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Chapter Title: Subjetividad y lazo social. Efectos del terrorismo del Estado
Chapter Author(s): Lic. Ana María Careaga
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sociedad
Resumen: El análisis de las secuelas que dejó en la sociedad argentina el terrorismo de Estado
contribuye a la necesaria relexión sobre esta experiencia traumática para el conjunto de la so-
ciedad.
[1] Una versión de este trabajo presentado en el I Congreso Latinoamericano de Teoría Social (celebrado
en Buenos Aires del 19 al 21 de agosto de 2015) fue posteriormente publicada en el libro Consecuencias
subjetivas del terrorismo de Estado, compilado por Osvaldo Delgado y editado por Ediciones Grama en 2015.
Abstract: The analysis of the aftermath left in the Argentina society by the State terrorism con-
tributes to the necessary relection on this traumatic experience for the whole society.
The self-named “National Reorganization Process” spread terror to implement a neoliberal eco-
nomic model of exclusion to the detriment of majority sectors of the population.
This led to the disruption of social bonds, rupture and disintegration of the solidarity network
and tie the other, in order, among other things, to eliminate the various forms of resistance. The
forced disappearance of people was the quintessential methodology of this true genocide.
The nature and magnitude of the repressive actions had consequences at various levels. The
analysis of these aspects, from diferent disciplines and from some contributions of psychoanaly-
sis around the subject and subjectivity, become necessary in the construction and reconstruction
of the story of history. In this context, the concepts of disappearance, torture and grief, among
others, and the role of the witness in trials for crimes against humanity are analyzed.
Los llamados años de plomo en la Argentina han dejado efectos que perduran hasta nuestros
días, no solo en relación a las miles de familias que sufrieron daños y pérdidas irreparables, sino
también de cara a una sociedad que vio desgarrado su tejido social y arrasada su singularidad
por prácticas dictatoriales que, bajo el ideario “occidental y cristiano”, sometieron al conjunto al
terror más siniestro.
Este período en sombras del devenir de nuestro país ha sido abordado desde diversas disci-
plinas y enfoques teóricos. Las lecturas desde la historia, la sociología, las ciencias políticas y eco-
nómico-sociales han contribuido profunda y necesariamente a analizar el fenómeno de una prác-
tica represiva que tuvo lugar en un particular momento histórico nacional, regional y mundial.
En los juicios en los que se investigan los delitos de lesa humanidad y genocidio cometidos
por el terrorismo de Estado, esta historia sale a la luz –fundamentalmente– a través de los relatos
de los testigos, en una instancia judicial que posibilita su sanción en un ejercicio ejemplar. Estas
narraciones hablan de acontecimientos traumáticos, conmueven lo más hondo del alma humana.
La asistencia a esas audiencias, la exposición de los testimonios, implica un intenso compromiso
emocional, no sólo del que lo brinda –en quien por supuesto se ponen en juego numerosos afectos
La Dictadura que se instaló con el golpe del 24 de marzo de 1976 en la Argentina no fue un hecho
aislado. Antes bien, reconoce sus antecedentes en una alternancia de golpes militares y demo-
cracias formales, para la que se disponía de las Fuerzas Armadas, cada vez que así lo requería la
preservación de los intereses económicos de los sectores de poder, en defensa del “orden occiden-
tal y cristiano”. Sin embargo, la particularidad de esta última incursión de los militares a través
del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, fue la institucionalización y sistematización
de una práctica represiva que, si bien ya se venía desplegando a través del accionar de grupos
parapoliciales y paramilitares, a partir de este momento adquirió una magnitud inédita. Como
se airma en un libro publicado por el Instituto Espacio para la Memoria sobre los antecedentes
de este proceso2: “la periódica irrupción del terrorismo de Estado, al promediar la década de los
setenta y sobre todo durante los años de la Dictadura alcanzó niveles de atrocidad desconocidos
anteriormente” (Bayer et al., 2010:18).
En dicha publicación, los autores deinen el concepto de terrorismo de Estado como “la
administración de la violencia por parte de la institución que detenta en sus manos el monopolio
legal y legítimo de la violencia y que, en determinadas coyunturas, incurre en un conjunto de ac-
ciones represivas ilegales e ilegítimas, violatorias de los derechos humanos, como respuesta a las
directivas emanadas de quienes ocupan las más altas posiciones en la estructura de los aparatos
estatales” (Bayer et al., 2010:19). De este modo, la represión planiicada y sistemática, a manos del
aparato militar y de seguridad al servicio de la metodología más cruenta, implementó prácticas
crueles e inhumanas.
[2] Bayer, O., Boron, A., Gambina, J. C., Barillaro, E. & La Greca, F. (2010). El Terrorismo de Estado en la
Argentina. Buenos Aires: Instituto Espacio para la Memoria
Hay una frase ferozmente ilustrativa de los objetivos de la represión, pronunciada en mayo
de 1977 por el general Ibérico Saint Jean, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires:
“Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después (…)
a sus simpatizantes, enseguida (…) a aquellos que permanecen indiferentes y inalmente matare-
mos a los tímidos”.
ran vedados, a la autoridad de la Provincia de Tucumán”; respecto de las víctimas, manifestó que
“solo llegarían al juez los inofensivos”; también se reirió a lo actuado por el Ejército francés en
Argelia e Indochina y que “muchas veces las órdenes recibidas no se correspondían con lo que
habían aprendido en el Colegio Militar y en la Escuela Superior de Guerra”. Agregó que “hubo
que olvidar (…) las leyes de la Guerra convencional (…) para consustanciarse con este nuevo tipo
de lucha”, una “Guerra eminentemente cultural”: “si los militares permitíamos la proliferación de
elementos disolventes –psicoanalistas, psiquiatras freudianos (sic), etc. – soliviantando las con-
ciencias y poniendo en tela de juicio las raíces nacionales y familiares, estábamos vencidos”, por lo
tanto se planteaba ‘la destrucción física de quienes utilizaron los claustros para encubrir acciones
subversivas”.3
Estos son apenas un par de ejemplos de la manera en que se puso en marcha un aparato
que transitó este circuito mortífero en nombre del bien-para-todos, erigiéndose sus exponentes
en los dueños de la vida y de la muerte, en esa captura monstruosa del Otro al que Jacques Lacan
alude en el Seminario 11 como al “Dios oscuro”. (Lacan J., 1992:282-283)
La vulnerabilidad a la que quedan sometidas las personas, tanto las víctimas directas como
el conjunto de la sociedad es otra de las características distintivas del fenómeno del terrorismo
de Estado. Precisamente porque el rol del Estado adquiere aquí, en una posición extrema y abso-
luta en su función coercitiva, la de ese “Dios oscuro”. En el contexto de sistemas profundamente
injustos respecto de la distribución de la riqueza y la exclusión social, en donde como dice Jorge
Alemán: “si el Poder es más compacto que nunca es porque hay Otro que funciona regido por la
Técnica y el Capital, y que ha alcanzado un orden capaz de subsumir a los cuerpos y a las subje-
tividades en la forma mercancía” (Alemán, J., 2012:28), los efectos de estas prácticas represivas
generan importantes secuelas que es necesario observar, y de cara a las cuales, la implementación
de justicia adquiere un efecto reparador irrenunciable que, en su eicacia, debe apuntar a rescatar
la singularidad del sujeto..
El sistema concentracionario tuvo como soporte material del modelo represivo en la Argentina
los llamados Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio. Verdaderos sitios del ho-
rror, eran en su mayoría las propias sedes de la Fuerzas Armadas y de seguridad, u otras depen-
dencias del Estado, o incluso inmuebles particulares destinados a tal in. Allí las personas eran
[3] Careaga, A. M. (2012). Declaración como testigo de concepto ante el Tribunal Oral en lo Criminal
Federal de Bahía Blanca, octubre de 2012, en la causa por los crímenes de lesa humanidad, cometidos en
jurisdicción del V° Cuerpo de Ejército (Causa “Bayón”).
El rol de los medios de comunicación fue decisivo para el ocultamiento del accionar repre-
sivo, tanto por su complicidad con los métodos dictatoriales como por ser uno de los sectores
empresarios más beneiciados en el proceso de concentración económica. En un país minado de
campos de concentración, el dispositivo comunicacional de la Dictadura demostraba su eicacia
en relación al discurso hegemónico dirigido a aterrorizar a la población.
Primo Levi, frente al exterminio masivo de la población en la Alemania nazi, analiza el peril
y los mecanismos de negación que muestran lo que la sociedad no quería y no podía ver. Observa
que los medios proclaman una sola verdad: “En un estado autoritario se considera lícito alterar la
verdad, reescribir la Historia, distorsionar las noticias, suprimir las verdades, agregar las falsas:
la propaganda sustituye la información”; “no obstante”, agrega, “esconder al pueblo alemán la
existencia del enorme aparato de los campos de concentración no era posible”. Se trataba de crear
y mantener una atmósfera de terror: “oponerse a Hitler era extremadamente peligroso” (Levi, P.,
2000:29-30). Y después de analizar las contradicciones acerca de un saber no sabido, va a concluir
que “la mayor parte de los alemanes no sabían porque no querían saber, más aún, porque querían
no saber (…) quien sabía no hablaba,
En distintas etapas de nuestra historia encontramos estos mismos mecanismos que se ex-
presaron en diferentes enunciados: primero, durante el “Proceso” fue “por algo será”, “algo habrán
hecho”, “de eso no se habla”, proposiciones que funcionando como velo del hecho traumático da-
rían lugar con posterioridad al “yo no sabía nada”, “qué terrible, qué horror”. Y más tarde, durante
el menemismo, “ahora hay que olvidar, mirar para el futuro”.4
[4] Careaga, A. M. (2012) Consecuencias subjetivas del Terrorismo de Estado, en revista Espacios N° 4,
Buenos Aires: Instituto Espacio para la Memoria.
De ese modo se fueron extendiendo las acciones represivas más siniestras, destinadas a
vulnerar la condición humana de las víctimas que tenían en su poder sometiéndolas a un pade-
cimiento sin límites. Dichas prácticas, en las que se formaron los represores a través de institu-
ciones diseñadas con ese in, como la Escuela de las Américas de los EE.UU. (por entonces con
sede en Panamá), se manifestaron a lo largo de la historia de la humanidad, en guerras y delitos
aberrantes con diversas formas y en distintos escenarios. Esas acciones eran sostenidas desde ese
goce oscuro de quienes, considerándose impunes, se autoproclamaban Dioses, dueños de la vida
y de la muerte, como ellos mismos repetían una y otra vez a quienes eran sometidos a esos tratos
crueles e inhumanos.
En su obra El Porvenir de una ilusión, Freud sostiene, respecto de estas pulsiones agresivas,
que en un gran número de personas esas tendencias destructivas, antisociales y anticulturales,
poseen suiciente fuerza para determinar su conducta en la sociedad humana (Freud, S., 2011:7)
Toda manifestación que denotara la condición humana de sus víctimas era reprimida me-
diante la tortura.
[5] Agamben, G. (2010). Lo que queda de Auschwitz. El Archivo y el Testigo. Homo Sacer III, trad. España: Pre-
Textos. [P. 48].
La desaparición y el duelo
Esa muerte argentina se expresó, precisamente, en la gran incertidumbre que vivían las familias
que buscaban a sus seres queridos desaparecidos. La desaparición irradiaba terror y el método
empleado era eicaz. La gente “desaparecía” de sus hogares en horas de la madrugada, de la vía
pública, de sus trabajos. Y a partir de ese momento nada se sabía de esas personas que eran arran-
cadas violentamente de las actividades de sus vidas cotidianas.
Esta incertidumbre que asoló miles de hogares, esta pérdida brutalmente irremediable,
generó una respuesta que devino en una resistencia inquebrantable. Las madres que buscaban
a sus hijos, las abuelas que buscaban a sus hijos y nietos, los familiares que buscaban a sus se-
res queridos, salieron al ruedo enfrentando lo más siniestro. Ante la desaparición construyeron
respuestas que habrían de inaugurar un modo de resistencia y organización para el reclamo de
la verdad acerca de los hechos, y de la justicia. Connotaron la desaparición misma, como la pre-
sencia permanente de una ausencia. Y fueron instaurando diversos recursos simbólicos frente a
lo real de la desaparición. La desaparición se perpetuaba en el tiempo, y en tanto delito de lesa
humanidad, con carácter imprescriptible, tornaba también de ese modo, sin vencimiento, a la
misma búsqueda obstinada de ellas.
Así, la maternidad de esas Madres, que se constituyeron como expresión de una realidad
que las trascendía en su experiencia individual e insertaba ésta en el plano social, daría cuenta de
una práctica cotidiana en permanente relación con la memoria de sus seres queridos.
El duelo queda así suspendido, se torna un duelo latente esperando un cuerpo que sitúe un
rito en torno a esa muerte que, grabada en la piedra, en una placa, en un acta, se inscriba al mismo
tiempo en la cultura”.
En su obra Epitaios. El derecho a la muerte escrita, Luis Gusmán, sostiene que el nombre
releja a su portador y que perpetúa su vida después de muerto, “porque el nombre excede la exis-
tencia vital de un sujeto y hace de un esqueleto un cadáver que necesita de una tumba” (Gusmán,
L., 2005:17).
El nombre era por lo tanto el dato central para crear “el vínculo del muerto con la vida”. No
se trata incluso solamente del “derecho a la muerte escrita” sino del derecho de los sobrevivientes
a recuperar el nombre borrado, e inscribirlo en la piedra que funciona así como soporte material
de la letra (Gusmán, L., 2005:131). De ahí la importancia del nombre y la necesidad de “ser pronun-
ciado en voz alta como parte del rito funerario que arrancaba al muerto por un instante del más
allá para traerlo al mundo de los vivos” (Gusmán, L., 2005:37).
El nombre, como un signiicante que precede al sujeto en tanto lo designa antes mismo de
que se constituya como tal, antes incluso de que adquiera un cuerpo, el nombre que lo preexiste
y lo distingue, fue uno de los signiicantes por excelencia para los diferentes actos simbólicos que
se fueron fundando para hacer con la desaparición, para restituir ese nombre a los desaparecidos.
Así, en cada acto de homenaje a los detenidos-desaparecidos se evoca a la persona recordada y
luego se pronuncia el grito de ¡Presente!, como un acto de restitución de esa identidad que se
pretendió suprimir.
En ese mismo sentido se inscriben otras acciones de reposición de los nombres de desapa-
recidos en baldosas y placas colocadas en las veredas frente a los lugares que ellos transitaban
–sus domicilios, trabajos, instituciones educativas, centros barriales y culturales, calles, plazas,
árboles, etc. –. El nombre ausente es restituido mediante un acto simbólico que instala allí la
paradoja de esa presencia permanente de la ausencia. Se reescribe así la identidad arrebatada,
separada del cuerpo de su portador, inaugurando al mismo tiempo “un lugar donde encontrarlo”,
frente a la falta del cuerpo y de la tumba que cobije sus restos, como invención de la cultura frente
a lo traumático de la muerte.
La falta deviene entonces búsqueda incesante, de abuelas que recortan rostros parecidos
de los nietos que buscan, en una carrera contra el tiempo que resalta el carácter acuciante de esta
demanda, de hijos que buscan en otros padres de la generación de los suyos, algo de la propia
historia precisamente para poder escribirse y reescribirse incesantemente, de familiares que in-
dagan en imágenes detenidas, en mirada congeladas para siempre, algo de lo propio que al perder
a sus seres queridos se fue con ellos.
S la muerte, como aquello del orden de lo traumático, no tiene inscripción psíquica, ¿qué
estatuto entonces, sino un puro no lugar, adquiere la desaparición? Slavoj Žižek, ubica el concepto
de “entre dos muertes”, tomando el abordaje que hace J. Lacan del mito de Antígona, de la trage-
dia de Sófocles. Así, la muerte simbólica, en tanto exclusión de la comunidad, precede a la muerte
real. Con la tragedia de la desaparición el familiar aunque pueda suponer, desde lo racional, la
muerte de su ser querido, esta representación no puede
Lacan toma la pretensión de Antígona de dar sepultura a su hermano planteando que “no
se puede terminar con sus restos olvidando que el registro del ser de aquel que pudo ser ubica-
do mediante un nombre debe ser preservado por el acto de los funerales”. Se trata de mantener
el valor único de su ser y ese valor “es esencialmente de lenguaje. Fuera del lenguaje ni siquiera
podría ser concebido (…)”. Con el castigo a Antígona, “su suplicio consistirá en estar encerrada,
suspendida, en la zona entre la vida y la muerte. Sin estar aún muerta, ya está tachada del mundo
de los vivos” (Lacan, J., 1995:335-336). Antígona es desaparecida así como la propia desaparición
que intenta evitar.
Así, es la víctima quien carga con la responsabilidad de probar el genocidio cometido por las
fuerzas de seguridad que lo privaron de su libertad, lo sometieron a tratos inhumanos y aberran-
tes, y a torturas y vejaciones, en el marco del carácter ilegal y clandestino de la represión y luego
asesinaron a la mayoría de las personas a las que antes habían desaparecido. Uno de los objetivos
En tanto es portador tan solo de una porción, de un fragmento de la historia que lo involu-
cra pero que a su vez lo excede largamente, este “testigo necesario” debe reconstruir en su relato
algo que lo trasciende como sujeto. Así, una etapa de nuestra historia reciente, hasta ahora en
parte des-conocida en su verdadera dimensión por el conjunto de la sociedad, está siendo re-
construida por el recorte y singularidad de cada uno de los testimonios que se escuchan día a día
en las audiencias que juzgan estos crímenes. Pero además, la repetición de los relatos de estas
vivencias únicas y singulares, se convierten en una reconstrucción colectiva que da cuenta de la
sistematización, organización y planiicación de la represión por parte del terrorismo de Estado.
Es decir, adviene una articulación entre lo singular y lo colectivo, entre la experiencia única e in-
transferible del sujeto, y el genocidio. El testimonio accede al lugar de producción de verdad que
lo convierte en soporte de la justicia.
El sujeto, como en el relato del sueño, reconstruye una vivencia que es única y singular para
él. Y en ese texto está produciendo el único acercamiento posible a esa verdad velada que habrá de
ser dilucidada. Con respecto a lo vivido en los campos de concentración, cuando se trata de narrar
ese tránsito por lo siniestro del lugar, en la reconstrucción de ese relato subjetivo, y en la recons-
trucción de ese contexto que ese sujeto pueda hacer, es como se puede acceder a la mayor verdad
posible sobre la represión oculta. Se escribe el texto de cada narración desde la singularidad pro-
pia de esa vivencia; y se produce su historización en el contexto de una experiencia colectiva que
se pone de maniiesto en la repetición “de lo mismo”.
Varias son las dimensiones que adquiere entonces la palabra de los testigos. Por un lado, el
estatuto probatorio en el escenario jurídico, en su posición de “testigos necesarios”, y por el otro,
al intentar dar cuenta de la experiencia traumática mediante esa palabra, se pone en juego su
restitución subjetiva. El testimonio se explicita en un escenario jurídico, oral y público, en donde
cobra valor probatorio y posibilita así el advenimiento de una dimensión reparatoria.
En el marco de la limitación propia del sujeto inmerso en la estructura del lenguaje, el dis-
curso jurídico convoca al testigo a decir “toda la verdad y nada más que la verdad”. Si “la cosa” no
puede ser nombrada en términos inequívocos, absolutos, si el hecho no puede ser recubierto en
un todo por la palabra, si esa verdad velada se reconstruye rodeándola, cómo decirla allí en esa
instancia donde “toda la verdad” adquiere el carácter de prueba. Si toda la verdad es imposible de
ser dicha, por estructura, cómo impeler a un testigo a que elimine el malentendido de la comuni-
cación. Esa apelación entonces deviene en la exigencia superyoica de un imposible. Si el discurso
único del amo aplasta, enmascara la verdad, se tratará entonces de alojar allí lo que de ella pueda
advenir.
El testigo es llamado al estrado para que diga toda la verdad que al sujeto mismo del len-
guaje le está vedada y tiene que hablar además de lo traumático y de aquello que se deine por su
ausencia, la desaparición misma. En torno a “los laberintos de la verdad”, Lacan va a decir que la
verdad tiene más de un rostro. “Lo real, si lo real se deine como imposible, se sitúa en la etapa
donde el registro de una articulación simbólica se encuentra deinido como imposible de demos-
trar” y da cuenta del carácter radical de la repetición, “esa repetición que insiste y que caracteriza,
como ninguna otra cosa a la realidad psíquica del ser inscripto en el lenguaje” (...) “La división del
sujeto no es, sin duda, nada más que la ambigüedad radical que se vincula con el propio término
de verdad” (Lacan, J., 1992:186-191).
En referencia a esto, Lacan sostiene que “la palabra no puede captarse a sí misma, ni captar
el movimiento de acceso a la verdad como una verdad objetiva. Solo puede expresarla de modo
mítico” (Lacan, J., 1991:39).
En los estrados de los procesos orales y públicos en que los testigos intentan desplegar las
huellas del horror que portan en cuerpo y alma, es precisamente en donde la división desgarrado-
ra del sujeto alora en toda su dimensión y es donde el silencio de lo que no se puede decir, habla.
Habla por sí mismo. El paradigma de la división subjetiva.
los estrados de la justicia. Llantos, gritos, lamentos que quedaron sepultados sin sepultura. ¿Es
posible mayor reconstrucción de los hechos? ¿Es posible mayor idelidad a la verdad que escribir
la historia trágica de los argentinos en un solo relato colectivo, atravesado por múltiples historias
singulares, que por repetido y reiterado repone un solo texto de una contundencia paradojal en el
contexto de la historia de la represión ilegal y clandestina?
El autor cita el origen etimológico de la palabra testigo en sus dos vertientes. En latín testis,
signiica “aquel que se sitúa como tercero (terstis) en un proceso o litigio entre dos contendientes”,
pero da cuenta de otra acepción, que es superstes, aquél “que ha vivido determinada realidad, ha
pasado por un acontecimiento y puede dar su testimonio”, el superviviente (Agamben, G., 2010:15).
Esta última connotación es la que alude a los testigos que brindan su testimonio en los pro-
cesos orales y públicos y en otras instancias judiciales, que reconstruyen esta historia fragmen-
tada sobre los hechos sucedidos durante el terrorismo de Estado en donde el estatuto de verdad
trasciende la consistencia jurídica.
El autor dice de ellos que son los que deben “mantener ija la mirada en lo inenarrable”. Por
eso “el testigo testimonia de ordinario a favor de la verdad y de la justicia, que son las que prestan
a su palabra consistencia y plenitud. Pero en este caso el testimonio vale en lo esencial por lo que
falta en él; contiene en su centro mismo algo que es intestimoniable”, “no se puede testimoniar
desde el interior de la muerte, no hay voz para la extinción de la voz”, y sin embargo desde esa
frontera entre el “dentro y fuera a la vez” (Agamben, G., 2010:32-35) funda la posibilidad del testi-
monio. Introduce así la vivencia singular del sujeto en la experiencia histórica y da testimonio en
deinitiva de la imposibilidad de testimoniar, y en esa paradoja lo hace posible.
ránea” y se asiste a ese espectáculo mortífero desde “la platea planetaria de Internet”. Es posible,
se pregunta, una política no ya sobre la vida, sino de la vida, una concepción a favor de la multipli-
cidad de la existencia variada y plural.7
También Freud, frente a la airmación del individuo como virtual enemigo de la cultura
plantea que sin embargo ésta está destinada a ser un interés humano universal que por lo mismo
debe ser protegida, porque “las creaciones del hombre son frágiles y la ciencia y la técnica que
han ediicado pueden emplearse también en su aniquilamiento” (Freud, S., 2011:6). Para airmar
más adelante que “huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande
de sus miembros no tiene perspectiva de conservarse de manera duradera (…)” Freud, S. 2011:12).
Y va a caracterizar al desarrollo cultural como “la lucha por la vida de la especie humana” (Freud,
S., 2011:118).
Las consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado dejaron secuelas en toda la sociedad,
en el plano político, económico, social, cultural; la implicación de ésta en sus efectos es un paso
necesario a la hora de crear mejores escenarios de vida para atenuar, limitar lo peor de la condi-
ción humana puesto al servicio también de lo peor.
En esta etapa del neoliberalismo desenfrenado, de empuje al goce del consumo, donde que-
da subsumido el ser al tener, y el sujeto reducido a puro objeto del discurso capitalista, que cuanto
más y más “consume” va quedando cada vez más en posición de “más consumido” por el sistema,
con la paradoja de estar en este plano condenado al fracaso en tanto la satisfacción plena como
imposible, es de destacar la importancia del advenimiento de lo singular de cada uno como recur-
so en relación al otro, a la reconstrucción de los lazos solidarios.
Frente a las prácticas que arrasan con la vida humana, que dejan al sujeto inerme y en
completo desamparo, que lesionan sus derechos, que vulneran su subjetividad, es necesario estar
siempre alertas. La restitución de la trama social y el lazo al otro, el respeto por la diferencia, la
pluralidad de ideas, en el marco del neoliberalismo más descarnado que reduce al sujeto a la con-
dición de mercancía, cobran hoy una relevancia destacada como respuesta de los seres humanos
en torno a aquello que los causa y en defensa de la vida misma.
Bibliograia
Libros
Agamben, G. (2010). Lo que queda de Auschwitz. El Archivo y el Testigo. Homo Sacer III, trad. España:
Pre-Textos.
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Buenos Aires: Paidós.
-(1995). Seminario 7: La Ética del Psicoanálisis, trad. de Diana S. Rabinovich, Buenos Aires:
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Capítulos de libro
Artículos
-Psicoanálisis y Justicia. Una intersección posible. Imago Agenda, 158, [Pp. 36-38].
-Otras fuentes
Careaga, A. M. (2012) -Declaración como testigo de concepto ante el Tribunal Oral en lo Criminal
Federal de Bahía Blanca, octubre de 2012, en la causa por los crímenes de lesa humanidad come-
tidos en jurisdicción del V° Cuerpo de Ejército (Causa “Bayón”).
Lic. Ana María Careaga: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Psicología. Cátedra Psicoanáli-
sis Freud I. Buenos Aires, Argentina / anamariacareaga@yahoo.com.ar
Psicoanalista, Lic. en Psicología en la UBA, egresada con Diploma de Honor. Tiene una extensa
trayectoria en el ámbito de los derechos humanos. Fue directora del Instituto Espacio para la
Memoria, y dirigió la revista Espacios para la Memoria, la Verdad y la Justicia. Fue secretaria de
DDHH de la UTPBA. Como sobreviviente de un campo de concentración y desde la particular
intersección de su práctica profesional y su experiencia personal, ha declarado en el país y en el
exterior como querellante y testigo de concepto en juicios por delitos de lesa humanidad y geno-
cidio, participado en encuentros nacionales e internacionales y es autora de numerosos artículos.
Es docente en la Cátedra Psicoanálisis Freud 1, de la Facultad de Psicología de la UBA, donde
coordina un dispositivo de Psicoanálisis y DDHH desde donde se trabaja en la investigación con
sobrevivientes de la tortura, y en el Hospital de Clínicas.