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LOS LÍMITES PLANOS Y REDONDOS DEL FÚTBOL

(…llega a fingir que es dolor el dolor que en verdad siente.)

Fernando Pessoa

UN GLOBO

ADENTRO DEL GLOBO UN LABERINTO FRENTE OTRO LABERINTO

EN EL MEDIO DE LOS LABERINTOS UN GLOBO.

Cuando jugamos fútbol nos movemos en un territorio plano como el mundo


antiguo, limitado a lo ancho y a lo largo. La altura es apenas la que podemos
alcanzar con nuestras propias fuerzas.

Afuera, alrededor del fútbol está el espacio-tiempo con todas las dimensiones
reales e imaginarias en las que estamos para oírlo, verlo y leerlo.

TESTIGO, POLICIA Y JUEZ EN UN SOLO INSTANTE.

Al principio Inventamos las reglas. Nos vestimos con banderas en forma de


camisetas y acatamos como un mandato natural de la última cena jugar con once
por equipo y no con doce (“Alguien entre ustedes no jugará el domingo…”)
entonces nos toca ir al banco y mirar.

Las líneas demarcan los límites de la cancha. Afuera no hay juego. Hay momentos
fugaces en los cuales sin salir de la cancha estamos fuera de juego. Cuando
rebasamos un límite ético nos pueden expulsar. ¿Y la mano, qué es la mano? En
parte es límite y en parte no.

Al brazo, o a la acción de tocar deliberadamente el balón con cualquier parte del


brazo lo llamamos “mano”. La idea de no utilizar la mano para jugar, hace que
exista el balompié con todos sus recursos potenciales. Un personaje especial
puede utilizar libremente sus extremidades más hábiles. Es la excepción con
guantes. Después de las reglas nació el cabezazo y la parada de pecho. Por años
desarrollamos todas las habilidades. Cuando ya no podíamos correr transmitimos
estrategias y tácticas a las nuevas generaciones. Vinieron el negocio y la política
como siempre a multiplicar las piezas que un dios detrás de dios mueve, y tal vez
llegue el siglo en que le entreguemos todo el fútbol a la inteligencia artificial.

Ahora estamos tratando de convertir en un dios tecnológico a la antigua trinidad


omnisciente que apareció no solo para castigar las manos indebidas, sino también
las patadas que eran tan comunes y corrientes cuando jugábamos el fútbol
primitivo; aparecieron los castigos, las transgresiones y las prohibiciones. Buena
parte del juego consistía en interrumpirlo. Tuvimos que inventar los saques de
banda (para hacerlos con las manos pero desde afuera de la cancha) y el tiro de
esquina. Pero tirar el balón afuera no es la única manera de interrumpir el juego;
están las infracciones. Podemos pegar una patada que no duela mucho para
interrumpir un partido, o dar un empujoncito, o hasta en un caso extremo podemos
usar la mano con gran utilidad.

¿Que no se pueden usar las manos ni hacer zancadillas para jugar fútbol? Tan se
puede que lo hacemos constantemente y con permiso negociado. Una infracción
cambia el rumbo del partido porque interrumpe la jugada, ganamos tiempo,
evitamos el peligro o salvamos un gol. El castigo del tiro libre directo o del penalti
o de la amonestación o de la expulsión es el precio que pagamos y no siempre
nos disuade de meter la mano como si fuera la pata o la pata como si fuera… la
pata. Y para colmo todos sabemos que muchas veces la mano se va sola hacia el
balón y muchas el balón va hacia la mano. La mano y el balón se quieren. Y por
otro lado si no vemos la mano o la falta, es como si no hubieran ocurrido.
Hacemos pases con el pie como con la mano, hacemos goles con la mano como
con la cabeza.

Las diestras y siniestras manos nuestras fueron siempre lo que por su supuesta
prohibición define y le da forma al juego. En resumen, las manos siempre están
presentes y son necesarias. Está claro que dentro de la cancha la mano existe
para que exista la guillotina…perdón, la pena máxima.

LOS FAVORES NO SE EXIGEN. LOS FAVORES SE AGRADECEN.

La imaginación desborda la prescripción. Hacemos cosas que no están escritas.


Qué tal que todo estuviera en el reglamento. Hay infracciones notorias que no se
sancionan quien sabe por qué. Si el empate sirve a los dos equipos dejamos de
atacar sin necesidad de hacer ningún arreglo. Son conveniencias del propio juego
diferentes al soborno. Siempre hemos dado empujones, patadas y zancadillas que
solo sentimos como una víctima que no debe llorar porque sabemos hacer lo
mismo. Disimuladamente perdonamos y después… La costumbre hace ley. En los
potreros hicimos un reglamento de picardías que todavía quiere ser parte del
juego a pesar del cada vez más vigilante ojo de los satélites que difunden nuestras
acciones para que las veamos en cualquier parte y las repitamos. Si lo miramos
con calma desde afuera, imparcialmente, un habilidoso túnel es más valiente que
una patada, pero si nos hacen uno en la cancha nos da rabia y algo intentamos en
represalia, no precisamente otro túnel. Vamos y le damos la patada a nuestro
humillador y la trinidad mira para otro lado o no ve ciertas cosas. A veces le da por
hacer justicia compensando y olvidando la verdad. Solo lo que la trinidad ve, vale.
El reglamento no dice nada sobre amague. La habilidad es engaño, y el engaño es
parte del juego ¿Hasta dónde? el límite del engaño presiona más allá. ¿Pero
conocemos todos los reglamentos paralelos? Hay prescripciones tácitas y
polémicas sobre muchas cosas geométricas, estratégicas, tácticas, estéticas,
políticas y éticas. Que línea de cuatro o de tres, que juego horizontal o vertical,
que ataque o defensa, que individualismo o colectivismo, que belleza o concepto
(jugar bonito o feo), que DT(dictadura técnica) o DP (adivine), que simular o ...y
muchas más parecidas al mundo de afuera, o las mismas del mundo de afuera, o
con la total injerencia del mundo de afuera. No protestamos por la injusticias sino
cuando perjudica nuestros intereses. La simulación de juego limpio enmascarando
faltas la hemos hecho siempre. Pero ahora con las cámaras y el “Fair Play” parece
que estamos modificando los reglamentos tácitos paralelos. Exigimos juego limpio
y no lo agradecemos. Y la picardía nos hace hasta simular y retorcernos de dolor
falso para detener una jugada de gol. Y si respondemos con un gesto de
verdadero juego limpio en una semifinal trascendental, varios países educados
nos censuran…

Y seguiremos inventando hasta que el fútbol se vuelva otra cosa.

¿QUIÉN SE COMIÓ EL MEJOR GOL DE TODOS LOS TIEMPOS?

¿Qué es eso de todos los tiempos en el fútbol? ¿Dónde están los tiempos de la
ilusión por ganar, el tiempo que pasa veloz al ir perdiendo y muy lentamente al ir
ganando, los tiempos del pudo haber sido y no fue, los tiempos de la memoria y el
olvido de espectadores, oyentes y lectores, los tiempos que se queman o se
gastan cuando se detiene el partido o el tiempo de adentro de la cancha devorado
por el tiempo de afuera de la cancha?

No sabemos cuánto futuro tiene el fútbol. Su prehistoria es toda la historia de la


humanidad. Su historia abarca apenas un siglo y medio. Una carrera profesional
no dura más de veinte años. Cada torneo se nos lleva semanas o meses. Nos
agotamos durante los noventa minutos que necesitamos para conservar el arco en
cero y podemos ganar con un gol hecho en uno cualquiera de esos noventa
minutos. (Los quince minutos de meditación en la mitad de los noventa son un
paréntesis en el que se detiene el reloj, no el tiempo). El inasible instante en que
parte el pase es el mismo instante del fuera de juego.
Esos son los tiempos que tenemos y que se nos escapan. El esfuerzo real está en
cada jugada y en cada partido que estamos jugando. El fútbol nace y muere en los
noventa minutos reglamentarios. Cuando se nos acaba la energía hay que
renovarla para el partido siguiente. Pero en el partido siguiente ya somos otro
equipo (¿Heráclito por aquí?).

Afuera de la cancha miramos lo que sucede adentro y escuchamos la descripción


de lo mismo que vemos. Y mientras tanto hablamos y gritamos y discutimos sobre
quién se comió la mejor naranja de todos los tiempos.

LA SUMA DE CEROS Y LA CAUSA ESENCIAL.

La pregunta es:

¿Entró o no entró?

Once personas dicen “Entró”. Una sola persona dice “no entró”.

Once cámaras se abstienen de opinar porque no logran estar de acuerdo con las
once personas que dicen que entró ni con la persona que sabe que no entró.

Una sola cámara demuestra que no entró.

La abrumadora minoría le ganó a los votos humanos y tecnológicos… pero no


ganó por ser minoría pues ahora unánimemente las doce personas de esta
historia pueden ver que no entró.

Queremos que nadie meta el balón en nuestra portería. Defendemos nuestro


territorio y con el balón atacamos. Conquistamos espacio hasta acercarnos al arco
de enfrente. Con el balón avanzamos y sin él nos devolvemos. No tiene sentido
que sumemos muchas oportunidades de gol que no se logran. Un cero más otro
cero más otro cero... ¿Para qué?

¿En qué momento empieza el gol? Cada jugada que hacemos es de defensa y
ataque. Atacamos el balón para conseguirlo y defenderlo; defendemos el balón
para conservarlo y atacar. Una y Otra vez quitamos el balón, hacemos pases y
gambetas, nos acercamos al arco ¿y ahí qué sucede?

Las causas anteriores a un gol son necesarias pero la causa esencial es la última
que viene después de todas las anteriores. El último impulso al balón es el gol
mismo. Todo lo que hicimos, todo lo que sucedió es fundamental. Pero puede
ocurrir que la jugada final falle y no sea gol. Todas las causas anteriores pueden
suceder una y otra vez, sin gol.

Si desviamos el tiro final asumimos el error. Si logramos el gol asumimos nuestro


acierto. Si el tiro pega en el palo, el palo salva el gol y lamentamos la mala suerte*.
¿Somos responsables de la jugada completa? Por más que tratemos de controlar
lo que hacemos, lo que sucede se impone. En cada jugada hacemos un cálculo
aproximado. La idea puede ser precisa; la ejecución no tanto. La casualidad tiene
su parte. Hacemos un gol y sentimos que una causa desconocida nos ayuda. Una
parte la hacemos y otra nos sucede. Lo incontrolable colabora. Todo colabora
jugando de lado y lado, queriendo o sin querer. Hasta el viento colabora.

El gol comienza “esencialmente” cuando acabamos de hacerlo y comienza


“fundamentalmente” en alguno de los momentos anteriores, como por ejemplo
cuando conseguimos ganar un balón. Por más que intuyamos que una jugada va
a terminar en gol, no lo sabremos sino cuando el gol sucede. Pero en realidad la
historia empieza mucho antes.
NINGUNO DE LOS GOLES QUE HICE, LO HICE SOLO. EN TODOS LOS
GOLES QUE HIZO MI EQUIPO, YO HICE ALGO.

Podemos tener zurdas y hasta derechas geniales en el fútbol, piernas sensibles,


ágiles y fuertes para atajar, para evitar goles, para llegar al rincón de las ánimas,
para volar de palo a palo, para llegar primero al lugar donde va a caer el aire
empacado en cuero y saltar para alcanzarlo, para todo eso necesitamos piernas
dotadas y trabajadas de atleta.

¿Y los cerebros? Once cerebros de un lado y once cerebros del otro. Y por lo
menos un cerebro más por cada equipo, cerebro privilegiado que sin jugar percibe
el partido y tiene el poder de tomar decisiones no como quien mueve las piezas
del ajedrez sino un poco como quien maneja la batuta que ordena los sonidos de
una orquesta.

Nos juntamos cerebros y cuerpos para mover la única pieza del tablero. Un gran
obstáculo se nos interpone; otros once seres en movimiento hacen una compleja
barrera, una red que nos cuesta gran dificultad descifrar y superar. Atacamos a la
gente enemiga para quitarle la bola y cuando la tenemos la defendemos para no
perderla. Es la única que podemos usar para producir el valor por el que
competimos; nos une para jugar en un solo juego y nos divide para luchar en la
misma batalla. Posesionarnos con avaricia de esa bola es insuficiente, aunque
creemos que sin ella no tendríamos a donde ir.

Pero… ¿Cuál es nuestro destino? ¿Salir atravesando el laberinto opuesto que se


mueve? ¿Salir? ¿Qué salida es esa? ¿Entrar? ¿A dónde lleva esa puerta mítica,
misteriosa y hueca? Con las fuerzas de multitudes nos aliamos once en uno para
dominar una pequeña y solitaria moneda por la que circulan todos los poderes en
ida y vuelta, siempre. Y ganamos. Y perdemos.

(¿Llegará el día en el que la humanidad grite un gol?)


NOTA FINAL

* (… el palo salva el gol…) Curiosa forma de expresar un sentimiento cierto con un


hecho que no lo es. Mucho se ha escrito y soñado desde el palo que ataja hasta el
torneo apodado “Mundial” en el que hay que ganar siete partidos para vencer al
mundo entero. El fútbol crea sus mitologías espontáneamente o poco a poco; tiene
sus Homeros o Juvenales como el escritor Julio Cesar Pasquato. Pero difícilmente
le guste el fútbol a quien no haya sentido alguna vez que el palo se movió y quien
no sienta la dimensión de un mundial visto por televisión, aunque también se
inquiete con ESSE EST PERCIPI (Ser es ser percibido) de Borges, Bioy y Bustos
Domeq. A Borges no le gustaba el fútbol ni los espejos ni los nacionalismos ni las
fronteras pero vio antes que todos, lo que sería la televisión como el teatro del
futbol. ¿Y los laberintos? Claramente el fútbol es un laberinto contra otro laberinto.
Tal vez eso no lo vio, o lo confundió con un espejo y huyó.

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