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HANNAH ARENDT
Y LA TRADICIÓN JUDÍA
EL JUDAISMO A PRUEBA DE LA SECULARIZACIÓN
T r a d u c c ió n y e d ic ió n
Esther Cohén
Silvana Rabinovich
Tíüilo original:
HANNAH ARENDT ET LA TRADITION JUIVE
D.R. © Labor et Fides S. A.
1 rué Beauregard, 1204
Cenéve, Suisse
bre un tema tan importante como el del Ser: “Tú dices que
al hablar, ya sea expresamente o no, decimos siempre ‘es’.
Pero tú no ignoras evidentemente que tal no es el caso del
hebreo. No hay cópula en esta lengua. ¿Qué consecuencias es
necesario extraer?” (Hannah Arendt, Martin Heidegger,
Lettres et autres documente, 1925-1975, París, Gallimard,
2001, p. 202). En relación con la cuestión del acosmismo,
nos permitimos remitir a nuestra obra Hannah Arendt, une
Juive. Expérience, politigue et histoire, París, Desciée de
Krouwer, 1998, cap. iv.
16 Hannah Arendt, “Seule demeure la langue maternelle ”
en La tradition cachee. Le Juif commeparia, París, Bourgois,
1987, p. 247.
políticos a la tradición occidental. Citemos, por el
momento, cierta concepción de la justicia, la idea
de la liberación de la esclavitud o, más aún, una
concepción de la ley como mandamiento. Pero, a
pesar de tal legado, el concepto mismo de lo polí
tico encuentra ahí restricciones, debidas no sola
mente a la situación histórica de un pueblo “sin
gobierno, sin país y sin lengua”, sino más aún a
la naturaleza misma de su concepción de la auto
ridad política elaborada a partir de las nociones
de Alianza, de Ley y de Redención.
Trataremos de mostrar que en las formulacio
nes dispersas de Hannah Arendt sobre la tradición
judía hay cuestiones que pueden tener sentido
para esta tradición, aunque estén planteadas por
alguien que no toma de allí la fuente de su pensa
miento. Hannah Arendt las aborda en relación con
el problema más general de la secularización. Ese
término remite primero a la ruptura histórica que
deshizo la antigua articulación entre religión y po
lítica que regía a las sociedades del antiguo régi
men, pero designa también un proceso intelectual
que perpetúa antiguos esquemas religiosos abstra-
yéndolos de su relación con la trascendencia di
vina, que de alguna manera los descontextualiza,
para transformarlos en esquemas culturales. En
relación con el primer sentido, Hannah Arendt
subraya que la secularización “no ha separado
simplemente la política de la religión en general,
sino de una fe particular, la fe cristiana”.17 Eso
implica que ese movimiento debe analizarse de
manera particular para la tradición política judía,
donde lo político y lo religioso se anudan de un
modo específico, en comparación con la tradición
política cristiana, en los textos bíblicos y en la tra
dición, por una parte, y en las condiciones de la
diáspora, por otra. Pero también encontramos en
Hannah Arendt una serie de reflexiones sobre la
secularización de los esquemas religiosos en el
segundo sentido. Sobre tal pumo, hallamos de nue
vo una Hannah Arendt persuadida de las oportu
nidades que ofrece la secularización, esto es, por
la modernidad, pero atenta también a los rumbos
de lo que podemos llamar una “seudoseculariza-
ción”, a la simple transferencia de nociones que
sólo tienen valor en el marco de una relación man
tenida con la trascendencia. Tal es el caso, en
particular, de las nociones de elección y de espe
ranza mesiánica. Sin embargo, la conciencia de
tales rumbos no conducirá jamás a Hannah Arendt
a predicar cualquier restauración. Ya se Teñera al
cristianismo o al judaismo, el pensamiento de
Hannah Arendt frente a la secularización se man
tendrá siempre guiado por este aforismo de René
Char: “Nuestra herencia no está precedida de nin
gún testamento”.
17 Hannah Arendt, “Religión et politique”, en La nature
du totalitarisme, París, Payot, 1990, p. 156.
En la medida en que observamos en Hannah
Arendt desarrollos mucho más elaborados sobre el
carácter político de la Iglesia que sobre el carác
ter político del judaismo, conviene remitirnos a lo
esencial con el fin de comprender en qué sentido
habla de los caracteres políticos de una religión.
En efecto, la historia occidental fue marcada por
la institución de la Iglesia, que transformó “las ten
dencias anteriormente antipolíticas del cristianis
mo en una institución política grande y estable”,1
' Hannah Arendt, “Le concept d’histoire”, en La eme de
la culture. Iluit exercices depenséepolitique, París, Galliinard
(Idées), 1972, p. 98. Notemos, sin embargo, que, a diferen
cia por ejemplo de Michael Walzer {La révoludon des mintx.
Eihiqueprotestante et radicalismepolitique, París, Berlín,
1987), Hannah Arendt no aborda casi nunca la cuestión del
carácter político del protestantismo. En la línea de Max Weber,
analiza el papel de la Reforma desde el punto de vista de la
Fundada sobre una condena del mundo, sobre un
acosmismo,2 que busca la salvación del alma indi
vidual antes que la del cuerpo político mundano,
la hipótesis cristiana de la inmortalidad del alma
había sido desastrosa para el honor y la dignidad
de lo político. La politización del cristianismo, en
la que la Iglesia fue el vector y Agustín “el padre
espiritual”,3 consistió, según Hannah Arendt, en
recoger la herencia política y espiritual de Roma
después de su caída. De manera más precisa, la Igle
sia se hizo responsable de cuatro elementos esen
ciales de la política romana: el concepto de vivir
como un ser en compañía de los hombres (inter
homines esse) [y] las nociones de religión, de au
toridad y de tradición.
El saqueo de Roma, la ciudad eterna, abolió
para siempre la antigua creencia del carácter du
rable de las estructuras políticas; así, Agustín tuvo
el genio de apoyarse en la doctrina cristiana de la
inmortalidad del alma individual para colocar a la
Iglesia como única institución legítima en el do
minio secular, en tanto que Ciudad de Dios sobre
la tierra. Si podemos caracterizar la secularización
inleriori/ación que ella suscitó, cf. el capítulo vi de Condicion
de Choritme moderne, París, Presses Pocket (Agora), 1983.
2 Apoyando tal tesis, Hannah Arendt cita a menudo a
Tertuliano: “Nada nos es más extraño que los asuntos hu
manos”. Sobre el acosmismo cristiano, véase Condition de
Vhomnie moderne, cap. 11.
3 Ibidem, p. 99.
como la mundanización de esquemas en otro tiem
po religiosos, el geslo de Agustín consistió en des-
mundanizar o en espiritualizar esquemas antaño
políticos. Transfirió la concepción romana del vi
vir juntos en el más allá, a la Ciudad de Dios fu
tura donde los santos vivirían en compañía de otros
santos en el estado de redención. Así, escribe
Hannah Arendt, la “‘naturaleza’ humana queda
ba ligada al hecho de la pluralidad de los hom
bres, postulado fundamental, entre otros, de la vida
política”.4
Sin embargo, en su calidad de institución tem
poral, la Iglesia no podía encontrar sus bases en
el cristianismo primitivo. Con el fin de fundar su
propio poder, tomó por su cuenta la noción de au
toridad, cuyo origen es más bien político que re
ligioso, aunque, más precisamente, romano. En la
política romana, la autoridad designaba una rela
ción jerarquizada entre uno que manda y otro que
obedece. Diferente de las relaciones de persuasión
que suponen un espacio de igualdad y de conduc
tas de argumentación, la autoridad ya no se con
funde con la pura imposición por la violencia: que
obedezca o que mande, la autoridad supone que
cada uno reconoce la legitimidad de su posición.
Además, la fuente de la autoridad, lo que funda
su legitimidad y el respeto que se le debe, es siem
pre una fuerza exterior, superior y trascendente al
4 Ibidem.
dominio político; a esta fuente de autoridad están
sometidos tanto quienes detentan la autoridad como
quienes la obedecen. Para los romanos, la fuente de
la autoridad, que daba al mundo su “piedra angu
lar”, su estabilidad, era un acontecimiento ubica
do en el pasado: la fundación de Roma por Eneas.
En eso, la autoridad es re-ligión, vinculación con
el comienzo situado antes de sí mismo, de acuer
do con una etimología atribuida a Cicerón. Pero
el lazo de los detentadores de la autoridad con su
fuenLe no es algo estático. Por un lado, se supone
que los que mandan por autoridad, los senadores,
mantienen un lazo directo con la fundación. Por
otro lado, el lazo con la fundación es tal que los
senadores la aumentan constantemente, perpetuan
do el efecto al difundirla de alguna manera, como
lo indica la etimología de la palabra autoridad, que
proviene del verbo augere, ‘aumentar’.
Lazo con el pasado, la autoridad garantizó allí
una tradición, es decir, la transmisión del pasado
de una generación a otra, en la forma de un domi
nio del presente por el pasado: “Mientras el pasa
do es transmitido como tradición, escribe Hannah
Arendt, construye autoridad. Mientras la autoridad
se presenta históricamente, se convierte en tradi
ción”.5 Como la autoridad, la tradición es re-ligión
cuando transmite “de una generación a la siguiente
5 Hannah Arendt.“Walter Benjamín”, en Vespolitique-s,
París, Gallimard (Tel), 1986, p. 291.
el testimonio de los ancestros, que habían sido los
testigos y los creadores de la fundación sagrada”.6
La tradición proporciona a cada generación un hilo
conductor gracias al cual los hombres pueden
orientarse en el pasado y, por ende, en el futuro.
Es una garantía esencial de continuidad, de me
moria, “escoge y nombra [...] transmite y conserva
[...], indica dónde se encuentran los tesoros y cuál
es su valor”.7 Pero la contraparte del lazo tradi
cional es que cada generación no está ligada más
que a un aspecto predeterminado del pasado. La
memoria nunca es integral, ya que la tradición
siempre ha escogido lo que se considera digno de
ser transmitido; opera una puesta en orden no sólo
cronológica, sino sistemática: “Ella separa lo po
sitivo de lo negativo, lo ortodoxo de lo herético, lo
que es importante y lo que es esclavizante de la
masa de opiniones y datos sin importancia o sim
plemente interesantes”.8 En esta misma medida,
una tradición es tanto memoria como olvido.
Gracias a Pablo, verdadero fundador de la religión
cristiana,9 la Iglesia se constituyó en comunidad de
h Hannah Arendt, “Qu’est ce que rauloritc?”, cnLa eme
de la culture, p. 163.
7Hannah Arendt, “Préface” a La eme de la culture; p. 14.
8 Hannah Arendt, “Walter Benjamín”, p. 297.
9 Cf Hannah Arendt, Remarks at the American Society
o f Chriman Ethics, Richmond (Virginia), 21 de enero de
1973, archivo Hannah Arendt, Washington, Library of Con-
gress, caja 77.
creyentes al reemplazar el acontecimiento fundador
de la creación de Roma por la “la vida, el nacimien
to, la muerte y la resurrección de Jesús”.10 Este acon
tecimiento era a la vez un pasado que ocurrió real
mente, en el que los Apóstoles habían sido los
testigos, y una instancia de mediación por donde in
tervenía lo divino en los asuntos seculares y munda
nos de los hombres. Remitirse al destino de Jesús
equivalía a ponerse en relación con la fuente de la
autoridad. Los fieles debían entonces obediencia a
aquellos que estaban directamente enlazados con
dicho acontecimiento. En eso, la Iglesia, como co
munidad de creyentes, estaba estructurada de manera
jerárquica y retomaba la tradición política romana.
Pero la Iglesia era una institución política en
otro sentido. Al emplear aquí la palabra político,
Hannah Arendt no tiene a la vista un análisis de
la política de los papas. Esta noción remite a la
♦
6 Ibidem, p. 31.
7 Ibidem, p. 46.
8 Maimónides, Guía de los perplejos, citado por Michael
Walzer, De VExode á la liberté\ p. 71.
b) La Alianza y la Ley como mandamiento
Rechazo de un estado de cosas anterior, la libera
ción tiene sobre todo un sentido negativo, y no es
suficiente para entender la libertad “en el sentido
positivo de establecimiento de una [...] realidad es
table y tangible”, la de un cuerpo político que tie
ne la consistencia de su Ley fundamental. En la
Biblia, la ley mosaica es quien cumple esta fun
ción, y su elaboración difiere mucho de la elabo
ración romana. Para los romanos, la fuente de
autoridad es la fundación de Roma, a la cual está
ligada la institución política del senado; pero ellos
no conciben la ley en términos de autoridad. No
más que el nomos griego, la lex romana no es de
origen divino. No es contemporánea de la funda
ción de Roma, pero designa un vínculo entre las
cosas o copartícipes que es necesario reunir. La
lex romana es del orden del tratado entre partidos
anteriormente enemigos y destinados a partir de
ahora a la coexistencia. En la Biblia, en cambio,
al menos ante la interposición de Moisés, el acon
tecimiento fundador es la fuente de la legitimidad
de la Ley, de modo que la Ley misma está investida
de autoridad. Con más precisión, la Biblia inven
ta aquí un dispositivo que es una verdadera inno
vación política. Hannah Arendt subraya que la Ley
extrae su legitimidad de una “fuente de autoridad
trascendente, es decir, de un origen que debe es
34v
tar más allá del poder humano”.9 Alo que hace
falta agregar que la fuente trascendente no cons
tituye autoridad más que en la medida en que ha
estado enlajada a un compromiso humano, el to
mado por todo el pueblo en el Monte Sin ai: “En
tonces todo el pueblo entero respondió a una, di
ciendo: ¡Nosotros haremos todo cuanto ha dicho el
Señor!” (Exodo 19, 8). Los hombres con los cua
les Dios hace alianza son ya libres e iguales, abs
tracción hecha de las antiguas jerarquías.10 En eso,
como subraya Spinoza, el desposeimiento de su
derecho por parte de los hebreos en favor de Dios
es tal que “como en una democracia, [...] todos en
virtud de este pacto permanecieron completamente
iguales”.11 Dios se dirige a cada uno, como si el
esclavo hubiera sido transformado en una perso
na susceptible de comprometerse y de prometer.
Pero la igualdad que porta la Ley, que es también
el legado de los judíos a la civilización occiden
tal, remite a una cierta concepción de la justicia
fundada en la idea de humanidad que supone, se
gún Hannah Arendt, “la igualdad original e incon
9 Hannah Arendt, Essai sur la révolution, París, Gallimard
(Tel), 1985, p. 280.
10 Cf. Michael Walzer, De VExode a la liberté, p. 93.
11 LSpinoza, Traite théologico-politujue* Parí.svGarnier-Flam-
marion, 1965, p. 283. Es precisamente -continúa Spi
noza—esta igualdad la que los asustó y los incitó a transfe
rir a Moisés “su derecho a consultar a Dios y a interpretar
sus edictos”.
dicional de todos aquellos que tienen rostro huma
no”.12 La justicia no es, en el sentido griego, una
norma universal anónima e increada en la que se
inspiran las leyes: ella está directamente inscrita
en la Ley, modera de entrada la caridad mediante
la acción de tomar en consideración al tercero, se
gún el planteamiento de Hermann Cohén, autor di
rectamente inspirado en la tradición bíblica:
La justicia permanece, con la constitución jurídica,
en el fundamento absoluto del Estado y de toda co
munidad social de la cual ella es el principio más
elevado. Por eso es característico que los profetas
invoquen el apoyo del derecho de los pobres y no
el amor y la piedad sino la justicia.13
Existe, según Michael Sandel, una tensión interna
a la teoría del consentimiento que ha dado lugar a
interpretaciones que están en competencia, unas
haciendo depender la obligación del consentimien
to, otras insistiendo en la independencia de la obli
gación respecto del contrato, no siendo la Alianza
por otra parte un contrato, ya que aquello a lo que
se ha propuesto consentir preexiste al consentimien
12 Hannah Arendt, “L’éloquence du diable”, en Auschwitz
et Jérmalem, París, Tierce, 1991 „ p. 34. Para la noción de
justicia, nos permitimos remitir nuevamente a nuestra obra
Hannah Arendt, une Juive. Expérience, politique et histoire,
París, Desdée de Brouwer, 1998, pp. 352 y ss.
1:5 Hermann Cohén, Religión de la raison tirée des sources
dttjtidaisme, París, PUF, 1994, p. 595.
to.14 De acuerdo con Hannah Arendt, son los pu
ritanos los que han interpretado ese “pacto entre
Dios e Israel” como un don de la Ley de Dios, que
Israel “aceptaba respetar*.15 Si, por su parte, ella
caracteriza la obediencia dada en el Sinaí como
una obediencia requerida “independientemente del
consentimiento [de los hombres] o de sus acuerdos
mutuos”, es porque busca poner a la luz la concep
ción inédita de la ley como mandamiento al cual los
hombres deben obediencia, sin un equivalente en
la antigüedad griega y romana, y que dio “el mo
delo en el que los hombres de Occidente extraje
ron la quintaesencia de todas las leyes”.16 Ante el
abismo de la libertad y la tarea de la fundación, la
tradición judía no postulaba el anclaje de la socie
dad humana en un rey-faraón divinizado, sino en
un Dios creador y legislador. Un Dios invisible, fue
ra del tiempo y de su creación, un Dios que habla
y que demanda ser escuchado.
Pese a ser una dimensión poco explorada del pen
samiento de Hannah Arendt, la cuestión de la Ley
es central en su reflexión, ya que ésta se encuen
tra en el centro del fenómeno totalitario, cuya des
mesura se despliega al mismo tiempo que prohíbe
14 Michacl J. Sandel, “Covenant and Consent”, cu The
Jewish Political Tradkion, vol. I: Authority (Michael Walzer,
Menachem Lorberbaum y Noam J. Zohar, eds.), New Haven,
Yale Univcrsity Press, 2000, pp. 30 y ss.
15 Hannah Arendt, Essai sur la révolution, p. 253.
1(1Ibidem, p. 280.
la distinción entre la ley y el hecho, la distancia en
tre la legalidad positiva y las normas de justicia. Al
quebrantar la estabilidad necesaria de las leyes
frente a la inestabilidad humana, el totalitarismo
transforma la ley en una ley de movimiento, aca
rreando a los hombres masiñcados sin solicitar su
acción ni su juicio. En la tradición occidental, gene
ralmente, se confía la medida a la ley, pues ésta
tiene por papel limitar la acción de los hombres. Por
lo tanto, su fuente no podría ser la acción humana
misma, sino que debe ser exterior al dominio pú
blico. De ahí la confusión, según Hannah Arendt,
de la Declaración de los Derechos del Hombre, que
señalaba que
A partir de ese momento el Hombre, y ya no el man
damiento de Dios o las costumbres de la historia,
serían la fuente de la Ley. [...]
Como los Derechos del Hombre habían sido decla
rados “inalienables”, irreductibles y no deducibles
de cualquier otro derecho o ley, no era necesario in
vocar una autoridad cualquiera para establecerlas:
el Hombre mismo era fuente de ellos al mismo tiem
po que su meta suprema.57
Confusión tanto más molesta cuanto que la ley se
guía siendo un mandamiento, que emanaba ya no
17 Hannah Arendt, “L’impérialisme”, en Les origines du
¿oiatitarisme. seguido de Eichmann á Jérusalern, París, Calli-
mard (Quarto), 2002, p. 591.
más de Dios sino de la soberanía. Así, la cuestión
de la autoridad de la ley, que es la de la autori
dad de su fuente, tiene un carácter eminentemen
te aporético en el mundo moderno.
Si consideramos que “ser libre y actuar no son
más que una sola cosa” y que la política es la ac
ción de una pluralidad de iguales, el problema
planteado por la concepción de la ley en términos
de mandamiento/obediencia es que tal relación es
en principio no política. No se trata aquí de la
relación despótica, transferida desde el dominio de
la comunidad doméstica, donde el esclavo obe
dece al jefe, hasta el dominio público. Así como
Franz Rosenzweig, Hannah Arendt anuda la escu
cha (hóren) y el obedecer (gehóren): “En la audi
ción, el que percibe está a merced de alguien o
algo diferente”.18 Podemos considerar que es ese
nudo, esta heteronomía que testimonia una pala
bra recibida incluso antes de haber sido compren
dida, lo que hace de la Torah una ley en un sen
tido ético al mismo tiempo que político. La Torah
no hace sino constituir un cuerpo político; erige a
la vez las relaciones de poder y el comportamien
to mutuo de los individuos. Si nos referimos al
famoso pasaje del Tratado de ¿as Padres: “No leas
18 Hannah Arendt, La vie de i esprit, vol. I: La pernee, Pa
rís, PUF, 1981, p. 131. “En esta escucha obediente cae, como
primer conLenido, el mandamiento” (F. Rosenzweig, citado
por David Banoii, “Ka Tora est-elle une loi?”, Fardes, 17:
uLoi et liberté”, 1993, p. 20.
aquí grabada ¡janit] sino libertad jjerut], ya que
sólo es libre aquel que se dedica al estudio de la
Torah”, podemos preguntarnos en qué sentido debe
entenderse la libertad que se graba aquí, cuál es
la libertad dada por el yugo de la Torah. Para
muchos comentaristas, se trata de la libertad de
una existencia separada de las presiones de lo
sensible, que es la condición de la conciencia
moral. Pero la libertad será también interpretada
como una liberación en relación con el yugo de la
realeza: “El rabino Hanania ben Haqana dice:
Quienquiera que asuma sobre sí mismo el yugo de
la Torah, se libera del yugo de la realeza y del yugo
de los asuntos de este mundo; quien se libera del
yugo de la Torah, se hace cargo del yugo de la
realeza y del yugo de los asuntos de este mundo”.19
Se trata, entonces, de una libertad con respecto a la
política más que de un marco político para la liber
tad. Vemos despuntar aquí una tensión entre dos
concepciones de la igualdad: la igualdad de todos
aquellos que tienen un rostro humano, fuente de
justicia, y la igualdad experimentada en la acción
en común, central a la experiencia misma de la li
bertad. Si el judaismo se hace cargo de la necesa
ria inscripción de la libertad, no más que el cris
tianismo, puede enmarcar entonces algo parecido
1<J Los dos extractos están citados por Bernard Paperon,
“Emergence de la conscience morale et signe de la liberté”,
Páreles, 17, pp. 26 y 30.
a un “gobierno del pueblo por el pueblo”. Eso está
inscrito en los mismos términos de la Alianza, que
no es un compromiso mutuo de los hombres entre
ellos sino un compromiso entre Dios y su pueblo.
Ahora bien, pregunta Hannah Arendt, ¿qué es un
pacto donde nosotros nos comprometemos hacia
aquel a quien debemos ya nuestra existencia, aquel
con el cual estamos ya en deuda?20
17 Ibidem, p. 528.
Para aclarar este punto, podemos remitirnos a
una sesión del Jungjüdische Gruppe dedicada a la
significación tradicional de la elección. En su in
tervención, Hannah Arendt insiste sobre la aper
tura de la humanidad implicada en esta noción:
La creencia en la elección estaba tan aparejada con
la esperanza mesiánica, que los judíos quedaron li
gados, al menos en el pensamiento, con la suene de
la humanidad. Los muros del gueto, la valla de la
Ley, la separación querida o la persecución; nada
de todo eso impide al judío piadoso de ayer o de hoy,
como a un gran número de sus hermanos no piado
sos, estar ligado en el pensamiento con los pueblos
no judíos.18
29Jbidern, p. 308.
ca inmediata. Pero yo podría haber podido respon
der: la grandeza de esc pueblo vino un día del he
cho de que creía en Dios, y que creyó en El de tal
manera que su confianza y su amor por El eran más
grandes que su temor. ¿Y he aquí que en el presente
esc pueblo no creería más que en sí mismo? ¿Que
cosa buena puede salir de eso? - Y bien, en este
sentido, yo no “ amo” a los judíos y no “ creo” en
ellos; pertenezco simplemente a su pueblo, eso va,
de suyo, más allá de toda controversia o discu
sión.30
b) Emancipación y secularización:
¿hacia una “cultura para los judíos "?
Hemos mencionado antes cómo la pérdida de auto
ridad de las tradiciones rompía el hilo que relacio
na a las generaciones presentes con las generacio
nes pasadas. La tradición es a tal grado memoria,
que en la misma medida su pérdida hace que los
hombres corran peligro de olvido. Para Hannah
Arendt la época que funge como bisagra en Occi
dente es la de las Luces, donde los individuos
pretenden salir de la minoría a fin de encontrar en
ellos mismos, en su propia razón, sus criterios de
juicio, sin guiarse por las normas transmitidas por
las autoridades religiosas. Por esto la época de las
30 Hannah Arendt, carta a Gcrshom Scholem, en Gershom
Seholem, Fidélité et utopie. Esmió sur lejudaisnie conternpo-
rain, París, Calmann-Lévy, 1978, p. 224.
Luces está al mismo tiempo atravesada por un
“gran miedo al olvido”, que suscitó un nuevo in
terés por las cosas del pasado con, en un primer
tiempo, “una manía de coleccionar las curiosida
des históricas”31 rayana frecuentemente en lo ri
dículo. Desde entonces, los contenidos de la reli
gión se vuelven contenidos de cultura y adquieren
una nueva significación, independiente de la fe;
la cultura misma termina por englobar a la reli
gión. La aparición de la cultura como nuevo cam
po de aventuras intelectuales es otro aspecto del
proceso de secularización.
Sin embargo, si a veces la cultura pudo tomar
aspectos ridículos, ella es también la buena sor
presa de la secularización, una forma inédita de
relacionarse con el pasado y de garantizar el víncu
lo entre las generaciones cuando las tradiciones se
retiran. “La cultura —escribe Arendt— es por
definición secular”,32 Entendido en un sentido más
fuerte: “La cultura es [...] un fenómeno del mun
do”. Secularizar significa “transformar en presen
cia ‘objetiva’, mundana, aquello que sólo existía
anteriormente dentro del mundo”.33 Una presen
cia mundana supone una cosrdcid. una visibilidad
31 Hannah Arendt, “Creer un milieu culturel”, en La
tradición cacheée. Le Juifcommcparia, París, Bourgois, 1987,
p. 172.
32 Ihidem.
33 Hannah Arendt, “La crise de la culture”, en La crise
de la culture, pp. 266 y 267.
o una audibilidad, un aparecer. Ella compete a la
cultura en la medida en que no llama a la utiliza
ción o al consumo, sino, como la obra de arte, a la
contemplación y al juicio estético. La actitud cul
tural es el cuidado dado a las cosas desprovistas
de utilidad inmediata, la preservación o la protec
ción de su fragilidad ayudándolas a persistir a pe
sar del tiempo. La cultura, pues, viene a perpetuar
el vínculo con el pasado en lugar de las tradicio
nes, pero lo hace fuera de toda relación de auto
ridad. Así, nosotros visitamos las catedrales y
admiramos su belleza sin arrodillarnos, así leemos
la Biblia como un texto, sin considerarla necesa
riamente como una palabra efectivamente revela
da. De la misma manera, leemos a Descartes o a
Spinoza sin tener que ser cartesiano o spinozista.
Si la cultura es por definición secular, “ella requie
re una apertura de espíritu de la que ninguna re
ligión podrá jamás mostrarse capaz”.34
El proceso de secularización de la tradición cris
tiana, sin embargo, no data de la época de las Lu
ces sino del Renacimiento. Con un proceso tal, ya
considerablemente avanzado, los judíos entraron
masivamente en contacto a partir de la época de
la emancipación; en este marco intelectual ellos
abordaron la tarca de la transformación de sus con
tenidos religiosos en contenidos culturales. Según
Hannah Arendt, las condiciones de la emancipación
34 Hannah Arendt, “Creer un milieti culture!”, p. 172.
fueron tales que esta tarea no fue bien llevada a
cabo. De suerte que si la cultura es la invención mo
derna que permite luchar contra el olvido del pa
sado, la insuficiencia del trabajo de secularización
de la tradición judía la amenazaba de olvido de una
manera incomparablemente más grave que la reli
gión cristiana.
Para aclarar este punto, podemos remitirnos al
trabajo de Jacob Katz, que muestra cómo el pro
ceso de emancipación de los judíos se ha acom
pañado de una crisis de la autoridad en el interior
de las comunidades judías mismas. Cuando, en el
periodo previo a la emancipación, los judíos de la
corte comenzaron su ascenso social y el Estado
empezó a intervenir cada vez más en la vida de
las comunidades judías a fin de limitar la compe
tencia de sus jurisdicciones autónomas heredadas
de la Edad Media, la autoridad de los dignatarios
religiosos sufrió una fuerte descstabilización. La
observancia de los ritos judíos se Telajó en los me
dios judíos acomodados, se estudiaban cada vez
más las materias profanas y cada vez menos la
Torah. Y estas actitudes no hicieron más que ge
neralizarse después de la emancipación. En sí
mismos, estos comportamientos no tenían nada de
nuevo: las comunidades siempre tuvieron que ver
con transgresiones. Pero la tradición podía comba
tirlas como transgresiones, incluso como herejías,
y la mayor parte del tiempo el pecador aceptaba
las reprimendas. En cierto modo, el enfrentamiento
con la indisciplina de denos miembros podía re
forzar Ja autoridad del rabino en la comunidad. Ya
no era más así a finales del siglo xvnr. los que se
apartaban de las normas se apoyaban de ahora en
adelante en otro sistema de valores —en general,
el racionalismo de las Luces- y no se plegaban
más a los juicios emitidos por los rabinos. El nuevo
adversario no reconocía más para su vida la juris
dicción rabínica, sin por ello convertirse al cris
tianismo o querer dejar de ser judío. Katz mues
tra que los rabinos primero fueron tomados por
sorpresa: su sistema de pensamiento y de expre
sión no alcanzaba en seguida a dar sentido a un
fenómeno semejante. Ellos desarrollaron entonces
nuevas estrategias de adaptación en las que su preo
cupación por mantener la tradición debía arre
glárselas con la transformación irreversible de las
individualidades.35 Sin embargo, el entusiasmo por
las Luces, que atrajo a los judíos que escapaban de
la autoridad de los rabinos, a menudo tuvo como
efecto que muchos abandonaran en el acto y por
completo el judaismo. Se vio desde entonces soli
dificarse un distanciamiento cada vez mayor en
tre los rabinos que conservaban la gran tradición
y los intelectuales judíos que producían sus obras
en una diversidad de campos culturales cada vez
^ Jacob Katz, Hors du ghetto. Lemancipation des Juifs
en Europe, 1770-1870\ París, Hachette, 1984, pp. 155 y ss.
más importante, y en las lenguas de los estados-
nación en los que lentamente se volvían ciudada
nos. Cuando los judíos entraban en la modernidad
partiendo de otra religiosidad, de otro complejo teo-
lógico-político, no se asistía tanto a un “proceso de
secularización en relación con su propia herencia”,
como a una identificación de la secularización con
la cultura no judía. Ciertamente, recuerda Hannah
Arendt, el nacimiento de la Wissenschaft des
Judentums ha procedido del gran miedo al olvido
de las obras espirituales del pasado. Pero, reto
mando en esto el juicio de Scholem sobre esta
escuela histórica, Arendt estima que ella no alcanzó
más que “una erudición disecada y muda única
mente por la preocupación de la conservación”.36
La verdadera secularización, el interés por las
obras de la tradición en términos de cultura, sólo
puede ser concebida en una relación viva, es de
cir —en el sentido en que lo entendían los huma
nistas del Renacimiento—, en los términos de un
diálogo exento de toda relación de autoridad, que
recoja los tesoros de la tradición, pero sin aceptar
todas sus ramificaciones. Una relación entonces
libre aunque con estos tesoros, y libre también de
restituirle su lugar a las obras surgidas del judais
mo y que “han entrado o entran en conflicto con
la ortodoxia judía”.37
36 Hannah Arendt, “Creer un milieu eidturel”, p. 173.
37 Ibidem. p. 176,
En este texto escrito en 1947, a petición de Eliott
Cohén, el fundador de la revista Commenrary,
Hannah Arendt hace un llamado que nace de un
deseo suyo, el establecimiento no de una cultura
judía, sino de “una cultura para los judíos”; es de
cir, de un medio cultural orientado hacia el cuida
do de los monumentos del pasado e igualmente
hacia la producción de obras con vocación univer
sal. Si menciona como precursores de tal cultura a
los “escritores yidish de la Europa del Este”, pro
pone un programa de reapropiación intelectual de
la “gran tradición religiosa y metafísica posbíblica”,
en la perspectiva de “componer con ella a expen
sas de nuevos elementos en nuestros propios térmi
nos”.38 Si podemos sorprendernos de que semejante
tarea le parezca puramente programática, como si
aún no hubiese habido nada por ese lado, el juicio
de Hannah Arendt podría sin embargo llevar nos a
considerar desde su perspectiva los proyectos de
fdósofos que, en el siglo xx, sobre todo en Alema
nia y en Francia, han tenido como preocupación
traducir lo que les importaba de esta tradición en
la cultura occidental: Hermann Cohén, Eranz Ro-
senzweig, Walter Benjamín o Emmanuel Levinas.
Cualquiera que sea el grado de religiosidad de unos
u otros, sus obras acogen contenidos tradicionales
judíos en la fdosofía, de una manera que escapa a
la tradición, en la medida que son obras que no se
38ibidem, p. 175.
dirigen a nosotros desde una posición de autoridad,
sino con las cuales nos incumbe entrar en relación
de manera crítica, es decir, viva.39
m
Semejante confrontación es aún más pertinen
te que, como Gérard Bensussan lo observa justa
mente, la de Hannah Arendt, siempre vigilante del
riesgo que amenaza a la política de “autoinstituirse
como instancia falsamente trascendente”, que es
también “siempre cuidadosa de dar razón del ‘ser-
eon lo diverso' [...y] nunca cae [...] en un inmanentis-
mo desconsiderado, en un relativismo sin orillas
que en todas partes sólo divisaría la positividad vi
sible” 2 Al igual que Rosenzweig y Levinas, Arendt
es consciente de la tiranía potencial de un políti
co cerrado sobre sí mismo y que, al haber soltado
las amarras con relación a la trascendencia, esta
ría tentado de volverse absoluto. Pero, según Jean-
Frangois Rey, el pensamiento de Hannah Arendt
no es suficiente para garantizar nada contra seme
jante riesgo. Ya que, incluso si es importante que
“un pueblo paria que, por su situación, está dota
do de una moral de estructura dualista [pueda] te
ner acceso al \sermis communis'n? laalteridad del
paria —que recoge la tradición ética del judaís-
1998, pp. 152-177, y Jean-Frangois Rey, La mesure de Lhom
me. Uidée d'humanité dans ¿a philosophie dEmmanuel
Levinas, París, Michalon, 2001.
2 Gérard Bensussan, “Hannah Arendt, Franz Rosenzweig
et le judaisme”, pp. 173 y 177.
3 Miguel Abensour, “Le sionisme en , Esprit {6):
“Hannah Arendt”, junio de 1985, citado por Jean-Frangois
Rey, La mesure de Ihomme. L idée d'humanité dans la phi-
lasophie dEmmanuel Levinas, p. 297.
mo—no sabría ser reabsorbida en el sentido co
mún político. Según Levinas, “al contrario, mante
ner la acogida del apátrida como preocupación ética
es aquello que orienta a lo político”.4 Por necesa
ria que sea, la institución política de la comunidad
—para Rey, fiel a Levinas, el Estado—pone siem
pre en segundo plano la singularidad irreductible
del hombre. Para Levinas, el Estado debe recor
dar que la justicia de la que es garante, se anuda
con la epifanía del rostro, su límite y su origen.
Es importante que el Estado llame a la vigilancia
de las personas, a la responsabilidad del uno-para-
el-otro, ordenando a cada uno que su deber domi
ne su derecho. Aquello que manda en la Ley, es
el Otro, cuya exigencia es de aquí en adelante mo
derada por la toma en consideración del Tercero.
Ahora bien -y en eso reside la irrupción de la
fuente hebrea en la tematización griega- el Otro
me llama, me elige, antes de toda libre decisión
de mi parte. Que la Ley sea dada en el Sinaí so
licitando un consentimiento hacia lo que no es
discutible o negociable —es decir, susceptible de
ser puesto en el centro de un espacio y de un de
bate públicos- garantizaría entonces la no cerra
zón de lo político sobre sí mismo. Para que en una
sociedad valga una dimensión de la Ley como tal,
hace falta que la autonomía, la capacidad de dar
se a sí mismo su propia ley, esté abierta a la he-
4 Jean-Fran^üis Rey, La mesure de. ihomme; p. 297.
teronomía, el respeto del Otro de donde procede
la Ley.5
Pero la reflexión a partir de las fuentes judías
encuentra también un abrevadero en una reinver
sión de la idea mesiánica. En su crítica a la seudo-
5 Este argumento -que apunta al corazón de las dificul
tades del hombre moderno—es común a varios autores. Ci
temos, entre otros, a Benny Lévy para quien la visión políti
ca del mundo fundada sobre la autonomía humana como
capacidad de autolegislación procedería del olvido de una
palabra más originaria que garantiza una altura, y por allí
un alto, impuesto al todo-poder humano. Es esta palabra ori
ginaria —reemplazada por un político-pastor a imagen de
Moisés—cuyo garante sería la tradición judía icf. Le meurtre
du past.euT. Critique de la visión politique du monde, París/
Lagrasse, Grasset/Verdier, 2002). Citemos también a Adam
B. Seligman, quien, en su crítica al liberalismo político fun
dado sobre el concepto de un individuo orientado hacia la
satisfacción de sus intereses propios y entrando en un pro
ceso de negociación-mercadeo incesante con los otros, re
cuerda la imposibilidad de tal sistema para concebir la dimen
sión de autoridad que es necesaria a la ley. ¿Cómo postular
lo no negociable, los límites morales por ejemplo, en ausen
cia de una trascendencia, este “otro plenamente generalizable
[que existe...] más allá de todas las construcciones sociales
posibles, más allá de toda negociación” {Modernitys Wager.
Authority, the Self, and Transcendence, Princeton, Princeton
University Press, 2000, p. 56)? O además Catherine Chalier:
esta “voz del Bien [...] entretiene las vidas precarias de los
hombres de un más allá de la política y denuncia la pérdida
del sentido de la trascendencia como eso mismo que, orillan
do a los sujetos a sí mismos y a la estrechez de su yo mor
tal, los condena a la falta de todo polo de orientación, polo
sin embargo necesario para juzgar el bien y el mal, por ejem
plo” {Lhistoirepromüe, París, Cerf, 1992, p. 53).
secularización, Hannah Arendt capta bien hasta
qué punto el mesianismo se envilece; cuando se
vuelve “teleología (progreso, dialéctica)”.6 Sin
embargo, ella está poco inspirada por el lado escato-
lógico del mesianismo que, suponiendo un tiem
po discontinuo, mantiene en todo momento una
apertura del presente al imperativo de justicia. No
se trata aquí de la inscripción de la justicia en el
texto de las leyes, sino de la movilización de sin
gularidades que interrumpen lo político en nom
bre de un irreductible no negociable. Gérard Ben-
sussan interpreta en este sentido la exterioridad
radical, la eternidad extrahistórica del pueblo ju
dío según Franz Rosenzweig. La referencia acós-
mica a la eternidad no significaría en modo algu
no una “actitud de falta de compromiso respecto
al mundo, sino que elaboraría, a partir de cierta
experiencia de la exterioridad, un registro trans
político, pidiendo que sean pensadas “formas de
pasaje, de porosidad, de inspiración [...] de la po
lítica por aquello que la excede”.7 Sólo un exceso
semejante, lejos de dar lugar a una desmesura,
sería susceptible de devolver lo político a su me
dida, la medida del hombre, “la orientación de lo
político por lo humano”,8 según la bella expresión
6 Gérard Bensussan, “Hannah Arendt, Franz Rosenzweig’
et le judaísme”, p. 173.
7 Ibidem.
8 Jean-Francois Rey, La mesure de t'homme, p. 305.
de Jean-Frangois Rey. Un humano “desformaliza-
do’\ pensado como un medio humano, “utópico”, es
decir, sin inscripción, siempre por-venir. Lo huma
no es esta apertura frente a estar siempre en el
horizonte de las políticas efectivas y que requiere
no pensar al sujeto como exclusivamente guiado por
sus intereses, sino —siguiendo a Levinas—de pen
sarlo como expuesto ante el otro, que lo llama des
de lo alto de su debilidad y de su miseria.
Para Hannah Arendt, tanto como para Franz Ro
senzweig y Emmanuel Levinas, la cuestión del lí
mite de lo político, de su apertura, es central. Pero
el hecho de que, según Arendt, “el lugar metafí-
sico de Dios ha quedado vacío”, el hecho de que
la autoridad de las tradiciones se ha perdido irre
mediablemente, que nuestro mundo está sin garan
tía, que la secularización es irreversible, todo eso
también es central. Su pregunta podría entonces
formularse así: ¿qué es de la altcridad que preser
va lo político de una cerrazón sobre sí mismo,
cuando ella ya no está garantizada por la relación
con uno más alto? ¿Una alteridad puede estar se
parada de la altura sin ensombrecerse en el más
romo de los pluralismos? Cuando se interpreta el
pensamiento político de Hannah Arendt a partiT de
la idea de centralidad de la ciudad o de lo político,
que induciría a considerar siempre sus márgenes
desde el punto de vista del centro —y luego mar
ginando lo judío en provecho de lo griego—, ter
minamos por rebajarla al Estado. Entonces se pasa
de largo, me parece, el esfuerzo a contracorriente
de Arendt de pensar lo político primero como ac
ción, como actualización de la natalidad, de la
capacidad humana de comenzar. De allí, Hannah
Arendt es conducida a considerar que lo político
mismo, salvo en los momentos revolucionarios, sólo
coincide raramente con lo que se juega efectiva
mente bajo el nombre común de política. Casi se
podría decir que lo político es aquello que está en
posición de interrumpir lo no político o lo antipo
lítico, que son aquello en lo que se convierte, la
mayor parte del tiempo, eso que se trama bajo el
nombre de política. En lo político mismo reside la
utopía, la alteridad, el principio de apertura, aquel
que se invita sin embargo a la mesa de los huma
nos cuando “comienzan a crear este espacio público
entre ellos donde la libertad [puede] aparecer”, que
es, en Hannah Arendt, una interpretación de esas
palabras de René Char que ella cita inmediata
mente después: “A todas las comidas en común,
invitamos a sentarse a la libertad. El lugar perma
nece vacío, pero el cubierto queda puesto”.9 Sólo
las palabras son susceptibles de garantizarnos,
frente al olvido del sentido originario de la políti-
0 Hannah Arendt, “Préface* a La eróse de la culture. Huir
exercice.s depenséepolitigue, París, CaJIimard (Idees), 1972,
p. 13.
ca, si es cierto que “lapolis griega seguirá estan
do presente en el fundamento de nuestra existen
cia política, en el fondo del mar, tanto tiempo como
tengamos en nuestra boca la palabra política”.10
¿Tal sentido es, por lo demás, tan extraño a la
tradición judía? Frente a semejante pregunta, al
gunos puristas sin duda estarían dispuestos a re
nunciar a la libertad en el sentido de la polis, tal
como se ha inventado en la Atenas de Clístenes
en nombre de una fidelidad a la tradición política
hebrea. Se los podría remitir entonces al artículo
de Shlomo Pines, “Los avatares del término liber
tad”, en el cual el autor parte de la constatación de
que, en el texto bíblico, la palabra libertad (jufshah)
es un término de derecho privado que designa el
procedimiento de liberación de un esclavo. El pue
blo de Israel ha “salido” de Egipto» ha sido “salva
do” o “redimido”, pero en ningún lugar está escri
to que ha sido “liberado”. El régimen surgido de la
Alianza, en el cual Dios gobierna al pueblo, tam
poco ha sido explícitamente nombrado régimen de
libertad. Sin embargo, la Haggadah de Pascua
habla en estos términos y prescribe celebrar el
milagro de la “salida de la esclavitud a la libertad
jjerútj! La presencia de tal vocabulario tan profun
damente anclado en la memoria judía es caracte
rístico, según Pines, de uno de los préstamos más
10 Hannah Arendt, “Walter Benjamín”, en Viespolitiquea
París, GaJlimard (Tel), 1986, p. 304.
fructíferos de una noción grecorromana: la libertad
en el sentido precisamente político. En efecto, en
tre finales del siglo i antes de la era cristiana y el
siglo II de esta era, es decir, en un período de re
sistencia contra los romanos, el relato del Exodo
es reinterpretado por Flavio Josefo en términos de
liberación y el régimen político donde sólo Dios
-y ningún hombre- es reconocido como amo, es
designado como un régimen de libertad. Según
Shlomo Pines, “la aclimatación entre los judíos del
concepto de libertad es un acontecimiento excep
cional que no tiene equivalente en los otros pue
blos orientales”.11 No sin ironía, Pines señala en una
nota que “los ejemplos míticos e históricos” a los
que se recurrió en el contexto de las guerras de in
dependencia del Estado de Israel fueron “tomadas
fundamentalmente de los escritos de Flavio Josefo,
que pertenecen fundamentalmente a la tradición
judeo-helenística, la cual ha sido expulsada de la
tradición judia”. Sin embargo, los avalares del con
cepto de libertad fueron tales, que este término re
tomó en ciertos judíos, provocando un profundo des
garramiento entre ellos y su comunidad de origen.
El cristianismo —Pablo en particular— dio a la
libertad el sentido de una liberación respecto al
yugo de la Ley misma. Frente a esta amenaza, los
rabinos insistieron en el parentesco entre la pala-
n Shlomo Pines, La liberté dephilasopher. De Maimonide
áSpinoza, París, Desclée de Brouwer, 1997, p. 55.
bra jaría (grabado) y la palabrajerúi (libertad): sólo
es libre aquel que se apega a la Torah.12 La auto-
interpretación en términos tomados de otras tra
diciones es un movimiento interno a la tradición
judía misma, pero fue sentido como peligroso en
la medida en que, a partir de un movimiento se
mejante, se ha efectuado históricamente una sali
da del judaismo. Se trataría entonces de pregun
tarse: ¿cómo ser a la vez judío y libre, en el sentido
político del término?
Pero desde que despuntó el redescubrimiento
del sentido humano de la actividad política, la pre
gunta de la medida de lo político se planteó in
mediatamente, en los términos que Etienne Tassin
reconstituye, como lo más cercano al cuestiona-
miento de Hannah Arendt, al resultado de sus tra
bajos sobre el totalitarismo. Se trata para ella de:
exhibir en su tenor de sentido y su potencia de ver
dad la dimensión eminentemente política de la exis
tencia humana en razón del lugar reconocido al ac
tuar, pensando en la medida de lo político , en su
límite intrínseco, que preserva al mundo de los efec
tos devastadores de una perversión de lo político que
lo metamorfosea en dominación total.13
12 Ibidem., p. 86.
13 Etienne Tassin, Le trésorperdu. Hannah Arendt et Vin-
telligence de Vacilónpolitique, París, Payot & Rivages, 1999,
p. 260.
Al meditar en la experiencia de las revoluciones
modernas, americana y francesa, Hannah Arendt las
considera los momentos cruciales donde la necesi
dad de un absoluto, de una fuente trascendente a
la nueva ley, se hace sentir, justo cuando ningún
absoluto sabría elevarse a la altura del absoluto
divino. Ahora bien, más que laicizar la antigua idea
de la ley como obediencia, o de poner al hombre
en el lugar de Dios, Hannah Arendt indica una vía
que le inspira su reflexión sobre la concepción ro
mana de la ley Sin cuestionar la inscripción de la
justicia en el enunciado de la ley, se trataría de
disociar la idea de ley de la idea de soberanía y
luego de mandamiento. La fuente de legitimidad
de la ley no sería más un absoluto no político exte
rior a los asuntos humanos, sino que residiría en los
acuerdos mutuos, horizontales, entre los hombres,
en tanto que reposan sobre la más alta de las fa
cultades humanas, la facultad de prometer. La ley
nos ligaría hacia atrás sin ser soberana. Estaría
mos siempre en la apertura de los compromisos to
mados antes de nosotros. No se trata aquí de decir
que los hombres podrían por su voluntad discutir
las convenciones morales, sino que la ley, en la dis
tancia que guarda respecto de los hechos, habría
de orientarse según las normas del bien y del mal,
no implica necesariamente que ha de ser concebi
da como mandamiento del soberano. En un tiempo
en que los lazos entre lo político y lo religioso se
han desanudado, la forma moderna de la política
es la promesa; es por esto que ella no tiene garan
tía. Como lo escribe Claudia Hilb: “En las ambi
güedades de la promesa —de su indecidibilidad
entre constatación y perfonnatividad, de su tensión
hacia un porvenir siempre incierto- pueden ser
leídas las dificultades de la política moderna, fun
dación de un orden cuyo fundamento no puede ser
dado fuera de la acción que la instituye”.14
Sobre tal punto, la Biblia misma no era muda.
¿Acaso no nos ha legado la figura de Abraham, “el
hombre de Ur en Caldea cuya historia tal como la
cuenta la Biblia da testimonio de tal pasión por las
alianzas que lo creeríamos salido de su país con
el único objetivo de probar en el vasto mundo el
poder de la promesa mutua, tanto y tan bien que al
final Dios mismo convino en hacer alianza con él”?11
Abraham no es un profeta, no predice nada, no con
vierte a nadie. Abraham es un “comenzante”: con
él nacen una nueva familia, una nueva tribu, nue
vas relaciones con los extranjeros. En tanto que
“comenzante”, no deja de contratar con Dios, con
cada una de sus mujeres, con cada uno de sus
hijos, pero sobre todo con los reyes y los pueblos
14 Claudia Hilb, “Intr a-muros. Y-a-t-il un monde sans
promesse?”, Les cahiers de phüosophie, 15-16 : “Le monde.
De la phénoménologíe a la politique”, invierno de 1992-
1993, p. 187.
15 Hannah Arendt, Conduion de Lhomme rnod.erne, Pa
rís, Presses Pocket (Agora), 1983, p. 310.
de su alrededor. Abraham contrata alianzas con el
extranjero, Moisés se hace intermediario de un pac
to entre Dios y su pueblo. Abraliam es el ejemplo
de ese animal que puede hacer promesas, tan caro
a Nietzsche. Es el dueño del tiempo, no está so
metido al futuro, sino que -para retomar la ex
presión de Hannah Arendt—vela, a través de sus
promesas, por “ciertas islas de previsibilidad [...]
en las cuales preparará el terreno con seguridad”.16
16 Ibidem, p. 311.
I n t r o d u c c i ó n .............................................................................................................5
C a p ít u l o I. R e l ig ió n , a u t o r id a d y t r a d i c i ó n .........................1 9
C a p ít u l o II. L a s c o m u n id a d e s ju d ía s
¿ERAN “ POLÍTICAS” ? .............................................................................. 2 7
1 . Los elementos políticos legados
por el judaismo a la civilización occidental........... 29
a) El Exodo: liberación y libertad..........................30
b) La Alianza y la Ley como mandamiento................ 34
2. Dos aproximaciones a la política en el judaismo.........41
a) Los rabinos y la pasión de sobrevivir...................... 42
b) La acción inspirada por la mística
y sus atolladeros.......................................................48
C a p ít u l o III. L a c u e s t ió n d e la s e c u l a r iz a c ió n ..................5 5
1. La separación entre el poder político y la fe
cristiana.................................................................... 58
2 . La secularización inacabada del judaismo............ 64
a) Secularización y seudosecularización:
la idea de humanidad...............................................65
b) Emancipación y secularización: ¿hacia una
“ cultura para los judíos” ? .......................................77
E p í l o g o ...........................................................................85
editado por el Instituto de Investigaciones Filológicas,
siendo jefe del departamento de publicaciones
G abriel M. E n r ío u e z H e r n á n d e z ,
se terminó de imprimir
en los talleres de Ediciones del Lirio S.A. de C. V.
el 12 de septiembre de 2005.
La composición tipográfica,
a cargo de Gustavo Peñalosa Castro,
se realizó en tipos Bodoni
de 13:15, ll:13y 9:10
La edición, al cuidado de las editoras,
consta de 500 ejemplares
impresos en papel Bond de 60 kg.