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EL LETRERITO DE LOS COLECTIVOS

Bajo un sol radiante que azota los espinazos de las gentes como hojas de
pringamoza, aguardan los neivanos en los paraderos a la espera de sus
respectivas rutas. Algunos se dirigen a los centros comerciales de la ciudad, unos
para comprar y otros, quizá, para dar de comer a los ojos y pasar la tarde. Y en
efecto, no tarda en aparecer sobre el pavimento caliente algún colectivo en cuyo
letrerito se puede leer la palabra ÉXITO. Sin embargo, para los que se dirigen a
otros lugares distintos de los centros comerciales y demás, la espera es una
experiencia distinta.
Pasan y pasan los colectivos con diferentes números de ruta, pero siempre con un
«OLIMPICA, SALUDCOP, UNICO…» escrito con letras grandes en sus letreritos, y
debajo de estos, con letras más pequeñas y menos sobresalientes, los nombres
de los barrios que cubre la ruta, como si bajo el pavimento de las avenidas y bajo
el concreto de las modernas edificaciones se quisiera sepultar una Neiva con
siglos de historia, un territorio de costumbres campesinas cuya cotidianidad latía
al compás del corazón, y no al tic tac del reloj de la vida de hoy, la vida moderna
en la que el tiempo vale oro.
Don Luis es un hombre un hombre de 82 años de edad, oriundo del municipio de
Algeciras, pero residente de Neiva desde temprana edad, exactamente desde
1948 cuando sus padres huyendo de la violencia se desplazaron hacia la capital
del valle de las tristezas, donde, de manera paradójica, encontraron algo de
felicidad. Todos los días Don Luis se levanta muy temprano en la mañana para
desayunar y estar listo a primera hora del día en una esquina del barrio Villa
Cecilia para abordar algún colectivo que lo lleve hacia La Plaza San Pedro donde
tiene una tiendita de abastos. Don Luis, achaques de la vejes, como el mismo
dice, ya no goza de una vista prodigiosa como en otra época de su vida y además
no cree tanto en los oftalmólogos como si en los viejos yerbateros, y ante esta
dificultad le cuesta bastante identificar a la distancia el letrerito de los colectivos, y
para rematar se queja de sus minúsculas letras:
«Esta gente de los colectivos de ahora solo conocen el San Pedro Plaza, ese
centro moderno allá por la 26, y pareciera que no supieran nada de la Plaza San
Pedro (…) Cuando yo estaba joven los cosepas, los buses de esa época, tenían
escrito en sus letreritos los nombres de los barrios y de los lugares más
importantes de la ciudad, como la plaza San Pedro. Es más, si usted mira el
parque Santander, que antes se llamaba Plaza Mayor, hoy ni siquiera tiene
escaños, la gente ya no se puede sentar ahí, sino que solo pasan como si fuera un
andén grandote»
Las palabras de Don Luis evocan con melancolía la Neiva de otros tiempos, la
ciudad de los cosepas y los berlinas, cuando los vehículos para el transporte
público circulaban a través de las calles polvorientas de Neiva de barrio en barrio,
cobrando 20 centavos el pasaje, una tarifa que gustosamente pagaban los
neivanos por un viaje que, según Don Luis era con como sentarse en una silla
rodante en el antiguo café Manolo, pues mientras el cosepa hacia su recorrido la
gente en su interior conversaban abiertamente sobre diferentes temas, y entre
risas y a veces acaloradas discusiones, se pasaba el tiempo volando.
Para doña Luz, esposa de don Luis, ni siquiera el aire acondicionado que ofrecen
hoy algunos colectivos hacen del viaje una experiencia confortable, ya que a
diferencia de los cosepas de los años 40,50 y 60s, en los colectivos de hogaño los
pasajeros ni siquiera saludan a los otros cuando abordan este transporte, y
aquellos que si lo hacen raras veces reciben otro saludo como respuesta:
«Cuando yo voy en el colectivo miro hacia los lados y veo a la gente, sobre todo a
los muchachos, ahí sentados metidos en sus celulares sin mirar a nadie» comento
doña Luz en tono afligido. Y es que después de la experiencia de los cosepas en
la que incluso algunos caballeros, como gesto de amabilidad, solían dar una
monedita de más fuera de los 20 centavos de la tarifa, como propina para el
chofer, pues al mismo tiempo, era una forma de agradecer por unos minutos
agradables en aquella cafetería rodante.
En el paradero de la plaza cívica, después de las seis de la tarde, se ven siluetas
masculinas de espaldas encorvadas y cabezas canas, a veces acompañados de
siluetas femeninas de curvas desguarruzadas, una de estas parejas son don Luis
y doña Luz, aguardando por un colectivo que los lleve de nuevo a su hogar ya que
la ciudad en la que durante tantos años se sintieron a gusto, a dejado de ser su
viejo terruño. Para volver a casa no tienen otra alternativa que parar uno a uno a
cada colectivo que pasa frente a sus ojos para formular al chofer la misma
pregunta de siempre: «¿Señor, usted pasa por Villa Cecilia?» a veces tienen
suerte y dan con el colectivo que se dirige a su lugar de destino, otras veces, por
el contrario, abordan el colectivo indicado después de levantar una y otra vez el
huesudo brazo en señal de parada.
Hoy la mayoría de los colectivos en Neiva llevan escrito en su letrerito ÉXITO o
San Pedro Plaza, pero en ninguno de estos, ni siquiera en letras pequeñas, se
puede leer «Plaza San Pedro». de esta manera por las calles y avenidas de una
Neiva ajena y extraña para hombres y mujeres como don Luis y doña Luz, los
colectivos, como funerarias del olvido, siguen rodando sobre lapidas de pavimento
caliente

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