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Por qué debes leer literatura clásica

La literatura clásica provoca una extraña enfermedad en nuestra sociedad. Por lo general cuando se
pregunta a alguien por la lectura de un libro calificado como clásico la respuesta suele ser “estoy
releyéndolo” o “lo leí hace tiempo”, como dando por supuesto que es un insulto a la inteligencia no
haberlo hecho ya.
La realidad es bien distinta. Sin ir muy lejos, el barómetro del CIS de junio 2015 revelaba que el
40,9% de los españoles no ha leído nunca El Quijote, obra cumbre de la literatura en castellano. De
este ejemplo se puede dilucidar que obras como “La Divina Comedia”, “La odisea” u otras más
contemporáneas como “1984”, “La metamorfosis” o “Rayuela” no se encuentran entre las
preferencias de los lectores.
Personalmente no soy una purista de la lectura, considero importante tener una biblioteca de
temáticas variadas y sobretodo seguir nuestros gustos personales a la hora de conformar nuestros
universo literario. Pero sí que hay que reivindicar el lugar y la importancia que los clásicos ocupan en
la literatura universal. Italo Calvino aporta importantes claves acerca de por qué debemos dejarnos
embaucar por la literatura clásica:
En primer lugar, hay que quitar cierta presión a los lectores más jóvenes. La impaciencia, la
distracción y la falta de condiciones óptimas pueden hacer que este tipo de lecturas no cale hondo a
ciertas edades, nunca es tarde para iniciarse en un libro clásico.
Los clásicos son libros que ejercen una influencia peculiar en el lector, por tanto debe ser leído en el
momento en el que nos encontremos preparados para ello. Un clásico es un libro que nunca termina
de decir lo que quiere decir. Los clásicos son libros que llegan a nosotros con las huellas de las
lecturas anteriores a la nuestra, dejando a su paso un surco en la cultura o culturas por las que han
pasado. En este sentido, encontraremos gran número de ensayos, biografías y artículos de opinión
sobre ciertos libros, lo ideal sería que leamos estos complementos a posteriori.
Un clásico no nos enseña necesariamente algo nuevo. En un clásico a veces descubrimos algo que
siempre hemos sabido, pero sin saber que este autor lo había materializado en una obra antes. Se
trata de una sorpresa que provoca placer y crea una especie de vínculo entre escritor y lector. Un
clásico tiende a relegar las preocupaciones del momento a mero ruido de fondo. Nos sirve para
contextualizar, entender la época en que fue escrito y su importancia en nuestros días. Un clásico
es arte imperecedero. A veces la lectura de ciertos clásicos puede chocar con nuestro estilo de vida,
que no nos permite dedicar largos períodos de tiempo al ocio humanista. Sin embargo, su quietud,
su permanencia en el tiempo es siempre un imán que atrae generación tras generación.
El gen de las grandes historias reside en los clásicos. Recuerdo que en las clases de guion
cinematográfico los expertos en la materia coincidían que todas las historias beben de temas
comunes y estructuras similares. La literatura clásica tiende a hablar del ser humano, los
sentimientos más esenciales que nos rodean, la naturaleza o la propia sociedad, por eso llegan a
lectores de diferentes épocas. Una vez uno ha leído libros como “La Ilíada” o “La odisea” entiende
que conceptos como “el viaje del héroe” o “presentación, nudo o desenlace” se han sucedido a lo
largo del tiempo. Es más, no hay que olvidar que para romper con la estructura clásica y crear
nuevos conceptos primero hay que conocer la teoría.
A todas luces la literatura clásica nos ayuda a entender mejor quiénes somos y en qué momento nos
encontramos de la historia. Un pilar básico que no requiere de una estructura definida o lecturas
obligadas como en ocasiones intenta imponernos el sistema educativo. Hay innumerables libros que
pueden ser considerados como “clásicos”, nunca nos faltará una buena lectura a la que acudir. A
veces los clásicos, como sucede con otras artes como el cine, requieren una lectura sopesada y
lenta, términos a los que no estamos acostumbrados en nuestros días. En otras ocasiones la propia
terminología los hace poco atractivos para algunos lectores, un punto que puede solventarse con
«actualizaciones» como la que se ha realizado recientemente de El Quijote (esperemos que sirva
para mejorar las cifras del CIS).
La Odisea

La Odisea es un poema épico, que originalmente consta de unos 10.000 versos divididos en 24
cantos. Homero, el rapsoda griego, fue quien recitó las hazañas de un joven “fecundo en ardides”
llamado Odiseo sintetizando el mundo clásico de los griegos, su mitología y costumbres. El libro
narra el regreso de Ulises, el héroe griego (también llamado Odiseo) de la guerra de Troya, teniendo
que enfrentar aventuras con deidades y monstruos mitológicos. Durante su ausencia, un grupo de
pretendientes de su esposa Penélope está acabando con sus bienes y reino.
Ulises es un hombre joven y fuerte, es el héroe más grande que jamás había existido, tenía un valor
indomable, y aunque tuviese miedo enfrentaba lo que se presentara en su viaje a Ítaca. Penélope
era la esposa de Ulises y era una mortal, era una mujer muy bella, su vida lejos de su esposo y
acosada por los codiciosos pretendientes, era triste, aunque nunca olvidó a Ulises y siempre confió
en su regreso. Ella y su hijo, Telémaco, lloraban con frecuencia juntos por Ulises.
Una serie de personajes del mundo mitológico desfilan en estas páginas ya sea como amigos o
como los peligros que debe enfrentar Ulises: Circe era una célebre maga, espléndida en belleza,
cuya voz de mujer era tan armoniosa que deleitaba y paralizaba a quienes le escuchaban. Al
enterarse que a Ulises no le afectaba su magia permitió que él y sus compañeros fuesen sus
huéspedes por un año, visitándolos con túnicas muy ricas. Ella, en su extrema sabiduría, dio
consejos a Ulises para enfrentar los peligros que encontraría en el regreso a Ítaca.
Poseidón es el dios del mar, llamado Neptuno por los romanos. Era una divinidad vengativa y jamás
perdonaba a sus enemigos. Su hijo predilecto llamado Polifemo (un cíclope) fue quien maldijo a
Ulises tras perder su ojo a manos del joven y astuto viajero.
Las Sirenas eran seres extraordinarios; eran hermosas mujeres, hijas del mar que, de cintura para
abajo, tenían forma de peces. Tenían bellos rostros y las cabelleras flotantes; lo sabían todo. Las
sirenas, seres malvados, gustaban de permanecer sentadas sobre la hierba de los prados, a la orilla
del mar, entonando bellos cantos. Atraídos por ellas, los marineros, cuyas embarcaciones pasaban
por aquellos sitios, no podían resistir a la tentación de desembarcar en la isla y eran asesinados por
“las de bello canto”.
Eolo, el dios de los vientos, muy gentil hospedó a Ulises en su hogar durante un mes. En su honor él
hizo grandes fiestas y permitió que anclaran ahí sus naves.
Polifemo era un semi-dios. Era un horrible gigante muy fuerte, tan espantoso como es difícil
imaginar, su estatura era colosal, su corpulencia como la de una mole de piedra y, en medio de la
frente, tenía un solo ojo. Era el hijo predilecto de Poseidón, y se ocupaba de guardar sus rebaños y
en hacer quesos con la leche que sus cabras le daban. Era caníbal, pues golpeaba las cabezas de
los navegantes para después comerlos.
Atenea era la diosa de la sabiduría, llamada Minerva por los romanos. Era una mujer muy bella.
Tenía un corazón enorme y se sintió tan conmovida al ver a Ulises día tras día sentado en la orilla
del mar mirando las olas, bañado en lágrimas y lanzando tristes lamentos cuando estaba en la isla
de Calipso, que decidió socorrerlo. Siendo ella una deidad de alta sabiduría, conocía en lo profundo
las muchas penas que en Ítaca afligían a Penélope y a Telémaco a quienes también ayudó.
Hermes era el dios mensajero, también conocido como Mercurio por los romanos “el dios de los pies
ligeros” .Tenía unas doradas sandalias aladas que le hacían incansable y que velozmente lo llevaban
sobre la tierra y sobre el mar. Ayudó a Ulises en los peligros que tuvo que enfrentar.
La narración abarca los diez años de viajes del astuto Ulises, y los diversos peligros con los que se
debió enfrentar. Continúa con la llegada del joven a su isla natal, Ítaca. Allí prueba la lealtad de sus
sirvientes, ejerce venganza contra los pretendientes de Penélope, y logra volver a reunirse con su
hijo, su esposa y su padre.
La Odisea se transforma finalmente en la metáfora por excelencia del viaje del hombre y los muchos
obstáculos que debe sortear en éste, la metáfora del encuentro del hombre con la fortaleza y la
fragilidad, con la propia humanidad. Un clásico imperdible.
Arte poética
Jorge Luis Borges

Mirar el río hecho de tiempo y agua


y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
El Cantar de Mio Cid

Durante toda la Edad Media floreció en la poesía épica, un género conocido como el “cantar de
gesta”. Este tipo de piezas cantaban las grandes hazañas de un héroe, adornándolas de tal modo
que, su protagonista, se alejaba del común de mortales y se convertía, a menudo, en un símbolo de
identidad nacional y en todo un modelo al que aspiraba asemejarse todo caballero. Los juglares y
trovadores, eran quienes cantaban estas piezas épicas, ya fuere en los salones de los grandes
señores que les daban cobijo y sustento a cambio de divertir a sus invitados, o bien en las plazas y
mercados públicos, donde se congregaban las gentes del vulgo.
Los cantares de gesta o “chansons de geste” (como se las denominó en Francia) eran transmitidos
únicamente por tradición oral, pues su registro escrito es de época más tardía. Esta es la razón, por
la cual, se han perdido muchos de ellos con el transcurrir de los siglos. El juglar, como profesional
del divertimento, actuaba frente a públicos que, como hemos hecho mención, eran de muy variado
tipo y nivel cultural. Así, los cantares, debían ser adaptados por el juglar para acomodarse a su
auditorio.
En este punto, apreciamos el hecho de que todo cantar era fruto de la memorización de sus versos,
pues se transmitían por medio de la tradición oral. Cada cantar podía contar con entre 3000 y 4000
versos, a lo que hay que sumar la tarea del juglar en la adaptación del poema a los distintos públicos
y la remodelación de sus versos según las modas y tendencias imperantes. Hoy en día existe una
colección bastante limitada de cantares europeos, pese a que en su día fueron eminentemente
prolíficos. En Francia, por ejemplo, nos encontramos con la mítica “Chanson de Roldan”; en
Alemania, con el “Cantar de los Nibelungos”; en Rusia, el de “las huestes de Ígor” y en España, lugar
en que éste género se cultivó de forma especial, tan sólo nos han llegado el de las “mocedades de
Rodrigo”, algunos veros del “Cantar de Roncesvalles” y por supuesto, el que da nombre a esta
reseña, el “Cantar del Mío Cid”.
El Cantar de Mío Cid, se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional en Madrid copiado en
el XIV, al que le faltan la hoja inicial y dos interiores. Este escrito no es original, sino que al parecer,
es una copia de otro fechado en 1207 y firmado por Per Abat. El Poema consta de 3.730 versos,
agrupados en tiradas que mantienen una misma rima (los versos son monorrimos asonantados, con
una extensión de entre 12 y 16 sílabas y divididos por cesura en dos mitades o hemistiquios). Las
tiradas se agrupan en tres grandes partes o cantares que dividen el poema: Cantar del destierro,
Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
El cantar del destierro, narra cómo El Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, es desterrado por el rey Alfonso VI,
cuando el noble exige al monarca que juramente que no mató a su hermano (hecho que la corte
suponía pero que ninguno osó cuestionar). Con este acto de valor (transmitir sin tapujos esta duda a
su rey) el Cid, se ve obligado a abandonar Castilla, dejando atrás a su mujer e hijas. Al destierro con
doce de los suyos, el Cid cabalga por territorio de moros, y entabla diversas batallas por Castejón,
Alcocer, Calatayud, hasta llegar a Huesca, Zaragoza y Lérida. En estas escaramuzas hace preso al
conde de Barcelona. En el cantar de las bodas: El Cid, aún en su destierro, conquista Valencia en
nombre de su rey. Su mujer e hijas se reúnen con el héroe en sus nuevas tierras y los infantes de
Carrión solicitan el casamiento con estas, para lo cual intercede el rey.
En la última parte del cantar, el de la afrenta de Corpes, los infantes de Carrión (tachados de
pusilánimes y cobardes y objeto de burlas por parte de los hombres del Cid), deciden vengarse en
las hijas del caballero castellano, a las que violan y abandonan en el robledal de Corpes. Ante esto
El Cid pide justicia al rey, quien convoca unas cortes donde se restaura el honor afrentado. Las hijas
de El Cid terminan casándose con los infantes de Navarra y Aragón (la afrenta no sólo es vengada
sino que el honor es restaurado aspirando las hijas a un rango mucho mayor, emparentando el Cid
con la realeza). El Cantar del Mío Cid, destaca por encima de otros cantares europeos por su
componente humano y de superación personal. Aunque es un cantar de gesta que tiende a la
magnificación artificial del héroe, por medio de constantes recursos estilísticos como el del epíteto
épico, el Cid no deja de ser un hombre.
El caballero no lucha contra dragones, trolls, ni personajes mitificados, lucha contra hombres
mortales, como él. Además, el Cid, se comporta en todo momento de una forma recta y justa, con
independencia de ante quien se encuentre- Incluso osa enfrentarse y cuestionar a su rey, movido por
el ideal de justicia, el Cid no se amilana.
El eje central del poema es el honor y la superación personal. El noble castellano, desterrado y
despojado de su honor, recorre las tierras castellanas combatiendo y deshaciendo entuertos,
siempre en nombre de su rey (del cual nunca reniega pese a su destierro). Es en ésta época donde
se refleja la nobleza de espíritu del héroe.
En una tierra conquistada por el enemigo musulmán, el Cid no distingue a los hombres nada más
que por su persona, siendo justo y magnánimo con el enemigo, cuando éste se comporta de forma
honrosa y honorable.
Al mismo tiempo, castiga a los suyos, cuando estos son traidores y no se comportan conforme a las
leyes de la caballería, la justicia o la cristiandad.
Las pruebas y dificultades a las que se ve sometido el caballero en su intento de reconquistar su
honor no son pocas, pero la entereza y el justo obrar, le llevan no sólo a conseguir recuperarlo, sino
a superar su estatus original, llegando a emparentar con la nobleza, el estatus más alto al que se
podía aspirar. Ésta es la moraleja del poema, la superación personal y la recompensa por obrar de
forma justa en todo momento.
Otro factor importante que distingue la historia de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid campeador, de las de
otros héroes como Roldán, nos la encontramos en el momento de su muerte, cuando el Cid (un
soldado de Dios, nacido para combatir) gana su última batalla después de muerto.
No es que resucite o que se espere su regreso en el momento de máxima necesidad (como en la
historia bretona del rey Arturo) sino que muerto (como mortal que es) es ensillado en su caballo y su
mera visión (la estampa de su gloria) le concede la victoria, estando éste yerto.
Por todo lo mencionado, el Cantar del Mío Cid, es uno de los más importantes cantares de gesta
europeos, por su métrica y composición, así como por los valores y el mensaje que transmite aquel
noble castellano, que en buena hora nació…

FRAGMENTOS DEL CANTAR DE MIO CID «¡Ya Campeador, en hora buena engendrado,
«por malos intrigantes de Castilla sois echado!
El Cid deja sus casas y tierras »
De los sus ojos tan fuertemente llorando, «Ay, mi señor, barba tan cumplida,
volvía la cabeza, se las quedaba mirando: «aquí estamos ante vos yo y vuestras hijas,
vio puertas abiertas, postigos sin candados, «(muy niñas son y de pocos días),
y las perchas vacías, sin pieles y sin mantos, «con estas mis damas de quien soy yo servida.
o sin halcones, o sin azores mudados. «Ya lo veo que estáis de partida,
Suspiró mio Cid, que se sentía muy «y nosotras y vos nos separamos en vida.
preocupado; «¡Dadnos consejo, por amor de Santa María!»
habló mio Cid, bien y muy mesurado: Alargó las manos el de la barba bellida,
"grancias doy, señor padre, que estás en lo a las sus hijas en brazos las cogía,
alto, acercólas al corazón que mucho las quería.
esto me han urdido mis enemigos malos." Llora de los ojos, muy fuertemente suspira:
El Cid pasa por San Pedro de Cardeña para « Ay, doña Jimena, mi mujer muy querida,
despedirse de su mujer, doña Jimena, y «como a mi propia alma así tanto os quería.
a sus hijas, doña Elvira y doña Sol. «Ya lo veis que nos separan en vida,
He aquí a doña Jimena que con sus hijas va «yo parto y vos quedáis sin mi compañía.
llegando; «Quiera Dios y Santa María,
dos dueñas las traen a ambas en sus brazos. «que aún con mis manos case estas mis hijas,
Ante el Campeador doña Jimena las rodillas ha «y vos, mujer honrada, de mí seáis servida».
hincado.
Lloraba de los ojos, quiso besarle las manos:
Qué es primero ¿El lenguaje o el pensamiento?

“El lenguaje, ese gran auxiliar de la inteligencia humana”

Analizaremos dos teorías que responden a la pregunta de sí primero está el lenguaje o el


pensamiento:

1. Noam Chomsky afirma que "el lenguaje está antes que el pensamiento" y plantea que el idioma
influye o determina la capacidad mental. En esta corriente lingüística incide la "gramática generativa"
que hace suponer que el pensamiento se desarrolla como consecuencia del desarrollo idiomático.
Por lo tanto, si se considera que el lenguaje es un estado interior del cerebro del hablante,
independiente de otros elementos adquiridos del entorno social, entonces es fácil suponer que
primero está el lenguaje y después el pensamiento; más todavía, si se parte del criterio de que el
lenguaje acelera nuestra actividad teórica, intelectual y nuestras funciones psíquicas superiores tales
como la percepción, memoria y el pensamiento. Esta teoría coincide con las ideas de L.S. Vygotsky y
también de Woorf (1956) quien opinó que el lenguaje es esencial para pensar basado en la hipótesis
de que todo pensamiento sea verbal y por lo tanto el pensamiento se limita a lo que el lenguaje hace
posible.
Para Vygotsky el lenguaje es lo que hace posible el pensamiento, considera que existen una
distinción importante entre las funciones mentales elementales y las funciones mentales superiores.
Las primeras son nuestras capacidades naturales, no aprendidas, evidentes en la capacidad del
neonato de atender a las capacidades humanas y de discriminar entre ellos, y son obvias en su
capacidad de reconocer a su madre y de balbucear, gritar, gorjear, gritar y llorar. Sin embargo, con el
tiempo estas capacidades se transforman de manera gradual en funciones mentales superiores, es
decir, pasan de ser funciones mentales no aprendidas a ser conductas y capacidades más
complejas, aprendidas.
Esta transformación, absolutamente fundamental para el desarrollo humano resulta posible debido a
las interacciones de los niños con su cultura y, más importante, a través de su interacción social con
adultos y compañeros competentes. Para Vigotsky la biología por sí sola no puede explicar el
desarrollo de las funciones mentales cerebrales: “es necesario agregar la cultura”.

2. La teoría de: "el pensamiento está antes que el lenguaje" sostiene que la capacidad de pensar
influye en el idioma. Algunos psicolingüistas sostienen que el lenguaje se desarrolla a partir del
pensamiento "Una psiquis debidamente desarrollada da un idioma efectivo".
Su principal representante Piaget, para quien el pensamiento se produce de la acción, y que el
lenguaje es una más de las formas de liberar el pensamiento de la acción. "Piaget sostiene que el
grado de asimilación del lenguaje por parte del niño, y también el grado de significación y utilidad que
reporte el lenguaje a su actividad mental, depende hasta cierto punto de las acciones mentales que
desempeñe; es decir, que depende de que el niño tenga la capacidad de pensar con preconceptos, y
realizar operaciones concretas y formales.
Piaget define su postura según la cual es la inteligencia la que produce el lenguaje y éste permite
después acelerar el aprendizaje. Para Piaget el lenguaje del niño pequeño representa egocentrismo,
pues en un principio no lo utiliza para comunicar, presenta un carácter asocial, el cual desaparecerá
conforme el niño logra socializarse. Según su teoría la interacción del niño con el medio y con otras
personas, no representan un punto importante en el desarrollo del lenguaje para el niño; en el fondo
Piaget, al revés de otros psicólogos seguidores de él, no le da gran valor al lenguaje, al que integra
en una amplia función simbólica (capacidad del niño de diferenciar los significados y los
significantes), que agrupa al pensamiento verbal junto con la imitación representativa y la
representación de imágenes.
Piaget señala que el desarrollo de ciertos conceptos lógicos precede con frecuencia al aprendizaje
de las palabras y las frases que les corresponden: conceptos como por ejemplo “más grande” “más
chico” “más lejos” y “más cerca” no parecen ser comprendidas hasta que los conceptos que
representan son entendidos por sí mismos.

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