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Unidad Didáctica 4
Bibliografía
♦ Amani. Educación intercultural. editorial Popular. Madrid, 1994.
♦ Calvo Buezas, T. El racismo que viene. Tecnos. Madrid, 1990.
♦ Cortina, A. La ética de la sociedad civil. Anaya. Madrid, 1994.
♦ Kymlicka, W. Ciudadanía multicultural. Paidós. Barcelona, 1996.
♦ Senghor, L.S. El diálogo de las culturas. Mensajero. Bilbao, 1995.
♦ Taylor, CH. El multiculturalismo y “la política del reconocimiento”. F.C.E., México, 1993.
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Dep. Filosofía / Filosofía y Ciudadanía - 1º Bach
Profesora: Montse Díaz Pedroche
ÉTICO
Hemos visto que el ser humano es un ser cultural y que no existe una sola cultura sino
varias. Ahora bien, ¿todo vale?, ¿es posible establecer criterios objetivos que nos permitan
saber lo adecuado o inadecuado de nuestros contenidos culturales? y, en caso de que sea
posible, ¿cómo saber si son correctos o incorrectos? A lo largo de este apartado trataremos
de poner alguna luz sobre estas complejas cuestiones.
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Para empezar, señalaremos que aunque hasta mediados del siglo XIX no se emplea en
filosofía moral el término valor, los filósofos han discutido desde siempre sobre la naturaleza
y el contenido de lo bueno, lo correcto, lo obligatorio, la virtud, la verdad, etc., han emitido
juicios morales en los que están implícitos los valores y han examinado la validez de dichos
juicios. El origen del problema sobre la génesis de los valores morales o sobre la naturaleza
de los contenidos morales y culturales lo encontramos en los SOFISTAS. Fueron los
sofistas los primeros en distinguir entre physis y nomos, naturaleza y convención.
Physis es todo aquello que es por naturaleza, que tiene en sí mismo la razón de su ser; por
el contrario, nomos es todo aquello que es por convención o acuerdo, que es así pero podría
ser de otra manera.
Estas dos corrientes iniciadas en la Grecia Clásica han estado presentes en toda la
Historia de la Filosofía y, aún hoy, están vigentes: mientras que para unos las normas y los
valores son producto de un acuerdo, de un consenso, y dependen, por tanto, de cada
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sociedad y cada época; para otros las normas y los valores son universales y objetivos. Pero,
insistimos, ¿quiénes están en lo cierto, los relativistas o los absolutistas? Por un parte, nadie
puede negar a los relativistas que las normas, los valores varían de una cultura a otra, de un
momento histórico a otro. Al tratar de asuntos morales y culturales topamos con un hecho
innegable: la diversidad de contenidos en el tiempo, en el espacio y entre generaciones de un
mismo lugar. Por ejemplo:
➢ En el tiempo: si recurrimos a la historia, nos percatamos de que los sacrificios
humanos o la esclavitud han sido aceptados moralmente en determinadas épocas.
➢ En el espacio: en nuestra época hay países que luchan por la igualdad entre hombres
y mujeres mientras que otros defienden la subordinación de la mujer.
➢ Entre distintas generaciones: sin salir de nuestro entorno, las/os abuelas/os
consideran inmorales cosas que a los hijas/os les parecen perfectas.
¿Significa esto que las acciones son moralmente buenas o malas dependiendo de cada
cultura, de cada generación, e incluso de cada persona? ¿Significa que en lo moral no
podemos hacer ninguna afirmación que pretenda universalidad, porque todas “dependen”
de la cultura en la que nos encontramos, del grupo al que pertenecemos o del tipo de
persona que somos? Los relativistas y subjetivistas contestarán que sí.
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El hecho de que los ideales de felicidad no sean universalizables y, sin embargo, haya
algo en lo moral-cultural que exige ser válido universalmente, ha llevado a éticos actuales a
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Así pues, entre la total heterogeneidad del “todo vale” y la homogeneidad del
“todos deben hacer lo mismo” se sitúa el PLURALISMO MORAL. El pluralismo no
consiste en que cada cual opine como quiera, sino en que todas/os estén de acuerdo en unos
mínimos y respeten que cada cual viva según su modelo de felicidad. En una sociedad
pluralista se da el relativismo en cuanto a los modelos de felicidad pero no en
cuanto a los mínimos de justicia. Los mínimos de justicia son el conjunto de valores
que comparten todos los miembros de la sociedad y que, por tanto, son exigibles. Los
máximos de felicidad son los distintos modelos de vida buena que se ofertan.
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Así las cosas, a pesar de que los valores morales y los contenidos culturales cambian
según las épocas y las culturas, parece que no todo es relativo, que existen algunos valores
que son universales, o -al menos- universalizables (dignos de ser universalizados): los
mínimos de justicia. Es más, me atrevería a afirmar, que no es que los valores cambien con
el paso del tiempo, sino que se aprende a percibirlos, se progresa en el conocimiento moral
al igual que en otras dimensiones del conocimiento. Así, por ejemplo, la esclavitud no es que
antes fuera buena y ahora mala, sino que ha cambiado nuestro conocimiento sobre ella,
hemos progresado. De ahí que, sin caer en el relativismo, sea necesario someter
constantemente a crítica y a revisión los valores vigentes en nuestro medio social; porque lo
que sí puede ser relativo y sujeto a error es nuestro conocimiento de los valores morales y
culturales.
MULTICULTURALISMO
2.1. ETNOCENTRISMO
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En nuestros días hay grupos que asumen estos planteamientos radicales (xenofobia,
racismo y chovinismo), aunque es más corriente encontrar manifestaciones más sutiles de
superioridad o etnocentrismo en expresiones, ideas o actitudes. Y sobre todo, la posición
más extendida es la aporofobia.
2.3. INTERCULTURALISMO
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cultura y en valorar positivamente las relaciones entre ellas, tanto por parte del
inmigrado como de la sociedad de acogida. La integración favorece la
interculturalidad si se entiende como “integrarse unos con otros” y no como un
mero “integrarse en” un espacio social.
El diálogo entre culturas es una exigencia de nuestro tiempo, ya que necesitamos dar
respuestas comunes a retos que se plantean a toda la humanidad en su conjunto. Para
llevarlo a cabo es preciso partir de unos valores morales compartidos ya por diferentes
culturas, entre los cuales cuenta el respeto a las diferencias culturales. Estos valores
universales, que configuran un mínimo indispensable para llevar a cabo un diálogo fecundo
pueden concretarse en los siguientes:
El respeto a los Derechos Humanos.
El aprecio a los valores como la libertad, la igualdad y la solidaridad.
La actitud dialogante, posible por la TOLERANCIA ACTIVA, no sólo pasiva
e indiferente, de la persona que quiere llegar a entenderse con los demás porque
realmente está interesado en ese entendimiento.
Así pues, “si queremos construir un mundo más humano, haciéndolo más
complementario en su diversidad” como dice SENGHOR, es necesario trabajar por
difundir una actitud dialógica que no sólo genere respeto, sino también
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Y puesto que el futuro no está escrito, sino que más bien es labor nuestra redactarlo, y
teniendo presente que el ser humano es irrenunciablemente un ser social y cultural, no
podremos obviar nunca el hecho de que la sociedad que construyamos es responsabilidad de
todas/os y de cada uno de nosotras y nosotros. Y esta cuestión no es algo baladí, ya que
nuestra individualidad no puede separarse de nuestra inevitable condición de pertenecer a
una sociedad. Y por esta razón, nuestra felicidad individual, a la que tenemos absoluto
derecho a aspirar, no puede desligarse de otro aspecto radical y fundamental de la filosofía y
la ética y es el de la Justicia. Aquí es donde entroncamos las éticas de mínimos (o de la
Justicia) con las éticas de máximos (o de la Felicidad). Porque, a qué felicidad se puede
aspirar como individuo si uno ha tenido la desgracia de nacer en un sistema social
absolutamente discriminatorio e injusto.
En la tarea de construir una sociedad justa, esto es, un sistema social donde todo el
mundo tenga iguales oportunidades, estamos implicadas/os todas/os y ésta es la razón por
la que ningún ser humano puede declararse absolutamente ajeno a la tarea política. Porque
es en esto en lo que adquiere verdadero sentido e importancia dicha palabra y porque
dependiendo de la vida en común que decidamos darnos será o no posible la consecución del
fin de toda vida humana: la Felicidad. Así pues, no podemos olvidarnos nunca de esta parte
esencial de nuestra vida, la de ser seres comunitarios a la par que necesariamente creadores.
Porque, por suerte, ningún sistema político y social, al igual que ninguna forma cultural, está
nunca terminada. Son algo dinámico y vivo igual que el ser humano que los crea y que se
crea en ellos. Ahora bien, esa labor (que lo queramos o no) se nos impone, la tarea de
construirnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, es una tarea que posee dos
perspectivas que tendremos que conjugar: el pasado y el futuro. Y, para terminar, decir que
para conseguir un presente vivible no deberemos nunca confundir lo improbable con lo
imposible y por ello no podremos olvidarnos de las utopías, indispensables como motores y
guías en la tarea de construir un mundo mejor (no olvides nunca que cuando el dedo señala
la luna, el imbécil mira al dedo); pero tampoco deberemos olvidarnos del pasado, ya que
como dijo Jorge Santayana el pueblo que olvida su historia está condenado a revivirla.
¡Ojalá que el siglo de la tecnología sea también el siglo del ser humano!
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