de Dios y Su causa.

Ese hombre es el hombre de todas las formalidades: no es el que por creer no siente, o no
razona o se niega a subsistir. Por eso sostenemos que el hombre más humano que puede haber es
el santo.

Y es lógico que así suceda ya que el santo tiene como modelo a Cristo que es el arquetipo
que debe siempre inspirar a los educadores, porque es solo Él el Hombre perfecto y acabado ya
que “Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; Él es el principio, el primogénito de los muertos,
(...) por cuanto quiso el Padre que en Él habitase toda plenitud” (Col 1,19).

Si entendemos y comprobamos la existencia de estas formalidades en el hombre singular,


podemos hacer un esfuerzo ver que todas ellas se proyectan en la sociedad en cuatro grupos con
cuatro funciones:

1- a la formalidad de “ser cosa” corresponde la función del trabajo manual, es decir, trabajar
para subsistir: la economía de ejecución. El grupo que cumple con esta función es el
obrero o proletario. (fin de las cosas: subsistir)
2- a la formalidad animal corresponde la función de dirigir el trabajo de subsistencia para que
se aproveche a fin de mejor satisfacer las necesidades materiales de la sociedad: es la
economía de dirección, y el grupo que cumple esta función es la burguesía. (fin del animal:
el bien deleitable)
3- a la formalidad racional o humana corresponde la función política: esto es, el conducir a
los demás hombres a la vida virtuosa. Y para conducir uno a la virtud, necesita ser primero
ser virtuoso (nadie da lo que no tiene). Así esta función corresponde al aristócrata, en el
sentido etimológico de la palabra: al político virtuoso. (fin racional: el bien honesto)
4- por ultimo a la formalidad sobrenatural del hombre, corresponde la función de conducir a
los hombres a Dios, y esto le compete a los sacerdotes. (fin sobrenatural: Dios)

Las tres primeras formalidades (economía de ejecución/economía de dirección/ política)


son de derecho natural y así pueden revestir diferentes formas de realización mientras se respete
su naturaleza esencial: pude ser obrero, proletario, campesino, o una economía capitalista o de
producción artesanal, puede ser una democracia, republica, monarquía, aristocracia. Lo
importante es que se respete la función esencial de cada formalidad.

Pero con respecto a la formalidad sobrenatural, si bien podría haber revestido diversas
formas, por voluntad expresa de Cristo Nuestro Señor, esta se plasma solamente en la Iglesia
Católica, Apostólica, Romana, constituida por los obispos sucesores de los apóstoles en comunión
con el papa. Esto está en las Sagradas Escrituras, y se apoya en la Tradición y Magisterio.

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Ahora bien: así como en el hombre las cuatro formalidades se ordenan y complementan
jerárquica y armónicamente, de la misma manera, estas cuatro proyecciones sociales se
complementan.

1- En primer lugar la Iglesia cumple la función de Maestra ya que es depositaria e interprete


autentica de todas las verdades reveladas por Dios a los hombres. Cumple función de
sacerdote pues santifica a sus miembros pecadores por medio del sacrificio. Y finalmente
cumple función de Pastor ya que guía la conducta de los hombres en todo lo espiritual:
público o privado, interno o externo, individual y social. Se debe oponer a todo lo que
pueda empañar la Gloria de Dios o hacer peligrar la salvación de las almas.
2- En segundo lugar la aristocracia tiene el fin de hacer virtuosa la convivencia humana. Pero
no es la aristocracia la que define a la virtud: eso lo enseña la Iglesia, Maestra y Pastora. Lo
que hace la aristocracia es llevar a la realización práctica el estado de virtud aprendido del
sacerdote. De aquí que para que ella cumpla bien se tarea, es esencial su sujeción a la
enseñanza de la Iglesia, de la misma manera que para tomar una decisión racional,
debemos estar iluminados por la Fe1.
3- Por debajo, la burguesía tiene la misión de mantener a la sociedad materialmente y para
eso interviene en las operaciones financieras, comerciales y de dirección de la producción.
Ellos se deben a su vez subordinar a la Iglesia y al Poder Político, a fin de que no sea la
economía lo que mande, sino que sirva a la vida virtuosa, y esta a la salvación.
4- Finalmente encontramos a los obreros o proletarios, que cumplen junto con los burgueses
(pero subordinados a ellos) la función de mantener materialmente a la sociedad2.

Vemos en fin una perfecta y armónica cadena de como tendrían que ser las cosas según el
estado natural del hombre y de la sociedad elevados por la Gracia. Una cadena de jerarquía y de
servicio mutuo donde el orden nace y crece cuando lo múltiple se hace uno. Y con esta
concepción, las familias se integran en corporaciones, las corporaciones se integran en una nación
bajo un mismo régimen político, y las naciones se integran en la Cristiandad, unidas por la
adoración a un mismo Dios, en un mismo bautismo y en el mismo Espíritu.

¡De esto es de lo que nos hablaba Pío XII! ¡Esto es lo siempre actual, es clave de toda
civilización, alma de toda cultura, que escapa a la contingencia del tiempo! Eso es lo que
caracterizó a la Edad Media, y a eso es a lo que realmente hay que volver: al orden natural y
sobrenatural de las cosas.

Pasemos entonces a la segunda parte de este trabajo: ¿Qué fue lo que pasó con este
orden? ¿Por qué, cómo y cuándo?

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Cf. Santo Tomás: relación y necesidad de la Revelación aun de verdades de orden natural.
2
Es de suma importancia recalcar que aunque cada uno de los estamentos ordena a los que están por
debajo suyo, no pude por ello inmiscuirse indebidamente en lo que es propio de los inferiores: los
sacerdotes que se inmiscuyen de manera indebida en el orden temporal son “clericalistas” y los gobiernos
que se inmiscuyen de manera desordenada y excesiva en la vida de la religión y de cualquiera de los
estamentos inferiores son “totalitarios”.

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Si queremos tener una cabal comprensión de la historia, debemos entenderla desde la
teología. Debemos ver las cosas desde arriba para tener una cabal comprensión de ellas. Debemos
intentar descubrir la verdad, y para ello debemos tender a ver la realidad tal como la ve Dios, que
es la Verdad con mayúsculas.

Todo se resume en el frase de San Pablo a los Romanos, “todo sucede para el bien de los
que aman a Dios” (Rm 8, 28) es decir que el centro e hilo conductor de todo lo que acontece es la
salvación de los predestinados.

Y para entender esto debemos, como nos recomienda San Agustín, volver atrás, antes de
la creación del mundo: cuando Dios crea a los ángeles y los hace buenos. Y es tal su amor, que les
da el libre albedrio para que puedan por si mismos amarle haciendo más meritorio su amor. Pero
aquí aparece el primer pecado: una parte de los ángeles, encabezados por el más perfecto de
ellos, Luzbel, abusando de su libertad se rebelan contra Dios en el famoso grito “non serviam” ¡No
serviré! Fue un pecado de orgullo, de autonomía, de no querer acatar la voluntad amorosa de Dios
y preferir en cambio la propia excelencia como primer y supremo valor. Es a partir de este
momento donde en la creación que Dios había creado buena y perfecta, irrumpe el misterio del
mal como elemento de la perturbación y el desorden.

Así cuando más adelante Dios crea al universo sensible, y en especial al hombre, el espíritu
malo ya en guerra contra Dios, busca alterar el orden de esta creación, y por eso induce al hombre
en el pecado, y nuevamente pecado de orgullo: la pretensión de “ser como dioses, conocedores del
bien y del mal”, tanto como para no tener que acatar la voluntad divina. Pecado de orgullo y de
autonomía.

Desde entonces “milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (Job 7,1), es decir es una
lucha por nuestra salvación y la del prójimo. Y como nos enseña San Pablo: “nuestro combate no
es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra las
dominaciones de este mundo tenebroso” (Ef 6,12). Pero no es el Demonio el único enemigo de
nuestra alma, lo somos también nosotros mismos, en cuanto desde el pecado nuestra naturaleza
está caída y existe el mal y el desorden en ella. Por ello, es común que el hombre se deje arrastrar
por bienes particulares o su propia excelencia. De hecho la definición de San Agustín de pecado es
“aversio a Deo, conversio ad creaturam” o sea huir y darle la espalda a Dios para volverse en su
lugar hacia las creaturas, ya seamos nosotros mismos o a algo exterior. Si bien hay un desorden en
la sensibilidad humana que lo hace a veces preferir los bienes sensibles a los del espíritu, la raíz de
todos los pecados está en la soberbia que es un pecado eminentemente espiritual. El pecado del
hombre y del ángel es el mismo.

Así tanto en la historia la personal como en la de los pueblos, hay una lucha entre los dos
gritos bíblicos: el “instaurare omnia in Chisto” (Ef 1,10), instaurar todas las cosas en Cristo de san
Pablo, y el “no queremos que este reine sobre nosotros” (Lc 19,14) de los que crucificaron a Cristo.
En las almas de los cristianos se ha de cumplir el combate que se libra entre Dios y su Ungido
contra el espíritu diabólico por la posesión de los hombres. Es una lucha totalitaria; abarca al
hombre con todo lo que es, con todo lo que puede y con todo lo que tiene.
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La historia cobra sentido a la luz de esta gran lucha milenaria que libran los espíritus. Y el
punto culminante de esta lucha se cumple cuando aparece Cristo y con su pasión y muerte libra la
batalla decisiva y logra la victoria completa.

La conquista del hombre tanto por Cristo como por el diablo quiere ser total. Uno y otro
quieren que el hombre le pertenezca totalmente. Uno y otro exigen la adoración completa y
rendida, pero de diversa manera. Dios, que tiene acceso a lo más interno del corazón del hombre,
quiere primero y directamente el alma del hombre con lo más interior y sagrado que ella tiene. Y
es por eso que Dios puede permitir que los pueblos se pierdan, porque Él se regocija con el
consuelo y goce de unas pocas almas que se le entregan en lo más íntimo de su ser a pesar de
todas las dificultades exteriores. Cuando Santo Tomás se pregunta cómo es posible que Dios exista
si existe el mal en el mundo, y se responde diciendo que si Dios permite que sucedan cosas malas,
es porque Él puede sacar aun de esas cosas, bienes mayores.

En cambio el diablo, en la medida de que está alejado de Dios y no pude querer el bien, es
incapaz de percibir lo verdaderamente valioso y por ello encuentra su gusto en la cantidad y en lo
exterior. Tiende a dominar los pueblos, aun los pueblos cristianos, en su condición exterior, en lo
económico o político, para luego de allí ejercer su dominación sobre la intimidad de la conciencia.

Esto es fundamental que lo sepamos: la cristiandad y el reinado social del Cristo se forjan
desde el interior de las almas, en las que habita el Espíritu Santo, hacia el exterior de la vida
profana de los pueblos. Dios edifica su ciudad desde el interior del hombre, desde su alma: son
hombres y mujeres plenamente cristianos quienes forman familias cristianas, una estructura social
y económica cristiana y un orden político cristiano. Son los santos únicamente los que cambian el
mundo, los que pueden consagrarlo a Dios.

El reino del diablo por el contrario se expande desde lo exterior al interior de las
conciencias: el diablo para perder a las almas pierde primero a los pueblos, atentando
directamente contra la ciudad católica, valiéndose para ellos de todos recursos externos: la
sociología, la economía, la política, la cultura, etc. porque en cierto modo el mundo le sigue
perteneciendo.

En la Edad Media, al ser católicas las ciudades, la acción del diablo estaba restringida, por
lo que debía ceñirse principalmente a una conquista individual de las almas. Y para peor, ese no
era su campo. Pero el diablo no podía aceptar esta restricción, tenía que intentar destruir estas
ciudades, tenía que intentar la Revolución anticristiana.

Dice el padre Menvielle que una revolución es una subversión, es decir una ruptura de la
jerarquía y el orden.

Y así como el hombre fue desordenado por el pecado, y hay veces que las potencias o
formalidades inferiores nos dominan trayendo caos e infelicidad a nuestras vidas, de la misma
manera, en el orden social (dice Menvielle) hay tres y solo tres son las revoluciones posibles:

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1- que lo racional se rebele contra la sobrenatural, o la aristocracia contra el sacerdocio o la
política contra la teología.
2- que lo animal se rebele contra lo racional, o la burguesía contra la aristocracia o la
economía contra la política
3- que lo que es algo, o sea la materia mera, se rebele contra lo animal, o el artesanado
contra la burguesía.

Y en el momento en que se da la primera revolución, y se deja de lado la parte


sobrenatural, el orden se descalabra, e inevitablemente se corre hacia las últimas dos. “Caído de
Dios, caído de ti mismo” nos decía San Agustín.

La primera revolución es la que se inicia en el Renacimiento, donde lo político se rebela


contra lo teológico, produciéndose una cultura de expansión política y opresión a lo religioso. De
hecho, si nos ponemos a analizar este período, se ven claramente los lineamientos del Humanismo
(el hombre como centro de todo, en lugar de Dios), el Racionalismo (la razón como medida y
parámetro de todo en lugar de la Fe) y el Naturalismo (lo natural como clave de interpretación de
la realidad en antagonismo abierto con lo sobrenatural.) En la cultura se quiere dejar lo
sobrenatural y volverse a lo profano. Maquiavelo propone una política pragmatista y racionalista
que separe a la moral de la política, es decir que rompa ese natural vínculo de sujeción y de orden
donde el gobernante llevaba a la sociedad a la vida virtuosa según los lineamientos que enseña la
Iglesia. Los monarcas se vuelven absolutistas oprimiendo a su antojo a la Iglesia a fin de obtener el
mayor rédito político. Baste recordar a los reyes de Francia que años atrás habían tenido a los
papas como prisioneros y casi vasallos en Aviñón. Esta revolución será coronada con Lutero y la
Reforma protestante.

La segunda revolución encuentra su hito decisivo en la Revolución Francesa, donde se


reemplaza a la nobleza por la burguesía, la política por la economía, lo racional o clásico por lo
animal, sensible o romántico, el absolutismo por la democracia.

Esta revolución es una consecuencia natural y lógica de su antecesora, ya que el hombre


no se puede mantener como tal sin la ayuda de la Gracia, y el mundo antropocéntrico, regido por
la razón, cederá para dejar lugar al mundo animal, regido por la ley de la selva (pensemos en el
capitalismo salvaje, o las teorías sociológicas basadas en la selección natural) y por la mera
sensibilidad. El absolutismo y opresión de Luis XIV terminará con el lógico desquite de los
oprimidos en la decapitación de Luis XVI. La exaltación de la humanidad (humanismo) terminará
con la animalización del hombre (Darwinismo3). Y el racionalismo de Descartes, terminará en la
negación de la razón con Kant (la diosa razón de la Revolución Francesa no era sino una prostituta
llamada Sophie Momoro, que ocupó el altar Mayor de Notre Dame de Parías). El parámetro en
esta época será la economía que regirá aun sobre la política y la religión: es la época del

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Decía Jordán Bruno Genta: “Si todo es convencional, si no hay Dios ni alma inmortal, ni destino personal, ni
pecado, ni divina Redención, el hombre no es más que un gusano superevolucionado; nada vale por sí
mismo; no hay ningún motivo de respeto, de consideración o de estima. No hay más que razones de
conveniencia para dejarlo vivir o aplastarlo.”

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economismo, capitalismo salvaje, positivismo4, liberalismo y la democracia jacobina (o
russoniana).

Finalmente esta opresión de los burgueses terminó en la tercera y más profunda


revolución: la comunista. Entendamos que el p. Menvielle escribió durante la guerra fría, y por
tanto el asimila el concepto de comunismo al régimen de la URSS. Pero aunque haya caído este
régimen, no quita que la tercera revolución haya conquistado los corazones y las mentes de la
modernidad. Las líneas más nocivas del comunismo en lo filosófico están hoy vivas. Aunque de
manera más sutil, gracias al aporte de Antonio Gramsci, hoy la cultura y la política se manejan de
manera marxista. ¿Y que entendemos por ello? hoy en la sociedad tenemos a un hombre a quien
se le ha quitado su dignidad de hijo de Dios, su formalidad de ser racional (hoy el hombre se niega
a pensar) y hasta se formalidad e animal sensible: ya no es ese buen salvaje que se rige por las
leyes de la naturaleza, al mejor estilo de Tarzán, hoy es solamente una parte de un rebaño que es
guiado dócilmente sin la menor resistencia. Es hasta peor que los animales. Es una mera tuerca de
la sociedad. O en términos más New Age, es una energía más en la armonía del mundo. El hombre
no es nada.

En “la autopsia de Creso” de Leopoldo Marechal esta teoría es tratada de manera


sencillísima a modo de cuento. A modo ejemplificativo de este proceso el autor menciona el tema
de las guerras y sus fines. Porque mientras en la Edad Media vimos que los hombres no dudaron
en dejarlo todo por reconquistar los Lugares Sagrados, en la época del absolutismo veremos como
los hombres irán a la guerra por capricho de sus monarcas con el fin mezquino de ganar poder
para su país. ¿Y hoy? nada más común que ver a los hombres empuñando las armas por unos litros
de petróleo. Y con respecto a la última revolución, la revolución de la nada y el nihilismo, nos
encontramos con una sociedad que peca por los dos extremos: o bien están los pacifistas
acérrimos que niegan que exista algo por lo cual valga la pena luchar y morir, o está el otro
extremo de la violencia por la violencia, que nada busca sino el caos y la destrucción: pensemos en
el comunismo y la guerrilla, el nazismo, las persecuciones actuales a los cristianos por el ISIS, o el
típico norteamericano que le empieza a disparar a sus compañeros de colegio porque si, solo por
afán de sangre y muerte.

Esas son las tres revoluciones, esos nuestros enemigos.

A modo complementario, observen que S.S. Pío XII describió este proceso de la
modernidad de modo gradual: en la primera Revolución se dijo “Cristo si, Iglesia no”, en la
segunda se dijo “Cristo no Dios (el Ser Supremo) si”, y en la tercera ya se dice “Dios no”, “Dios ha
muerto” es su grito de vitoria. Y de derrota.

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El positivismo es una corriente filosófica que está marcada por una profunda irracionalidad: parte del
concepto de que no se pueden conocer las esencias de las cosas, es decir que son. Entonces se contenta con
describir fenómenos, es decir lo que ve. Es como si quisiera ordenar una biblioteca basándose solamente en
el tamaño o color de los libros, sin atender a los contenidos.

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Para finalizar esta charla, si bien me voy a adelantar en el libro y no se a quien le voy a
robar un pedazo de su charla, quiero detenerme en la figura de Lutero, como el primer prototipo y
semilla del hombre moderno.

Lutero era un hombre obsesivo, subjetivista, pertinaz, egoísta y egocéntrico, que no


soporta la autoridad exterior. Estaba dotado de una rica elocuencia y un alma sincera y sensible
para la religión, pero a su medida. Era un hombre orgulloso, y violento, pero a la vez generoso y
tierno. Poseía una inteligencia poco amplia y era más obstinado y estrecho que abierto y racional.
Pero a la vez estaba dotado de un profundo sentido práctico de la vida, lo que le ayudo a la
difusión de su doctrina.

Interpreta todo según su criterio y se pone a sí mismo como el modelo del hombre
universal. Su vida, lo que le pasa en su alma es su doctrina y debe serlo para todos. Era una
persona de una espiritualidad tremendamente sensible, que buscaba exclusivamente la
consolación (el sentirse bien) y era incapaz de soportar las pruebas de Dios.

Lutero es en suma el paragón del hombre moderno: sensible y no racional, subjetivista, el


hombre de la religión a su medida. Es el hombre de las contradicciones: el que dice que Dios salva
al hombre sin que este haga nada, pero en realidad dice que el hombre se salva a si mismo por
una confianza ciega en Dios, a la que este no se puede oponer. El que pregona la destrucción de la
razón, pero en la práctica deja al racionalismo el camino abierto para adueñarse de Europa5.

Es quien hace la primera revolución al cortarle la cabeza al hombre y la sociedad, haciendo


que se pierda la noción de que es la Iglesia Católica la única que puede enseñar al hombre que es
la virtud y guiarlo hacia la santidad. Es la que destruye el estado sacerdotal, diciendo que no
existe, y dejando en los hechos el poder espiritual sometido a los caprichos del poder temporal. Es
la justificación teológica para una época cristiana que se quiere sacar de encima sus escrúpulos
morales en política. Es la justificación de la separación y fractura interna del hombre: por un lado
su vida espiritual, en la que cree, y cree fuerte, pero por otro lado está su vida civil y política donde
se rige por la conveniencia y lo que le muestra una razón desbocada y ciega. Entonces peca y peca
fuerte. Será cuestión de esperar un poco para que esto se transforme en la segunda revolución, la
francesa, donde esta razón tan enclenquemente sostenida cederá ante las pasiones, y estos
príncipes opresores de sus súbditos caerán en manos del odio y el interés burgués.

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Aunque parezca que hay contradicción en esto, no es cierto que la haya. Lutero al despreciar a la razón
llamándola “Prostituta” y reduciéndola al ámbito de lo meramente práctico, lo único que logro fue divorciar
la fe y la razón. La razón no puede ser iluminada por la Fe, porque la Fe es irracional “credo quia absurdum”.
Son enemigas, la luz y la oscuridad (al día de hoy este es el pensamiento mayoritario de los protestantes).
De este modo, los hombres de ciencia que vieron lo ridículo de despreciar la razón, creerán sin embargo que
esta es irreconciliable con la Fe. La razón deberá buscar entonces su propio camino, y no podrá en este sino
chocar con lo absurdo.

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