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25 errores que

cometen los padres

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Peter Jaksa

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25 errores que
cometen los padres
y que podrían resolverse fácilmente

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realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de
Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La edición original de esta obra ha sido publicada en lengua inglesa por Lowell House, Lincolnwood (Chicago), con el
título: 25 stupid mistakes parents make.

Traducido por: Betty Trabal


Diseño cubierta: Jordi Xicart
© Lowell House, 2008
© para la edición en lengua castellana,
Amat Editorial, 2011 (www.amateditorial.com)
Profit Editorial I., S.L. Barcelona, 2011

ISBN(epub): 978-84-9735-391-5
Conversión: booqlab.com

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Referencias
Sobre el autor

Peter Jaksa, licenciado en psicología, se especializó en el tratamiento del trastorno por déficit de atención en niños y
adultos. Por otro lado, Jaksa Es también fundador de un grupo dedicado a dar apoyo y cualquier tipo de ayuda a personas
que padecen el trastorno de déficit de atención.

Más información sobre el autor

Sobre el libro

Esta obra identifica los 25 errores principales que suelen cometer todos los padres.
25 errores que cometen los padres ofrece una serie de consejos para enfrentarse a ellos, desde la disciplina y la rivalidad
entre hermanos, hasta la privacidad y el pensamiento crítico adolescente. Basándose en sus más de veinte años de
experiencia con niños, adolescentes, adultos y familias, como psicólogo clínico, el Dr. Jaksa evita las soluciones “parche”,
es decir, las que tapan el problema pero no lo hacen desaparecer, y urge a padres e hijos a investigar las emociones más
profundas como son la autoestima, el control, la ira y el miedo. El resultado es un libro sumamente útil para los padres que
puede ser aplicado a hijos de cualquier edad

Más información sobre el libro y/o material complementario

Otros libros de interés

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Web de Amat Editorial

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«Un libro maravilloso y sincero que recomiendo a mis amigos, compañeros, clientes y a
cualquiera que esté implicado en la actividad humana más importante que hay: la de
educar un hijo.»

Edward M. Hallowell

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Dedico este libro a:

Mi hija Jennifer, que me ha enseñado tanto como yo a ella.

Mi mujer Susan, que ha sabido compaginar magistralmente


la tarea de ser madre y su carrera.

Matei Jaksa, Anuica Jaksa, Jacqueline Roberti y Dominick Roberti, nuestros padres que
nos han enseñado el camino con amor, consejos, humor y afecto. Su influencia pasará a
todos aquellos que lean este libro.

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Índice

Introducción

1. «A pesar de todo, ¿quién manda aquí?»


No abandone su autoridad paterna

2. Preste atención a sus hijos


No sea el «padre ausente»

3. La violencia, el peligro y los desastres


No haga del mundo un lugar horrible

4. Comunicarse con los niños a su nivel


No espere las mismas cosas a diferentes edades

5. «Veremos quién grita más»


No levante luchas de poder

6. Tratar constructivamente con el enfado


No censure o castigue los sentimientos de ira

7. Disciplina con amor, no abuso


No utilice la disciplina como castigo

8. Demasiadas cosas, demasiado pronto


No haga adultos a sus hijos

9. «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago»


No sea un pobre modelo que imitar

10. «No te preocupes, ya se le pasará»


¿Es esto pedir mucho?

11. Cómo alimentar la autoestima: el modelo PES

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No descuide el crecimiento emocional de su hijo

12. Los problemas del colegio, los deberes y otros dolores de cabeza
No ignore los problemas del colegio, quizá tenga causas graves

13. Crear valores compartidos y una identidad de familia


No abandone las tradiciones familiares

14. La violencia, el sexo, la publicidad y la influencia de los medios de comunicación


No deje que los mensajes de los medios de comunicación distorsionen la mente de
sus hijos

15. Jugar, reír, hablar y celebrar


El tiempo, ese bien tan preciado

16. Las reuniones familiares


No sea un dictador, fomente la toma de decisiones familiares

17. Las peleas entre niños


No ignore o reaccione exageradamente a la rivalidad de hermanos

18. Respete la necesidad de privacidad e individualidad


No fisgonee ni ahogue a sus hijos

19. Los peligros del divorcio


No utilice a sus hijos como instrumentos emocionales

20. Los retos de no tener pareja


No se deje intimidar por los cambios y responsabilidades de una familia
monoparental

21. Mezclas, uniones, padrastros y madrastras


No ignoremos los problemas que presenta el papel de padrastro o madrastra

22. Nuestros miedos, sus necesidades


No confunda la independencia de los jóvenes con la rebeldía

23. La libertad, la responsabilidad y los derechos: encontrar el equilibrio


No les conceda más libertad y responsabilidad de la que puedan asumir

24. Cómo tratar los temas serios: la bebida, las drogas, el sexo y el sida
No esquive los problemas difíciles o podrán convertirse en grandes problemas

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25. Los padres y los hijos mayores: cuidarles pero sin entrometerse
No ignore ni intente controlar el crecimiento de su hijo

Bibliografía

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Introducción
«Ya soy padre, ¿y ahora qué?»

No hay padres perfectos.


Vale, lo hemos sacado de contexto. Intentar ser un padre perfecto es algo así como
intentar tener hijos perfectos; crea una presión desmesurada y una sensación de fracaso e
incapacidad que no es razonable. Es una expectativa destinada al fracaso que le hará
sentirse totalmente desgraciado.
Seamos realistas desde el principio: ser un buen padre no requiere ser perfecto, pero sí
requiere hacer las cosas correctas como padre. Hacer «lo correcto» implica una
combinación de amor, disciplina, enseñanza y orientación, un proceso que va desde el
nacimiento hasta la edad adulta, y en cierta manera también durante esta última. Ser
padre es un trabajo que nunca se acaba. Este libro trata de enseñar a hacer esas cosas
«correctas» que hacen que los padres sean buenos padres y que les ayudan a educar
niños sanos. Para ser buenos padres hay que tener grandes dosis de amor, paciencia,
sentido común y la habilidad de aprender y adaptarse, y estar dispuesto a ofrecer
orientación y disciplina incluso en los momentos difíciles del crecimiento de los hijos.
Haciendo esto continuamente se ganará lo que se merece como padre.
Lo malo de todo esto es que es también muy posible ser un mal padre. Ser un mal
padre implica dejar de hacer lo que un padre responsable tiene que hacer. También se
puede ser mal padre por hacer cosas terribles o destructivas que hieren a los hijos, a los
matrimonios y a las familias. Este libro trata también de cómo evitar estos errores. A
veces los errores que cometen los padres no son intencionados e incluso pueden ser el
resultado de intenciones ciertamente buenas. Pocos padres se dicen a sí mismos: «Bien,
vamos a divorciarnos. ¿Por qué no dejamos a nuestros hijos destrozados emocionalmente
en el proceso?» Puede que la intención de herir a un hijo no esté presente, pero es triste y
preocupante ver cuántas veces los hijos acaban siendo los más heridos. Si usted es padre
y tiene hijos pequeños, y está pensando divorciarse, lea por favor el capítulo 19: «Los
peligros del divorcio». No haga las cosas que pido a los padres divorciados que no
hagan, y usted (y sus hijos) saldrán airosos. Algunos errores de los padres son demasiado
serios para ignorar o pasar por alto. Si este libro puede evitar alguno de esos errores en
las vidas de sus hijos, habrá cumplido con su misión.
Este libro no cuenta trucos. Los trucos de la comunicación o de las relaciones no son
necesarios para ser buenos padres, y de hecho pueden llegar a ser nocivos para la

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honestidad, el respeto y la confianza. Normalmente los trucos se buscan para intentar
arreglar algo rápidamente o para obtener una solución mágica. Los buenos padres saben
instintivamente que no hay soluciones rápidas o abracadabras para los retos que presenta
ser padres ni para los muchos problemas con los que los hijos se encuentran conforme
van creciendo. Ser buenos padres requiere dedicación, enormes dosis de cariño y
perseverancia para seguir haciendo lo que es correcto aunque de vez en cuando
queramos abandonar o creamos que no vale la pena seguir luchando. Para ser buenos
padres hay que saber mucho y esforzarse continuamente. Este libro ofrece parte de lo
que hay que saber. Usted es quien tiene que realizar el esfuerzo.
Ser buen padre no es algo que se pueda hacer de forma aislada, sino que ocurre dentro
de las familias en las que hay cariño, confianza y respeto. Éste es un tema recurrente al
que hago referencia en muchos de los capítulos de este libro. Independientemente de que
una familia esté compuesta por dos o por diez personas, la calidad de las relaciones entre
ellas es crucial para el bienestar de cada una de ellas. Mientras que en una familia sana
suelen haber menos problemas serios entre padres e hijos, en una insana el trabajo de los
padres es mucho más difícil. La importancia de la familia y las cosas que los padres
pueden hacer para mejorar sus familias, es algo a lo que suele hacer referencia este libro
y por una muy buena razón. Formar parte de una familia unida implica dar, compartir,
ser honesto con las cosas buenas y con las malas, sacrificarse, desarrollar y apoyarse los
unos a los otros. Cada relación se enriquece bajo estas condiciones, y no sólo la relación
padre-hijo.
Para concluir debería agradecer a mis propios padres, que se abrieron paso en
condiciones a veces tremendamente difíciles para educar a siete hijos y que se
convirtieran en adultos responsables y atentos. Su capacidad para superar algunos
desafíos y contratiempos y para mantener unida y fuerte a la familia durante esos
momentos difíciles, se ha ganado mi respeto y admiración por ellos como individuos y
como padres. Me gustaría también agradecer a los cientos de familias y padres con los
que he trabajado durante veinte años. Cada familia es única a su manera, pero todas
comparten las mismas necesidades de cooperación, seguridad, pertenencia y proximidad.
He aprendido algo de todas y cada una de ellas. Espero que parte de esta sabiduría
colectiva sea comunicada a quienes lean este libro.
PETER JAKSA
Northbrook, Illinois

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«A pesar de todo, ¿quién manda aquí?»

Los adultos se casan para amar y ser amados, para compartir sus recursos y muchas
veces para formar una familia. Un matrimonio «bueno» está formado por cónyuges que
se apoyan y respetan mutuamente y que intentan trabajar cooperativamente como
iguales; que se complementan en lugar de competir o trabajar con agendas en conflicto.
Los sentimientos de intimidad y confianza dentro de un matrimonio están altamente
relacionados con el poder compartido, siendo por eso negativo que uno de los dos intente
dominar al otro. Un buen matrimonio, en otras palabras, es un proceso totalmente
democrático. Pero cuando los hijos son añadidos a la mezcla, la situación deja de ser
clara y sencilla.

NO ABANDONE SU AUTORIDAD PATERNA


¿Deberían los hijos entrar a formar parte de este proceso democrático? ¿Hasta qué
punto pueden ser tratados como «iguales» en la ecuación de la familia? Éstas son
cuestiones con las que luchan muchos padres mientras intentan averiguar qué es ser
padre y qué tipo de padres quieren ser. Este asunto se complica todavía más cuando
algunos expertos en educación infantil recomiendan que los niños por supuesto deberían
ser tratados como iguales. ¿No son sus necesidades tan importantes como las de sus
padres? Además, continúan argumentando estos expertos, si los hijos son tratados como
inferiores, su autoestima se verá perjudicada y se resentirán de que sus padres quieran
controlarles. Los desacuerdos y desavenencias entre padres e hijos deberían ser tratados,
siempre que sea posible, mediante la comunicación y la negociación. A los hijos se les
tendrían que dar opciones, en lugar de decirles qué tienen que hacer. ¿Cómo si no,
aprenderán a decidir por sí mismos y a convertirse en adultos responsables?

Los límites de la democracia familiar


Por atractiva que pueda parecer esta visión «democrática» de la paternidad, tiene
algunas limitaciones teóricas. Si se lleva demasiado lejos, el resultado final
probablemente será el de un padre lleno de remordimientos intentando a toda costa ser
justo. Los hijos, por su parte, carecerán de una sensación de seguridad y acabarán
sintiéndose confundidos y arrollados en lugar de estimulados y con poder.

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He trabajado con cientos de padres e hijos y la mayoría de ellos reconoce
intuitivamente la verdad universal de que la relación padre-hijo no es una relación de
igualdad, a diferencia de lo que hemos dicho anteriormente sobre la relación marital
ideal. Los psicólogos Melvin Silberman y Susan Wheelan también presentan su opinión
sobre este punto: «Por mucho que nos guste pensar que una familia o una clase funciona
como una democracia, los niños notan que hay una jerarquía de poder a la cual deben
siempre acomodarse». Ésta es una declaración razonable y realista sobre el papel de la
autoridad en las relaciones padres e hijos. Muchos niños desafiarán la autoridad de sus
padres en algún momento, pero si los padres se mantienen firmes, su autoridad seguirá
siendo respetada. Al final esto será lo mejor tanto para los padres como para los hijos.
Padres e hijos ni ocupan ni deberían ocupar el mismo nivel en la estructura autoritaria
de la familia. Todos los hijos de una misma familia tienen que tener el mismo derecho a
ser amados, respetados y a tener sus necesidades. Esto no quiere decir que tengan el
mismo derecho a la hora de tomar decisiones, de determinar objetivos o de resolver
conflictos. Ni todo en la vida tiene elección ni todos los problemas pueden ser mediados.

¿Por qué los padres tienen que mandar?


Los niños juegan un papel igual en el amor y en el cuidado que hay dentro de una
familia, pero también necesitan protección, enseñanza, orientación y disciplina.
Utilizando una palabra ya anticuada, necesitan ser «criados». Los niños necesitan saber
que sus padres mandan. Esto no implica que los padres tengan que actuar controlando y
dominando, sino que lo hagan como adultos fuertes que saben cómo tratar los peligros y
dificultades, cómo satisfacer las necesidades de su familia y tomar las decisiones
correctas en los temas importantes. Esto es lo que crea en el niño una sensación de
seguridad emocional, y no la oportunidad de negociar con los padres o de tratarles como
iguales. Por razones prácticas de salud y seguridad los padres tienen que estar al mando.
Cuando esto sea comprendido y aceptado por padres e hijos, aumentará en lugar de
disminuir la confianza y la cooperación. Los padres que abdican su autoridad en sus
hijos, por muy buenas que sean sus intenciones, acabarán teniendo más conflictos,
inseguridad y problemas.
Los niños son niños. Por naturaleza, los niños son inmaduros emocionalmente,
egoístas, impulsivos y exigentes. Esto no quiere decir de ninguna manera que sean
«malos», simplemente que son niños. Si un adulto actúa de manera egoísta o exigente, o
si reacciona exageradamente a nivel emocional, diremos que está «actuando como un
niño» y estaremos criticándole al decirlo. Si por el contrario la persona es un niño, este
comportamiento será en cierto modo normal e incluso esperado. Los niños tienen que
aprender a ser responsables y sanos, y a comportarse apropiadamente, porque como
todos los padres sabemos, no nacen con buen juicio ni con todas las normas sociales.
Educar a nuestros hijos, o en términos más formales, socializarles, implica enseñarles
una amplia variedad de conocimientos y habilidades. Éstos incluyen responsabilidad,

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respeto por las normas y la autoridad, el arte de planificar y pensar las cosas, dar las
gracias y trabajar para conseguir los objetivos propuestos, y el respeto y consideración
por los demás. El aprendizaje de comportamientos maduros implica una serie muy larga
de lecciones a lo largo de los años, enseñados en gran parte por unos padres atentos y
preocupados que pueden establecer reglas, imponer límites, y ofrecer al mismo tiempo
amor y disciplina. Los padres están claramente en la posición de profesores, guías y en
algunos casos hasta de jefes, y no en una posición de igualdad que es la que caracteriza a
las amistades. Una amistad verdadera entre un padre y un hijo no será posible hasta que
el hijo sea adulto. Antes, el niño necesita algo mucho más importante: ¡necesita unos
padres!

Las lecciones de las normas, los límites y la protección


Los niños necesitan normas y límites, e indudablemente necesitan aprovecharse de
ellos. Esto no quiere decir que vayan a gustarles o a aceptarlos inmediatamente, así que
prepárese para ser desafiado. Usted, como padre, escuchará miles de veces lo injustas
que son sus normas y que es el padre más malo que hay. De todas formas, las reglas y
límites, impuestos justamente, son de vital importancia para el bienestar de su hijo y para
su tranquilidad de ánimo. Si permite a su hijo una gran «libertad» en los temas de
comida, de horarios, de tareas domésticas, y de deberes por ejemplo, probablemente
acabará con un niño al que solo le gusta la comida basura, se queda despierto hasta altas
horas, y no hace los deberes hasta que se cansa de ver la televisión o de jugar con los
videojuegos. ¿Tareas domésticas? ¡Debe de estar bromeando! ¿Quién tiene tiempo para
las tareas domésticas hoy en día? El rol de los padres es ofrecer orientación, supervisión
y, cuando sea necesario, disciplina para asegurar que estas cosas fundamentales se
realicen.
Nuestras responsabilidades como padres son ofrecer protección y enseñar a nuestros
hijos. Éstas se realizan mejor con amor y comprensión, pero no deberían ser nunca
realizadas por remordimiento ni desestimando su importancia. Todos los hijos dependen
de sus padres, especialmente cuando son jóvenes. Los hijos, aunque no lo digan, sienten
esta dependencia a un nivel emocional. A un nivel de supervivencia básico, los niños
dependen de sus progenitores para la alimentación, el cobijo, la vestimenta y las
necesidades más simples de la vida, incluido un lugar en la familia.
El rol de proteger a los niños sigue siendo de vital importancia para los padres y
cuidadores adultos. Aunque muchos departamentos sociales realizan una función
protectora en nuestra sociedad, nunca serán un sustituto del cuidado de unos padres. El
trabajo de educar a los niños y de enseñarles las habilidades de la vida nos corresponde a
nosotros como padres. Los colegios juegan por supuesto un papel importante, pero no
pueden de ninguna manera duplicar el impacto personal y emocional que los padres
tienen en el desarrollo moral y emocional de sus hijos. Los padres son y siempre serán
los profesores más influyentes.

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Un padre asertivo no es un dictador, un blando o un negociante
Ahora que hemos elogiado los valores de los padres que afirman su autoridad, ¿qué
pasa con la necesidad de los hijos de elegir y de ser libres con sus vidas? Ciertamente
ésta es una parte importante del crecimiento y de hacerse un lugar entre los miembros de
la familia. La respuesta corta es que los niños deberían ser responsables y tomar
decisiones sobre las cosas de la vida que puedan controlar. Esas cosas dependerán
evidentemente de la edad del niño y de su nivel de madurez. La respuesta larga es que
los padres juegan un papel fundamental a la hora de determinar qué libertades y
elecciones es capaz de hacer un niño en un momento determinado de su vida. Qué es lo
más apropiado, realista y sano para un niño en particular es algo que tiene que ser hasta
cierto punto discutido y negociado, pero lo fundamental es que los padres tienen que
actuar siempre en el mejor interés de su hijo. Esto no es una cuestión de control sino de
responsabilidad.
Ser padres afectivos no tiene nada que ver con el control. Tampoco tiene que ver
con abdicar su autoridad. El miedo a ser demasiado controladores y a impedir el
crecimiento de sus hijos, ha hecho que muchos padres adopten una actitud pasiva y
permisiva en las relaciones con sus hijos. Como hemos dicho anteriormente, ésta no es
una buena situación ni para los padres ni para los hijos. Los padres permisivos y pasivos
se convierten en «esponjas» figurativas que ceden ante cualquier cosa con tal de evitar
conflictos. Lo que el niño probablemente aprenderá de este tipo de interacción es que el
complejo de culpabilidad tiene su recompensa y que oponerse a la pelea tiene sus
ventajas. Los padres bien intencionados que hacen lo imposible por ser «justos» y
«defender» a sus hijos acabarán en una pelea continua con ellos ya que éstos les
considerarán más como hermanos contra los que competir que como padres a los que
hay que respetar y obedecer. El resultado será más complejos de culpabilidad, más
presiones y más manipulación.

El padre intimidador
Hay padres que son demasiado controladores, pero esto entra en la categoría de ser
intimidadores y dictatoriales, no en la de ser asertivos. Los doctores Silberman y
Wheelan opinan que algunos padres utilizan la intimidación o la culpabilidad para
asustar o forzar a sus hijos a hacer lo que ellos quieren. Estos métodos son siempre
destructivos y no deberían utilizarse. La intimidación amenaza la seguridad y autoestima
del niño y puede causar la sumisión dócil o la rebelión pasiva-agresiva por parte de éste.
El padre dictatorial que espera que su hijo siga todos sus deseos no está ciertamente
actuando en el mejor interés del niño y por tanto no está actuando responsablemente
como padre. Un padre agresivo, intimidador, suele ser una persona con una necesidad de
superar su propio sentimiento de inferioridad coartando o intimidando a un niño. Un
padre asertivo tiene siempre presentes las necesidades y el bienestar de su hijo y se

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comporta siempre teniendo en cuenta los beneficios para éste.

La táctica de la culpabilidad
El padre que utiliza la táctica de la culpabilidad para hacer que el niño obedezca está
evitando el conflicto y la responsabilidad de diferente manera. Decir a un niño por
ejemplo que su comportamiento hiere a su padre, puede producir algún cambio en el
comportamiento del niño, pero también deja en él un sentimiento de pena, llegando
incluso a cuestionarse su valía personal. Si a un niño se le hace sentir como un niño
«malo» por culpa de pelearse con sus padres, o porque ha dejado de hacer lo que tenía
que hacer (no ha arreglado la habitación, por ejemplo), el daño emocional causado puede
ser mucho peor que el comportamiento problemático en sí.
Los padres que utilizan tácticas de culpabilidad quizás no se den cuenta de ello. Quizá
los padres también recibieran esos tratos cuando eran niños, y por tanto les parecen
«naturales». Sea como sea, siempre hay que tener en cuenta que todo lo que un padre
diga o haga para criticar, despreciar o deshonrar a un niño, es dañino para su autoestima
y perjudica la unión emocional que hay entre el padre y el hijo. Es mucho mejor que los
padres expresen sus necesidades y deseos directamente al niño, e impongan las
recompensas y los castigos en función del comportamiento del niño sin tener que recurrir
a la crítica o a la culpa.

Utilizar responsablemente la autoridad paternal


La autoridad de los padres evidentemente tiene que ser respetada por los hijos, pero
también tiene que ser reconocida y respetada por los padres. Los problemas que
normalmente veo al trabajar con familias no son que los hijos se nieguen a respetar a sus
padres, sino que muchas veces son los padres que se sienten culpables, avergonzados o
confundidos para afirmar su autoridad paternal de manera positiva. Es verdad que se
necesita un poco de persuasión antes de que los niños lleguen a aceptar que un padre
asertivo no es un dictador, un controlador o una clase de ogro abusón. Los padres
asertivos aman, enseñan y guían. Los padres pasivos orientados a la culpabilidad ofrecen
un ambiente laxo y dejan a los niños que vayan a la deriva hacia lugares que no ofrecen
seguridad emocional y que pueden incluso ser peligrosos.
Determine los límites, pero elija sus batallas. Evidentemente la autoridad de los
padres tiene unos límites, y es importante reconocer cuando afirmamos nuestra autoridad
que quizás éstos sean contraproducentes o no suficientes para lo que el niño necesita.
Los padres no deberían intentar tenerlo todo atado y a su manera, especialmente cuando
los niños se hacen mayores y llegan a la adolescencia. ¡Ay del padre que quiera controlar
a su hijo adolescente que está luchando por establecer su sentido de la independencia,
porque esto pronto se convertirá en su eterna batalla! La autoridad de los padres debe ser
aplicada sobre todo cuando esté en juego algo importante, permitiendo cada vez más

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libertad de elección al niño conforme vaya madurando. Si se desarrolla un
comportamiento violento o abusivo, tendrá que buscarse ayuda profesional. Algunos
problemas que desarrollan los hijos, tales como problemas emocionales o problemas con
el abuso de las drogas o del alcohol, requieren también intervención profesional y no
pueden ser tratados sólo por los padres. Los padres inteligentes saben cuándo tienen que
llamar a las tropas.
¿Dónde empieza el ser buenos padres? De hecho empieza con una relación fuerte y
cariñosa entre los propios padres. Las buenas relaciones entre ambos originan
sentimientos de seguridad y de estabilidad. Muchas veces los niños demuestran la fuerza
que tiene esta necesidad de seguridad oponiéndose claramente a cualquier plan de
separación o divorcio de sus padres. Además de ofrecerles seguridad, los padres tienen
que darles también orientación y estructura. Para ello quizás tengan que pensar y
planificar qué tipo de padres quieren ser. Usted como padre tiene que dictar las normas,
los objetivos y las expectativas sobre cómo se hacen las cosas en su familia. Intente que
sean normas, objetivos y expectativas realistas y justas, y sus hijos las respetarán, le
respetarán a usted y se respetarán a ellos mismos.

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Preste atención a sus hijos

Todos los padres aprendemos pronto que los niños necesitan constantemente nuestra
atención, seguridad y amor. Su seguridad emocional y su valor suelen ir ligados al
tiempo y a la atención que los padres u otros cuidadores les prestan. Los niños tienen
también un miedo universal al abandono. Este miedo puede ser particularmente intenso
cuando los niños son pequeños, aunque suele durar hasta la adolescencia.

NO SEA EL «PADRE AUSENTE»


Los niños saben que los padres no siempre están ahí y que en la vida se producen
pérdidas dolorosas y en muchos casos inesperadas. Ven como sus amigos pierden a sus
padres por culpa de enfermedades mortales o de accidentes. Con más frecuencia, ven
como sus amigos pierden a sus padres por culpa del divorcio. Algunos niños desarrollan
ansiedad de separación, un miedo persistente e irreal de que algo malo les ocurrirá a sus
padres. El miedo a perder a un padre, por sí mismo, puede causar en el niño una ansiedad
todavía más intensa que las ansiedades normales de la vida. Cuando se produce la
pérdida de un padre, los niños reaccionan con depresión y ansiedad.

¿Quién es el padre ausente?


La pérdida de un padre, que experimentan muchos niños, no es necesariamente la
pérdida física, como ocurre con la pérdida causada por el divorcio o la muerte. También
existe la pérdida emocional que ocasiona un padre que nunca está libre para su hijo. Éste
es el «padre ausente». Muchos padres siguen formando parte de la familia del niño, pero
están físicamente ausentes por culpa de sus actividades laborales u otras actividades.
Para el niño el resultado es el mismo: una sensación de abandono, de privación
emocional, y una sensación de importancia y valía personal cada vez menor. Si el
abandono continúa, es común ver a los niños reaccionar con el enfado, con
comportamientos exagerados, y con el alejamiento físico y emocional por su parte.
Llegado este punto, el padre habrá perdido una de las cosas más preciadas e íntimas que
pueda tener: el amor y el respeto de su hijo.
La negación del padre ausente. La tragedia del «padre ausente» es tan triste como

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evitable. Muchos padres negarían rotundamente la posibilidad de dejar de estar
disponibles para los hijos que tanto aman. «¡Yo jamás lo haría!», afirman convencidos.
Aunque sus propios padres hubieran estado demasiado ocupados con el trabajo, o
intentado escapar de las drogas o del alcohol, o perdidos en una enfermedad emocional
mal controlada, pocos tratarían a sus hijos de esta manera. Un problema es que el
abandono emocional de un niño no siempre es intencionado e incluso puede no llegar a
ser reconocido por el padre. Otras veces, un padre puede estar tan ensimismado en sus
propios intereses que las necesidades del niño pasan desapercibidas e insatisfechas. La
historia de Leo es un buen ejemplo de qué ocurre cuando un padre pierde el contacto con
la importancia y responsabilidades que tiene la paternidad.

LA HISTORIA DE LEO
Leo tenía nueve años cuando sus padres se divorciaron. Él les amaba a los dos y
deseaba con toda su alma que se llevaran bien, pero nunca fue así. Después de muchas
peleas y discusiones, de varios platos rotos y de muchas noches de esconderse
atemorizado con su hermano pequeño mientras sus padres se peleaban, su padre Miguel,
abandonó la casa. El consuelo por que hubieran terminado las peleas de sus padres fue
mitigado por el hecho de que a pesar de que su padre siempre había pasado mucho
tiempo fuera de casa trabajando en el despacho, ahora le iban a ver todavía menos.
Leo nunca había estado demasiado unido a su padre pero necesitaba
desesperadamente su aprobación. Miguel había sido un buen jugador de fútbol en la
universidad y era un ejecutivo brillante en su empresa. Jugaba a golf regularmente y
tenía una vida social muy ocupada. A Leo le aburría solemnemente el golf pero accedió
a tomar clases y jugaba una vez al mes para estar con su padre. Tenían una relación de
amistad mientras jugaban. Por lo menos Leo tenía ese tiempo con su padre, lo cual era
mucho más que el que tenía su hermano David, que en ese momento tenía cinco años. A
los chicos les gustaba estar con su madre, que era atenta y siempre estaba disponible,
pero les encantaba pasar el fin de semana con su padre. Con él iban a ver un partido, una
película, o a jugar a golf.
Las segundas nupcias. Cuatro meses después de la separación de sus padres, Leo se
quedó sorprendido al enterarse de que su padre iba a volver a casarse. La novia de su
padre se había trasladado a su piso y había dejado bien claro desde el principio que ésa
era su nueva casa. Cuando los niños visitaban a su padre el fin de semana, ella les
restringía los horarios de ver la televisión, y les mandaba pronto a la cama si no se
portaban bien. Los adultos empezaron a salir regularmente por las noches, dejando a los
chicos con una canguro. Cuando Leo se quejó de esto a su padre, éste le contestó que no
fuera egoísta y que pensara en las necesidades de ocio de la que iba a ser su madrastra.
Leo cada vez estaba más enfadado y resentido con Elisa, la novia de su padre porque
estaba aparentemente «robándoselo». La cosa empeoró aún más cuando la madre, dijo
indirectamente que Elisa había sido la culpable de su divorcio. Entonces fue cuando Leo

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declaró la guerra conductual.

Interpretar mal las necesidades del niño


La reacción de Miguel al comportamiento rebelde de su hijo hacia Elisa iba a ser
reprimirle todavía más. Castigó al chico por su falta de respeto y redujo sus partidos de
golf con él. Cuando los chicos se quejaron de que ya no les gustaba visitar a su padre,
sus visitas fueron reducidas a uno de cada dos fines de semana. Miguel estaba todavía
más ocupado en el trabajo debido a una promoción y también por culpa de sus planes de
boda y porque tenía que atender a su novia. El enfado de Leo se convirtió en tristeza al
descubrir que había perdido la batalla por el afecto de su padre. Pasaba cada vez más
tiempo en casa mirando la televisión y menos tiempo con sus amigos, hasta que de
repente dejó de verlos por completo.
Las notas de Leo en el colegio fueron cada vez peores porque no se esforzaba lo más
mínimo. Los problemas escolares llamaron la atención de sus padres y de sus profesores.
Su madre suplicó a Leo que se esforzara más y le prometió a cambio un nuevo
videojuego. Su padre le dio un sermón sobre como convertirse en un ganador o en un
perdedor y sobre qué se necesitaba para triunfar en la vida. Cuando Leo regresó a casa
después de esa visita en concreto, su madre pudo ver el abatimiento en su cara. «Quiero
a papá, pero ¿por qué es tan memo?», dijo desanimado. La madre no pudo más que darle
la razón.

Las soluciones parciales


La madre llevó a Leo a un psicólogo para que tratara su depresión y su pésimo
rendimiento académico. Miguel dijo que no podía acompañarles aludiendo que tenía
mucho trabajo y la madre le echó las culpas de los problemas de su hijo. Indicó por eso
que pagarían a medias. La terapia dio a Leo una salida segura y creativa para sus
sentimientos de ira y resentimiento hacia su padre. Seguía deseando desesperadamente
su afecto y su aceptación, pero rápidamente iba perdiendo esperanzas de conseguirlos.
Aunque seguía amando a su padre, Leo fue distanciándose cada vez más para protegerse
a sí mismo emocionalmente del dolor del ensimismamiento de su padre.
Después de su matrimonio con Elisa y del nacimiento de su primera hija, Leo ya no
quería ir a visitarle y siempre ponía excusas para cancelar sus visitas. Desgraciadamente,
el final de esta historia no fue un final feliz. Al cabo de dos años Miguel tuvo que
trasladarse a vivir a otro país por culpa de su trabajo y dejó de ver a su hijo
definitivamente. Ahora Leo tenía una excusa legítima de por qué su padre no formaba
parte de su vida. Por su parte Miguel, había perdido a su hijo mayor.
El divorcio de los niños. Cuando los padres de Leo se divorciaron, se divorciaron
entre ellos y no de los niños. Ambos seguían teniendo obligaciones en sus papeles de
padres, y seguían siendo necesitados por sus hijos. Miguel, el padre, abdicó de sus

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responsabilidades como padre al implicarse de una manera narcisista en su trabajo, en
sus intereses y en su futura esposa. Para Leo la pérdida no supuso sólo perder la
seguridad de su familia, cosa que suele suceder después de un divorcio, sino también el
abandono emocional por parte de su padre. Después de un período de ira y rebeldía,
seguido de la depresión y la desesperación, el chico acabó desvinculándose
emocionalmente de su padre. Parte de la ira y de la tristeza se quedó en él, enterrada
profundamente ahí donde pudiera causar el menor daño, y por tanto lo más probable es
que siga con el chico toda la vida.

El padre que trabaja demasiado


¿Por qué los padres abandonan a sus hijos? La autora Mary Zesiewic opina que hay
cuatro motivos. Primero, algunos padres simplemente trabajan tanto y tantas horas que
no les queda tiempo disponible. Cuando están físicamente presentes, suelen estar tan
cansados que no tienen ni energía ni paciencia con sus hijos. Estos padres suelen amar a
sus hijos y tener las mejores intenciones, pero están demasiado preocupados con sus
responsabilidades laborales. La gente que desempeña trabajos profesionales o ejecutivos,
los que trabajan por cuenta propia, y las madres que tienen que compaginar el trabajo y
las responsabilidades familiares son especialmente vulnerables a estar demasiado
ocupados o a implicarse demasiado en su trabajo. La solución por supuesto es la de
intentar sacar tiempo libre para la familia y dedicarlo plenamente a ella. Muchas veces lo
único que necesita el niño es ver que los padres están allí. La relación ya se cuidará por
sí sola.

El padre enfermo
Otro motivo para que unos padres abandonen a sus hijos es la enfermedad o
incapacidad. Puede tratarse de una enfermedad física prolongada, una enfermedad
emocional crónica como la depresión severa o la esquizofrenia, o un problema de abuso
de drogas o de alcohol. En estas circunstancias, el padre quizás quiera implicarse más en
la vida de sus hijos pero se siente incapaz de hacerlo físicamente. La sensación de
pérdida por parte del niño puede ser enorme, independientemente de la razón del
problema.
Cuando existen problemas emocionales o psicológicos, es responsabilidad del padre
buscar un tratamiento apropiado y efectivo para controlar el problema lo mejor posible.
Tener una historia de depresión, esquizofrenia, desorden bipolar, o cualquier otro tipo de
incapacidad emocional, no impide a nadie ser un padre responsable y cariñoso. Un
problema emocional puede dificultar la tarea, pero en ningún caso imposibilitarla. Si el
problema es el abuso de drogas, la persona tiene la responsabilidad urgente de buscar un
tratamiento apropiado para controlar el problema. Un padre que abuse del alcohol o de
las drogas no sólo dejará de estar disponible emocionalmente para el niño, sino que

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estará arriesgando seriamente su salud debido a que la atención será inferior y aumentará
el riesgo a sufrir accidentes y otras desgracias.

El padre ensimismado
Una tercera causa de que los padres abandonen emocionalmente a sus hijos es que los
padres están tan absorbidos en sus propios objetivos e intereses que descuidan las
necesidades de sus hijos. Estos suelen ser padres narcisistas, como el padre de Leo. Por
desgracia, algunos aspectos de nuestra cultura animan a que la gente quiera a toda costa
satisfacer primero sus necesidades. Esta filosofía de «procurar ser el número uno»
literalmente significa que el egoísmo y el ensimismamiento son aceptables e incluso
deseables.
Los hay que tienen lo que se conoce como «trastorno de la personalidad narcisista»,
que hace referencia a una imposibilidad de sentir empatía con otras personas, de darse
cuenta de sus necesidades, o de interesarse por ellas. Este defecto de la personalidad se
puede dar tanto en padres como en hijos. El extremo opuesto al padre narcisista es el del
padre que dedica toda su vida a sus hijos, a expensas de considerar sus propias
necesidades o intereses. Evidentemente, esta situación no es sana ni para padres ni para
hijos. La solución está en encontrar el equilibrio entre las necesidades de los padres y las
de los hijos, y que los padres no asuman el papel de narcisistas ni el de mártires.

El padre agobiado
Un cuarto motivo por el que los padres abandonan emocionalmente a sus hijos es que
uno de ellos o ambos están demasiado agobiados con sus problemas conyugales y no
sean capaces de atender a las necesidades de sus hijos. Si los problemas matrimoniales
persisten durante mucho tiempo, el matrimonio adquirirá una cualidad tóxica
emocionalmente destructiva para todos. Estos padres estarán siempre tan enfadados y
encolerizados que no podrán prestar atención o ser sensibles a sus hijos, y estarán
demasiado estresados emocionalmente para educarles. Si el problema es el abuso del
alcohol o de las drogas, el problema es mucho peor; en este caso es necesario que la
pareja acuda a una terapia familiar o conyugal. Si el problema persiste, quizá sea
conveniente el divorcio. Contrariamente a lo que se creía hasta hace unos veinte años, no
es mejor aguantar un matrimonio «por el bien de los hijos». Los hijos salen más
perjudicados por culpa de un matrimonio conflictivo que de un divorcio.

¿Qué podemos hacer los padres?


La clave para mantener una relación íntima y verdadera con sus hijos está al alcance
de todos, pero hay que ponerla en práctica. Para empezar, esté atento a sus hijos. Esto
quiere decir pasar más tiempo con ellos, mostrar interés en sus actividades, y hacer con

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ellos cosas divertidas y recreativas regularmente. Esto es especialmente importante
cuando los niños son pequeños, pero también hay que mantenerlo en la adolescencia. El
interés tiene que ser verdadero, no ficticio. Los niños son muy sensibles a los motivos
que tienen sus padres para hacer cosas con ellos, y se ofenderán cuando el padre haga
algo por obligación o por remordimiento. Si no tiene tiempo para sus hijos pero tiene un
verdadero interés y afecto por ellos, debería preguntarse por qué demonios los ha tenido.
¿Cuál es su intención ahora? Todos los padres tendrían que asumir su responsabilidad de
hacer tiempo e interesarse en las vidas de sus hijos. No hay excepciones, no hay excusas.

Lazos que unen y alimentan


Las familias necesitan cohesión para asegurar el bienestar y la seguridad emocional
de sus miembros, especialmente de los niños. Cuando un padre está demasiado ocupado,
abrumado, preocupado o ensimismado para atender las necesidades de su hijo, esta
cohesión se rompe. La intimidad se pierde, la confianza desaparece, y la pérdida de
seguridad emocional puede llegar a ser devastadora. Es tremendamente importante en
estos tiempos de frenética actividad, buscar tiempo para estar en familia, y que ese
tiempo sea sagrado. Establecer rutinas y tradiciones ayuda a construir estabilidad y
seguridad. Comer juntos establece unos lazos familiares que durarán toda la vida.
Celebrar los santos o cumpleaños en familia crea tradición y una sensación de identidad
familiar.
Lo que es más importante, dedicar algún tiempo al día a conversar, a demostrar
interés, a hacer preguntas, a mostrar su afecto, construye unos lazos emocionales
duraderos que podrán resistir los problemas y presiones que se dan en las familias y en
las personas. No basta con expresar atención y amor por medio de regalos, cartas o
mensajes por correo electrónico. Estos son gestos bonitos hechos ocasionalmente, pero
no son sustitutos de pasar tiempo juntos. Los hijos requieren la presencia de los padres.
El padre que tiene la suerte de sacar tiempo para sus hijos se beneficia tanto a sí mismo
como a sus hijos.

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La violencia, el peligro y los desastres

Sin duda alguna el mundo puede ser un lugar aterrador para niños y para adultos. Y lo
que es todavía peor es dar tanta importancia a las cosas malas que al final parezca que el
mundo es peor de lo que en realidad es. El resultado final es que nos asustamos a
nosotros mismos en exceso, más allá de lo que es realista o sano. Además podemos
también asustar a nuestros hijos.

NO HAGA DEL MUNDO UN LUGAR HORRIBLE


Un hijo impresionable que está sometido a miles de imágenes de violencia, crimen y
desastres, y advertido cientos de veces por sus padres, profesores y otros adultos bien
intencionados, probablemente llegue a formarse una idea del mundo como un lugar
inseguro y en el que no se puede confiar. Si exageramos o damos demasiada importancia
a los peligros, nos arriesgamos a crear una generación de hijos emocionalmente
estresados que crecen inseguros y temerosos.

Los peligros versus las fobias


Los peligros reales tienen que ser tratados de manera realista pero sin exageraciones.
Queremos que nuestros hijos tengan cuidado con los desconocidos que muestren un
interés en ellos, pero no queremos que tengan miedo de cualquier adulto que se
encuentren. Queremos que comprendan por qué la puerta de casa tiene que estar cerrada
con llave por la noche cuando la familia se va a dormir, pero no queremos que se
escondan debajo de la cama temerosos de que un ladrón entre en su habitación. Los
niños tienen que conocer los peligros de los tornados o de las tormentas por ejemplo, y
las precauciones que deben tomar cuando hace mal tiempo. ¿Quiere decir esto que
queremos que nuestros hijos tengan miedo en cuanto vean una nube negra en el cielo?
Por supuesto que no. El niño viviría en un estado de miedo perpetuo al mal tiempo (de
hecho, he conocido niños con este miedo). No todas las nubes esconden relámpagos y no
todas las personas son secuestradores o violadores. No hay que exagerar los miedos. Los
niños que ven su entorno como peligroso y amenazante son más propensos a desarrollar
trastornos relacionados con el estrés, ansiedad, fobias y problemas somáticos.

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LA HISTORIA DE ÁNGELA: UNA NIÑA CON MIEDOS
Ángela tiene siete años. Tiene grandes ojos marrones que te miran fijamente durante
la conversación. Ángela tiene una serie de miedos que la hacen estar intranquila y no se
siente segura. Tiene miedo a la oscuridad, a las arañas y a los perros. Tiene miedo a no
gustar a los otros niños. Tiene miedo a que algo malo ocurra a sus padres, cosa que le
preocupa mucho. Tiene miedo a que alguien entre en casa por la noche. Tiene pesadillas
de su casa incendiándose. Por culpa de todos sus miedos tiene que dormir casi siempre
con sus padres. Ángela tiene miedo de dormir en casa de alguna amiga y nunca quiere ir
de colonias. Tiene muchas veces dolor de estómago y de cabeza. Muchas veces tiene que
dejar de ir al colegio porque no se encuentra demasiado bien.
Hoy Ángela está enfadada con su madre. «Mi madre me ha abandonado», dice.
Cuenta que ha ido con su madre al supermercado, al mismo de siempre. Es un
supermercado grande, bien iluminado en un barrio muy tranquilo. Normalmente está
lleno de gente. Como describe Ángela, ella y su madre iban caminando de un lado a otro
de los pasillos. Ella iba mirando los artículos de las estanterías y haciendo sugerencias a
su madre. Cogió sus cereales favoritos y, como siempre, se detuvo en la sección de los
caramelos. Al mismo tiempo que mira las estanterías, Ángela mira también a la gente
que hay a su alrededor. Siempre está cerca de su madre, sobre todo cuando alguien se
acerca.
Cuando Ángela estaba mirando las cajas de galletas, su madre le dijo que había
olvidado coger dentífrico y se marchó a buscarlo. La niña estaba demasiado preocupada
para oírla. Segundos después Ángela miró hacia arriba, y ¡horror! su madre había
desaparecido. De pronto cundió el pánico. Empezó a gritar y a llamarla, cosa que atrajo
la atención de los que estaban alrededor. Un empleado del supermercado se acercó a ella
para ver qué le ocurría, pero no quiso hablar con él. La madre de Ángela regresó
enseguida, llevando la pasta dentífrica que había olvidado. «¿Qué te ocurre, cariño?», le
preguntó la madre. Ángela estaba contenta de verla pero enfadada por lo ocurrido.
«¿Cómo te atreves a dejarme sola?» le preguntó. El mensaje subyacente para su madre
era bien claro: ¿cómo puedes ponerme en este peligro?
Los niños extremadamente sensibles. ¿Reaccionó exageradamente Ángela? Su
madre así lo creía ya que Ángela no corría ningún peligro porque ella se fuera al pasillo
de al lado a buscar el dentífrico. Ángela evidentemente no opinaba lo mismo. Lo que es
más importante, se sintió abandonada e insegura. El que su madre se fuera de su lado era
lo que más angustiaba a Ángela, cosa que estaba relacionada a su idea de que la tienda
era un lugar inseguro y la gente que en ella había era amenazante y peligrosa. Al día
siguiente la tía de Ángela reprendió a su madre por haberla dejado desatendida, aunque
sólo fuera un minuto. ¿Quién sabe lo que puede pasar en un minuto? El desastre puede
ocurrir en cualquier momento y hay historias de niños que han sido raptados a pleno día
en lugares públicos. El padre de Ángela bromeó diciendo que tendría que vender su
colección de Barbies para pagar el rescate. ¡Ángela no lo encontró para nada gracioso!

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¿Quién tenía razón en esta situación? En realidad los niños no deberían dejarse solos
en los lugares públicos. De todas formas es difícil discutir si el comportamiento de la
madre puso en peligro a Ángela. Las posibilidades de que fuera raptada por un
desconocido en un supermercado, con su madre estando tan cerca, y de salir de la tienda
con Ángela sin que ésta gritara y alertara a las otras personas, eran en realidad muy
remotas. Ciertamente no tiene sentido que la niña tuviera miedo del supermercado, de la
gente que estaba comprando, o de perder de vista a su madre un minuto. Podría decirse
que el problema mayor en esa situación era el miedo de Ángela a ser abandonada, su
exagerado sentido del peligro, y su reacción de pánico cuando perdió de vista a su
madre.

¿Peligros reales o exageraciones?


En este punto seguro que muchos padres tienen muchas protestas. ¡Los niños no
deberían dejarse nunca desatendidos! Hay muchos desalmados por todas partes. Es cierto
que hay algunos individuos enfermos en nuestra sociedad que son capaces de robar niños
o de sobornarles para que se vayan con ellos, o incluso de raptarles por la fuerza. Los
niños deben saber que estos peligros existen y tienen que saber cómo enfrentarse a este
tipo de situaciones en caso de que se les presenten alguna vez. Los padres responsables
han enseñado siempre a sus hijos que no deberían irse nunca con desconocidos, que no
acepten caramelos ni juguetes de nadie que intente seducirles, y que no se metan en el
coche de nadie. Si alguien intenta persuadirte de que le sigas, corre, grita, haz ruido, ve a
un lugar público a pedir ayuda, llama a la puerta del vecino, etcétera. Éstas son
precauciones realistas que ayudan a los niños a reconocer y tratar con peligros reales.
Deberían ser comentadas con los niños con calma y no en un ambiente de ansiedad y
amenaza. La mayoría de la gente es gente responsable y bien intencionada.
¿Más peligro o más conocimiento? ¿Son nuestras ciudades más peligrosas que hace
treinta, cuarenta o cincuenta años? La idea que tenemos ahora de nuestras comunidades
es mucho más negativa, debido en gran parte a las imágenes repetidas de violencia,
peligros y desastres con las que nos bombardean diariamente los medios de
comunicación. La hora de cenar se ha convertido en el momento para escuchar las
noticias y las historias de asesinatos, tornados, accidentes de aviación, etcétera. La
exposición repetida a la violencia, al peligro, a imágenes aterradoras, está estrechamente
ligada a nuestra percepción del mundo como un lugar peligroso y aterrador.

En ojos de un niño
Los niños son especialmente impresionables al no tener la madurez y sofisticación
intelectual para considerar los eventos desde una perspectiva más amplia. Un terremoto
en Estados Unidos se convierte en una amenaza para un niño que vive en Europa cuando
ve las imágenes repetidamente en la televisión de su casa. Un asesinato de un vecino

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ocurrido a muchos kilómetros de distancia puede provocar el que el niño empiece a
pensar en el potencial homicida de sus vecinos próximos. No sólo ocurren cosas malas,
sino que a menudo estas tragedias son publicadas por todas partes. Asesinatos,
accidentes violentos, incendios, fotos de las víctimas normalmente cogidas de los
álbumes familiares. Esta gente desafortunada suele ser gente normal, gente como usted o
como yo. El mensaje es rápidamente absorbido en la mente del niño: éste podrías ser tú.
Tú podrías ser el siguiente. Quizá no hoy, ni mañana, pero no se sabe si un día te
asesinarán, morirás en un accidente de aviación o de tráfico, en una inundación o en un
incendio. O, quizás alguien te rapte. Es algo que ocurre casi cada día, nadie está a salvo.
Los miedos exagerados. Una solución sana a los miedos exagerados es ofrecer una
visión realista del mundo en el que vivimos y de la gente que vive en él. Las noticias de
la televisión forman parte de un espectáculo y no son un reflejo demasiado real o
adecuado del mundo. Es cierto que hay individuos insanos que abusan de los niños, pero
son la excepción. La mayoría de la gente son nuestros profesores, médicos, vecinos y
familiares. Un adulto que se comporta inapropiadamente o de manera amenazante
debería ser tratado por otro adulto responsable o por un padre. Aunque algunos niños son
raptados por totales desconocidos, no es lo más frecuente, y muchos incidentes de raptos
de niños se dan por culpa de una situación de divorcio en la que los familiares se están
disputando la custodia. Es mucho más probable que un niño sea raptado por un miembro
de la familia o algún conocido, que por un total desconocido.
Los niños tienen que saber qué comportamientos son inapropiados y perjudiciales, sea
cual sea la fuente de ese comportamiento. Igual de importante es que los niños conozcan
las precauciones y qué hacer cuando se enfrenten a un peligro verdadero. Si telefonea
alguien que no conozcan no le deberían decir que están solos en casa, por ejemplo. Los
niños tendrían que saber telefonear a emergencias o a un vecino en caso necesario. No
deben abrir nunca la puerta cuando los padres no estén en casa. ¿Qué hacer si se pierde?
Pídale al niño que le dé diferentes opciones. Una familia debería practicar rutinas para
escapar de un incendio, y saber dónde encontrarse fuera de la casa en caso de que éste
ocurra. Preparando a los niños para los peligros reales les hace tener menos miedo. Un
niño que sabe qué hacer en situaciones peligrosas no tiene miedo a la gente, a los lugares
públicos, ni al mundo en general.

¿Cuándo deberían preocuparse los padres?


Los padres deberían preocuparse si sus hijos muestran síntomas de estar
excesivamente estresados, ansiosos o miedosos. Estos niños suelen tener miedo a
separarse de la compañía de sus padres. Mientras que esta ansiedad a la separación es
común y considerada normal en los niños más pequeños, puede ser un problema en los
niños más mayores y afectar a su desarrollo social y emocional. Los niños demasiado
ansiosos lloran más, rechazan cooperar y suelen estar de mal humor o enfadados, y ser
destructivos. Se puede producir también un incremento en los síntomas somáticos como

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los dolores de cabeza o de estómago y tener problemas para dormir. El estrés crónico
puede provocar problemas a largo plazo como la depresión, la diabetes juvenil, la
hipertensión, una disminución en el funcionamiento del sistema inmunológico, y muchos
otros problemas físicos. Los altos niveles de ansiedad suelen perjudicar a las relaciones
sociales, a la habilidad de confiar y establecer intimidad, y al rendimiento escolar.
Cuando la ansiedad, los miedos y el estrés empiecen a ser incontrolables, es conveniente
visitar a un especialista que trabaje con niños y familias. La terapia no sólo beneficiará al
niño, sino a toda la familia.

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Comunicarse con los niños a su nivel

Desde el momento que nacen, los niños se comunican con el mundo que tienen a su
alrededor. Conforme se van haciendo mayores y más maduros van respondiendo a la
gente y a los eventos de diferente manera. El lamento habitual de los padres «¡crecen tan
rápidamente!» también refleja la realidad de que «¡cambian tan rápidamente!». Mientras
que nuestros hijos van madurando en sus pensamientos, sentimientos, intereses, e
independencia, es trabajo de los padres mantenerse informados y adaptarse a su nivel de
madurez. Algo que funcionaba cuando el niño tenía cinco años no funcionará cuando
tenga diez, y lo que funcionaba cuando tenía diez no lo hará cuando tenga quince.

NO ESPERE LAS MISMAS COSAS A DIFERENTES EDADES


Como pronto descubren los que acaban de ser padres, los niños se comunican con
nosotros a través de sus estados emocionales. Las primeras expresiones pueden ser gritos
de enfado porque tienen hambre, porque están mojados, o porque tienen demasiado calor
o demasiado frío. El llanto de los bebés envía un claro mensaje aunque no intercambie
ninguna palabra. Las expresiones de incomodidad y de enfado son universalmente
comprendidas por niños y padres. Incluso los niños de pocas semanas son capaces de
producir una sonrisa y demostrar placer. Lo que el niño comunica son sentimientos y
muchos padres pronto sintonizan con ellos e intentan responder apropiadamente. Es
importante que los padres respondan también con palabras y sentimientos, y no solo con
comportamientos. La expresión de los sentimientos de los padres ofrece tranquilidad y
seguridad emocional incluso a los recién nacidos.

Reconozca el estado de los sentimientos


Lo que es verdad para los niños más pequeños también es verdad para los mayores.
Puesto que sus habilidades verbales están todavía poco desarrolladas, nos comunican las
cosas a través de sus sentimientos y comportamientos. Esto es tan cierto para el niño de
seis o doce meses, como para el de seis o doce años. Incluso cuando las habilidades
verbales estén más desarrolladas y el niño pueda expresar con palabras sus pensamientos
y sentimientos, seguirá siendo importante prestar atención al sentimiento que hay detrás
y responder a él. Normalmente las palabras que dicen los niños no son el mensaje real y

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no reflejan el verdadero problema o los verdaderos sentimientos del niño. Muchas veces
hay que conocer los sentimientos del niño y responder a ellos para que la historia real
pueda aparecer.
Es importante que los jóvenes sepan identificar sus sentimientos. Un niño puede
sentirlo «todo mezclado en su interior» pero no comprender realmente qué sentimientos
son. Esto es especialmente cierto cuando tienen sentimientos ambivalentes o mezclados
sobre algo. En este punto puede ser muy útil para un padre reflejar los sentimientos al
niño, dándole así al sentimiento un nombre o etiqueta. Esto debería hacerse
pacientemente, de manera natural y sin criticismo ni histerismo. Decirle al niño
«Roberto, parece que estás enfadado por algo», es mucho más útil que preguntarle
«Roberto, ¿cómo es que siempre parece que estás enfadado por algo?». La primera frase
pone un nombre al sentimiento, ayuda al niño a conocerlo, y le anima a expresarlo en
palabras. La segunda cuestión probablemente desate una respuesta así: «No, no lo estoy.
¡Deja de meterte conmigo!». Para los jóvenes es más importante saber qué sienten, que
saber por qué sienten de esa manera.

Enseñe la comunicación creativa


Otra manera de mejorar la comunicación cuando se trata con niños es expresando sus
deseos, cuando estos parecen obvios. Cuando Enrique, un niño de cinco años, se enfada
con su hermano David de tres por tocarle los juguetes, el enfado debería ser reconocido.
Sin embargo quizás no baste con aceptar su frase: «David es un pesado que siempre me
está fastidiando». Una simple pregunta a Enrique como: «¿Te gustaría que tu hermano te
preguntara antes de tocar tus juguetes?» ayuda a poner el enfado del hermano mayor en
un contexto significativo. El problema no es que David sea un «pesado» (¡aunque puede
que sea verdad!) sino que David no le pide permiso para tocar sus juguetes. Esto sugiere
una posible solución para el problema de ambos, e incluso puede estimular alguna
discusión o entendimiento entre ellos.
Jugar y comunicar los sentimientos. Otro método para mejorar la comunicación
consiste en proporcionar una salida creativa a los sentimientos. Los niños pequeños en
particular pueden no tener las palabras o la madurez verbal suficiente para expresar sus
sentimientos, pero pueden hacer un dibujo que «muestre» cómo se sienten. Quizá
también les guste jugar con figuras de juguete, en las que los juguetes representan a la
gente que conocen. En esta situación, los padres tienen que tener cuidado de no hacer el
papel de «psicólogos» e interpretar el comportamiento del niño, por muy tentador que
sea para ellos. Bastará con que jueguen con ellos y hagan comentarios. Los niños
mayores pueden preferir escribir una carta a un padre, a un profesor o a un amigo como
medio para expresar sus sentimientos aunque éstas nunca sean entregadas a la persona en
cuestión. Por último, los sentimientos de un niño deben tomarse en serio aunque no
tengan demasiado sentido para el padre, o la situación no sea demasiado seria. Un niño
no debería nunca sentirse ridículo porque no le gusta algo de lo que lleva de ropa, por

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ejemplo. Para ellos es muy importante, y en sus mentes se sienten terribles y creen que
serán el hazmerreír de todo el curso. Reconociendo ese sentimiento y ofreciéndole apoyo
conseguirá que el niño se sienta mejor. Cuando un niño se siente comprendido y siente
que le toman en serio, el dolor disminuye y la confianza entre los padres y él crece.

Por qué las acciones tienen más fuerza que las palabras
Todos los niños responden mejor a las acciones que a las palabras. Pero hay padres
que se esfuerzan demasiado por hablar con sus hijos, explicarles, persuadirles o
camelarles. Como dijo el psicólogo Samuel Goldstein: «Déjese de tanta cháchara ¡y
actúe!». Los mensajes a los niños pequeños deberían ser cortos, directos y específicos.
Cuando los padres tienen que vigilar tienen que hacerlo con acciones, no con palabras o
discursos. Cuando un niño está enfadado y quiere discutir, los padres deberían resistir la
tentación de entrar en una disputa o debate y en lugar de ello responder con un
comportamiento consecuente.
Con un niño pequeño, digamos de entre dos y cinco años, que por naturaleza y nivel
de desarrollo es básicamente egoísta e indisciplinado, los padres deberían realizar un
papel un tanto «dictatorial» («Soy tu madre y te digo que no.»). Los niños pequeños
responden a la autoridad y a la fuerza, no a la lógica. Lo que les interesa es evitar el
castigo y ganar recompensas. Los padres dictan sus propias normas, y todavía tienen
todas las respuestas en opinión de los niños (¡pero no por mucho tiempo!). Los padres
toman decisiones sobre qué es justo y aunque el niño intentará discutirlas acabará
aceptando las normas. No es necesario, y de hecho es bastante desconcertante para el
niño, meterse en largas discusiones sobre por qué algo es justo o no lo es. Cuando sea
necesario un castigo, podrá enviar al niño a su habitación o retirarle alguno de sus
privilegios.

La discusión aparece
Durante los primeros años de escolaridad los niños desarrollan un amplio vocabulario
y mejoran sus habilidades de comprensión verbal y razonamiento. A esta edad ya
empieza a tener más sentido tener discusiones sobre las razones de que los padres
impongan unas normas y peticiones. Las preguntas «por qué» serán las que los niños
formularán más. No deberían ser confundidas por rebeldía, porque muchas veces lo
único que pretenden es saber por qué los padres quieren que se haga una cosa
determinada. En este punto el papel de dictador tiene que dejar paso a algo más
democrático, o por lo menos más participativo. Los niños aprenderán a negociar y
descubrirán que si dan más obtendrán más. Las recompensas se harán más efectivas,
incluso para los proyectos a más largo plazo. El niño proyectará mejor en el futuro y
planificará por adelantado. Después de una confrontación tendría que haber un período
de enfriamiento y relajación seguido de una discusión sobre el comportamiento

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problemático y los planes para cambiarlo.
Hacia los últimos años de la escolaridad, es importante fomentar las discusiones sobre
los sentimientos y pensamientos. Las normas y responsabilidades podrán negociarse
más. Los padres estarán todavía al mando pero los jóvenes tendrán un sentido de la
independencia cada vez mayor. El grupo de amigos empieza a tener mucha influencia
aunque no tanta como la que tendrá en la adolescencia. La autoridad paterna y las
normas seguirán siendo respetadas siempre que sean «justas».

La adolescencia: negociar en terreno peligroso


La adolescencia suele ser la etapa más dura para la relación padres-hijos. El centro de
interés del adolescente pasa de ser la familia y los padres a ser el grupo de amigos. Los
niños buenos y respetuosos de doce años se convierten en chicos de catorce años y
entonces es cuando empiezan a desafiar a sus padres. Aún más chocante para éstos es
que muchas veces los adolescentes encuentran fallos en los valores, comportamientos y
normas de los padres. Muchas parejas que se enfrentan con la rebeldía de sus hijos se
preguntan: «¿Qué hemos hecho mal?».
La respuesta probablemente sea «nada». La búsqueda de la independencia por parte
del adolescente es algo totalmente normal y predecible. No puede ser «evitada», pero
tendría que ser controlada lo mejor posible. Este período es cuando los padres deberían
ser fuertes y no dejarse vencer por las dificultades o la presión. A pesar de su lucha por
conseguir la independencia, los adolescentes siguen necesitando una sensación de
pertenencia a su familia. Los jóvenes deberían ser responsables de sus comportamientos,
en casa, en la escuela y en la sociedad. Cuantas más libertades y privilegios más
responsabilidad.
Las normas para los jóvenes. Las normas y responsabilidades para los jóvenes
pueden ser discutidas y negociadas hasta cierto punto, con la excepción lógica de las
reglas que afectan a la salud, a la seguridad y a evitar problemas legales, que nunca
deberían ser negociables. Los horarios de salidas y llegadas tienen que ser impuestos,
por ejemplo, y no deberían nunca someterse a negociaciones excepto en casos muy
especiales. Los padres tienen que tener siempre la última palabra en los asuntos
importantes. Por mucho que los jóvenes se quejen, si los padres se mantienen firmes, los
jóvenes acabarán obedeciendo. Las consecuencias de incumplir normas importantes
deberían afectarles significativamente para evitar que las incumplan. Los padres deben
ser siempre consistentes con las normas impuestas, de lo contrario las reglas perderán
importancia y los padres autoridad. Cuando no suponga un riesgo para su salud o su
seguridad, o tenga consecuencias muy serias a largo plazo como puede ser tener
antecedentes criminales, los jóvenes pueden beneficiarse más a partir de sufrir las
consecuencias de su comportamiento. Protegerles y rescatarles de su comportamiento
irresponsable no enseña a los adolescentes a ser verdaderamente independientes y
autosuficientes en el mundo real.

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Elija su estilo de comunicación
Comunicarse con los hijos a su nivel es algo que generalmente los padres aprenden a
hacer rápidamente. Algunas cosas que los padres dicen son importantes a cualquier edad
o nivel de desarrollo. Empezando en la infancia los padres pueden comunicar una actitud
paciente, comprensiva y cariñosa. Pero también pueden mostrar una actitud distante y
despreocupada hacia sus hijos, la cual producirá heridas profundas y convertirá los
pequeños problemas en serios problemas. Aún peor, los padres pueden comunicar una
actitud crítica, degradante y vergonzosa. Cualquier comunicación entre padres e hijos
debería proteger la integridad del niño, su autoestima todavía muy frágil y desarrollar su
sentido de identidad.

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«Veremos quién grita más»

Las luchas de poder entre padres e hijos son bastante comunes. Comienzan cuando el
niño empieza a gatear y a explorar su nuevo mundo feliz. Entonces es cuando
empezamos a poner límites a su comportamiento: no toques el horno, no tires de la cola
al perro, ordena tus juguetes, haz los deberes, ponte el pijama, etcétera. A nadie le gusta
que le pongan tantos límites a su comportamiento, aunque sea por su propio bien. La
naturaleza de las luchas de poder va cambiando y evolucionando con la edad del niño,
pero seguirán estando presentes mientras el hijo viva en casa.

NO LEVANTE LUCHAS DE PODER


Las luchas de poder pueden ser frustrantes y agotadoras emocionalmente. Suelen
provocar confrontaciones entre padres e hijos. No pueden ser del todo evitadas, pero sí a
veces pueden ser prevenidas si los padres son previsores y planifican. Cuando las luchas
de poder se desarrollen, como seguro lo harán, el truco está en calmar el enfado y
resolver la situación de la forma más rápida y menos dolorosa posible.

La independencia es sana
Las luchas de poder suelen empeorar cuando los niños empiezan a establecer su
sentido de independencia. Estas pueden variar con la edad y el nivel de madurez, pero
los temas suelen ser siempre los mismos.
Un niño de dos años que está en la etapa conocida familiarmente como los «terribles
dos años», está estableciendo literalmente la independencia física de sus padres al
tiempo que explora el mundo. Descubre la libertad de moverse, de tomar decisiones, de
expresar sus sentimientos a través del comportamiento físico, y sobre todo que es un ser
independiente de la otra gente que le rodea. Todavía no tiene madurez para tomar
decisiones importantes, o para evitar los peligros que hay en el mundo, y por tanto son
los padres los que planifican y establecen la disciplina. Ésta no será la última vez que el
niño experimente frustración ante la imposibilidad de elegir y ante la falta de libertad
para hacer esas elecciones.
La adolescencia acarrea toda una serie de problemas y conflictos diferentes entre

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padres e hijos, centrados todos ellos en la necesidad del niño de conseguir la
independencia psicológica. Durante esta etapa normalmente turbulenta, la búsqueda de la
independencia y de la identidad ofrece un campo de batalla sobre las normas, los límites,
las libertades, las responsabilidades y los privilegios. Decir que esta lucha es normal no
la hace menos frustrante o estresante. Los tipos de peligros son cada vez más
complicados y serios, incluyendo la bebida, las drogas, el sexo y el embarazo, y la
delincuencia. Justo cuando el adolescente busca más independencia es cuando el padre
ve más peligros por los que preocuparse y la necesidad de un mayor control. No es de
extrañar pues que en esta etapa empiecen las desavenencias y los conflictos. El grado de
conflictividad de este período no depende simplemente de lo obedientes o rebeldes que
sean los adolescentes, sino que también tiene mucho que ver con cómo tratan los padres
este tema de la independencia. Los padres raras veces son tan débiles como creen, pero
tendrán que imponerse de manera constructiva y prevenir los conflictos en lugar de
fomentarlos o empeorarlos.

Por qué los niños y los padres levantan luchas de poder


Sus hijos no siempre estarán de acuerdo con usted, y usted no siempre estará de
acuerdo con ellos. El enfrentamiento, la disconformidad, y los conflictos son parte de la
vida normal. A veces, los conflictos surgen no porque haya un inmenso desacuerdo
sobre las normas o principios, sino simplemente porque el niño tiene un mal día.
Algunos días parece que haga lo que haga nada es bueno, que nada le gusta. Estos
períodos de negatividad pondrán a prueba su paciencia. Como apunta el doctor Edward
Hallowell en uno de sus libros, los niños (y los adultos) tenemos la agresión en nuestro
interior como parte de nuestra condición biológica humana. La frustración y los
desacuerdos pueden fácilmente convertirse en enfado y desarrollar un conflicto. La
cuestión para ustedes como padres no es si los conflictos se desarrollarán sino cómo
responderán cuando se desarrollen.
Una lógica por sí misma. Los adultos respondemos a los problemas y conflictos de
la vida de una manera lógica y racional, o por lo menos queremos pensar que así es. Los
niños por otro lado suelen comportarse emocionalmente, no racionalmente. Pueden ser
extremadamente testarudos, resistirse a toda lógica, y reaccionar exageradamente a nivel
emocional ante una situación determinada. Esto puede ser muy frustrante y
desconcertante para muchos padres que se preguntan por qué el niño no entiende o
respeta la lógica de sus normas o peticiones. El niño sabe que tiene que hacer los deberes
y sabe que la norma es hacer una hora de estudio antes de cenar. ¿Por qué le costará
tanto sentarse cada día a hacer los deberes? «Está intentando acabar con mi paciencia»
concluye el padre, o «le gusta pelearse por estas cosas conmigo». Es mejor mantener
estos comportamientos en perspectiva y no reaccionar exageradamente a ellos.
No actúe usted como un niño. Cuando un niño se comporta de una manera ilógica
porque «él lo sabe mejor», o se enfada por «nada», ese niño está simplemente actuando

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como lo que es, un niño. El padre inteligente espera ese comportamiento
emocionalmente inmaduro y tratará con él de la mejor manera posible según sean las
circunstancias. No sirve de nada tomarse demasiado en serio la protesta del niño,
considerarla un ataque personal, o reaccionar exageradamente a ella. Tomarse
personalmente el comportamiento indeseable del niño, reaccionar exageradamente a un
nivel emocional, y entrar en una pelea por culpa de él, hará que el padre también esté
actuando como un niño. Considere qué ocurre normalmente cuando dos niños se pelean.

Cómo los padres empeoran las cosas


Es mejor decir que hay veces en las que nuestros hijos harán cosas que nos dejarán
frustrados y nos harán enfadar. Cuando nosotros, como adultos y padres, reaccionamos
exageradamente al comportamiento del niño y empezamos a pelearnos con ellos, lo
único que conseguimos es que el niño se vuelva más emocional y menos cooperativo. Es
entonces cuando aparecerán las luchas de poder. El padre u otro adulto que intente forzar
al niño a la sumisión con amenazas de una batalla acabará consiguiéndola. Como dicen
los doctores Silberman y Wheelan «no hay nada que aumente más la adrenalina de los
niños que un adulto intentando llevarle a la batalla». No hay nada que provoque más
rápidamente una lucha de poder que un padre que pierde los estribos y se convierte en un
controlador autoritario.
Cuando un padre entra en una discusión con su hijo, a continuación vendrá la lucha
de poder. Las discusiones son luchas de poder en las que nadie gana. ¿Ha ganado alguna
vez un padre una discusión con un niño de cinco años? El niño podrá ser obligado a
hacer lo que su padre quiere, pero esto no quiere decir que esté de acuerdo con lo que
piensa su padre, que piense que éste está actuando justamente, o que se sienta
comprendido y apreciado. Imponer una norma con tranquilidad pero firmemente no es lo
mismo que gritar a un niño y criticarle por no hacer lo que usted quiere que haga, lo cual
es a lo que se reduce una discusión. Los niños tienen la misma necesidad que los adultos
de mantener su orgullo y dignidad, incluso cuando son muy pequeños. Si alguien les
grita o critica, está hiriendo su orgullo, su sentido de dignidad, y su disponibilidad de
cooperar en el futuro. Lo más probable es que el niño acabe pensando que «siempre me
chillan» y quizás, «nadie se preocupa por mí», o «ya verás», pensando en el futuro. El
niño siente que está siendo castigado, en lugar de pensar que su padre está actuando por
su bien. Realmente cuando alguien te está gritando no da demasiado la sensación de que
tiene en cuenta tus intereses. En una discusión sólo hay perdedores, no ganadores.
No se rinda. Otra manera de empeorar la lucha de poder es darse por vencido. El
padre que todavía no ha aprendido a decir que no, y a decirlo en serio, se encontrará en
una batalla con el niño por la simple razón de que el niño pronto aprenderá que ¡discutir
funciona! Si el niño descubre que puede forzarle para que usted acabe rindiéndose a sus
peticiones, lo hará siempre. Si ha tomado una decisión que es la mejor para el niño, o
está obligándole a cumplir una norma que ya ha acordado, no se rinda nunca, aunque el

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niño arme un escándalo. ¡No deje que se salga con la suya! Los padres que son
inconsistentes y permiten que un niño se salga con la suya, aunque solo sea de vez en
cuando, están pidiendo una batalla prolongada. Lo que el niño aprende del
comportamiento inconsistente de sus padres es que intimidar, forzar o armar un
escándalo es algo que a veces funciona. Los niños pueden ser increíblemente persistentes
si hay una posibilidad aunque sea remota de obtener lo que quieren, y todos los padres
tarde o temprano lo descubrirán.

CARLA Y SU MADRE
Carla tiene diez años. Es sábado por la mañana y está en la cocina hablando
entusiasmadamente con su amiga Susana cuando de pronto llega su madre.
«Carla, todavía tienes que arreglar tu habitación», le dice educadamente su madre.
La niña está claramente enfadada con su petición y le planta cara. «¡Estoy hablando
con Susana de su fiesta de mañana!», responde con tono irritado.
La madre de Carla sorprendida ante el desafío de la niña le contesta bien seria. «No
me contestes así, jovencita. Te he dicho que arregles la habitación, ¡ahora mismo! La
norma es que arregles la habitación el sábado por la mañana, ¿o acaso lo has olvidado?»
«¡No!», grita Carla. «¡Ahora estoy hablando con Susana y la habitación está bien!»
La madre vuelve a mirarle enfadada, con las manos en las caderas (ésta es una postura
universal de lucha). «He dicho que lo hagas ahora mismo o no volverás a hablar por
teléfono en todo el día. Tú eliges.»
«Lo haré más tarde» dice Carla protestando. Es tan pesada su madre...
«¡Ya está bien! Te quedas castigada sin teléfono todo el día. Y ahora cuelga y ve a
arreglar tu habitación. ¡Ahora mismo! Cuando te pido que hagas algo, lo haces y sin
protestar.»
«¡Mamá eres tan pesada!» Estoy hablando con Susana de su fiesta. Y no voy a
arreglar la habitación, ya está arreglada.»
«Está bien Carla. Castigada sin teléfono toda la semana», dice su madre enfurecida.
«¿Quieres seguir para que te castigue dos semanas?»
Carla se levanta de la silla y mira a su madre completamente encolerizada. «No voy a
ordenarla y no vas a obligarme a hacerlo», grita. «¡Estamos en un país libre y es mi
habitación! Y ahora déjame en paz.»
«Vale, castigada dos semanas. ¿Quieres intentar un mes?»
«¡Es tan injusto!», protesta Carla. «¡Ninguno de los padres de mis amigos es tan
horrible como tú!»
«Hago por ti mucho más de lo que hacen muchos padres de tus amigos, y tú lo sabes.
¡Me duele que digas eso!», exclama la madre herida y cada vez más enfadada con su

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hija. «Ahora, ve a arreglar la habitación o no irás mañana a la fiesta de Susana. ¡Lo digo
en serio!»
«¡No puedes hacerme esto!», protesta Carla. Susana es su mejor amiga.
«¿Que no puedo? Ya lo verás», su madre la amenaza. «Ahora, por última vez, ¿vas a
arreglar tu habitación o no?»
Carla levanta el teléfono como si fuera a lanzarlo, después lo vuelve a dejar en la
mesa de la cocina. «¡Te odio!», dice gritando mientras dos lágrimas le caen por las
mejillas.
«Bien, ordenaré la habitación si eso te hace tan feliz. ¡Odio vivir en esta casa!»
«¡Fantástico, ahora me odias!» grita su madre, mientras Carla se dirige a su
habitación y cierra la puerta de un portazo.

Para apagar las llamas hace falta agua, no gasolina


El incremento de la tensión y el conflicto entre Carla y su madre fue igual de
desconcertante para ambas. La pelea las dejó a las dos furiosas, heridas y resentidas.
Carla por fin arregló su habitación, pero a un precio emocional enorme para ambas. Esta
escena ilustra cómo una batalla de voluntades directa puede convertirse rápidamente en
una odiosa batalla, en la que ambas pierden los estribos y el enfado amenaza con
convertirse en algo físico. Si una pelea llega a estos extremos, los niños pueden llegar a
insultar a los padres, a romper cosas o incluso a golpearles. Los padres, por su parte,
podrían llegar a golpearles también.
Ahora consideremos una escena diferente entre Carla y su madre, en la que el
conflicto es tratado de una manera más calmada y no se incrementa la tensión.
«Carla, todavía tienes que arreglar tu habitación», dice su madre educadamente.
«No, ¡estoy hablando con Susana de su fiesta de mañana!», responde con tono irritado
Carla.
«Carla, ya conoces las normas. Tienes que arreglar la habitación los sábados por la
mañana. Ahora son las 10. Quiero que la arregles antes de las doce o de lo contrario te
quedarás castigada», responde firme pero agradablemente su madre.
«Pero, ¡estoy hablando con Susana y la habitación no está desordenada!», protesta
Carla.
«Quiero que la arregles antes de las doce, o te quedarás castigada hasta que lo hagas»,
responde su madre. La madre se marcha de la cocina.
«¡Mamá, no es justo!», grita Carla. «Fantástico, Susana. ¿Has visto lo injusta que es
mi madre? No, la mía es peor. Ahora tengo que dejarte para ir a ordenar mi habitación o
me castigará. ¡Es tan rollo! Te llamaré más tarde, ¿vale?»

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Como evitar levantar una lucha de poder
Puesto que las luchas de poder no pueden ser del todo evitadas, lo mejor para los
padres es intentar anticipar los problemas o conflictos que puedan surgir, y cómo tratar
con ellos. Cuando el conflicto aparezca usted deberá tener un plan y seguirlo firmemente
pero sin perder la calma. Si se enfada y pierde los nervios, su hijo también lo hará. Esto
provocará que el conflicto vaya subiendo de tono cada vez más.
Una de las claves para evitar o minimizar las luchas de poder es dejar bien claro a los
hijos qué se espera de ellos. Por obvio que esto parezca, su importancia no puede ser
olvidada. Es cierto, éste es un principio tan básico que muchos padres lo dan por
supuesto y no lo comentan. Los niños necesitan una estructura y unas normas
consistentes. Como dice el doctor Hallowell, si no hay unos reglas consistentes el niño
creará las suyas propias. Las normas tienen que ser comentadas para que sean claramente
comprendidas. No deben ser las mismas para todos los niños, pueden variar en función
del nivel de desarrollo y de los comportamientos y responsabilidades que los padres
quieran enfatizar. Es bastante útil tener unas sesiones de negociación familiar para
comentar las reglas de la casa. Estas reglas o normas pueden ser puestas por escrito
como en un contrato, firmadas por todos los miembros de la familia y colocadas en un
lugar que todos puedan ver. Tendrían que ser revisadas y comentadas tantas veces como
sea necesario. Los niños pequeños en particular se distraen fácilmente y necesitan que se
las recuerden de vez en cuando.
Establezca normas claras y justas. No deberían ser demasiadas o de lo contrario
crearán confusión. Un conjunto pequeño de reglas importantes funciona mucho mejor
que una larga lista de normas mundanas y sin importancia. Las normas simples
impuestas consistentemente son comprendidas e interiorizadas por todos, incluso por los
más pequeños. Dígales qué se espera de ellos cuando un amigo vaya a jugar, por
ejemplo, anticipándoles algunos de los posibles problemas y diciéndole cómo quiere que
se comporten. Establezca unas responsabilidades sencillas para las rutinas, tales como
recoger los juguetes antes de ver la televisión. Controle y supervise el comportamiento
del niño. El hábito de comentar cooperativamente e imponer unas normas permite una
mayor confianza y colaboración conforme el niño va haciéndose mayor.
Las reglas tienen que poderse cumplir. Nunca pelee en una batalla en la que no pueda
ganar, y nunca establezca una norma que no pueda ser cumplida. Planifique por
adelantado qué hacer cuando se incumpla una norma. ¿Qué hará si su hijo no cumple los
horarios establecidos? ¿Si le insulta? ¿Si llega borracho de una fiesta? ¿Si hace campana
en el colegio?
Los comportamientos positivos tienen que ser estimulados, de la misma manera que
los negativos tienen que ser desalentados. Los padres inteligentes utilizan tanto las
recompensas y los elogios como los castigos y las consecuencias negativas. Elogie al
niño por actuar responsablemente, por ayudar en algo, y trate las discusiones de una
manera calmada y justa.

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Algunos niños no tienen las habilidades sociales o la madurez emocional suficiente
para saber cómo comunicar sus desacuerdos sin entrar en una pelea o conflicto. En estas
situaciones, la mejor solución es enseñarles unas técnicas de comunicación más útiles, y
no criticarles o castigar su mal comportamiento. A los niños pequeños en particular se
les tiene que enseñar las maneras aceptables de resolver las diferencias y los desacuerdos
sin entrar en conflicto. Por ejemplo, es mejor hacer turnos cuando juegan a un
videojuego, que pelearse para conseguir el mando. También se supone que los niños
tienen que pedir permiso a sus padres antes de salir o de coger comida de la nevera.
Estas rutinas permiten reducir enormemente la posibilidad de que surjan conflictos entre
los compañeros, con los padres o con otros adultos.
Por último, los padres deberían tener siempre presente que son los modelos que
imitar. Si utilizan el enfado y la agresión para tratar sus conflictos y disputas, los niños
también lo harán. Ellos aprenden de observarle a usted. ¿Qué están sus hijos aprendiendo
de su comportamiento y de su manera de tratar los conflictos? ¿Qué le gustaría
enseñarles?

La paradoja del poder


«Para ganar» en una lucha de poder con su hijo es mejor no gritarle o amenazarle
exageradamente sino mantener la calma. Como ya hemos comentado en este capítulo,
ser demasiado emocional, pelearse o intentar controlar el comportamiento del niño
empeora las luchas de poder. La persona más influenciable no es la que grita más sino la
que tiene más fuerza en su voz. Evidentemente esa persona debería ser el padre. Por
último, la mejor manera de «ganar» una lucha de poder con un niño es evitándola. Esto
puede conseguirse en parte anticipando los problemas y conflictos, y teniendo unas
estrategias a punto para tratar con ellos. Algunas veces, la mejor solución para un
conflicto o disputa consiste en exponer su postura y después alejarse. Normalmente
sobrevaloramos el hecho de ganar una discusión sin tener en cuenta el daño que ésta
puede provocar.
Si los conflictos entre padres e hijos se hacen crónicos o simplemente demasiado
odiosos y agresivos, debería acudirse a un profesional. Algunos niños que se pelean con
sus padres excesivamente o parece que siempre están enfadados pueden estar
simplemente desplazando sus preocupaciones por problemas con los amigos, en el
colegio o con algún otro miembro de la familia. Esta actitud puede indicar también la
existencia de un problema emocional, por ejemplo la depresión infantil. Es importante
estar alerta a las causas de su enfado y a la tendencia repetida a entrar en conflictos con
los demás. De la misma manera, si el niño se hiere físicamente a sí mismo, a los demás,
o rompe cosas, será necesario consultar a un profesional experto en salud mental. Por
último, si un padre pierde el control y abusa física o verbalmente de su hijo, es
imprescindible que busque ayuda externa. Una terapia familiar junto con una individual
puede ayudar enormemente a tratar una tensión incontrolada.

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Tratar constructivamente con el enfado
«Estaba enfadado con mi amigo: hablé con mi ira y ésta desapareció.
Estaba enfadado con mi enemigo: no hablé con mi ira y ésta creció.»
– WILLIAM BLAKE, «A Poison Tree».

El enfado es uno de los sentimientos más básicos, naturales y comunes que todos los
seres humanos experimentamos. La manera de expresar ese enfado puede cambiar en las
diferentes etapas de nuestras vidas, pero nunca dejaremos de sentirlo o de expresarlo.
Los bebés lloran, los niños se quejan, los adolescentes se ponen de malhumor o se
rebelan, los adultos discuten o se vuelven agresivos, y los ancianos se vuelven irritables
y ariscos.

NO CENSURE O CASTIGUE LOS SENTIMIENTOS DE IRA


Los niños en particular no son suficientemente maduros para controlar el enfado y se
les tiene que enseñar a expresarlo de maneras aceptables. Los jóvenes enfadados son más
propensos a actuar de forma destructiva: a luchar, a mentir, a delinquir, a hacer campana
en el colegio o a abusar de las drogas. Los niños que no consigan aprender a controlar su
ira serán adultos con unos problemas de ira tan serios que arruinarán sus relaciones,
perderán trabajos, desarrollarán problemas cardíacos o se encerrarán ellos mismos en la
cárcel.

Aceptar el enfado
El enfado está ahí. El reto para los padres consiste en enseñar a sus hijos a
reconocerlo, a aceptarlo y a controlarlo para que éste cause los menores trastornos
posibles en la vida diaria y en las relaciones familiares. Los desafíos de ser padres son
diferentes en función de la etapa de desarrollo por la que esté pasando el hijo. El objetivo
con los niños pequeños quizá sea simplemente ayudarles a reconocer el enfado y a
expresarlo apropiadamente. «Apropiadamente» suele querer decir verbalmente, o alguna
otra expresión simbólica del enfado que no cause daño ni sea abusiva. El objetivo con
los jóvenes quizás sea más pragmático: establecer normas y límites, imponerlos, y evitar
las batallas interminables y las quejas.

Expresar el enfado

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Los niños pequeños tienen que saber reconocer sus sentimientos y expresarlos con
palabras. Esto es especialmente importante con los sentimientos de ira. Si se niega la
expresión verbal del enfado lo más probable es que éste se manifieste de alguna otra
manera en su comportamiento. Los niños a los que no se les permite enfadarse, o se les
castiga por ello, pueden desarrollar reacciones psicológicas como frecuentes dolores de
cabeza o de barriga, o problemas para dormir o comer. Muchos niños jóvenes son
agresivos e impulsivos por naturaleza, así pues una de las lecciones claves es «¡Dilo con
palabras»! Aunque las palabras de enfado y las expresiones emocionales pueden sonar
terribles, siempre son mejores que la violencia física. Hablar de qué nos hace enfadar,
«sacarlo fuera», nos ayuda a ventilar algunos de nuestros sentimientos y a
tranquilizarnos.
Cuando la expresión verbal no sea una buena opción, por ejemplo porque el objeto
del enfado del niño no esté alrededor o porque el niño sea demasiado pequeño, algún
tipo de expresión simbólica podría ser igual de útil. Escribir una carta puede ser
perfectamente útil para expresar el enfado a un profesor o a un padre ausente, aunque
ésta no se envíe. Incluso a los niños pequeños se les puede pedir que hagan un dibujo
que demuestre lo enfadados que están. Los niños muy pequeños pueden expresar su
enfado jugando con las muñecas mientras los padres les observan y hacen comentarios
reconociendo, identificando y validando así los sentimientos del niño.

La actitud de los padres


Los sentimientos de enfado no deberían ser nunca rechazados, ridiculizados o
castigados. El que un padre le diga a un hijo enfadado «no deberías sentirte así» sólo
conseguirá mayor frustración y enfado del niño que obviamente se siente enfadado. Es
mucho mejor reconocer los sentimientos de ira del niño. Si Sara se enfada con Linda
porque le ha cogido su casita de muñecas y empieza a gritar «¡Te odio Sara!» a su
hermana, el padre podrá reaccionar de diferentes maneras que modelarán cómo Linda y
Sara se enfrenten al enfado. Si el padre se siente incómodo con el enfado de la niña y le
dice «en realidad no la odias», o «no deberías odiar a tu hermana», o «en esta familia
nadie odia a nadie», ¿cuál es el mensaje para Linda?
Lo que Linda (y probablemente Sara también) aprenderá de esta afirmación es que no
está bien ser honesto con los sentimientos, no está bien estar enfadado, e incluso que
sentirte enfadado con alguien de la familia te convierte en una mala persona. Una
respuesta más útil podría ser reconocer los sentimientos de Linda y la razón de ellos. Si
el padre responde con una frase como «Veo que te enfadas mucho cuando Sara te coge
las cosas sin pedírtelas», está comunicando a Linda que está siendo escuchada y que sus
sentimientos de ira son aceptables. Además, esta afirmación conecta el enfado a una
causa. Comunica una posible solución a Linda y a Sara, y que coger las cosas sin
pedirlas causa malos sentimientos. Pedir a Sara que ayude a llevar la casita de muñecas
otra vez a la habitación de Linda dejaría este mensaje más claro para ambas.

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Sentimientos de ira, actos de ira
El Dr. Haim Ginott dice que a los niños se les debería enseñar la importante
diferencia que hay entre los sentimientos de ira y los actos de ira. Los sentimientos
tienen que ser identificados y expresados. Si se prohíben o castigan los sentimientos de
ira encontrarán otras salidas y causarán otros problemas. Los actos de ira por otro lado
tienen que ser limitados o algunas veces redirigidos. No es incorrecto sentirse enfadado
con tu hermano, por ejemplo, pero ¡no es correcto golpearle! Los padres tienen que
poner los límites a los comportamientos, y después imponerlos. Los límites pueden ser
establecidos tan pronto como a los seis meses de edad, por ejemplo no permitiendo
golpear o tirar cosas por estar enfadado. Los límites deberían ser explicados claramente
al niño, tantas veces como sea necesario, y después imponerlos consistentemente. Las
consecuencias de un comportamiento físicamente agresivo tienen que ser inmediatas y
tener algún impacto en las libertades del niño, en sus privilegios o en el acceso a las
cosas buenas. Algunas normas son universalmente útiles y deberían ser implementadas
desde muy pequeños. «No pegar» es una buena norma que seguir para todos los
miembros de la familia: adultos y niños. «No insultar» ayuda a evitar discusiones y
peleas. «No regañar» es generalmente una buena norma para los padres que quieren
evitar que sus niños se enfaden con ellos y provocar una discusión.
Busque pistas e indicios. Los niños (¡y los adultos también!) pueden ser enseñados a
reconocer los síntomas del enfado y de esta manera desarrollar un mejor control de éste
al hacerlo al principio del ciclo. La tensión muscular en la mandíbula, en el cuello, en las
manos o en el pecho son signos fisiológicos habituales de que el enfado se acerca. Los
mensajes cognitivos también pueden ser señales de advertencia, tales como «es tan
injusto» o «ya está bien, ya no puedo más». Una persona puede aprender a identificar
estas señales y tomar alguna acción para apaciguar el enfado. Normalmente bastará con
alejarse de una situación tensa. Especialmente en un conflicto familiar, cuando una
persona necesite alejarse y relajarse debería permitírsele que lo hiciera. ¡No corra tras
ella a no ser que quiera empeorar el conflicto! Cuando alguien está de verdad enfadado
suele darse muy poca comunicación, poco más que el mensaje de «¡estoy enfadado!».
Mejor dejar primero que se calmen los nervios y después empezar a hablar.

Tratar constructivamente con el enfado


Si está realmente enfadado, pocas cosas podrá hacer para calmar ese enfado. Hable
más despacio y más suavemente, la gente realmente enfadada habla rápido y gritando. Si
está de pie, siéntese. Una persona que está sentada parece menos amenazante que si está
de pie y también se sentirá menos agitada. Beba agua (no alcohol ni cafeína) para
relajarse. Intente no moverse ni agitar las manos. No sirve de nada hacer movimientos
físicamente amenazantes; lo único que conseguirá es que los que están a su alrededor
adopten una actitud de lucha. Dígase a sí mismo mentalmente que tiene que «relajarse» o
«callarse». Nadie gana en una disputa, ni siquiera los padres. Es mucho más constructivo

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y menos estresante tener unas normas claras que sean comunicadas e impuestas
consistentemente, que meterse en serias discusiones con los hijos.
La rabieta de los ángeles. Si un niño se enfada tanto que llega a enrabiar, el primer
deber de los padres es comprobar su propio enfado. Recuerde que el enfado engendra
enfado, y la última cosa que un niño enfadado que parece estar fuera de control ha de ver
es que su padre o padres pierden también el control. La segunda obligación es sacar al
niño de la situación de enfado y llevarlo a un ambiente menos estresante. Para ello, basta
con utilizar frases cortas y hablar suavemente. No es el momento para las críticas, ni por
supuesto para sermones sobre cómo debería comportarse o sobre cómo sus padres no le
hubieran permitido nunca un comportamiento de ese tipo. Tampoco es buena idea tocar a
un niño que tiene un ataque de rabia, puesto que él podrá vengarse pegando, dando
patadas, etcétera. En algunos casos sin embargo, la relación entre el padre y el hijo es tal,
que el padre sabe que el contacto calmará y tranquilizará al niño.
El enfado y los adolescentes. Mientras que con los niños pequeños el objetivo de
ayudarles a tratar con el enfado es que lo reconozcan y lo expresen de maneras
aceptables, el objetivo con los adolescentes debería ser básicamente comprobar el
enfado. Una de las normas principales para los padres de adolescentes, como dice bien
claramente Thomas Phelan en uno de sus libros, es simplemente éste: ¡no discutir! Lo
único que se consigue discutiendo es reforzar las líneas de batalla entre el padre y el hijo.
Evidentemente, no discutir con los adolescentes no quiere decir que les dejemos hacer
todo lo que quieran. Los padres tienen que seguir afirmando su autoridad paterna,
dictando normas y obligándoles a cumplirlas. De vez en cuando se tendrá que negociar y
pactar, sobre todo cuando los niños son pequeños. Esto no es una señal de capitulación o
de debilidad por parte de los padres, sino más bien de aceptación de la necesidad que
tienen los jóvenes de establecer algún sentido de independencia y de empezar a tomar
sus propias decisiones en la vida. Los padres demasiado controladores que impiden que
el niño madure y crezca independiente tienen más posibilidades de acabar con un
adolescente furioso y batallador. Si los problemas se hacen crónicos o severos,
requerirán una evaluación objetiva y el asesoramiento de un profesional.

Algunas causas del enfado


¿Qué hace que los niños se enfaden en el entorno familiar? Muchos padres dirían:
«¡todo!». Los niños pequeños se rebelan cuando no obtienen lo que quieren. Puede llegar
a ser extremadamente molesto escuchar constantemente las demandas incesantes de un
niño, pero esto forma parte del territorio. Su derecho a pedir cosas debería ser
reconocido, igual que el derecho de los padres a decir que «no» y a poner límites.
Conforme se hacen mayores, su percepción de la injusticia va haciéndose cada vez más
exacta. ¡Ay del padre que trate a su hijo injustamente, comparándole con un amigo o
hermano! Los ejemplos de hermanos «tomando prestadas» cosas sin permiso suelen
generar una respuesta de ira. El que los padres infrinjan la privacidad («fisgoneen»)

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puede ocasionar sentimientos fuertes de resentimiento y enfado. Esto es a veces una
queja legítima que tienen los niños si los padres son demasiado controladores y no les
permiten demasiada privacidad. Burlarse de cosas con las que los niños no se sienten a
gusto puede producir también resentimiento y enfado.
Aclarar las causas. Los padres deberían tener en mente que muchas veces el enfado
que sus hijos les muestran no es por culpa suya directamente. El niño puede estar
enfadado por algo que le ha ocurrido en el colegio por ejemplo y ser el padre quien
reciba la explosión de enfado por la cosa más tonta. ¿Se enfada en realidad un niño
porque le sirven carne para cenar por segundo día consecutivo, o porque alguien se ha
metido con él en la clase de gimnasia? Si tiene vergüenza de hablar de lo que le ha
ocurrido en el colegio, sacará su enfado quejándose de lo poco que le gusta la carne o de
la poca variedad en los menús que le preparan. A los niños preadolescentes les suele
costar mucho expresar su enfado hacia sus compañeros y consecuentemente sus padres
lo notarán. Los miembros de la familia, especialmente los padres, son objetivos más
seguros para el enfado de los niños que los compañeros, los profesores, u otros adultos
que les hagan enfadar.
El objetivo «más seguro» para el enfado en muchas familias suele ser la buena mamá.
Las madres tienden a ser más tolerantes, comprensivas y cariñosas, y menos propensas a
vengarse o rechazar a la persona que se enfada con ellas. Sólo por esto las madres ya se
merecen una medalla, pero desgraciadamente ellas son también las que reciben las
explosiones de furia y los comportamientos desafiantes cuando los niños desarrollan
problemas emocionales o de comportamiento. Es importante que las madres estimen
cuántas críticas reciben regularmente, y si son demasiadas, tendrían que defenderse y no
aceptar ningún abuso. Si necesitan ayuda, deberían buscarla en la pareja, en otros adultos
de la familia, o en algún profesional que trabaje con problemas de comportamiento.

Dar ejemplo
Una de las cosas mejores que pueden hacer los padres por sus hijos, por lo que a
enseñarles a tratar con el enfado se refiere, es ser un modelo de buen comportamiento.
¿Demuestran los padres su enfado de una manera apropiada? ¿Se reprimen para no ser
destructivos o abusivos? ¿Se refrenan para no insultar o criticar a la gente? Pegar no es
nunca una buena idea. Pegando está transmitiendo al niño el mensaje de que «cuando
estés enfadado: ¡pega!». Los padres que azotan a sus hijos deberían aprender mejores
maneras de determinar e imponer límites. Más importante aún, nosotros como padres
tenemos que comportarnos de maneras responsables si queremos que nuestros hijos se
comporten responsablemente. Los niños son máquinas maravillosas de aprendizaje, y
aprenden muchas cosas observando a los adultos. ¿Qué clase de modelo queremos ser?

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Disciplina con amor, no abuso

La buena disciplina es sana. Por mucho que los niños se quejen de ella (¡y deberían
hacerlo!) la disciplina es un método para enseñar a diferenciar lo correcto de lo
incorrecto, para motivar y para mantener el orden en la familia. Todos los niños tienen
que aprender a ser responsables, considerados y respetuosos en el trato con la gente.
Deben aprender a tomar buenas decisiones y a evitar aquello que pueda causarles
problemas, o que sea peligroso. La disciplina cariñosa, efectiva, proporciona a nuestros
hijos todas estas cosas y más.

NO UTILICE LA DISCIPLINA COMO CASTIGO


¿Qué hace que un problema se convierta en un problema serio, y cómo debería
responder un padre? Algunos problemas son claramente serios, tales como el abuso de
las drogas, el crimen, o el comportamiento abusivo. El psicólogo Thomas Phelan
describe un sistema para que los padres clasifiquen el comportamiento según el grado de
seriedad y el daño que éste puede causar. Lo denomina sistema de
«importante/moderado/secundario».

Mantener las cosas en perspectiva


Las ofensas «importantes» requieren un cambio y una acción significativa. Los
ejemplos incluyen: beber y conducir, salir toda la noche sin permiso, robar en las tiendas
y la violencia física. Las consecuencias podrían incluir estar encerrado en casa dos
semanas, perder los privilegios del teléfono o el coche durante un mes, o pagar un tanto
que el joven conseguirá haciendo diez horas extras de tareas domésticas. Una ofensa
«media» incluye cosas como fumar antes de los dieciséis años, decir palabrotas en contra
de los padres, o tener problemas de comportamiento en el colegio. Las consecuencias
serían menos severas que en el caso de las ofensas graves, por ejemplo no poder llamar
por teléfono durante dos semanas o hacer cinco horas extra de tareas domésticas.
Es importante que los padres tengan una idea general de cómo responderán a estos
tipos de problemas. Algunas cosas sobrepasan claramente los límites y éstas deberían ser
comentadas con los niños o adolescentes. El consumo de drogas no está permitido, por

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ejemplo. Si se incumplen estas normas las consecuencias tendrán que ser impuestas
consistentemente, sin discusión ni negociación. En los casos de consumo de drogas, de
no asistir al colegio, de un embarazo indeseado o cualquier otro problema que afecte a la
salud, las reacciones de los padres tendrían que ser guiadas por un profesional.

La disciplina sana e insana


La disciplina sana es una muy buena herramienta de enseñanza; enseña los buenos
comportamientos, establece buenos ejemplos y expresa amor mutuo y respeto entre
padres e hijos. Los hijos aprenden mejor cuando aman a sus padres, no cuando les tienen
miedo o les castigan cada vez que se pasan de la raya. La disciplina sana no está nunca
basada en el castigo o la crítica. La disciplina insana, por desgracia, está basada sobre
todo en los castigos como medio de «corregir» el comportamiento. Muchos padres de
hecho confunden la noción de disciplina con la de castigo. Cuando dicen que «se merece
ser disciplinado» lo que en realidad quieren decir es que «se merece un buen castigo».
Este sistema de disciplina es destructivo y está destinado al fracaso. El buen
comportamiento no puede ser «impuesto a palos» y los padres que confían en el castigo
no son padres afectivos.

La disciplina como castigo


Los psicólogos hace tiempo que saben que confiar en el castigo como medio principal
de disciplina es malo tanto para el padre como para el hijo. Sabemos que recompensar un
buen comportamiento hace que éste a la larga acabe repitiéndose. Recompense a un niño
por recoger la mesa, con elogios verbales y un abrazo por ejemplo, y verá como al cabo
del tiempo el niño habrá adquirido el hábito de hacerlo.
Por otro lado, todos sabemos que castigar los malos comportamientos no hace que
éstos desaparezcan, por lo menos a largo plazo. En lugar de eso, el castigo suprime el
comportamiento temporalmente mientras dura el efecto del castigo. Castigue a un niño
por ver demasiado la televisión y el niño no la verá ¡mientras usted esté en casa! Cuando
un mal comportamiento es castigado, no quiere decir necesariamente que vaya a
desaparecer. Muchas veces el niño aprende a esconderlo mejor para escapar al castigo.
Los castigos son dolorosos y suelen ser emocionalmente traumáticos. Lo que los castigos
enseñan al niño es que es una «mala» persona, y esto destruye su autoestima. Es una
disciplina tóxica y destructiva.

Cuando los niños contraatacan


Es muy habitual ver cómo niños que han sido disciplinados con el castigo acaban
contraatacando. Los padres que disciplinan a sus hijos con agresiones verbales o físicas
lo único que consiguen es enseñarles a ser agresivos. Lo que el niño aprende es «la ley

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del más fuerte» y que si quieres que alguien haga algo lo mejor que puedes hacer es
gritarle, amenazarle o incluso pegarle. Normalmente, esa agresión se volverá en contra
de los padres, los cuales entonces se lamentarán diciendo: «¡mi hijo está fuera de
control!».
Los niños que son castigados excesivamente acabarán castigando a sus padres
dejando de hacer lo que éstos quieren que hagan. Adoptarán la actitud desafiante de «ya
verás», cosa que provocará una lucha de poder constante de la que ambos saldrán
perdiendo. El Dr. Bruno Bettelheim cuenta una historia sobre un chico que estaba tan
enfadado que acabó dejando de hablar y por tanto de funcionar en su vida diaria. Al
discutir el problema con un psicólogo, resultó que el chico estaba harto de que sus padres
le lavaran la boca con jabón cada vez que decía una palabrota. Su respuesta enojada «ya
veréis» al comportamiento de sus padres fue «cuando vosotros laváis las palabrotas con
jabón, laváis también las palabras buenas y por tanto no me quedan palabras para
hablar». Este chico luchó contra la disciplina dura y abusiva de sus padres de la única
forma que sabía, retirándoles la palabra, aunque este comportamiento todavía le
perjudicara más a él.

Cuando la disciplina se convierte en abuso


La disciplina puede convertirse en exagerada por mucho que los padres tengan buenas
intenciones. La mayoría de los padres se preocupa por sus hijos y quiere lo mejor para
ellos, incluso los que castigan excesivamente. Normalmente, estos padres se preocupan
también por el futuro de sus hijos. Castigan como resultado de su propia ansiedad y
preocupación, y no porque el comportamiento del niño se lo merezca. A veces, lo hacen
porque ellos también fueron castigados o recriminados cuando eran niños y es lo único
que conocen. En cualquier caso, utilizar excesivamente el castigo no es sano, no es un
buen método de disciplina y el que lo hace no es demasiado buen padre.
Los padres pueden evidentemente aprender mejores maneras de ser padres, pero
desgraciadamente a menudo no se dan cuenta del daño que están causando. A veces
basta con leer un libro como éste para darnos cuenta de estos errores. Otras, será
necesaria la ayuda de un profesional. Si el abuso continúa, tanto si es emocional, físico o
sexual, el padre abusivo podría (y debería) perder los derechos de custodia del niño. Los
padres peligrosos o enfermos que cometen abusos sexuales o físicos pueden llegar a ser
procesados y acabar en la cárcel. Por suerte, éstos son la minoría.

La disciplina efectiva
La disciplina sana y efectiva implica muchas cosas y los buenos padres utilizan
muchas de estas técnicas de manera natural. La buena disciplina implica proteger la
autoestima del niño y su sentido de integridad, enseñarle comportamientos responsables,
y crear una atmósfera de cooperación, amor, confianza y respeto. La disciplina efectiva

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se concentra en el comportamiento, nunca en el carácter o valía del niño. En caso de que
sea necesario aplicar un castigo razonable (por ejemplo, has dado una patada a tu
hermana y por tanto te quedas sin televisión todo el día de hoy), lo que se debería
castigar es el mal comportamiento, no al niño «malo». La distinción debería estar bien
clara también para el niño.
Algunas normas que hay que tener en cuenta para una disciplina humana y efectiva:

La buena disciplina
• Espere hasta que el niño esté calmado antes de intentar discutir la situación.
• Mantenga la calma, no se ponga histérico, y no se pelee nunca con el niño.
• Concéntrese en el comportamiento, no amenace su autoestima.
• Trate los asuntos de uno en uno:
• Sea breve: ¡no están permitidos los sermones!.
• Utilice lo positivo antes que lo negativo, intente recompensar el buen
comportamiento.
• Describa el comportamiento problemático y comente comportamientos
alternativos.
• Tenga el mando cuando utilice la disciplina, no sea sumiso ni le pida permiso al
niño.
• Utilice siempre que pueda las consecuencias inmediatas, especialmente con los
jóvenes.
• Haga que el castigo sea proporcional a la falta.
• Utilice consecuencias que sean importantes para el niño y que le afecten.
• Utilice siempre que pueda las consecuencias naturales; la regla es «si abusa,
perderá».
• Intente anticipar los problemas y tenga un plan preparado, por ejemplo para
cuando sus hijos empiecen a conducir.
• No se tome como algo personal el mal comportamiento de su hijo ni reaccione
exageradamente a él.

Los errores comunes en la disciplina


Los malos métodos para disciplinar suelen dañar la autoestima del niño, establecer
una atmósfera «yo contra tú», desalentar la cooperación y la confianza, y reducir la
sensación del niño de tener el control o de ser capaz de actuar responsablemente. Como
ya hemos comentado anteriormente, confiar en el castigo excesivo es una manera segura
de dañar la relación con su hijo y de perder su efectividad como padre.
Algunas reglas que debe tener en cuenta sobre la mala disciplina:

62
La mala disciplina
• La disciplina inapropiada a la edad del niño.
• La inconsistencia a la hora de aplicar las consecuencias.
• La pelea.
• Las amenazas.
• Las negociaciones.
• El sarcasmo.
• Los sermones.
• Mensajes indirectos o poco claros.
• Aceptar promesas.
• Los desacuerdos y la desunión entre los padres.
• Ser demasiado emocional.
• Repetirse continuamente.
• Echar las culpas.
• Dejar de querer.
• Sacar los trapitos viejos.
• Lamentarse.
• Utilizar el «humor» sarcástico y cruel.
• Las comparaciones con los demás.

La virtud de la paciencia
Para ser buen padre siempre hay que tener paciencia, pero esto es especialmente
verdad a la hora de aplicar la disciplina, y todavía más cuando se trata de disciplinar a
niños pequeños. Los niños necesitan muchas lecciones antes de que un comportamiento
sea aprendido o cambiado, y para ello se necesitan grandes dosis de paciencia y amor.
¡No pierda la paciencia con los niños pequeños! Piense cuánto tiempo le costó a usted
aprender a autocontrolarse. Por desgracia, la paciencia es difícil de poner en práctica en
el mundo actual en el que todo son prisas, y difícil de recordar cuando decimos
«¿cuántas veces te he dicho que...?» por vigésima vez.
El buen padre debería siempre recordar que para enseñar valores y comportamientos
responsables a un niño son necesarias muchas lecciones y mucho uso de la disciplina,
para que éste los interiorice y pasen a formar parte de su propio sistema de creencias, su
visión de la vida y sus hábitos de conducta. Algunas cosas requieren una lección para ser
aprendidas, otras diez y otras cien; ¡y no se puede cambiar!

Cuándo no disciplinar

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Un «mal» comportamiento que sea normal para la edad del niño, no debería nunca
amonestarse. Por ejemplo, no es demasiado realista esperar que un niño de cinco años no
toque la caja de chocolatinas que su madre ha olvidado encima de la mesa de la cocina.
Sería más práctico y más realista que los padres dejaran la caja de chocolatinas siempre
en un lugar alto al que el niño no pudiera acceder fácilmente. Castigar este
comportamiento no acelerará el desarrollo o el autocontrol del niño, sino que
seguramente le hará sentir como un niño «malo» que ha perdido la aprobación de sus
padres. Todos los niños mienten de vez en cuando, a veces porque están jugando o
fantaseando. Un comportamiento mentiroso debería ser discutido como apropiado o
inapropiado, pero un comportamiento juguetón que por sí mismo es inofensivo no
debería ser nunca disciplinado.
Si un niño se porta mal pero demuestra un alto nivel de remordimiento o pesar por
ello, limítese a discutir y amonestar ese comportamiento y después olvídelo. En la
adolescencia y preadolescencia los niños empiezan a querer demostrar su independencia
y por tanto es importante que los padres establezcan prioridades y límites, e impongan
aquellos que sean considerados innegociables. Si un padre reacciona a cada desafío a las
normas o a la autoridad de su hijo adolescente castigándole y disciplinándole, la vida en
la familia pronto parecerá una zona en estado de guerra. Elija sabiamente sus batallas y
olvídese de lo que es poco importante.

El poder del modelado


Nuestros hijos imitan nuestro comportamiento. Esto puede ser una buena o mala
noticia, dependiendo evidentemente de nosotros y del tipo de ejemplo que les damos. Lo
bueno es que cuanto más nos amen y nos respeten, más probablemente imitarán y
copiarán nuestros valores y comportamientos. Los padres que dan ejemplo de buenos
comportamientos a sus hijos necesitan utilizar menos disciplina con ellos. ¿Quién va a
escuchar mejor y a aprender más: un niño que ama a sus padres, que se siente querido
por ellos, y que intenta imitarles o uno que teme a sus padres y se siente rechazado por
ellos? Por supuesto, el niño imitará a la persona que él admira, respeta y ama más.
El modelado versus la disciplina. Los padres que critican, castigan en exceso o son
hipócritas necesitarán utilizar más a menudo la disciplina pero pronto se darán cuenta de
que la disciplina que utilizan es menos efectiva. Muchos niños tienen un sensor
perfectamente formado en su interior para la hipocresía y el comportamiento falso. Los
padres que esperan una cosa de sus hijos pero ellos mismos hacen otra, conseguirán poca
credibilidad y respeto. Ellos mismos acabarán descubriendo que su disciplina tiene muy
poca efectividad. En resumen, los padres que muestran comportamientos pobres son
padres inefectivos. ¿A qué categoría de padres quiere usted pertenecer? Su respuesta, y
todavía más importante, su comportamiento, tendrán mucho que ver con lo efectivo que
sea usted a la hora de dar disciplina a sus hijos, y en general con lo efectivo que sea
usted como padre.

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Demasiadas cosas, demasiado pronto

Hasta hace aproximadamente treinta años, los niños pasaban la mayor parte del
tiempo en su casa o jugando con los amigos y compañeros que tuvieran a una distancia
prudente para recorrer en bicicleta. La mayoría de las mujeres eran amas de casa, y los
niños pasaban sus años preescolares en casa con ellas. El padre era normalmente el que
utilizaba el único coche de la familia para ir al trabajo, así que no había posibilidad de
pasear a los niños en coche por la ciudad. La vida era mucho más tranquila que ahora y
giraba en torno al vecindario.

NO HAGA ADULTOS A SUS HIJOS


Es duro ser niño hoy en día. Y no sólo esto; ¡muchos niños ni siquiera tienen tiempo
de serlo! Desde bien pequeños les inscribimos a actividades extraescolares. Millones de
madres (a veces padres, pero sobre todo madres) se han convertido en taxistas privados
de sus hijos, ofreciéndoles transporte de las clases de fútbol del niño a las de ballet de la
niña y entre medio una paradita para comprar la leche en el colmado. Esto ocurre
normalmente después de que la madre salga del trabajo, o durante su tiempo «libre» los
fines de semana. Hay pocas ocasiones para que padres e hijos trabajen juntos en un
proyecto divertido, mantengan una conversación o se relajen juntos sin hacer nada. Al
final del día, padres e hijos están cansadísimos. Al día siguiente, la misma rutina.

No hay tiempo para ser niño


En 1997 unos estudiantes de la Universidad de Michigan realizaron un estudio para
ver cómo los niños menores de doce años pasaban su tiempo. Los resultados indicaran
en líneas generales que los niños estaban más ocupados que nunca. El tiempo de ocio
para los niños (definido como el tiempo que sobra al día después de dormir, comer, ir al
colegio, y realizar las actividades de higiene personal) había caído del 40 por ciento en
1981 al 25 por ciento en 1997. La participación en actividades deportivas había
aumentado un 50 por ciento entre 1981 y 1997, dedicando los niños el doble de tiempo
que las niñas a actividades de este tipo. Aquí la televisión no es el villano, porque los
niños dedican un 25 por ciento menos de tiempo a ver la televisión en 1997 que en 1981.
Los niños dedican a la lectura una hora o menos por semana. La vida de los niños está

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simplemente más ocupada.
El sentido común nos dice que los niños y las familias necesitan algunas actividades
estructuradas y organizadas para que las cosas funcionen. Pero, los problemas surgen
cuando el péndulo oscila demasiado hacia el lado contrario y no hay tiempo para
relajarse, para estar en familia. Los niños se quejan de que se aburren, pero también se
quejan de que cada vez tienen más actividades y obligaciones. El lunes fútbol, el martes
piano, el miércoles actividades deportivas en el colegio, el jueves clase particular de
matemáticas y visita al dentista, el viernes partido de fútbol y el sábado clases de
natación. Si a esto le añadimos los deberes del colegio y otras obligaciones diarias,
resultará que el niño no tiene tiempo libre.
Demasiadas cosas, demasiado pronto. El doctor David Elkind habla de que los
padres obligamos a nuestros hijos a crecer demasiado rápidamente. Esperamos
demasiado de ellos, les damos demasiadas cosas antes de que sean suficientemente
maduros para asumirlas. El resultado es una generación, o generaciones, de niños
creciendo bajo una gran cantidad de estrés que ni siquiera ellos pueden llegar a entender
ni a hacer frente demasiado bien. A estos niños no se les da la oportunidad de ser niños y
desarrollarse naturalmente, a su propio ritmo, como muchos niños lo han hecho en el
pasado.

No hay tiempo para ser una familia


No son sólo los niños los que viven demasiado ocupados y atareados, los padres
también. Este fenómeno tiene profundas implicaciones para las vidas de las familias y de
los niños. La psicóloga Mary Zesiewicz opina que hay muchos niños que experimentan
una sensación de rechazo y abandono por parte de sus padres quienes están «atrapados
en las prisas». Mientras que los padres trabajan duramente para prosperar en sus carreras,
viajando, trabajando hasta altas horas, y logrando cosas impresionantes, los niños están
ahí abandonados sin atención, sin cuidado, y sin la presencia de sus padres hasta tal
extremo que muchos llegan a sentirse emocionalmente abandonados. Esta sensación de
abandono intensifica la ansiedad que el niño ya siente por culpa de los muchos
estresantes que la vida diaria pone en ellos.
Colocarlos en una guardería con personal a veces inadecuado a muy pronta edad,
llegar a una casa vacía o con la canguro, y tener que correr de una actividad a otra
imposibilita que el niño pase suficiente tiempo con sus padres, los cuales a su vez llevan
también un ritmo de vida frenético. Quizá tengan tiempo de hablar en el coche, a las
horas de la comida (si lo hacen todos juntos, cosa bastante rara actualmente) o a la hora
de acostarse. El obligar a los niños desde muy pequeños a competir y prosperar a cambio
de no tener tiempo de diversión y relajación con la familia y los compañeros puede
también añadir una sensación de insatisfacción emocional. ¿Jugar en un equipo de
baloncesto realmente beneficia al niño tanto como alquilar una película, hacer palomitas
y pasar una tarde en casa en familia? Muchos de los niños que conozco y con los que he

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trabajado, optarían sin dudar por la segunda opción.

Los problemas de los niños demasiado estresados


Los niños necesitan tiempo libre, tiempo de diversión no estructurado, para
«descomprimirse» y relajarse. Es durante este tiempo libre cuando probablemente
desarrollen la creatividad, el pensamiento independiente y los poderes de su
imaginación. Es también un tiempo clave para el desarrollo de las relaciones con los
compañeros ya que es en estos momentos cuando los niños están libres para ser ellos
mismos y no mandados, entrenados, o supervisados de cerca por un adulto. Los jóvenes
necesitan también «recular» y tener tiempo para ellos mismos. Si no disponen de este
tiempo libre, su habilidad para controlar el estrés irá disminuyendo hasta provocar otro
tipo de problemas.
Lo que también hemos podido comprobar es que el llevar una vida demasiado
estresada genera problemas de salud. En las últimas décadas ha habido un incremento
constante en la incidencia de la depresión infantil. Además, la depresión es más severa y
peor cuanto más joven sea el que la padezca. Mientras que en la primera mitad del siglo
XX la depresión solía afectar predominantemente a mujeres de mediana edad, ahora
afecta a una gran cantidad de jóvenes, adolescentes e incluso niños. Un estudio reciente
realizado a gran escala en el que participaron 3.000 niños de edades comprendidas entre
los 12 y los 14 años, descubrió que, sorprendentemente, el 9 por ciento de ellos tenía una
depresión suficientemente severa como para ser diagnosticada como trastorno depresivo
(Lewinsohn, et al, 1993). Estos son cambios nuevos y problemáticos en las vidas de los
niños, como dijo el psicólogo Martin Seligman. Este fenómeno está siendo descrito
como una epidemia de depresión entre los niños, adolescentes y adultos jóvenes.
Algunas de las ramificaciones incluyen los suicidios, mayor abuso de drogas o alcohol, e
índices más elevados de fracaso escolar y expulsiones.
Las prisas de los chiquillos. Los niños que se queden atrapados en este estilo de vida
de frenética actividad, tendrán menos oportunidades de obtener la atención y el cuidado
que quieren, o de desarrollar una relación de confianza con sus padres cuando tengan
que discutir algún problema abiertamente. Sin embargo, cada vez les exigimos más: les
llevamos antes a la guardería, los colegios cada vez les ponen más deberes, y desde más
pequeños.
El estrés crónico y excesivo ocasiona una amplia variedad de trastornos físicos y
emocionales. La depresión puede ser uno de ellos, como ya hemos comentado, y puede
llegar a ser suficientemente grave como para causar estragos en la vida de la persona. Un
rasgo alarmante de la depresión en la infancia es que estos niños tendrán más
posibilidades de desarrollar depresión en su vida adulta, creando el escenario para una
vida llena de infelicidad y problemas. Las fobias, el pánico y otros trastornos de la
ansiedad se asocian también a altos niveles de estrés. También podrán desarrollarse
trastornos de la alimentación como son la bulimia y la anorexia entre otros. El abuso de

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las drogas o el alcohol son a veces utilizados como válvula de escape hasta que se
convierten en adicción. Los problemas físicos como las enfermedades cardíacas, la
presión alta, la migraña, el colesterol alto e incluso el cáncer son todos trastornos
relacionados con el estrés.

La reducción del estrés, el estilo de familia


Las familias pueden ser una fuente de estrés, pero al mismo tiempo ofrecen el mejor
entorno y mayores ocasiones para tratar con él y con los muchos desafíos de la vida. Los
niños necesitan un lugar donde estar a salvo, sentirse seguros y ser aceptados. Necesitan
sentirse queridos por lo que son, no por sus notas, sus trofeos deportivos, su popularidad
entre los compañeros u otros logros. La familia tiene que ser un lugar donde uno pueda
ser uno mismo, sin ser juzgado, sin tener que probar su valía, o tener que ganarse el
status como miembro de la familia. ¿Qué otras instituciones sociales además de la
familia pueden ofrecer esta oportunidad? Los niños necesitan sentir que pertenecen a un
grupo que les da seguridad, atención, valores y una sensación de identidad que va más
allá de sus identidades individuales. La familia sigue ofreciendo esta función mejor que
ninguna otra institución. Cuando los niños o adolescentes no consiguen satisfacer estas
necesidades en su familia inmediata, o no tienen una familia estable a la que pertenecer,
tendrán que intentarlo dentro de una atmósfera familiar artificial como son las sectas, las
pandillas u otros grupos. La necesidad de pertenecer, de ser aceptado, y de estar con
gente que se preocupa por ti, es una necesidad universal.
Tenga un matrimonio sano. Para empezar, una cosa que los padres pueden hacer
para ofrecer a los niños la seguridad que necesitan es crear una relación marital estable y
amable. Se dice que una de las mejores cosas que los padres pueden hacer por sus hijos
es amarse el uno al otro. Por anticuado que esto parezca, siempre será verdad. Un
matrimonio estable y cariñoso ofrece la cuna de la estabilidad emocional para todos y
cada uno de los miembros de la familia. Lo contrario también es cierto, un matrimonio
inestable, conflictivo o deshonesto puede ser tremendamente estresante para todos los
miembros de la familia. La incidencia de los problemas emocionales, conductuales,
escolares o incluso físicos de los niños es mayor cuanto peores sean los problemas
matrimoniales. Cuando los padres están estresados o dolidos tienen más posibilidades de
alejarse de sus hijos y de prestarles menos atención. Si el matrimonio está a punto de
romperse, los niños sufrirán enormemente y es muy posible que empiecen a tener
problemas emocionales y conductuales. Una recomendación útil para una familia que
esté pasando por un divorcio es buscar ayuda externa de un profesional, para que les
ayude a controlar el trauma emocional que casi seguro va a provocar en los niños.
Permítase tiempo sin hacer nada. Una de las estrategias más sencillas para reducir
el estrés es permitirnos «tiempo muerto» en el que no esperemos nada y podamos hacer
lo que queramos. Estas necesidades humanas tan básicas son poco respetadas en nuestra
sociedad acelerada de hoy día, y ahí está el problema. En ese «tiempo muerto» no tienen

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que haber responsabilidades ni trabajo, y no se piden resultados ni rendimiento. A los
niños se les pregunta si quieren hacer algo recreativo o si simplemente quieren «ir a
jugar». ¿Y las tareas domésticas? Hay pocas cosas que no puedan esperar a mañana. Si
quiere ser un padre creativo, recompense a sus hijos de vez en cuando dándoles un cupón
para «Un día sin tareas». Sus sonrisas le dirán cuánto valoran este respiro temporal sin
responsabilidades ni obligaciones. Algunos padres se preguntarán, ¿y esto no hará que
los niños se vuelvan perezosos e irresponsables? Por supuesto que no. Todo lo contrario,
estará enseñando a sus hijos una habilidad más que centenaria llamada «descanso».
Mucho antes de que nosotros naciéramos nuestros antepasados decían que el descanso es
uno de los mejores reductores del estrés. Incluso Dios descansó el séptimo día, y parece
bastante improbable que este comportamiento fuera considerado perezoso, irresponsable
o poco resuelto.
Abráceles. Un maravilloso reductor del estrés para los niños (¡y para los adultos!) es
el contacto físico espontáneo, afectivo. Pocas cosas en la vida pueden dar más calor a
una persona que un cariñoso y sincero abrazo. Cuando un niño se hace daño, está triste,
o decepcionado por algo que le ha ocurrido, lo mejor que puede hacer es darle un abrazo
y escucharle. El contacto es una necesidad tan básica e importante para los seres
humanos como la comida. Si los padres y los niños no pasan suficiente tiempo juntos, no
tendrán apenas ocasión de hablar, de tocarse, de consolarse, de expresarse interés y
afecto de miles de pequeñas maneras. No hay sustituto para este tiempo juntos, es un
requisito para desarrollar relaciones cálidas y cariñosas con los niños. El mito del
«tiempo de calidad», en el que los padres demasiado ocupados supuestamente pueden
pasar menos tiempo con sus hijos si el tiempo que pasan con ellos es tiempo de
«calidad», ha resultado ser exactamente eso, un mito.
Desarrollar la autoestima. Los niños que tienen una elevada autoestima y se sienten
competentes para enfrentarse a los retos de la vida, son mucho más capaces de tratar con
el estrés. Estos niños no son inmunes al estrés, simplemente son más resistentes a él y
saben evitar mucho mejor los problemas que éste ocasiona. Hay cosas constructivas que
los padres pueden hacer para mejorar la autoestima de sus hijos; este tema se tratará más
en profundidad en el capítulo once de este libro. En parte, la autoestima evoluciona de
manera natural a partir de las relaciones seguras y cariñosas. Los padres, los profesores y
otros cuidadores pueden también jugar roles activos en la construcción de la autoestima
ayudando a los niños a que desarrollen habilidades y un sentido auténtico de
competencia a partir del logro de importantes tareas.

La búsqueda del equilibrio


Para controlar bien el estrés a largo plazo, tanto de los padres como de los hijos, es
necesario crear un estilo de vida sano y mantenerlo día tras día. Un programa de dieta
sana y ejercicio regular puede ayudar en gran medida a controlar el estrés. También son
bastante eficaces la meditación, el yoga o la contemplación espiritual. Demasiado

70
consumo de alcohol o de café nos hará sentir más estresados. Si tenemos demasiadas
cosas en la agenda tenemos que recortar nuestros compromisos y concedernos más
tiempo para nosotros mismos y para nuestra familia. Si dejamos que las
responsabilidades laborales se introduzcan en nuestra vida familiar, quiere decir que
tenemos que organizar mejor nuestro trabajo, y aprender a dejar el trabajo fuera cuando
llegamos a casa. En el caso de que este problema persista, quizá le convenga buscar un
nuevo empleo, de lo contrario estará poniendo en peligro su paz mental, su salud, y
probablemente el bienestar de su familia: ¿qué salario o puesto de prestigio merece estos
sacrificios?

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9
«Haz lo que yo digo, no lo que yo hago»
«Los niños son imitadores por naturaleza: actúan igual que sus padres a pesar de todos los intentos por
enseñarles buenos modales.»
– Anónimo

Este capítulo trata de ser padres, pero sobre todo de qué tipo de padres queremos ser.
Planteemos la cuestión un poco más ampliamente, ¿qué tipo de persona queremos ser?
Estas dos cuestiones determinarán en gran parte la influencia que usted tenga en sus
hijos, y qué lecciones aprenderán ellos de usted. Como dice la cita, los niños son por
naturaleza imitadores. Al observarnos aprenden no sólo los comportamientos y modales,
sino que a un nivel mucho más profundo captan los valores, las percepciones, los
prejuicios, las expectativas y las diferentes formas de enfocar el mundo y enfrentarse a la
vida. El viejo dicho de que «las manzanas no caen lejos del árbol» está basado no sólo en
la biología y la genética sino también en los comportamientos aprendidos. Los niños son
más influenciables por los comportamientos de sus padres que por los de ninguna otra
persona.

NO SEA UN POBRE MODELO QUE IMITAR


Se entiende por «modelo que imitar» una persona a la cual alguien observa, admira e
imita por su celebridad o por su status. Este concepto de celebridad se reserva
normalmente para las estrellas deportivas, de cine, de música, etcétera. La definición
psicológica de modelo que imitar es más amplia que esto, y habla de cualquier persona
que sirva de modelo a otra que aprende, imita y se esfuerza por ser como ella. El culto a
los héroes en este caso no es necesario. Esta definición es mucho más útil para
ayudarnos a comprender cómo aprenden los niños.

El poder de la imitación y la identificación


Los niños empiezan a imitar a los demás durante el segundo año de vida. Las teorías
del aprendizaje social del desarrollo infantil han demostrado que no todos los
comportamientos que los niños observan serán imitados. Los comportamientos que más
imitarán serán aquellos que se presenten consistentemente y que los muestren las
personas allegadas a ellos. En segundo lugar, puede ocurrir que el comportamiento no
sea inmediatamente imitado, sino que al principio el niño lo procese interiormente en su
mente y se lo reserve para más adelante. Éste es un punto importante que se debe tener
en cuenta porque la capacidad para la imitación retardada quiere decir que el niño puede

73
captar los comportamientos agresivos, abusivos o manipuladores y no demostrarlos hasta
al cabo de meses o incluso años. En tercer lugar, las consecuencias observadas del
comportamiento ayudarán también a determinar si éste será imitado por el niño. Si el
niño ve que un comportamiento es aceptado probablemente lo imitará. Por último, los
comportamientos serán más probablemente imitados si encajan en un conjunto
consistente de valores o expectativas, y si el modelo es una persona que el niño
considera poderosa o de posición elevada. Muchos de estos rasgos suelen encontrarse
comúnmente en las relaciones entre padres e hijos, lo cual hace que el padre sea un
modelo que imitar poderoso para el niño.
Además de la imitación existe otro proceso que ocurre durante el desarrollo social y
emocional de los niños y que los psicólogos denominan «identificación». Este proceso,
originalmente nombrado por Sigmund Freud, describe cómo un niño incorpora
características de otra persona adoptando sus actitudes, intereses, valores y modelos de
pensamiento y comportamiento. Al igual que ocurre con la imitación, es más probable
que el niño se identifique con aquellos con los que tiene una relación más próxima y que
sean consideradas por el niño personas importantes y poderosas. En este caso también
los niños tenderán más a identificarse con sus padres que con cualquier otra persona,
especialmente en la infancia.

Los padres son modelos a imitar naturales


Todos los padres, siempre que formen parte de la vida de sus hijos, son modelos que
imitar. No es una cuestión de elección, sino algo que ocurre porque la naturaleza humana
nos ha hecho así. Los padres influyen en sus hijos tanto positiva como negativamente; lo
único seguro es que la influencia está ahí. La manera de ejercer esa influencia dependerá
en parte de qué expresen y comuniquen verbalmente a sus hijos. Gran parte de la
comunicación entre los seres humanos, especialmente en el complejo contexto
emocional de la familia, ocurre a un nivel no verbal. Tanto la imitación como la
identificación son procesos que ocurren de manera natural, sin que ni padres ni hijos
necesiten planificarlos o a veces incluso sin que se den cuenta.
Los niños captan los valores y las maneras complejas de percibir el mundo a partir de
sus relaciones con sus padres y otros cuidadores. La enseñanza de los valores no puede
realizarse directamente, simplemente diciéndole al niño en qué valores tiene que creer.
Según el Dr. Haim Ginott, los valores «serán absorbidos y pasarán a formar parte del
niño gracias a la identificación e imitación de aquellos que se ganen su amor y respecto».
El sistema de valores del niño será creado y evolucionará con el tiempo viviendo en una
familia y comunidad que defienda un conjunto de valores y los demuestre a través de su
comportamiento. Es más probable que un niño se identifique, imite y copie a un padre
que a otra persona. Las acciones tienen más poder que las palabras. Si usted como padre
quiere que su hijo defienda determinados valores y se comporte de determinada manera,
el mensaje más poderoso que puede darle es mostrar usted mismo esos comportamientos

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y vivir diariamente de acuerdo a ellos.

Las caras cambiantes de los modelos paternos


El modo de relacionarse un hijo con sus padres como modelos que imitar depende
hasta cierto punto del nivel de maduración del niño. Muchos niños pequeños idealizan a
sus padres, los ven un poco como héroes, convencidos de que sus padres lo saben todo y
son capaces de hacer cualquier cosa. Esta percepción de los padres como seres
todopoderosos y sabelotodo no dura demasiado. En la preadolescencia los niños
empiezan a darse cuenta de que sus padres son sólo humanos, y que tienen debilidades y
problemas entre sus cualidades positivas. Esto puede llegarles a desilusionar, pero no
tiene por qué causarles problemas. Los padres casi siempre siguen siendo considerados
por sus hijos como gente bien intencionada y cariñosa que se merece respeto y
cooperación. La necesidad de tener un modelo que imitar idealizado hace que éste pase a
ser una estrella de cine, de la música u otras celebridades, o un profesor, entrenador o
familiar. Esto es normal y no debería alarmar a nadie. Al final, los niños se darán cuenta
de que las estrellas de cine o de la música y demás héroes no son más que seres humanos
imperfectos y débiles como todo el mundo.
La imagen de los padres. En la adolescencia, cuando los niños empiezan a
desarrollar su propia identidad y a independizarse más de sus padres, éstos se convertirán
en unas figuras que ya no serán admiradas, sino toleradas. Sorprendentemente, el mismo
padre que siete o diez años antes era un padre benevolente y admirado ahora se
convertirá en un individuo que no se entera de nada y que evidentemente está pasado de
moda. Y lo peor es que ese padre podrá ser visto como un dictador que está amenazando
la necesidad de independencia y libertad de su hijo adolescente. No es de extrañar que
durante esta etapa de desarrollo se produzcan los mayores conflictos, desacuerdos y
peleas entre padres e hijos.
Al principio de la edad adulta, los niños recuperan una opinión más positiva acerca de
sus padres y una mayor apreciación de las cualidades que hacen que sean gente tan
admirable y maravillosa. Mark Twain expresó magníficamente este punto en su bien
conocida cita sobre cómo aprendió a apreciar a su padre: «Cuando tenía catorce años mi
padre era tan ignorante que apenas podía soportar que estuviera a mi lado. Pero cuando
cumplí los veintiuno me di cuenta de lo mucho que el viejo había aprendido en siete
años». Esta comprensión y apreciación de los padres ocurre cuando el niño por fin
consigue su independencia. No es algo que deba imponerse ni sobre lo que valga la pena
discutir.

Ser un modelo positivo


Los buenos padres son modelos que imitar por naturaleza positivos. Los valores que
ellos defienden son mostrados espontáneamente en su comportamiento día tras día.

75
¿Quiere decir esto que los padres tienen que ser ejemplos perfectos de vida virtuosa,
haciendo y diciendo siempre lo que es correcto? Por supuesto que no. Ser humano
significa ser imperfecto, cometer errores y dejar de cumplir las normas de la perfección.
Hay ciertas cualidades básicas que hacen que un padre, o en este caso cualquier persona,
sea un buen modelo para un niño. Algunas de ellas son tratadas a continuación.
Ser humano. No es buena idea esperar la perfección ni en uno mismo ni en un hijo.
Los perfeccionistas acaban convirtiéndose en gente ansiosa y tensa que se considera a sí
misma un fracaso en la vida. Acepte la realidad de ser imperfecto y acéptela también en
los demás. Esté dispuesto a admitir sus fallos. Pida disculpas si es necesario. Asuma la
responsabilidad de sus errores y enmiende los daños ocasionados. Perdone también los
errores de los demás, especialmente de los niños, si los errores no son maliciosos y la
otra persona asume la responsabilidad.
Ser honesto. Los niños reconocen y respetan la honestidad y la integridad, y muchos
niños tienen una habilidad inigualable para oler la hipocresía. Ésta mata la confianza y el
respeto. No se esconda para hacer cosas irresponsables si quiere que sus hijos sean
honestos con usted sobre su comportamiento. Sea abierto y directo acerca de sus
sentimientos si quiere que sus hijos compartan sus sentimientos con usted. Expréseles
directamente sus deseos para que sepan qué espera de ellos y así compartan con usted
sus deseos y necesidades. No hable de otras personas a sus espaldas, especialmente de
miembros de la familia.
Ser responsable. Cuídese de las cosas que tiene que hacer, en el trabajo y en la
familia. Mantenga sus promesas. Nunca haga una promesa que no va a poder cumplir.
No asuma más responsabilidades de las que pueda. Esté siempre donde tiene que estar,
puntualmente. Esté disponible para su familia, especialmente para sus hijos más
pequeños que están ansiosos y necesitan la atención de sus padres.
Ser considerado. Escuche siempre a la otra persona aunque tenga cinco años. Trate a
los demás con respeto si a sus hijos les está pidiendo un comportamiento respetuoso. No
critique o desprecie a nadie, y menos a sus hijos. Un niño que siempre está siendo
criticado por su comportamiento no aprenderá nunca un comportamiento responsable
sino que aprenderá a criticar a los demás y a condenarse a sí mismo por sus faltas. No
insulte, aunque sea en broma, porque las etiquetas negativas tienen la propiedad de ser
recordadas mucho tiempo. No culpe a los demás. No intimide ni tiranice a nadie a no ser
que quiera que su hijo sea un tirano también.

Ser un pobre modelo que imitar


¿Qué hace que un padre sea un pobre modelo que imitar? En general, esperar que su
hijo haga las cosas de diferente manera a como usted las hace es bastante irreal y,
queramos o no, un ejercicio de hipocresía. La frase «hazlo como yo te digo, no como yo
lo hago» ni ha funcionado ni funcionará nunca. No hay duda de que aficionarse a
comportamientos autodestructivos como son beber en exceso o consumir drogas son

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muy malos ejemplos para un hijo. No sirve de nada decirle al niño que estos
comportamientos no son adecuados y no debería seguir haciéndolo. Igual que tampoco
sirve de nada decirle al niño que no tiene que perder el control de su enfado si usted
mismo no sabe controlarlo. Cuando los padres tienen secretos el uno para el otro, aunque
sea de una forma aparentemente inocua como decirle al niño «no le digas a papá pero he
comprado esto» o «no le digas a mamá que he roto el jarrón», es difícil esperar que el
niño aprecie los valores de la honestidad. Lo importante es que si usted no quiere que su
hijo muestre comportamientos negativos, no los muestre usted tampoco.
La hipocresía de los padres no funciona. La hipocresía de los padres transmite a los
hijos un mensaje cruzado que es confuso y les crea conflictos emocionales internos.
Cuando el mensaje verbal de un padre no coincide con su conducta, el mensaje
conductual tendrá más impacto. Los niños son idealistas; quieren ser «buenos» y esperan
que sus padres actúen de forma responsable y madura y hagan lo que tienen que hacer.
Cuando los padres se comportan de una forma hipócrita, los niños responderán de alguna
manera. El niño más independiente se resentirá del comportamiento de sus padres y se
revelará contra él. El resto se identificará con el padre e imitará ese comportamiento
negativo. Para muchos niños, la respuesta más común es la de la imitación, porque es
menos amenazante emocionalmente de lo que sería enfrentarse al padre. Si esto ocurre,
tanto padres como hijos habrán perdido.
El músico Cat Stevens escribió una canción titulada «El gato en la cuna» que se hizo
popular en los años 70 y sigue sonando en algunas emisoras de música. Esta canción
cuenta con dolor la historia de un chico que siempre le pide a su padre que pase tiempo y
haga cosas con él. El padre que está por supuesto demasiado ocupado siempre le
promete que pasará tiempo con él en el futuro: «Lo siento hijo, no sé cuando será, pero
pasaremos tiempo juntos y entonces lo pasaremos muy bien». Al final el chico crece y se
marcha. Entonces es cuando es el padre el que pide a su hijo pasar tiempo juntos. El
ocupado hijo acaba haciendo promesas a su padre: «Lo siento papá, no sé cuando será,
pero pasaremos tiempo juntos y entonces lo pasaremos muy bien». Al final de la triste
canción el padre se da cuenta de cuánto había aprendido su hijo de su comportamiento:
«Había crecido igual que yo, yeah, mi chico era igual que yo». Esta canción hizo un
nudo en la garganta de muchos padres, y así tendría que ser. Es una canción que tendrían
que escuchar todos los padres y madres.

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«No te preocupes, ya se le pasará»

Los buenos padres quieren lo mejor para sus hijos. Cuando nacen todos nos
alegramos y ponemos muchas esperanzas en ellos. Nos aliviamos y contentamos al ver
que han nacido sanos. Nos preocupamos cuando se ponen enfermos, o cuando se caen y
se hacen daño en la rodilla. Queremos que nuestros hijos estén bien, se adapten bien,
tengan éxito y sean felices. Queremos que tengan una infancia sana, que prosperen en el
colegio, que tengan amigos, que no se metan en drogas, y que pasen la adolescencia sin
demasiados problemas. Queremos que hagan una carrera universitaria y que después
encuentren un buen trabajo, bien remunerado y que tengan una relación estable y
cariñosa.

¿ES ESTO PEDIR MUCHO?


A veces la respuesta es «sí». Los niños por ser niños, es decir como seres humanos
normales que son, se encontrarán con una serie de dificultades y problemas en la vida. El
sentido común y las estadísticas de los psicólogos, colegios y departamentos de policía
así lo confirman. Como padres, nuestra esperanza es que estas desgracias no les ocurran
a nuestros hijos. Otros niños tienen problemas con la ley, no nuestro Luis. Otros niños
beben y consumen drogas, no nuestra Sara. Por supuesto no es que queramos que esas
cosas malas les ocurran a los otros niños, sino que el mero hecho de pensar en que
nuestros hijos puedan tener serios problemas nos atormenta y nos preocupa
enormemente.

No niegue los problemas serios


Tener un pensamiento positivo y desear lo mejor es lo más adecuado que podemos
hacer para enfrentarnos a los retos de la vida; sin embargo, esto es sólo verdad hasta
cierto punto. La negación de los problemas es el resultado de intentar a toda costa mirar
siempre el lado brillante: implica perder nuestra capacidad para ver y reconocer un
problema real. La negación no sólo es insana, sino que puede llegar a ser muy
destructiva e incluso peligrosa. Los casos de Erica y Jacobo (véase capítulo 24) nos
cuentan dos tipos de problemas y resultados diferentes que resultan de esta negación.

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EL RELATO DE ERICA
Los señores Brown vinieron a verme a mi despacho porque ellos y su hija de once
años, Erica, estaban constantemente peleándose por culpa de los deberes y de su falta de
responsabilidad. Hablé primero con los padres para obtener información del pasado.
Ambos rondaban los cuarenta años y tenían mucho éxito a nivel profesional. Erica era la
pequeña de dos hermanos. Su hermano de trece años era un estudiante de matrícula de
honor, muy popular en el colegio y siempre se portaba bien en casa. Erica en cambio
siempre había tenido problemas para hacer los deberes, y volvía locos a sus padres.
Suspendía asignaturas, no acababa los trabajos, era muy desorganizada y rendía muy por
debajo de sus posibilidades. Sus esfuerzos eran inconsistentes y sus notas así lo
reflejaban.
Tanto Erica como sus padres habían empezado a temer el momento en que llegaran
las notas. Casi siempre eran unos momentos de amenazas, promesas, frustraciones,
sermones, etcétera. Era verdaderamente estresante para todos. Erica quería hacerlo bien,
quería hacer felices a sus padres, y seguía con sus amigos que eran todos buenos
estudiantes. Discutían sobre qué tenía que hacer Erica para mejorar y ella hacía sinceras
promesas de cambiar su comportamiento. Sin embargo, la misma historia se repetía
trimestre tras trimestre. Empezaba bien al principio, pero poco a poco iba
desorganizándose, dejaba los trabajos a medias, y parecía que ya no se esforzaba. A
veces mentía a sus padres para cubrir sus fallos. «Las mentiras sólo empeoran las cosas»,
no se cansaban de repetirle sus padres, al principio amablemente y después enfadados.
«No toleraremos las mentiras, tu comportamiento tiene que mejorar, y eso es todo.»
«Su falta de motivación y sus mentiras nos preocupan enormemente», dijo la madre
de Erica. «Ya no sabemos qué hacer con ella.» Su padre al principio pensó que era un
problema de inmadurez y de que estaba demasiado mimada. «Actualmente les damos
demasiadas cosas a los niños», se lamentaba el padre. «No ve por qué tiene que
esforzarse.» Cuando les dije que su hijo también se había beneficiado de su generosidad,
el padre se encogió de hombros. Erica todavía tenía que crecer mucho. Conseguiría salir
de esto. Además, el padre no estaba ni siquiera seguro de por qué estaba sentado en el
despacho de un psicólogo.

Escuchar al niño
Erica entró entonces en mi despacho mientras sus padres esperaban fuera. Era una
niña amable, brillante, atractiva, con vivos e inquisitivos ojos azules. Erica habló sin
dificultad y libremente sobre una serie de temas. Fue honesta acerca de sus problemas en
el colegio y de hecho parecía que se avergonzaba de ellos. Sabía que podía hacerlo mejor
«si se esforzaba más». Este mensaje se lo habían dicho cientos quizá miles de veces. No
sabía qué es lo que le impedía hacer un esfuerzo continuado. «Soy perezosa», dijo y su
voz adquirió un tono triste. «¿Qué quiere decir ser perezosa?», le pregunté. «Significa

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que no hago mi trabajo.» La etiqueta que se había colgado a sí misma de «perezosa» no
nos decía nada, y tampoco explicaba sus dificultades. «Tengo una norma en mi
despacho», le dije. «La gente tiene que eliminar de su vocabulario la palabra
“perezoso”.» Su sonrisa iluminada indicaba que se sentiría aliviada y encantada de poder
hacerlo.
Al hablar de sus experiencias en el colegio, en casa, con sus compañeros, me di
cuenta de que Erica se preocupaba por las cosas y que de hecho tenía unos objetivos muy
elevados para ella misma. La falta de motivación no era el problema. Erica colaboraba
en la clase pero se aburría fácilmente. Se desconcentraba con facilidad, soñaba despierta,
y la gente de su alrededor la distraía fácilmente. A veces era activa pero nunca
demasiado. Hablaba demasiado en clase, hasta que la profesora la obligaba callar. No
intentaba molestar, simplemente se había «olvidado» de que no se podía hablar en clase.
Sus mejores amigas la llamaban «parlanchina». Tenía dificultades para estar demasiado
tiempo sentada en el mismo sitio o hacer demasiado tiempo lo mismo. La hora de la
comida era un gran alivio para ella, igual que lo era el timbre que indicaba que las clases
habían terminado. Salía rápidamente del colegio sin comprobar los deberes o los libros
que llevaba para ver si tenía todo lo que iba a necesitar.

Cuando no basta con el esfuerzo


En casa tenían que recordarle que hiciera los deberes. Sabía que eran importantes
pero había miles de cosas en las que pensar y su mente iba saltando de una a otra sin
parar. Cuando por fin cogía los libros podía pasarse hasta un cuarto de hora antes de que
su mente «empezara a navegar». Le costaba enormemente concentrarse en una sola cosa.
Algunos deberes no los terminaba porque se distraía o dejaba de hacerlos para pasar a
hacer otra cosa. En cuanto acababa de hacer los deberes ya se había olvidado, como si
nunca hubieran existido. Muchas veces acababa los deberes pero olvidaba llevarlos al
colegio, y entonces le ponían un cero por no haberlos hecho. Nunca planeaba por
anticipado y siempre tenía que correr a última hora. Tenía unas tareas domésticas
rutinarias como dar de comer al perro y recoger su habitación, pero a menudo olvidaba
hacerlo y tenían que recordárselo sus padres. A veces éstos se hartaban de repetirle
siempre las mismas cosas y entonces es cuando se armaba. Estaban hartos de que fuera
tan irresponsable. Y ella estaba harta de que siempre se metieran con ella.
En la siguiente conversación con los Brown, sugerí que los comportamientos
problemáticos de Erica no eran debidos a la falta de madurez o de motivación. Su
comportamiento, que ya había empezado a mostrar de muy pequeña, encajaba en el
perfil de una persona con el Trastorno de Déficit de Atención. Para asegurarnos
tendríamos que hacer unas pruebas. Si el resultado de éstas fuera positivo entonces
podríamos tratar el problema fácilmente con una serie de técnicas conductuales, y quizá
con medicación.

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«No mi hija»
La señora Brown estaba totalmente sorprendida. A uno de sus sobrinos le habían
diagnosticado este mismo trastorno y estaba siendo tratado con medicación. Era un niño
hiperactivo y destructivo, y Erica no era así. El padre de Erica parecía preocupado.
Quería que su hija mejorara su comportamiento, no encontrar excusas para él. Recordaba
un programa de televisión en el que habían hablado de este trastorno. Un entrevistado
había dicho que en el momento en que un niño saltaba tres veces ya se le diagnosticaba
un trastorno de déficit de atención y se le empezaba a dar medicación. «¡Esto es
ridículo!» Su hija no tenía ese trastorno, y no iba a tomar ningún medicamento.
Prometieron considerar mis recomendaciones si los problemas no se solucionaban.
No es ésta una reacción poco común cuando los padres se enfrentan a la posibilidad
de que su hijo tenga un problema que va más allá de las dificultades normales que
experimentan los niños al crecer. Algunos padres acaban ignorando la opinión del
doctor. Acaban volviendo a donde estaban convencidos de que no vale la pena malgastar
el dinero y el tiempo en la opinión de un «charlatán». Saben que las cosas mejorarán si el
niño se esfuerza más, si le escuchan más, si pasa menos tiempo frente al televisor, si
come menos azúcar, si no sale con ese amigo que es una mala influencia, en definitiva,
cuando el niño «crezca».
Al cabo de cinco meses volvieron a visitarme los señores Brown. El comportamiento
de Erica había empeorado y las peleas eran cada vez más frecuentes y graves. Había
empezado a desafiar abiertamente a sus padres cuando le pedían que hiciera algo en la
casa. Las mentiras sobre los deberes continuaron. Evidentemente ella se sentía estresada
por sus resultados académicos y mentía para cubrir los problemas o retrasar las
consecuencias. La gota que colmó el vaso fue cuando sus padres castigaron a Erica sin
televisión durante tres semanas y dos sin teléfono; cuando se le había preguntado por qué
no había hecho los deberes, se había puesto histérica, había gritado a su madre, y hasta
había tirado los libros contra la pared.
Enfrentarse al problema. Las pruebas psicológicas demostraron que Erica estaba
entre el uno por ciento de chicos de su edad que tienen problemas de atención y de
concentración, de no saber escuchar, de no saber organizarse las tareas, de perder y
olvidar cosas, de evitar esas tareas que requieren mayor concentración y esfuerzo. En
otras palabras, tenía el trastorno de déficit de atención, pero sin el componente de
hiperactividad física. Simplemente no era capaz de hacer las cosas que se le pedían por
mucho que lo intentara. El problema no era la falta de motivación, los malos padres o
malos profesores, sino un problema biológico denominado déficit de atención que afecta
al funcionamiento del cerebro en las áreas de atención, impulsividad, y a veces descanso
físico y comportamiento hiperactivo.
El comportamiento de Erica mejoró significativamente gracias a una medicación
específica que le dieron para esos síntomas y a aprender las técnicas conductuales en la
terapia. En cuanto la presión desapareció, el nivel de tensión en casa bajó en picado.

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Erica agradeció a sus padres el que hubieran buscado ayuda.

El camino de la negación
Para muchos padres es muy incómodo emocionalmente ver que su hijo no es
«normal», o tiene algún defecto. Si resulta que un niño tiene un problema serio el padre
puede llegar a sentirse culpable. ¿Le he causado yo este problema siendo un mal padre?
¿Soy el culpable de haberle pasado genes «malos» a mi hijo? ¿Qué pensará la gente? Es
muy frecuente que los padres quieran, aunque sea un secreto muy bien guardado, que sus
hijos sean perfectos. O, si no son perfectos, por lo menos que no tengan problemas
serios. Este deseo puede afectar profundamente a nuestras percepciones e incluso a
nuestro juicio. Esto es lo importante de la negación.

El precio de la negación
Lo peor es que la negación evita que un problema pueda ser tratado y resuelto.
Muchas veces esto implica que el problema empeorará con el tiempo. El precio que el
niño acabará pagando es una continua lucha o sufrimiento si se trata de un problema que
por sí solo no desaparecerá. Este tipo de trastornos son la dislexia, la falta de atención,
problemas emocionales como la depresión infantil o un trastorno de ansiedad, o
problemas con el abuso de alcohol o drogas. A veces, los problemas que se están
negando tienen condiciones médicas graves que pueden acabar amenazando la propia
vida del niño. La negación normalmente hiere. En ocasiones puede llegar a matar.
El padre inteligente es el que acepta al niño como un ser humano normal con sus
puntos fuertes y sus debilidades, sus triunfos y sus fracasos, y siempre intentando
ayudarle a resolver sus problemas de la mejor manera posible. El tener uno o más de
estos problemas no hace que el niño no sea «normal», más bien lo contrario, lo normal es
experimentar problemas en la vida. Lo más lógico es tratar estos problemas de la forma
más sincera, honesta y efectiva posible. Como padres tenemos que controlar nuestros
miedos y nuestras ansiedades sobre nuestros hijos tratando directamente los problemas, y
no deseando que no existieran.

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11
Cómo alimentar la autoestima: el modelo
PES

La autoestima es un concepto ampliamente utilizado pero muchas veces malentendido


en la cultura popular. A los padres de Roberto les han dicho que su hijo no rinde y no se
aplica en el colegio porque tiene baja la autoestima. Mónica es tímida con los niños de
su edad y tiene dificultad para hacer amigos por culpa del miedo a ser rechazada y por
tener una baja autoestima. La madre de Jorge se resiste a empezar su propio negocio
porque duda de su capacidad para dirigirlo adecuadamente y que prospere. ¿Le falta
autoestima? Hay muchos libros de autoayuda y vídeos motivacionales sobre el tema de
la autoestima, ofreciendo consejos y mensajes inspiradores sobre cómo pensar
positivamente y sentirse feliz con uno mismo. Basta con tener una mayor autoestima
para conquistar el mundo, vienen a decir.

NO DESCUIDE EL CRECIMIENTO EMOCIONAL DE SU HIJO


Como muchos sabemos, los beneficios de los mensajes inspiradores y de las charlas
no duran demasiado y ofrecen como mucho un remedio temporal. Esto es cierto cuando
los mensajes proceden de un libro, un vídeo, o un amigo o miembro de la familia. La
razón más simple es que desarrollar la autoestima implica mucho más que hablar o
pensar en ello. Ayudar a un niño a desarrollar su autoestima requiere mucho más que
decirle que es una persona maravillosa y especial, si bien es cierto que los cumplidos son
un buen comienzo si son comunicados con sinceridad y afecto.

No basta con los logros


En este capítulo propongo un modelo compuesto de tres partes para ayudar a los
niños (y a los adultos) a sentirse bien consigo mismos y a desarrollar un fuerte sentido de
autoestima que dure toda la vida. El primer factor implica un conjunto de percepciones y
creencias sobre uno mismo, basados en una estimación realista de las habilidades y
cualidades positivas que posee la persona. El segundo factor se refiere a conseguir un
nivel satisfactorio de éxitos; dominar habilidades y encontrar áreas de competencia en

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las que la persona obtenga éxitos de verdad. El tercer factor implica un sistema de
soporte fuerte basado en la familia en el que la persona sea aceptada, alimentada y por
supuesto estimada. Este tercer factor a menudo es subestimado o simplemente olvidado,
pero en mi opinión es fundamental dada la naturaleza emocional y social de los seres
humanos.
Los tres componentes de la autoestima que componen este sistema, percepción, éxitos
y soporte, son esenciales para que una persona se sienta buena, competente, exitosa,
valorada y querida. El efecto combinado de estos tres factores o componentes ofrece una
base sólida para una auténtica y duradera autoestima. Si falta alguno de ellos, la persona
probablemente tendrá problemas de satisfacción consigo mismo. La familia en general, y
los padres en particular, pueden jugar un papel vital en el desarrollo de estas áreas de la
autoestima. En este capítulo hablaremos de cómo hacerlo.

¿Qué es la autoestima?
Hacia los dos años de edad, los niños desarrollan conceptos sobre quiénes son y cómo
son. Desarrollan una idea general de sí mismos que incluye distinguir el sexo y la familia
a la que pertenecen, gustarles o disgustarles determinadas comidas, tener juegos o
juguetes favoritos, etcétera. Este concepto general de sí mismos es descriptivo más que
crítico. La autoestima, es decir el concepto que se refiere a la evaluación de una persona,
de sus habilidades y cualidades personales, no se desarrollará hasta más tarde. Cuando
un niño pequeño realiza una autoevaluación, se limita a una tarea o situación específica.
Por ejemplo, un niño puede verse a sí mismo hábil para los deportes, incapaz para la
gramática, bueno para los videojuegos, y fantástico para hacer amigos. Pregúntele a un
niño de menos de siete años si se «siente bien» consigo mismo y seguro que le responde
con una mirada confundida. Antes de los siete u ocho años, los niños tienen expectativas
sobre ser bueno o malo en alguna tarea específica, no tienen un sentido generalizado de
la autoestima.
La buena calidad global. Hacia los ocho o nueve años, los niños desarrollan un
sentido más general de la competencia y la valía personal. Al desarrollar las
percepciones, los conceptos y su identidad personal, los niños se atribuyen buenas o
malas cualidades a sí mismos. No olvidemos que la autoestima sigue siendo hasta cierto
punto un dominio específico. Por ejemplo, la seguridad en los deportes no quiere decir
necesariamente que el niño esté seguro en la clase de matemáticas. Lo mismo ocurre con
el niño que destaca en matemáticas pero que no se siente seguro en una cancha de
baloncesto o en una situación de grupo. De todas formas, todos tenemos una idea global
de lo «buenas» personas que somos; esta idea procede de las actitudes y sentimientos
que tenemos sobre nosotros mismos, y puede influir profundamente en nuestro
comportamiento.
Aunque la autoestima sea un concepto un tanto complicado de definir con exactitud,
prácticamente todos tenemos una idea general de lo que significa. Cuando conocemos a

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alguien con una alta autoestima en seguida nos damos cuenta. Lo mismo ocurre cuando
conocemos a alguien con baja autoestima. El lenguaje corporal, la manera de
comunicarse, la comodidad consigo mismo, el contacto visual, y el nivel de seguridad,
todo ello comunica algo acerca del nivel de autoestima de la persona.

El papel de las percepciones positivas en la autoestima


La autoestima empieza con percepciones y creencias positivas sobre uno mismo.
Empezamos formando estas percepciones a una edad muy temprana a partir de los
comentarios y del feedback que recibimos de los demás. Los padres suelen ser los
primeros y más íntimos comunicadores de mensajes verbales a los niños. Puesto que hay
un vínculo emocional natural entre padres e hijos, los comentarios de los padres
probablemente serán tomados más a pecho que los de los demás. ¡Qué oportunidad tan
buena para que un padre exprese y resalte las cualidades positivas y buenas conductas
del niño! Estas expresiones son más efectivas cuando son espontáneas, sinceras y se
comunican con afecto. La exageración y la falta de sinceridad no son necesarias, de
hecho harán más daño que otra cosa.
¿Defiende el niño lo que cree? Exprésele su apreciación por ello, y reconozca el valor
que se necesita para defender algo cuando los demás no están de acuerdo. ¿Cuenta
buenos chistes y le hace reír? Dígaselo, y cuéntele también usted alguno a cambio. ¿Se
comporta educadamente cuando van de visita a casa de algún familiar? Elogie su buen
comportamiento y consideración por los demás. ¿Ordenó toda la habitación cuando se
marchó su amigo? Dígaselo, y concédale un rato más de televisión. ¿Estudió mucho para
el examen de gramática? Demuéstrele que aprecia su esfuerzo y está orgulloso de su
actitud hacia el colegio. ¿Es bueno encestando en baloncesto? Dedíquele tiempo los
fines de semana para jugar con él y ver si quiere unirse al equipo de baloncesto del
colegio. ¿Tiene buen oído para la música? Muéstrele su admiración por ello, haláguele
cuando esté con vecinos o familiares, y pregúntele si le interesaría asistir a clases de
música. Todos estos reconocimientos que hacen los padres de las buenas cualidades, del
esfuerzo, del interés en desarrollar talentos y habilidades crean un impacto en la opinión
que el niño tiene de sí mismo. El niño incorpora percepciones positivas y sanas sobre sí
mismo a la imagen que ya tiene. Estas percepciones positivas sirven de ladrillos para
construir la autoestima.
Elogiar el esfuerzo verdadero. Pocos comentarios puntuales pueden añadir algo a
los mensajes poderosos y consistentes transmitidos durante semanas, meses y años. El
niño cuyos padres reconocen y elogian su esfuerzo en un trabajo escolar se enorgullecerá
de su esfuerzo, y por tanto, será más probable que se esfuerce también en su próxima
tarea. Si los padres se enorgullecen de un trabajo bien hecho estarán motivando al niño
para que vuelva a repetirlo y así sucesivamente. Y lo que es más importante, el niño en
el proceso irá formándose una opinión de sí mismo de estudiante responsable que se
esfuerza en sus tareas escolares y cuyos padres se sienten orgullosos de él. Esta imagen

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positiva que el niño crea en su mente afecta a su actitud hacia el colegio, hacia la
responsabilidad, hacia los padres y hacia sí mismo. El éxito que consigue de un esfuerzo
determinado crea una sensación de competencia más importante que el que pueda
conseguir diciéndole diez veces «eres listo» pero sin conexión con ningún logro en
particular. El afecto, la satisfacción y el orgullo que un padre muestra hacia su hijo le da
la sensación de ser amado, admirado, querido y aceptado.
Compare el escenario de antes con el caso de otro niño cuyos padres dan por supuesto
su esfuerzo, lo ignoran porque nunca están disponibles o no se implican, o aún peor, le
menosprecian por no ser suficientemente importante. ¿Qué niño en esta situación tendría
confianza en sus habilidades, expectativas de ser competente y afortunado, y una actitud
positiva hacia el colegio? Todas estas cosas acabarán impactando positiva o
negativamente en la autoestima del niño. El padre puede guiar la dirección de las
percepciones, opiniones y expectativas del niño, igual que sus comportamientos
presentes y futuros. El niño que se considera a sí mismo un estudiante trabajador y
competente y cuyos esfuerzos son recompensados, intentará vivir en el futuro de acuerdo
a esa imagen. El niño que no está seguro sobre su nivel de competencia, o cree que sus
esfuerzos no serán apreciados o considerados, vivirá también de acuerdo a esas
expectativas, con el resultado de un esfuerzo inconsistente y un éxito cubierto de
manchas.
Cualidades encantadoras. El objetivo general de ayudar a un niño a crear su
autoestima a través de las percepciones positivas consiste en reconocer sus buenas
cualidades y su valía. Esto no quiere decir que los comportamientos problemáticos no
tengan que ser tratados. Robar, mentir, los comportamientos destructivos, beber en
exceso, y otros malos comportamientos deberían ser disciplinados justa y
consistentemente, pero siempre sabiendo que el niño es capaz de mejorar y esperando
por supuesto que así lo haga en el futuro. Es muy posible reconocer y tratar los
problemas y al mismo tiempo afirmar que las buenas cualidades, los comportamientos
responsables y la naturaleza encantadora del niño pesan más que sus fallos y problemas.
Es importante dar más importancia a las cualidades positivas que a las negativas, y
elogiar los buenos comportamientos más que regañar los malos.

El papel del éxito en la autoestima


Cuando se empezaba a hablar y a estudiar el tema de la autoestima empezó dándose
una enorme importancia a su componente cognitivo. A los padres y profesores se les
incitaba para que ayudaran a los niños a construir su autoestima diciéndoles lo buenos,
inteligentes, creativos, especiales y únicos que eran. Sin embargo, este enfoque como tal
no es bueno para levantar la autoestima, y en algunos casos puede llegar a causar
problemas si se hace de forma exagerada. Hacer que un niño escriba «soy especial»
veinte veces en un papel no le convencerá de que lo es. Las afirmaciones positivas son
más efectivas cuando son sinceras, proceden de una persona que el niño valora y respeta,

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y están vinculadas a éxitos, talentos o cualidades verdaderas.
Aunque a veces es cierto que los niños creen lo que se les dice si lo oyen suficientes
veces, esta afirmación más bien se aplica a cosas que no son demasiado obvias y no
pueden ser fácilmente probadas o refutadas. Ocurre en los casos en los que el niño no
puede rebatir mensajes abusivos como «eres malo», «eres estúpido», o «nunca
conseguirás nada». Repetirles constantemente afirmaciones positivas que no sean verdad
puede causarles serios problemas. Los niños pueden ser idealistas e impresionables, pero
no podrán ser siempre engañados con elogios falsos o inmerecidos. Si los niños no
experimentan su participación en el éxito, tanto si es en el colegio, como en la familia o
entre amigos, los elogios sonarán a falso y abaratarán el valor de los cumplidos que
realmente merecen, y posiblemente provocarán un disgusto en el niño cuando más tarde
se dé cuenta de sus verdaderos talentos y logros.
En resumen, para desarrollar la autoestima y seguridad del niño no basta con darle
mensajes y palabras positivas, hay que basarlos en los éxitos conseguidos. El psicólogo
Martin Seligman opina que hay dos componentes en la autoestima, el componente de
«sentirse bien» y el de «hacerlo bien». Sin el componente «hacerlo bien», el cual implica
desarrollar habilidades, dominar los problemas reales, y conseguir logros significativos,
el componente «sentirse bien» no podrá sobrevivir. Al final, los elogios verbales
parecerán no sinceros, exagerados y manipuladores, y hasta los niños se darán cuenta de
ello. Si todos somos especiales entonces nadie es especial porque el término ha perdido
su significado.
La autoestima es una consecuencia del éxito. En opinión de Seligman, la
autoestima es una consecuencia del éxito, no una causa de él. Construimos la autoestima
a partir de los éxitos experimentados y demostrando ser competentes, no porque alguien
nos diga que somos competentes y tenemos posibilidades de triunfar. Es por ello que una
persona no puede sentirse bien consigo misma hasta que le hayan enseñado a tener éxito
y haya conseguido alguno. Seligman no congenia demasiado con los que afirman que
para prevenir el fracaso escolar, el abuso de drogas, los embarazos indeseados, la
dependencia crónica al bienestar y otros problemas sociales, hay que enseñar
directamente la autoestima en el colegio.
El doctor. Seligman opina también que el movimiento por la autoestima no sólo no ha
conseguido mejorar el rendimiento escolar sino que de hecho ha perjudicado y originado
que los niños se sientan más desilusionados y deprimidos. La depresión severa es ahora
mucho más común entre los niños que antes de 1970, y cada vez afecta a niños más
pequeños. Hasta qué punto este efecto es debido al movimiento en favor de la autoestima
es algo que tendría que discutirse. Es indudable por eso que intentar sentirse bien a
expensas de hacerlo bien, no es la solución para desarrollar la autoestima en un niño ni
en nadie. Sentirse bien y hacerlo bien son cosas que van juntas y se alimentan la una a la
otra. Ambas son importantes.
Además de esta teoría conductual de que los buenos sentimientos son una
consecuencia de los éxitos, y que por tanto dependen de hacerlo bien, el doctor Seligman

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incluye un componente cognitivo que afecta también a la autoestima. Cuando algo malo
ocurre, la gente intenta determinar las causas basándose en su estilo explicativo
particular. Una persona pesimista se culpará a sí misma, creerá que el problema durará
siempre, y que tendrá serios efectos negativos en su vida. Una persona optimista tenderá
a culpar a algún factor externo del mundo en lugar de culparse a sí misma, verá el
problema como algo temporal hasta encontrar la solución, y que el daño será limitado.
Seligman cree que podemos aprender a pensar de manera más optimista y gracias a ello
conseguir mayores éxitos, menos abandonos, y menos depresiones. Este enfoque
cognitivo tiene un atractivo práctico y es utilizado por muchos psicólogos. Puesto que
ayuda a la gente a prosperar y a tener un concepto más positivo de sí misma, sirve
también para levantar la autoestima.
Las herramientas del optimismo y del realismo. La tarea de los padres para ayudar
a sus hijos en el área de los éxitos o del «hacerlo bien», consiste en ayudarles a mantener
el optimismo y la esperanza, mantener un nivel elevado de esfuerzo y aprender las
destrezas para superar los problemas y cumplir las tareas que tienen que cumplir. Parte
del hacerlo bien implica determinar una serie de objetivos razonables y realistas basados
en las habilidades y talentos que posee la persona. Ayudar en este caso quiere decir
establecer unos límites cuando haga falta y no permitir que el niño se agobie hasta tal
punto que lo único que consiga sea fracasar. Por optimista y seguro que se sienta el niño,
realizar dos deportes y participar también en las actividades extraescolares del colegio,
quizá sea demasiado.
Hay veces en que el niño necesitará ayuda para desarrollar alguna habilidad
específica, como por ejemplo aprender a dividir con decimales, golpear una bola de
tenis, o escribir sin cuadrícula. Cuando necesite ayuda y los padres no puedan
ofrecérsela porque no saben hacerlo, o porque no tienen el tiempo o la paciencia
requerida, entonces contratar a un profesor particular quizá sea la mejor solución. Los
niños necesitan ayuda en aquellas cosas que no les salen de forma natural, como por
ejemplo planificar por adelantado, anticipar las necesidades, y elaborar un horario o
calendario para terminar un proyecto. Muchos niños necesitan ayuda para apren-der a
controlar la frustración, y perseverar cuando pasan por momentos difíciles. Todas estas
habilidades mejorarán el dominio y el rendimiento. Conseguir éxitos verdaderos, según
dice el Dr. Seligman, también hace maravillas en la mejora de la autoestima.

El papel de la familia y el soporte emocional en la autoestima


Hay un tercer componente de la autoestima que, aunque ha sido olvidado por el
movimiento a favor de la autoestima y por los modelos basados en los logros, es tan
importante como los factores cognitivos y el factor éxito. Éste tiene que ver con tener un
sistema de soporte emocional sano, el cual a su vez tiene mucho que ver con tener un
alto nivel de aceptación y apoyo dentro de la familia. Encontrar apoyo, afecto y
aceptación en la familia no hace demasiado por mejorar la autoestima, pero es una

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necesidad vital. Los niños saben que son queridos, y se sienten importantes precisamente
porque sus padres les aman y son para ellos una prioridad. Crecer sintiéndose querido
crea unos sentimientos positivos sobre uno mismo que durarán toda la vida. Ninguna
cantidad de éxitos, fama o nivel de ingresos puede compensar esta necesidad emocional
humana tan básica. Si pide a la gente que realmente es feliz consigo misma que defina
las fuentes de su felicidad, la vida familiar y las relaciones personales íntimas estarán
entre las primeras de la lista.
Para desarrollar una resistente autoestima no basta con enseñar a los niños a pensar de
manera positiva y a conseguir con éxito tareas u objetivos. Los niños tienen que ser
amados, tienen que sentirse amados. Necesitan el apoyo emocional para enfrentarse a las
muchas decepciones y fracasos que van a ocurrirle diariamente. Este apoyo y aceptación
no se da por lo que el niño hace –no juzguemos a nuestros hijos por sus logros,
pareceres, talentos, notas, popularidad u obediencia a nuestros deseos– sino por el simple
hecho de pertenecer a nuestra familia. Cuando un padre va a escuchar un concierto de su
hijo de diez años al colegio, la presencia del padre transmite al hijo el mensaje de que es
importante. El efecto opuesto es evidentemente doloroso: la decepción del niño cuando
su padre no aparece. El padre cariñoso valorará ese concierto de su hijo tanto como un
concierto de la orquesta sinfónica, e incluso más. La aprobación y aprecio de los padres
significa infinitamente más para el niño deseoso, ansioso e impresionable, que para el
músico profesional que realiza cientos de conciertos iguales.
La aceptación de la familia. La adulación y el apoyo público están basados en lo que
una persona hace; éste es el caso de los actores, de los músicos famosos o de las estrellas
de cine. La aceptación y el apoyo familiar están basados simplemente en quién es la
persona, es decir en ser una parte importante de la familia. Uno no tiene que probarse a
sí mismo a su propia familia, ni tiene que ganarse el amor y el apoyo de los miembros de
su familia. No querremos a un hijo más porque sea un buen jugador de fútbol, y no
querremos menos a un hijo porque su equipo haya quedado el último de la liga. El amor
es incondicional y no tiene ningún equivalente en la estructura social fuera de la familia.
¿Cómo pueden los padres crear un entorno familiar cariñoso y compasivo? Ésta es
una cuestión vital que tratamos de diferentes maneras a lo largo del libro. Empecemos
por crear un sentido de identidad familiar y después mantenernos unidos en lo bueno y
en lo malo. Implica hacer que los miembros de la familia sean el centro de la familia, y
no algún objetivo profesional, económico, político, etcétera. Implica comprometerse con
el bienestar de todos y cada uno de los miembros de la familia, y hacer de sus
necesidades una prioridad. Implica que los miembros de la familia se traten unos a otros
con afecto, se hablen con amabilidad aunque sea para obligar o disciplinar, y se
comporten amablemente. Implica afirmar, mediante palabras y acciones, la valía de cada
persona dentro de la familia aunque nos duela tener que hacerlo.
Continuar la aceptación. Los niños necesitan el apoyo de sus padres aún cuando no
estén de acuerdo con ellos, cuando lleguen a casa con algo que no le son de su agrado,
por ejemplo un tatuaje, o cuando sean arrestados por robar en una tienda. Apoyar a un

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hijo en esas circunstancias no quiere decir que los padres toleren el robo, el
comportamiento criminal o la falta de juicio. Quiere decir que el niño puede contar con
la lealtad y el soporte familiar como guía, consejo y disciplina, confiando en su habilidad
para aprender de su error y comportarse mejor en el futuro y, lo que es más importante,
que le continúan queriendo y aceptando. Juzgue el comportamiento y castíguelo si es
necesario, pero ame al niño y demuéstrele que confía en él. La confianza que usted le dé
mejorará la confianza que el niño tiene en sí mismo para actuar responsablemente,
aprender de sus errores y superar los problemas. Ayudará a que el niño se vea a sí mismo
como una persona buena, capaz de aprender y crecer; como una persona que es amada y
valorada por los demás. Ese niño será una persona con una autoestima bien alta.

Crear una atmósfera familiar que afirme y apoye


Dolores Curran, autora de varios libros sobre la familia, estudió a varios cientos de
profesionales en asuntos familiares para determinar qué tenían en común las familias
sanas. No fue nada sorprendente descubrir que las familias en las que sus miembros se
amaban, se apoyaban, y estaban unidos, eran las más felices y sanas. Al entrevistar a
algunas de estas familias descubrió que los niños que parecían más felices eran aquellos
cuyas familias les daban más seguridad y apoyo. La señora Curran define cinco rasgos
de las familias que más apoyan a sus miembros. A continuación comentaremos estos
cinco rasgos.
Todas las necesidades consideradas. Primero, los propios padres tienen una alta
autoestima. No son inseguros ni dudan de sí mismos. Los padres excesivamente
inseguros comunicarán inevitablemente esta inseguridad a sus hijos de una u otra forma.
Es por tanto responsabilidad del padre cuidarse primero a sí mismo y desarrollar una
visión positiva y sana de la vida.
Segundo, es de esperar que todos los miembros de la familia se ayuden unos a otros.
El acuerdo demasiado habitual de que la madre es la única que sirve de apoyo emocional
ya no funciona. Cuando haya dos padres en la familia, ambos tendrán que poner su parte
de cuidado, aprobación y apoyo, cada uno a su propia manera. Por la misma regla, los
hijos también pueden servir de apoyo a los padres, y también entre ellos. Un padre que
empieza en un trabajo nuevo, por ejemplo, necesitará el mismo apoyo que un hijo que
empieza en un nuevo colegio.
Tercero, la familia sabe que el apoyo no incluye forzar a la persona a que haga más, a
que sea mejor o a que sea algo que no es. Algunos miembros de la familia tendrán que
ser animados para que se esfuercen más, mientras que a otros se les tendrá que
convencer para que aminoren la marcha. Apoyar a alguien quiere decir tener siempre
presentes los intereses de esa persona.
Cuarto, el humor básico de la familia es positivo, está basado en la esperanza y el
optimismo. Los problemas y preocupaciones son temporales y tienen solución. Hay un
espíritu de equipo y una sensación de que, mientras se tengan los unos a los otros, todo

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podrá superarse y solucionarse.
Quinto, la familia apoya las instituciones sociales, pero no a ciegas o
automáticamente. A los niños se les enseña a respetar las instituciones como los colegios
y los lugares de trabajo, y los individuos que trabajan en ellas son tratados con respeto.
De todas formas, cuando surja un conflicto entre un adulto y un niño es importante dejar
que el niño explique también su parte de la historia. Los padres podrán comprobar la
situación y determinar dónde reside el problema. A veces, el adulto por ocupar una
posición de autoridad será el que está siendo injusto o irrazonable. El niño que es
escuchado y que expresa sus sentimientos y opiniones está transmitiendo el poderoso
mensaje de ser aceptado y valorado.

Los cinco rasgos de una familia que apoya a sus miembros


• La autoestima de los padres.
• Los miembros se apoyan los unos a los otros.
• Aceptación de las limitaciones individuales.
• Estado de ánimo optimista y positivo.
• Respeto por las instituciones sociales.

Un viaje que dura toda la vida


La autoestima es un fenómeno complejo que está influenciado por muchos factores y
que evoluciona con el tiempo. No es algo que pueda ser enseñado, sino más bien algo
que se desarrolla como una parte integral de la personalidad de un individuo. Todos los
padres atentos y cariñosos quieren que sus hijos tengan la autoestima bien alta. Aunque
no puedan controlar exactamente este proceso, pueden ejercer una gran influencia en
cómo se desarrolla. El modelo PES (Percepción, Éxito, Soporte) para construir la
autoestima ofrece una estructura muy eficaz para los padres que quieran ayudar a sus
hijos a desarrollar una imagen sana, confianza y seguridad emocional. En particular, este
modelo de autoestima destaca la importancia de la familia como sistema de apoyo
emocional que juega un papel crucial en el desarrollo de la autoestima.
Es importante tener en cuenta la visión a largo plazo, ya que este proceso es
continuado y nunca termina. La autoestima evoluciona junto con la personalidad; aunque
lo hace más rápidamente en edades más jóvenes, nunca deja de cambiar. El objetivo de
tener un alto nivel de autoestima no es un punto final o un destino, sino un viaje. Ayude
a sus hijos a viajar en él de la manera más placentera y constructiva posible, aunque
usted también vaya por el mismo camino.

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Los problemas del colegio, los deberes y
otros dolores de cabeza

Imagínese trabajando en una empresa dividida en seis o siete departamentos a los


cuales usted tenga que informar diariamente. Imagínese además que cada departamento
tiene un jefe diferente, y que cada uno de ellos le asigna unos trabajos para hacer en el
despacho y para llevarse a casa sin saber la cantidad de trabajo que los otros le han dado.
Muchos de estos trabajos son difíciles, hay que leer, escribir y memorizar muchas cosas.
Muchos de ellos no son demasiado interesantes. Los trabajos le obligan a pasar muchas
horas sentado, escuchando, tomando notas y recordando lo que ha dicho. No tiene su
propio despacho, ni siquiera su propia mesa, pero tiene que conservar todos los papeles y
el material para cada trabajo. El despacho suele estar siempre lleno de gente, es ruidoso y
difícilmente puede concentrarse. Su único descanso es la media hora que tiene para
comer, y la comida de la cafetería de la empresa es bastante mala. ¿Le gustaría un
trabajo así? ¿Lo haría bien?

NO IGNORE LOS PROBLEMAS DEL COLEGIO, QUIZÁ TENGA


CAUSAS GRAVES
La descripción del «puesto» anterior es una analogía utilizada por la psicóloga
Kathleen Nadeau, para describir la vida de un estudiante adolescente. Muchos adultos no
aguantarían demasiado tiempo en un trabajo así. Esta analogía nos recuerda que recibir
una educación es una experiencia compleja, llena de desafíos, frustraciones y
decepciones. La sociedad ha cambiado en los últimos veinte años, y también lo han
hecho los colegios y universidades. Muchos adultos miran hacia atrás a sus años de
escolares con nostalgia y recuerdan un tiempo lleno de inocencia. Pero la de ahora no es
la escuela de nuestros padres. Es importante por tanto que los padres estén al tanto de los
desafíos y presiones con las que se enfrentan sus hijos en los colegios actualmente, que
hablen con ellos y que les den el apoyo que necesitan.

Los niños son aprendices naturales

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Todos hemos nacido curiosos y con ganas de aprender. Los niños a todas las edades
tienen una curiosidad natural por el mundo. Observe como un niño pequeño explora su
mundo, metiéndose en todo con una curiosidad y energía implacables. Si le interrumpe
lo que está haciendo o limita su actividad verá qué respuesta obtiene. ¿Qué pasa
entonces cuando el niño entra en el colegio, donde su educación es más estructurada y
formal? ¿Por qué el trabajo escolar se convierte en una obligación para muchos y los
deberes en una batalla diaria? Las razones son muchas y no sería justo dejar todos los
problemas en manos del colegio o de los profesores. La capacidad de los niños para
aprender, las actitudes y roles de los padres frente a la educación, y el grado de
cooperación entre padres y profesores son tres factores que juegan papeles muy
importantes.
Los más pequeños se relacionan con el mundo a través de sus sentidos. Se interesan
por las cosas que pueden tocar, ver, oler, y probar. Hacia los siete u ocho años, los niños
empiezan a tratar más con conceptos verbales abstractos y a mostrar más interés por
libros y revistas. Algunos niños no son todavía lo suficiente maduros intelectualmente
para los conceptos verbales abstractos que se espera que dominen para aprender a leer, a
escribir, y para las matemáticas. Estos niños tendrán que luchar más y se sentirán
frustrados, especialmente si presenta algún tipo de trastorno del aprendizaje. Otros no lo
son a nivel emocional para asumir la estructura, las normas y la responsabilidad de un
aula. Pero en general, la mayoría de los niños están suficientemente capacitados para
adaptarse a las demandas del colegio siempre que les den suficiente supervisión,
estímulos y ayuda cuando la necesiten. Los padres juegan un papel fundamental en la
educación de sus hijos y pueden facilitar o dificultar el proceso de aprendizaje.

El papel de los padres en la educación de los hijos


El éxito del colegio empieza en casa. ¿Está el niño emocional y razonablemente
seguro de sus habilidades? ¿Se siente a gusto con la idea de que sus padres y familia le
ayudarán y apoyarán cuando lo necesite? ¿Está preparado para el día, con todos los
deberes y cosas que tiene que llevar al colegio debidamente guardadas en la cartera? ¿Ha
tomado un buen desayuno para empezar bien el día? Si responde con un «sí» a todas
estas preguntas, quiere decir que su hijo está preparado para un día productivo en la
escuela. Si las respuestas son negativas, lo más probable es que a los padres les quede
mucho por hacer.
Los niños pasan tres cuartas partes de su tiempo en casa, incluso en el período
escolar. Es en casa donde aprenden por primera vez las responsabilidades, valores y
objetivos. Aprenden a organizarse y a trabajar en una tarea haciendo cosas en casa.
Aprenden a reconocer cuándo tienen un problema, a comunicárselo a alguien, y a buscar
ayuda cuando la necesitan. Aprenden a respetar la propiedad de los demás y a compartir.
Los niños aprenden a seguir las normas y a respetar la autoridad de los adultos sobre
todo a través de la relación con sus padres.

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Respeto por el colegio. Cuando los niños empiezan a ir al colegio, sus padres ya les
habrán preparado en muchas áreas, aunque a lo mejor no demasiado bien. La actitud de
los niños hacia la escuela reflejará en gran medida la actitud de los padres, positiva o
negativamente. Si los padres respetan las normas del colegio, a los profesores y al
personal administrativo, los niños también lo harán. Si destacan la importancia de la
educación, los niños escucharán el mensaje y se la tomarán en serio. Si los padres dictan
normas y expectativas realistas sobre los deberes y el tiempo de estudio, e imponen esas
normas, los niños desarrollarán seguramente buenos hábitos de estudio y se
responsabilizarán por el trabajo escolar. Es tremendamente útil tanto para los padres
como para los niños que se establezcan unas rutinas. Una rutina para las mañanas, otra
para los deberes, otra para las tareas domésticas, otra para ir a dormir...

La relación padre-profesor
Los padres tienen que estar en contacto directo con los profesores de sus hijos para
que la escuela pueda satisfacer las necesidades de éstos, identificar y corregir los
problemas desde el principio, y saber qué pueden hacer en casa para ayudarles. Una
asociación entre padres y profesores implica una relación basada en la cooperación y el
respeto mutuo. Muy a menudo los padres y profesores acaban teniendo una relación
combativa sobre la naturaleza del problema del niño, sobre quién es el «culpable», y
sobre cuáles son las soluciones más apropiadas. Nadie se beneficiará de estas
confrontaciones, aún menos el niño. A veces, los conflictos requieren la mediación de
una tercera persona, como podría ser el director del colegio.
Los profesores son seres humanos. Un profesor excepcional puede ejercer en el
niño una influencia positiva que le dure toda la vida. Un mal profesor, o uno que no se
lleve bien con un niño en particular, puede también causar en el niño daños para toda la
vida. Son los padres los que tienen la responsabilidad de controlar cómo su hijo se lleva
con un profesor, y ver los problemas que puedan surgir. Tener conversaciones
regularmente con el niño sobre cómo le ha ido el día en el colegio, y reuniones de vez en
cuando con el profesor, son suficientes para obtener la información necesaria.
Los mejores profesores, sugiere la Dra. Kathleen Nadeau, son los que muestran un
verdadero interés por sus alumnos, los que saben ser flexibles y atender las necesidades
individuales, y son claros en sus expectativas y organizados en su trabajo, alientan más
que critican cuando un niño tiene dificultades, les encanta su trabajo y disfrutan
enseñando, y conocen bien la asignatura y saben enseñarla creativamente. Otros
profesores están tan lejos de estas cualidades, que muchas veces nos preguntamos cómo
puede ser que tengan esta profesión. Estos profesores obran por pura fórmula» en lugar
de implicarse con los niños, son rígidos e inflexibles, utilizan un sistema «fijo» que no es
sensible a las diferencias o necesidades individuales, son poco claros sobre sus
expectativas, son desorganizados e intentan motivar culpando o criticando en lugar de
elogiando y animando.

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Cambiar de profesor. Si un padre descubre que su hijo tiene problemas por culpa de
la relación con su profesor, sería conveniente que sugiriera a la escuela un cambio de
profesor. Muchos profesores se lo tomarán como una ofensa pero por suerte no será así
si hay un problema válido y los intereses del niño no están siendo servidos. Antes de que
los administradores y profesores del colegio se alcen en armas, déjeme que le diga que
esta opción tendría que utilizarse como último recurso. El hecho de que a un niño no le
«guste» un profesor particular no es razón suficiente para cambiar de profesor. Sin
embargo, si al profesor no le «gusta» de verdad el niño, debería realizarse el cambio para
evitar posibles conflictos y los muchos mensajes negativos que el niño podría recibir a lo
largo del curso. Aunque esto no debería pasar nunca, algunos profesores acaban
cogiendo manía a algún niño y haciéndole pagar el pato.

Vencer al diablillo de los deberes


Pocas cosas en la historia de las relaciones modernas entre padres e hijos han causado
más batallas y dolores de cabeza como el tema de los deberes o buscar ayuda para
realizarlos. La pedagoga Susana Setley opina que ayudar a hacer los deberes no es tan
simple como parece y «puede ser un terreno minado». Si un padre se sienta al lado de su
hijo día tras día, le anima o le amenaza para que se esfuerce más, o hace él parte de los
deberes, es que algo va mal. Es posible que el trabajo sea demasiado difícil para el niño,
lo cual sugeriría que hay algún tipo de problema de aprendizaje. En este caso, debería
realizarse una evaluación por el psicólogo del colegio o por un especialista en trastornos
del aprendizaje. Hay niños que necesitan una ayuda más individualizada en el colegio y
otros que necesitan a un profesor particular que les ayude con los deberes.
Suele ser muy útil establecer una rutina y un tiempo de estudio regular. De esta
manera el niño tendrá alguna estructura y orden, y el padre podrá controlar mejor cuánto
tiempo pasa el niño realizando deberes y estudiando. Los profesores pueden estimar
cuánto tiempo deberían pasar los niños para terminar los deberes. Los padres tendrán que
examinar dónde es mejor que el niño trabaje. Algunos necesitan privacidad mientras que
otros prefieren hacerlos en la mesa de la cocina cerca de un adulto. El adulto (padre,
madre, u otro tutor) puede darle independencia al niño quedándose cerca de donde está
trabajando pero haciendo algo como leer un libro, acabando alguna tarea o preparando la
comida. Algunos niños necesitan tranquilidad, mientras que otros necesitan «ruido» de
fondo, como puede ser la música. Muchos padres incrédulos han ignorado la insistencia
de sus hijos de que «estudian mejor con música». Si su hijo es uno de ellos no piense que
está manipulándole, compruebe la diferencia con y sin música.
Las peleas y confrontaciones. Son destructivas para todos y pueden convertirse en
«peleas de chillidos» entre un adulto frustrado y un niño enfurecido y contrariado. En
este caso, tener una rutina, con unas reglas razonables impuestas consistentemente y con
calma, también ayudará a reducir las posibilidades de confrontación. A veces un adulto
sirve mejor que otro para ayudar a sus hijos con los deberes, o sabe más de determinadas

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materias. Si un niño necesita más ayuda de la que los padres pueden ofrecerle, tendrían
que considerar la posibilidad de contratar a un profesor particular. Si el niño se opone
siempre a hacer los deberes y muestra síntomas de estar agobiado, ansioso, estresado o
de sentirse inútil, procure hablar con un psicólogo infantil. Podría ser que tuviera algún
problema emocional, conductual o de aprendizaje.

Los niños con necesidades especiales


Incluso niños con coeficientes intelectuales muy altos pueden tener problemas con
determinados tipos de aprendizaje y trabajos escolares si tienen algún trastorno de
desarrollo, conocido también como trastorno de aprendizaje. Estos problemas de
aprendizaje no suelen ser aparentes hasta que el niño empieza el colegio. Hay tres rasgos
habituales en los estudiantes que tienen este tipo de problemas. Primero, tienen un
coeficiente intelectual medio, o incluso superior. Segundo, el rendimiento escolar es
inferior al esperado en una o más áreas específicas, como son las matemáticas, la lectura
o la expresión escrita. Según los resultados en las pruebas de inteligencia estos
estudiantes parece que tendrían que dominar las matemáticas o la lectura por ejemplo, y
sus dificultades son atribuidas equivocadamente a la falta de esfuerzo. Tercero, hay un
modelo de diferencias significativas entre las diferentes áreas de funcionamiento
intelectual que pueden explicar las dificultades de un estudiante. Es muy importante que
se diagnostiquen adecuadamente y cuanto antes estas dificultades de aprendizaje. Si un
padre o profesor nota que el niño tiene problemas importantes en una o más áreas de
aprendizaje, sería muy útil que el psicólogo del colegio le hiciera una evaluación.
Los niños con trastornos de aprendizaje necesitan atención y ayuda especial. No
son niños perezosos o despreocupados, sino simplemente incapaces de realizar las tareas
que tienen que hacer sin la ayuda necesaria. Los niños con problemas de aprendizaje
tienen muchas dificultades para pasar del aprendizaje concreto al aprendizaje abstracto.
Pueden acabar sintiéndose frustrados, torpes, desanimados y dejarán de intentarlo. Con
la comprensión y ayuda adecuada, muchos niños con problemas de este tipo trabajan
muy bien. Un niño con poca memoria auditiva necesita tener las cosas por escrito,
además de escucharlas. Un niño con poca habilidad de procesamiento visual tendrá que
escuchar la información, discutirla con alguien, y quizá volver a escucharla en una
casete, además de verla escrita en la pizarra o leerla en un libro.
Los padres también tienen que tener en cuenta que cada niño se desarrolla a su propio
ritmo. Algunos caminan bien a los dieciocho meses, otros no lo hacen hasta los tres años.
Hay muchos casos de niños que no han empezado a hablar hasta los tres o cuatro años,
¡pero que empiezan a hacerlo con frases completas! Éstas son diferencias naturales en
los ritmos de desarrollo y no indican que exista un problema de aprendizaje. Las
diferencias en el desarrollo de otras habilidades cognitivas y muchas habilidades físicas
son también bastante frecuentes. Si cree que su hijo tiene algún problema lo mejor que
puede hacer es hablarlo con el pediatra o con el profesor del niño.

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Los niños con problemas de hiperactividad y de déficit de atención
Muchos de los problemas escolares importantes son provocados por trastornos no
diagnosticados y no tratados de hiperactividad y déficit de atención. Contrariamente al
estereotipo popular de un niño de diez años «que no para quieto ni un segundo», no
todos los niños con este trastorno son hiperactivos o destructivos. Aproximadamente un
tercio de estos niños únicamente tendrá problemas para concentrarse en la tarea que está
realizando, como puede ser leer, escribir, o escuchar al profesor. Las niñas con este
problema no son tan hiperactivas y por tanto muchas veces los adultos no nos damos
cuenta de que existe el problema. En el pasado, los profesionales y pedagogos creían
equivocadamente que el trastorno de hiperactividad o déficit de atención era mucho
menos común entre las niñas que entre los niños, precisamente porque las niñas eran
menos destructivas y por tanto llamaban menos la atención. Los problemas pueden verse
en el comportamiento del niño, como por ejemplo tener demasiada dificultad para
terminar un trabajo, ser desorganizado y olvidadizo, y perder u olvidar los deberes y
pertenencias.
Si estos problemas no son diagnosticados o tratados perjudicarán seriamente la
habilidad del niño de ser productivo y prosperar. Lo que realmente puede agravar los
problemas del niño es que el trastorno no sea reconocido y el niño sea criticado y
culpado por no preocuparse o no esforzarse lo suficiente. Muchos de ellos se preocupan
de verdad y se esfuerzan mucho, pero no conseguirán nunca llegar al nivel deseado sin la
ayuda adecuada.
La gente con trastornos de hiperactividad y falta de atención. Los adultos, igual
que los niños, podemos tener también dificultades para mantener la atención, saltando de
una idea a otra o de un proyecto a otro constantemente. También podemos tener
problemas de memoria y por tanto tener que revisar más veces las cosas. Para algunos,
los problemas de atención son tan grandes que apenas pueden leer un libro por ejemplo,
a veces ni siquiera un capítulo. La gente con este trastorno muchas veces necesita
medicación para controlar los síntomas biológicos del déficit de atención, la
impulsividad, la falta de descanso y otros síntomas. Es importante que el tratamiento
incluya también enseñar a la persona determinadas habilidades conductuales que le
permitan organizarse mejor, determinar objetivos y controlar mejor su tiempo, y ser más
consistente en su trabajo. Todos estos comportamientos juegan un papel primordial en el
nivel de productividad y éxito que tendrá esa persona.

Los niños talentosos


Otro grupo de niños tiene dificultad con el entorno estructurado de las aulas, para
sorpresa y consternación de muchos padres y profesores. Son niños muy brillantes y
talentosos que acabarán aburridos, «ahogados», por el trabajo regular de la clase. La
historia de Kevin es el caso de un niño muy brillante que, a pesar de sus buenas

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intenciones, acabó siendo etiquetado de «estorbo».

LA HISTORIA DE KEVIN: UN CHICO BRILLANTE PERO DESTRUCTIVO


Kevin es un chico de ocho años con una energía y unas ganas enormes de aprender.
Ha desarrollado un interés especial por la geografía, ha coleccionado seis atlas del
mundo y tres globos terráqueos que ha memorizado. ¿Qué gran ciudad es también un
país? Kevin podría decírselo sin equivocarse. Estaba muy orgulloso y ansioso por
mostrar lo que había aprendido, en casa y en el colegio. Aunque nos dé la impresión de
que éste es el tipo de niño que todos los profesores sueñan con tener en la clase, con
Kevin no fue así. Estaba siempre levantando la mano cuando su profesora de segundo
preguntaba algo y les decía la respuesta a todos los que estaban a su alrededor.
La profesora Jones al principio estaba impresionada y encantada con su ansia de
aprender, pero al cabo de un tiempo empezó a considerar que el alto nivel de
participación de Kevin no era justo para los demás estudiantes y dejó de nombrarle
cuando preguntaba algo. Esta reacción frustró a Kevin y le dejó totalmente confundido.
Sabía la respuesta, ¿por qué entonces tenía que ignorarle la profesora? Su frustración y
competitividad le impidió adoptar una actitud pasiva y le llevó a una explosión
impulsiva de las respuestas aunque la profesora no le nombrara. Evidentemente, esto no
gustó a la profesora quien consideró su nuevo comportamiento desafiante y destructivo.
Todo ello desencadenó una lucha de poder, con Kevin perdiendo cinco minutos de patio
cada vez que hablaba sin que se lo pidieran. El problema fue que ¡ni así pudo Kevin
controlarse! Este joven entusiasta y enérgico estaba ahora siendo castigado sin patio,
justo lo que más necesitaba para correr y gastar parte de su energía y frustración. Esta
solución no consiguió más que agravar el problema e incrementar la frustración del
chico.
Como era de esperar, los comportamientos destructivos continuaron y Kevin estaba
cada vez más ansioso y respondía a las preguntas sin que se lo pidieran. En un día
particularmente tenso discutió con la señorita sobre la población de Malasia, porque él
sabía que tenía razón y no quería darse por vencido. Kevin también intentaba ayudar a
los otros alumnos cuando tenían problemas, aunque nadie se lo pidiera. La señorita
cambió de sitio a Kevin y lo puso al final de todo de la clase, ahí donde los niños
colgaban los abrigos, para que así no molestara a sus compañeros.
Kevin se marchó a casa totalmente cabizbajo ese día, avergonzado por su castigo y
sin entender la exasperación de la señorita con él. «¡Me ha puesto en el rincón de los
abrigos!», se quejó a sus padres. Los perplejos padres telefonearon a la profesora al día
siguiente y ésta les dijo que su excesivo entusiasmo, tan amable y colaborador en casa,
era algo infernal en la clase. Los padres no podían creer los comportamientos que la
profesora les estaba contando, aunque no dudaban de su sinceridad. Después de una
reunión entre los padres y la profesora se descubrió que el niño se aburría en la clase.
Una solución parcial fue darle tareas más desafiantes y un proyecto especial de geografía

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en el que trabajar. Kevin dibujaba los continentes, los coloreaba, marcaba los ríos,
montañas, y recursos naturales de cada ciudad. Cuando acababa el trabajo de clase podía
seguir con su proyecto de geografía. También se acordó con Kevin que la profesora le
pediría que respondiera una de cada cuatro preguntas, para que los demás niños también
tuvieran la oportunidad de pensar y responder por sí mismos. El tema de las preguntas de
clase se solucionó así, y también el del aburrimiento.
Los colegios están preparados para los problemas. Nuestro sistema escolar está
mucho más preparado para ofrecer servicios a los estudiantes que tienen dificultades, a
aquellos que sin ellos fracasarían, que a esos otros que por ser demasiado brillantes
acaban siendo frustrados por el propio sistema que se supone que tendría que ayudarles a
desarrollar sus mentes y capacidades de aprendizaje. Algunos pedagogos creen que
ofrecer clases especiales de nivel superior para estudiantes con habilidades
excepcionales en determinadas áreas, incrementaría la competitividad, haría que los
niños se sintieran más obligados a triunfar, y arruinaría la autoestima de muchos de los
niños que no estuvieran capacitados para recibir estas clases. Otros opinan que estas
preocupaciones son infundadas. Si dejamos que los estudiantes más dotados desarrollen
sus habilidades y brillen en el deporte, las artes, u otras actividades extraescolares, ¿por
qué no darles la oportunidad de brillar en las áreas académicas también? El sistema de
valores fundamental de nuestra sociedad está basado en la oportunidad, la diversidad, la
posibilidad de elección y el desafío.
Alimentar las habilidades especiales. Aunque poca gente está «dotada» más de lo
normal, muchos de nosotros tenemos talentos y habilidades excepcionales en una o más
áreas. Puede tratarse de una destreza especial para las matemáticas, el talento musical,
una habilidad para escribir bien, tener ojo para el diseño gráfico, etcétera. Un buen tema
de debate sería si hay que darles a estos estudiantes la oportunidad de desarrollar sus
habilidades en clases de niveles superiores. Ni las necesidades de los individuos, ni las
de la sociedad, serán satisfechas limitando lo que un estudiante puede aprender de las
materias que figuran en el currículum escolar.
Un consejo para los padres: no fuercen a sus hijos a clases o programas que no les
correspondan ni les obliguen a conseguir más de lo que pueden conseguir. Ésta es una
preocupación real para muchos profesionales que ven los daños que causan en los niños
los padres que, por ser demasiado apasionados, obligan a sus hijos a hacer demasiadas
cosas. Si los padres obligan a sus hijos a programas acelerados cuando los niños no son
capaces de rendir a ese nivel, están llevando al niño al fracaso y creando conflictos entre
ellos mismos y los educadores. Éste es un problema de los padres, no de los educadores.
La función del sistema educacional debería ser la de satisfacer de la mejor manera
posible las necesidades reales de todos los estudiantes, tanto si tienen problemas de
aprendizaje, como si no.

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Crear valores compartidos y una
identidad de familia

Una familia es más que un grupo de gente viviendo bajo el mismo techo,
compartiendo recursos y responsabilidades. La gente que comparte piso o los que viven
en comunas pueden conseguir estos objetivos, pero no tienen esa sensación de familia.
Una familia ofrece entre otras cosas, una sensación de pertenencia y una identidad
compartida que va más allá del individuo. Hay una historia compartida que es
transmitida de generación en generación. La historia de la familia se remonta a cientos
de años muchas veces, se repite en las reuniones familiares, y se explica a los más
jóvenes. La familia ofrece continuidad entre los antepasados, los miembros de la familia
en el presente, y las futuras generaciones. Cuando un adulto al casarse se una a la familia
del cónyuge, aprenderá su historia.

NO ABANDONE LAS TRADICIONES FAMILIARES


El sentido compartido de identidad hace posible que la familia sirva de base, de lugar
de apoyo con el que podemos contar y al que podemos recurrir cuando lo necesitemos.
El poeta Robert Frost tiene la mejor definición de hogar: «Un hogar es un lugar al que
cuando tengas que ir te reciban».
La sensación de seguridad que nos da tener una familia que nos acepta y nos quiere
no puede ser subestimada, ni duplicada en ningún otro sitio. Grandes sumas de dinero
podrán comprar casas lujosas, incluso castillos en lo alto de las montañas, pero sólo una
familia puede ofrecer un hogar. La familia puede ser de dos o de diez personas, puede
incluir niños que proceden de diferentes pasados por ser adoptados o hijos de otros
matrimonios, y pueden incluir también a los abuelos u otros familiares, pero el vínculo
común de formar parte de una familia une a todos y les fortalece. Alimentar y mantener
los valores y las tradiciones que crean la identidad de la familia es el proceso que lo
unifica todo.

Las familias fuertes tienen valores compartidos

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Todas las familias tendrían que responder a la pregunta básica: ¿Qué es esta familia?
¿En qué creemos, qué valoramos y esperamos conseguir? ¿Con qué no estamos de
acuerdo, qué intentamos evitar? Cada familia desarrolla un conjunto de valores y
expectativas que responden a estas cuestiones y les ayuda a definir «quiénes somos». En
esta familia nos queremos los unos a los otros y nos defendemos. En esta familia somos
demócratas, odiamos el racismo. En esta familia seguimos las tradiciones judías, nos
casamos dentro de nuestra fe. En esta familia nos gusta estar físicamente activos,
hacemos muchas actividades deportivas, y vamos a esquiar siempre en Navidad. En esta
familia vamos a misa los domingos, y organizamos una gran cena por Nochebuena. Lo
que importa no es lo que identifica a una familia sino que esas cualidades, valores y
comportamientos sean comprendidos y aceptados por sus miembros.
Las familias que no tienen un conjunto de valores centrales o una sensación de
propósito tienen más posibilidades de convertirse en una colección de individuos
egocéntricos, más que en un grupo unido que se apoya y ayuda emocionalmente. Bajo
estas circunstancias la gente del grupo se fijará más en sus propias necesidades, y menos
en la responsabilidad de grupo. El comportamiento egocéntrico suele originar que la
persona sea cada vez más materialista o esté demasiado preocupada por conseguir sus
objetivos. Intentará encontrar la felicidad a través de posesiones más caras, trabajando
sin descansar para la próxima promoción y para conseguir un puesto superior, o una
serie interminable de actividades recreativas. La lección que acabará aprendiendo es que
el dinero no da la felicidad cuando lo que falta es algo mucho más fundamental: una
sensación más profunda de significado y propósito en la vida, y la satisfacción
emocional. El dinero nunca compra la felicidad.

Las tradiciones familiares


Los rituales, los relatos, los acontecimientos memorables, la comida, la música, el
humor y los chistes, todo ello forma parte de las tradiciones y de la identidad compartida
de una familia. Parte de esta información es transmitida verbalmente de los miembros
con más edad de la familia a los más jóvenes. Las familias también transmiten sus
tradiciones a través de su comportamiento. Los rituales familiares son muy importantes
para tener una sensación de cohesión y pertenencia. Lo importante de estas tradiciones es
que las hacemos con gente que nos interesa, gente que les da importancia y de las cuales
obtiene una satisfacción emocional.
Abrir los regalos de Navidad a primera hora de la mañana y después ir a casa de los
abuelos a comer el pavo es una tradición fantástica tanto para niños, como para padres y
abuelos. Escuchar los chistes y bromas del abuelo y llevarse a casa una caja de galletas
hechas por la abuela también forma parte de la tradición. Planificar y comprar los
disfraces para carnaval, hacer las felicitaciones de los cumpleaños en casa, recoger las
hojas de los árboles del jardín, y alquilar una película para el viernes por la noche
también pueden ser tradiciones de la familia. Lo que las otras familias hagan no es

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asunto nuestro, esto es lo que «nosotros» hacemos.
Compartir la historia. La tradición familiar también consiste en compartir historias
sobre los miembros de la familia, tanto pasados como presentes. Cada familia tiene su
conjunto de personajes, héroes, figuras piadosas, pícaros, gente que consiguió cosas
importantes, y esos otros que sufrieron grandes calamidades. Todas las familias tienen a
alguien que se ha hecho famoso o casi famoso, alguien que es la oveja negra, y alguien
que probablemente estaría encerrado en el ático si esto no fuera inmoral e ilegal. La
historia de muchas familias es más rica que cualquier novela, y más querida porque es
«nuestra» historia. Repetir las historias favoritas sobre gente y acontecimientos es un
pasatiempo divertido en muchas reuniones familiares. Tanto si las historias se explican
por lo que tienen de divertido como por lo que nos pueden enseñar, sirven para unir más
a la gente bajo el paraguas de la historia compartida. La persona del relato puede haber
sido un loco, y no se te ocurra seguir su ejemplo, pero por lo menos era «nuestro» loco y
por eso se merece un grado de simpatía y hasta de afecto.
Las tradiciones.Éstas proporcionan una sensación de estabilidad que a su vez
proporciona seguridad. Esta necesidad de seguridad y estabilidad puede ser más
importante ahora que nunca en nuestra sociedad rápidamente cambiante. La gente se
traslada a otros países a estudiar o por motivos de salud. Los miembros de las familias
que están unidos tienen la necesidad de contactar regularmente con los que están lejos,
bien por teléfono, carta o correo electrónico. Se obtienen unos beneficios emocionales de
estar en contacto con la base, con los seres queridos, y al mismo tiempo se mantiene la
sensación de pertenecer a un grupo más amplio. Conservar las tradiciones y rituales de la
familia ayuda a mantener el espíritu familiar y la identidad de la familia
independientemente de donde ésta se traslade. Las tradiciones y los rituales transmiten
automáticamente una sensación de propósito e identidad común, y ofrecen una sensación
de continuidad y estabilidad.
La transmisión de las tradiciones. Transmitir las tradiciones es algo muy importante
para todos los miembros de la familia, sea cual sea su edad, estado o función. Los de más
edad de la familia ven más claramente el valor de las tradiciones e intentan preservarlas
y enseñarlas. Los niños disfrutan de las tradiciones por lo que ellas son, por la
familiaridad y estabilidad que éstas transmiten. Los jóvenes quizá se rebelen e intenten
esquivarlas, pero esto es normal porque están desarrollando su propia identidad e
intentan independizarse de los padres. Esto no quiere decir que los adolescentes no se
beneficien o disfruten de las actividades familiares tradicionales, y por ello no deberían
ser excluidos de ellas. Quejarse por tener que ir otra vez como cada año a comer la tarta
de Reyes a casa de la tía Elena, no excluye el que la tarta esté buenísima. Incluso los
jóvenes más rebeldes acabarán apreciando y volviendo a las tradiciones familiares
cuando sean adultos.

Las tradiciones étnicas, raciales y religiosas

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En nuestra sociedad multicultural y multirracial, los pasados raciales y étnicos
ofrecen una parte muy importante para formar la identidad familiar. El lenguaje, la
comida, la vestimenta, las vacaciones y otros rituales pueden estar fuertemente influidos
por la identidad étnica y racial. Los inmigrantes conservan y enseñan sus
correspondientes herencias y tradiciones raciales a sus hijos y centran gran cantidad de la
vida familiar alrededor de ellas. Incluso los rituales matrimoniales y la manera de educar
a los hijos pueden estar enormemente influidos por la etnia, especialmente en el caso de
inmigrantes recién llegados. Estos pasados tan diversos ofrecen una fuente abundante de
tradición e historia, y tienen que ser respetados y mantenidos por el bien de las
comunidades, de las familias y de los individuos.
La religión juega un papel complicado en las vidas de los individuos y de las familias.
Para muchos, las creencias religiosas dan sentido a la vida como lo llevan haciendo
desde hace miles de años. Las creencias religiosas ofrecen también un conjunto de
valores que forman la estructura de valores para las familias. Es cierto que para muchas
familias los valores religiosos y los valores propios son lo mismo. Muchos rituales
familiares derivan de las creencias y prácticas religiosas, y son enseñados a muy
temprana edad. Dar las gracias antes de comer, por ejemplo, puede ser aprendido y
practicado hasta por un niño de tres años. Estas tradiciones ayudan a desarrollar una
sensación de experiencia compartida y de pertenencia, de formar parte de un conjunto
que refuerza al individuo.

Las reuniones familiares


Las familias que están unidas hacen cosas juntos y se reúnen de vez en cuando con el
resto de la familia. La gente disfruta estando con sus familiares y cualquier excusa es
válida para organizar una reunión familiar. Las vacaciones se han convertido en gran
medida en acontecimientos familiares, especialmente las vacaciones religiosas. Además
de estas vacaciones, los cumpleaños, las bodas, los aniversarios, y los funerales son
ocasiones para que una familia se reúna. Cuando las familias están separadas por culpa
de los trabajos u otras causas, una reunión familiar planificada servirá para reunirse.
Acostumbran a ser acontecimientos difíciles de organizar y bastante caros y por eso no
suelen organizarse demasiado a menudo. Cuando las familias siguen estando
«emocionalmente» unidas, pocas cosas en la vida podrán igualar el calor y la alegría de
una reunión familiar. La familia seguirá siendo la base para toda la vida, desde la cuna
hasta la tumba.

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La violencia, el sexo, la publicidad y la
influencia de los medios de comunicación

Los medios de comunicación de hace treinta años –la televisión, las revistas, los cines
y la radio– son ya primitivos si los comparamos con los medios de que disponemos
actualmente. La cantidad de información transmitida a través de las ondas radiofónicas,
de los cables y de nuestros buzones puede llegar a ser abrumadora. Las noticias, las
crisis, los entretenimientos, y los anuncios nos acosan veinticuatro horas al día, siete días
a la semana. El bombardeo constante de anuncios publicitarios provoca una necesidad
enorme de bienes y servicios. La violencia es omnipresente en las noticias, en los
programas de televisión, en las películas, en la letra de las canciones, incluso en los
dibujos animados para niños. Vea las noticias y le golpearán con la última tragedia
ocurrida en algún lugar del mundo. Las imágenes sexuales están por todas partes, en el
ocio y en el comercio, y se utilizan muy eficazmente para atraer la atención, seducir y
vender.

NO DEJE QUE LOS MENSAJES DE LOS MEDIOS DE


COMUNICACIÓN DISTORSIONEN LA MENTE DE SUS HIJOS
Además del volumen inmenso de información, ha habido un increíble aumento de la
intensidad y naturaleza gráfica de la información que se presenta al público. La violencia
es más gráfica, más aceptada, e incluso celebrada en muchas películas y en algunos tipos
de música. Lo que antes sólo se sugería, por lo que a imágenes y comportamientos
sexuales en las películas y en la televisión se refiere, ahora se presenta de manera
descarada y corriente en las populares formas de entretenimiento. Para sorpresa y por
supuesto disgusto de muchos padres, cualquier niño con acceso a internet puede
encontrar en él el material pornográfico más vulgar que podamos imaginar. Lo único que
se necesita es un ordenador, una cuenta de acceso a internet y los conocimientos básicos
de cómo acceder a un tema. Hablaremos de ello en la sección sobre sexo e internet.

El exceso de medios de información

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Los efectos del exceso de información, en términos de volumen e intensidad, los
hallamos en el hecho de que nuestras vidas se han acelerado en prácticamente todas las
áreas. Apenas tenemos tiempo para descansar, relajarnos y socializar. La incidencia de
trastornos relacionados con el estrés es cada vez mayor: presión alta, problemas
cardíacos, ansiedad y consumo de drogas. La depresión es cada vez más común, y afecta
a los niños cada vez más pequeños. Los niños también sienten este estrés; se les obliga a
crecer más rápidamente, la inocencia de la infancia se pierde antes, y no hay tiempo para
ser niño en este mundo acelerado.

Definir quiénes somos a través de las imágenes de los medios de


comunicación
Los mensajes comerciales electrónicos e impresos son altamente visibles y muy
sofisticados en su habilidad de crear demandas y de vender para satisfacer esas
demandas. La influencia de los anuncios no se limita de ninguna manera a la venta de
productos. El efecto más poderoso es el que viene de la habilidad de crear imágenes de
cómo la gente debería ser, vestir y comportarse. Todos interiorizamos estos ideales de
belleza, glamour y sofisticación que nos presentan los medios de comunicación. Nadie
nos obliga, lo hacemos voluntariamente.
Las mejores campañas de marketing no utilizan la venta agresiva, sino que crean una
imagen que la gente quiere emular. Si quieres «ser como Mike», utiliza las bambas de
Michael Jordan, bebe su refresco, y cuando seas mayor utiliza su colonia y conduce un
coche como el de él. Todas estas cosas no le harán ser Michael Jordan por supuesto, pero
si en el fondo puede identificarse con la superestrella aunque sea un poquito ya estará
satisfecho. El tema aquí no es criticar al señor Jordan, que ha sido un ejemplo muy
positivo para muchos jóvenes, sino comentar que las imágenes y los mensajes
publicitarios de los medios de comunicación ejercen una influencia muy fuerte en la
formación de las percepciones, deseos y comportamientos de la gente. En contra de lo
que sucede con las imágenes de Michael Jordan, gran parte de lo que interiorizan
nuestros jóvenes es negativo, nocivo e insano.
Las imágenes de mujeres. Éstas pueden ser muy perjudiciales para las jóvenes si se
trata de imágenes irreales y deformes. La delgadez y la moda se han convertido en
preocupaciones muy importantes para muchas mujeres, llegando incluso a extremos muy
peligrosos. Muchas están de acuerdo en que algo no funciona cuando la moda para
mujeres está representada por modelos que parecen anoréxicas adictas a la heroína. La
industria dietética mueve cientos de millones de dólares en alimentos, bebidas, pastillas
y otras pociones mientras la gente sigue aspirando a la delgadez. Los libros sobre dietas
y sobre cómo adelgazar siguen ocupando los primeros puestos de libros más vendidos,
aunque muchos de ellos sean perjudiciales para la salud e inútiles para mantener el peso
adecuado. Los gimnasios y clínicas de adelgazamiento están cada vez más saturados.
Además de luchar por conseguir una imagen corporal determinada, la gente juzga su

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valía y competencia por su apariencia. Otros juzgan así también a los demás. El éxito
está asociado a la delgadez, mientras que las personas con exceso de peso normalmente
sufren la discriminación y las críticas de los demás que injustamente les acusan de ser
perezosos, descuidados o de que les falta carácter o voluntad. Estos asuntos de la imagen
corporal afectan tanto a los hombres como a las mujeres, pero juegan un papel más
importante en las vidas y psiques de estas últimas.
El impacto de una imagen corporal negativa en la vida de una chica puede afectar
fácilmente a su autoestima, a sus relaciones e incluso a su salud física. Las chicas que no
«encajan» en su imagen ideal son propensas a sufrir baja autoestima, a perder su tiempo
y su energía mental obsesionadas por su apariencia, y a dejar de hacer cosas que les
gustaría hacer porque no les gusta su aspecto y suponen que la gente las verá también
«mal».
La insatisfacción con su aspecto lleva a muchas mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, a
intentar cambiar dramáticamente sus cuerpos, y empiezan a desarrollar trastornos de
alimentación. Aunque cada vez hay más incidencia de estos trastornos en los varones, la
mayoría de personas con estos problemas son mujeres. Los trastornos de alimentación
suelen desarrollarse durante la adolescencia. Están conectados de manera importante a la
identidad que la persona desarrolla, lo cual por supuesto está enormemente sujeto a las
influencias sociales y culturales. Las mujeres en particular se han visto forzadas a
identificar su sentido de identidad con la forma de su cuerpo y a modificar su aspecto por
culpa de los demás.
Los trastornos alimenticios. Siete de cada diez adolescentes está descontenta con su
cuerpo y quiere perder peso. Incluso entre las mujeres adultas de peso normal, ocho de
cada diez quiere perder peso. Los trastornos alimenticios, especialmente la anorexia y la
bulimia, afectan a entre un 10 y un 15 por ciento de las jóvenes adolescentes. Estos
trastornos pueden dañar seriamente la salud, incluso provocar la muerte, y deberían ser
tratados cuanto antes. Los rasgos fundamentales de un trastorno de este tipo son un
miedo a engordar irracional, un enorme deseo de ser delgada, y una insatisfacción con su
propio cuerpo, a menudo asociado a una imagen distorsionada del mismo. Las prácticas
insanas y peligrosas para controlar el peso pueden incluir desde un régimen alimenticio
en el que una prácticamente se muere de hambre, hasta el vómito provocado, el uso de
laxantes y diuréticos, y el exceso de ejercicio. Todos estos comportamientos
perjudiciales y peligrosos suelen ser seguidos de buena gana (por supuesto,
compulsivamente) por mujeres jóvenes y adultas que intentan a toda costa acercarse a
una imagen cultural de cómo y qué deberían ser.
Muchas mujeres se han rebelado contra estas presiones culturales, pero muchas otras
siguen siendo sus víctimas arriesgando así su autoestima, su salud psíquica, y a veces sus
propias vidas. Las jóvenes de hoy en día dinámicas y preocupadas por su status, se ven
atrapadas en un fuego cruzado de mensajes contradictorios sobre el cuerpo y la
feminidad. Por un lado se les está animando a que sean independientes, a que sean más
profesionales, a que se olviden de la vulnerabilidad y la dependencia que representaba la

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imagen antigua de la feminidad. Por otro lado se espera de ellas que sigan esforzándose
por ser atractivas y por vivir según las imágenes culturales de feminidad que les ofrecen
sobre todo los medios de comunicación. ¿Qué importa más, la independencia o la
conformidad? Las presiones para ajustarse a una imagen pueden ser muy poderosas, y
para las adolescentes que están enfrentándose a los procesos normales de desarrollo de
su propia identidad, pueden llegar a ser ciertamente abrumadoras.

La violencia y los medios de comunicación


No hay duda de que las películas, la televisión y las letras de las canciones utilizan
más imágenes de violencia ahora que hace veinte o treinta años. Mientras que gran parte
de la preocupación que suscita la violencia en los medios de comunicación y su efecto en
los niños ha resaltado sobre todo el papel de los medios de entretenimiento, los estudios
psicológicos indican que la violencia que aparece en las noticias de la televisión puede
también causar un miedo importante en los niños. Esta violencia infunde miedo y
ansiedad, en parte en los adultos pero sobre todo y más profundamente en los niños. Un
asesinato en un colegio de Arkansas se publica a nivel mundial en todos los medios,
provocando quizá que un niño que viva en París o en Tokio desarrolle temores a ser
herido o incluso asesinado en el colegio. Los daños de un tornado ocurrido a miles de
kilómetros puede generar miedos e incluso ansiedades fóbicas al mal tiempo en niños
que vivan en áreas donde los tornados no son frecuentes. ¿Cuántas noticias en pequeñas
y grandes ciudades empiezan con las horribles palabras «Se ha producido un
asesinato...»?
La violencia en la televisión. Según un estudio presentado por la Asociación
Psicológica Americana, la violencia que muestra la televisión afecta negativamente a los
niños. Esta violencia televisiva les produce tres efectos. Primero: los niños se harán
menos sensibles al dolor y al sufrimiento de los demás. Segundo: los niños desarrollarán
conductas agresivas con los demás. Tercero: serán más temerosos del mundo que les
rodea. Estudios realizados en la Universidad de Pensilvania demuestran que los
programas de televisión para niños contienen alrededor de veinte actos violentos por
hora. Además, los niños que pasan mucho tiempo viendo la televisión podrán llegar a
pensar que el mundo es un lugar peligroso. Recuerde que los niños recuerdan mejor lo
que ven que lo que oyen o leen. Las imágenes visuales de violencia que los niños ven en
la televisión diariamente les impresionan enormemente y las retendrán mucho tiempo.
Otros estudios han demostrado que los niños suelen comportarse de diferente manera
después de haber estado viendo programas violentos de televisión. En un estudio llevado
a cabo en la Universidad de Pensilvania, cerca de 100 niños preescolares fueron
observados antes y después de ver la televisión. Unos vieron dibujos animados que
contenían actos agresivos y violentos; otros miraron programas que no tenían nada de
violencia. Los resultados fueron que los niños que habían estado viendo programas
violentos estaban más agresivos con sus compañeros, se peleaban más y desobedecían a

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sus superiores, mientras que los otros tenían más paciencia.
En otros estudios realizados en la Universidad de Illinois, se descubrió que los niños
que vieron muchas horas de violencia en la televisión cuando estaban en primaria,
desarrollaron conductas más agresivas en la adolescencia. Observando a estos jóvenes
hasta los treinta años comprobaron que los que habían visto mucha violencia en la
televisión cuando tenían 8 años tenían más posibilidades de ser arrestados y juzgados por
actos criminales en la edad adulta. Estos descubrimientos demuestran claramente que los
padres tienen que controlar la cantidad y el contenido de los programas que ven sus
hijos, sobre todo cuando son pequeños. También es necesario que las cadenas de
televisión limiten la cantidad de violencia en sus programas.
Las chicas agresivas. La violencia en la televisión afecta igual a los niños que a las
niñas. Un estudio llevado a cabo por el University of Michigan’s Institute for Social
Research pudo comprobar que las jóvenes que vieron los programas que mostraban
heroínas agresivas en los años 70 (como «Los Ángeles de Charlie» o «La mujer
prodigio») eran ahora adultas más agresivas que aquellas otras que no llegaron a verlos.
El poder de la televisión. Los estudios nos dicen que el período entre los seis y los
ocho años de edad es delicado y crítico en el desarrollo del niño. Los niños con esta edad
están aprendiendo unos «guiones» de comportamiento social que retendrán toda la vida.
Presenciar comportamientos violentos, tanto si es en la televisión como en el propio
hogar, enseña al niño a utilizar un comportamiento violento cada vez que se encuentre
con problemas o conflictos en su vida. Quizá no muestre esos comportamientos
enseguida, pero emergerán al cabo de los años.
Qué pueden hacer los padres. Según la Asociación Psicológica Americana, para
proteger aún más a nuestros hijos de los efectos perjudiciales del exceso de violencia en
los medios de comunicación, deberíamos controlar de alguna manera sus hábitos.
Podríamos hacer lo siguiente: mirar por lo menos un episodio de los programas que sus
hijos ven para así conocer el contenido y poder comentarlo con ellos. Discutir
alternativas a las conductas violentas como forma de solucionar los problemas. Limitar o
prohibir los programas demasiado violentos. Impedir al niño que vea programas que no
sean educativos u otros programas que usted considere inaceptables. Animar a los niños
a participar en otras actividades como son los deportes o jugar con los amigos. Por
último, limitar el tiempo que los niños pasan viendo la televisión.

El sexo, los medios de comunicación e internet


El sexo vende. Los expertos en marketing y los promotores lo saben desde hace
tiempo y han aprendido a utilizarlo muy efectivamente. Hay pocos programas de
televisión que no presenten a un personaje importante, a veces un hombre, pero
normalmente una mujer, cuyo papel no sea más que el de ser un objeto sexual. Esto es
así tanto en los programas de aventura, como en los programas cómicos, en los
culebrones, e incluso en los concursos. Algunos consideran que los culebrones se han

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convertido en el equivalente a la pornografía blanda. Los vídeos musicales están llenos
de imágenes sexuales y de modelos y bailarinas ligeras de ropa. Las tapas de los discos
compactos y de las casetes muestran desnudos. Las letras tampoco se quedan cortas.
Los anuncios de las revistas venden ropa y sexo, perfumes y sexo, coches y sexo,
cigarrillos y sexo. Un área que ha sido altamente sexualizada es una con la que muchos
padres todavía no están familiarizados: internet. Las revistas y películas dirigidas a
adultos están por lo menos reguladas y a ellas no tienen fácil acceso los menores. Pero
un rasgo que define a internet es que este tipo de protecciones no existe. Cualquiera que
tenga un ordenador, un módem y una conexión de acceso a internet puede «cruzar la
red». El otro rasgo que define a internet es que el ciberespacio no tiene límites, y en
teoría puede seguir expandiéndose sin límites.
La pornografía en la red. La cantidad de material pornográfico que actualmente
podemos encontrar en internet es muy superior a lo que muchos creemos. Honestamente
reconozco que hasta a mí, un experto en ordenadores y un veterano de internet, me ha
impresionado. Una vez hicimos un experimento con un sistema de búsqueda para buscar
en internet contenido con la palabra «sexo». Cualquier niño que tenga unos
conocimientos básicos de informática puede hacer lo mismo. Los resultados de esta
búsqueda ofrecieron una lista enorme de sitios en la red dentro de esta categoría, junto
con un enlace para conectarse automáticamente con cualquiera de ellas. La palabra
«sexo» produjo una lista de 678.992 enlaces. Sólo los primeros cincuenta de ellos fueron
examinados por su título y descripción, y todos ellos eran enlaces a sitios pornográficos.
Utilizar la palabra «porno» produce una cantidad que aunque un tanto menor no deja de
ser sorprendente: 86.031 enlaces.
Estas webs pornográficas no presentan el tipo de pornografía Playboy, modelos
desnudos apoyados en un coche de carreras. La mayoría de ellas presentan el contenido
normalmente vulgar y muy gráfico que antes estaba limitado a algunas librerías para
adultos. Internet es un lugar nuevo para reunir a los fanáticos de los fetiches sexuales, de
la bestialidad, del sadismo y masoquismo, de la tortura sexual y de cualquier perversión
en la que podamos pensar. Las descripciones más habituales de estas webs incluyen «el
espectáculo de un mirón estrafalario de gustos sexuales pervertidos», «el ocio y el sexo
adulto más caliente» y «pornografía de fantasía».
Con sólo apretar una tecla. La mayoría de los sitios pornográficos son «de pago», es
decir, cargan un tanto por utilizar su contenido. De todas formas muchas ofrecen
«muestras» gratuitas muy explícitas y gráficas. Cualquier persona, de cualquier edad,
puede acceder a muestras pornográficas ciertamente fuertes. La única «protección» es la
advertencia ridícula de que está prohibido el acceso a las personas menores de dieciocho
años, seguida de una pregunta de si la persona en cuestión tiene dieciocho años o más y
acepta ver material pornográfico. Si tecleas el botón «no», no podrás proseguir. Si
tecleas el «sí» podrás acceder a esas «muestras». Recuerde que ni el ordenador ni el
sitio, tienen ni idea de si la persona que ha marcado la opción «sí» tiene veinte,
dieciocho o diez años. Es así de simple, alarmante y repugnante.

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Los padres que ofrecen a sus hijos un ordenador y el acceso a internet deberían
controlar el uso que éstos hacen de él. Internet es una colección fascinante de todo tipo
de material educativo y beneficioso. Universidades, museos, sociedades históricas,
agencias científicas, zoológicos, prácticamente todos tienen su propia página web. La
tarea de los padres y tutores consiste en proteger a los hijos del material nocivo,
perjudicial, y ciertamente peligroso que no sea apropiado para ellos. Existen varios tipos
de software que pueden ser utilizados para tapar los sitios pornográficos; de todas formas
no son infalibles. Algunos servicios ofrecen a los padres la opción de establecer un
«nombre de pantalla» para sus hijos y negar a esa cuenta el acceso a internet o la
posibilidad de ver imágenes. No obstante, el mejor control sigue siendo la supervisión
directa de los propios padres.

Devolver a los niños a la Tierra


Los medios de comunicación están haciendo que nuestros hijos crezcan demasiado
rápidamente y se esfuercen por ser cosas que no pueden ser o no deberían ser. Una
madre de una chica de catorce años describe con cierta pena la influencia de las
imágenes de los medios de comunicación en su hija. Igual que otras chicas, su hija ha
interiorizado el «ideal» femenino que muestran los programas de televisión, las revistas
y los anuncios. «Había estudiado el aspecto de las mujeres, cómo se vestían, cómo
actuaban en sus relaciones. Evidentemente, en la televisión, la mayoría de las actrices
son delgadas, atractivas, y normalmente representan el papel de objetos sexuales». Los
niños y jóvenes «normales» que intenten vivir según lo que dictan estas imágenes tienen
todas las de perder. Además, los niños acabarán viendo lo inusual, inapropiado e insano
como parte de la vida diaria; se volverán insensibles y poco entusiastas. «Lo que más me
preocupa», continúa la madre, «es que los medios de comunicación están tan saturados
de imágenes de sexo, violencia y drogas, que esto se ha convertido en la cosa más
común. ¡No hay nada que le sorprenda! Cuando tenía once años mi hija me empezó a
hablar del sexo oral como si fuera un tema de conversación normal y corriente.»
¿Qué podemos hacer los padres? Empecemos con dos cosas fundamentales, poner
límites y estimular la conversación. Por lo que se refiere a los límites, los padres tienen
que controlar la cantidad de horas que sus hijos ven la televisión, y el tipo y la calidad de
los programas. Pero esto hay que empezar a hacerlo desde muy temprana edad para que
pase a formar parte de la cultura y rutina de la familia. Aunque vivimos en una época en
la que ambos padres trabajan y son menos exigentes con su supervisión, no deberíamos
olvidar nunca determinar unas normas por lo que a televisión, películas, programas,
música, o revistas, se refiere. Los programas o los contenidos que no sean apropiados
para los niños deberían prohibírseles. A cambio deberían fomentar otro tipo de
actividades. Ningún niño, ni tampoco ningún adulto, debería ser esclavo del adictivo
monstruo electrónico que hay en las casas.
En segundo lugar, los padres pueden comentar las influencias de los medios de

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comunicación con sus hijos y compartir sus propias opiniones y valores. Hay que
explicarles que a pesar de que muchas historias suelan ser trágicas o violentas, no quiere
decir que la vida en general sea violenta o trágica, y hay que procurar también que las
noticias no inculquen el miedo en los niños. Uno no tiene que tener el último videojuego
o los zapatos más caros para ser «un tío fabuloso». Las revistas de glamour normalmente
presentan unos estereotipos artificiales e insanos a los que nadie tendría que intentar
imitar. Los anuncios se utilizan para persuadirnos a comprar cosas, y muchas de ellas
son bastante estúpidas. ¿Hay alguien que de verdad necesite comprar toda esa basura
inútil? Mantenga el diálogo abierto con sus hijos y hablen, hablen, hablen.
¡Ponga límites! Seguramente perderá puntos con su hijo cuando le limite el acceso a
los medios de comunicación. Tendrá que escuchar cosas como que todos sus amigos ven
ese programa de televisión que usted considera detestable, y que todos tienen el
videojuego en el que se cortan las cabezas de la gente salpicando sangre por todas partes.
«¿Cómo puedes ser tan injusto, papá?» El problema de los padres es o llevarse bien o ser
responsables. El papel de los padres consiste en proteger a sus hijos de las malas
influencias, por mucho que el niño proteste. Si comparte sus valores, preocupaciones y
amor con su hijo, lo más normal es que éste acepte sus límites aunque no le gusten. Y si
no los acepta, los padres tendrán que imponerlos como sea. Actuar en el mejor interés
del niño y protegerle de las malas influencias es la mejor demostración de amor.
Comprar a su hijo con la nueva versión de «El deporte sangriento y asesino de la Ninja
psicótica» es indulgencia.

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Jugar, reír, hablar y celebrar
«Una buena sonrisa es la luz del sol en un hogar.»
– WILLIAM THACKERAY

Una familia es una relación. La esencia de un matrimonio feliz y de una familia unida
es una relación de aceptación, de amor y de cuidado emocional. Las buenas relaciones
familiares están basadas en el amor mutuo, en la comunicación entre sus miembros, y en
compartir las vidas tanto a nivel emocional como material. Una familia que no tenga
estas cualidades en las relaciones entre sus miembros no tendrá esa fuerte sensación de
lealtad, de seguridad o de intimidad. Una relación matrimonial que no tenga estas
cualidades sea probablemente un matrimonio con problemas. Las relaciones tienen que
desarrollarse con el tiempo e intensificarse a partir de las experiencias compartidas. Una
familia unida no ocurre por accidente, sino que se va formando y alimentando con las
actitudes y comportamientos de sus miembros. Una familia no podrá prosperar y crecer
si sus miembros no se interesan los unos por los otros, si no se dedican tiempo, y no se
cuidan día tras día, año tras año.

EL TIEMPO, ESE BIEN TAN PRECIADO


El primer requisito para crear una relación de familia unida es pasar tiempo juntos.
Por obvio y básico que parezca, muchas familias no lo hacen. La simple idea de pasar
tiempo juntos puede ser amedrentadora para muchos padres que ya están demasiado
ocupados con sus trabajos, sus necesidades económicas, sus jefes exigentes, sus tareas
domésticas, y otras responsabilidades. ¿A quién le queda tiempo para relajarse y
divertirse? Aunque sería mejor preguntarse: ¿quién puede permitirse no hacer tiempo
para actividades de relajación y diversión con la familia?

Tener tiempo para la intimidad


Para desarrollar sentimientos de intimidad y ternura hay que escuchar, hablar,
comunicarse y jugar juntos. La familia que no tiene tiempo, o no «hace tiempo» para
estas actividades, encontrará difícil sino imposible prosperar como familia y satisfacer
las necesidades emocionales de cada uno de sus miembros. Tener una sensación de
familia no se refiere a cosas materiales. La unidad familiar no depende del Mercedes, de
una promoción en el trabajo, del título en la liga de baloncesto, de unos pendientes de

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brillantes o de unas vacaciones de esquí. Por supuesto que a todos nos gustaría tener
estas cosas, pero por sí mismas no bastan para crear una satisfacción emocional ni una
relación íntima familiar. De hecho, la persecución exagerada de posesiones materiales y
logros personales suele llevarnos al extremo opuesto, es decir a unas relaciones
familiares descuidadas. El éxito económico y la gloria personal son objetivos muy
valiosos y por tanto deberían conseguirse, pero evidentemente no a expensas del tiempo
con la familia ni de las relaciones familiares.
¿Hay alguna familia que no esté ocupada? «La falta de tiempo es quizás el enemigo
más generalizado para la salud de una familia», escribe Dolores Curran. Si no se
gestiona bien el tiempo tanto padres como hijos acabarán corriendo como gamos de una
actividad a otra. La actividad frenética es estresante por sí misma, pero la falta de
oportunidades para relajarse es todavía peor. Una familia estresada se caracteriza, según
Curran, por una sensación de prisa y urgencia constante, una tensión subyacente que
causa muchas disputas y peleas, una preocupación por escaparse y tener tiempo para uno
mismo, una frustración constante por no acabar todo lo que se tiene que hacer, una
sensación de que el tiempo corre demasiado deprisa, y un deseo persistente de que la
vida sea más sencilla. Todas las familias experimentan períodos de mayor actividad y
estrés. Éstos deberían ser temporales; si la actividad frenética se convierte en algo
cotidiano, la familia acabará teniendo problemas. Las personas no pueden funcionar bien
en un horario demasiado apretado, ni tampoco las familias. Antes o después algo acabará
rompiéndose.
Tener tiempo para las actividades. Siempre que sea necesario, el tiempo para las
actividades familiares tendrá que programarse, planificarse y escribirse en un calendario
y considerado como tiempo sagrado para la familia. Es necesario que haya momentos
libres, de relajación, dedicado a aquellas actividades que no sean competitivas o
impuestas. Es entonces cuando la gente podrá respirar y relajarse. La naturaleza de estas
actividades no importa tanto como la oportunidad de estar juntos. Este tiempo de familia
planificado debería ser estrictamente respetado por los padres sean cuales sean sus
obligaciones con el trabajo, con los amigos o con cualquier otra institución social. No
importa si la familia se dedica a jugar al ajedrez, a ver una película o a ir a comprar un
helado. Valore el tiempo de la familia y resérvelo a toda costa, especialmente cuando los
niños sean pequeños. Incluso los adolescentes necesitan tiempo libre para relajarse y se
les debería permitir que lo disfrutaran.

Hablar
Una de las quejas más comunes de las familias infelices es que «no se comunican».
¿Qué quiere decir esto exactamente? Por nuestra propia naturaleza los seres humanos
nos comunicamos siempre, verbal o no verbalmente, de manera positiva y negativa.
Cuando una persona chilla a otra, está comunicándose, está transmitiéndole el mensaje
«Estoy enfadado contigo». Darle la espalda a alguien o ignorarle es otra manera, aunque

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no demasiado constructiva, de comunicarse. Cuando la gente se queja de la falta de
comunicación, suele referirse a que no comparten pensamientos, sentimientos o
necesidades. «No nos comunicamos» es otra manera de decir «No me escuchan» o «No
satisfacen mis necesidades emocionales».
Los miembros de la familia tienen que hablarse regularmente. Tendrían que
hablar de cualquier tema que les interese o que sea necesario comentar. Empezar
hablando de los acontecimientos del día es una buena manera de demostrar interés y
compartir planes, preocupaciones, objetivos y sentimientos. Cada uno de los miembros
de una familia necesita ser escuchado y respondido. Cada miembro necesita sentir que
ocupa un lugar en la familia, que es tomado en serio y que se le da el apoyo que necesita.
Hay veces en las que organizar una reunión familiar puede ser muy útil, una buena
oportunidad para que todos los miembros compartan sus preocupaciones y hablen de qué
hacer para solucionar los problemas. En ellas, podrán asignarse responsabilidades,
tratarse y resolverse conflictos; además ayudarán a desarrollar una sensación de unidad y
espíritu de equipo. Las reuniones familiares deberían ser un ejercicio democrático, no
una reunión de negocios.
Un buen momento para hablar es durante las comidas. La importancia de las comidas
familiares ha sido por desgracia olvidada e ignorada en nuestra cultura de frenética
actividad. Una comida en familia es una ocasión maravillosa para combinar dos eventos
placenteros: disfrutar de una buena comida y pasar tiempo con la gente que más nos
interesa. Ambas necesidades, la de nutrición y la de comunicación, serán satisfechas. Los
momentos de las comidas deberían ser momentos de relajación, momentos de felicidad.
La hora de la comida no es el momento oportuno de discutir los problemas, los malos
comportamientos, los deberes, o el pago de impuestos que hay que hacer la semana que
viene. La conversación durante una comida debería ser informal, democrática, y libre.
Los chistes, las historias divertidas y el buen humor encajan muy bien con la ensalada, la
carne o los postres. Es una oportunidad para que cada uno de los miembros de la familia
sea él mismo, y exprese lo que quiera. ¡Esto es la comunicación!

Jugar
Las personas que están obsesionadas con el trabajo se sienten culpables cuando
juegan, cuando realizan actividades recreativas o se relajan. Viven un estilo de vida
altamente estresante, que puede llegar a ser aburrido, e incluso deprimente. Este
principio se aplica a las familias también. Los padres transmiten a sus hijos sus actitudes
y expectativas hacia el trabajo y la diversión. Las familias pueden desarrollar el hábito
de hacer tiempo para jugar y relajarse, sin sentirse culpables por ello, o seguir atrapadas
en el trabajo y las responsabilidades y dejar que las presiones y el estrés sigan
aumentando. ¿Qué actitud desarrollará relaciones familiares mejores?
Las familias felices y unidas saben que necesitan dejar de lado de vez en cuando el
trabajo y las responsabilidades. Los padres reconocen la importancia de pasar tiempo

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juntos y de hacer cosas relajantes y divertidas tanto en grupo como individualmente. La
familia tiene que acostumbrarse a jugar y a disfrutar de esos momentos de juego sin
sentirse culpable, a incluir en sus calendarios algunas actividades recreativas como
puede ser un partido de voleibol, un torneo de baloncesto, o un viaje a esquiar. Incluso
los niños más pequeños podrán participar en actividades como ir de camping o hacer una
barbacoa. Las vacaciones familiares hay que valorarlas como tal, ya sea sentado en la
playa leyendo, jugando a golf, a tenis o montando a caballo. La naturaleza de las
actividades no es tan importante como el hecho de que la familia esté junta y haga cosas
de las que todos disfrutan.
Sin dinero. Una queja que hacen algunos padres es que «no tenemos dinero para
actividades recreativas». Ésta es una excusa pobre. ¡No hay que pagar para divertirse!
Una barbacoa en el jardín y un partido de baloncesto no cuesta más que lo que vale la
comida. Una tarde en la playa no vale más que el coste del transporte, y una visita al zoo
o a un museo no vale más que el precio de la entrada. Un picnic o un paseo en bicicleta
pueden ser muy baratos. Juegue con sus hijos o léales un cuento antes de ir a dormir. Si
una familia está motivada, aunque no tenga demasiados recursos económicos encontrará
maneras baratas de divertirse, y lo hará con alegría y entusiasmo.

La risa
Es muy divertido pasar el rato con familias que tienen sentido del humor. ¡Y todavía
es más relajante y divertido ser miembro de ellas! El buen sentido del humor ayuda a
valorar las cosas debidamente cuando las frustraciones y las decepciones de la vida
empiezan a acumularse. El humor quita fuerza a los conflictos y disputas, y puede ser
muy útil para apaciguar situaciones potencialmente explosivas. Los niños disfrutan de
los chistes y del humor igual que los adultos y de hecho saben muchos más chistes que
muchos adultos. Las historias divertidas sobre alguien, o algo gracioso que le haya
ocurrido a alguien, son buenos temas para levantar el humor y objetivizar las cosas.
Los padres ayudan a crear ese ambiente alegre con su sentido del humor y
permitiendo aquellos comportamientos que sean divertidos y que no hieran a nadie. Esto
a su vez ayudará a establecer un tono emocional para toda la familia, tanto si es un tono
pesimista u optimista, serio o relajado, desenvuelto o estricto. Si los padres se ríen de
ellos mismos, y aceptan sus errores y debilidades, estarán dando un importante ejemplo
para que los niños se acepten a sí mismos y no reaccionen exageradamente a sus propios
errores. Los padres divertidos suelen criar niños divertidos. Los padres enfadados,
ansiosos y preocupados suelen educar niños preocupados. ¿Cómo quiere usted enfocar la
vida y qué quiere enseñar a sus hijos?
El humor es importante. El humor beneficia a la salud emocional porque controla el
estrés, la frustración y la ira. También tiene importantes beneficios para la salud física
porque fomenta la relajación y ayuda a reducir el estrés. La gente tensa, ceñuda, sin
humor, es más propensa a las enfermedades físicas y a disfrutar menos de la vida. El

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buen sentido del humor mejora la calidad de las relaciones familiares y la calidad general
de vida.
Deberíamos distinguir entre el humor bien intencionado y el humor crítico u hostil.
Reírse de los chistes, de las historias e incluso de los errores de uno mismo es una
experiencia que puede ser muy positiva y saludable. El humor que culpa, avergüenza,
menosprecia o ridiculiza ni es sano ni es divertido. Reírse a costa de alguien o de los
errores de otra persona para ridiculizarla es destructivo y no debería ser aceptado. Algo
que suele ser considerado gracioso si lo hace un comediante en un escenario, como es
por ejemplo ridiculizar a la gente de la audiencia, puede no ser para nada aceptado entre
los miembros de una familia. El humor debería levantar el humor y el espíritu de la
gente, y no desmoralizarla o ponerla triste. Hacer un chiste cruel y después decir «¡pero
si solo estaba bromeando!», no es aceptable, porque el humor hostil penetra
profundamente. Aunque los niños no entiendan esta diferencia, los adultos tendríamos
que explicársela.

Celebre los logros y los progresos


En la vida todos tenemos frustraciones y fracasos que compartir. No obstante,
también tenemos logros y progresos que compartir. Las familias felices se interesan por
celebrar los logros y los eventos importantes. Los cumpleaños, el completar un proyecto
importante, acabar la carrera, ganar un premio, las promociones laborales, los
compromisos de boda y los nacimientos son ocasiones suficientemente importantes
como para celebrarlas todos juntos. Si una persona no se cree merecedora de sus propios
logros, la familia o amigos tendrán doble motivo para celebrarlos con ella. Los éxitos y
las victorias son aún más dulces cuando son compartidos con la gente que amamos.
Las familias felices encuentran fácilmente motivos para tener una celebración.
Muchas veces son celebraciones que surgen de manera natural por estar implicados en
actividades y logros de otros miembros de la familia. Los logros deberían ser
reconocidos y celebrados. Algunos opinan que alabar a los niños por sus logros les hará
sentir que sólo son amados cuando consiguen algo, pero en mi opinión esto es bastante
estúpido. Los niños se sentirán amados si hay amor en la familia y si éste se comunica
diariamente en la forma de tratarse los unos a los otros. Celebrar y elogiar los logros es
solo la guinda del pastel. Cada persona en la familia puede tener su propia ocasión de
celebración, tanto si se trata de un cumpleaños, una promoción, un triunfo en una
carrera, o un premio en la feria. Reconozca a la persona y su logro, elogie el esfuerzo y
¡celébrelo!

Las familias están hechas de momentos


Si mira hacia atrás a su infancia, ¿qué momentos recuerda como «momentos
familiares» alegres? Pedimos a varios adultos que respondieran a esta pregunta. Las

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respuestas variaron de persona a persona, de familia a familia, pero en general la gente
evocaba momentos y actividades en las que la familia estaba junta y disfrutaba de una
actividad común. Estos eventos, tradiciones y rituales son los que crean una sensación de
identidad familiar y ayudan a desarrollar relaciones íntimas y cálidas. Algunas de las
respuestas figuran a continuación:
Empezamos haciendo «Viajes misteriosos mágicos» en verano. Todos nos reuníamos en el coche y de repente...
nos poníamos en marcha. Nunca sabíamos dónde íbamos a parar. En el último que hicimos, acabamos pescando
truchas en una granja y cogiendo frambuesas en el camino de vuelta a casa. Una nueva tradición que estoy seguro que
continuaremos.

Con lo ocupados que estamos hoy en día, disfrutamos de las vacaciones familiares, y las planificamos y
protegemos celosamente. Hacemos todo lo posible por maquinar unas vacaciones a lugares atractivos donde nadie
sepa que estamos. De esta manera tenemos mucho tiempo para jugar juntos, o para echarnos juntos en la playa, para
jugar con la arena o contemplar el mar. Tiempo para hablar, para relajarnos.

Después de comer en verano mi padre solía tocar la guitarra en el jardín de casa y cantar canciones. Todos nos
uníamos y cantábamos con él. Después, cuando mi hermana hubo aprendido a tocar la guitarra la tocaban los dos
juntos.

Una de nuestras tradiciones con nuestros hijos era «hablar del día». Cuando comíamos con ellos comentábamos
cosas del día. Siempre intentábamos que lo último que comentáramos fuera algo bueno que les hubiera ocurrido ese
día. Pero «hablar del día» era algo que les encantaba hacer. Cuando les decíamos «Voy a leerte un cuento» ellos
respondían, «Sí, pero después “hablaremos del día”, ¿vale?».

Las barbacoas, las que acababan después de que los niños se hubieran ido a dormir. Todos acabábamos bronceados
por el sol, y los niños ¡totalmente sucios!... Acababan cubiertos de polvo y suciedad por haber estado jugando en los
columpios y corriendo descalzos todo el día. Las mejillas pegajosas por culpa del pollo marinado que sus padres
habían preparado en la barbacoa. Todos corríamos alrededor del jardín intentando cazar luciérnagas. ¡Todos
intentando coger ésa con la luz verde en la cola! ¡Es demasiado tarde para baños! Así que para gran encanto de los
niños les digo que un remojón nocturno en la piscina será suficiente. Después, una vez limpios, mi marido y yo les
envolvemos en unas toallas suaves y mullidas, les llevamos dentro de casa y les ayudamos a ponerse el pijama. Les
metemos en la cama con sus botes de luciérnagas brillando en la oscuridad. ¡Vaya! ¡La verde ha vuelto a escaparse!
Les damos un beso de buenas noches mientras mi marido y yo pensamos al unísono que ha sido un día estupendo.

Cada domingo por la noche, mi padre preparaba palomitas y todos nos sentábamos junto a él a ver nuestro
programa favorito de la televisión.

Cuando era pequeño, mis momentos familiares más felices eran las vacaciones. Mi padre era abogado y trabajaba
desde muy pronto por la mañana hasta muy tarde por la noche. Las vacaciones eran el paraíso. Hacíamos un montón
de cosas juntos. Mi padre y yo cogíamos cangrejos, pescábamos, paseábamos por la orilla y hablábamos mucho.

Cada primavera, hacia el mes de marzo o abril, hacían por televisión El mago de Oz y toda la familia la veíamos,
bueno, todos excepto mi hermano mayor que era hippie.

Las vacaciones a Florida con mis hijos para visitar a mis padres y celebrar el cumpleaños de mi abuelo. Jugar a
juegos de mesa y hacer sopa, especialmente los días de nieve cuando no había colegio o los fines de semana.

Los sábados por la noche era tradición ver una película de Walt Disney. Para nosotros que teníamos prohibido ver
la televisión era una gran cosa. También en estas ocasiones podíamos comer helado o beber refrescos, cosa que
tampoco teníamos permitida.

Los copiosos desayunos de los domingos. Nos quejábamos por tener que levantarnos pero enseguida lo hacíamos
al oler el café, la bollería recién hecha... Ver la mesa el día de Navidad, toda repleta de comida suculenta y la mejor
vajilla. Los desafíos del domingo por la mañana de limpiar la habitación al unísono... preparados, listos... ¡Ya! Por las
tardes íbamos al cine... palomitas, bebidas...

En muchos casos, los eventos descritos anteriormente son cosas muy simples, pero el

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calor y la intimidad de estas experiencias resurgía cuando la gente las recordó años
después. Muchas de estas experiencias tenían que ver con la comida, no es de
sorprender. Un evento familiar que combine la alimentación física con la emocional, y
además sea divertido ¡es difícil de superar! Algunos de los recuerdos se referían a las
vacaciones, cuando la familia estaba apartada de las distracciones diarias y concentradas
los unos en los otros. Los rasgos que definen a estos recuerdos maravillosos son el
tiempo que la familia ha estado junta y el haber disfrutado de ese tiempo. La familia que
pueda hacer de estos eventos una parte regular de su estilo de vida se beneficiará de ellos
toda la vida.

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Las reuniones familiares

La necesidad de los padres de llevar las riendas, de hacer de guías y de cuidar de sus
hijos no quiere decir que tengan que ser dictadores cuyas normas tengan que seguirse a
rajatabla. Si hacen esto, quizá se ganen el miedo y la obediencia (aunque a
regañadientes) de sus hijos, pero a costa de perder su respeto y afecto. Una de las ironías
del ser padres es que educamos a nuestros hijos para que sean adultos responsables e
independientes que no nos necesiten para sobrevivir ni para su bienestar. Esto implica
enseñarles a pensar independientemente, a tomar decisiones, a asumir la responsabilidad
de sí mismos, y a cooperar con los demás con un espíritu de equipo.

NO SEA UN DICTADOR, FOMENTE LA TOMA DE DECISIONES


FAMILIARES
Una de las mejores ocasiones para que los miembros de la familia hablen y se
escuchen de una forma cooperativa es durante las reuniones familiares programadas
regularmente. Es en éstas cuando las ideas podrán ser expresadas libremente en un
ambiente democrático, cuando las opiniones de los niños y de los adultos serán
escuchadas y tratadas respetuosamente. Cada miembro de la familia tendrá la misma
oportunidad de hablar. Los padres podrán recibir el feedback de sus hijos, determinar o
modificar las normas, y delegar responsabilidades.
Los niños tendrán más oportunidades para tomar decisiones durante las reuniones
familiares, lo cual ayuda a fomentar la responsabilidad, la autodisciplina, y la
independencia. Los desacuerdos o conflictos serán discutidos y tratados de la mejor
manera posible, pero siempre en un espíritu de cooperación y trabajando hacia unos
objetivos comunes. El tiempo compartido juntos, concentrado en las necesidades
familiares y trabajando cooperativamente, también ayudará a crear un vínculo familiar y
una sensación de unidad.

¿Por qué organizar reuniones familiares?


Los psicólogos Don Dinkmeyer y Gary McKay definen algunos de los objetivos
generales de las reuniones familiares: crean una sensación de pertenencia y aceptación;

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fomentan la comunicación abierta y sincera; son una buena ocasión para acordar normas
y planes, estimulando así la cooperación; pueden ayudar a resolver conflictos; suelen ser
momentos oportunos para comentar planes o acontecimientos futuros y para actualizar
proyectos o actividades en las que los miembros de la familia estén implicados.
La discusión abierta y el diálogo permite que todos los miembros de la familia sean
escuchados. Los niños participan en el proceso de toma de decisiones y todos tienen el
mismo voto en los asuntos que tengan que ser votados. Las reuniones familiares deberían
llevarse a cabo siempre en un espíritu de cooperación y respeto mutuo, no como una
competición entre los miembros de la familia o una lucha de poder. Una reunión familiar
no es el momento de afirmar la autoridad paterna en el proceso de toma de decisiones.
Las reuniones ofrecen una oportunidad para las quejas. Éstas deberían ser
expuestas durante un período de calma y cooperación relativa, y no cuando la reunión
esté en su punto más agitado. De esta manera, se conseguirán soluciones más positivas y
compromisos más firmes. Los conflictos y las quejas podrían ser incluso pospuestas
hasta la siguiente semana si todos así lo acuerdan. El líder de la reunión es el que tiene
que procurar que la familia se concentre en un problema y no lo abandone hasta
encontrar posibles soluciones. Las soluciones serán más fáciles de encontrar y
normalmente de aceptar, si son producto de un esfuerzo del grupo que si son dictadas
sólo por la persona que tiene la autoridad.

Hacer que las reuniones familiares discurran tranquilamente


La estructura y el formato de una reunión dependerá de cada familia. No obstante,
hay algunos principios ciertamente útiles que deberían ser considerados y quizás
experimentados para ver cuál funciona mejor. Puede organizarse una reunión familiar
una vez por semana o más veces si es necesario. Las reuniones de emergencia tendrían
que organizarse en cualquier momento que se desarrolle una crisis, o surja algún asunto
importante. La familia entonces se reunirá, intentará resolver los problemas y acordará
posibles soluciones.
Normalmente serán los padres los que hagan de líderes de la reunión, pero a los hijos
también se les tendría que dar la oportunidad de hacerlo. La función del líder consiste en
hacer que la reunión empiece puntual, que todos tengan oportunidad de hablar, decidir a
quién le toca el turno de hablar, y hacer que la familia no cambie de tema hasta que haya
encontrado una solución al mismo.
En algunas ocasiones será necesario votar. Algunos asuntos no podrán ser tratados
democráticamente, por ejemplo cuántas horas se puede ver la televisión o si se ha de
realizar o no una tarea doméstica, pero habrá otros que sí. Las reuniones deberían durar
entre quince minutos y una hora, no mucho más. El tiempo de duración dependerá del
nivel de paciencia y habilidad de los niños que haya en la reunión.
Las decisiones sobre los privilegios y los permisos podrán también tomarse durante
las reuniones familiares. Evidentemente, las decisiones y normas que salgan de una

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reunión tendrán que ser impuestas por los padres, igual que ocurre con cualquier otra
norma familiar. Cuando haya sido establecida una norma tendrá que ser respetada y
seguida, a no ser que sea modificada o cambiada en otra reunión familiar.

Tareas domésticas, obligaciones y responsabilidades


Muchos padres opinan que no sirve de nada pagar a los niños por realizar tareas
domésticas, puesto que éstas deberían hacerse como parte de la responsabilidad que el
niño tiene dentro de la familia. Vincular las pagas que se le dan a un niño a la realización
de tareas domésticas es casi lo mismo que pagarle por tareas. Y lo mismo ocurre con
retirar a un niño una paga si no realiza las tareas. Si quiere darle una paga a un niño
hágalo pero siempre como un sistema de darle dinero de bolsillo y la oportunidad de
aprender a administrárselo.
Si para animar al niño a que realice sus tareas o responsabilidades hay que añadir
unos incentivos, éstos deberían ser incentivos relacionados con la libertad y los
privilegios. Un niño que se niegue a arreglar su habitación el sábado por la mañana
podrá ser castigado sin ver la televisión o utilizar el teléfono hasta que lo haga. Será el
niño el que decida si quiere o no recuperar esos privilegios.
La hora de acostarse debería ser determinada en función del niño, de su edad y de sus
necesidades de sueño. Los niños se quejarán menos por hacer algo si eligen ellos las
áreas de responsabilidad. Es mejor, siempre que sea posible, construir un espíritu de
cooperación pidiendo voluntarios para las diferentes tareas del hogar. Si no hay
voluntarios, los miembros de la familia podrán decidir quién tiene que hacer cada cosa.
Para algunas tareas realmente desagradables o pesadas, podrían organizarse turnos.

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Las peleas entre niños

Aquí tiene una predicción segura: si usted tiene más de un hijo, va a tener que sufrir
alguna que otra rivalidad entre ellos. No podrá evitarlas, pero con algo de trabajo y
paciencia sí que podrá llegar a dominarlas para que no se vuelvan incontrolables. A
veces la rivalidad será moderada y sólo requerirá alguna intervención ocasional. Si éste
es el caso, halague a sus hijos y deles las gracias por lo bien que se llevan.

NO IGNORE O REACCIONE EXAGERADAMENTE A LA


RIVALIDAD DE HERMANOS
La rivalidad que hay entre algunos hermanos es tan intensa y hostil que los conflictos
surgirán varias veces al día. Algunos desacuerdos podrán incluso acabar en la agresión
física. En estos casos los padres tendrán que intervenir por la fuerza y muchas veces
hasta tendrán que pedir ayuda a un profesional. La rivalidad puede durar desde varios
años hasta toda la vida.

Es normal, no intente buscar culpables


La rivalidad de hermanos es algo normal. Los padres no deberían culpar a sus hijos
porque ésta ocurra, ni culparse a sí mismos de ser «malos» padres porque sus hijos
discuten y se pelean. El objetivo realista es ayudar a los niños a encontrar maneras de
superar los celos, los conflictos y la ira. Los celos entre hermanos es algo muy común, y
suele empezar con el nacimiento de uno de ellos. Los bebés absorben mucha atención
porque la requieren, porque son adorables y encantadores, y porqué no decirlo, porque
son «nuevos» para la familia. Ahora imagínese que usted es un niño que de repente ha
dejado de ser el centro de atención de sus papás. Bajo estas circunstancias seguro que
usted también desarrollaría algunos sentimientos de resentimiento, celos e incluso ira.
Para los padres que tienen dificultades a la hora de comprender este hecho, las
escritoras Adela Faber y Elaine Mazlish presentan una metáfora fantástica de un marido
que lleva a casa a otra mujer. Imagínese que su marido de repente le dice: «¡Cariño, te
quiero muchísimo pero he decidido traer a casa a otra mujer igual que tú!». O imagínese
que usted es el marido y su mujer lleva a casa a un rival. ¿Cómo se sentiría? ¿Cómo

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trataría a esa «otra» persona que está ahora compitiendo por el tiempo y la atención de su
amado? Pues ahora imagínese enfrentarse a esos sentimientos con sólo tres, cinco o diez
años de edad. Visto así, parece evidente que la rivalidad de hermanos sea parte de la
naturaleza humana. Los niños competirán y lucharán por mantener su propiedad, su
atención, sus amigos, su espacio y el amor de sus padres. Los hermanos pequeños
competirán por estar a la altura de sus hermanos mayores, y los mayores intentarán
retenerlos en «sus puestos». El papel de los padres no es eliminar este comportamiento,
porque de hecho sería pedirle a un niño que no actuara como tal, sino mantenerlo dentro
de unos límites razonables.
Las lecciones aprendidas. Es importante que reconozcamos que la rivalidad de
hermanos puede ser una experiencia positiva y constructiva. Muchos padres no estarán
de acuerdo conmigo. Consideremos sin embargo que muchas de las lecciones y
habilidades aprendidas de los choques y enfrentamientos con nuestros hermanos son una
preparación muy útil para después tratar con los desafíos de la vida. Un resultado directo
de tratar con nuestros hermanos y hermanas mientras crecemos es que aprendemos a
tratar con otros, a resolver las diferencias, a tratar el enfado apropiadamente, y a apreciar
los beneficios de compartir y del comportamiento considerado. Todo esto quizás no sea
tan aparente cuando vemos a nuestro hijo de cinco años intentando estrangular al de tres
por haberle cogido sus coches o sus bloques de construcción.

¿Qué podemos hacer los padres?


Una vez hayamos aceptado que la rivalidad de hermanos es real, común, y que no va
a desaparecer, nuestra responsabilidad como padres será ayudar a controlarla de la mejor
manera posible. ¿Por dónde empezar? Es importante establecer unas normas básicas
dentro de la familia por lo que a comportamientos aceptables e inaceptables se refiere. Es
responsabilidad de los padres enseñar estas normas y seguir enseñándolas hasta que el
comportamiento quede fijado. Los niños igual que los adultos tienen unas necesidades
básicas determinadas las cuales deberían ser respetadas por todos los miembros de la
familia. La necesidad de privacidad, por ejemplo, requiere que la gente llame a la puerta
antes de entrar en la habitación. La necesidad de respetar la propiedad de los demás
requiere pedir las cosas antes de coger algo prestado, tanto si se trata de un disco
compacto como de un juguete. Es importante que todos expresen sus sentimientos de
manera respetuosa, y que pidan los favores amablemente en lugar de con exigencias. El
abuso nunca debería ser permitido, ni el verbal ni el físico. No debería permitirse nunca
que una discusión llegue a la confrontación física.
Los niños normalmente pueden resolver estas diferencias por sí solos, especialmente
si el conflicto es por algo poco importante. A veces lo mejor que puede hacer un padre es
limitarse a escuchar respetuosamente a ambas partes, expresar su confianza en la
capacidad de los niños para encontrar una solución, y después dejarles solos. Un error
muy común de los padres es intentar hacer de Salomón, el distribuidor de justicia sabio e

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imparcial. Esto no solamente no funciona sino que lo más seguro es que acabe dejando a
uno de los dos sintiéndose engañado o incomprendido. Tampoco es productivo intentar
averiguar de quién ha sido la culpa. Cualquier padre que haya hecho alguna vez la
pregunta «¿quién ha empezado?», sabe que hacerla no sirve de nada. La respuesta que
los niños dan siempre será «ha sido él» o «ha sido ella», describiendo la situación desde
su propio punto de vista. Es mejor ayudarles a encontrar una solución que intentar
averiguar cómo comenzó la discusión.

Cuando el enfado se hace físico


A veces será necesaria la intervención de un adulto, especialmente si el conflicto
entra en la agresión física. En estos casos, los padres tendrán que intervenir y afirmar su
autoridad paterna. Los niños tendrán que ser separados físicamente y enviados a
diferentes habitaciones para que se relajen. Hasta que no se les haya pasado el enfado, es
mejor no hablar del tema. Permita que los niños expresen sus sentimientos y anímeles a
que lo hagan, aunque sean sentimientos de ira, de resentimiento, etcétera. Los
sentimientos, de todos modos, tendrán que ser expresados de manera adecuada. Está bien
expresarlos con palabras, pero nunca con comportamientos como golpear, pegar, dar
patadas o tirar cosas. La norma de «no agredir físicamente» debería ser siempre
respetada. Incluso los más pequeños pueden entender esta norma: ¡la gente no está hecha
para pegarse! En la expresión verbal del enfado no deberían permitirse las palabrotas ni
los insultos. Los niños también pueden entender esta norma, aunque a veces les sea
difícil respetarla. Son los padres los que tendrán que determinar los límites de lo
permitido y no permitido. Conozco una madre cuya norma fundamental para tratar con
los conflictos de sus tres hijos es «ni sangre, ni huesos rotos». Aunque lo habitual es que
se impongan unos límites más reducidos.

Fomentar la comunicación
Lo mejor que pueden hacer los padres para tratar los conflictos entre los hijos es
fomentar la comunicación para que puedan resolver los problemas ellos mismos. Los
sentimientos tienen que ser reconocidos y expresados, para que ambos niños puedan
conocer el impacto emocional de su comportamiento. Tanto los sentimientos positivos
como los negativos tendrán que ser expresados y reconocidos. A veces es mejor dar una
expresión creativa a los sentimientos ya que esto ayuda a aclararlos y a hacerlos más
«reales» o tangibles. Escribir una carta a alguien con quien estás enfadado ayudará a
expresar la frustración y hostilidad de una manera segura, aunque la carta no llegue
nunca a entregarse a su destinatario. Hacer una lista de las «faltas» de un hermano y
discutirlas con los padres, o hacer un dibujo de la persona con quien se está enfadado,
permite también una expresión segura de los sentimientos negativos. Puede ser también
muy constructivo ofrecer sugerencias útiles junto con los sentimientos expresados. Una

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declaración de «eres un pelma y no quiero que vuelvas a tocar mis cosas» no es
demasiado constructiva. Sería mucho más constructivo oír que «no me gusta que te
lleves los discos compactos de mi habitación, así que pídeme permiso antes de hacerlo».
Las etapas de un conflicto. En todo conflicto hay una serie de etapas comunes a las
etapas de la rivalidad de hermanos. Los altercados normales no sólo deberían ser
ignorados sino que deberían ser considerados como experiencias que enseñan a los niños
métodos para la resolución de conflictos. Cuando la situación empiece a agravarse y sea
necesaria la intervención de un adulto, habrá que reconocer su ira («parece que estáis
realmente enfadados el uno con el otro»), reflejar el punto de vista de cada parte
haciéndoles saber que les está escuchando, describir el problema, expresar confianza en
su habilidad para encontrar una solución, y después abandonar la habitación y dejarles a
solas. Cuando la situación pueda llegar a ser peligrosa será el momento de reconocer que
las cosas están yendo demasiado lejos y de imponer las normas contra el abuso verbal o
la agresión física. Si la situación es definitivamente peligrosa, es decir, que ya ha habido
alguna agresión o violencia física, los padres tendrán que intervenir separando a los
niños.
La historia de Teo y Dina muestra cómo puede desarrollarse y acabar la rivalidad
entre hermanos. También enseña a sus padres una lección sobre la justicia.

LA HISTORIA DE TEO Y DINA


Teo tenía cinco años cuando nació su hermana Dina. Normalmente esta diferencia de
edad reduce la intensidad de la rivalidad de hermanos. Pero en este caso Teo había sido
hijo único durante cinco años y había sido tratado como tal hasta que su hermana nació.
Al principio estaba muy contento con el embarazo de su madre y la idea de tener un
hermano o hermana con quien jugar. Pero cuando Dina llegó, Teo se quedó perplejo al
descubrir la cantidad de tiempo y atención de sus padres que Dina consumía. Lloraba
todo el rato y no era nada divertido jugar con ella. Teo pasaba casi todo el tiempo
jugando fuera de casa con sus amigos mientras que su madre se hacía cargo del bebé y
del hogar. Teo era un chico listo que siempre había destacado en el colegio. Dina estaba
acaparando la atención por ser tan mona, pero él lo hacía por sus buenas notas.

Primero, pequeñas escaramuzas, después la guerra


Cuando Dina empezó a andar, Teo contaba ya con un grupo de amigos, una colección
de videojuegos y sus deberes para estar ocupado. Para él, su hermana pequeña no era
más que un estorbo. Intentaba seguirle por toda la casa, y no salía de su habitación
aunque él se lo suplicara. Un día, Teo encontró un caramelo enganchado en su consola
de videojuegos y empezó a llorar y gritar por toda la casa hasta que encontró a su
hermana pintando en un cuaderno. Su madre, asombrada, le dijo que no era más que un
bebé y que no sabía lo que hacía y que además, Teo ¡era demasiado mayor para perder

133
los nervios de esta manera con su hermana! Cuando una serie de discos compactos de
Teo acabaron en el suelo del cuarto de baño, su hermana también. Entonces empezó a
llorar gritando que Teo la había empujado. Teo admitió haberlo hecho y se quedó sin
videojuegos una semana. Las cosas empezaron a empeorar.
Dina pronto aprendió a competir por la atención de sus padres cuando Teo estaba
haciendo sus deberes. Él por su parte aprendió a meterse con ella, aunque tuviera una
amiga con la que jugar. Normalmente esto acababa con Dina llorando y diciendo lo mal
que su hermano la trataba. Él tenía poca paciencia con Dina cuando estaban en un sitio
público y le molestaba tener que vigilarla en casa. Ella era una pesada, y él siempre tenía
otras cosas que hacer antes que ponerse a jugar con ella. Además, lo peor era que sus
padres siempre le daban la razón a ella, cosa que Teo no podía soportar.
Sus padres, por otro lado, no entendían cómo un niño tan brillante y amable como
Teo podía ser tan educado con todo el mundo pero tratar así de mal a su hermana.
¿Cómo podía tener celos de ella? ¿Acaso no les trataban a los dos igual y les querían a
los dos igual? Empezaron a castigarle severamente cuando el niño empezó a agredir
físicamente a su hermana. Tenía que aprender a ser bueno con ella, declaró su madre.
Ella era más pequeña y podía hacerle daño.

Una lección para la madre


Un día, cuando Dina tenía seis años, estaba viendo los dibujos animados de Tom y
Jerry en la televisión con su madre. Tom, el gato, estaba siempre metiéndose con el
pobre Jerry, pero por supuesto el ratón siempre acababa venciendo. Dina miró a su
madre con una sonrisa en su rostro. «Es como Teo y yo», dijo orgullosa. «¿Qué quieres
decir con esto?, preguntó su madre. «Yo soy Jerry y él es Tom», dijo la niña. «Él es
mayor que yo ¡pero yo siempre acabo ganándole!» Su madre se quedó boquiabierta al
ver a su pequeño ángel en el sofá y después sonrió.
A partir de ese día, cuando los niños jugaban demasiado violentamente o se peleaban
la madre los separaba cada uno a una habitación y les castigaba por igual. No le
importaba si «ella había empezado» o «él había empezado» ni los gritos de «no es
justo». Cuando ya no hubo ningún «ganador» en el juego de la culpabilidad y de los
acosos, las peleas se redujeron considerablemente. Cada niño era animado a seguir sus
propios intereses y se les elogiaba por sus propios éxitos. Aunque todavía se molestaban
de vez en cuando, las agresiones físicas habían desaparecido por completo.
Por mucho que lo intentemos es imposible tratar idénticamente a todos los hijos. No
podemos darle el mismo tiempo, amor, dinero o ayuda en sus deberes. En lugar de
intentar tratarles igual, es más realista intentar tratarles justamente. Es normal que los
hijos mayores tengan una paga superior a la de sus hermanos pequeños, o que puedan ir
a dormir más tarde que éstos. Es normal pasar más tiempo ayudando a un hijo que está
acabando un proyecto que a otro que está haciendo los deberes de cada día. Los padres
tienen que determinar prioridades, valores y normas para la familia. Siempre que estas

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prioridades y normas sean impuestas justamente, los niños las respetarán. Podrán
quejarse a veces cuando un hermano o hermana reciba más que lo que le corresponde,
pero al final las cosas se igualarán.

La educación de los niños no es una compra de comparación: no etiquete ni


compare
Los niños compiten entre ellos de forma natural, a su propia manera, y a su propio
nivel. Los padres podrán de alguna manera fomentar la rivalidad de hermanos con su
propio comportamiento incrementando el nivel de competencia. A veces los padres
favorecen más a un hijo que a otro, aunque seguramente lo negarán rotundamente
cuando alguien se lo diga. El favoritismo puede tener que ver con el temperamento del
niño, con su personalidad, su aspecto, su éxito en determinadas áreas, o sus debilidades.
Otra manera de intensificar esta rivalidad es etiquetando a los hijos. Si por ejemplo a
Juan se le cuelga la etiqueta de «chico listo» entre los niños, es seguro que Pedro se
sentirá «el hermano tonto» y competirá con Juan y se enfadará con él. Etiquetar a un
niño casi siempre causa resentimiento y celos.
Muchos niños se compararán con los demás en el proceso de establecer quiénes son y
cuál es su papel en la familia. Los padres inconscientes pueden empeorar la rivalidad de
hermanos haciendo comparaciones entre ellos, tanto si éstas son negativas como si son
positivas. Una regla de oro: ¡No compare a sus hijos!
En lugar de comparar a un niño negativamente con otro («Berta siempre cuelga su
abrigo, ¿por qué tú no lo haces también?»), intente fijarse en el comportamiento que le
desagrada o que le gustaría cambiar («Me enfado cuando dejas el abrigo tirado en medio
del pasillo, por favor cuélgalo en el armario»). En lugar de comparar a sus hijos, aunque
sea de manera positiva, («Escribes mucho mejor que Beatriz»), describa sólo el
comportamiento que le agrada («tu escritura es maravillosa, estoy realmente orgulloso de
ti»). Cada niño es único, y es muy importante que aprecie las diferencias entre ellos.
Cuando un padre se fija en las capacidades únicas de cada hijo, sin contrastarlas con las
de sus hermanos, está creando un ambiente más de apreciación que de competencia.

Con el tiempo mejora


Los padres deberían recordar que nada en la vida dura siempre, ni siquiera (en la
mayoría de los casos) la rivalidad de hermanos. Las relaciones cambian y evolucionan
con el tiempo conforme va madurando y cambiando la gente. Muchos hermanos
aprenden a llevarse bien, a resolver sus conflictos y a aceptar sus diferencias. Esos niños
que no pueden soportarse y siempre se están peleando sobre qué programa de televisión
ver, seguramente acabarán siendo unos magníficos amigos cuando sean adultos. Los
padres que consigan controlar y dominar la rivalidad de hermanos y los conflictos de la
infancia y enseñen a sus hijos algunas técnicas para llevarse bien, sin necesidad de

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derramar sangre ni de romper huesos, habrán realizado un estupendo trabajo.

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137
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Respete la necesidad de privacidad e
individualidad

Una familia sana y fuerte es un grupo bien unido compuesto de individuos. Tanto el
grupo como los individuos son características importantes que definen la naturaleza de la
familia. Mientras exista una sensación de responsabilidad compartida, de valores y
herencia común, una función importante de la familia es educar a los hijos para que se
conviertan en adultos independientes y puedan aventurarse por sí solos. Una función
aparentemente paradójica de los padres es la de educar a sus hijos para que crezcan y se
desarrollen de tal manera que ¡ya no les necesiten! Algunos padres están tan confundidos
con las demandas de esta función y luchan tanto contra ella, que lo único que consiguen
es tener hijos dependientes e infantiles toda la vida; algo que no es sano para los padres y
puede ser desastroso para los hijos.

NO FISGONEE NI AHOGUE A SUS HIJOS


La individualidad, el derecho a la privacidad y la independencia son cualidades que
tendrían que ser fomentadas en todas las familias y en todos sus miembros. Tú eres parte
de nosotros, viene a decir el mensaje, pero también eres libre para ser tú mismo y
nosotros respetamos esta libertad. Cada persona de una familia es un individuo, único en
cierta manera, diferente de todos los demás. La gente cambia conforme va pasando por
las diferentes etapas de la vida, y estos cambios relativos al desarrollo deberían ser
también respetados. Cada individuo tendría que ser aceptado y apreciado por lo que es y
se le tendría que permitir ser él mismo.
Esto es lo que diferencia a una familia sana de una secta o una pandilla. Y por tanto,
es lo que diferencia a una familia sana de una insana. Las sectas intentan a toda costa
destruir la individualidad, limitar la independencia y privacidad, y hacer que la persona
se ajuste al pensamiento y comportamiento del grupo. Debilitan al individuo por medio
de hacerle creer que él no podría sobrevivir sin la seguridad de la estructura de la secta.
Las sectas hacen que las personas se sientan traidoras si alguna vez se cuestionan los
valores y comportamientos del grupo, y suprimen la independencia de pensamiento o
comportamiento.

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Las familias controladoras. Las familias insanas demasiado controladoras suelen
emplear un sistema muy similar. Los padres son demasiado controladores e insisten
tanto en que los hijos se ajusten a ellos que llegan a limitar exageradamente su libertad
de pensamiento, de actuación o incluso de sentimientos. Los actos de individualidad
serán criticados o castigados como señales de «rebeldía» si no satisfacen las expectativas
o no son aprobados por los padres. Una familia sana, por el contrario, ofrece seguridad a
sus miembros, y al mismo tiempo fomenta una sensación de individualidad e
independencia de pensamiento que fortalece a cada uno de ellos y que les permitirá
funcionar y prosperar cuando dejen a la familia y se instalen por su cuenta. Éste es un
objetivo difícil de conseguir, pero fundamental para la salud y la felicidad de los
individuos de cualquier familia.

La importancia de la privacidad
Incluso la pareja más unida necesita de vez en cuando separarse, y lo mismo ocurre
en las familias. La necesidad de privacidad es una necesidad humana fundamental. Ésta
incluye la privacidad de la persona, de ser uno mismo y no estar controlado o
manipulado por los demás. Incluye también la privacidad de espacio, tener un lugar
propio. Incluso los niños más pequeños se enorgullecen de tener «mi habitación» o «mis
juguetes», o «mi silla» en la mesa del comedor. Una familia sana sabe respetar la
privacidad de todos y no invadir su espacio. Esto es lo que hace que vivir juntos sea
cómodo, incluso tolerable. Una familia que no respeta la privacidad se encontrará
luchando contra la pérdida de confianza, contra el enfado y el resentimiento, contra la
pérdida de cooperación y contra los problemas de disciplina.
La sensación de privacidad implica también el derecho a ser uno mismo, a tener una
vida propia. Esto implica ser diferente en aquello que uno elige: en los gustos musicales,
en la comida, en la vestimenta, en el estilo de peinado, en las joyas, en las ocupaciones,
y en la elección de los amigos. Estas diferencias tendrían que ser aceptadas, e incluso
celebradas, siempre que no sean peligrosas o perjudiciales, y no invadan los derechos
de los demás.
El pelo verde o los tatuajes. La chica de quince años que llega a su casa de casa de
una amiga con el pelo teñido de verde está afirmando algo, de acuerdo. Pero ¿qué está
afirmando exactamente? Probablemente no sea tanto «no respeto los deseos de mis
padres» como «quiero decidir quién soy, dejadme averiguarlo». El pelo volverá a crecer
y podrá ser teñido, así que no vale la pena y además es innecesario castigar o armar un
escándalo por culpa de ese comportamiento.
Un tatuaje puede ser un asunto diferente, porque implica un cambio físico permanente
(en los que son permanentes, por supuesto). Aquí es donde las expectativas entre padres
e hijos tendrán que ser clarificadas y comunicadas. ¿Qué es aceptable a cada edad? ¿Qué
no es aceptable a determinada edad, o a ninguna edad? Si los padres y los hijos tienen
discusiones sobre estos temas y éstas trascurren en un tono de cariño y respeto, llegar a

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un acuerdo no será tan difícil como muchos padres creen. Para empezar, si hay una
relación próxima entre padres e hijos costará menos cooperar, respetar y estar de acuerdo
con los deseos de cada uno.
Hay cosas que son compartidas entre amigos, o entre hermanos, que los padres no
tienen «derecho» a saber. Las excepciones serán aquellos temas que puedan ser
arriesgados para la salud del niño o de cualquier otra persona. Cuando un hijo resentido
le dice a gritos y con sentimiento a un padre intruso «déjame en paz, haz tu vida», lo que
en realidad está diciendo es «no me ahogues ni quieras vivir mi vida por mí». El padre
tendrá que ser muy honesto para ver realmente el grado de intromisión y de control para
con su hijo. Si el tema no está claro, una charla con algún amigo o una tercera persona
podrá ayudar a aclarar la situación.

La batalla de la habitación desordenada


En la historia contemporánea de las relaciones entre padres e hijos, pocas cosas han
provocado tantos conflictos, irritación y peleas como las batallas para que los hijos
ordenen su habitación. «Ordena tu habitación», dice una madre con el típico tono de
frustración. «¡Está arreglada!», responde el hijo. «Además, ya la arreglé hace dos días!»
«¿A esto le llamas estar arreglada?», contesta la madre, esta vez levantando la voz y
señalando los montones de ropa y juguetes que hay en el suelo. «No puedes encontrar
nada en esta habitación, fíjate en la cantidad de papeles que tienes en la mesa». «Sé
donde está todo, déjame en paz», contesta defensivamente el niño, sintiéndose criticado
y atacado. «Jovencito, o arreglas la habitación ahora mismo o no sales esta tarde»,
declara la madre desesperada. «Odio vivir en esta casa, ¡eres tan horrible!» grita el niño.
Otra tarde de sábado que pasará echando pestes y refunfuñando.
¿Vale la pena realmente batallar un día tras otro para que ordenen la habitación? Aquí
es donde los padres tendrían que distinguir entre qué es necesario (tener vasos o platos
sucios en la habitación es algo insano y poco higiénico), qué es deseable (hacerse la
cama cada día), y qué es frívolo o excesivo (barrer y fregar la habitación cada día). Si el
niño mínimamente cumple con sus obligaciones y al cabo de dos días la habitación
vuelve a estar un poco desordenada, cierre la puerta. ¿Y qué pasa con educar a los niños
sobre la limpieza y la responsabilidad? ¿Queremos que nuestros hijos crezcan como unos
holgazanes?, se preguntarán muchos. De hecho, no hay evidencia de que los niños que
arreglan su habitación cada día sean más responsables, tengan más éxito o sean más
ordenados que aquellos otros cuyas habitaciones suelen estar siempre desordenadas.
El espacio del niño. Hay otro tema en la batalla de la habitación desordenada además
del tema del orden y de la responsabilidad. El problema del niño es el problema de «es
mi espacio, y quiero decidir qué hacer con él». Esta necesidad del niño de tener su
propio espacio y tener privacidad sobre él, tiene que ser respetada y reconocida por los
padres. Por supuesto hay unos límites a la privacidad, especialmente cuando la salud y la
higiene están implicadas, pero a parte de estos casos, la necesidad de privacidad debería

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ser tratada seriamente. El nivel de comodidad del niño, por lo que a sentirse aceptado y
seguro se refiere, depende de que se respete o no su privacidad. Por ejemplo, no será
buena idea que un padre fisgonee en la habitación de su hijo, o en sus pertenencias, a no
ser que haya una buena causa y el niño esté presente.

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Los peligros del divorcio

En España, veinte años después de la Ley del Divorcio, uno de cada tres matrimonios
acaba en ruptura. Las separaciones y divorcios crecen en nuestro país más que los
matrimonios, según las estadísticas oficiales en el período comprendido entre 1996 y
2000, las uniones matrimoniales aumentaron un 7 por ciento frente al 26 por ciento de
crecimiento que experimentaron las sentencias de separación y divorcio.
Estadísticamente, el 40 por ciento de divorciados opta por un segundo matrimonio.

NO UTILICE A LOS HIJOS COMO INSTRUMENTOS EMOCIONALES


La mayoría de los matrimonios que acaban en divorcio tiene dos hijos menores de
dieciocho años. La media de edad de un niño cuyos padres se divorcian está en ocho
años. A esta edad los niños son muy sensibles e impresionables y el divorcio de sus
padres les cambiará la vida rotundamente.
El divorcio tiene un impacto emocional en los niños. También afectará al rendimiento
de éstos en el colegio, a las relaciones con sus compañeros, e incluso a su salud física.
No es simplemente el hecho de que el padre vaya a estar ausente de la vida familiar
«regular» como suele creerse. Los niños reaccionan de diferente manera al divorcio que
a la muerte de un padre, o a haber nacido y haber sido criado en un hogar monoparental.
Los comportamientos antisociales y la dramatización de los problemas por ejemplo, son
mucho más comunes en los niños cuyos padres están divorciados que en aquellos que
han perdido al padre o a la madre. Los estudios demuestran que lo que más afecta a los
niños no es el divorcio como tal sino la «calidad» del divorcio y las condiciones de vida
que sigan a la ruptura del matrimonio.

El divorcio puede ser bueno o malo


No siempre es cierto que el divorcio sea malo para los niños. Lo que sí es malo para
un niño es tener que formar parte de una familia en la que los padres no se soportan y
están continuamente peleándose. Un buen divorcio en el que los padres vivan separados
pero continúen llevándose bien y se esfuercen por ser buenos padres suele ser mejor que
un mal matrimonio que está continuamente batallando. Es cierto que la mayoría de los

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niños, y padres también, preferiría que sus padres tuvieran un buen matrimonio y una
vida familiar estable. Lo siguiente por orden de preferencias es que tengan un buen
divorcio. Un mal matrimonio o un mal divorcio puede llegar a arruinar la vida de los
adultos y la de los niños también.
Un divorcio reñido puede causar un gran daño emocional. Por desgracia, los padres
divorciados o en proceso de divorcio, que están atrapados en continuas batallas contra el
otro, sin mencionar los problemas legales y financieros, estarán menos accesibles para
los hijos justo cuando éstos más les necesitan. Este capítulo no trata de cómo conseguir
un buen divorcio, sino de cómo minimizar el daño para los niños y continuar siendo unos
padres buenos y responsables. Los padres responsables no olvidan a sus hijos después
del divorcio ni los utilizan como instrumentos en sus batallas con sus antiguas parejas.
Las implicaciones de un divorcio son que el matrimonio ha fracasado. Esto no debería
querer decir que los padres no sean capaces o ya no sean responsables de continuar
siendo padres efectivos y cariñosos.
Las reacciones de los hijos al divorcio. Las reacciones dependen en gran medida de
cómo sigan tratándose los padres, del tipo de relación que el hijo tenga con cada uno de
ellos y de lo estable que sea su nuevo hogar. La edad y el sexo del niño también puede
influir en su habilidad para adaptarse. Igual que pueden influir también las reacciones y
actitudes de los familiares, vecinos y otros adultos influyentes. No hay duda de que el
divorcio tendrá un impacto; la cuestión es qué tipo de impacto y cuánto durará. Los
padres pueden controlar este impacto más de lo que imaginan, dependiendo de lo
constructivo o destructivo que sea su comportamiento.

Cómo decirles a los niños que sus padres se van a divorciar


Una vez los padres hayan decidido divorciarse, tendrán que decírselo a los hijos.
Mejor será que se lo digan a todos juntos, y no de uno en uno. Un buen momento para
hacer un anuncio así es dos o tres semanas antes de que el padre (o la madre) deje el
hogar: ¡no mientras esté haciendo las maletas! ¿Hasta qué punto deberían contarse a un
hijo los motivos de la separación? Aquí es donde cada padre tendrá que utilizar su buen
juicio. En general, a los niños se les tendría que contar lo que tienen que saber. Como
dice el Dr. Fitzhugh Dodson, un padre debería «contar la verdad y nada más que la
verdad, pero no hace falta que la cuente entera». Incluso las situaciones más difíciles
podrán ser comentadas, siempre que se hagan sin criticar ni culpar.
Es importante dejar bien claro a los niños que el divorcio no ha sido por su
culpa. Los niños muchas veces se sienten culpables de la separación de sus padres y por
tanto hay que decirles que ellos no tienen la culpa. Los niños no causan divorcios, los
adultos, sí. Este mensaje debería ser repetido más de una vez, en el anuncio inicial,
durante la separación, después del divorcio, y tantas veces como sea necesario. Los niños
seguirán teniendo sus dudas sobre su culpabilidad durante mucho tiempo.
No es buena idea mentir sobre quién ha querido el divorcio ni pretender que ha sido

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de «mutuo» acuerdo si no lo ha sido, porque los niños pronto lo descubrirán a partir de
los comportamientos y actitudes de sus padres. Tampoco es buena idea que uno de los
dos juegue a ser el bueno de la película. Los niños quieren la aprobación de ambos y no
se sentirán cómodos si se les pide que elijan.
A los niños se les tendría que dar la oportunidad de expresar sus sentimientos.
Los niños necesitan expresar cómo se sienten pero sin ser censurados, juzgados o
criticados. No es realista ni justo esperar que «deberían» sentir de una u otra manera. La
gente no puede controlar los sentimientos, sólo puede controlar el comportamiento. Los
niños tendrían que poder preguntar lo que quisieran. Muchas de estas preguntas serán
preguntas muy prácticas. ¿Con quién viviré? ¿Dónde viviremos? ¿A qué colegio iré?
¿Seguiré viendo a mis amigos? ¿Tendremos suficiente dinero para vivir? ¿Quién se
quedará con el perro? Estas preguntas son importantes y deberían ser contestadas
respetuosamente. Si una pregunta es demasiado personal o no es apropiada para un niño,
se lo debería decir pero siempre de una manera tranquila y no crítica. Prepárese a
responder cuestiones sobre el divorcio durante mucho tiempo.

Diez cosas que no puede permitir que le ocurran a sus hijos después del
divorcio
Un estudio realizado en la Universidad de Arizona en la que participaron 128 niños
de familias divorciadas se fijó en los hechos más estresantes relacionados con el
divorcio. Los que resultaron ser más perjudiciales y más tóxicos emocionalmente figuran
con un breve comentario a continuación. Recuerde que éstos no son problemas teóricos,
sino cosas que los niños han dicho haberles ocurrido a ellos.
1. No diga a un hijo que el divorcio ha sido por su culpa. Hace falta estar enfermo o
muy turbado para culpar a un hijo del fracaso de un matrimonio. Por suerte, a la
mayoría de los padres jamás se le ocurriría hacerlo. Pero, hay otros que están así de
enfermos. Los efectos emocionales en el niño pueden ser devastadores. Muchos
niños piensan que el divorcio ha sido culpa suya y por eso los padres tendrán que
asegurarles que ellos no son de ninguna manera responsables de la ruptura.
2. No pegue ni maltrate físicamente a su pareja. Si esto ocurre, especialmente si es
delante de un niño, el trauma emocional puede ser grave. Los niños sólo quieren
que sus padres se lleven bien y le ofrezcan una familia estable. El abuso físico es la
antítesis de este deseo, lo peor que un niño puede experimentar. Si está tan
enfadado que tiene ganas de pegar a su pareja, aléjese de ella rápidamente y
relájese. Quizá le convenga trabajar con un psicólogo para aprender a controlar su
ira.
3. No deje que sus familiares critiquen a su pareja. El divorcio provoca
sentimientos de ira y resentimiento en todos los familiares, no sólo en la pareja.
Aunque los familiares tengan buenas intenciones a la hora de defender al padre con
el que sienten leales, criticar a la parte contraria siempre es destructivo para el niño.

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Diga a los familiares y amigos que «se muerdan la lengua» cuando tengan ganas de
criticar o culpar al otro estando los niños presentes.
4. No le diga a su hijo que no le gusta que pase tiempo con su expareja. Los niños
aman a sus padres y necesitan sentir que ambos les aman. No quieren ser forzados
en dos direcciones o tener lealtades divididas entre dos padres divorciados que no
se llevan bien. Si usted como padre tiene algún inconveniente en que su hijo pase
tiempo con su ex, mejor será que lo discuta con un juez. Deje al niño al margen de
esta horrible discusión.
5. No discuta delante del niño. Ésta es siempre una buena norma,
independientemente de si los padres están casados, separados o divorciados. Al
niño no le importa «quién tiene la culpa», en cualquier caso siempre saldrá herido
de una discusión entre las dos personas que el niño más ama. Discutan en privado,
en algún lugar que el niño no pueda oírles.
6. No diga cosas malas del otro delante de su hijo. Vea el punto anterior sobre las
lealtades divididas. Si necesita quejarse de su ex, llame a un amigo o visite a un
psicólogo. No metan a sus hijos en líos.
7. No haga que su hijo abandone animales domésticos u otras cosas que a él le
gustan. El divorcio no debería castigar al niño ni privarle de esas cosas que le dan
confort y estabilidad. Permítale conservar sus juegos favoritos, sus posesiones
valiosas y, si los tiene y es posible, sus animales domésticos.
8. No esté triste delante de su hijo por culpa del divorcio. Lo más probable es que
el niño esté experimentando sentimientos mezclados, tristeza, confusión y culpa por
el divorcio. Si usted está dolido por el divorcio, lo cual es común y comprensible,
hable con algún familiar, amigo o psicólogo y obtendrá la ayuda que necesita.
9. No le haga preguntas al niño sobre la vida privada de su ex. A ningún hijo de
padres divorciados se le debería poner en la posición de espía o informador de la
otra parte de la pareja. Si lo hace estará provocándole demasiados problemas de
lealtad dividida y culpabilidad. Si tiene la tentación de preguntar a su hijo cosas
sobre la vida social de su ex, sobre sus amigos, etcétera, resista la tentación y
pregúnteselo a su pareja usted directamente. Si esto no es posible, continúe
viviendo con la duda.
10. No permita que la gente del barrio o de la comunidad critique a su ex. Éste es
el mismo principio que el tercero, por las mismas razones. Los vecinos con toda su
buena intención querrán demostrar su lealtad hacia usted criticando a su exesposo/a.
El niño será el único que saldrá perjudicado. Pida directamente a sus vecinos que no
critiquen a su ex delante de sus hijos.

Lo que necesitan los niños


Dígales que ellos no son los culpables. Es muy normal que los niños tengan algún

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sentimiento de culpabilidad por el divorcio de sus padres, y siempre que no tengan una
explicación mejor se culparán a sí mismos del divorcio. Los niños pequeños en particular
podrán llegar a pensar que sus padres se divorcian porque ellos son «malos». Algunos
niños intentarán, cuando el matrimonio empiece a ir mal o el divorcio sea inminente,
portarse extremadamente bien con la esperanza de evitar el divorcio. Pero un niño nunca
podrá controlar el matrimonio de sus padres.
Dígales que van a seguir cuidándoles. El divorcio suele asustar a los niños porque
les confunde. Los niños necesitan saber que sus padres siguen queriéndoles. Necesitan
saber que su mundo no se acaba, sino que de alguna manera va a experimentar cambios.
No suponga que los niños ya saben estas cosas. Permítales que hagan preguntas, preste
atención a sus miedos y ansiedades, y respóndales directamente y con sinceridad.
Deles alguna explicación que sea sincera y tenga sentido para ellos. Los niños no
necesitan saber todos los detalles sobre las razones que han llevado a sus padres a
divorciarse. Compartir todos los problemas con ellos tampoco sería apropiado ni sano.
Pero, lo que es seguro es que los hijos querrán saber algo sobre porqué se separan, algo
que sea verdad y que para ellos tenga sentido. Los padres tienen que saber qué nivel de
madurez tienen sus hijos para saber cuánto pueden llegar a entender. Incluso los niños
más pequeños pueden comprender el concepto de que hay veces que la gente es más
feliz viviendo separada que viviendo junta. Quizá no les guste oír esta explicación, pero
por lo menos podrán comprenderla y obtener un contexto que explique todos los
cambios en la vida familiar.
Cuando los niños no tienen una explicación probablemente harán todo lo que los seres
humanos hacemos cuando no tenemos hechos, es decir, hacer suposiciones basadas en
conjeturas. Una niña de cinco años cuyos padres nunca le hablaron directamente de las
razones de su divorcio pasó varios años viviendo con la culpa y la pena de pensar que la
razón del divorcio de sus padres había sido su rechazo a comer zanahorias. Una noche la
niña no quiso comerse las zanahorias que su madre le había preparado, esto llevó a sus
padres a una fuerte discusión, y al cabo de poco tiempo decidieron divorciarse. Lo peor
es que ellos no tenían ni idea de que su pobre hija había hecho una suposición de este
tipo. La culpa que la niña sufrió durante años podría haber sido evitada si uno de los
padres se hubiera sentado con ella y le hubiera hablado directa y honestamente sobre los
motivos de su divorcio.
Intente llevar una vida lo más estable posible. El divorcio provoca muchos cambios
en muchas áreas de la vida familiar. Los cambios drásticos y la pérdida de estabilidad
podrán provocar una enorme ansiedad y sentimientos de impotencia en el niño. Todos
los niños necesitan sentir estabilidad y seguridad, tanto física como emocional. Quedarse
en la misma casa, seguir yendo al mismo colegio, conservar los mismos amigos y seguir
haciendo las mismas actividades, todo ello ayuda a ofrecer esa sensación de estabilidad y
de comodidad emocional. Mientras que uno o ambos padres querrán «empezar de
nuevo» y hacer cambios importantes en su entorno, esto no es lo que los niños esperan,
quieren o necesitan.

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Permita a los niños el acceso a ambos padres y que ambos se impliquen. Uno de
los miedos de los niños después del divorcio es que sus padres les abandonen
emocionalmente. La función de los padres es la de aquietar esos temores, no sólo con
palabras sino con su presencia física y su continua implicación en sus actividades. Los
padres deberían estar disponibles aunque sea por teléfono siempre que un hijo quiera
hablar con ellos. Una de las consecuencias más destructivas de un divorcio es cuando el
padre o la madre literalmente abandonan emocionalmente a su hijo, bien por narcisismo
y egocentrismo o porque tengan serios problemas emocionales o problemas de abuso de
drogas o alcohol. En estas situaciones, el padre o la madre necesitarán tratar sus propios
problemas con la ayuda de un profesional.

¿Qué podemos hacer los padres?


Como ya hemos comentado anteriormente, los padres pueden llegar a influir
enormemente en la «calidad» de su divorcio. El deseo de los padres de divorciarse de
forma correcta tendrá consecuencias directas en cómo el niño se adaptará y superará el
trauma.
Resuelva sus diferencias todo lo que pueda e intente llevarse bien con su ex. Éste
es el factor influyente más simple. Hay gran cantidad de estudios que demuestran que
cuando el conflicto entre los padres es serio, el estrés emocional y la tensión es enorme
para todos, y los niños tendrán dificultades para adaptarse y prosperar en la vida. Esto no
sólo ocurre en las familias divorciadas, también puede ocurrir en las que no lo están. La
cantidad de conflictos entre los padres, tanto antes como después del divorcio, es un
buen indicador de las disfunciones de los niños. Esto está también asociado a la falta de
disciplina o a la disciplina inconsistente.
Es importante, por tanto, que los padres encuentren un punto intermedio en el que
ambos estén de acuerdo en las decisiones importantes que afectan a la vida de sus hijos y
trabajen juntos hacia objetivos comunes. Mientras que la teoría de «seguir juntos por el
bien de los hijos» no es adecuada si el matrimonio no funciona, la de «llevarse bien por
el bien de los hijos» sí que es altamente recomendable. «Es más fácil decirlo que
hacerlo», se lamentan muchos padres resentidos y enfadados que acaban de divorciarse;
de todas formas no dejen de intentarlo. Nunca nadie ha dicho que enfrentarse a un
divorcio sea sencillo, y ciertamente no lo es. Será responsabilidad de los padres hacer
todos los arreglos que sean necesarios y buscar toda la ayuda posible para tratar con el
enfado y el dolor y llevarse lo mejor posible con su exesposo/a.
Mantenga lo más estable posible el estilo de vida de los hijos. Como hemos dicho
anteriormente, es esencial para la salud emocional del niño tener un ambiente en el hogar
estable y bien organizado después del divorcio. Como regla principal le diré que cuantos
más cambios se produzcan en las condiciones de vida del niño, más le costará adaptarse
a la nueva situación. Estos incluyen cambios en el bienestar económico, en la calidad y
la localización de la casa, y en la estabilidad de los intereses y las actividades. Un

148
entorno estable quiere decir tener expectativas, normas y responsabilidades similares
(aunque no necesariamente idénticas). Si un padre es más bien blando y el otro más
estricto, o si uno es un derrochador y el otro es más agarrado, esto creará confusión e
inevitablemente resentimiento en el niño hacia el padre menos permisivo o indulgente
que está siendo «injusto» con las expectativas del niño.
Hacer de los acuerdos de custodia y visitas una prioridad y respetar todo lo
acordado. Algunos padres se sentirán tentados a castigar a su ex negándole las visitas o
que vea a sus hijos; pero hay que saber que esta forma de castigo es tremendamente
perjudicial para el niño. En general, cuantos menos conflictos en esta área mejor para
todos. Los niños no deberían nunca ser tratados como munición en las batallas entre
padres. Los derechos de custodia tienen que ser respetados y el calendario de visitas
tendrá que ser previsible. Un factor importante que influye en la habilidad de los niños
de adaptarse al divorcio es la manera en que los padres establecen relaciones nuevas y
estables con sus hijos. Cuanto más contacto tenga el hijo con ambas partes, y cuanto más
positivo sea éste, mejor se adaptará a todos los cambios en su vida.
En resumen, aunque es cierto que el divorcio afecta a todos los miembros de la
familia, el grado y la manera dependerá directamente de cómo los padres lleven la
situación. Un «buen» divorcio puede ser mejor para todos, padres e hijos, que un «mal»
matrimonio caracterizado por sus continuas peleas y trastornos emocionales. En
cualquier divorcio, los adultos deberían acabar divorciándose el uno del otro, por
supuesto, pero no de los niños. El que un matrimonio fracase no quiere decir que los
padres dejen de tener las responsabilidades de educar y cuidar a sus hijos. En caso de
divorcio, los padres responsables deben hacer todo lo posible por controlar su ira y
resentimiento, por pactar para satisfacer las necesidades de sus hijos y por continuar
siendo una parte vital en la vida de sus hijos. Si un padre tiene dificultades para hacerlo,
tendrá el deber de buscar ayuda y apoyo de un profesional y tratar con los problemas
personales causados por el divorcio para que éstos no interfieran en sus
responsabilidades como padre.

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20
Los retos de no tener pareja

Cada vez hay más familias monoparentales en nuestra sociedad. Normalmente estas
familias están dirigidas por una mujer; más del 90 por ciento de ellas. En algunos casos,
son mujeres que no tienen pareja y que han decidido tener un hijo. Pero lo más habitual
es que sean familias que se han roto por culpa de un divorcio o por la muerte de uno de
los padres, en cuyo caso el trauma y el estrés para los niños será tremendo.

NO SE DEJE INTIMIDAR POR LOS CAMBIOS Y


RESPONSABILIDADES DE UNA FAMILIA MONOPARENTAL
Las familias monoparentales tienden a tener más problemas. En el caso de un
divorcio, los padres podrán acabar teniendo conflictos continuamente aún después del
divorcio. Un padre o madre solos encontrarán más dificultades en la vida por ser los
únicos responsables de los asuntos económicos o domésticos. El que antes era la otra
parte de la pareja ya no está ahí para comentar las ideas; compartir la carga de trabajo,
los gastos domésticos y las preocupaciones económicas; ayudar en la disciplina de los
niños; y vigilarles en momentos difíciles o cuando uno debe ausentarse.

Ser padre o madre solteros no está del todo mal


Un madre soltera que ofrezca disciplina y amor puede ser ciertamente una muy buena
madre, superior incluso que muchas de las que forman una pareja. Es un mito que los
niños que crecen en familias monoparentales tengan más problemas emocionales o
menos éxito que los que crecen con dos padres. La excepción puede ser cuando la
familia monoparental sea el resultado de un mal divorcio en el que los padres continúen
peleándose. Tal y como nos cuenta la literatura que existe sobre el divorcio, un «buen»
divorcio es mucho más sano para todos que un «mal» matrimonio que sea abusivo o
conflictivo. En muchos casos, el padre que se ha quedado solo volverá a encontrar
pareja, y es entonces cuando el niño se volverá más cooperativo en su hogar. Los niños
serán más responsables, por ejemplo con las tareas domésticas, ayudando a preparar las
comidas, o con sus propias responsabilidades, como es el caso de los deberes del
colegio.

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Los padres que se han quedado solos conocerán gente nueva, harán nuevos amigos y
volverán a disfrutar de la vida social. Esto requerirá tiempo y esfuerzo pero a cambio
tendrán la posibilidad de participar en relaciones más felices. Por último, muchos padres
acaban casándose o recasándose. Este capítulo trata los retos de estar solo, de cómo
hacer frente a las responsabilidades de una paternidad a solas y de la transición a una
nueva relación.

Adaptarse tras el divorcio


Un divorcio causa un trastorno emocional en todos los miembros de la familia,
adultos y niños. Los niños probablemente reaccionarán sintiéndose enfadados,
resentidos, dolidos y asustados. La seguridad que ellos conocían por tener juntos a sus
padres ahora se ha visto amenazada. Necesitarán respuestas a una serie de cuestiones
como ¿con quién viviré?, ¿tendremos que cambiar de casa?, ¿a qué colegio iré?
Adaptarse al divorcio y prepararse para la paternidad a solas empieza por hablar con los
hijos de la futura separación y divorcio. El capítulo 19 de este libro explica con más
detalle cómo anunciar la ruptura matrimonial a los hijos. Ellos tienen que saber que los
padres serán sinceros con ellos y continuarán queriéndoles y cuidándoles.
Sean cuales sean las tentaciones durante un período de ira, dolor y conflicto, como es
una situación de divorcio, es importante por el bien de todos intentar llevarse lo mejor
posible con la expareja. Olvídese del pasado e intente a toda costa evitar entrar en un
ciclo de hostilidad. Luche por alcanzar decisiones constructivas que puedan beneficiar a
todos. Adoptar una postura de buscar culpables e intentar ganar las batallas es una
proposición de derrota para todos. No critique a su ex delante de sus hijos, porque lo
único que conseguirá es herirles aún más.
Jugar limpio. Bajo ninguna circunstancia, obligue o fuerce al niño a ponerse de su
lado. Los niños que son forzados en una dirección u otra y que ven desafiada su lealtad
hacia sus padres, podrán revelarse abandonándoles a los dos. A los niños no les preocupa
quién tiene la razón y quién no, o quién tiene la culpa. Lo único que quieren es que los
dos les cuiden. Cuando un niño pasa a apoyar a uno de los dos, como ocurre a veces en
un triste intento de asegurar que por lo menos uno de los dos continuará cuidándole,
acabará teniendo muchos y más serios problemas.
La custodia y el régimen de visitas. Deberían ser pactadas justamente y ambas
partes deberían cumplirlas. La custodia compartida es lo que mejor funciona para los
niños, a no ser que los padres se lleven realmente mal. En esta situación, los niños
pueden llegar a pensar que están viviendo en dos zonas de batalla separadas. Las visitas
no deberían ser nunca un área de conflicto y batalla, como por desgracia ocurre muchas
veces. Recuerde que el niño les necesita a los dos y siempre les necesitará.
Aunque el padre ausente no fuera un padre ejemplar, el niño seguirá echándole de
menos y tendrá ganas de verle. Los niños se resienten enormemente cuando uno de los
padres deja de visitarles o de pasar tiempo con ellos. La pérdida emocional de vivir un

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divorcio se agrava por el dolor emocional de ser olvidado o ignorado. Piense en ello
como si frotara con sal las heridas emocionales de su hijo.
Algunos padres juegan con los derechos de visita e intentan negar las oportunidades
de la otra parte de pasar tiempo con el niño. Esta forma inmadura, irresponsable y
rencorosa de intentar castigar a la expareja acabará hiriendo más al hijo que a aquélla. A
no ser que haya algún tipo de abuso, momento en que tendría que intervenir un juez, a
ningún padre se le tendría que negar el acceso a su hijo. Algunos padres, sobre todo
padres que tienen sólo derechos de visita, verán muy esporádicamente a sus hijos. La
sensación de abandono que experimenta el niño puede ser tan profunda que el dolor
emocional dure toda la vida. ¿Vale la pena abandonar a un hijo por culpa de un conflicto
con su pareja?

Adaptarse a la viudez
Enfrentarse a la muerte de un ser querido es uno de los eventos más tristes y
dolorosos de la vida. Cuando un padre está en fase terminal, o muere de repente en un
accidente, el shock y el dolor en la otra parte y en los niños puede ser enorme. Es aquí
cuando buscar y recibir ayuda se convierte en una necesidad, no en un lujo. En algún
momento de nuestra vida todos vamos a pasar por este shock emocional. Si uno de los
padres entra en fase terminal se le tendría que explicar a los niños en caso de que lo
pregunten. De lo contrario, podría esperarse hasta un mes más o menos antes de la fecha
de muerte prevista. Los niños pequeños no acaban de entender qué es la muerte, pero si
lo preguntan deberíamos explicarles la verdad de una manera que puedan entenderlo. Si
la muerte es repentina e inesperada, habría que comunicárselo inmediatamente, y si es
posible a todos juntos.
Después de la muerte del cónyuge, el que queda necesita cuidarse. Para ello quizá
requiera ayuda de un profesional o de algún grupo de apoyo. En estos grupos la gente
comparte sus sentimientos, sus miedos, y aportan soluciones a los problemas con los que
el que acaba de enviudar va a tener que enfrentarse. Estos grupos suelen ser una
experiencia muy gratificante y curativa.
El proceso del luto debería ser explicado a los niños. Les va a tener que animar a que
compartan sus sentimientos, y ofrecerles su amor y apoyo cuando tengan sentimientos
tristes e infelices. Es mejor que se haga cuanto antes, de lo contrario los sentimientos de
pena y tristeza no desaparecerán nunca. Anímeles a que compartan sus sentimientos.

Ayudar a los niños a adaptarse a la nueva situación


Tanto si es por culpa de un divorcio como si lo es por viudedad, cualquier familia que
se convierta en familia monoparental va a tener que pasar por unas fases de adaptación.
Las vidas de los adultos y de los niños se verán afectadas de muchas maneras,
normalmente bastante traumáticas. Los niños podrán responder a los cambios a su propia

153
manera, dependiendo de la edad, de la personalidad y de la relación con los padres.
Incluso los niños más pequeños y los bebés sentirán los cambios emocionales que se
producen en una familia después de un divorcio o de la muerte de uno de los padres. Un
niño es perfectamente capaz de sentir la pérdida de la asistencia emocional porque un
padre esté ausente; tendrá también más sentimientos de tristeza o ira, y un mayor estrés
emocional. El padre que queda con la custodia se sentirá en ocasiones abrumado por las
nuevas responsabilidades y pasará también momentos duros a nivel emocional, incluso
podrá no estar tan disponible física o emocionalmente como antes del divorcio,
separación o muerte del cónyuge.
Un niño que esté justo aprendiendo las destrezas básicas de caminar y desarrollar el
vocabulario y el habla, echará de menos la presencia del padre ausente y se percatará de
que el que ha quedado de los dos está menos implicado y atento a él. Los niños en edad
preescolar son mucho más capaces de expresar sus sentimientos verbalmente y deberían
ser animados a hablar de sus sentimientos, preocupaciones y necesidades. Permítales
expresar verbalmente cualquier cosa que piensen, aunque sean sentimientos negativos o
críticas hacia sus padres. Los niños más pequeños que experimentan la pérdida de un
padre podrán demostrar una necesidad más intensa de amor y afecto. Los niños a todas
las edades necesitan abrazos y otras formas de contacto afectivo para sentirse amados,
pero especialmente tras la pérdida de un ser querido.
La hostilidad natural. Los preadolescentes y los jóvenes que están desarrollando su
propio sentido de identidad e independencia podrán reaccionar con mayor rebeldía al
intentar tratar con su propia ira y sus miedos. Los chicos que sufren el divorcio de sus
padres demostrarán más claramente su enfado y hasta podrán culpar a su madre de la
ausencia de su padre. Los adolescentes suelen reaccionar al divorcio con ira hacia ambos
padres, y volcándose más en su grupo de amigos. Mientras que los más pequeños
reaccionarán solicitando más afecto, los adolescentes expresarán hostilidad y una mayor
necesidad de independencia. Por difícil que sea creerlo en el momento, los jóvenes
sentirán una ira tremenda por la situación del divorcio y la ruptura de la familia, pero eso
no quiere decir que odien a sus padres. Al final acabarán olvidando esa actitud hostil y
enojada.
Los niños de todas las edades desarrollarán con toda probabilidad unos sentimientos
profundos de tristeza que teñirán toda su visión del mundo, de la gente y de la vida. En el
caso del divorcio, la tristeza del niño puede ser cubierta por sentimientos de ira, de
rebeldía y por cambios de temperamento. Si esto ocurre, el niño necesitará más afecto
por un lado, y en el caso de que el comportamiento sea exagerado, necesitará también
disciplina. Tras la muerte de un padre, la reacción será más una reacción de profunda
tristeza. Los niños quizás empiecen a preocuparse por la pérdida del padre que les queda,
o por quién cuidará de ellos. La sensación de ser rechazado por el padre ausente es muy
común entre los niños, tanto si la pérdida se ha producido por el divorcio o por la
muerte.
Ayudar a los niños a adaptarse a la pérdida de un padre. Esto requiere grandes

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dosis de comprensión, cuidado y paciencia, y no será nada fácil para un padre que
también está pasando por un período de adaptación. En estos casos el padre necesitará la
ayuda y el soporte de la familia, de los amigos o de algún profesional. Los niños
mostrarán su ira comportándose de maneras destructivas, portándose mal en el colegio o
mostrándose ausentes y deprimidos. Por su parte, los padres podrán tener dificultades
para superar sus problemas emocionales, y quizá tengan problemas en el trabajo o en
casa, o intenten escapar de ellos dándose a la bebida o a las drogas. Si éste es el caso,
habrá que pedir ayuda. Un adulto que no se cuida a sí mismo no podrá tampoco cuidar a
sus hijos debidamente.

Técnicas de supervivencia para un padre solo


El adulto que se queda solo deberá aprender a hacer malabarismos con el tiempo, la
gente y las obligaciones, ya que será él o ella el único responsable de la salud, de los
problemas escolares, de llevar al niño a sus actividades, de hacer planes, de escuchar sus
quejas, de dictar y hacer cumplir las normas, de disciplinar al niño, de pagar las facturas,
de comprar, de cocinar, de lavar la ropa, de contar cuentos por la noche... Y, por cierto,
¡no podrá olvidarse de hacer tiempo para él mismo y para sus amigos y actividades
sociales! Las presiones y responsabilidades serán abrumadoras.
Buscar y aceptar el apoyo de la familia y de los amigos. Éste es un primer paso
fundamental: hacerse amigo de otros padres y así poder compartir con ellos el cuidado
de sus hijos, por ejemplo los canguros. Los abuelos son también unos magníficos
canguros que además disfrutan quedándose al cuidado de sus nietos. Muchos abuelos
están dispuestos a cuidar de sus nietos después del colegio hasta que su padre o madre
llegue a casa. Los abuelos además pueden ser estupendos profesores para los niños, y
darles al mismo tiempo una buena asistencia emocional. Y si miman un poco a los niños
¿qué más da? Una de las alegrías de los niños es ser mimados por sus abuelos.
El padre que se queda solo tiene también que hacer amigos adultos y mantener esas
relaciones. Tener uno o dos amigos íntimos puede ser un salvavidas para cuando necesite
ventilar su frustración, pedir consejo o simplemente mantener una conversación con
algún adulto. Con el tiempo quizás empiece a salir con alguien, a tener una relación
amorosa. A los niños no les importará, es más, muchas veces incluso les animarán a
hacerlo. Es verdad que los niños también hacen compañía, pero no son el sustituto de las
relaciones adultas.
Todos necesitamos una estrategia buena para controlar el estrés. Si tenemos en
cuenta la cantidad de presión y estrés que sufren los padres que están solos, podemos
decir que ellos más que nadie necesitan de estas estrategias. ¿Tiene usted una salida
«segura» para la ira y la frustración? Busque un amigo íntimo, un miembro de la familia,
o un terapeuta que le sirva para ello. Ventile su ira y su frustración con ellos siempre que
lo necesite, ¡pero nunca lo haga con sus hijos! Saque tiempo para hacer ejercicio, aunque
sólo sea un paseo después de comer. Pocas cosas son tan efectivas para controlar el

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estrés como realizar regularmente algún ejercicio aeróbico. Duerma las horas que
necesite dormir. Las películas de la televisión a altas horas de la madrugada no son
buenas si está cansado y necesita dormir. Aliméntese bien, igual que intenta que sus
hijos lo hagan. De esta manera no sólo estará dándoles buen ejemplo sino que usted
también se beneficiará de cómo se siente, de su nivel de energía y de su habilidad para
enfrentarse al estrés.
Encuentre algo que le ayude a relajarse y a sentirse bien: un hobby, la meditación, la
oración, escribir poesías, dibujar paisajes, etcétera. Concédase la oportunidad de
experimentar momentos de paz interior para compensar el caos externo. Haga cosas
divertidas y relajantes con sus hijos, pero también con sus amigos adultos. De esta
manera estará rompiendo con las rutinas de siempre. Sea activo en su trabajo, inscríbase
en alguna asociación.

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Mezclas, uniones, padrastros y
madrastras

Viendo en las estadísticas el incremento de divorcios y del número de niños que viven
en familias monoparentales, podemos llegar a pensar que la típica familia de un padre y
una madre está en peligro de extinción. Nada más lejos de la realidad. La familia de un
padre y una madre sigue siendo lo mejor para satisfacer las necesidades emocionales,
económicas y prácticas del día a día tanto de los niños como de los adultos. Además de
los beneficios económicos, está el poder compartir las responsabilidades. El mito de «la
muerte de la familia» no es más que eso, un mito.

NO IGNOREMOS LOS PROBLEMAS QUE PRESENTA EL PAPEL DE


PADRASTRO O MADRASTRA
La gente que se divorcia suele volver a casarse. Lo que se ha hecho popular en
nuestra cultura no es la muerte de la familia, sino el predominio de los padrastros y
madrastras, lo que es lo mismo, la existencia de dobles familias, compuestas, en algunos
casos, por personas que generan rechazo o animadversión en el niño sólo por el simple
hecho de considerarlas usurpadoras del lugar que antes que habían ocupado el padre o la
madre.

La adaptación, las esperanzas y los problemas


Los problemas de los segundos matrimonios son muchos. En primer lugar superar la
pena y la pérdida por la ruptura del matrimonio anterior. Esto es un proceso ciertamente
largo que no se supera necesariamente porque una o las dos partes vuelvan a casarse. Los
padres tendrán que asegurarse de estar «emocionalmente» divorciados del cónyuge
anterior, igual que lo están desde el punto de vista legal y físico. Pocas cosas son tan
destructivas para una familia, y especialmente para los hijos, que una pareja divorciada
que continúe con sus batallas después del divorcio. Los niños necesitan mantener las
relaciones con ambos padres.
El miedo a que el nuevo matrimonio no funcione. Este miedo crea presión y estrés

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a todos. Es importante que los padres sepan que los niños también tienen esos miedos y
aprensiones, aunque quizá no los expresen o comenten. Los padres que vuelven a casarse
tendrán que definir claramente cuáles son las normas y expectativas para la nueva
familia, y cuáles son las funciones de los niños y de los adultos. Siempre que sea posible,
los padres tendrán que llegar a un acuerdo sobre aspectos básicos como son la disciplina,
las libertades y las responsabilidades. ¿Conseguirá la nueva familia todas estas tareas?
La respuesta determinará en gran medida que los miembros de la familia se lleven bien,
que sepan superar las diferencias y los problemas que surjan entre ellos y que tengan
éxito en la creación de un hogar feliz.
Cuando los padres casados en segundas nupcias no establecen desde el principio las
expectativas, objetivos, y funciones de la nueva familia, lo más probable es que surjan
conflictos y las esperanzas positivas acaben desapareciendo. Las expectativas irreales o
no comentadas son un terreno minado que al final acabará explotando. El deseo de
encontrar instantáneamente el amor y la aceptación en la «nueva» familia, suele surgir
demasiado pronto. Construir una nueva familia es algo que requiere tiempo y paciencia
por parte de todos. Desarrollar confianza, expectativas compartidas y estabilidad es algo
que también requiere tiempo. El afecto no puede ser impuesto ni exigido, y lo mismo
ocurre con la confianza y la intimidad. No existe la receta instantánea para el amor.

Empezar de nuevo
El primer y más importante paso para construir confianza es la aceptación. La gente
coincidirá unas veces y otras no, pero lo más importante es que encuentre un terreno
común en el que todos puedan vivir. Cada una de las dos familias lleva consigo
diferentes expectativas, aficiones, hábitos y tradiciones. No es una cuestión de ser mejor
o peor familia, ni de hacer lo correcto o lo incorrecto. Una familia puede estar
acostumbrada a celebrar mucho el Día del Trabajo, otra el día de Navidad. La
importancia de celebrar una u otra ocasión es discutible. Encontrar la manera de aceptar,
acomodarse y apreciar las diferencias da una sensación de comunidad y de valores
compartidos. La sensación de «nosotros» no viene de ganar una competición, sino de
cooperar en una tarea común.
Los padres son quienes tendrán que definir las expectativas y normas para la nueva
familia. Esta tarea debería empezar a realizarse ya desde el principio del compromiso,
antes de la boda. ¿Dónde vivirá la familia? ¿Cómo será distribuido el dinero? ¿Qué
libertades y responsabilidades son razonables para los niños? ¿Cómo se tratará la
disciplina? ¿Cómo educarán a los hijos? ¿Tendrán más hijos? ¿Cómo tratarán los padres
los conflictos con sus antiguos cónyuges? Todos estos problemas tendrían que ser
discutidos de manera abierta, sincera y honesta.

Definir la función de los padrastros o madrastras

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Una de las tareas de los padres es decidir qué papel jugará cada uno en la vida de los
hijos. Muchas veces el hijastro ayudará a definir ese rol, pero el adulto será quién defina
desde el principio la naturaleza de la relación. Algunos padres adoptan el enfoque
extremo de o bien intentar a toda costa forzar una relación íntima antes de que el niño
esté preparado para ello, o bien alejarse demasiado y parecer distante y desinteresado.
Ninguna de estas dos actitudes funcionará bien.
Los padrastros y madrastras podrán desempeñar diferentes roles. Cuando el nuevo
padre asuma el papel de «amigo» del hijo de su pareja, su función será la de darle apoyo
y cuidado adicional a ese hijastro. El niño ya tiene dos padres, y raramente querrá tener
un tercero. El «nuevo» padre tendrá que intentar ser menos amenazante para el niño, ya
que éste seguro que tiene miedo a que este nuevo adulto en su vida intente controlar las
cosas, o intente desplazar al padre biológico ausente. Ser amigos a la larga permitirá que
entre ellos se desarrolle confianza y respeto. De todas formas ser amigo de un niño no
quiere decir que tenga que tratarle como un igual o como un compañero. No olvide que
usted como adulto tiene una autoridad que tiene que ser respetada.
Cuando el padrastro/madrastra actúa de confidente. Este rol consiste en
convertirse en un asesor o consejero para el hijastro. Esto es especialmente útil si el
hijastro es ya un adolescente. Los padrastros de hijos muy pequeños tendrán que hacer el
papel de ser «otra figura de padre», sobre todo si el niño no tiene contacto regular con
uno de los padres biológicos. Incluso en este caso, el padrastro/madrastra debería
recordar siempre que es un padre adicional al padre biológico, y no un sustituto de él. No
es sano para el niño ni para el padrastro intentar que el niño deje de querer o pierda
confianza en su padre biológico. Un padrastro/madrastra que asume el papel de mentor
realiza una función educativa y de apoyo, convirtiéndose en una persona especial en la
vida del niño con la que comparte su sabiduría, conocimientos y consejos. Cualquier
adulto puede llegar a ser mentor de una persona joven ayudándole a prepararse para la
vida adulta, y los padrastros que desarrollan una relación íntima con sus hijastros asumen
este rol. Los padrastros que asumen el papel de modelo que imitar enseñan con su
ejemplo. Los niños copian los comportamientos de sus padres y de otros adultos, y los
padrastros ocupan un lugar importante en este tipo de aprendizaje social. Por supuesto, el
que elige ser un modelo que imitar tiene que ser consciente del ejemplo que está dando a
los niños, ya que éstos copiarán tanto lo positivo como lo negativo.

La importancia de la disciplina consistente


Uno de los problemas fundamentales con los que se pueden encontrar los padres que
vuelven a casarse es no estar de acuerdo en cómo disciplinar a los niños. Si ambos
padres llegan al matrimonio con hijos propios de un matrimonio anterior, cada uno
tendrá su propia historia de cómo los ha educado. Uno podrá ser muy estricto y tener
unas normas muy bien definidas e impuestas. El otro podrá ser mucho más laxo y
tolerante, y utilizar la discusión con sus hijos. Tanto un enfoque como otro podrá

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funcionar para un padre o para un hijo en particular. Pero, cuando las familias se unen, el
choque de estilos podrá crear confusión y conflicto a no ser que los padres desarrollen
cierta consistencia en sus estilos disciplinarios.
El principio de la nueva convivencia. Al principio de una nueva relación puede
ocurrir que los hijos no tengan todavía un vínculo suficientemente íntimo con el
padrastro como para crear una familia de forma instantánea, y por tanto no respeten su
autoridad. Es frecuente que los niños cuyos padres han vuelto a casarse pongan a prueba
al recién llegado y no le obedezcan. Si esto ocurre, los padres tendrán que dejar bien
claro cuáles son los papeles de los padres y de los hijos, y respaldarse el uno al otro
cuando se trate de imponer disciplina.
Al principio de un nuevo matrimonio, antes de que se haya formado un vínculo
íntimo entre los hijos y el padrastro o madrastra, muchos padres encuentran útil
disciplinar únicamente a sus propios hijos; en el caso de que un padre esté fuera de casa,
el padre que está presente tiene autoridad para disciplinar a todos los niños. Pero con el
tiempo, los padres tendrán que desarrollar algunas expectativas compartidas y un
enfoque consistente de disciplina. Cuando los niños vean que los padres tienen una
relación basada en la cooperación y la comprensión, tendrán más respeto por las normas
y aceptarán la disciplina de ambos.

Cuando las cosas funcionan


Ser padrastro o madrastra comporta una serie de problemas, pero también tiene sus
compensaciones. Puede ser tremendamente gratificante para la nueva familia crear
nuevas esperanzas, superar los temores, construir confianza, resolver las diferencias,
aprender la aceptación y desarrollar relaciones afectuosas. Crear un ambiente familiar
sano empieza por los padres, ya que ellos son quienes dan el tono y definen los objetivos
para todos los miembros de la familia. Los padres tienen que comunicarse entre sí
primero de todo, y después con los niños, de manera directa y honesta. La confianza
requiere honestidad e intimidad. Los sentimientos tienen que ser expresados, tanto los
positivos como los negativos. Los problemas, discutidos abierta y directamente. Los
problemas que dejen de comentarse empeorarán, con el riesgo añadido de que lleguen a
hacerse incontrolables. Aunque los padres den el tono, la responsabilidad de hacer que
funcione la unión de las dos familias es compartida por todos los miembros; la alegría de
ver que funciona también lo será.

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Nuestros miedos, sus necesidades

La etapa entre los trece y los dieciocho años suele ser la más volátil y estresante tanto
para los padres como para los hijos. Es un tiempo de contradicciones y conflictos para
todos. El adolescente pasa por un período de rápidos cambios físicos y psicológicos. Las
relaciones familiares llegan al límite de la ruptura, y a veces lo sobrepasan. Saber cómo
enfrentarse a este proceso de madurez y búsqueda de independencia e identidad de su
hijo es la clave para controlar los problemas de esta etapa de juventud.

NO CONFUNDA LA INDEPENDENCIA DE LOS JÓVENES CON LA


REBELDÍA
Para los jóvenes, la adolescencia es un período de grandes esperanzas. Es también un
período de gran confusión e inseguridad y de búsqueda de la propia identidad. Las
preguntas del tipo «¿quién soy yo?» juegan un importante papel en la manera de pensar,
sentir y comportarse de los jóvenes. Para los padres es también un período de prueba.
Queremos que crezcan, pero al mismo tiempo nos da miedo perderlos. Hay momentos en
que los padres tendrán que ejercer su autoridad y otros en los que será mejor retirarse y
dejarlo estar. Éste es un proceso de tira y afloja muy complicado que cambia según el
momento y las circunstancias y no tiene unas normas fijas. No existe la receta para saber
cuánta libertad conceder a un adolescente y cuándo dejarle que decida él mismo. Muchas
de estas decisiones dependerán del joven, de su nivel de madurez y de las circunstancias
externas. El problema para el padre será saber cuándo retirarse y cómo hacerlo.

Cambios, cambios por todas partes


Las expectativas cambian cuando los niños entran en la adolescencia. Muchas de las
normas que funcionaban dejan de tener valor. Las formas antiguas de disciplina ya no
funcionan tan bien como antes. Para los padres, sus juguetones y cariñosos hijos parecen
haberse transformado en jóvenes rebeldes, egoístas y desagradecidos. «¡Por qué no
creces de una vez!», se quejan los padres. Para los jóvenes, sus padres parecen haberse
transformado en guardianes preocupados demasiado estrictos que intentan controlar todo
lo que ellos hacen. «¡Tú no me comprendes!», gritan los jóvenes. En realidad ambos

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tienen parte de razón. Estas percepciones aparentemente contradictorias son un tanto
exageradas, pero muchas veces son la única realidad que ven los padres y los jóvenes. Es
también verdad que todos y cada uno de nosotros actuamos según nuestras percepciones,
según la realidad que percibimos. Si vemos al otro como «un enemigo» que nunca nos
comprende ni se preocupa por nosotros, acabaremos peleándonos con él y todos
saldremos perdiendo.

Los jóvenes son de Camelot, los padres son los malos de la película
El psicólogo Thomas Phelan apunta que los padres y los jóvenes no sólo parecen
diferentes, sino que de alguna manera son diferentes. Primero, los jóvenes están llenos
de ilusiones, de sueños, y su percepción de la vida está sobre todo modelada por esos
sueños. Ven el futuro como algo excitante, con todas las decisiones que van a tener que
tomar sobre la carrera, la profesión, el coche, los lugares que visitar... Los padres por
otro lado están más concentrados en el aquí y el ahora, tratando los problemas
inmediatos y las realidades mundanas de la vida. Hay facturas que pagar, trabajos que
realizar y tareas domésticas que nunca se acaban. La crisis de los cuarenta de los padres
suele coincidir con este período de adolescencia de sus hijos, y sus sueños ya no serán
vistos con tanta esperanza como antes, sino con cierta desilusión por aquellos que nunca
llegaron a realizarse. Los jóvenes ven sus sueños y encuentran optimismo e inspiración.
Los padres ven el mundo con aburrimiento y cinismo. Ninguno de los dos tiene razón,
ninguno de los dos está equivocado. Es simplemente que el padre y el joven ven la vida
desde los dos extremos opuestos del telescopio.

Dar rienda suelta sin romper del todo


Segundo, mientras que la tarea más importante de los jóvenes en esta etapa de
desarrollo es desarrollar su independencia y romper con los padres, la tarea más
importante de los padres es aprender a dar rienda suelta a los niños que han estado
criando desde el nacimiento. Este proceso provocará inevitablemente un tira y afloja
porque raramente, o mejor dicho nunca, los padres y los jóvenes estarán en perfecta
sincronía.
Por una cuestión de orgullo y de salud psicológica, el joven tiene que sentir que está
creciendo y se está convirtiendo en un individuo único. A veces afirmará esta sensación
emergente de independencia de unas maneras que exasperarán a los pobres y
desgraciados padres que ven cómo su hijo desafía sus normas y su autoridad. Algunas
elecciones que hacen los jóvenes son relativamente inofensivas, por ejemplo la ropa que
llevan y el tipo de música que escuchan. Otras son potencialmente perjudiciales e incluso
peligrosas, como por ejemplo el abuso del alcohol y las drogas, o conducir un coche
irresponsablemente. El padre listo sabe, o aprende, a elegir sus batallas. De lo contrario,
todo será una batalla.

164
Por qué su mejor amiga sabe más que usted
Tercero, mientras que los padres siguen invirtiendo y preocupándose sobre todo por
sus hijos, los jóvenes invierten y se fijan sobre todo en sus amigos. El joven que «ya casi
nunca está en casa» está haciendo algo normal en nuestra cultura. No es que rechace a su
familia, sino que está buscando su sentido de identidad e independencia fuera de ella.
El grupo de amigos. Sus amigos se convierten en su punto de referencia para formar
su modo de pensar y de comportarse. Los jóvenes comparten con sus amigos la manera
de vestirse, la música, la manera de hablar o de peinarse, cosas que diferencian a cada
una de las generaciones. Los padres están excluidos de este proceso por edad y
generación y será un padre loco el que intente copiar la manera de vestir o de
comportarse de los jóvenes. El padre listo es el que conoce este proceso, se da cuenta de
él, e incluso se burla de él, pero no se lo toma como un rechazo personal. Un padre no
debería nunca acusar, criticar o rechazar a un hijo porque éste preste más atención a los
intereses y valores que comparte con sus amigos.
El padre que no aprende a dar rienda a su hijo adolescente para que éste crezca, estará
creando sin duda una situación de conflictos y batallas interminables. La siguiente
historia sobre Jorge y sus padres ilustra con qué facilidad surgen los conflictos cuando
los padres y los jóvenes son facciones opuestas.

JORGE Y SUS PADRES


Jorge tenía diecisiete años y estaba acostumbrado a pelearse con sus padres por
prácticamente cualquier cosa que les pidiera. Nunca estaba en casa, salvo a las horas de
comer y de dormir. Nunca hablaba con sus padres a no ser que fuera para pedirles algo.
Sus padres no aprobaban a sus amigos, pero por supuesto Jorge los defendía a capa y
espada. Llevaba siempre unos vaqueros anchos y caídos, y un pendiente en la oreja.
Salía por la noche una vez por semana y siempre se quejaba de que sus padres no le
dejaran salir más. Había empezado a hacer campana en el colegio, cosa que antes no
había hecho nunca. Sus padres empezaron a sospechar que bebía cerveza de vez en
cuando con sus amigos, cosa que por supuesto él negaba. Sus padres conocían bien los
peligros del alcohol y de las drogas, y se los habían explicado a Jorge. ¿Qué ejemplo
estaba dando a su hermano pequeño? De vez en cuando, sus padres le sorprendían
alguna mentira, lo cual evidentemente también les hizo enfadar. ¿Cómo iban a confiar en
él? ¿Acaso no se daba cuenta de lo que les estaba haciendo? ¿No le importaba?
Jorge estaba cada vez más enfadado porque con dieciocho años y ocho meses todavía
no tenía el carné de conducir. Sus padres consideraban que su comportamiento era
demasiado inmaduro e irresponsable para obtenerlo. Además, querían que ganara
suficiente dinero para pagarse él el seguro y la gasolina cuando empezara a conducir.
Para sus padres Jorge era un inmaduro y un desagradecido. Para Jorge sus padres eran
injustos y controladores. La familia estaba en guerra.

165
Cuando la frustración se desborda
«Es incontrolable», dijo el padre de Jorge con voz de enfadado y deprimido. Se
enrojeció mientras describía el último incidente que demostraba lo irresponsable y poco
respetuoso que se había vuelto su hijo. Jorge había aceptado un trabajo por tres meses en
el bar de una bolera y estaba realizando un buen trabajo en todos los sentidos. De repente
decidió probar un nuevo corte de pelo, más largo el lado derecho que el izquierdo. Y lo
peor: se lo tiñó todo de verde bosque.
Jorge no habló en ningún momento con sus padres de cortarse el pelo, por supuesto.
Sus amigos opinaron que sería fantástico y algunos incluso también lo hicieron. Verde,
naranja y violeta fueron los colores preferidos. Su hermano pequeño se rió cuando le vio.
Al escuchar los gritos de su padre inmediatamente se dio cuenta de que no era para nada
divertido.
Los padres de Jorge no estaban contentos con el cambio de aspecto de su hijo.
Además podía haberles pedido su opinión antes de hacerlo. Después de todo, ellos
seguían siendo sus padres y él vivía bajo su mismo techo. Después siguió toda una serie
de comentarios sobre la falta de respeto y de comunicación, sin mencionar el buen gusto.
«¡Es mi pelo, no el vuestro!», gritó Jorge. «¡Hago lo que quiero con él!»
No había ninguna duda de que era su pelo, pero la cuestión de su libertad para
«estropearlo» fue contestada con pasión por su padre. La madre de Jorge intentó
calmarles pero se sintió obligada a apoyar a su marido y tampoco estaba contenta con el
cambio radical que Jorge había hecho en su pelo. El padre de Jorge todavía se enojó más
cuando a Jorge le echaron del trabajo. El encargado del bar consideró que el aspecto de
Jorge no era aceptable para ese puesto. El argumento de la familia sobre el pelo de Jorge
duró y duró, haciéndose cada vez más personal.
«¿Cómo quieres que alguien te contrate con esta pinta?», gritó su padre. «¿Acaso no
pensaste antes de hacerte este corte que parecerías un payaso de circo?»
«¡Lo único que te interesa a ti es el dinero!», respondió tajante Jorge.

El problema verdadero
Una discusión entre Jorge y sus padres demostró que el dinero no era ningún
problema. A Jorge le dolía que siempre fuera tratado como «el chico malo» de la familia.
¿Por qué sus padres no confiaban en él? Todos sus amigos tenían ya el carné de
conducir. Él no había cometido ningún crimen, nunca había sido arrestado, no consumía
drogas, y aprobaba todas las asignaturas. ¿Por qué le trataban como si fuera un criminal?
«¡Vuestro objetivo en la vida es controlarme!», decía a sus padres. Bien, iba a
demostrarles quién iba a ser controlado.
Los padres sabían que la acusación de Jorge no era cierta. Estaban preocupados por su
seguridad y su futuro, y lo único que querían era convertirle en un chico responsable. La

166
parte que no estaba siendo comunicada abiertamente era la herida emocional que sentían
porque Jorge se hubiera apartado del resto de la familia. Hacía dos años que había
adoptado una actitud distante y enojada con ellos. ¿Acaso eran tan malos padres? Sólo
estaban intentando hacer lo mejor para él, y para toda la familia.

Encontrar el terreno común


La batalla real entre Jorge y sus padres no era por culpa de la responsabilidad, el
respeto o el pelo verde. Al empezar a mirar los problemas desde el punto de vista de la
otra persona, se hizo evidente que los principales problemas eran la independencia, la
libertad y la confianza. Los padres de Jorge no le concedían suficiente espacio para que
pudiera afirmar su independencia. Aún peor, consideraban su rebeldía como una señal de
rechazo y falta de cuidado por su parte, lo cual añadía aún más dolor al enfado y la
preocupación. La lucha de poder era cada vez mayor y los padres algunas veces
reaccionaban exageradamente. No había nada en la historia de Jorge que sugiriera que él
estaba menos capacitado que sus compañeros para tener carné de conducir y para asumir
esa responsabilidad.
Por su parte, Jorge había reaccionado en exceso a las restricciones que le habían
impuesto sus padres. Había empezado a afirmar su independencia haciendo cosas
perjudiciales, como incumplir los horarios de llegada o hacer campana en el colegio. No
podía pedir a sus padres que confiaran en él y le concedieran más libertad si cometía
estas infracciones. Las batallas familiares se redujeron mucho cuando Jorge y sus padres
dejaron de culparse mutuamente y empezaron a cooperar. Jorge empezó a cumplir con
sus tareas domésticas, no dejaba de asistir a clase y no bebía alcohol. A cambio se le
permitió sacarse el permiso de conducir y utilizar el coche dos días por semana.
Consiguió un trabajo a media jornada en el que al empleador no le importaba el color de
su pelo, y así contribuía al pago del seguro del coche. Su peinado, su vestimenta y su
música dejaron de ser un problema. Tenía que ordenar su habitación una vez por semana.
Jorge empezó a pasar más tiempo en casa y a jugar con su hermano. Aunque seguía
pasando mucho tiempo con sus amigos no olvidaba a su familia y no dejaba de participar
en las salidas familiares. Todos estuvieron muy contentos de haberle recuperado y él
también de ser un miembro «aceptado» de la familia.
Los jóvenes necesitan independencia de la misma manera que los peces necesitan
el agua. Los jóvenes, además, intentarán como sea demostrar esa necesidad. El padre
que no reconozca esta necesidad y luche contra este proceso natural acabará con peleas
innecesarias y destructivas, y haciendo de esa etapa de la adolescencia un período
todavía más estresante de lo que es. Las necesidades cambian, las reglas cambian, y los
comportamientos tienen que cambiar, tanto por parte de los padres como de los hijos.
Déjele espacio para crecer y autoexpresarse. Usted podrá seguir teniendo el mando
aunque no gobierne con mano de hierro. Permita que su hijo se muestre rebelde en
aquellas áreas que no sean peligrosas. ¿Es importante realmente que su habitación esté

167
ordenada? ¿Vale la pena luchar por ello durante cuatro o cinco años? ¿Cómo se sentiría
usted si alguien le dijera cómo tiene que peinarse? Elija sus batallas con cuidado.

La necesidad mutua
No se sorprenda cuando descubra que su rebelde adolescente lo que en realidad quiere
es llevarse bien con usted. Los jóvenes necesitan demostrar su independencia, pero
también necesitan su amor, su aceptación y disciplina. Puede ser difícil determinar
cuánta libertad y responsabilidad puede asumir su hijo adolescente, y quizá necesite
aprenderlo mediante el ensayo y el error. La clave está en mantener cierta flexibilidad,
estar preparado para negociar algunos puntos por los que no vale la pena batallar, y
admitir que no siempre tiene razón. El idealismo de la juventud exige y respeta la
justicia, no la rendición de los padres y otras personas de autoridad. La flexibilidad, la
justicia, y la consideración por las necesidades de los demás son una buena lección tanto
para jóvenes como para adultos.
El padre que sigue siendo un dictador. El padre que impone unas reglas firmes y
disciplina a sus hijos y éstos le obedecen y respetan, seguramente se dé cuenta, cuando
estos hijos lleguen a la adolescencia, de que lo que antes funcionaba perfectamente ahora
ha dejado de funcionar. Es algo desconcertante para cualquier padre descubrir que su
manera de ejercer de padre es similar a los métodos que empleaban los líderes nazis.
¿Quién, yo? Preguntarán sorprendidos. ¿Cuándo he sido malo? La respuesta es que usted
no es malo. Y el joven de pelo verde que solía jugar al Lego tampoco lo es. Si usted es
capaz de anticipar, reconocer y aceptar los cambios en el comportamiento de su hijo que
provocará la adolescencia, se evitará muchos disgustos.

168
169
23
La libertad, la responsabilidad y los
derechos: encontrar el equilibrio
«Dices que quieres más libertad,
y no me parece mal,
siempre que me demuestres que sabes asumir
responsabilidad»
CANCIÓN RAP ESCRITA POR UN PADRE A SU HIJA DE DOCE AÑOS

¿Cuánta libertad puede asumir un niño? ¿Qué clase de responsabilidad se debería


esperar de ellos? Las respuestas a estas preguntas dependen en gran medida de la edad y
del nivel de desarrollo del niño, y también del niño como individuo. Unos son más
maduros que otros, otros requieren más supervisión y atención. Un padre lo puede ver
claramente a través de su comportamiento. Incluso dentro de la misma familia, los niños
pueden ser muy diferentes por lo que a concederles libertad y responsabilidades se
refiere. Los padres inteligentes tomarán las decisiones según sean los comportamientos
de sus hijos.

NO LES CONCEDA MÁS LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD DE LA


QUE PUEDAN ASUMIR
Los niños son únicos. Han nacido con unas habilidades intelectuales y un
temperamento emocional que está «fuertemente instalado» en su cerebro. Muchos padres
pueden decir desde muy temprana edad si un niño será un hijo «fácil», es decir,
agradable, colaborador y positivo, o un hijo «difícil» es decir temperamental y
desafiante. La «naturaleza versus la educación», o la biología versus el aprendizaje, la
discusión sobre la personalidad y el comportamiento sólo pueden ser respondidos
diciendo «ambos». Empiece con el hijo único que tiene y después trabaje con el
comportamiento haciendo las adaptaciones necesarias según las etapas de desarrollo y
los eventos específicos que ocurran en la vida del niño y de la familia.

Las etapas del desarrollo


El niño desde que empieza a andar hasta los dos años más o menos, necesita libertad
para moverse de un lado a otro y explorar el mundo. Es en esta etapa cuando la casa
tiene que contar con todos los mecanismos de seguridad, porque hay pocas cosas que

170
este jovencito curioso y enérgico no vaya a probar. La responsabilidad que de él se
espera es que obedezca las restricciones referentes a su libertad y que comprenda el
significado de «no». El niño de esta edad no abre la puerta de la nevera, no toca las cosas
del horno, no pinta en la pared, ni se sube a una ventana por ejemplo. Las reglas deberían
ser mínimas pero impuestas consistentemente. La idea es evitarle peligros y al mismo
tiempo dejarle jugar libremente. Elegir una habitación u otra área de la casa en la que
hayan cosas para que él juegue, y permitirle jugar ahí sin tener que decirle mil veces
«no» suele ser una idea muy beneficiosa tanto para los padres como para los hijos.
Durante la «terrible etapa de los dos años», el niño empieza a desarrollar una mayor
sensación de ser independiente y a demostrarla más agresivamente. Una manera de
afirmar esa independencia es oponiéndose a todo lo que sus padres quieren. Es como si
el niño dijera, «Eh, miradme, yo también pienso». La responsabilidad del niño es
controlar la agresión para que ésta no se haga física o destructiva, aprender las técnicas
básicas que requieren un esfuerzo personal como son lavarse los dientes o vestirse, y
aprender a aceptar la autoridad paterna.
Entre los tres y seis años, el niño tendrá que aprender a controlar mejor sus impulsos
y a pensar antes de tomar una decisión. Mientras que el niño de dos años necesita
escuchar el «no» de sus padres ante un comportamiento irresponsable, el niño de cinco
años debería escucharlo de sí mismo. El niño también aprenderá a ser menos
dependiente emocionalmente de sus padres y a jugar más cooperativamente con sus
hermanos y compañeros. La comunicación pasa de ser únicamente física a ser sobre todo
verbal.
El niño responsable. El niño en edad escolar aprende las responsabilidades asociadas
con el seguimiento de las normas y la realización del trabajo. Las cosas ya no se le dan
automáticamente, sino que se las tiene que ganar. Tendrá que organizarse sus deberes,
memorizar palabras, hacer dibujos, y respetar a los padres y profesores. El niño por
formar parte de un grupo recibirá la influencia de amigos y padres. Entre los once y los
trece años, los niños empiezan a rebelarse contra el sistema de valores de la sociedad. Ya
no ven a sus padres como esas personas omnipotentes que todo lo saben. De hecho
pueden llegar a ser bastante desagradables y crueles con ellos. Recuerde que esto forma
parte del proceso de abandonar su identidad de la infancia y reemplazarla por algo que es
mucho más consistente. Los niños a esta edad tienen más responsabilidades y han de ser
cada vez más independientes con el trabajo escolar.
Los jóvenes rebeldes. Las actitudes rebeldes suelen intensificarse en la adolescencia.
Espere una gran cantidad de comportamientos imprevisibles impulsados por los cambios
hormonales y por el cambio de personalidad. Los cambios físicos les lleva a preocuparse
más por los asuntos sociales y por su propio cuerpo. Un niño podrá entrar en crisis por
considerarse demasiado bajo, demasiado gordo o demasiado delgado. La rebelión contra
los deseos, normas y preferencias de los padres es una manera de establecer qué no son.
Y lo que es más importante, ¡no son como ustedes, padres! No se lo tomen como algo
personal, sino como el trabajo continuado de una personalidad en construcción. El grupo

171
de amigos pasa a ser sumamente importante a esta edad. La atención que prestan a sus
amigos es algo normal en esta etapa del desarrollo y no debería ser interpretada como un
rechazo a la familia o a los padres. Los adolescentes más mayores necesitan desarrollar
su propio estilo. No es un mensaje de rechazo «a la cara» sino una decisión que han
tomado para definir «quién soy».

Enseñar responsabilidades
Todos queremos que nuestros hijos sean responsables. La responsabilidad es una
cualidad asociada a casi cualquier rasgo o respuesta positiva o deseada en la que
podamos pensar: tener éxito, ser formal, estar seguro, ser una persona de reacciones
previsibles, ser simpático, todo ello requiere un grado de responsabilidad. La persona
«irresponsable» seguramente no conseguirá un alto nivel de éxito ni se ganará la
aceptación y buena voluntad de los demás. La responsabilidad no es algo con lo que
nacemos. El lamento tan conocido de los padres de que «mi hijo es un irresponsable» es
bien cierto. Los niños por naturaleza son espontáneos, egoístas y están interesados en la
gratificación inmediata más que en trabajar para objetivos a largo plazo. Por definición,
todo ello les hace ser «irresponsables», pero es algo normal en ellos.
El doctor Haim Ginott opina que la responsabilidad evoluciona con el tiempo
conforme el niño madura: «La responsabilidad, igual que tocar el piano, se va
adquiriendo poco a poco a través de los años. Requiere practicar diariamente la toma de
decisiones sobre asuntos adecuados a la edad y comprensión del niño». Para que la
responsabilidad pueda desarrollarse hay que aprender una serie de actitudes y
comportamientos complejos. Adquirir una serie de creencias, expectativas y actitudes
sobre sí mismos y sobre cómo quieren comportarse. A continuación vendrá el aprender
esos comportamientos que les hacen actuar de manera productiva, consistente y
«responsable» y repetirlos una y otra vez hasta que estén bien arraigados en sus hábitos y
rutinas. Todo ello lo conseguirán si les enseñamos a actuar frente a los desafíos de la
vida. Todo ello requiere paciencia y repetir las lecciones.
Hay dos maneras importantes de enseñar la responsabilidad a los niños. La
primera es permitiéndoles que elijan entre varias opciones, de esta manera aprenderán a
distinguir lo que les es útil de lo que no, lo que produce resultados de lo que no, y lo que
les gusta y lo que no les gusta. El segundo método importante para enseñar la
responsabilidad es dando ejemplo con nuestro comportamiento. Cuando un niño tiene
que tomar una decisión sobre un comportamiento lo que seguramente se preguntará no
es «¿qué me dijo mamá o papá sobre ello?», sino «¿en esta situación qué haría mamá o
papá?». La pregunta no necesita ser expresada verbalmente: el niño imitará el
comportamiento que haya observado anteriormente en sus padres. El efecto de dar
ejemplo es tan poderoso que el niño imitará el comportamiento de sus padres o de
cualquier otro modelo, incluso al cabo de meses de haberlo observado. ¿Es por
casualidad que los padres que se comportan responsablemente suelen tener hijos

172
responsables? Lo contrario también es cierto.

La hora de acostarse, las salidas nocturnas, los animales domésticos, las


pagas y los coches
La hora de acostarse: Debería determinarse una hora y seguirla siempre que sea
posible. Los niños mayores pedirán a veces acostarse más tarde. Sus hermanos pequeños
se quejarán, pero acabarán comprendiéndolo.
Las salidas nocturnas: Los horarios de regreso a casa deberían determinarlos los
padres. La libertad que se le puede dar a un niño dependerá de su nivel de
responsabilidad. Algunos son más responsables que otros y pueden tener más libertad.
Para un adolescente las salidas en verano deberían estar más permitidas que durante el
curso escolar. También las salidas de los viernes y sábados deberían estar permitidas
para los adolescentes responsables. Si no se respeta el horario de llegada a casa, la
libertad quedará restringida por un período de tiempo. El doctor Thomas Phelan
recomienda dejar al niño un margen de quince minutos. Después de esos quince minutos,
el chico deberá «devolver» ese tiempo regresando a casa antes la próxima vez que salga.
Si pasan cuarenta y cinco minutos, el adolescente pagará el doble del tiempo. Si el
retraso es de tres horas o más, será castigado una semana.
A los niños les encantan los animales domésticos: Sean peces, periquitos,
serpientes, perritos, o gatos, a los niños les encantan los animales domésticos. El
problema es que muchos niños, especialmente los más pequeños, no son capaces de
cuidarlos. El resultado es que el padre o la madre acabará haciéndose cargo del animal.
Sabiendo esto, está bien dejar que el niño tenga un animal en casa.
Las pagas: Dar a los niños una cantidad mensual o semanal les permite tener algo de
dinero de bolsillo y aprender a administrárselo. Dándoles libertad y elección en esta área,
los niños aprenden a administrarse el dinero responsablemente y se dan cuenta de lo
«rápidamente que se va el dinero». Es importante por eso que tenga en cuenta que la
paga no es un premio por cumplir con sus obligaciones domésticas, o por portarse bien.
Se le da al niño por formar parte de la familia. Las amenazas como «te quedarás sin
paga» por portarse mal estropean del todo su propósito. Para castigar un mal
comportamiento debería utilizar otras consecuencias como por ejemplo restringir su
libertad o sus privilegios.
Los privilegios de coche: Pocas cosas tienden a provocar tantos enfados entre padres
e hijos como el tema del coche. Las normas y expectativas acerca de estos privilegios
deberían dejarse bien claras y después seguirse a raja tabla. ¿Cuándo podrá el
adolescente utilizar el coche, y para qué? ¿Tendrá que pagarse la gasolina? ¿Y el seguro?
Muchos adolescentes comparten el gasto de la gasolina, y pagan la mitad del seguro,
especialmente si los padres tienen pocos recursos. Algunos jóvenes son capaces de
ahorrar suficientemente para comprarse un coche. ¿Quién dicta las normas en estos
casos? Los padres son los que lo hacen mientras el chico viva en casa. El joven que es

173
suficientemente responsable como para conseguir comprarse un coche, lo debería ser
también para conducir responsablemente.

Para los niños nada está del todo bien


Seamos realistas, hoy en día los padres estamos demasiado ocupados. Nuestros
trabajos nos exigen mucho, el tráfico es espantoso, tenemos que preparar la declaración
de la renta y volvemos a tener goteras en casa. Si su ritmo de vida es frenético y se ha
vuelto a olvidar del partido de baloncesto de su hijo, lo más probable es que se sienta
tremendamente culpable. Sabe que a su hijo le encanta ese coche rojo descapotable de
juguete que hace tres semanas que le viene pidiendo. ¿Qué hace usted? Va a la tienda de
juguetes más cercana.
¿Remordimiento de padres? Quizá sí, pero también la influencia de una cultura
materialista en la que para ser felices tenemos que tener la última novedad. Queremos
que nuestros hijos sean felices y sabemos lo que quieren porque nos lo han dicho
ilusionados. ¿Alguna vez los niños han tenido tantas cosas como tienen ahora? Uno tiene
la impresión de que un niño no puede ser feliz sin la última novedad en videojuegos, sin
los patines en línea, o sin la bicicleta en el garaje.
Es evidente que los niños de hoy día tienen más cosas que nunca. Por supuesto no es
su culpa: los niños siempre son niños, y quieren lo que quieren porque su amigo lo tiene,
o porque lo han visto en la televisión. Es tarea de los padres poner límites, y no esperar
que sean los niños quienes los pongan. Lo que muchos padres se están preguntando es
¿no será que les estamos dando demasiado? ¿Qué es «demasiado», y cuáles son los
efectos de toda esta generosidad?
Muchos padres tienen la incómoda sensación de estar educando a una generación de
niños aburridos y sin entusiasmo por culpa de tenerlo todo. Cuando las cosas nos vienen
demasiado fáciles, sin tener que ganárnoslas o esforzarnos por ellas, pierden valor. ¿Qué
efecto produce en la ética de trabajo de una persona el que sus padres indulgentes le den
demasiados bienes materiales y privilegios, a veces incluso antes de que éstos se los
pidan? Si me dan todo lo que quiero, ¿qué sentido tiene esforzarme para conseguir mis
objetivos?
La generosidad exagerada. La generosidad exagerada puede llegar a hacer creer al
niño que es su derecho recibir todo lo que pide. Si el niño llega a pensar esto dejará de
esforzarse por conseguir lo que quiere. Los niños, igual que los adultos, pueden llegar a
aburrirse cuando no tienen retos que conseguir, objetivos por los que luchar. Después de
un ordenador portátil a los doce años y del coche deportivo a los dieciocho, ¿qué será lo
siguiente? ¿Cuál será la próxima ilusión? Muchos padres ansiosos no quieren ni pensar
en estas respuestas. Para muchos niños la siguiente ilusión estará en las drogas de diseño,
en la bebida y en el sexo. Éstos son problemas muy serios que los padres deberían tener
en cuenta a la hora de decidir las libertades y responsabilidades que les darán a sus hijos
y, sobre todo, hablarlos con ellos.

174
175
24
Cómo tratar los temas serios: la bebida,
las drogas, el sexo y el sida
Por el mero hecho de ser humanos, los niños y los adolescentes (igual que sus padres)
se van a encontrar con problemas de vez en cuando. Tomarán decisiones equivocadas,
actuarán impulsivamente y se meterán en problemas de los que después se arrepentirán.
Algunos de estos problemas son poco importantes, por ejemplo ser castigado por
contestar mal a un profesor, o mentir por no haber hecho los deberes, y podrán ser
superados sin dejar marca alguna. Otros errores pueden causar problemas serios de
salud, económicos, formativos, o legales.

NO ESQUIVE LOS PROBLEMAS DIFÍCILES O PODRÁN


CONVERTIRSE EN GRANDES PROBLEMAS
A todos los padres nos preocupa que nuestros hijos tengan problemas con la droga o
el alcohol, que conduzcan imprudentemente, que contraigan alguna enfermedad de
transmisión sexual o que se queden embarazadas en el caso de las chicas. Los problemas
serios, los que pueden causar un auténtico daño en el adolescente y en la familia, suelen
tener que ver con el abuso de drogas o el comportamiento sexual irresponsable. Para
tratar estos problemas, primero de todo hay que hablar, planificar la actuación y su
resolución, y en muchos casos buscar la ayuda de un especialista. Ignorar estos
problemas puede llevar al desastre.

El alcohol y otras drogas


Hay muchas razones que explican por qué los adolescentes e incluso preadolescentes
consumen drogas. El alcohol y las drogas se pueden adquirir libremente y los jóvenes lo
pueden encontrar en las fiestas, en casa de sus amigos, e incluso en el colegio. Algunos
jóvenes están aburridos y toman drogas únicamente para divertirse; quieren «ver cómo
se sienten» y divertirse con sus compañeros. Otros lo hacen para olvidar problemas
emocionales o el miedo al fracaso, y empiezan a consumir sustancias ilegales para
«automedicarse» y anestesiarse a sí mismos a nivel emocional. Otros lo harán por culpa
de las influencias sociales y para ser como todos los demás, para los jóvenes la idea de
ser «diferente» a sus compañeros es una abominación. Para ser como ellos tienen que
fumar, beber alcohol o consumir otros tipos de drogas. A algunos adolescentes, el beber

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alcohol o consumir drogas les hace sentir maduros e independientes.
El alcohol es indudablemente la droga legal más extendida, pero hay otras sustancias
químicas que también son muy comunes y también causan serios problemas.
Normalmente éstas se consumen con alcohol. Cerca del 90 por ciento de los estudiantes
de secundaria bebe alcohol. La mitad de los que están en el último año del colegio ha
probado la marihuana. Un veinte por ciento abusa de las anfetaminas, las pastillas para
adelgazar, las pastillas de cafeína, y otras sustancias producidas ilegalmente como la
cristal metedrina. El quince por ciento ha probado la cocaína.

¿De dónde lo han aprendido?


Los padres deberían enterarse bien de los riesgos del abuso de sustancias y
explicárselos a sus hijos también. Vivimos en una cultura en la que los niños de doce
años ya empiezan a recibir la presión de sus amigos para que beban alcohol. La
educación sobre el abuso de sustancias no puede empezar demasiado pronto. Es
importante que los padres empiecen a hablar a sus hijos de los peligros de las drogas y
del alcohol a partir de los diez años. Nunca debería ser un tema tabú y tendría que ser
comentado con toda comodidad por parte de los padres.
Conocer los peligros del abuso de sustancias. Si usted no le habla a sus hijos de los
peligros de abusar de estas sustancias, sus hijos lo aprenderán de alguna otra persona. Si
no reciben unas normas, valores y expectativas sobre este tema de sus padres y de la
familia, los desarrollarán a partir de otras fuentes. O bien se exponen a las drogas
sabiendo a lo que se exponen, o bien lo harán con ingenuidad e inseguridad. ¿Qué quiere
que sepan sus hijos sobre las drogas, y cómo quiere que actúen frente a ellas? Enséñeles
estas cosas. Incluso los padres que piensan que «sus niños siempre serán niños» tendrían
que educarles sobre los peligros del abuso de las drogas y del alcohol. No piense que su
hijo está chapoteando en el charco lleno de fango cuando en realidad está atrapado hasta
la cintura en arenas movedizas.
El abuso de sustancias no sólo pone en peligro la salud de una persona, sino su vida
también. Las normas y límites sobre la bebida deberían ser definidos claramente y nunca
deberían sobrepasarse. En caso de que aparecieran problemas, éstos deberían ser tratados
inmediatamente. Muchos padres no toleran las bebidas alcohólicas o el consumo de
drogas antes de los dieciséis años. Muchos jóvenes prueban el alcohol hacia los trece o
catorce años. Hay padres que permiten a sus hijos beber una cerveza o una copa de vino
en casa, siempre que no tengan que conducir después. Cada padre debería determinar su
propio nivel de tolerancia y comodidad para este tipo de cosas, y establecer unas normas
según sean sus hijos.
Si el abuso de sustancias se convierte en un problema, lo mejor será acudir a un
especialista. A veces la ayuda de un consejero o de grupos de apoyo será suficiente,
mientras que otras veces será necesario un tratamiento en un hospital o en un centro de
rehabilitación. El niño o joven que esté en peligro no debería nunca opinar sobre este

177
tipo de tratamiento. Los padres tienen derecho a hospitalizar al niño si éste todavía no ha
cumplido los dieciocho años.
Las situaciones peligrosas. Es una situación peligrosa el que los padres nieguen que
hay un problema de abuso de drogas cuando sí lo hay. Éste no es el momento de
arrepentirse, ni de preocuparse por «qué dirán nuestros amigos», ni de echarse las culpas
por los problemas del niño, ni de intentar «rescatar» al niño salvándole de las
consecuencias de su comportamiento. Los padres que intenten proteger a sus hijos de los
problemas asociados al abuso de drogas se convertirán en facilitadores y empeorarán sin
querer el problema y ayudarán a perpetuarlo. Excusar al niño, mentir a los demás, hacer
el trabajo de los niños, y mantener en secreto el problema del abuso de drogas son todos
ellos ejemplos de comportamientos facilitadores que lo único que hacen es empeorar el
problema. En la siguiente historia, los padres bien intencionados y demasiado
misericordiosos de Jacobo nos muestran cómo negar la existencia de un problema con la
bebida puede afectar a la vida de un joven.

LA HISTORIA DE JACOBO
Cuando conocí a Jacobo tenía dieciocho años y acababa de tener su segundo
accidente de coche en tan sólo un año. Estaba a mitad de curso del último año de
colegio, era una de las estrellas del equipo de fútbol escolar, era amable y atractivo, y
todos le querían. Jacobo ahora era un estudiante medio aunque en primaria había llegado
a tener muy buenas notas. A los quince años sus padres le sorprendieron fumando
marihuana con unos amigos. Esto les llevó a una larga discusión y fue castigado sin salir
durante una semana. Fueron a hablar un par de veces con un psicólogo y después
consideraron que el problema ya estaba resuelto. Los padres de Jacobo tenían mucho
dinero y eran muy generosos con su hijo. Jacobo era un chico que sabía cómo conseguir
todo lo que quería.
Cuando cumplió los dieciocho años sus padres le regalaron un coche deportivo, lo
cual le hizo todavía más famoso entre sus compañeros. Iba a todas las fiestas con su
coche, se convirtió en una estrella, y cada vez bebía más y más. Al cabo de unos meses
de tener el coche, cuando volvía de una fiesta derrapó en una placa de hielo y chocó. Por
suerte llevaba el cinturón de seguridad. Sus padres descubrieron entonces los detalles
sobre la fiesta y que había estado bebiendo y se enfadaron mucho, pero acabaron
aceptándolo como algo propio de los jóvenes.
En esta ocasión los padres llevaron a Jacobo a un especialista en abuso de sustancias
quien les recomendó un grupo de apoyo. Jacobo fue a varias sesiones, pero como no le
gustaba el consejero dejó de ir. Sus padres estaban muy ocupados con sus trabajos y
tampoco asistían regularmente a las sesiones. Al cabo de un tiempo los padres vieron
que no había nada que indicara que Jacobo continuaba bebiendo. Sus notas mejoraron
notablemente y decidieron repararle el coche.
La verdad era que Jacobo había aprendido a ocultar el consumo de alcohol y de

178
marihuana a sus padres. Entonces acostumbraba a fumar marihuana y a beber alcohol
entre tres y cuatro veces por semana, normalmente en fiestas. Sus notas empezaron a
empeorar otra vez, pero no le importaba. Sabía que no iba a poder entrar en las mejores
universidades pero no le importaba, entraría en una de menos prestigio. No le importaba
su futuro, disfrutaba el presente. Sus padres estaban orgullosos de su popularidad y de
sus logros deportivos.
El segundo accidente ocurrió de camino al colegio. Aceleró cuando el semáforo se
puso en ámbar y otro coche que venía a toda prisa se estrelló contra él. Por suerte
ninguno de los dos conductores resultó herido de gravedad, pero los coches quedaron
para el desguace. Jacobo vino a verme por primera vez con un collarín. A pesar de todo,
estaba de buen humor y bromeaba sobre su mala suerte. Sus padres estaban más serios.
Llevaba muchos días llegando tarde al colegio, explicó su madre, y aceleró para llegar a
tiempo. Estaban preocupados por lo temerario que era su hijo conduciendo. También
estaban preocupados por su bajo rendimiento escolar.
La razón de que Jacobo estuviera llegando tarde ese día era que había salido hasta
tarde la noche anterior. Había ido a casa de un amigo a ver una película y se había
tomado «un par de cervezas». Conforme fue aclarándose la historia y el comportamiento
reciente de Jacobo, se hizo obvio que tanto sus padres como él negaban que existiera un
problema de abuso de drogas y alcohol. Se trataba de un chico joven que hasta los
catorce años había sido un estudiante ejemplar. El consumo de drogas había empezado a
esa edad y había ido empeorando desde entonces. Ahora ya consumía drogas y bebía
alcohol tres o cuatro veces por semana. Necesitaba una intervención más intensa que la
que había recibido antes para tratar este problema. Se le recomendó un programa en un
hospital que tenía muy buena reputación.
Jacobo rechazó esta opción considerándola totalmente innecesaria. Sus accidentes no
se habían producido por culpa del consumo de drogas sino por culpa de una placa de
hielo y por acelerar por no llegar tarde al colegio. Los padres sabían que su hijo tenía un
problema con el alcohol pero no le consideraban un «alcohólico». Dudaban entre seguir
o no el programa de rehabilitación en ese centro especializado porque sabían que esto se
reflejaría en el currículum del chico y dañaría su reputación en la comunidad (y también
la de los padres). ¿No bastaría con hacer unas cuantas sesiones como paciente externo
sin tener que ser ingresado? La respuesta era: NO.
Los padres de Jacobo decidieron ir a ver a otro especialista que fuera más flexible. El
tratamiento duró varias semanas, después se hizo esporádico y acabó cuando Jacobo se
fue a una universidad de otra ciudad. Me encontré con el padre de Jacobo al final del
primer semestre. Jacobo había estado bebiendo intensamente desde que empezó la
universidad, había dejado de ir a clase, y había vuelto a vivir con sus padres. Estaba
trabajando con su padre, también trabajaba con un experto en problemas de abuso de
drogas y asistía a un grupo de alcohólicos anónimos.
¿El programa que requería el internamiento del paciente hubiera sido mejor para
Jacobo? No se puede saber a ciencia cierta pero lo que sí sabemos es que sin un

179
tratamiento agresivo y efectivo el problema empeora cada vez más. Negar la existencia
de un problema lo empeorará.
Reducir el riesgo. La buena noticia sobre el abuso de drogas es que los padres
pueden reducir los factores de riesgo que hacen que los adolescentes consuman cada vez
más estas sustancias. Los estudios psicológicos demuestran que los jóvenes que
consumen sustancias frecuentemente tienden a tener mayores niveles de estrés, no son
capaces de soportar sus propios problemas, tienen dificultades académicas y tienen un
menor nivel de apoyo paterno. Los padres pueden reducir estos factores de riesgo
escuchando e intentando comprender a su hijo, apoyándole y ofreciéndole ayuda en sus
problemas académicos o de aprendizaje. Los niños pueden aprender a considerar
opciones, a pensar en las consecuencias a largo plazo de un comportamiento
determinado y a tomar decisiones responsables. Pueden también aprender a resistirse a
las ofertas de sus compañeros y no dejarse impresionar por la publicidad de las bebidas
alcohólicas y el tabaco.
Si el problema es el abuso de drogas, debería considerarse un tratamiento como parte
de la solución. Es importante encontrar a un profesional que tenga experiencia en el
campo de la dependencia de sustancias. Ningún padre debería abandonar o tirar la toalla
ante este tipo de problemas. Estos problemas son tratables, y normalmente cuanto antes
mejor. Por último, es imprescindible que los padres que tengan problemas de este tipo
ellos mismos busquen ayuda. Los sermones, las amenazas y las normas sobre el
consumo de drogas y alcohol perderán todo su valor si los padres son adictos.

El sexo, el sida y los embarazos no deseados


El antiguo consejo que daban los padres a los jóvenes solía ser «no tengas relaciones
sexuales hasta que te cases». En los últimos veinte o treinta años esto ha cambiado
mucho: «No tengas relaciones sexuales, pero en caso de que las tengas no te quedes
embarazada». Ahora el mensaje es algo así como «no tengas relaciones sexuales, pero si
las tienes toma precauciones, no contraigas el sida ni te quedes embarazada». Si esto
parece confuso para los padres, imagínese para un chico de catorce años. Los jóvenes
escuchan mensajes sobre la moralidad y la abstinencia por un lado, lo cual se traduce en
«no sexo»; otros mensajes se refieren a evitar los peligros, lo cual se traduce en «hazlo
seguro»; al mismo tiempo, todos estamos constantemente expuestos a mensajes e
imágenes sexuales en nuestra cultura popular y en los medios de comunicación, los
cuales llevan el mensaje implícito «sí al sexo». Si a esto añadimos los conductores
hormonales normales de la adolescencia y la presión de los compañeros obtendremos
una jungla de mensajes e influencias conflictivas y confusas.
Muchos niños descubren la sexualidad y empiezan a interesarse por ella entre los
ocho y doce años. Éste es un buen momento para hablar de los hechos y de los asuntos
relacionados con la sexualidad, aunque algunos padres prefieren tener estas
conversaciones antes de esa edad. Los adolescentes que alcanzan la pubertad no sólo son

180
muy curiosos sobre su desarrollo sexual, sino que muchas veces se muestran ansiosos
también. Se preguntan si están desarrollándose «normalmente», u (¡horror!) «demasiado
despacio». Tienen que saber que los cambios en la pubertad varían de una persona a otra,
y que cada uno se desarrolla a su propio ritmo. Los cambios físicos que ocurren al
comienzo de la pubertad tienen que ser aceptados como procesos naturales biológicos y
no burlarse de ellos ni menospreciarlos. Las chicas en particular necesitan más
comprensión y seguridad cuando empiezan a menstruar. Muchas tienen dolor y rampas
cuando empiezan a tener sus ciclos y tendrán que ser apoyadas por sus padres y por los
profesores durante los períodos de incomodidad física. Igual de importante es que
conozcan los cambios que se van a producir en su cuerpo y que no les tengan miedo.

Los valores y la familia


Los jóvenes han de tener información y conocimientos básicos sobre el embarazo, el
nacimiento de un hijo, los anticonceptivos y las enfermedades de transmisión sexual. Los
padres y profesores son los que tendrán que ofrecer este tipo de información. La
adolescencia es el momento oportuno para hablar de los valores, de la moralidad y de las
expectativas sobre el comportamiento sexual. Estos valores se comentan mejor entre
padres e hijos que en una clase de educación sexual en el colegio.
Los padres que creen que enseñar a los niños los métodos anticonceptivos quiere
decir transmitirles el mensaje de que «está bien tener relaciones sexuales» y por tanto
animarles a tenerlas, tendrían que saber que estos miedos son infundados. Estos padres,
además, deberían tener en cuenta que el precio que los hijos pagarán por su ignorancia
acerca de los métodos anticonceptivos podría ser el de sus vidas en el caso de que
contraigan el sida. ¿Cuántos padres están dispuestos de verdad a asumir este riesgo?
¿Cuántos adolescentes estarían dispuestos a asumir este riesgo? La respuesta razonable
es «ninguno». Fomentar la abstinencia sexual en la adolescencia es muy recomendable
por muchos motivos, pero no hay garantías de que los jóvenes sean suficientemente
responsables para practicarla. Incluso aunque la abstinencia hasta el matrimonio (o por
lo menos hasta la edad adulta) sea enseñada como un valor, saber de anticonceptivos y
hablar de los comportamientos responsables debería formar parte de la ecuación.
El sexo y los embarazos no deseados. La influencia de los compañeros y de las
imágenes de los medios de comunicación, así como las consecuencias de los embarazos
en chicas jóvenes, deberían ser temas de discusión abierta y realista. Un diálogo es
infinitamente más efectivo que un sermón de un adulto a un joven. Además de la
comunicación y de la información, los jóvenes necesitan la aceptación y el apoyo de la
familia y de los demás adultos de su vida. Los jóvenes que se sienten inseguros y poco
queridos tienen más posibilidades de dejarse influenciar por sus compañeros y empezar a
practicar el sexo. Aquí es donde la familia juega el papel sumamente importante de dar a
los hijos su aceptación y amor, y de modelar sus expectativas, valores y
comportamientos.

181
Pocas cosas pueden afectar tan profundamente a toda una vida, o a la vida de dos
personas (o tres) como un embarazo no deseado en la juventud. Normalmente los
embarazos son involuntarios, aunque en ocasiones son embarazos planificados. Por
mucho que a un adulto le cueste entenderlo, algunas chicas deciden quedarse
embarazadas y tener un hijo porque se sienten solas y quieren un hijo para que les haga
compañía. Tener un bebé no es por supuesto la mejor «solución» a su soledad.
Desarrollar relaciones cariñosas con sus compañeros y adultos podría ser una solución
mucho más práctica y responsable. Los niños no deberían tener niños, por razones
emocionales, económicas y por las responsabilidades físicas y prácticas que implica
educar a un hijo. Los embarazos de chicas jóvenes suelen causar problemas en ellas y en
sus bebés. Por esta razón, muchos jóvenes deciden dar a sus bebés en adopción o abortar.
¿Cuáles son las expectativas de los adolescentes sobre el tema de salir con alguien y
tener relaciones sexuales? La mayoría de los jóvenes menores de dieciséis años prefiere
salir con un grupo de amigos que con alguien como pareja. Muchos padres no dejan que
una hija suya menor de dieciséis años vaya con un chico en coche. Los límites deberían
ser establecidos en función del comportamiento sexual. Éste no es el momento de
fomentar estereotipos sexuales, de si los chicos son más activos y las chicas más
recatadas. Los comportamientos sexuales responsables raras veces tienen que ver con
estos estereotipos.

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183
25
Los padres y los hijos mayores: cuidarles
pero sin entrometerse
En cuanto un hijo nace, el padre asume su papel de padre para toda la vida. Una
relación entre padre e hijo evoluciona con el tiempo conforme van cambiando las
necesidades del niño y las responsabilidades de los padres. En las circunstancias
adecuadas, la relación seguirá siendo una relación sobre todo emocional e íntima. En
circunstancias «equivocadas», la relación será cada vez más difícil y tensa. En algunos
casos, por desgracia, la relación llegará a romperse. ¿Cuántos padres se hacen mayores
sintiéndose despreciados e ignorados por sus hijos adultos por los que tanto se han
desvivido? ¿Cuántos hijos adultos se mantienen distantes y no dejan de luchar por
mantener una sensación de independencia y libertad? La respuesta a ambas preguntas es
«demasiados».

NO IGNORE NI INTENTE CONTROLAR EL CRECIMIENTO DE SU


HIJO
Este capítulo va dirigido a los padres de hijos mayores y también a los hijos adultos
que algún día serán padres. Hemos llegado a un punto en este libro, igual que sucede en
la vida, en que padres e hijos se igualan por lo que a responsabilidades e influencia
mutua se refiere. Este capítulo no habla de cómo enseñar, guiar y ayudar sino de la
aceptación y el apoyo mutuos. Incluso estas áreas pueden ser problemáticas. Cuando la
ayuda o la enseñanza no sean bienvenidas y sean consideradas como un acto de
intrusión, empezarán a surgir los problemas.
Los retos a los que se enfrentan los padres de hijos ya mayores para mantener y
alimentar la relación con ellos son muchos. ¿Dónde está la línea divisoria entre hacer
demasiado poco o hacer mucho? ¿Dónde acaba el cuidado y empieza la intromisión? Al
mismo tiempo, los recursos para padres con hijos adultos son pocos. ¿Cuántos libros y
artículos se han escrito sobre cómo ser padres de hijos adolescentes? Las librerías están
repletas de ellos. Los padres que estén interesados podrán aprender todo lo que quieran
sobre las etapas del desarrollo de la infancia, los problemas con los que puede
enfrentarse o cómo tratar con ellos, y 1001 consejos sobre cómo ser un padre mejor.
Pero ¿qué me dicen de cómo solucionar los problemas con los hijos adultos? Continúe
leyendo: este capítulo le ofrecerá la solución.

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Lejos de la vista pero cerca del corazón
Una de las alegrías de ser padres es formar parte de las vidas diarias de nuestros hijos.
Les vemos crecer y madurar, les cambiamos los pañales, les sonamos cuando están
resfriados, compartimos su entusiasmo por aprender y descubrir, nos angustiamos por
sus problemas y dolores, y celebramos sus éxitos. Estamos ahí con ellos, continuamente
implicados en lo que ocurre en sus vidas. Todo esto cambia drásticamente cuando el hijo
crece y se va de casa para formar su propia familia o para independizarse. Las «cuerdas»
se cortan cuando el hijo asume sus propias responsabilidades, y el padre ya no tiene la
necesidad de guiar o influir más en la vida de su hijo.
Si las cuerdas no se rompen surgirán otro tipo de problemas que inevitablemente
afectarán tanto a los padres como a los hijos. Éstas serán situaciones en las que «la
intromisión» existe y con todas sus ramificaciones. Algunos padres desean mantener la
influencia en las vidas de sus hijos porque son excesivamente controladores, o porque no
pueden soportar la separación que implica la independencia. Algunas veces sin embargo
serán los propios hijos los que no quieran separarse de las faldas de sus padres porque
dependen totalmente de ellos y se sienten inseguros de poder vivir independientemente.
Ninguna de las dos situaciones es recomendable y si se dieran tendrían que ser tratadas
por un especialista.
Lo que está ocurriendo es que los padres se esfuerzan cada vez más por ser útiles y
ayudar a sus hijos pero al mismo tiempo cada vez saben menos de lo que sucede en la
vida del hijo y de sus necesidades. A veces estas necesidades son evidentes y los hijos
las expresan claramente a sus padres; por ejemplo, un hijo pide consejo sobre la compra
o el alquiler de una vivienda. En ocasiones, los problemas son demasiado personales y
los hijos los ocultan, en este caso suelen ser problemas relacionados con el abuso de
drogas o problemas de pareja o laborales. El padre notará enseguida que ocurre algo pero
conocerá poco acerca de la situación. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo ayudar a un hijo sin
que parezca una intromisión? Como dicen Betty Frain y Eileen Clegg: «Si lo que un
padre quiere es mantener relaciones sanas con sus hijos adultos tiene que tener mucha
creatividad, conocimiento de sí mismo y una paciencia de santo con la ambigüedad». ¿Y
creía usted que lo peor habría pasado después de la adolescencia?

El mito de los padres demasiado controladores, de las suegras


desagradables y de la diferencia generacional
Todos hemos escuchado chistes y bromas sobre las suegras. Ya sabe, esa chillona,
entrometida, criticona y controladora mujer que crió a su esposa y que ahora no le puede
soportar a usted. ¡Qué terribles e injustos son esos chistes! Pongamos por caso a mi
suegra. Yo tengo una suegra, que se llama Jacqueline, que es una de las personas más
amables y simpáticas que conozco. Es una persona encantadora, una magnífica cocinera,
un encanto con los niños, y una experta confidente para toda la familia. Ha educado

185
maravillosamente a todos sus hijos. La mayoría de los padres son como Jacqueline, no
son ogros controladores ni intrusos, sino gente bien intencionada y cariñosa. Mis padres,
Matei y Anuica, son así también, igual que mi suegro Dominick. ¿De dónde viene por
tanto esa idea de que las suegras son la peste y los padres no hacen más que controlar la
vida de sus hijos? Se cree que entre los padres y los hijos hay una diferencia
generacional y que es ésta la que no les permite comunicarse o llevarse bien. Esta
explicación tampoco tiene demasiado sentido, o aún peor, tiene un sentido nocivo. Crea
una base para el conflicto, el resentimiento y la hostilidad.
La verdad es que muchos padres continúan cuidando y preocupándose por sus hijos
sea cual sea su edad, estén o no independizados. El cuidado y la atención no se tiene que
confundir con el control y la intromisión. Lo triste es que muchos padres tienen miedo a
mostrar esa preocupación por sus hijos, o a hacerles preguntas normales sobre sus hijos y
sus familias, sin ser vistos como intrusos. Los padres se muestran cada vez más
reticentes a hacer preguntas, y los hijos cada vez más defensivos cuando se les pregunta
algo. Por no ser entrometidos, muchos padres deciden ignorar incluso los problemas
serios que ven en sus hijos o nietos. ¿Es esta manera de comportarse para un adulto? Los
libros más populares de autoayuda discuten los problemas de los «padres tóxicos» y de
las «familias tóxicas». Si escucha los programas que tratan estos temas en la radio o la
televisión le parecerá que todos hemos crecido en «familias disfuncionales». Los
estereotipos culturales se convierten en profecías que su propia naturaleza contribuye a
cumplirse, para pérdida de todos. Perdemos la sabiduría de nuestros padres, quienes
demasiado a menudo acaban aislándose en sí mismos. Esto es una tragedia; una tragedia
absurda e innecesaria.
La cosa más «tóxica» o «disfuncional» son los propios estereotipos, y la manera en
que éstos son repetidos en los medios de comunicación. Apague la televisión, cierre su
libro de autoayuda, y mire a sus padres. Ellos son los que le han amado y le han criado
desde que usted nació, seguramente haciendo siempre lo mejor para usted. ¿Son ellos
«tóxicos»? En las relaciones que duran toda la vida siempre habrá conflictos y heridas,
pero esto no es motivo para apartarse de la familia o renegar de sus padres.

Doce normas para los padres y los hijos adultos


Existen determinados principios y reglas básicas para que una relación entre adultos
funcione. El respeto mutuo es esencial, además de la consideración y de la sensibilidad
hacia los demás. La honestidad y la confianza son la base para la cooperación y la
intimidad. Una actitud cariñosa puede ser muy reconfortante, especialmente en los
momentos problemáticos. La relación entre un padre y un hijo no se parece a ninguna
otra, por lo que a la riqueza y la profundidad de sus sentimientos se refiere. A
continuación figura una lista de doce normas y principios para los padres que tienen
hijos adultos. Definen algunas, aunque no todas, las características de una relación
íntima entre padres e hijos. Sirven únicamente como buena base.

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1. Reconocer y apreciar al individuo. ¿Puede usted llegar a apreciar de verdad a esa
persona en la que se ha convertido su hijo? Si es así, dígaselo directamente y con
auténtico afecto. Muchos de nosotros caminamos con cierta aprensión por haber
sido defraudados por la persona que más significa para nosotros. No deje que sus
hijos piensen eso de usted. Los padres también necesitan escuchar palabras de
reconocimiento, apreciación y agradecimiento.
2. Su preocupación nunca se acaba, pero su responsabilidad sí. Muchos padres
consideran que la responsabilidad de sus hijos acaba cuando éstos empiezan la
universidad. En este momento, las cuerdas deberían ser por supuesto cortadas, pero
no desconectando de la persona sino permitiéndole tomar sus propias decisiones
importantes de la vida. Éstas incluyen dónde vivir, en qué trabajar, con quién
casarse, etcétera. Un niño nunca se convertirá en un adulto totalmente maduro y
responsable hasta que asuma la responsabilidad de su comportamiento y de las
decisiones importantes de la vida. El padre que intenta interferir o entrometerse en
estas decisiones sin que el hijo le pida su opinión, será acusado de «intruso».
3. No se sienta culpable de los errores o fracasos de sus hijos. Usted podrá influir
pero nunca controlar lo que sus hijos hacen, ni en la infancia ni en la edad adulta. El
niño que usted está educando es un ser humano que piensa, siente y actúa y que
tomará sus propias decisiones en la vida adulta. Si su hijo adulto toma decisiones
equivocadas y acaba teniendo problemas, la culpa no será suya.
4. Sea una caja de resonancia no un megáfono. Los padres son unas cajas de
resonancia y una fuente de feedback maravillosa cuando sus hijos les piden su
opinión y se abren a ellos. Pero serán unos terribles megáfonos cuando les
sermoneen o intenten imponerles sus ideas y opiniones. Los sermones ya no servían
cuando los niños eran pequeños. ¿Qué le hace pensar que ahora que son mayores
van a funcionar? Ayúdeles a encontrar respuestas escuchándoles activamente,
aportando ideas si es necesario, pero no les sermonee.
5. Comparta con ellos todo lo que pueda. Comparta todo lo que sabe y lo que ha
experimentado. Una de las mejores maneras de enseñar una lección a un hijo es
hablándole de cómo esa lección nos afectó a nosotros, porque de esta manera está
haciéndola más personal y real para el receptor. ¿Tuvo usted también dificultades
con su jefe? ¿Suspendió un curso en la universidad? Comparta esas experiencias
con su hijo si éste está pasando por situaciones similares. El niño es ahora un adulto
y puede verle desde una perspectiva diferente, como una persona real. Sea honesto,
porque la honestidad engendra confianza, y la confianza a su vez engendra más
honestidad. Uno de los beneficios de la edad es la sabiduría, y uno de los beneficios
de la sabiduría es una profunda apreciación de la verdad. Enseñe este principio
viviéndolo en su propia vida y expréselo en sus relaciones con sus hijos mayores.
Ser un modelo que imitar no termina cuando los niños empiezan la universidad o se
independizan.
6. Acepte y aprecie las diferencias. Sus hijos tienen sus genes y los beneficios de sus

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enseñanzas, pero no son usted. Desarrollarán sus propios gustos, estilos y creencias.
Sus valores y objetivos podrán no ser los mismos ni similares siquiera a los que
usted les enseñó y los que le hubiera gustado que alcanzaran. ¿Está usted dispuesto
y preparado para aceptar esas diferencias? Hay familias que se han roto por culpa
de defender diferentes opiniones sobre el tema del aborto, los derechos civiles, los
derechos de las mujeres o algo tan ridículo como a quién votar en unas elecciones.
¿Y si su hijo es homosexual? Lo único que pueden hacer los padres es aceptarlo tal
como es o rechazarlo. Tener diferentes valores, creencias, u orientaciones que usted
no es motivo de deslealtad o falta de respeto. Los hijos mayores se merecen el
respeto de sus padres. El afecto se gana y no es un derecho, pero incluso en las
relaciones más difíciles éste no tendría que ser un problema después de toda una
vida de cuidados y educación. Lo que sus hijos no le deben ni a usted ni a nadie son
sus valores y creencias. Esto es lo que implica ser un ser adulto independiente
viviendo en una sociedad libre: la libertad de pensar y elegir por sí mismo. El padre
que no sea capaz de aceptar esto y por tanto no acepte las diferencias de sus hijos,
está eligiendo distanciarse y ser rechazado por ellos.
7. No saque los trapitos viejos. La gente que vive en el pasado suele centrarse más en
los problemas, fracasos y disgustos que en los recuerdos o sentimientos positivos.
Ésta es una receta para la ira, el resentimiento, y muchas veces, la depresión. Los
hijos que culpan a sus padres de heridas antiguas, de una infancia infeliz o de un
fracaso en sus vidas son los que están distanciados de ellos o los que ya no tienen
relación con sus padres. Es mejor olvidarse y perdonarse el uno al otro. Si el hijo es
el que no quiere perdonar, hágale saber que usted está dispuesto a recomponer su
relación. Esto puede no ocurrir inmediatamente pero seguro que en algún momento
la reconciliación será posible.
8. No permita que sus hijos se entrometan en su vida. Aunque los padres tienen
fama de ser unos intrusos, la otra cara de la moneda es el hijo que se entromete en
la vida de sus padres. Esto es más probable que ocurra si uno de los padres enviuda
o se divorcia, o si el joven tiene dificultades para independizarse de sus padres.
Afirme su derecho a vivir su vida como quiera, a gastar su dinero como quiera y a
relacionarse con quien quiera. Lo que es justo, lo es en ambas direcciones.
9. Reduzca al máximo la dependencia económica de sus hijos. El consejo de
Shakespeare de «no tomar prestado ni ser prestamista» es difícil de seguir hoy día
en nuestra sociedad de créditos fáciles. El principio es importante cuando se trata de
padres e hijos mayores. Incluso los hijos adultos que vivan todavía en casa deberían
ser responsables de sus necesidades económicas. La ayuda económica para que un
hijo se sitúe en un puesto de trabajo o compre una casa es una cosa, pero otra muy
diferente es la ayuda económica continuada de los padres. El tipo de dependencia
más común es la económica y es característica del hijo que quiere agarrarse al papel
de «niño necesitado». Establecer unos ingresos es importante, igual que un límite de
crédito y la posibilidad de avalar un préstamo de un banco cuando sea necesario. Si

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un hijo adulto necesita pedirle prestado dinero a sus padres para comprarse un
barco, seguramente será porque él no puede pagárselo.
10. Intervenga en situaciones peligrosas. Hay veces que los padres o algún miembro
de la familia en su lugar tendrán que hacer algo rápidamente para tratar una
situación en la que la vida o la salud del hijo o nieto esté en peligro. Éstas incluyen
situaciones en la que los padres descubren o sospechan que un hijo abusa de las
drogas, está pensando en suicidarse, tiene una depresión severa u otra enfermedad
mental. El problema de ser visto como un intruso o entrometido en estos casos es
algo que no debería ni discutirse. El abuso y la violencia jamás deberían ser
tolerados. Una persona que está pensando en suicidarse o cometer homicidio corre
un grave peligro y necesita ayuda psiquiátrica inmediata. Un padre que esté
consumiendo drogas peligrosas pone en peligro su propia vida y la de sus hijos si
por ejemplo tiene que conducirles de un lado a otro bajo los efectos de la droga o
del alcohol. Si un hijo adulto no emprende acciones responsables enseguida para
ayudarse a sí mismo, sus padres deberán hacerlo.
11. Respete la autoridad paternal de sus hijos. Los padres, y no los abuelos, son los
que deben determinar las normas y expectativas para sus propios hijos. Y estas
normas servirán también para cuando los nietos estén de visita en casa de los
abuelos. No hay forma tan eficaz para que los hijos adultos adopten una actitud
defensiva como criticar sus métodos de educar a sus hijos. Entrar en una pelea entre
padres e hijos defendiendo al hijo es buscarse problemas, y sin lugar a dudas un
desafío a la autoridad de los padres. Mimar y consentir a los nietos un poco no es
malo y puede ser muy divertido, pero tenga siempre en cuenta cualquier queja de
los padres por estar mimándoles demasiado. Si éste es el caso, respete sus deseos.
12. Comparta la responsabilidad por la calidad de su relación. La igualdad de
derechos, status y libertades en una relación de adultos implica también la igualdad
de responsabilidades. La relación entre un padre y un hijo joven debería ser
modelada por el padre por varias razones obvias. La relación con un hijo mayor
debería ser compartida, dándose apoyo mutuamente, comunicándose el uno con el
otro siempre que lo necesiten, y tomando decisiones mutuamente acordadas. Piense
que ellos serán tan honestos y abiertos como usted lo sea con ellos. Comparta la
responsabilidad por el bienestar de las relaciones con ellos, por usted mismo y por
la familia en general, y verá como sus hijos crecen como usted.

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Y EN EL FUTURO...
1. Reconozca y aprecie al individuo como tal.
2. Su cuidado nunca acaba, pero sí su responsabilidad.
3. No se considere culpable de los errores o fracasos de sus hijos.
4. Sea una caja de resonancia, no un megáfono.
5. Comparta con ellos todo lo que pueda.
6. Acepte y aprecie las diferencias.
7. No saque los trapitos viejos.
8. No permita que sus hijos se entrometan en su vida.
9. Reduzca al máximo la dependencia económica de sus hijos.
10. Intervenga en las situaciones peligrosas.
11. Respete la autoridad paternal de sus hijos.
12. Comparta la responsabilidad por la calidad de su relación.

190
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192
193
194
195
196
Índice
Título 4
Derechos de autor 6
Referencias 7
Índice 11
Introducción 15
1. «A pesar de todo, ¿quién manda aquí?» 18
2. Preste atención a sus hijos 25
3. La violencia, el peligro y los desastres 32
4. Comunicarse con los niños a su nivel 38
5. «Veremos quién grita más» 44
6. Tratar constructivamente con el enfado 52
7. Disciplina con amor, no abuso 58
8. Demasiadas cosas, demasiado pronto 65
9. «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago» 72
10. «No te preocupes, ya se le pasará» 78
11. Cómo alimentar la autoestima: el modelo PES 84
12. Los problemas del colegio, los deberes y otros dolores de
94
cabeza
13. Crear valores compartidos y una identidad de familia 103
14. La violencia, el sexo, la publicidad y la influencia de los medios
108
de comunicación
15. Jugar, reír, hablar y celebrar 117
16. Las reuniones familiares 125
17. Las peleas entre niños 129
18. Respete la necesidad de privacidad e individualidad 137
19. Los peligros del divorcio 142
20. Los retos de no tener pareja 150
21. Mezclas, uniones, padrastros y madrastras 157
22. Nuestros miedos, sus necesidades 162

197
23. La libertad, la responsabilidad y los derechos: encontrar el 169
equilibrio
24. Cómo tratar los temas serios: la bebida, las drogas, el sexo y el
175
sida
25. Los padres y los hijos mayores: cuidarles pero sin entrometerse 183
Bibliografía 191

198

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