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Saliendo de Vietnam

“No sé qué hacer para salir de Vietnam. ¿Imaginan un chico de tres años con un casco
de acero, uniforme camuflado y una M16 que es más grande que él, patrullando las altas
centrales? De aquí solo puede sacarte el amor de una mujer”

Alberto Laiseca, La puerta del viento, 20141

¿Alberto Jesús Laiseca, fallecido el 22 de diciembre de 2016, es ahora un


fantasma? A diferencia del espectro de su amado Wilde, el posible fantasma de Laiseca
no fracasará. Sin ascendencia cultural, sin haber pasado por el periodismo, sin ganar
concursos, habiendo trabajado como cualquier ciudadano anónimo (v.g. peón de
limpieza) y habiendo recurrido al crotaje o a la invitación a comer de más de un amigo,
Laiseca hizo de sí mismo lo que deseó: fue un hombre que escribía. Andrés Rivera,
muerto un día después que Laiseca, senteciaba que existían dos tipos de escritores: los
que quieren ser escritores y los que quieren escribir. Lai fue, ante todo, un hombre que
hizo literatura, no un escritor.

II

En la contratapa de los Cuentos escogidos de Rivera, se lee un juicio de Piglia:


“El lenguaje de Rivera nunca es el de la política sino el de una sexualidad cargada con
todas sus compulsiones. (…) Rivera hace hablar a la política con el lenguaje del deseo.”
Rivera descreyó, en literatura, de cualquier otra fe que no fuese el realismo. “Lo mío-
dice Laiseca- es realismo delirante, ni delirio, ni realidad. Son las dos cosas juntas,
porque el delirio potencia la realidad y la realidad potencia el delirio.” A la vez que fue
un férreo defensor y practicante de la imaginación literaria (“Laiseca es el Borges de la
literatura” leemos en la contratapa de la edición 2010 de su primera novela, Su turno),
Laiseca jamás se desentendió de la realidad ni justificó a la imaginación como mero
ejercicio de estilo o género. Nada de la experiencia humana le fue ajeno a la literatura
de Laiseca.

1
Última novela publicada por Laiseca. Luego publicó una recreación ilustrada de “La niña y la muerte”
de Hans Christian Andersen poco antes de morir. La puerta del viento versa sobre la guerra de Vietnam.
Laiseca declaró varias siempre quiso haber combatido en ella para “sacarse el miedo de encima.”
III

Si en Rivera el tono de la lengua de la política es la sexualidad, Laiseca optó por


el procedimiento opuesto. El sexo, el amor, la amistad, los vínculos de parentesco y las
relaciones sociales están procesados por los tonos de la guerra y la política. Laiseca
habla en más de un lugar de “la URRSS de mi padre” y en su literatura la familia a
veces funciona como un campo de concentración o un estado totalitario.

Valga como demostración el cuento “El checoslovaco”, del libro Matando


enanos a garrotazos, que causó el desaire del Borges de la realidad debido al uso del
gerundio. Allí, una relación de pareja entre una mujer obesa y un inmigrante se nos
ofrece como un lento plan por parte de él por lograr la muerte de su esposa. Las palabras
adquieren un papel clave en su estrategia: “Cuando decidió matar a su esposa
exclusivamente con armas secretas, en su arsenal contaba con el lenguaje, como si este
fuera la más letal e importante de sus ojivas nucleares de cabezas múltiples.” Nuestro
escritor, nada inocente con la materia prima de su arte ni con sus efectos concretos,
escribe esta verdad en la página 107 de Por favor, ¡plágienme!, una deformada
colección de ¿ensayos? sobre el plagio como auténtica forma de creación: “La gente no
tiene suficientemente en cuenta el poder hipnótico y subliminal de las palabras.”

Imposible acusar a Laiseca de misoginia o machismo. El sadomasoquismo, la


guerra de las relaciones interpersonales no es asunto de género sino humano. En
Aventuras de un novelista atonal, un anónimo escritor vive bajo el régimen de terror
amoroso de Doña Clota, la dueña de la precaria pensión en donde vive. Doña Clota se
convierte en una gorgona, en una madre devoradora que difumina el límite entre el
sadismo y el amor: “No me llames mamá, hijo de puta –dijo ella suave y tiernamente-,
llámame Doña Clota.”

C.E Feiling, con quien Laiseca comparte el hecho de haber nacido en Rosario,
analiza brevemente en “Una mujer a medias” las Marta Riquelme de William Hudson y
Martínez Estrada para hacer foco en la composición de personajes femeninos. Al final,
cuando ya adujo que “la literatura argentina escrita por hombres no ha sido pródiga en
personajes femeninos plenos”, Feiling da una estocada irónica al comentar “El Aleph”:
“(…) el protagonsita (…) sufre lo que quizá sea una alucinación: que las mujeres tienen
sus propios deseos, que son personas y personajes plenos con independencia de los
hombres.” La literatura de Laiseca, de una gran ética, está poblada por hombres y
mujeres y los conflictos que, a su vez, los habitan. La lasciva Boula y la potente
Hentsen de la novela La hija de Kheops confirman que Laiseca no alucina sobre los
deseos de las mujeres sino, sencillamente, escribe sin censura sobre ellos y ellas. “Lo
que no es exagerado no vive” le gustaba repetir.

IV

Laiseca transita y escribe con el mismo desparpajo sobre Nueva York, Vietnam,
el antiguo Egipto, Buenos Aires o Camilo Aldao, el pueblo donde pasó su infancia. Por
allí pululan humanos en situaciones extremas, diversos monstruos, seres sobrenaturales
y otros asuntos que, en palabras de Laiseca, van a parar a “la bolsa insondable del
etcétera.” No hizo esfuerzo alguno por inscribirse en el canon de esa conjetura llamada
literatura argentina. Galante, monstruo, maestro generoso, padre amante, bufón (el
humor y lo cómico son marcas de agua en Laiseca), supo entrever en el campo de
batalla de la vida y la literatura qué es auténtico y qué no. El amor por una escritura
desaforada en la literatura y la intensidad del amor en la vida, como se explicita en el
epígrafe de esta nota, van a seguir obrando para hacer de Laiseca un fantasma
entrañable. Multiplicado o deformado, el horror de la vida cotidiana se filtra en muchas
de sus obras pero, como contrapeso, Laiseca sabe mostrar una salida al Vietnam
doméstico de nuestro día a día.

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