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Apolo Sonoro y Otros Ensayos
Apolo Sonoro y Otros Ensayos
Apolo sonoro
y otros ensayos
Prólogo
Georges Dumézil
Suite vocal y apolínea
A la memoria de Marcel Bataillon
Miembro de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras,
Profesor de lenguas y literaturas de la península Ibérica y de América Latina,
Administrador del Collège de France (1955-1965),
Es decir:
4. Por mí es que come alimento, aquel cuya vista discierne, aquel que respira,
aquel que escucha lo dicho. Sin darse cuenta, viven sobre mí tranquilamente.
¡Escucha, tú de quien se escucha [hablar] (= ilustre), te digo algo digno de
confianza!
5. Soy yo, por mí misma, quien pronuncia lo que disfrutan dioses y hombres. A
aquel a quien amo, quienquiera que sea, lo hago fuerte, lo hago brahmán
(masc.), lo hago Vidente (rsi), lo hago muy sabio.
6. Soy yo quien tenso el arco para Rudra, a fin de que la flecha mate al enemigo
del brahmán (neutro). Soy yo quien hago el combate para los hombres. Soy yo
quien ha penetrado el cielo y la tierra.
Antes de entrar en más detalles, reproduzco el breve comentario que hice sobre
esta estructura en Los dioses soberanos:
De tal modo, las estrofas 4, 5, 6, las únicas junto con la segunda mitad de
la estrofa 2 que conciernen a la humanidad, están regidas una por el sustantivo
ánna “alimento” y la raíz ksi “vivir instalado, tranquilo y próspero”; la siguiente
por dos variedades de hombre sagrado, el brahmán y el rsi; la tercera por las
expresiones dhánur a tanomi… hántava u “tenso el arco para matar” y samádam
krnomi “hago el combate”. Están pues presentes, en el orden III, I, II (AV: I, III,
II), los señalamientos de las tres actividades que, en esa época de la historia de la
India, están a punto de endurecerse en clases sociales […]. Por otra parte, por
poco que uno se haya ocupado de la mitología védica, se advierte
inmediatamente que brahmán y rsi remiten a la zona de Mitra-Varuna, samád y
dhánu a la del combatiente Indra, ánna y ksi a la de los serviciales Asvin o
Nasatya. Los tres “lugares” en los que la diosa sitúa sus tres beneficios son por
lo tanto aquellos donde actúan los dioses nombrados en parejas ya en la estrofa 1
(c d) –“los dioses hindúes de Bogazköy”, Mitra-Varuna, Indra[-Agni], los
Nasatya.
Como es natural en este pasaje donde Vac no se define sino con relación a los
hombres, todo lo que ella dice, todo aquello de lo que se vanagloria, concierne a la voz
humana articulada. Una sola excepción salta a la vista: en el nivel de la función
guerrera, precediendo a la batalla fragorosa y ocupando la mitad de la estrofa, la Voz
elige manifestarse en el arco y en la flecha. Consideremos sucesivamente cada una de
esas declaraciones.
La estrofa 4 define el servicio de la Palabra en la satisfacción de las necesidades
elementales de una sociedad. El aspecto nutricio de la función es puesto de relieve
desde los primeros vocablos y como enunciado principal: de donde sea que provenga el
alimento, ya sea que resulte del trabajo pastoril o agrícola, del comercio o de la
industria, un mínimo de comunicación, de información, de preguntas y respuestas, por
tanto de palabra, es en efecto necesario para producirlo. Por otra parte, es el motivo por
el cual el tercero de los términos que sirven para caracterizar en ese nivel a los
beneficiarios de la Palabra –es decir, a todos los vivos (aquel que 1° ve y discierne, y 2°
que respira)– los presenta como si fueran a su vez los usuarios de esa palabra, y usuarios
recíprocos: “Aquel que escucha (y comprende) lo dicho (por los otros)”. Esa
reciprocidad, fundamento de las relaciones sociales, parece retomarse en el cuarto verso,
esta vez en forma de conminación o de súplica y como una continuación práctica de la
constatación teórica que se acaba de hacer, con la expresión extraña srudhi sruta,
precisamente “escucha, escuchado” (en el sentido de “tú del cual –y no al que– se oye
hablar”, “tú, ilustre”), es decir, sin duda, “escucha, ya que tú mismo eres beneficiario de
la escucha de los otros”, seguida inmediatamente por una respuesta al problema de
verdad, de sinceridad que plantea toda comunicación verbal, toda negociación, toda
enseñanza: “Escucha, porque lo que digo merece crédito, confianza”.
Entre la constatación de los versos a-b y la súplica del verso d, el verso c
generaliza ante todo la primera: “Sí, todos ellos –los hombres que viven de manera
tranquila y próspera (ksi)– me deben esa felicidad, a mí, la Palabra, y sin siquiera darse
cuenta de ello, sin pensarlo (a-mantávah)”, sin duda porque hablar les resulta tan
natural, constitutivo, como percibir (a) y respirar (b). Ese adjetivo, “desatentos,
inconscientes”, es obviamente esencial: en ese nivel, en ese uso incesante, la maravilla
que realiza el lenguaje es banalizada, laicizada.
En suma, al mismo tiempo que se pone de relieve el abastecimiento de víveres,
resultado principal y más urgente del parloteo de los hombres, Vac declara que gobierna
el conjunto de lo que llamamos “la vida corriente”.
También la religión es el campo de una amplia comunicación articulada, ya no
entre hombres, sino entre los hombres y los dioses. Por lo tanto, en este nivel, es preciso
que lo que se dice sea aprobado, “disfrutado”, por unos y los otros (estrofa 5, verso b).
Las fórmulas rituales, las doctrinas, los relatos míticos, es decir, casi la totalidad
de la vida religiosa, cuanto menos sus fundamentos, serían variedades de la Palabra, que
se encuentra allí en su ámbito predilecto o por excelencia y, en consecuencia, ya no
tiene que moldearse según las circunstancias. Fijada de antemano, se impone, y sin duda
es lo que expresa, en el verso a, el término svayám, “yo misma y nadie más”: soy yo, la
Palabra codificada de los rituales, yo, el contenido inspirado de los himnos, quien soy
capaz, sola y por mí misma, de llegar a los dioses.
Pero la Palabra sagrada no está a disposición de cualquiera. Elige sus
mediadores, siguiendo su libre albedrío, yám kamáye. Son los hombres sagrados al igual
que ella, los sacerdotes. En el transcurso de largos estudios, en efecto, les brinda
potencia de acción (ugrám) y potencia de pensamiento (sumedham). Y entre ellos
distingue dos tipos: el brahmán y el rsi, uno más ligado a las fórmulas y a los gestos
inmutables del culto, el otro abierto a la creación poética, aproximadamente “el
oficiante” y “el vidente” (o “el inspirado”).
Para concluir, recordemos algo que es esencial, y es que este cuadro de los
poderes de Vac, aunque esté ubicado en el décimo libro del Rig Veda, es seguramente
arcaico, puesto que el himno que lo contiene, claramente construido, se inicia con el
enunciado teológico de la misma estructura y cuyo carácter prevédico, “hindú común”,
garantiza el tratado de Bogazköy.
*
Sugerencias
Tal será, tal es desde ese momento el estatuto del dios: 1) y 2) reclama, como su
bien propio (yo posesivo, “que me sea”), “su” (filé) lira y “su” arco; 3) luego declara
que tiene el poder de revelar en forma de oráculos las voluntades de Zeus, su padre; 4)
finalmente cubre el suelo de Delos con una capa de oro, respaldando así la promesa de
su madre y prefigurando la afluencia de riquezas que reemplazará la imposible
cobertura vegetal para la isla.
Los cuatro términos del señalamiento se presentan en formas diferentes, aunque
naturales. En su nacimiento, el nuevo dios no tiene en las manos el instrumento que
sostiene los cantos ni el arma que hiere de lejos, por lo tanto debe solicitarlos; en
cambio, posee en sí mismo, por su naturaleza, los otros dos dones; uno, el don profético,
que no servirá más que en el futuro, por ende se limita a anunciarlo; el otro debe recibir
una aplicación inmediata, aunque sólo sea para tranquilizar a Delos y honrar a su madre:
lo manifiesta entonces, sin declaración, mediante el metal simbólico que producen sus
primeros pasos.
Muy distintos y estrechamente unidos –los tres primeros incluso en dos versos
densos como una fórmula–, esos cuatro términos son un análisis de los servicios del
dios. Para tres de ellos, la pertenencia a uno de los tres niveles funcionales indoeuropeos
y sólo a uno resulta evidente y es subrayada por el contexto del himno. A la función
más elevada, la administración de lo sagrado, le compete el oráculo; el arco permite una
forma particularmente eficaz de acción guerrera; el oro le garantiza a Delos su futura
opulencia. Sólo el cuarto término, el primero en la proclamación de Apolo, la lira,
plantea un problema. Para una primera aproximación y a la espera de otros
esclarecimientos, admitiremos que pertenece en lo esencial a lo que pone de relieve casi
exclusivamente la continuación del himno: el culto, la fiesta anual, donde ésta
acompaña los cantos y las danzas. La primera función recibe así, dentro del bagaje del
dios, una doble expresión: la palabra oracular, que hace conocer a los hombres las
decisiones de Zeus, la lira que torna gratas a los dioses las alabanzas y las plegarias de
los hombres. Retomemos cada uno de los términos en esta perspectiva, volviendo a
situar en su lugar primario la música en tanto que arte sagrado.
3. El arco, que les proporciona a todos los Apolos tan numerosos epítetos de su
naturaleza, no es presentado en acción, pero su destinación es clara. En el mismo himno,
las menciones del arma se redoblan espontáneamente con la referencia a la fuerza física
del arquero: la dicha de Leto, en el momento de su alumbramiento, o más tarde en el
Olimpo, es haber puesto en el mundo a “un hijo portador de arco y robusto” (v. 126 =
13), y en la escena muda que abre el poema, el Arquero parece listo para hacer sufrir a
los Inmortales del Olimpo, aterrorizados, la suerte que les reserva a los hijos de la
sacrílega Níobe (v. 1-13):
4. En cuanto al oro que los pasos del recién nacido sobreimprimen en una tierra
que no lo contiene, tan pobre en minerales como en humus, así como tampoco hace
crecer los cereales, expresa en verdad el origen único no sólo de la alimentación, sino
también de la riqueza que les corresponderán a Delos: exteriores, importadas. Como lo
prometió Leto (v. 50-60), compensará la ausencia de un suelo fecundo, piar oudas.
¿Cómo? Obviamente, por la afluencia de hombres de todas partes, peregrinos y
comerciantes. A partir de allí, resulta indiferente que se interprete la capa de oro de la
que habla el himno como una imagen poética sin realidad o como el producto auténtico
y efímero de un milagro: su valor no se modifica. Inspirándose en el antiguo poema en
su Himno a Delos, Calímaco ha demostrado magníficamente por otra parte que las dos
interpretaciones, la simbólica y la concreta, hacen buena pareja: la operación mágica del
dios que nace, si es que hay magia, brindaba en todo caso un presagio para los siglos
por venir (v. 255, 260-265, traducción de Émile Cahen, ed. Budé):
El recién nacido saltó del seno materno […]. En ese momento, de oro fue
toda la tierra, oh Delos: de oro, a lo largo de todo el día, fluyó el oleaje de tu
lago redondo, y de oro fue la fronda del olivar que vio nacer al dios, de oro las
altas aguas del profundo Inopos, en su curso sinuoso. Y tú, por encima del suelo
de oro, alzaste al niño…
Sin demora, la práctica religiosa iba a transmutar el noble metal de los orígenes
en “diezmos y primicias” (dekateforoi aparkhaí), recogidos sin recurrir a las
divinidades de la guerra, a salvo de las de la muerte (275-282):
Desde ese día, nodriza de Apolo, eres la más santa de todas las islas. Ni
Enio ni Hades huellan tu suelo, ni los caballos de Ares. Cada año te vuelve a
traer los diezmos y las primicias y los coros de danza que te envían todas las
ciudades, las que ocupan las tierras de oriente y las del poniente, y las que están
en medio, y también los pueblos, raza más antigua, que habitan al norte, más allá
de las costas de Bóreas…
Porque ese privilegio del “alimento por las manos del extranjero” también estaba
expresado, en la leyenda y en los ritos, por la tradición sobre las “vírgenes hiperbóreas”,
cuyo primer testimonio fue ofrecido por Heródoto en su discurso escítico. Tras haber
nombrado a algunos autores que hablaron de los pueblos septentrionales, el historiador
escribe (IV, 33-35):
Pero son los delios quienes brindan los detalles más numerosos sobre
ellos. Objetos sagrados, envueltos en paja de trigo, según cuentan, eran llevados
del país de los hiperbóreos al de los escitas; a partir de allí, y de vecinos en
vecinos, de este a oeste, los diversos pueblos se los trasmitían hasta el Adriático,
de dónde los enviaban hacia el sur. Los primeros griegos en recibirlos eran los
habitantes de Dodona quienes los expedían hacia Eubea a través del golfo
Maliaco; una vez allí, de ciudad en ciudad, eran llevados hasta Karistos. Los
karisteanos dejaban a un lado Andros y los hacían llegar a Tenos y los tenianos
los conducían a Delos.
Tales son los valores de la lira, del arco, del don oracular y del oro que Apolo
naciente reclama (1, 2), declara (3) o produce (4). Es probable que en la misma Delos,
como heredero de una figura prehelénica, el dios tuviera otros poderes, pero el hecho es
que sólo éstos fueron conservados y reunidos en sus primeras palabras y en su primer
movimiento para conformar una especie de definición por enumeración. Se trata en
verdad de una estructura, que no está permitido diluir dentro de concepciones más
generales, ni sobrecargar con términos suplementarios. No hace falta, por ejemplo,
como se lo hacía naturalmente en la escuela de Mannhardt, interpretar la fiesta anual de
Delos, las Delia, como una fiesta local “de la cosecha”; reubicada en el abundante
contexto del himno homérico, es todo lo contrario, puesto que los delios no pueden
practicar la agricultura y viven de lo que les traen, a semejanza de las vírgenes del
Norte, “unas manos extranjeras”. Resulta interesante comparar al respecto, en la
continuación délfica del himno homérico (v. 523-537), la manera muy similar en que se
les promete riqueza y abundancia a los guardianes del territorio en adelante sagrado de
Delfos, preocupados por verse establecidos a la fuerza en un suelo que, como el de
Delos, “no da racimos y no tiene buenas pasturas” (532-537):
El carácter estructurado del estatuto delio de Apolo es confirmado por otro tipo
de documentos, que presentan una variante. En una acuñación de Atenas, que reproduce
una estatua de Delos y que ya Wilhelm Roscher había puesto de relieve, el dios tiene su
arco en la mano izquierda y en la derecha un soporte, una especie de bandeja, sobre la
cual se hallan las tres Cárites músicas; a un lado y al otro de sus piernas, dos grifos, al
parecer, están enfrentados. Ahora bien, los grifos pertenecen a la población fantástica
del Norte: una leyenda ya mencionada por Heródoto (IV, 27) dice que son los
guardianes del oro contra los “rubios arimaspos” (cf. Calímaco, Himno a Delos, v. 291:
del país de los arimaspos había partido, llevada por dos vírgenes, la primera ofrenda
hacia Delos). Las potencias enumeradas en el himno homérico se encuentran por tanto
reunidas aquí, excepto el don oracular difícil de expresar gráficamente y tal vez
insuficientemente evocado por la figuración del mismo dios. Las pocas diferencias entre
la moneda y el himno resultan instructivas. El oro es ingeniosamente evocado por su
fuente fabulosa –el país de los grifos y sus guardianes los grifos– puesta al servicio de
un Apolo griego que una interpretatio identificaba con algún dios de los bárbaros del
Norte. En cuanto a la lira, es reemplazada, con el mismo oficio, por las tres músicas,
hermanas de las Cáritas de Orcómeno, que la apertura de la catorceava Olímpica, bien
comentada en un escolio que Francis Vian puso de relieve hace veinte años, define
mediante tres virtudes que dependen de las tres funciones, la Sabiduría, la Belleza, la
Valentía.
El lector seguramente ha percibido hasta qué punto esta lista de los poderes de
Apolo delio se acerca a las pretensiones de la Palabra védica. Intentaremos precisar
tal impresión. Pero antes se imponen dos operaciones preliminares.
1. Si los tres primeros términos –oráculo, lira, arco– del estatuto de Apolo no
están ligados sino únicamente a la persona del dios, independientemente de los lugares
y de las circunstancias, no ocurre lo mismo con el tercero: el don que se le hace a
Delos, como por otra parte también a Delfos, de una riqueza importada por
connivencia universal está condicionado ante todo por la necesidad, por la pobreza
natural del país que se beneficia de él. Por lo tanto, podemos pensar a priori que este
último término constituía desde un principio un punto frágil de la estructura, difícil de
trasladar, por ejemplo, a los paisajes más agradables y a los suelos más fértiles adonde
el dios le gustaba establecerse. Es en efecto lo que comprobaremos al examinar una
variante del estatuto delio que tuvo una popularidad bastante grande, en especial en la
Roma helenizada, y cuyo tercer término se refiere a otro aspecto de la tercera función:
ya no la alimentación ni ninguna forma de enriquecimiento, sino la conservación de la
salud, la medicina.
2. Hemos admitido que la lira, la música y todos sus bellos séquitos sólo figuran
en el estatuto como expresión de un segundo aspecto, cultual, de la primera función.
Ciertamente es preciso rectificar esa aproximación dado que la lira, en la presentación
que el dios hace de sí mismo en su nacimiento, es evidentemente asociada de manera
autónoma, con pleno derecho, junto al arco y a la profecía.
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