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Cultura en las calles y en las vitrinas, transversalidad cultural en Bogotá

Decidí salir del sitio donde vivo, periféricamente alejado de la magia de más
adentro y pasearme por el entorno Bogotano, la rutina de siempre. Subirme a la estación,
agarrar un Transmilenio que me deje en alguna parada donde pase la ruta Museo Nacional
o alguno que pare por las estaciones de la Caracas y bajarme donde me tenga que bajar…
A veces me pongo a ver el paisaje, sobre todo cuando paso por los altos puentes que tiene
la autopista norte o en la zona del puente de la NQS con calle 6, donde se distingue
perfectamente el centro; se alcanza a ver Chapinero, la sede Macarena de la universidad
Distrital con sus particulares techos rojos en plenos cerros orientales, la cúpula de alguna
iglesia que bien o mal ubico cerca de las cruces, el imponente BD de Bacatá a medio hacer,
en el centro internacional las torres del parque obra de Rogelio Salmona, el Atrio,
Colpatria, los otros altos edificios de bancos, aseguradoras, residencias lujosas, etc. Cuando
es hora de pasar por la zona circundante al casco histórico es donde se nota el cambio de
ambiente tanto para bien como para mal, ni siquiera el frío y oscuridad de la noche hacen
difuminar un poco el cambio. Una cosa es ver las calles de las Aguas y otra, las cercanas a
la antigua estación del tren de la Sabana o por ejemplo, las de la plaza del Voto Nacional.
Con canciones en la cabeza recordé unos versos que perfectamente pudieron haber sido
inspirados en lo que pasa por aquellos lugares, o justamente podrían estar pasando mientras
yo tranquilamente paso en el atiborrado transporte público.

<< Un hombre sale de noche a buscar compañía

y termina apaleado por la policía.

Alguien compra y se inyecta la dosis letal,

alguien corre en la calle peligro mortal.

Alguien grita y llora y nadie lo entiende,


y un anciano olvidado se vuelve de mente.

Es esta soledad, soledad. Criminal, criminal. >>

- Soledad criminal, 1280 almas

Caminar por Bogotá es pasar por muchos ecosistemas urbanos en pocas cuadras,
sobre todo en el centro histórico donde la modernidad y el colonialismo se confabulan en
un sólo espacio. En estas zonas de Santa Fe y la Candelaria se cruzan varias líneas
temporales. Cuando subes por la vieja Candelaria entre sus casas antiguas, tugurios
bohemios, pasas por el chorro y la calle del embudo, sales y te encuentras con la
modernidad de los altos edificios que se adaptan perfectamente en un espacio
temporalmente híbrido. Recorrer pasos bogotanos implica deambular por los cafés y calles
donde grandes académicos como León de Greiff, Gabriel García Márquez, Jorge Isaacs o
José Asunción Silva caminaron, apreciaron y muy probablemente más de una vez entre
fantasmas de lucidez creativa o borracheras crearon grandes legados literarios.

Mientras pensaba en todo esto, iba pasando por la selva de cemento Bogotana
afanado, donde en pocas cuadras pasas de admirar edificios neoclásicos y coloniales, a
cruzar por zonas olvidadas donde los clubes de prostitución y las ollas de droga son los
cafés y lugares de tertulia. Todo esto muchas veces en muy pocos metros; eso me di cuenta
un día que me perdí por el barrio Santa Fe (afortunadamente a eso de las 2 o 3 de la
tarde…), que entre miradas de extraños que se reunían a consumir bazuco me decían que
debía irme, fue un sentimiento como de ser una presa en la boca del lobo, que en cualquier
momento podía pasar algo, me guié por los cerros ubicando el oriente y en pocas cuadras
logré salir sin ningún imprevisto más que la camisa con sudor y el corazón latiendo a mil.
Fueron unas cuadras que se sintieron eternas, así es Bogotá me dije. La cultura se
entremezcla con lo popular y marginal. Es inigualable que este sistema urbano se vea
reflejado en la Bogotá de
Rafael Chaparro Madiedo; una ciudad con desigualdad, arte, cultura, prostitución, bares de
mala muerte e irrealidad y como no, con su propia banda sonora. Balas, acordes inestables,
baterías y contrapuntos sociales son su sinfonía. La séptima tiene un ritmo a pasillos del
siglo XX mezclados con rock noventero, La Candelaria a un tiempo de rock alternativo,
psicodélico y progresivo mezclado con bambucos, cualquier escenario que deseemos queda
perfecto con un atardecer iluminando los cerros orientales junto a los artistas callejeros y de
la calle, así como fue aquella tarde que saliendo de Santa Fé, crucé hacia la torre Colpatria
y agarré hasta Las Aguas, Una pequeña muestra de lo transversal que puede ser Bogotá

Si queremos lugares tranquilos tenemos las bibliotecas, espacios en silencio donde


ya no tenemos una banda sonora con edificios coloniales y prostitución. Tenemos más, un
espacio donde se encuentran mil y más mundos esperando ser leídos. La Luis Ángel
Arango, La Lerner o Merlín están a la luz del día, al lado de las avenidas, cubiertas de
gentes y atiborradas de transeúntes. Pero caminando por la icónica séptima, escondido al
fondo del pasillo en el primer piso del viejo edificio de Colseguros; en la carrera 7ma con
calle 17 encontramos a Balzac. Un anticuario, café y librería que cuando entré me sentía en
una vieja librería fácilmente ubicada en los años 50's. Un piso antiguo, viejos artefactos
entre las vitrinas llamaron mi atención junto a los espejos de hace quién sabe cuántos
años… Al subir al segundo piso de Balzac me encontré con un espacio totalmente
diferente, un piso de madera que marcaba un rechinar cada que pasaba con mis botas sobre
él, apenas crucé las escaleras vi un cuadro de Kafka que anunciaba perfectamente lo que iba
a encontrar más adelante. Una barra de madera, sillas de madera, repisas de madera, la
madera fue el sello que encerró el café en un espacio de tiempos que ya no existen. Me
imaginé a personajes como Cortázar o a Rimbaud con Verlaine leyendo plácidamente en un
lugar así. Un espacio que particularmente hizo crear en mi un ánimo de querer pedir un café
tan delicioso como el olor de ese lugar, tomar un libro de poesía, recitar versos o hasta ser
un poco más libre y crear algunas líneas aprovechando ese sentimiento de vigilia literaria.
Lastimosamente iba de afán, me dirigía hacia la universidad ese día. Pero no podía perder
la oportunidad de tomar un café y degustarlo en aquellas sillas. Pedí un café con
aguardiente (que llamaban un "Carajillo " o algo así) con una torta de amapola que
gentilmente mi compañera en aquella salida decidió comprar para compartir. La
experiencia por desgracia al tiempo fue corta. Pero ver por aquellos ventanales rodeados de
pintura desgastada, junto a un tocadiscos fue más que suficiente para saciar las ansias de
conocer ese particular sitio, fue una buena elección. Este resultó siendo uno de esos lugares
que tal vez para la mayoría de personas resulte raro, viejo (en un extraño sentido de
negatividad) y demás, pero que para mí resultó como un pequeño escape a lo que pasa en la
calle. Si me preguntaran con qué canción marcaría el café, diría que "La Foule" de la
maravillosa francesa Edith Piaf.

<< Je revois la ville en fête et en délire

(Veo la ciudad festejando y delirando)

Suffoquant sous le soleil et sous la joie

(Sofocante en el sol y en la alegría)

Et j'entends dans la musique les cris, les rires

(Y escucho en la música los gritos, las risas)

Qui éclatent et rebondissent autour de moi

(Que estallan y rebotan a mi alrededor) >>

- La Foule, Ediath Piaf

Ya era hora de irnos, ya eran eso de las 2 de la tarde e íbamos justo con el tiempo
contado, a punto de salir la amistosa mesera nos invitó a hacer parte de los eventos que
hacen los días viernes y sábados; nos comentaba que realizan tertulias alrededor de obras
literarias, charlas abiertas, recitación de poesía, puestas en escena musicales, etc. “Algún
día
tengo o tengo que venir a eso” dije para mis adentros, nos despedimos y bajamos por el
rechinante piso de madera. Sin embargo, ese sitio me generó la curiosidad de saber cuánto
tiempo llevaba escondido entre pasillo del primer piso del edificio de Colseguros; también
para darme la oportunidad de conocer su historia y origen, decidí bajar y en el primer piso
allí sentado en un gran escritorio hablar con el dueño del lugar. Amistosamente me saludó
y me preguntó qué tal fue mi experiencia en Balzac, le comenté que me gustaba la
atmósfera del sitio y sobre todo que estaba interesado en los eventos que había, que el sitio
estaba siempre disponible cuando quiera disponer de un sitio tranquilo y tomarme una
cerveza o un café. Hablando con él, que por cierto se llama Carlos Pedraza… Me comentó
que no era el dueño, sino el administrador de la librería, llevaba unos 6 años trabajando.
Balzac nace porque el dueño quería una librería para vender y comprar libros de segunda
mano para que “los libros cumplan su finalidad… Cambien de mano una vez hayan sido
leídos (...)”. Luego nace el Café gracias a la sugerencia de los usuarios de la librería, el
dueño hace una “alianza” (con los propietarios del edificio Colseguros he de suponer) y lo
terminan montando en el mezanine donde crean un espacio para la charla, la tertulia y el
despeje. Le pregunté qué opinaba desde su empleo respecto al rumbo que hacen los libros
de segunda mano, tanto en las vitrinas, arrumes y puestos callejeros. Reiteró la razón por
la que nació Balzac. Los libros están para que circulen, que cumplan su función, su
información. Poner libros a un precio accesible para que la gente se permita adquirirlos,
como buena “recuperación” que hacen algunos de los vendedores de la séptima que
recogen libros que iban a parar a la basura a ser destruidos, les echan una limpiada y les
ponen precios ínfimos para que el público los compre.

<< Todas la librerías de segunda mano tienen como propósito que lo libros sigan su
camino, sigan fluyendo (…) Cambien de manos y amplíen el horizonte cultural de la
gente.>> Fue lo que mas destaco de las palabras textuales de Don Carlos Pedraza.

Me despedí de Don Carlos, mientras me invitaba a pasarme por los eventos de los
viernes y sábados para disfrutar de lo que allí se realiza acompañado de una cerveza o una
taza de café. Entre afán nos fuimos, yo sin almorzar. Me quedé con las ganas de mirar cada
estantería para indagar si había algún libro que me gustara para llevarme... “A estas horas
qué hay para comer por aquí en pleno centro, tocó una hamburguesa o algo así.” Eran eso
de las 3:30 pm y cerca al Teatro Jorge Eliecer Gaitán compré una hamburguesa para salir
del paso, lo cual me dejo con las expectativas esquivas porque resultó mejor de lo que
pensé. “Mucho mejor que las de por allá arriba en la 19, y más baratas” le dije a mi
compañera. Proseguimos a subir en dirección a los cerros.

"El álbum de mi cabeza sólo con fotos tuya se llena (...)" iba pensado en aquella
canción de los Aterciopelados cuyo video fue grabado en las cercanías al Chorro, Allí
quedó inmortalizado el buen Manuel H., icónico fotógrafo capitalino que registró cantidad
de décadas de historia Bogotana. El asesinato de Gaitán y posterior Bogotazo, cuya imagen
más representativa es el tranvía quemándose en pleno centro del país, esa captura se la
debemos a Manuel H. (Hoy en día donde mataron a Galán en la Séptima con Jiménez hay
placas conmemorativas a su muerte) También el linchamiento y posterior profanación en el
cementerio del cadáver de Juan Roa Sierra (presunto asesino de Gaitán), el incendio del
edificio Avianca, entre otros... Cada esquina de esta capital tiene alguna historia por contar,
sea rara, común, irreal, yo me la creería, en este sitio pasa de todo.

"No necesito flash, aunque sea de noche. Porque no te apagas, eres de luz un
derroche" seguía la letra en mi mente con la voz de Andrea Echeverri. Caminando por allí
no me podía sacar esas canciones de la cabeza, tal vez por el video, tal vez por la letra o tal
vez porque simplemente así suena Bogotá; fue tanto el interés que creó en mí aquella
“playlist” callejera que decidí no crear, sino recopilarla en mi celular. Sin darme cuenta
desde hacía años venía haciendo esa relación entre canciones y calles. Aún cuando mis
salidas a Bogotá eran muy esporádicas, las calles me obligaban a sacar los audífonos y
ponerme a escuchar mis clásicos Capitalinos.
"Sólo falta cruzar unas cuantas pocas calles, un montón de cables" iba sonando
mientras llegaba a mi destino que ni recuerdo cuál era, pero era por arriba de la calle
décima. Las experiencias que he tenido en la capital muchas veces las termino
confundiendo, no sé si la vez que vi una obra de teatro fue la misma en que vi un concierto
de punk o fueron días distintos, el aire es el mismo, mezcla de culturas con diversos matices
para todos los gustos, tal vez por eso a pesar de su inseguridad y problemas sociales Bogotá
sigue siendo un sitio turístico encantador para muchos extranjeros. A la vez que uno nunca
deja de ser un extranjero a donde va, los únicos oriundos y propios conocedores de fondo
en estas calles son las estatuas de la pescadora, el malabarista, el zapatero o la del chismoso
en los tejados de las casas coloniales, figuras que mas de una vez si caminas por la noche te
terminan asustando pensando ¡¿qué hace alguien a estas horas trepado en un tejado?!, pero
que si miramos por segunda vez nos damos cuenta que es sólo una estatua, quién sabe qué
habrán visto u oído aquellos habitantes taciturnos. De lo único que hay certeza es que las
hizo el maestro plástico Jorge Olave, quien irónicamente, fue asesinado en las calles que
adorno con sus vigilantes silenciosos. Entre mis favoritas está la del poeta capitalino José
Asunción Silva, ubicada en la esquina del techo del edifico del ministerio de hacienda y
crédito público, frente al palacio de Nariño y en diagonal al claustro de San Agustín en la
calle 7ma con carrera 8va. Allí está la silueta de un hombre con vestidos de otro tiempo, un
bastón, traje, barba y sombrero distinguen su contorno. Un libro y un vacío con forma de
corazón en su pecho, justo donde terminó su vida, suicidándose de un disparo. Eran
aproximadamente las 4:00 pm de la tarde y un fuerte atardecer contorneaba de una forma
hermosa esa efigie allá arriba, me resulta irónico que en ministerio de hacienda-crédito
haya una figura del poeta y su casa que hoy en día es un museo, se caiga a pedazos, tenga
problemas administrativos y sobre todo financieros.

Pero dejando de lado la experiencia que tuve con los sitios materiales que nos ofrece
la cultura del lugar, es preciso hablar de la experiencia con la gente, porque es la gente
misma quien da valor y cultura a los entornos. Si algo caracteriza a Bogotá es el
sincretismo de muchos lados de Colombia y hasta del mundo, la arquitectura es gracias a
extranjeros que decidieron traer parte de lo veían en Europa, iglesias, palacios, casas, etc.
Las tradiciones indígenas que vemos reflejadas en la medicina popular y sus licores, una
chicha en el centro es algo fijo que hay que hacer al menos una vez que se pase por allá.
Los llamados “locos”, “loquitos” o “desechables” hacen parte de su gente también, al
margen de la sociedad es difícil vivir y cuando alguno de estos personajes quiere acercarse
a uno, es recibido con desconfianza, con miedo. Muchas veces tienen fama de violentos
porque en el imaginario colectivo estas personas sólo están vivas para la droga y la
delincuencia, Algo no muy distante pensaba yo, hasta que un día en el centro comiendo y
tomando en un andén aproximadamente a las 7 u 8 de la noche. Un habitante de calle del
que no recuerdo su nombre, se presentó y se dirigió hacia donde estábamos nosotros (yo y
mis compañeros) a hablarnos, lo primero que hicimos fue recibirlo con desconfianza y
asegurar donde estaban las cosas con valor, esperando que pidiera algo de comer o unas
monedas, nos sorprendió que nos preguntó cómo estábamos y comenzó a contarnos de su
vida sin que nadie se lo preguntara, a veces desvariando en sus palabras (porque terminar
en la calle no es de gratis y sobrevivir de alguna forma pasa cuenta de cobro por nuestra
cabeza) nos hablaba de su experiencia con el frío y la indiferencia Bogotana, claramente no
quería nada, no quería que le diéramos comida, ni monedas, tal vez únicamente deseaba
charlar con alguien. Eso me hizo pensar en otra perspectiva de la ciudad, fuera de las
bibliotecas, de los bares de música, teatros, sitios de tertulia, restaurantes, donde creemos
que se alberga la cultura de una ciudad. Una perspectiva donde es lo popular quien forma y
alberga las formas más democráticas de la cultura, donde son los grafitis quienes hablan, las
personas víctimas de violencia, los desprotegidos por el estado, las madres desplazadas;
quienes llevan con ellos sus historias y tradiciones. En los engranajes de la cultura
colombiana hay dos grandes factores que la han moldeado. Por un lado, está la violencia y
por otro la desigualdad. Reflejada en cada esquina del país, basta con hablar con algún
abuelo o abuela que haya vivido desde su niñez en Bogotá y nos hablará de la violencia
partidista entre liberales y conservadores, del conflicto con las guerrillas y paramilitares,
sus anécdotas familiares estarán cargadas con temas sobre el conflicto, el Bogotazo,
atentados, etc. Gracias a que muchos han ido recuperando esos registros y llevarlos al
ámbito académico es que hoy podemos analizar con claridad hechos que nos marcaron pero
que no hablamos en nuestra historia como país. Justamente ahora, nombrando aquello
recuerdo una salida hacia el museo de arte del Banco de la República. Ubicado en la calle
11 con Carrera 4. En el segundo piso había tres exposiciones; la primera sobre el
movimiento forzoso de comunidades indígenas en el Amazonas, conflictos con campesinos,
el cultivo de coca y la aspersión de glifosato. La segunda sobre las masacres y control del
territorio del Urabá para el cultivo bananero. La tercera sobre las desapariciones ocurridas
en la toma y retoma del palacio de justicia en 1985. Las tres tienen historias con la
violencia y la desaparición/desplazamiento forzado, particularmente la última ya que marcó
a la sociedad Bogotana que vio como fuerzas guerrilleras del M-19 tomaban un palacio de
gobierno, cómo el ejército entraba con tanques y militares, para luego ver cuerpos saliendo
y a lo último; las preguntas de las familias de los trabajadores de la cafetería y otros
lugares. De los que nadie dio razón de vida, simplemente se esfumaron. Cada generación
lastimosamente tiene su retrato de la violencia, unos con liberales y conservadores, otros
con el conflicto guerrillero, otros con las masacres paramilitares, otros con crímenes hechos
por el ejército… Sucesos que las calles aún ven sin un punto final. Lo hablan los grafitis, lo
hablan los museos, lo habla la gente.

<<Me dice Chucho el arriero, el que vive en los cañales.

Que a unos los matan por godos, a otro por liberales.

Pero eso que importa abuelo, entonces que es lo que vale…

Mis taitas eran tan buenos, a naiden le hicieron males. >>

- ¿A quién engañas abuelo?, Silva y Villalba.

Dice un viejo bambuco…


<< Dicen que por Guadalupe votan cuerpos eso supe.

Ellos hacen la limpieza espero no me dejen tiesa.

Vienen no tienen clemencia vienen con negra conciencia.

¡Pilas!, ¡pilas!, gritan lo ñeros

No so le haga raro que mañana no amanezcan. >>

- Pilas, Aterciopelados.

Dice un Punk de los años 90’s…

El recuento que hice de mi viaje por Bogotá tuvo muchos matices, no había fechas
ni horas fijas, sólo sabía que era Bogotá. Ciudad con mil ritmos, cientos de colores, millares
de gentes e infinidad de historias. Para el que quiera vivirla hay muchas oportunidades de
apreciar su cultura, sea donde sea que escarbemos en sus infinitas calles. Sólo se habló de
reducidos acontecimientos y sitios del casco histórico, que no es ni siquiera un cuarto de la
ciudad. Queda desde la punta norte limitando con Chía hasta el basto sur de la enigmática
localidad y páramo de Sumapaz. Que mejor manera de escribir sobre Bogotá que hacerlo
desde un Transmilenio de vuelta a casa.

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