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Las estaciones a las que nos invita el profesor González tienen la virtud de
provocar aprendizajes básicos singularidades, particularidades y múltiples
visiones a partir de la propuesta que el libro nos plantea que hubo un tiempo de
trenes… porque también hubo un tiempo de ciudades con trenes, ciudades que
a partir de tener trenes tuvieron y algunas conservan ese tiempo en la pretina
de registros construidos, en las cornisas de la memoria, trazados, cruces y
barreras, permitiendo a los pueblos transitar a estaturas ciudades. Algunas
como San Bernardo fueron ciudades cuando tuvieron estancias e instancias
ferroviarias. Habiéndolas perdidos, hoy apenas son suburbios y algo más de la
metrópolis. Otras asumieron el reto y supieron transitar esta etapa con nuevos
crecimientos y desarrollos sellando en sus cartografías usos industriales,
residenciales, franjas que aun hoy constituyen importantes sectores urbanos;
otras cayeron bajo la picota inmobiliaria sin dejar huellas ni menos una
pequeña ficha de identidad que le insinué una provocación al que por
pretendida aventura transite por lugares que alguna vez sintieron el temblor
caliente de una locomotora o el ritmo cansado de un tren arribando después de
una larga travesía por la nada y por el todo.
Jorge Luis Borges se preguntaba que será Buenos Aires. El libro de Sergio no
insinúa la misma pregunta de Santiago, qué será Santiago, que sería de
Santiago sin estaciones que fueron lugares de partidas y llegadas, de amores y
abandonos, de reinicios como los que vive Roberto Bolaño en la estación de
Pamplona, dejando atrás las historias ya vividas y olvidadas de la estación de
Blanes.
Cómo podríamos explicar a un niño que será Chile, sino es haciendo uso de la
metáfora del tren que ya Nicanor Parra nos lo propuso como el tren instantáneo
con su locomotora en el destino, la estación de Puerto Montt y el último vagón
en la Estación Central de Santiago, el pasajero transita de forma instantánea
medio país sin moverse.
Los que quieran saber cómo fueron las infancias de las grandes estaciones de
Santiago, encuentran en la de San Bernardo un registro de identidad y destino
y que el libro de Estaciones de Santiago nos lo trae como una imagen
iluminada, provocación de nostalgias de perdidas y abandonos, a pesar de los
cambios que ha experimentado y el poco cuidado de los que las han alterado
por urgencias de la modernidad sus galerías y andenes.
Roland Barthes afirmaba que hace falta sólo una lluvia para alterar la pasividad
de París. Me aprovecho de ello para señalar como viejo ferroviario, navegante
infantil de transandinos para llegar a inicio de marzo alrededor de las 6 p.m a
Buenos Aires, que hace falta un tren para embarcarnos en un sueño y una
estación para ponerle nombres a las sensaciones que nos depara el viaje… tal
como ha deparado en mi este libro que hoy nos ofrece una ida con muchos
retornos Sergio González…
Cuantas veces insinuamos una parada en cualquier estación para abrir puertas
hacía los jardines del imprevisto… como relataba Saint John Perse, pero a
cambios de ello permanecimos quietos porque siempre nos ganó el temor a no
saber lidiar con lo desconocido, porque el tren penetra y nos invita sin pausas
en campos propicios. Y en este punto con suspenso detengo el tren de mi
presentación en las estaciones que hoy nos ofrece Sergio González Rodríguez.
Muchas Gracias…