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Ética profesional

Unidad II:
La alegría del amor
Contenido

Tabla de contenido
1. ¿Se puede ser feliz en este mundo? ...................................................................................................... 2
a) Oportunidades y amenazas. El tema del mal ................................................................................................... 4
b) Los miedos ..................................................................................................................................................................... 6
c) El fracaso de dos ideales modernos de felicidad: el ideal individualista y el ideal colectivista . 7

2. Hacia un desarrollo integral del ser humano................................................................................. 9


a) Felicidad y finalidad ................................................................................................................................................... 9
b) El hombre debe primero conocer el fin ........................................................................................................... 11
c) El bien como medio para alcanzar un el fin .................................................................................................... 11
d) El fin último ................................................................................................................................................................. 12

3. El aporte de las religiones ...................................................................................................................... 14


a) La felicidad consiste en un camino interior ................................................................................................. 14
b) La felicidad solo se logra en la vida en comunidad .................................................................................... 16
c) La felicidad según el Evangelio de Jesucristo................................................................................................. 19

4. Apéndice: el 3 de Septiembre ............................................................................................................... 20

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1. ¿Se puede ser feliz en este mundo?

Podemos retener, como conclusión de la unidad anterior, que los problemas éticos que
plantea el estilo de vida del hombre contemporáneo, signado por la globalización y la
tecnología, son, más que problemas, desafíos. Se trata de desafíos éticos que nos interpelan
como personas humanas, libres y con capacidad de escoger el camino del bien y la plenitud,
o el camino del egoísmo: el camino del cuidado del otro y del planeta, o el camino del
descarte del otro y del descuido del planeta, nuestra casa común. Las tecnologías son
herramientas, el mundo global es el contexto, pero las decisiones son de las personas.
Esas decisiones responden a una búsqueda que es común a todo el género humano: la
búsqueda de la felicidad. Todos
los seres humanos queremos ser
felices, aunque tengamos ideas
diferentes sobre la felicidad (y por
eso elegimos caminos diferentes
como medios para alcanzar la
felicidad). La pregunta que todos
nos hacemos es: ¿se puede
realmente ser feliz en este mundo?
En los últimos años vienen
haciéndose estudios sociológicos,
a partir de datos externos, que
muestran qué nivel de satisfacción
con su modo de vida tiene la población de un determinado lugar. Esos estudios se publican
en un informe anual: el Informe Global de Felicidad (World Happiness Report).1 Este tipo de
estudios se refiere a condiciones de vida que favorecen ser más o menos felices, según
determinados criterios de evaluación. De todos modos, se trata de resultados relativos,
porque en todas partes hay personas que se sienten más felices y otras más infelices. La
felicidad es una cualidad personal e individual, en un mismo hogar pueden convivir personas
que tengan una diferente experiencia de la propia felicidad. Sin embargo, esos estudios
tienen un fundamento en la realidad, ya que la felicidad es, en cierto modo, “contagiosa”:
hay quienes contagian alegría y un sentido positivo de la vida, como también hay quienes
contagian pesimismo.2
Al hablar sobre la felicidad, es necesario hacerse la pregunta: ¿qué es la felicidad? El
diccionario de la Real Academia Española la define como un estado de grata satisfacción
espiritual y física.3 Es importante atender a esta definición, ya que la felicidad no es algo

1
El sitio web donde se publican estos informes es https://worldhappiness.report/.
2
Según un artículo periodístico, los argentinos hemos caído en nivel de “optimismo” y felicidad en los
últimos años (https://www.infobae.com/tendencias/2022/03/22/argentina-cayo-10-lugares-en-el-
ranking-mundial-de-la-felicidad-cual-es-el-pais-lider-y-quien-es-el-mas-feliz-de-la-region/).
3
Cf. el sitio web del Diccionario de la Real Academia Española: https://dle.rae.es/felicidad.

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meramente físico. Físicamente la felicidad puede explicarse por fenómenos biológicos,


relacionados sobre todo a las llamadas hormonas de la felicidad (endorfina, serotonina,
dopamina y oxitocina).4 Sin embargo, la felicidad depende también de otros factores.
Podemos citar aquí la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud, como un
estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de
afecciones o enfermedades.
¿Es lo mismo salud que felicidad? Sin duda son cualidades que se interconectan, tienen
relación, pero hay matices que nos permiten distinguir salud de felicidad. Puede darse el
caso de personas que están enfermas, incluso transitando una enfermedad terminal, pero
que son felices a pesar de eso. Lo contrario es más difícil: una persona sana difícilmente sea
infeliz, al menos si se tiene en cuenta el concepto integral de salud (aunque sí puede darse
que una persona sana sea infeliz de modo transitorio, por alguna circunstancia que atraviesa,
por ejemplo, la muerte de un ser querido). De todos modos, queda claro que la salud hace
referencia a un estado objetivo de la persona, el bienestar físico, mental y social, y la felicidad
a un estado subjetivo, definido como grata satisfacción física y espiritual. La felicidad se trata
no solo de estar bien (eso es la salud), sino también de sentirse bien, o, dicho de otro modo,
sentirse satisfecho con lo que uno es y hace. Por lo general, quien está bien, también se
siente bien. Pero a veces parece que estamos bien, pero no nos sentimos bien. Y esto sucede
porque ese “estar bien” lo hemos entendido en un sentido parcial: podemos estar bien en
nuestra salud física (o aparentar estarlo), pero no en la salud psíquica, social y espiritual.
Para profundizar en el análisis sobre la felicidad, es conveniente poner una mirada en
algunas de las realidades más cotidianas que pueden llevarnos a la infelicidad. Hay muchos
motivos para no estar satisfecho con lo que uno es y hace. Lo importante en este punto es ir
a las raíces de esa insatisfacción. El componente espiritual-corporal de la felicidad nos ayuda
a recorrer ese camino. Comencemos por el componente corporal: hay un mecanismo
cerebral y físico que lleva al bienestar o al malestar en el ser humano, que tiene que ver con
las llamadas “hormonas de la felicidad”, de las que hemos hablado; por lo cual, si hay algún
desequilibrio de tipo biológico en esas hormonas de la felicidad, esto lleva a un malestar que
debe ser atendido. En algunos casos esos trastornos hormonales pueden ser de tal gravedad,
que llegan a provocar depresión y otros males que pueden resultar gravísimos para la salud.
Dicho en otras palabras, si uno se siente mal y no sabe por qué, y ese estado es persistente
en el tiempo, se vuelve necesario hacerse estudios médicos para detectar o descartar una
posible causa hormonal. De ahí que algunas personas necesiten restablecer ese equilibrio
hormonal con medicamentos.
Siguiendo en el plano del componente corporal de la felicidad, puede darse también ese
estado de insatisfacción por problemas transitorios que afectan al funcionamiento del
organismo, aunque la causa principal puede estar en otro tipo de fenómenos, y no en
trastornos hormonales o de componente cerebral. La mala alimentación, la falta de actividad
física, el estrés, pueden provocar trastornos corporales que repercuten en el organismo,
también en la vida hormonal, y generan un estado de insatisfacción permanente que se
traduce en infelicidad.

4
Aquí un video explicativo: https://www.youtube.com/watch?v=6x-3Qluw2Ks. Este artículo de la BBC
ayuda a entender un poco más sobre este tema: https://www.bbc.com/mundo/noticias-
39333917#:~:text=En%20este%20sentido%2C%20existen%20cuatro,%2C%20serotonina%2C%20d
opamina%20y%20oxitocina.

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Sin embargo, más allá de los trastornos hormonales y corporales, está el componente
espiritual, que cumple un papel muy importante en la posibilidad de ser feliz o no. Como
señalara Aristóteles, es el alma la que da organización y vida al cuerpo.5 También son
nuestras decisiones, que proceden del alma, las que dan organización y vida a nuestra
existencia. A veces corremos el riesgo de dejarnos llevar por la idea de que la felicidad no
depende tanto de nuestras decisiones, como de cosas que “nos pasan” más allá de nuestra
voluntad (como ganarse la lotería). Es muy importante detenerse en el componente
espiritual de la felicidad, es decir, entender que la felicidad depende principalmente de las
decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Decisiones que están condicionadas por
factores externos, pero que provienen ante todo de nuestro libre albedrío: cada uno decide
cómo vivir y cómo encarar su existencia en este mundo.
Un ejemplo notable de estos diferentes enfoques es el modo en que entendemos el amor.
Mucha gente está acostumbrada a ver el amor como un sentimiento que, así como viene,
puede irse, según nos sintamos atraídos o no por una persona. Mientras que el amor es
mucho más que un sentimiento. No es algo que queda “en la superficie”, es necesario
profundizar en la dimensión espiritual del amor, como una actitud y una decisión, que se
convierte en hábito, en virtud: querer el bien del otro, buscar el bien del otro.6 El amor-
sentimiento es muy peligroso si no va acompañado del amor-voluntad. Porque el amor-
sentimiento puede pasar, irse y regresar para irse otra vez. Si nuestras decisiones dependen
solo de un sentimiento, entonces podemos hacer mucho bien en algún momento, pero
mucho mal en el instante que sigue, abandonando a nuestros seres queridos, que no son tan
“queridos” porque el quererlos depende de un sentimiento pasajero. El abandono y la
soledad de muchas personas son el fruto de ese amor mal vivido. No hemos elegido el
ejemplo del amor por azar, sino porque justamente en el amor se concentran todas las
demás virtudes y realidades de la vida humana. Jesús enseñaba que en el amor se concentra
toda la ley de Dios (Mateo 22, 40). Nada nos da más alegría que amar y ser amados. De ahí
que la felicidad puede ser descripta como la alegría del amor.
Somos responsables de nuestras decisiones, de amar bien o amar mal. La palabra
“responsable” viene del latín, y significa algo así como que tenemos el “peso de las cosas”
sobre nuestras espaldas. No podemos eludir el peso de nuestras decisiones. Y si queremos
hacerlo, siendo “irresponsables”, de algún modo deberemos asumir, en algún momento, ese
peso de los resultados que hemos generado por nuestras decisiones. Y esto no es algo triste,
es algo muy bueno: significa que somos libres. Que podemos tomar decisiones.

a) Oportunidades y amenazas. El tema del mal

En la búsqueda de la felicidad se presentan oportunidades y amenazas. Pero no son


solamente oportunidades y amenazas externas: las más graves están en el interior de uno
mismo, en la personalidad, en hábitos adquiridos. Por eso todas las religiones y doctrinas
éticas plantean un camino de aprendizaje y de purificación para alcanzar la plenitud, la
5
Aristóteles, De anima Libro I, 1, 412 a 15-21 y b 5-6.
6
Es muy interesante, en este sentido, leer la descripción del amor como hábito espiritual que hace
San Pablo en el conocido “himno a la caridad” de I Corintios 13, 1-13. El Papa Francisco hace un
comentario detallado y profundo de ese pasaje bíblico en los números 90 a 119 de su Exhortación
Apostólica Amoris laetitia (2016).

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felicidad. Podemos ver muchísimos ejemplos de esto; veamos cómo se encara este camino
de purificación en las artes marciales orientales, en las que hay un fuerte componente
espiritual, de autodominio, de meditación. En ellas se busca una real armonía del alma y el
cuerpo, para poder mejorar las técnicas de lucha y defensa. Se trata de lograr cierta agilidad
corporal, para que el cuerpo no sea una “carga pesada” que no pueda dominarse. Lo
paradójico es que el cuerpo se
vuelve una carga pesada no
porque el cuerpo en sí mismo lo
sea, sino por acción u omisión del
alma. Las decisiones sobre
nuestro cuerpo provienen del
alma, de la inteligencia y la
voluntad, de la sensibilidad y los
afectos. Podemos tomar buenas
decisiones o malas decisiones,
que repercuten directamente en
nuestro estado físico (como la buena alimentación, el ejercicio físico cotidiano, etc.). Las
malas decisiones, si se mantienen en el tiempo, se convierten en hábitos, que son difíciles de
revertir. Son como “esclavitudes”, de las que será necesario liberarse. Se trata de
dependencias, que pueden ser adicciones, vicios, o simples límites que nos cueste superar.
Esas esclavitudes, que se generan a partir de malos hábitos, no solo repercuten en la salud
corporal, sino en la salud integral. Quedamos “atados” a cosas, a sentimientos, a personas, y
esas ataduras nos impiden muchas veces ser dueños de nuestras decisiones. Poder superar
esas ataduras es ir madurando hacia una verdadera libertad. Se trata de ataduras,
esclavitudes, que hemos ido adquiriendo en nuestra vida, al punto de que muchas veces no
nos damos cuenta de que las tenemos. En algunos casos necesitamos ayuda, a veces
tratamiento psicológico, para lograr dimensionar el peso que ejercen en nuestras vidas. Es
necesario asumir, con humildad, todo lo que pueda faltarnos para ser felices, para ser
verdaderamente libres. No se pude crecer si no se tiene conciencia en qué hay que crecer,
qué es lo que me está faltando, cuáles son los obstáculos que me toca superar.
Es necesario profundizar en la idea que tenemos de lo que está bien y lo que está mal. No
se trata de conceptos que dependen solamente de reglas impuestas por la sociedad. Toda
regla tiene una razón de ser. Hablamos de “mal” cuando aparece una de esas esclavitudes o
situaciones que nos impide crecer. Hablamos de malas decisiones cuando optamos no por
liberarnos, sino por seguir atados a esas decisiones. Hay que entender el bien y el mal, en un
sentido ético, desde esas carencias que nos impiden llegar a la plenitud de nuestro ser, a la
felicidad. Algunos prefieren no pensar en estas cosas y conformarse con una “felicidad
mediocre”, en una cómoda actitud de no querer superar las dificultades y esclavitudes que
atan e impiden progresar. Pero esa felicidad mediocre no es la verdadera felicidad. Se trata
de una falsa felicidad, que esconde un vacío interior, muy común en nuestro tiempo. La
sociedad de consumo se nutre de ese vacío interior, de personas que necesitan consumir
cosas externas porque en su interior se sienten vacías. Por eso decíamos que no es la
tecnología la culpable de los males contemporáneos (la tecnología es solo un instrumento),
sino las mismas personas que han renunciado a un camino interior de superación, para
conformarse con llenar su vacío espiritual con un consumismo desenfrenado, que nunca les
alcanza para ser verdaderamente felices.

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El mal, en un sentido ético, debe entenderse como carencia, como esclavitud. En filosofía
se define el mal como la privación de un bien debido. El mal es algo que falta para la
perfección, una privación, algo de lo que he sido privado (o de lo que me he privado), que,
en el fondo, siempre es una privación de libertad interior para caminar hacia la perfección. Al
analizar el tema de la felicidad esto se ve claramente: puedo estar bien en determinados
aspectos de la vida, pero si permanezco todavía esclavo de situaciones que me impiden
llegar a la plenitud de mi desarrollo, entonces hay algo que no anda bien, es decir, hay algo
que anda mal. Sucede esto en las personas adictas, que huyen de su realidad consumiendo.
Estimulan sus sentidos, pero no logran nunca resolver el vacío existencial, que cada vez se
hace más hondo, más allá de las graves consecuencias que las adicciones generan en la
salud corporal y psíquica, anulando prácticamente la libertad de decisión.

b) Los miedos

El mundo actual nos presenta un escenario de felicidad superficial y consumista. El


consumismo es también una huida, y puede llevarnos a caer en diversas adicciones y
dependencias que nos quitan la libertad, que logran distraernos de los verdaderos desafíos.
Se trata de no pensar, de no tener que enfrentarnos a las situaciones reales, del miedo a
enfrentarnos a nuestros miedos. El miedo es una amenaza para la felicidad. Quien vive con
miedo es evidente que no puede ser feliz. La pandemia nos ha enseñado mucho en ese
sentido.
Pero ¿cómo podemos vencer los miedos? ¿No es mejor distraerse y no pensar en ellos?
Santo Tomás de Aquino enseñaba que el temor surge de sentir impotencia para evitar un
mal que se ve como inevitable.7
Para poder lidiar con nuestros
miedos, por lo tanto, es necesario
hacerse algunas preguntas: ¿es
realmente un mal lo que temo? Si
es el caso de que sea un mal real,
¿es inevitable? Si es algo
inevitable que va a suceder, ¿es
real que no puedo afrontarlo y
vencerlo? Veamos algunas
respuestas que pueden ayudarnos a entender cómo ser felices a pesar de nuestros miedos.
Siguiendo a santo Tomás de Aquino, él dice que el temor humano más grande, en el que
se resumen todos los miedos, es el miedo a la muerte. Ante la primera pregunta ¿es
realmente un mal la muerte?, no cabe duda de que hay un mal en la pérdida de esta vida.
Sin embargo, ese miedo no actúa del mismo modo en la vida de todos los seres humanos. Es
notorio y constatable cómo las personas de fe van adquiriendo otra visión de la muerte: no
como un mal absoluto, sino también como un bien relativo, como un umbral hacia una
existencia nueva y plena, como un incentivo para hacer el bien en esta vida esperando el
premio de la eterna. Esta respuesta, que no solo es teórica, sino existencial y muy práctica,

7
Santo Tomás de Aquino habla sobre la pasión del temor o miedo en la Suma Teológica I-II parte,
cuestiones 41-45.

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libera el corazón del miedo y les permite disfrutar de un modo diferente de esta vida, sin la
necesidad de “huir” del pensamiento de la muerte, como hacen muchos.
Sin llegar al tema de la muerte, hay otros miedos que se transforman en graves obstáculos
para nuestra felicidad. Se llaman “fobias”, y se trata de miedos que se vuelven habituales y
frustrantes de la existencia. Hay diferentes tratamientos psicológicos para las fobias, y es
necesario acudir a ellos para ir superándolas. Habiendo aclarado esto, vale también
preguntarse, cuando uno padece una fobia: ¿es realmente algo malo lo que temo? Por
ejemplo, en el caso de la “agorafobia” (miedo a estar rodeado de gente), ¿es realmente algo
malo? ¿O soy yo quien debería superar ese rechazo a la gente? Hacerse la pregunta no
significa resolver el asunto, que puede llevar años de tratamiento, pero sí es importante ir
clarificando en la inteligencia, en la conciencia, si esos miedos están fundados en la verdad o
en percepciones erróneas. Este primer paso “intelectual” ayuda mucho. Las otras dos
preguntas también son pertinentes: ¿es realmente inevitable el encuentro con el “supuesto
mal” que debo enfrentar? A veces, por prudencia, conviene ir gradualmente en el
acercamiento a nuestros objetos temidos. No es necesario ir de golpe, un buen tratamiento
psicológico ayuda a seguir estos caminos graduales. Finalmente: ¿es verdad que no puedo
afrontar el peligro que se me presenta? Hay que tener en cuenta que los miedos llevan a
“agrandar” los peligros en nuestra imaginación. Por eso para poder enfrentar nuestros
miedos es necesario e ineludible un camino de espiritualidad y meditación, porque es
necesario cambiar esas imágenes erróneas de los peligros que muchas veces tenemos en
nuestra imaginación.
Por otro lado, hay miedos razonables y peligros reales. Por ejemplo, el miedo a la agresión
de una persona cercana, incluso familiar, que es realmente agresiva y puede hacer daño. Sin
embargo, también en estos casos es necesario el camino interior para lidiar con los miedos.
Para poder enfrentar las situaciones más difíciles de la vida, es mejor hacerlo con calma y paz
interior. Es necesario reflexionar, meditar, lograr cierto dominio de uno mismo, para que las
acciones puedan llevar a buenos resultados.

c) El fracaso de dos ideales modernos de felicidad: el ideal individualista y el ideal


colectivista

Antes de pasar a analizar en qué consiste ese desarrollo integral de la personalidad que
nos facilita el camino a la felicidad, hay que detenerse, aunque sea brevemente, en observar
dos modelos de “felicidad” muy vigentes en el siglo XX y que todavía siguen siendo
propuestos al hombre contemporáneo por los sistemas de poder vigentes. Hablamos del
individualismo y el colectivismo.
En el siglo XX entraron en conflicto dos modelos de convivencia que tienen como
trasfondo ideas diferentes y totalmente opuestas de lo que hace pleno y feliz al ser humano:
el individualismo y el colectivismo. Después de la Segunda Guerra Mundial estas
concepciones opuestas se plasmaron en la “guerra fría” entre dos modelos de estado: el
estado liberal y el estado comunista; el primero, encarnado en los Estados Unidos de
América, y el segundo, en la Unión Soviética.
El error de ambos modelos es que plantean la felicidad humana en un plano material, sin
considerar suficientemente el componente espiritual. Son distintos modos de materialismos.

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Se trata de modelos “inmanentistas”, que reducen la felicidad del hombre en este mundo a
una satisfacción corporal, sin espiritualidad ni trascendencia. Esos modelos en lucha
constante fueron objeto de imposición cultural por parte de los diversos sistemas políticos.
Pero no se trataba solo de sistemas políticos, sino que buscaban ejercer una influencia
cultural en toda la población. Tanto los gobiernos marxistas, como los capitalistas, buscaban
seducir y convencer a gobiernos que no estaban definidos. Muchos de esos gobiernos
prefirieron mostrarse en una posición equidistante de ambos sistemas, conformando así el
grupo de los países “no alineados”.
Más allá de los modelos políticos, lo que interesa aquí es el fundamento ético de ambas
posturas: una afirma la autonomía del individuo y sus decisiones (individualismo); la otra, la
necesidad de la comunidad y la importancia del bien común (colectivismo). Ambas posturas,
como puede verse, tienen un fundamento ético legítimo: porque es tan defendible la
autonomía de la persona humana, como la necesidad de velar por el bien común. En el
fondo de estos planteos, está la discusión sobre el papel del estado y el gobierno en la
regulación de las relaciones humanas. Las posturas individualistas, como el capitalismo,
sostienen que el gobierno no debe intervenir; las posturas colectivistas apuestan a una fuerte
intervención de los gobiernos y del estado como estructura que da la organización a los
ciudadanos.
Sin embargo, hay errores de fondo que afectan a ambas ideologías. El primero es el
materialismo, el error de reducir la felicidad humana a un determinado logro material (la
libertad y la riqueza en el capitalismo; la igualdad socio-económica en el marxismo). Además,
los colectivismos, como el marxismo y los populismos, sacrifican la libertad y la dignidad de
la persona humana al ideal colectivo, que está conducido por los líderes políticos. En la
práctica, terminan sometiendo al individuo a totalitarismos de estado. Detrás del liberalismo
capitalista está el ideal de una búsqueda de libertad y autonomía del ser humano, que lo
encierran frecuentemente en el egoísmo. En este sentido, Edgar Cabanas y Eva Illouz en su
libro Happycracia (2018) denuncian la cultura de algunos círculos de autoayuda y lo que
ellos llaman la “industria de la felicidad”, que promueven el cultivo de una felicidad egoísta,
que se desentiende de los demás y de los problemas del mundo.
Como señalara san Juan Pablo II, que fue testigo privilegiado de ese proceso de la guerra
fría, ambas posturas han fracasado en resultados que están a la vista: el capitalismo
individualista ha generado en muchos casos situaciones de injusticia sobre todo entre los
más pobres,8 mientras que el colectivismo marxista se ha impuesto generalmente usando
medios violentos y con gobiernos autoritarios, generando en las comunidades violencia y
rencores.9 El Papa Francisco habla en el mismo sentido en su reciente Encíclica Fratelli tutti
(2020), con un lenguaje más actual y ahondando en los errores éticos de ambas posturas.
Habla de liberalismo y de populismo, que son las versiones actualizadas del capitalismo
individualista y del colectivismo marxista, señalando que el error de ambas posturas está
dado por un uso indebido y tendencioso de la categoría de “pueblo”: el populismo manipula
esa categoría para obtener poder, mientras que quienes adhieren a la ideología liberal la
niega, para no verse obligado a reconocer la necesaria conexión del bien del individuo con el
bien común.10

8
Cf. San Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus (1991), n. 33.
9
Cf. ibídem, n. 27.
10
Cf. Papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti (2020), nn. 155-175.

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Sin embargo, más allá de las ideologías, lo que interesa es poder responder a la pregunta:
¿en qué consiste la verdadera felicidad del ser humano? Hemos visto que la virtud que
resume todas las demás y en la que consiste fundamentalmente la plenitud humana es el
amor. Pero no se trata de cualquier amor, porque, como dice el dicho, “hay amores que
matan”. Para que un amor sea pleno debe estar fundado en la verdad y en el bien, y debe
buscar el bien del otro por encima de cualquier interés mezquino. Aristóteles llama a este
amor verdadero amor de benevolencia, oponiéndolo al amor de concupiscencia, que es el
amor “interesado” en obtener del otro un provecho para uno mismo. El filósofo señala que
ambos amores conviven, pero para que exista una verdadera amistad y relación de amor
entre las personas, debe prevalecer el amor de benevolencia.11

2. Hacia un desarrollo integral del ser humano

a) Felicidad y finalidad

Hoy sucede muy a menudo que se confunde la búsqueda de la felicidad, que es un camino
interior que requiere meditación y búsqueda de la verdad, con la búsqueda de placeres
momentáneos y pasajeros, que son solamente una apariencia de felicidad. Esto es favorecido
por la sociedad de consumo, que construye entornos aparentes de felicidad, en base a
estímulos de los sentidos. Somos herederos de la generación de los años ’60 del siglo XX, la
generación del Mayo francés, que planteaba la necesidad de “vivir el momento” sin atarse a
leyes, ante el fracaso de las ideologías que habían provocado la II Guerra Mundial y detrás
de la nueva ideología existencialista atea de la época, con su máximo exponente que fue el
filósofo francés Jean Paul Sartre. La sociedad actual es hija de aquella revolución cultural. Los
resultados son evidentes. Está claro que la felicidad no consiste solamente en vivir el placer
del momento: todos tenemos necesidad de relaciones permanentes para ser felices. El solo
temor de perder a quienes amamos nos produce tristeza. Tampoco alcanza con que el amor
sea “permanente” para ser felices, es necesario que ayude a crecer hacia cierta plenitud;
plenitud que solo se da en el desarrollo integral de la personalidad. Como hemos señalado
anteriormente, la Organización Mundial de la Salud define salud con estas palabras: La salud
es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de
afecciones o enfermedades. No hay salud ni desarrollo integral del ser humano, si no se
atiende a todas sus dimensiones.
De modo que el objetivo del ser humano parece que no debe ser solamente “pasarla bien”
(tampoco debe ser “pasarla mal”, como sucede con los melancólicos crónicos, que parecen
encontrar cierto placer en la tristeza). Debe haber un objetivo más allá del momento, porque,
de otro modo, después del placer pasajero queda un vacío, que, si no se logra salir de él, se
convierte en “vacío existencial”. Hoy es muy frecuente encontrarse con estas crisis de
sentido, de quienes sienten un “vacío existencial” en su vida, no le encuentran sentido a su
vida. Se da mucho en adolescentes, pero también en adultos, relacionadas con determinadas
experiencias de vida. El psicólogo Viktor Frankl, fundador de la escuela de la logoterapia,
planteó a partir de su experiencia vital y como terapeuta, la importancia de encontrar un
sentido a la propia vida como fundamento de la salud psicoafectiva y motor de la actividad
11
Cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, libros VIII y IX.

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humana; a tal punto es importante encontrar el sentido de la vida que cuando no se alcanza
el logro existencial se origina una frustración que se asociaría a la desesperanza
caracterizada por la duda sobre el sentido de la vida; por un vacío existencial que se
manifestaría en un estado de tedio, percepción de falta de control sobre la propia vida y
ausencia de metas vitales.12
Lo que queda claro es que no se puede vivir solo el momento, sin objetivos, sin metas. Sin
ese hilo conductor que es el proyecto vital, también la vida cotidiana deja de tener peso y
significación, y surge el tedio y la angustia.13 El sentido de la vida no se descubre de un día
para otro. Tampoco se descubre en soledad, es importante la socialización y la educación
para encontrar para qué estoy en este mundo y el “para qué” de todas mis acciones, que me
ayude a encontrar esa plenitud y permanencia en que consiste la felicidad.
Para ser felices, debemos saber hacia dónde orientar nuestras energías y esfuerzos.
Debemos responder al “para qué” de nuestra vida. Hay una relación esencial entre felicidad y
finalidad. Somos seres humanos. Tenemos inteligencia, voluntad, libertad. Nuestro obrar es
consciente y libre, o al menos debería serlo para que podamos caminar con decisión hacia
nuestra perfección. De ahí que no puede eludirse la pregunta acerca de la finalidad del ser
humano. ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Para qué estamos hechos? Un amigo
planteaba el asunto de un modo interesante: si no conocemos el manual de instrucciones,
no podremos conducir correctamente esta máquina tan compleja que es nuestra
humanidad, nuestra existencia. ¿Estamos hechos para vivir como sobrevivientes, en una
suerte de “sálvese quien pueda”, usando a los demás para nuestro beneficio, como se
plantea en algunas películas de ficción? ¿O ese mundo egoísta lo hemos creado nosotros
con nuestras malas decisiones? ¿Estamos llamados a una vida eterna o a morir para siempre?
Estas han sido las preguntas de siempre, no solo de la religión, sino también de la filosofía.
Son preguntas que es necesario responderse, para orientar las decisiones y acciones que nos
llevarán por el camino de la felicidad, o no.
La finalidad está en todas nuestras acciones. Es importante resaltar que cuando el hombre,
por el hecho de tener una inteligencia que le da la posibilidad de pensar y de poseer una
voluntad libre que le da la fuerza para hacer aquello que pensó, podemos notar que las
cosas que este hombre realiza, las hace por algo, que lo llamamos fin. Y esto sucede en las
cosas más pequeñas que las personas hacen cada día. Por ejemplo: algunas personas se
levantan muy temprano con el objetivo o fin de llegar a horario al trabajo. Otras personas
duermen más con la necesidad, que se convierte en un fin planeado, de descansar más. Si las
obras más pequeñas el hombre las hace por un fin, con más razón va a hacer las actividades
más importantes. Como, por ejemplo: si una persona realiza la acción de estudiar lo hace
para aprender más, y más prácticamente, para obtener un título.
De esto podemos sacar una conclusión:
Todo lo que el hombre obra lo hace por un fin. Tanto las pequeñas o grandes obras las
personas las hacen para obtener un objetivo.

12
García-Alandete, J., Gallego-Pérez, J. F., & Pérez-Delgado, E. (2009). Sentido de la vida y
desesperanza: Un estudio empírico [Purpose in life and hopelessness: An empirical
study]. Universitas Psychologica, 8 (2), pág. 448.
13
Cf. el interesante artículo de García-Haro, J., García-Pascual, H. y González González, M. (2018):
Cuando se deja de hacer pie. Notas sobre cultura moderna, crisis de sentido vital y psicopatología,
en Revista de Psicoterapia, 29 (109), págs. 147-167.

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Ahora vamos a ver un video donde se resaltan varias cosas, algunas de estas las vamos a
ver a medida que estudiemos la unidad. Pero hay una que hemos visto en el párrafo anterior,
y es que si el hombre quiere alcanzar un gran fin, que desea con todo su corazón, debe ir de
a poco, alcanzando fines pequeños e intermedios:
https://www.youtube.com/watch?v=5OqnLHrQ8o8 (historia de Chris Gardner)

b) El hombre debe primero conocer el fin

Como hemos en el video Chris Gardner triunfa básicamente porque primero conoce el fin
que quiere alcanzar y luego se lanza incansablemente hasta llegar a él. Por eso
primeramente es importante saber a qué queremos llegar. El hombre, a diferencia de las
piedras y de las plantas que tienen el fin determinado y fijado, tiene la capacidad y
posibilidad de pensar, descubrir y por último elegir el sueño que quiere cumplir. Fíjense que
el hombre del video tiene claro que va a tener obstáculos que saltear, pero él tiene claro en
su mente y en el corazón que sus dos fines más importantes son el cuidado de su familia y
ser el mejor en lo que lo apasiona y lo hace feliz y que paralelamente es su trabajo. El hecho
de que piense que nada lo va a detener es porque sabe conscientemente lo que quiere y
posee la fuerza para alcanzarlo.

c) El bien como medio para alcanzar un el fin

Hemos visto que cada una de las potencias espirituales y más importantes del hombre,
como son la inteligencia y la voluntad tienden naturalmente a alcanzar un objeto
determinado que las atraen, y que por eso los persiguen ya sea como medio o como fin. Y
así sabemos que la inteligencia tiende como objeto a la verdad y que la voluntad es movida
por el bien.
Ahora, como el hombre es movido por la voluntad, y como la voluntad es movida o atraído
por el bien, podemos decir que el hombre es atraído por el bien. Y así, el hombre es movido
a amar a su madre porque ella es una de las cosas buenas que le dio la vida, es uno de los
grandes bienes que le ha ocurrido o que ha procurado alcanzar o que precisamente ha
abrazado en la vida.
Me pueden decir que no siempre es así, porque hay personas que para encontrar la
felicidad eligen el mal. Por ejemplo, intentan robar dinero, drogarse o incluso recurren el
suicidio. Pero si profundizamos en estos hechos, nos daremos cuenta de que todas estas
cosas cobraron apariencia de bien en el momento de ser elegidas. ¿Qué quiere decir esto? Y
que por ejemplo robar dinero pienso más en el bien y la felicidad que me va a causar el
tener dinero de más que voy a obtener. A ese bien lo llamamos aparente, porque es capaz
de ocultar los peligros y males que esconde, como son la posibilidad de ir preso, de perder
la vida y el mal que le puedo causar a otras personas. Y si por alguna fortuna logro robar el
dinero, estoy condenado a vivir en la desconfianza y el miedo de que finalmente me
encuentre y vaya preso. O como sucede en ese ambiente de delincuencia que otros ladrones

11
Ética profesional

me roben o incluso me hieren de muerte. Es por eso que estos bienes son aparentes, porque
en definitiva no me conducen a un bien mayor, ni mucho menos son causa de mi felicidad.
Por eso podemos concluir dos cosas:
 Que el hombre desea siempre elige el bien, el cual puede ser real o aparente.
 Que, si las personas quieren ser felices, deben elegir el bien real y no el aparente, ya
que este segundo conduce al engaño.

d) El fin último

Si observamos las acciones de los hombres nos damos cuenta que ellos obran por algo,
para obtener cierto beneficio propio o para otro, y a esto lo podemos llamar fin. Por
ejemplo: el hombre come para alimentarse o para sentir el gusto de la comida. Trabaja para
tener dinero para vivir. Duerme por la necesidad de descansar, etc. Por eso decimos que
todo lo que el hombre hace es para un fin.
Primero tenemos que ver que existen muchos fines que son medios para alcanzar otros.
Por ejemplo: me levanto temprano para poder estudiar más. Estudio para después tener un
buen trabajo o alguna actividad que realmente me gusta y me satisfaga. Me levanto
temprano, de nuevo, para poder llegar a tiempo al trabajo, para poder mantenerlo y ganar el
suficiente dinero para mantenerme a mí mismo y a mi familia. Tengo una familia para poder
expresar mi amor y recibir el amor que mi corazón necesita. Como vemos en los ejemplos los
fines que he alcanzado, graduarme, trabajar, ganar dinero, tener una familia son medios para
alcanzar otro fin: y otra vez, estudiar para poder trabajar, trabajar para ganar dinero, tener
dinero para mantener mi familia, tener una familia para cultivar el mutuo amor. Pero todo lo
que hacemos, lo hacemos por algo que en definitiva es para cada uno lo más importante. Es
lo que llamamos el fin último de las
acciones. Jesús decía: Donde está tu
tesoro, ahí está tu corazón (Mateo 6,
21). Para muchos el fin último es
algo inconsciente, en lo que más
bien no quieren pensar, porque si lo
hicieran, deberían reconocer que
hacen lo que hacen por egoísmo, o
por amor al dinero, o por algún otro
motivo egoísta. De ahí que, si
verdaderamente queremos ser
felices, es necesario platearnos con
precisión la cuestión del fin último.
Es esencial al planteo de la felicidad, ya que no todo fin u objetivo en la vida conduce a la
verdadera felicidad humana.
Los filósofos han pensado mucho, desde la antigüedad, analizando cuál será ese fin último
de toda la existencia humana, que lleve a la verdadera felicidad. Como conclusión de todas
esas reflexiones, podemos decir que el fin último:

12
Ética profesional

1) Es un bien absoluto: Ya hemos más que probado que este fin es un bien y también al
ser el más perfecto, quiere decir que no hay nada mejor que él, podemos decir que
es absoluto y único.
2) Exclusión del mal: si hemos dicho que es un bien y que es perfecto, no se deben
excluir de él ningún bien y como el mal es la ausencia de bien, luego no puede tener
ningún mal.
3) Debe ser un bien accesible y saciativo: como hemos coincidido en que en este fin
último deben coincidir el subjetivo con el objetivo, el hombre debe poder alcanzarlo
y a la vez debe hacerlo plenamente feliz o dichoso.
4) Por último, debe ser inamisible (es decir, que no se puede perder): o sea que este fin
debe atraer de tal modo al hombre y este lo abrace con tanta fuerza que no se
puedan separar o en otras palabras que el hombre no la pueda perder.
Sin duda que el fin último al que debe tender el hombre debe tener estas características
porque sin las dos primeras el hombre buscaría algo más perfecto que eso que no tiene toda
la perfección posible. Para ser feliz el hombre debe poseer ese bien y lo debe colmar
totalmente para sentirse plenamente feliz. Y a su vez debe sentir y saber que no hay
posibilidad de perderlo porque si existe esa opción su felicidad no va a ser perfecta porque
todavía va a sentir el temor de que alguna vez esa felicidad va a desaparecer. Además, una
vez vistas las características que debe tener el fin al que debe tender el hombre para ser
plenamente feliz, debemos decir que este bien debe ser proporcionado o se debe adecuar a
aquellas facultades del hombre que lo hagan sentir o experimentar la plena felicidad.
Santo Tomás de Aquino analizaba, en función de lo anterior, por qué ni los bienes
materiales, ni los placeres corporales, ni siquiera los placeres del alma, podían terminar de
saciar al hombre. El santo dice en su obra Suma Teológica:
Es imposible que la felicidad del hombre esté en algún bien creado. Porque la
felicidad se encuentra en un bien perfecto que calma totalmente el deseo, de lo
contrario no sería fin último, si aún quedara algo que deseara. Pero el objeto de la
voluntad, que es el apetito humano, es el bien universal. Por eso está claro que sólo
el bien universal puede calmar la voluntad del hombre. Ahora bien, esto no se
encuentra en algo creado, sino sólo en Dios, porque toda criatura tiene una bondad
participada. Por tanto, sólo Dios puede llenar la voluntad del hombre, como se dice
en el Salmo 102, 5: ‘El que colma de bienes tu deseo’. Luego la felicidad del hombre
consiste solo en Dios.14
Lo mismo decía San Agustín en su obra Confesiones:
Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.15
Es necesario tomar estas afirmaciones no solamente como una reflexión filosófica que se
hace “desde afuera” de la realidad de la que se habla. Se trata de dos santos que, cada uno a
su manera, tuvieron la experiencia espiritual de esa saciedad del corazón que solo se halla en
Dios. En particular San Agustín vivió hasta sus 28 años una vida mundana, experimentando
todo tipo de placeres no solo de la carne, sino también del espíritu, compartiendo con los

14
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 2, art. 8, cuerpo.
15
San Agustín de Hipona, Confesiones I, 1.

13
Ética profesional

grandes sabios de la época y recorriendo diversos países. Sin embargo, solo encontró la
saciedad de su corazón en la comunión con Dios. Ellos vivieron en carne propia una felicidad
que supera las insatisfacciones de los bienes de este mundo. Muchos hablan de la
imposibilidad de ser felices en este mundo, también a partir de su propia experiencia de
infelicidad. De ahí el valor y la autoridad de los santos para hablar sobre este tema: se trata
de personas que experimentaron esa felicidad que otros dicen imposible de alcanzar.

3. El aporte de las religiones

Las conclusiones que hemos sacado sobre el fin último y la felicidad nos llevan
inevitablemente a hablar del aporte de las religiones, ya que en ellas se plantea un camino
posible hacia la felicidad, no en el sentido de la happycracia,16 sino de una búsqueda de
plenitud individual y comunitaria, que no se desentiende de los demás, sino busca el bien de
todos. Las religiones buscan fundamentalmente el reencuentro del ser humano con el
Creador. A partir de esta premisa, se derivan dos conclusiones: 1) la búsqueda de la felicidad
consiste en un camino interior; 2) la necesidad de la vida comunitaria para alcanzar la
felicidad.

a) La felicidad consiste en un camino interior

Las religiones y doctrinas éticas más reconocidas plantean la felicidad en un estado de


satisfacción espiritual-corporal, en el que hay un dominio del espíritu sobre el cuerpo, al que
se llega mediante un camino espiritual-interior de liberación de las esclavitudes a las que se
halla sometida la existencia del individuo. Sin embargo, en el planteo de este camino interior
ha habido diferentes posturas
religiosas, algunas extremistas.
Una de ellas fue el
maniqueísmo, doctrina
antigua pero que sigue
vigente en algunos esquemas
éticos puritanos. Planteaba
que el espíritu debía lograr
prevalecer sobre un cuerpo
considerado como portador
del mal, porque estaba
dominado por un principio
maligno que debía ser
sometido a toda costa por el
espíritu. El maniqueísmo tiene
su origen remoto en antiguas doctrinas orientales: el zoroastrismo persa del siglo VI a.C., el
cristianismo y el budismo (s. VI a.C.). En Occidente fueron Pitágoras (s. VI a.C.) y Platón (s. IV
a.C.), quienes plantearon esta dualidad espíritu-cuerpo: el espíritu tendría su origen en un

16
Cf. el libro ya citado de Edgar Cabanas y Eva Illouz, Happycracia (2018).

14
Ética profesional

principio bueno y el cuerpo en un principio malo (por eso sus doctrinas se llaman
“dualistas”). Pitágoras pensaba, como los budistas y zoroastrianos, que los espíritus se
reencarnaban en diferentes cuerpos. La doctrina de la reencarnación supone un desprecio
del propio cuerpo, visto como una morada pasajera de la cual es necesario despojarse:
quienes planteaban la reencarnación pensaban que el mal provenía del cuerpo. Platón veía
en el cuerpo una realidad inferior, y la dimensión corporal algo que había que superar para
llegar a un estado de perfección puramente espiritual. En esas doctrinas más antiguas se
nutrió Manes, fundador del maniqueísmo, un pensador persa (actual Irán) del siglo III, quien
fusionó las antiguas posturas dualistas con el cristianismo, proclamándose a sí mismo como
un profeta superior al también persa Zoroastro, a Buda y a Jesucristo, a quienes Manes tenía
como sus principales referentes.
Esos esquemas dualistas fueron superados ya en el siglo IV antes de Cristo por el más
grande discípulo de Platón, Aristóteles. Él planteó que tanto el alma como el cuerpo
provienen de un principio bueno, y que el mal no se origina en el cuerpo, sino más bien en el
alma: porque las decisiones libres pertenecen a la dimensión espiritual del ser humano, que
es donde tiene lugar el libre albedrío, que funciona por la interacción de la inteligencia y la
voluntad humanas. De este modo, el planteo de la felicidad que hace Aristóteles integra
cuerpo y alma; sentimientos y vida espiritual. Unos siglos después de Aristóteles, Jesús
enseñaría también que todo lo bueno y lo malo nace del corazón humano:
…Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre. Del
corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas
que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos (Mateo 15,
18-20).
Es notable que Jesús haya tenido que hacer estas aclaraciones al pueblo judío, que se regía
por la ley de Moisés, que ya contemplaba este principio. El famoso salmo 50 es un ejemplo
de ello, cuando el salmista ruega a Dios: Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la
firmeza de mi espíritu (Salmo 50, 12). Sin embargo, la tentación del fariseísmo estaba muy
presente en el pueblo judío. Se trata del error de considerar más lo exterior que lo interior en
el ser humano; aferrarse a gestos externos de purificación, como si fueran lo más importante.
Hoy todavía existen estas deformaciones de la religión, que ponen los ritos por encima de
las realidades espirituales, como si aquellos fueran lo más importante en la religión. No es
extraño ver en la actualidad personas que obran de ese modo, buscando soluciones mágicas
a sus problemas, acudiendo a adivinos, a la lectura de cartas, a ritos vacíos, aún a
celebraciones religiosas, pero sin asumir el recto sentido de la religión, que consiste en un
camino de cambio interior para llegar a un encuentro real con el Creador. Los ritos son
importantes, siempre que tengan su contenido espiritual.
La doctrina ética judeo-cristiana plantea la felicidad en el cumplimiento de los
mandamientos de Dios. No un cumplimiento ciego e inconsciente, sino una obediencia
consciente y libre. La famosa plegaria judía, también asumida por el cristianismo, el Shemá
Israel, señala el camino para esta obediencia confiada en el Creador:
Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas.

15
Ética profesional

(Deuteronomio 6, 4-5)
Ese es el mandamiento mayor de la religión judía. De él se derivan los demás
mandamientos, también el amor al prójimo (Levítico 19, 18). Aunque fue Jesús quien planteó
la estrecha relación entre ambos mandamientos (cf. Mateo 22, 36-40), mostrando el camino
de la felicidad como un camino de constante entrega de amor que se muestra en el servicio
de los demás, como aparece en el sermón de la montaña (Mateo 5, 3-12) y en la parábola
del buen samaritano (Lucas 10, 25-37).
Después de Jesucristo no ha habido grandes cambios en las ideas sobre la felicidad. En el
siglo VI d.C. surgió el Islam, tomando elementos del judaísmo y del cristianismo, con un
fuerte elemento puritano en algunos aspectos, pero con mayor laxitud en otros (como la
moral sexual para los varones, aunque conservando un esquema rígido y puritano para las
mujeres). Después de la Edad Media surgieron nuevas formas de puritanismo dualista (entre
ellas, deformaciones del cristianismo que lo planteaban como una religión del castigo divino,
más que como una religión del amor). A finales del siglo XIX y durante el XX surgieron
nuevas formas de dualismo reencarnacionista (como las corrientes New Age, que son un
sincretismo entre budismo, cristianismo y otras doctrinas antiguas). Todas propuestas
nuevas, pero que se basan en antiguas doctrinas.

b) La felicidad solo se logra en la vida en comunidad

La mayoría de las religiones se organiza en comunidades. Esto no es casualidad: somos


naturalmente sociables, es evidente que hay en la naturaleza humana una necesidad de
socializar. Por eso el ser humano se ha organizado en comunidades. La primera necesidad
del ser humano es el amor, y esta necesidad no puede ser satisfecha sino en la vida
comunitaria.17 Además, como decía Aristóteles, el ser humano necesita de los demás para
satisfacer necesidades materiales: una sociedad autosuficiente está constituida por
agricultores, médicos, comerciantes, educadores, gobernantes, sacerdotes, etc.18 Pero
necesitamos todavía más de los demás para satisfacer nuestras necesidades espirituales por
la mutua comunicación de los bienes del espíritu: la transmisión de la verdad, el ejercicio del
amor, la enseñanza de la virtud, etc. Aristóteles enseñaba ya en el siglo IV antes de Cristo,
que la convivencia humana se nutría sobre todo de la amistad fundada en la virtud.
Cualquier otra amistad, fuera por placer o por utilidad, tiende a ser pasajera, dura tanto
tiempo como permanece aquello en lo que coincidan los amigos, sea el objeto de placer
compartido, o la necesidad en que se funda la utilidad.19 Por todo esto decimos que el ser
humano es naturalmente sociable. Está hecho para la vida social, y solo logrará su plenitud
viviendo en comunidad.

17
En algunas investigaciones recientes sobre el cerebro humano se ha llegado a la conclusión,
desde un enfoque exclusivamente científico, de que el ser humano necesita de la sociabilidad para
su salud, para una vida emocionalmente sana (cf. Daniel Goleman, La inteligencia emocional y La
inteligencia social).
18
Aristóteles, Política libro 1.
19
Cf. Aristóteles, Ética Nicomaquea, libros VIII y IX.

16
Ética profesional

La primera comunidad humana es la familia, es la primera sociedad natural.20 La familia es,


antes que nada, una comunidad de amor. Es la primera comunidad en la que aprendemos a
amar. En la familia se recibe no solo la herencia genética, sino también la herencia psico-
afectiva y la herencia cultural, a través de la educación. El primer lugar desde donde el ser
humano ve el mundo es la familia, y es también la primera escuela de amor, donde
aprendemos a amar y a ser amados. De ahí su importancia, y por eso es la célula básica de la
sociedad. Es tan importante la familia como ámbito de amor y libertad, que los sistemas
totalitarios buscan antes que nada suprimirla, porque de ese modo les es más fácil someter
al individuo.21
Sin embargo, la familia
no puede subsistir sola,
necesita de la comunidad
política. El ser humano
necesita de otros seres
humanos para poder ser
educado y también para
poder vivir en sociedad.
De esto deduce
Aristóteles que no le
basta al ser humano vivir
en la familia, o en un
conjunto familiar más
amplio (la tribu), sino que
necesita de una
comunidad organizada mayor y autosuficiente que entre los griegos era la polis, es decir, la
ciudad. La ciudad fue la primera organización política (la palabra política viene de polis), y
sigue siendo hoy el primer espacio de vida y participación política del ciudadano. Durante
mucho tiempo la humanidad se organizó en ciudades-estado, que muchas veces dependían
también de un imperio.22 La comunidad política no es una entidad abstracta: es una
comunidad real de personas, que se va organizando hasta tener su propia autonomía y
territorio, su constitución y sus leyes. A veces se identifica la comunidad política con el
estado, cuando en realidad hay dos realidades que subyacen y sostienen al estado, que no
pueden dejar de considerarse: son la patria y la nación. La comunidad política está fundada
en una herencia cultural común, que llamamos patria (o tierra de los padres).23 La nación
hace referencia al pueblo o conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo
gobierno, o conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un
20
Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 211: Una sociedad a medida de la familia es la
mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella la persona es
siempre el centro de la atención en cuanto fin y nunca como medio… Sin familias fuertes en la
comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los
primeros años de vida los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la comunidad
religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden las responsabilidades sociales y la
solidaridad.
21
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 213. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2224.
22
Los estados nacionales, tal como los conocemos hoy, comenzaron a organizarse a partir del siglo
XVI.
23
En latín terra patrum. Esa es la raíz etimológica de la palabra “patria”.

17
Ética profesional

mismo idioma y tienen una tradición común.24 Tiene una organización en base a tradiciones
y costumbres, que tienen una duración mucho mayor que las leyes. La patria es el sustrato
cultural de la nación: es la herencia, el patrimonio, que se transmite de generación en
generación.
Además de la familia y la comunidad política, el ser humano se agrupa en un sinnúmero de
grupos intermedios, también llamados infrapolíticos, porque no forman parte de la
organización estrictamente política. Se trata de todos los grupos que el ser humano forma
para satisfacer diferentes necesidades: escuela, universidad, clubes, grupos artísticos,
asociaciones de todo tipo. Esos grupos intermedios son fundamentales para el desarrollo
integral de la persona humana, porque en ellos el hombre encuentra espacios de
participación, según necesidades e intereses, que le ayudan a desarrollar distintas
potencialidades.25 Los grupos intermedios más importantes en una comunidad son las
instituciones, que son aquellas organizaciones fundamentales de un Estado, nación o
sociedad.26 Al tener cierta estabilidad en el tiempo, constituyen el nexo entre las
generaciones, y entre los individuos y la cultura (pensemos en las universidades, las escuelas,
los hospitales, las iglesias, los clubes, etc.). Las instituciones son la bisagra entre el nivel
macrosocial y el nivel microsocial. Desde ese ámbito, interconectan la cultura con los
individuos, lo histórico con lo situacional, lo estructural con lo cognitivo, el orden con la
acción. En su accionar, modelan las preferencias, elecciones y el comportamiento de los
individuos y les ofrecen recursos para lidiar con la complejidad e incertidumbre del
ambiente.27 En cierto sentido, las comunidades religiosas son instituciones, aunque algunas
de ellas, como la Iglesia Católica, son más antiguas que los propios estados.
Pero las comunidades religiosas no son meras instituciones. Satisfacen necesidades
espirituales que el estado no está en condiciones de abarcar. Muchas veces, han funcionado
como oasis en medio de un mundo hostil, sobre todo en la presencia de estados totalitarios
que oprimían al pueblo. Es verdad que ha habido también comunidades sectarias que han
hecho mucho daño, sometiendo a los individuos a líderes religiosos autoritarios y
manipuladores; sin embargo, se trata de excepciones. En la mayoría de los casos, las
personas encuentran paz, amistad y ayuda en las comunidades religiosas.
La idea de fraternidad está presente en gran parte de las comunidades. En la mayoría de
las comunidades religiosas está presente, en mayor o en menor medida, la conciencia de
Dios como Padre común, que quiere unirnos como hermanos. Las comunidades religiosas
son conscientes de su misión de fomentar el ideal de fraternidad en un mundo muchas veces
dividido.
Las religiones no solo fomentan la comunión fraterna en un sentido horizontal, sino
también vertical. Son custodias de tradiciones, que se van transmitiendo y renovando a lo
largo de las generaciones. El Papa Francisco señala en su reciente Encíclica Fratelli tutti cómo

24
https://dle.rae.es/naci%C3%B3n.
25
Santo Tomás de Aquino define al grupo social como la unión de varios para realizar algo en común
(Adunatio hominum ad aliquid unum communiter agendum: Contra impugnantes Dei cultum et
religionem, cap. III).
26
https://dle.rae.es/instituci%C3%B3n.
27
Nivia Marina Brismat, Instituciones: Una mirada general a su historia conceptual, en Revista
Científica Guillermo de Ockham Vol. 12, No. 2, ed. Universidad San Buenaventura (Cali, Colombia,
Julio - diciembre de 2014), pág. 38.

18
Ética profesional

en el mundo actual asistimos a una pérdida de la conciencia histórica, de la herencia cultural


de las generaciones pasadas, muchas veces bajo la forma de colonización cultural.28 Este es
también un modo de dividir a las comunidades. Las comunidades y los pueblos, para crecer,
necesitan asumir la herencia de los antepasados y transmitirla, renovada por su aporte, a las
generaciones más jóvenes.29

c) La felicidad según el Evangelio de Jesucristo

Jesús hizo una descripción inigualable y sorprendente de la felicidad, en su famoso Sermón


de las bienaventuranzas, conocido también como el Sermón de la montaña, que se
encuentra en el capítulo 5 del Evangelio según san Mateo. Bienaventurados quiere decir
felices. En ese sermón, Jesús propone a sus discípulos como ideal de felicidad una serie de
cualidades que sorprenden: la pobreza, la mansedumbre, la aflicción y el llanto, la búsqueda
de la justicia hasta ser perseguidos, la pureza del corazón, ser misericordiosos y pacíficos.
Además, anuncia a sus discípulos que Él mismo iba a ser perseguido y que los iban a
perseguir a causa de su fe en Él. Se trata de la descripción de la misma vida y misión de
Jesús, quien vino al mundo a hacerse cargo de nuestra realidad. Él no miró al costado, sino
que expone una felicidad con “los pies sobre la tierra”. Una felicidad que no se encierra en la
satisfacción cómoda del individualismo. Una felicidad que no se desentiende del otro, a

28
Cf. Papa Francisco, Encíclica Fratelli tutti (2020), nn. 13-14.
29
Sobre el tema de las generaciones, es muy interesante el aporte de José Ortega y Gasset, sobre
todo en su libro El tema de nuestro tiempo. En la historia de la salvación, aparece bien marcada la
distinción entre las naciones y el pueblo de Israel. Israel es el pueblo elegido por Dios, propiedad de
Dios. Mientras que las naciones siguen a otros dioses. Israel fue formado por Dios, las naciones por
el libre albedrío de los hombres, que bajo la esclavitud del pecado se desviaron hacia la idolatría y
hacia toda clase de vicios (cf. Romanos 1, 17-32). El Señor deja bien sentado en su predicación que
su Reino no es de este mundo (Juan 18, 36) y que los cristianos tenemos la misión de llevar el
Evangelio a todas las naciones (Mateo 28, 19).

19
Ética profesional

quien llama “prójimo” (próximo), mostrando a sus discípulos que un verdadero cristiano no
puede ser feliz a costa de los sufrimientos de los demás. Se trata de las actitudes y virtudes
interiores necesarias para ser discípulo de Jesús: la pobreza de espíritu, que consiste en esa
sobriedad de vida de quien no necesita de muchas cosas para vivir y es sensible y cercano a
las necesidades espirituales y materiales de los pobres;30 la mansedumbre, que consiste en
imitar a Jesús, que es manso y humilde de corazón (Mateo 11, 29), para ser testigos del bien
en medio de una humanidad herida por la violencia;31 la aflicción y el llanto por los males
propios y los de la humanidad, como actitud empática que nos hace vivir en la práctica como
hermanos, no desentendiéndonos del sufrimiento ajeno;32 la búsqueda de la justicia hasta ser
perseguidos, renunciando a una vida cómoda, a ejemplo de Jesús, que se consagró a la
salvación de la humanidad hasta dar la vida por todos nosotros;33 la pureza del corazón, de
quienes aman con entrega total, buscando hacer el bien y no dominar a los demás;34 ser
misericordiosos y pacíficos, buscando la solución de los conflictos, la reconciliación y el
perdón, quitando de la vida el veneno del rencor.35 Son las actitudes necesarias e
indispensables para caminar hacia una humanidad reconciliada en el amor. Jesús nos
convoca, en definitiva, a vivir con realismo la verdadera alegría del amor.

4. Apéndice: El tres de septiembre

Para terminar estas reflexiones sobre la felicidad y el fin último de la existencia humana, les
proponemos leer este cuentito de Giovanni Papini llamado “El tres de septiembre”, escrito en
el año 1912, para que lo leamos en este vertiginoso siglo XXI:
El tres de septiembre salí de casa. Frente a ella se asomaban campos, viñedos,
árboles, tierras secas y manchones de hierba. Las vides cargadas de racimos violáceos
se apoyaban en los álamos inclinándose voluptuosamente, igual que las mujeres con
el pecho henchido de juventud cuando se apoyan en el hombre fuerte que aman. El
cielo estaba poblado de viento que hacía reír a las hojas con lentas sacudidas, de
monstruos grises e informes que se arrastraban lentamente sobre el azul, de
montañas blancas que se desmoronaban, de perfume a tierra mojada y a maíz
amontonado en la era.
Me dirigí hacia el pequeño río que amo, a pesar del lento discurrir de sus
aguas fangosas, atravesando el zumbido de las avispas negras y amarillas en vuelo.
Caminando por la orilla con la brisa en la cara y pisando las mariposas blancas
inmóviles sobre la tierra, sumidas en el sopor del parto, alcancé el vado. La barca me
esperaba y en un instante me encontré en la otra orilla.

30
Cf. Papa Francisco, Mensaje del Domingo de Ramos a las JMJ diocesanas, 21.01.2014.
31
Cf. Papa Francisco, Homilía en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, 05.02.2019.
32
Cf. San Juan Pablo II, Homilía a los jóvenes en Lima, 02.02.1985.
33
Cf. Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, 30.01.2017: …son precisamente los mártires los que
sostienen y llevan adelante la Iglesia.
34
Cf. Papa Francisco, Mensaje para la XXX Jornada Mundial de la Juventud 2015, 31.01.2015, n. 2.
35
Cf. San Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II Gaudet Mater
Ecclesia, 11.10.1962, nn. 2-3; Papa Francisco, Bula Misericordiae vultus, 11.04.2015; Benedicto XVI,
Mensaje para la celebración de la XLVI Jornada de la Paz, 1 de enero de 2013.

20
Ética profesional

¿Por qué prefiero la otra orilla? ¿Quizás porque hay más árboles y la hierba es
más alta? Nada de esto. Amo los lugares desnudos, donde el sol puede deambular
todo el día como un vagabundo. Quizás amo la otra orilla porque es la otra, porque
no es aquella a la que tengo que regresar todas las noches para dormir y soñar diez
horas seguidas.
También el tres de septiembre me senté sobre la hierba en la otra orilla del río
y cuando un pescador se me acercó, ató su red y se dispuso a engañar una vez más a
los ágiles peces de acero, pensé que podía comenzar mi tarea. Me levanté para
acercarme a aquel hombre. No tenía nada en mi mano. Llevaba un libro en el bolsillo,
pero no me apetecía nada leer. El pescador no me miró. Era un joven bajo, con el
rostro quemado y una boca enorme. No parecía inteligente pero no tenía derecho a
pedirle también que lo fuera.
Cuando estuve junto a él me senté de nuevo. Él también se sentó y echó la
red al agua. Comenzaba la espera ansiosa y somnolienta del hombre que se dispone
a matar. Todo estaba tranquilo: sólo las desagradables moscas temerosas del
temporal revoloteaban alrededor de nosotros sin descanso.
¿Para qué seguir esperando? Sin volverme hacia el pescador le dirigí la
pregunta sencilla e inesperada que tantas veces después tuve que repetir:
—¿Por qué hace esto?
El joven se volvió y me miró con la expresión que yo había imaginado antes
de hablarle. Me dirigió una mirada de estupor y compasión y no respondió.
Naturalmente, tuve que repetir la pregunta. Lo último que necesitaba en aquel
momento era silencio.
Entonces el joven sonrió con su boca ancha y respondió:
—Para recoger peces.
—¿Y por qué quiere recoger peces?
—Para venderlos.
—¿Y qué hace con el dinero que gana vendiéndolos?
—Compro el pan, el vino, el aceite, la ropa, los zapatos y todo lo demás.
—¿Y por qué compra todas esas cosas?
El joven se quedó entonces un poco atónito. Empezaba a divertirse, pero
encontraba difícil la última pregunta. Una vez más tuve que repetirla mirándolo
fijamente. Se volvió como escuchando el silencio. Tal vez empezaba a temerme, pero
respondió en voz baja:
—Para vivir.
—¿Pero por qué quiere vivir? —repliqué sin piedad.
La sorpresa, el miedo y la alegría del pescador crecieron entonces
desmesuradamente. Él creía saber quién era yo, pero a pesar de que me consideraba
poco peligroso, no sabía muy bien cómo iba a acabar aquello. Yo no tenía ningún
motivo para interrumpir el coloquio. Era necesario que todo se cumpliese como había

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Ética profesional

sido planeado. Por eso repetí con obstinación la pregunta y miré seriamente al
acusado.
El joven trató de sonreír con desprecio y dijo:
—Vivo porque he nacido.
—Pero ¿cuáles son ahora tus objetivos en la vida?
—¿Qué objetivos? ¿Qué entiende por objetivos?
—Quiero decir: ¿qué es para usted lo más importante en la vida?
—Ya entiendo. Mi objetivo es éste: pescar.
Me quedé en silencio y pasados unos minutos me levanté. Era inútil continuar
la conversación. Habíamos vuelto al inicio. La ingenuidad de aquel simple había
cerrado la cadena.
Me alejé irritado y caminé por la orilla pisoteando las flores raquíticas y
lánguidas hierbas. A través del follaje llegaban gritos rabiosos de niños. En un
determinado punto el seto espeso quedaba interrumpido por una cancela de
madera. La empujé y entré en el campo adentrándome cabizbajo por un sendero
mullido. Había divisado a la izquierda a un campesino que cavaba y me dirigí resuelto
hacia él. Me había visto con recelo bajo el ala sucia de su sombrero de paja. Se
acercaba la vendimia y todos se habían levantado en armas contra los ladrones de
uvas. El silencio de la tarde se oía interrumpido bruscamente por disparos secos
lanzados contra los desconocidos. Pero yo no buscaba uvas: quería algo más amargo
y embriagador.
Cuando llegué junto a él, lo miré. A sus pies, la tierra húmeda y arenosa había
sido removida con calma y se preparaba para otros regalos. Pero no me fijé en esto
porque la tierra abierta me conmovía como un dolor. Tenía que hacer por segunda
vez mi pregunta:
—¿Por qué hace esto?
El campesino me miró con sus ojos negros todavía más recelosos y respondió:
—Para que nazca el grano.
—¿Y por qué quiere que nazca el grano?
—Para hacer el pan.
—¿Y por qué necesita el pan?
—Para ir tirando.
—¿Pero por qué quiere vivir?
Ante esta pregunta el hombre bajó la cabeza y retomó pacientemente su
trabajo. El pie desnudo se apoyó de nuevo sobre el hierro quebrando la tierra, que se
volvió más oscura y fresca de repente. Repetí varias veces la pregunta pero sólo
conseguí miradas atravesadas por respuesta.

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Ética profesional

El viento ensordecedor seguía riendo alrededor de mi cabeza. Me quité el


sombrero, miré el cielo y tendí el oído hacia el sonido lamentoso de la sirena de una
fábrica. Tuve que retomar el sendero y salir del campo.
¡Qué bella me pareció el agua! Caminé un poco más por la orilla buscando
con los ojos al tercer acusado. Los sauces, alineados en cuatro filas, me acompañaban
lentamente y trataban de repetirme lo que decía el viento. Había un prado cerca y en
el prado una niña vestida de rojo estaba inclinada recogiendo las últimas flores del
verano.
Mi único deseo era encontrar a un ser, grande o pequeño, que supiese hablar.
¿Qué me importaba lo demás? Era una niña pequeña, rubia y tal vez torpe. Me
bastaba que no fuese muda y que no huyese. La llamé desde lejos como se llama a
los perros. La niña levantó la cara de las flores, me miró sonriente y dio unos pasos
hacia mí. En cuanto estuve a su lado le hice también a ella la inevitable pregunta:
—¿Por qué haces esto?
La niña no se hizo de rogar y respondió enseguida:
—Para hacerle un ramo a la Virgen.
—¿Y por qué quieres hacerle un ramo a la Virgen?
—Para que se acuerde de mí.
—¿Pero por qué quieres que se acuerde de ti?
—Para que, cuando me muera, me reserve un sitio cerca de ella en el paraíso.
Era suficiente lo que me había dicho. Sólo tenía que traducir por mi cuenta las
sencillas respuestas de la niña y conseguiría la respuesta a mi pregunta. ¿Por qué
actuaba así la niña vestida de rojo? Para alcanzar el paraíso. Vivía, por tanto,
preparándose para la muerte. Esta sí era una respuesta, ¿pero es la única? No estaba
seguro, pero era una respuesta que no habían sabido darme aquellos dos hombres
agachados haciendo su labor.
Los olvidé en cuanto hube destrozado con mi paso apresurado los tréboles y
la acedera del prado. Me sentí menos triste caminando por la orilla y hasta incluso
empecé a cantar. La niña me seguía, sujetando con las dos manos el babi rebosante
de flores amarillas y violetas. Pero cuando me volví para saludarla y recibir el viento
en plena cara vi que no sólo ella me seguía. A lo lejos, medio escondidos entre los
sauces, venían hablando entre ellos los dos primeros acusados: el pescador y el
campesino.
¿Cómo se habían encontrado? ¿Por qué me habían seguido? No lo supe pero
me di cuenta de que yo había sido capaz de atraerlos y ponerlos en marcha. Estaba
seguro, aunque me encontraba lejos, de que hablaban de mí y pensaban en mí.
¿Quizás a causa de la niña? No había por qué tenerles miedo. Me detuve y los esperé
cantando en voz baja. La niña siguió por su camino y me adelantó; los dos hombres
me alcanzaron. Sus rostros se habían endurecido: la enorme boca del joven reía con
sarcasmo y los ojos negros del viejo centelleaban bajo el sombrero.
En cuanto estuvieron cerca se me echaron encima, maltratándome con
palabras ofensivas y manos implacables. Ellos eran dos, enfurecidos y robustos, y yo

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Ética profesional

sólo uno, tranquilo y débil. Con pocas sacudidas se apoderaron de mi cuerpo,


blasfemaron y gritaron, eufóricos al desahogar lo que hasta entonces habían
reprimido. Con pasos rápidos descendieron la orilla herbosa hasta el pedregal. Tuve
tiempo de distinguir las crías de rana grises que saltaban entre las piedras húmedas
de las pequeñas pozas. Los dos hombres me columpiaron un poco como si fuese un
cadáver y me lanzaron al agua, riendo como borrachos.
Mientras mi cuerpo se sumergía en el fondo cenagoso del río pude escuchar
el golpe seco y lejano de un disparo de fusil. El cauce estaba bajo: las lluvias de
septiembre no habían logrado todavía lavar los racimos de uva y henchir los ríos.
Pude levantarme y tomar de nuevo el camino del vado con los huesos doloridos y el
traje empapado de fango.
Los dos primeros acusados huían corriendo, la niña se había alejado y el
viento soplaba aún más fuerte, irritado ante la pereza de las nubes grises y blancas.
Para mí nada había terminado, nada había cambiado para el mundo.
—Mañana —dije sonriendo— es cuatro de septiembre.36

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Giovanni Papini, Palabras y sangre (traducción de Paloma Alonso Alberti), Madrid, ed. Rey Lear,
2010 (1912), pp. 19-24.

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