Está en la página 1de 2

LUIS IGNACIO BRUSCO

Médico, investigador y educador argentino especializado en


Neurociencia

Cerebro y conciencia
Posted on 21 junio, 2018
El hombre piensa, aun cuando no tenga conciencia de ello.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel
De todas las funciones del cerebro humano puede que la conciencia sea la más compleja y a la que
todavía le queden muchos más misterios por develar. Porque, ¿qué es en verdad la conciencia? Es esta
una pregunta de difícil respuesta. La conciencia es la del espacio que ocupamos, la del tiempo que
vivenciamos, la de nosotros mismos y la de la finitud, que es comprender que poseemos un fin. Esta
última ha marcado importantes preocupaciones filosóficas y científicas en el siglo pasado: entender
que
morimos y lo que ello implica modifica decisiones que tomamos. Nos encontramos, luego, con otro
gran problema: debemos usar nuestra propia conciencia para conocer la misma.

Por otro lado, si bien es posible que la delimitación de subtipos de conciencia sea forzada y arbitraria,
tal vez encontremos en esta herramienta de categorización la única forma de clarificar nuestro
pensamiento a la hora de encarar su análisis.
Desde un punto de vista neurológico, los fenómenos de conocimiento son mediados por zonas
subcorticales (es decir, por zonas que se encuentran debajo de las corteza); principalmente por una
estructura llamada tálamo (del griego “thalamus”: habitación), que es clave en el proceso de la
conocimiento consciente. Esta estructura envía la información a través de un cablerío (denominado
“vías”) a las cortezas frontales de nuestro cerebro, las cuales nos otorgan la capacidad de abstraer. El
tálamo filtra la información sensorial y permite discriminar —a partir del aprendizaje social
incorporado con el tiempo— qué información (interna o externa) es real y qué no, permitiendo generar
la conciencia subjetiva acorde sobre uno mismo y sobre lo que nos rodea.
Científicos que investigaron sobre los mecanismos de la conciencia, como Rodolfo Llinás de la
Universidad de Nueva York , comprendieron que los fenómenos de tálamos-corticales funcionan en
forma de ciclos por segundo. Con un método complejo llamado “magnetoencefalgrafía” este último
investigó sobre la funcionalidad de los sistemas cerebrales y la función de la conciencia y se observó
que la misma opera como si estuviera compuesta por fotogramas, pareciendo nuestra conciencia una
especie de película que pasa por nuestro pensamiento, tan velozmente como en el cine, generando
neuroimágenes específicas para cada idea y diferentes en cada persona. En otras palabras, cada
persona genera imágenes independientes para palabras específicas.

El control de esa ideación está relacionado con las emociones innatas, pero también se ve modificado
por las emociones aprendidas, que informan a nuestro sistema nervioso, convergiendo en nuestros
criterios de realidad. Es posible que una alteración de estos sistemas provoque síntomas que se
asemejen a la psicosis o delirios, en donde se pierden nuestro juicio de lo real.

John C. Eccles, premio Nobel de fisiología, terminó su carrera estudiando la evolución de la


conciencia, pudiendo apreciar que dicha evolución se correlaciona con el aumento de tamaño de
nuestro cerebro, pero además con el cuerpo en lo que hace a destreza, desarrollo de órganos fonatorios
o bipedestación, entre otros factores, sin los cuales probablemente nuestra conciencia no hubiera
podido alcanzar el grado de
madurez actual.
Y, si de fin hablamos, el surgimiento de la conciencia de la propia finitud es una de las características
más importantes de este proceso evolutivo, posiblemente única en su complejidad (aunque existen
autores que aceptan que algunos mamíferos tales como el elefante o el chimpancé también poseen una
conciencia de
su final), la cual nos permite planificar y tomar decisiones anticipadamente pero, a su vez, otorga la
causa central de nuestra angustia, como planteó Martin Heiddeger, pensador fundamental del siglo
pasado. Esa conciencia de finitud presupone la de tiempo-espacio y la de uno mismo, conciencia que
genera nuestros temores pero que al mismo tiempo puede ser la que motive nuestras ideas y acciones
posteriores.

*Ignacio Brusco
Neurólogo. Doctor en medicina y doctor en Filosofía. Investigador del Conicet.

También podría gustarte