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Luis Gusman (Buenos Aires, 1944) es autor de una obra vasta y variada.

Fue
fundador, junto a Germán García, Osvaldo Lamborghini y Ricardo Zelarrayán,
de la renovación vanguardista que supuso la revista Literal. Su primer libro, El
frasquito, tuvo una intensa repercusión entre lectores y censores. Los últimos, en
1973, intentaron sacarlo de circulación, al menos materialmente. No solo narrador,
sino además ensayista, Gusman ha publicado sus reflexiones literarias en libros
como La ficción calculada, Epitafios o La literatura amotinada. También es
psicoanalista, aunque la literatura y la clínica freudiana no parecen tocarse en sus
ficciones, lo mismo que le sucede cuando escribe sobre psicoanálisis. Como dice en
otro lugar: “Yo soy como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde: me escindo.”

Luis Gusman tuvo la amabilidad de responderle cuatro preguntas a El cocodrilo:

En los últimos años, en la literatura argentina ocurre lo que se ha llamado “el giro
autobiográfico”. ¿A qué obedece, para usted, este interés en escribir sobre el yo? ¿Se
trata de un interés renovado?

Siempre se trata de no generalizar. Hablo de mi caso. La rueda de Virgilio es un libro


que lleva la impronta de la autobiografía, pero ¿está escrita desde el yo? No podría
afirmarlo. El frasquito es, como dice Lezama Lima, autobiográfico hasta donde es
posible, pero el yo está estallado. Entonces, lo primero que habría que separar es el yo
de la primera persona. A mí me gusta lo que dice Mallarme del acto poético. Algo así
como “El que realiza el acto poético, se suprime, en tanto yo”.

Creo que es posible pensar qué sucede que lo que usted llama ese giro, ya se escriba
desde el yo, cuestiones autobiográficas, falsas o verdaderas. Desde Habla memoria de
Nabokov es difícil dónde situar ese registro. Lo que sí me parece es que si convenimos
en llamar yo al lugar desde donde se cuenta, considero que lo que usted plantea en su
pregunta se debe a dos cuestiones. La literatura argentina deviene por una connivencia
entre el narrador como personaje que es donde se podría condensar la figura del yo. Eso
implica, de alguna manera, la ausencia de los personajes en el sentido más tradicional, y
un avance donde la narración, la escritura, la lengua, renuncian o dejan de lado la trama,
O mejor dicho, para evitar el prejuicio, esa es la trama.

¿Tiene alguna consideración o interés en el fenómeno del lenguaje inclusivo? ¿Piensa


que puede tener alguna repercusión literaria y/o en el estado de lengua?

El estado de lengua, tal como lo define Michael Rifaterre quien es, creo, el que inventa
ese concepto, para mí fundamental, exige la lectura de los textos. No sé si hay una
literatura escrita en lenguaje inclusivo como para considerar el estado de lengua de un
corpus que, a mi entender, recién se está creando. Sería interesante leer la gran novela
de Guimaraes Rosa Gran Sertón: Veredas porque en la última página nos enteramos
que creíamos que lo narraba un hombre y en realidad lo narra una mujer. También
podría ser al revés. No dispongo del conocimiento de la lengua portuguesa para
emprender semejante tarea. Pero creo que en ese país donde el lenguaje inclusivo, como
cualquier otro no totalitario, hoy tan amenazado, hay ya seguramente muchos trabajos
muy serios en la dirección de lo que propone su pregunta. Por supuesto, como toda
lectura que impone una diferencia en un campo establecido e institucionalizado, no está
exceptuada de las distorsiones ridículas.

¿Qué proyectos tiene entre manos actualmente? ¿Puede comentarnos brevemente


acerca de ellos?

Más que proyectos son libros por salir. Flechazos lo publicará Emecé el próximo año.
Es un libro donde escribo sobre los encuentros y las despedidas en la literatura y en la
vida. Desde El largo adiós de Chandler a el poema de Borge “Delia SanMarco”, a partir
de una frase de Schopenhauer (“Todo encuentro es una cita”) y otra de Chandler: “No
quiero decirte adiós”. También saldrá Calles cruzadas (lo publicaría Ampensad), donde
cuento cómo un lector cruzado como yo, quiero decir atravesado por lecturas, cruza el
puente que separa la capital de la provincia y hace un réquiem por Avellaneda. Además,
se editará una antología personal titulada En reserva, en la cual figura aquello que el
escritor decide, aprovechándose de ese género, lo que para él quedaría flotante, en
suspenso, suspendido. También aparecerá un libro de artículos más políticos, desde
“Desaparecidos, un eufemismo”, la siniestra frase que marcó todo el proceso, hasta lo
que se podría considerar como la argumentación apremiante que “construye” el lenguaje
y la argumentación de cierta política. Este libro lo publicaría 17grises, la editorial que
publicó Epitafios. Finalmente, se editará mi novela de tango Dos extraños.

Por último, ¿hay algunas obras o autores que le parezcan que estén produciendo una
literatura amotinada, según lo que usted propone en su reciente libro sobre Piglia,
Leónidas Lamborghini y Héctor Libertella?

Es la lectura la que amotina cuando se asocia con un texto. Fue el caso de El fiord de
Osvaldo Lamborghini, con el prólogo de Germán García, o El frasquito con el prólogo
de Piglia. También el prólogo de Oscar Masotta a Cuerpo sin armazón de Oscar
Steinberg. No sé si en este momento de la literatura es necesaria esta confluencia. En mi
época sí.

Puedo hablar de libros que me parecieron diferentes: El amor nos destrozará (Diego
Erlan), El libro enterrado (Mauro Libertella), El trabajo con los ojos (Mercedes
Halfon), La lengua Alemana (Julieta Mortati), La jesenská (Ana Azourmanian) y Luto
(Edgardo Scott). En el campo del ensayo: Pasiones terrenas, de Maxi Crespi. Siempre
leo los libros que salen de Martín Kohan. María Martoccia, Alan Pauls, Dany Guebel,
María Moreno, o Sergio Cheifec. Por supuesto, los amigos: Luis Tedesco, Luis
Chiarroni, y Jorge Jinkis, Juan Ritvo, Eduardo Grüner: “los conjeturados”. Creo que
Marcelo Gargiullo, en sus textos que aparecen por aquí y por allá, es un gran escritor.
Por supuesto, nada objetivo, se trata de la amistad, pero eso sí: nunca existe alguna
concesión que impida la lectura.

Y las sorpresas. Un día me escribió Rafael Bielsa para que, si me gustaba, escribiera un
prólogo a un libro de poemas de Diego Scalona, El revés. El libro me parece muy bueno
y entonces escribí el prólogo. A él no lo vi nunca, no lo conozco. Esos libros cruzados
son las mejores sorpresas.

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